ADRIANO I
772-795 d.C.
Nació
en Roma, en el seno de la noble familia Colonna. Durante su pontificado surgió
y se afirmó el astro de Carlomagno. Los dos hijos de Pipino, Carlos
y Carlomán se habían casado con las hijas de Desiderio, Ermengarda
y Gerberga. Muerto Carlomán, la viuda Gerberga fue destronada, mientras
que Carlos repudió a Ermengarda. Esto dio a Desiderio el pretexto
para invadir la Pentápolis y parte del Exarcado de Rávena,
con la excusa de que el papa no había defendido los derechos de Gerberga,
ni se había opuesto adecuadamente al repudio de Ermengarda.
Adriano llamó entonces a Carlos para que fuera a Italia, éste
acudió en seguida y venció a Desiderio repetidas veces, hasta
que el rey lombardo y su familia terminaron prisioneros en tierra franca.
Así se extinguió el dominio lombardo en Italia. A raíz
de ello Carlos recibió el título de magno, fue acogido en Roma
con grandes honores y fue declarado Patricio de la urbe, lo cual significaba
poner bajo su protección el «Patrimonio de S. Pedro»,
que él mismo enriqueció añadiendo otros territorios.
Carlos encomendó el gobierno de Italia a su hijo Pipino, que fue coronado
por el papa y tuvo su capital en Pavía.
Adriano gobernó
la Iglesia durante un largo período (23 años) e hizo mucho
en su favor. Los éxitos diplomáticos fueron numerosos: a parte
la hermandad con Carlomagno, tuvo muy buenas relaciones con la emperatriz
bizantina Irene, que ayudó a restablecer el culto de las sagradas imágenes.
Pero su mérito principal fue la intensa actividad en
el campo de la construcción, y lo que hoy se podría llamar
una reforma y una política agraria, que aumentaron el trabajo, la
riqueza y el bienestar de los ciudadanos. De hecho promovió la vuelta
al cultivo de los campos alrededor de Roma, que con la dominación
de los Lombardos habían sido abandonados, haciendo confluir los productos
en Letrán, de donde volvían a salir para dar de comer a los
pobres. Volvió a reconstruir y a poner en funcionamiento muchos de
los antiguos acueductos imperiales. Reforzó las murallas de las ciudades,
semidestruidas por los Lombardos.
Empezó
un grandioso ciclo de restauraciones de las iglesias de Roma que cambió
el aspecto de la ciudad, hasta tal punto que alguien ha hablado de una «Roma
de Adriano». A él se debe la fundación del hospital del
S. Espíritu, aún existente. Un programa tan vasto como la defensa
del territorio, y los pobres a los que había que nutrir, requería
cuantiosos recursos financieros, de los que Adriano iba en constante búsqueda.
A ello tal vez se debe el origen de la acusación de un apego demasiado
exagerado al dinero.