SANTA AGAPE Y QUIONIA
304 d.C.
1 de abril
El año 303, el emperador
Diocleciano publicó un decreto que condenaba a la pena de muerte a
quienes poseyesen o guardasen una parte cualquiera de la Sagrada Escritura.
En aquella época vivían en Tesalónica de Macedonia tres
hermanas cristianas, Agape, Quionia e Irene, hijas de padres paganos, que
poseían varios volúmenes de la Sagrada Escritura. Tan bien
escondidos los tenían, que los guardias no los descubrieron sino hasta
el año siguiente, después de que las tres hermanas habían
sido arrestadas por otra razón.
Dulcicio presidió el tribunal, sentado en su trono de
gobernador. Su secretario, Artemiso, leyó la hoja de acusaciones,
redactada por el procurador. El contenido era el siguiente: «El pensionario
Sandro saluda a Dulcicio, gobernador de Macedonia, y envía a su Alteza
seis cristianas y un cristiano que se rehusaron a comer la carne ofrecida
a los dioses. Sus nombres son: Agape, Quionia, Irene , Casia, Felipa y Eutiquia.
El cristiano se llama Agatón». El juez dijo a las mujeres: «¿Estáis
locas? ¿Cómo se os ha metido en la cabeza desobedecer al mandato
del emperador?» Después, volviéndose hacia Agatón,
le preguntó: «¿Por qué te niegas a comer la carne
ofrecida a los dioses, como lo hacen lo otros súbditos del emperador?»
«Porque soy cristiano», replicó Agatón. «¿Estás
decidido a seguir siéndolo?» «Sí». Entonces,
Dulcicio interrogó a Agape sobre sus convicciones religiosas. Su respuesta
fue: «Creo en Dios y no estoy dispuesta a renunciar al mérito
de mi vida pasada, cometiendo una mala acción». «Y tú,
Quionia, ¿qué respondes?» «Que creo en Dios y por
consiguiente no puedo obedecer al emperador». A la pregunta de por
qué no obedecía al edicto imperial, Irene respondió:
«Porque no quiero ofender a Dios». «¿Y tú,
Casia?», preguntó el juez. «Porque deseo salvar mi alma».
«¿De modo que no estás dispuesta a comer la carne ofrecida
a los dioses?» «!No!» Felipa declaró que estaba
dispuesta a morir antes que obedecer. Lo mismo dijo Eutiquia, una viuda que
pronto iba a ser madre. Por esta razón, el juez mandó que la
condujesen de nuevo a la prisión y siguió interrogando a sus
compañeros: «Agape -preguntó- ¿has cambiado de
decisión? ¿Estás dispuesta a hacer lo que hacemos quienes
obedecemos al emperador?» «No tengo derecho a obedecer al demonio
-replicó la mártir-; todo lo que digas no me hará cambiar».
«¿Cuál es tu última decisión, Quionia?»,
prosiguió el juez. «La misma de antes». «¿No
poseéis ningún libro o escrito referente a vuestra impía
religión?» «No. El emperador nos los ha arrebatado todos».
A la pregunta del juez de quién las había convertido al cristianismo,
Quionia respondió simplemente: «Nuestro Señor Jesucristo».
Entonces Dulcio dictó la sentencia: «Condeno a
Agape y a Quionia a ser quemadas vivas por haber procedido deliberada y obstinadamente
contra los edictos de nuestros divinos emperadores y césares y porque
se niegan a renunciar a la falsa religión cristiana, aborrecida por
todas las personas piadosas. En cuanto a los otros cuatro, los condeno a
permanecer prisioneros hasta que se juzgue conveniente».