BEATA ANA MARÍA ADORNI
1893 d.C.
7 de febrero
"Al ocaso de la vida seremos
juzgados en la caridad". Así escribió el místico doctor
S. Juan de la Cruz, comentando las palabras del Evangelio, en las que Cristo
afirmó que en el último día considerará como
suyos a los que lo hubieran reconocido con fe y rodeado de caridad a los
más pequeños de sus hermanos, acogiéndolos como huéspedes,
cubriendo al desnudo, visitando a los enfermos y a los presos, socorriéndolos
en el hambre y en la sed. Esto, con santa e incansable actividad, obró
hasta avanzada la Sierva de Dios Anna María Adorni, cuya vida fue
una total e ininterrumpida entrega de amor a los miembros más humildes
de Cristo.
Nacida el 19 de junio 1805 en Fivizzano, en territorio que hoy
forma parte de la diócesis de Pontremoli, sus padres fueron a Matteo
Adorni y Antonia Zanetti, cristianos piadosos, los que cuatro días
después del nacimiento hicieron reengendrar en Cristo a su hija mediante
el bautismo, educándola luego según las enseñanzas de
la fe. Deseosa de anunciar el nombre de Cristo, con apenas siete años,
dejó su casa con una compañera, con la intención de
ir a las Indias para salvar almas. Afortunadamente la encontraron con rapidez
y fue llevada de vuelta a casa, donde fue formada por su madre a orientar
su vida según el Evangelio y encaminada a los trabajos femeninos,
hasta que, muerto su padre en 1820, tuvo que trasladarse con su madre a Parma,
donde fue elegida para el cargo de institutriz de la familia Ortalli. Ella
deseaba abrazar la vida religiosa entre las monjas capuchinas, pero respetando
la voluntad de su madre, que se oponía al piadoso deseo, se casó
el 18 de octubre de 1826 con el distinguido Sr. Antonio Domenico Botti, empleado
de la Casa Ducal de Parma, al que dio seis hijos, todos muertos a tierna
edad, a excepción de Leopoldo que luego abrazó la vida monástica
en de la Orden Benedictina. El 23 de marzo de 1844 quedó viuda del
marido a quien amó verdaderamente. Lo lloró píamente,
aceptando su muerte como voluntad de Dios, con la que su vida era conducida
a consagrarse sólo a Dios. Sin embargo, por consejo del confesor,
no entró en ningún Instituto religioso, emprendiendo un camino
de caridad y alivio especialmente a las mujeres en la prisión, para
las que fue su madre y hermana en Cristo. Se acercó a ellas con humildad,
las escuchó con afable serenidad, las consoló con palabras
y apoyo, las instruyó en las enseñanzas de la fe, haciéndoles
conocer la esperanza y el poder celestial de la oración, de modo tal
que la cárcel parecía haberse convertido en un convento. Muchas
señoras se sintieron atraídas por el ejemplo de la Sierva de
Dios, imitándola en el cumplimiento de su labor de caridad, con la
Asociación, reconocida canónicamente por el obispo en 1847
y aprobada por la Duquesa de Parma, llamada "Pía Unión de Damas
visitadoras de la cárcel bajo la protección de los Sagrados
Corazones de Jesús y María". Pensando también en las
mujeres que salían de la cárcel, Anna María pudo tomar
en alquiler una casa para ellas y para las niñas huérfanas
y en riesgo. La obra se inspiró en el "Buen Pastor" - como luego sería
llamada - y para ella, superando innumerables dificultades, el 18 de enero
de 1856, encontró un lugar adecuado para adaptarlo como sede: el antiguo
convento de las monjas Agustinas, dedicado a San Cristóbal.
Para proveer de manera más idónea la obra iniciada,
pensó en fundar una familia religiosa, cuyos miembros alimentaran
aquella llama de caridad que el Espíritu Santo encendió en
su corazón. El 1 de mayo de 1857, con ocho compañeras, sentó
las bases del nuevo Instituto; en el 1859 pronunció con ellas los
sagrados votos privados de castidad, obediencia y pobreza y de consagrar
su vida religiosa a la recuperación de las mujeres caídas,
la tutela de quienes estuvieran en peligro, la materna asistencia de los
desamparados y huérfanos. Fue nombrada superiora de las Hermanas.
Las presidió con el ejemplo de todas sus virtudes y sobre todo con
una intensa caridad, admirable por su actividad y la total entrega de sí
misma aun en las actividades más difíciles y humildes.
El 25 de marzo de 1876 el Obispo de Parma Domenico Villa erigió
canónicamente el instituto del Buen Pastor en Congregación
religiosa, bajo el título de "Piadosa Casa de las Pobres de María
Inmaculada" y las Reglas fueron confirmadas el 28 de enero de 1893 por su
sucesor, Andrés Miotti. La Sierva de Dios, siempre afrontó
con ánimo juvenil las obras de caridad hasta el 7 de febrero de 1893,
tras una breve parálisis, pasó de este mundo al Padre, con
fama de santidad, para recibir el premio reservado a quienes ven, aman y
ayudan a Cristo en los pobres y los infelices.
Ella confesó en su vejez, que por muchos años
Dios le concedió la gracia de no apartarla nunca de la íntima
comunión con Él, de modo tal que, aunque estuviese llena de
ocupaciones, entregada a la educación de las niñas, ocupada
en pláticas y o en asuntos de todo género, nunca se olvidó
de la presencia de Dios en ella. En efecto vivía en constante oración,
realmente digna del nombre con el que la llamaban sus hijas: "Rosario viviente".
La fama de santidad de la Sierva de Dios no se desvaneció
después de la muerte y finalmente, en 1940, por orden del obispo,
se instituyó en la Curia de Parma el proceso informativo sobre sus
escritos y el "no culto" de la Sierva de Dios, las actas se llevaron a Roma
para que allí sean estudiadas tal como señalan las normas.
El 15 de diciembre 1977, la Sagrada Congregación para
las Causas de los Santos presentó el informe al Sumo Pontífice
Pablo VI, quien ordenó publicar el decreto sobre las virtudes heroicas
de la Sierva de Dios, quien fue declarada Venerable.