BEATO ALONSO SÁNCHEZ HERNANDEZ-RANERA
1936 d.C.
16 de agosto



   Alfonso Sánchez Hernández-Ranera nació en Lérida el 26 de enero de 1915. Sus padres, Andrés y Paula Ángela, eran de condición modesta: él, guardia urbano; la madre había sido religiosa y tuvo que dejar la Orden por enfermedad. Cuando Alfonso contaba cuatro años, la familia se trasladó a Guadalajara, provincia originaria de sus padres. Alfonso se manifestó en la escuela superdotado y diligente; con los compañeros, alegre, de gran corazón y con autoridad moral sobre ellos para impedir cualquier acción inconveniente. Inclinado a la religión, se hizo monaguillo en el convento de los franciscanos, donde pasaba la mayor parte del tiempo que no le ocupaba la escuela. El día que iba a entrar en el seminario, no cabía en sí de alegría.

   Ingresó en el seminario menor franciscano de Alcázar de San Juan (Ciudad Real) en 1926. Allí hizo dos años de humanidades. Los tres restantes, en La Puebla de Montalbán (Toledo), en dos años. Vistió el hábito franciscano el 1 de junio de 1930 en Arenas de San Pedro (Ávila). Profesó de votos temporales el 2 de junio de 1931. El trienio filosófico lo cursó en Pastrana (Guadalajara) de 1931 a 1934. En los dos años siguientes aprobó los dos primeros de teología en Consuegra (Toledo), en donde emitió su profesión solemne el 17 de mayo de 1936. El 6 y 7 de junio de ese año, recibió en Ciudad Real la tonsura y las cuatro órdenes menores.

   Fray Alfonso era considerado por sus profesores y compañeros como el más completo de su curso: de alta capacidad intelectual y aplicación, el de las mejores calificaciones, cantor, organista, equilibrado en sus juicios y en su proceder, alegre y simpático, y con la humildad suficiente para no hacer ostentación de sus facultades y soportar burlas de otros menos dotados. Naturalmente, era admirado y querido por todos. Los compañeros le eligieron director de la revista del seminario. Los superiores le destinaron para cursar el bachillerato civil al tiempo que la teología. Su comportamiento no decayó en los momentos de crisis del seminario de filosofía. Vivía contento con su vocación. En carta escrita poco más de un mes antes de dar su vida por Cristo, habla de su profesión solemne como de «mi sacrificio de inmolación» y ve su ordenación como participación más íntima y directa en los misterios del Señor. Sufrió el martirio el 16 de agosto de 1936.

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(Samuel Miranda)