BEATO AGNELO DE PISA
1236 d.C.
13 de marzo
El fundador de la provincia
inglesa franciscana, el beato Agnello, fue admitido en la orden por el mismo
san Francisco en ocasión de su estancia en Pisa. Fue enviado al convento
de frailes en París, del cual llegó a ser el guardián
y, en 1224, san Francisco lo escogió para fundar una provincia en
Inglaterra, aunque por entonces sólo era diácono. De los ocho
hermanos seleccionados para acompañarlo, tres eran ingleses, pero
sólo uno, Ricardo de Ingworth, había recibido las órdenes
sacerdotales. Fieles a los preceptos de san Francisco, no tenían dinero
y los monjes de Fécamp pagaron los pasajes a los nueve hermanos hasta
Dover. Se detuvieron en Canterbury, desde donde Ricardo de Ingworth, Ricardo
de Devon y dos de los italianos prosiguieron hasta Londres para ver en dónde
podían establecerse. Los restantes se hospedaron en la Casa de los
Sacerdotes Pobres, durmiendo en un edificio que se utilizaba como escuela
durante el día. Mientras los escolares trabajaban, los frailes permanecían
encerrados en un cuartito que se hallaba al fondo y, sólo después
de que los muchachos se habían ido, podían salir y hacer fuego.
Era el invierno de 1224 y los frailes sufrían grandes
incomodidades y penurias, especialmente en vista de que su comida diaria
era pan y un poco de cerveza, tan espesa, que era necesario diluirla para
poderla tragar. Sin embargo, nada abatió sus espíritus y su
piedad sencilla. Su jovialidad y su entusiasmo les conquistaron pronto muchos
amigos. Lograron obtener del papa Honorio III una carta de recomendación,
de modo que el arzobispo de Canterbury, Stephen Langton, les dijo al saludarles:
«Algunos religiosos han venido a mí llamándose a sí
mismos Penitentes de la Orden de Asís, pero yo los llamo de la Orden
de los Apóstoles». Por este nombre fueron conocidos, al principio,
en Inglaterra y, cuando algunos de los franciscanos iban a ser ordenados
acólitos en Canterbury, cuatro meses después de su desembarco,
el archidiácono invitó a los candidatos a adelantarse con estas
palabras: «Acercáos, vosotros, hermanos de la Orden de los Apóstoles».
Mientras tanto, Ricardo de Ingworth y su grupo habían
sido bien recibidos en Londres. Tenían alquilada una casa en Cornhill
y se disponían a proseguir su misión en Oxford. Con tal motivo,
Agnello vino de Canterbury para hacerse cargo de la comunidad en Londres.
Desde entonces, la casa franciscana floreció extraordinariamente.
A pesar de que el bueno de Agnello no era precisamente un hombre culto, estableció
en Londres un centro de enseñanza que después ejerció
enorme influencia en la universidad. En aquella escuela, donde el famoso
Grosseteste, más tarde obispo de Lincoln, era conferencista, se congregaban
muchos jóvenes que deseaban ser educados para frailes y quienes, antes
de que transcurrieran muchos años, ayudaron a elevar a Oxford a una
categoría apenas inferior a la de París, como centro de enseñanza.
Agnello parece haber muerto a la edad de cuarenta y un años,
sólo once después de haber desembarcado en Dover, pero su reputación
de santidad y prudencia permaneció muy en alto entre sus compañeros.
Se asegura que su amor por la pobreza era tan grande, «que jamás
autorizó la ampliación de un jardín o la construcción
de una casa, si no era estrictamente necesario». Se cuenta en especial
la historia de que él construyó el hospital de Oxford «con
hechura tan modesta, que el grueso de las paredes era menor que el ancho
de un hombre». Durante la misa y cuando se decía el oficio divino,
derramaba lágrimas constantemente, «empero de tal manera, que
ni por el ruido de gemidos, ni por cualquier gesto de la cara podría
saberse que lloraba». Se mostraba severo en contra de cualquier quebrantamiento
de la regla, pero debido a su delicadeza y tacto, lo escogieron, en 1233,
para intentar un arreglo con el rebelde conde alguacil del distrito. Se dice
que su salud se resinlió por los esfuerzos para cumplir con esta misión,
pero sobre todo debido a un penoso viaje por tierra a Italia. A su regreso,
fue atacado de disentería y murió en Oxford, después
de haber estado exclamando continuamente durante tres días: «Ven,
dulce Jesús». El culto al beato Agnello se confirmó en
1892.