VENERABLE ANA MARÍA FIORELLI LAPINI
1860 d.C.
15 de abril
Ana María nació
en Florencia, quinta de 11 hijos, el 27 de mayo de 1809, hija del barbero
José Fiorelli y de Rosalinda Pecorai. No habiendo podido ingresar
en una comunidad religiosa porque su pobreza no le permitía reunir
la dote necesaria, el 18 de febrero de 1833 se unió en matrimonio
con Juan Lapini, amigo de familia y compañero de infancia. La unión
no fue feliz, y Ana tuvo que sufrir por la vida disoluta del hombre, holgazán,
jugador, frecuentador de cantinas y blasfemo.
Cuando Juan, después de haberse convertido, murió
en 1842, ella, que tenía 35 años, se retiró a un modesto
barrio fuera de la puerta de San Miniato para vivir en pobreza. El 17 de
mayo de 1850, en la “Fantina”, una villa que le dieron los Scolopi, junto
con otras seis compañeras, delante del altar y de un fraile franciscano
de Monte alle Croci, se descalzó, cambió los vestidos seculares,
se hizo cortar la larga cabellera y tomó el hábito franciscano,
con el nombre de Sor Ana de las Sagradas Llagas. Nacía así
el Instituto de las “Pobres Hijas de las Sagradas Llagas (Estigmas) de San
Francisco de Asís”, llamadas Estigmatinas, para la educación
de la juventud. La Congregación, aprobada por la Santa Sede en forma
provisional el 25 de julio de 1855 y en forma definitiva el 19 de septiembre
de 1888, se extendió rápidamente. Sor Ana hizo su profesión
religiosa solemne en 1855 y cinco años después, el 15 de abril
de 1860, murió en el retiro mayor del Instituto llamado de Santa María
della Neve en el Pórtico de Florencia, donde recibió sepultura.
La vida de la Venerable Ana María Fiorelli Lapini estuvo
llena de numerosas experiencias: de joven temerosa de Dios, prometida, esposa
desdichada que ofreció la vida matrimonial como ofrenda por la conversión
de su esposo, luego viuda piadosa consagrada a Dios en la Orden franciscana
Seglar, finalmente fundadora de un Instituto Franciscano Regular. Una mujer
fuerte, una madre que supo engendrar espiritualmente muchas hijas para la
Iglesia. Decidida a dedicarse a Dios y al prójimo, no fue aceptada
en ningún instituto, porque no tenía la dote. Se empeña
entonces en fundar uno donde no sea necesaria la dote, poniendo inmediatamente
las bases franciscanas para una nueva familia religiosa. Comienza en la pobreza,
en la espiritualidad franciscana: pidiendo limosna para hacer el bien a los
demás, en el empeño de oración y de trabajo, con ideas
claras: “Sin amor por el prójimo, no es posible hacerse la ilusión
de amar a Dios”. En 2003 se promulgó el decreto de reconocimiento
de las virtudes heroicas de la venerable.