BEATO ADRIÁN TAKAHASHI MONDO Y COMPAÑEROS
1613 d.C.
7 de octubre



   En Arima, diócesis de Nagasaki, beatos Adrián Takahashi Mondo y su esposa Juana Takahashi, León Hayashida Sukeemon, su esposa Marta Hayashida y sus hijos Magdalena Hayashida y Diego Hayashida, así como León Takedomi Kan’emon y su hijo Pablo Takedomi Dan’emon, tres familias de samurais, mártires, que murieron quemados vivos.

   Las tres familias de samurais (ocho personas) murieron quemados vivos el 7 de octubre de 1613. Este martirio tiene un significado especial: representa la cristiandad de Arima, la más cultivada del Japón, semillero de mártires. Estas tres familias fueron siempre fieles a sus "daimyós" en guerra y en paz. El odio a la fe provenía especialmente del "daimyó" apóstata Arima Naozumi. Miles de cristianos, organizados en cofradías, pudieron asistir al martirio con el rosario en la mano y velas encendidas; habían pasado una noche entera velando en oración. Cinco días después del martirio, daba cuenta detallada de todo ello el obispo monseñor Cerqueira al prepósito general de la Compañía de Jesús, padre Claudio Acquaviva.

   Todos los mártires se habían preparado con oraciones y sacramentos. La numerosa comunidad cristiana de la ciudad participó en la preparación espiritual. El influjo de sus gestos audaces llegó hasta conseguir que algunos apóstatas volvieran a la fe. Estos arrepentidos, no habiéndoseles permitido sumarse a los presentes mártires, renunciaron a sus rentas y se exiliaron.

   Cada uno de los mártires muestra alguna peculiaridad personal: los tres samurais anuncian a Cristo sin ambigüedades hasta el último momento. Marta anima a sus hijos, Magdalena y Diego. Magdalena, de diecinueve años, levanta y ofrece al cielo con sus manos las brasas. El niño Diego, de doce años, al vadear el río de camino hacia el suplicio, no permitió que le ayudara un samurai compasivo, sino que le dijo: "Déjame ir a pie como mi Señor, ya que no llevo la cruz a cuestas" (cf. “Carta anual de 1613”, fol. 271); en el momento del suplicio, al quemársele las cuerdas, los vestidos y los cabellos, corrió hacia su madre y quedó muerto a sus pies; la madre acogió al niño señalando el cielo. Todos ellos confesaron su fe con toda claridad y con alegría, pronunciando los nombres de Jesús y María.     

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(Samuel Miranda)