ALEJANDRO II
1061-1073 d.C.
Los Crescencio y los condes
de Tusculum no se dieron por vencidos y, apoyados por la emperatriz Inés,
regente en el nombre de su hijo Enrique IV, eligieron en Basilea un antipapa
llamado Honorio II, antiguo canciller de Enrique III. Se trataba, sobre todo,
de una lucha en pro o en contra de la reforma cluniacense: Hildebrando y
su partido, apoyados por los normandos, bárbaros pero buenos católicos,
militaban por la reforma que iba a grarantizar la fuerza, la pureza y la independencia
de la Iglesia; por el otro lado, el emperador y los feudales romanos trataban
de impedir la realización de la reforma para la Iglesia, débil
corrompida, siguiese en la estela de la política del Imperio y en
la de la aristocracia romana.
Apoyado en todas aquellas fuerzas que deseaban la independencia
absoluta de la Iglesia, Hildebrando hizo elegir a Anselmo da Baggio obispo
de Lucca, hombre piadoso, de gran talento diplomático, partidario
de la reforma. Utilizando con habilidad la simpatía del pueblo, tanto
en Roma como en Milán, donde los "patarios" seguían reclamando
la reforma, y la ayuda eficaz, militar y política, de los normandos
y los toscanos, Alejandro supo resistir a los imperiales.
Alemania, además, retiró su apoyo a Honorio, ya
que Annón, arzobispo de Colonia, depuso a Inés y fue proclamado
regente. En 1064 un sínodo italo-alemán, reunido en Mantua,
reconoció a Alejandro y depuso a Honorio, que volvió a su diócesis
de Parma.
La autoridad de Alejandro se impuso a los demás soberanos
europeos. Obligó a Entique a no romper su matrimonio con Berta de
Saboya y excomulgó a los consejeros eclesiásticos del joven
soberano que había instalado en Milán un arzobispo designado
por el emperador. La "lucha de las investiduras" se perfilaba ya en el horizonte
de las relaciones entre el Papa y el emperador.