ALESSANDRO MANZONI Y ESPAÑA
Tienen razón quienes, desde su punto
de vista, desean que por decreto ministerial se elimine la novela Los Novios
de los programas de estudio. Messori recuerda su experiencia de estudiante
alejado de todo tipo de identificación religiosa como alumno de un
liceo turinés -mayor santuario del laicismo italiano intransigente-,
cuando tuvo que estudiar la Historia milanesa del siglo XVII. Cuenta que
las páginas de este libro funcionaron incluso con el adolescente de
quinto curso de bachillerato clásico que se creía ajeno a las
preocupaciones fideístas, aunque no de inmediato y de forma explícita,
sino con efecto retardado, depositándose tenaces en el fondo de la
memoria y de la conciencia para volver a aparecer un buen día, y de
golpe y con una fuerza inesperada.
Como para exorcizar la edición de Los Novios aparecida en su colección
de Clásicos, el editor Giulio Einaudi la publicó precedida
de una introducción de Alberto Moraiva, quien intentó rebajar
de categoría al gran libro pasándolo de la literatura al ensayo
confesional, de la poesía a la propaganda devocional. Con mucha más
dignidad Francesco de Sanctis y Benedetto Croce siguieron una línea
similar.
Sólo Dios sabe cuántos entre los que descubrieron la fe tuvieron
ocasión de recitar las páginas de Los Novios, de experimentar
los dramas espirituales de Lodovico, que se convierte en el padre Cristoforo
y del Innombrable que, al final de su angustiosa noche, oye cual lejana llamada
a una vida nueva, el tañido de unas campanas.
Por lo tanto, es cierto, este libro es peligroso, y se comprende por qué
hay gente que quiere quitárselo a los estudiantes. Con la sabiduría
de su arte sumiso, a cada generación le sugiere una posibilidad de
lo Eterno, hace resplandecer la esperanza de una existencia distinta y más
humana en la que encontrar la frescura de la mañana. Parafraseando
el capítulo décimo: <<Es una de las facultades singulares
e incomunicables de la religión cristiana el poder guiar y consolar
a quienquiera que, en cualquier coyuntura, en cualquier término acuda
a ella… Es un camino tan recorrido, que sea cual sea el laberinto, el precipicio
desde donde el hombre llegue a él, una vez que por él da un
paso, puede a partir de entonces caminar con seguridad y buena gana, y llega
gratamente a un grato fin.>>
Esta <<facultad singular>>, este <<camino tan recorrido>>
son puestos ante quien lee, y hacen del libro uno de los instrumentos de
evangelización más eficaces, de manera que, dejando de lado
injustas desmitificaciones artísticas, no parece que les falte razón
a los De Sanctis, los Croce, los Moravia, temerosos de propagandas cristianas.
A propósito de razones o falta de ellas, no la tuvo Manzoni al ofrecer
una imagen sin luces de la Italia <<española>>, imagen
que condiciona para siempre el juicio del lector. Los lectores ignoran a
menudo que al hablar de España y de los españoles, Manzoni
se dejó llevar por un cierto iluminismo (del que se desvinculó
del todo sólo en su última obra, la implacable e inacabada
arenga contra la Revolución francesa) que lo indujo a cargar tintas
en exceso.
A estas alturas no se puede negar que fueron fuerzas muy poderosas del mundo
moderno las que se unieron para crear la leyenda negra de una España
patria de la tiranía, del fanatismo, de la codicia, de la ignorancia
política, de la jactancia arrogante y estéril.
Para los protestantes, sobre todo para los anglicanos, fue cuestión
de vida o muerte mantener con una guerrilla psicológica la guerra
contra el Gran Proyecto de los Hasburgo de España: una Europa unida
por una cultura latina y católica. La difamación sistemática
de la colonización española acompañó muchos de
los tenaces intentos ingleses por apropiarse del imperio sudamericano.
Para los iluministas, los libertins del siglo XVIII y más tarde, para
todos los <<progresistas>> y todas las masonerías de los
siglos XIX y XX, España fue la tierra aborrecida del catolicismo como
religión de Estado, de la Inquisición, de los monjes y de los
místicos. Para los comunistas, España significaba la derrota
de los años treinta. El judaísmo tampoco olvidó nunca
no sólo la antigua expulsión sino las leyes que, hasta tiempos
recientes, impidieron que regresasen al otro lado de los Pirineos.