VENERABLE ANTONIO KOWALCZYK
1947 d.C.
10 de julio
Hermano Coadjutor, modelo
de obediencia y humildad (1866-1947). La tierra fértil de esta región
de Silesia no era suficiente para hacer vivir a la numerosa familia de Ignacio
y Lucía Zuraszek. Algunos de sus hijos tendrían que aprender
otro oficio. Antonio, el sexto de doce hijos, a penas tuvo la edad, fue enviado
a aprender el oficio en una fragua, no porque kowalczyk signifique herrero,
sino porque con ese oficio podría encontrar trabajo en la vecina Alemania.
El joven no era enviado al matadero. Antonio había aprendido en su
familia, desde que nació el 4 de junio de 1866, cuáles eran
los derechos de los padres y los de Dios.
El trabajo no lo es todo
En las fábricas
metalúrgicas de las ciudades industriales de Alemania del Norte, Antonio
comienza a forjar su carácter. A las provocaciones blasfemas e inmorales
de los demás obreros imbuidos de materialismo, Antonio replica con
su honradez y sus convicciones religiosas. Las molestias continuas le causan
una especie de nausea de la que quiere liberarse enseguida. Mientras caminaba
turbado a lo largo de una calle de Hamburgo, se pone de rodillas y exclama:
“Señor, Dios mío, yo creo que estás en el paraíso”.
Ha llegado la hora de cambiar de aires.
Intermedio
El tren que toma para
alejarse no se dirige hacia su tierra natal, sino hacia el Oeste de Alemania,
en la católica Colonia. Antes de buscar trabajo, va por dos veces
a rezar ante el sepulcro de Adolfo Kolping, fundador de una asociación
de obreros católicos. Al salir de la iglesia, se dirige hacia un barrio
situado en la periferia de la gran ciudad. Allí encuentra lo que buscaba:
una familia católica que lo acoge como a un hijo. El matrimonio Prummenbaum
no le dará sólo alojamiento, sino también un verdadero
ejemplo de honradez. Antonio les estará agradecido durante toda su
vida. En ese refugio de bondad y de fe, el joven encontrará aún
más. “¿Quieres ser misionero?”, le pregunta un día la
señora. “Pero yo no he estudiado... y además ya tengo veinticinco
años”, le responde. “¡No importa! Yo conozco unos misioneros
que necesitan hombres que se dediquen a los trabajos en la misión”.
Y la señora acompaña personalmente a Antonio hasta una casa
de los misioneros Oblatos de María Inmaculada, en la vecina Holanda.
El camino
Tras una breve visita
a su familia, el joven emprende, en una comunidad de misioneros que quieren
revivir la comunidad de Cristo y sus Apóstoles, el camino que iba
a llevarle lejos. Lejos no sólo geográficamente, sino también
en el camino de la virtud y del amor fraterno. La llegada del hermano Antonio
es una bendición. Un sujeto como él que sabe trabajar el hierro
y ocuparse de las máquinas, es un don del cielo. Lo que hace lo hace
bien, si bien de vez en cuando le recuerda a su superior que él sueña
con verdaderas misiones; pero se le despide entonces con un amable “¡ya
veremos!”. Llega una demanda urgente y con ella la oportunidad para el hermano
Antonio de embarcarse para ultramar, hacia las misiones del Noroeste canadiense.
Una para brutal
Llega por fin a un
territorio de misión. En una misión situada al norte de Edmonton,
los misioneros han abierto un colegio de muchachos confiado a unas religiosas
y un taller en el que una máquina de vapor mueve una serrería
que surte de madera para la construcción de las misiones situadas
más al norte. Apenas había transcurrido un año de trabajo,
cuando un brutal accidente, que le comporta la amputación del antebrazo
derecho, trunca aparentemente su tarea misionera. Pero el hermano Antonio
tiene en reserva, además de su oficio metalúrgico, una capacidad
poco común para atraer gracias especiales de Dios y el respeto de
su entorno.
Los frutos
Los responsables de
las misiones se dirigirán todavía al humilde y trabajador hermano
para la obra más importante de las misiones. En esa misma época
se abre en Edmonton un colegio para los jóvenes que aspiran a ser
misioneros. El hermano Antonio pasará ahí el resto de su vida
hasta la edad de ochenta y un años, dando ejemplo admirable de trabajo
constante y humilde, y sobre todo un vida totalmente consagrada a servir
con amor y a la búsqueda constante de Dios. Se encarga de la calefacción
de la casa durante el invierno, se pone a disposición de las hermanas
de la cocina, cría las aves, limpia los cuartos de baño, cultiva
el huerto durante el verano; afila los patines de los muchachos, arregla
los bastones de hockey y está a disposición de los jóvenes
para una oración, una palabra de ánimo. Su mayor alegría
la encuentra en la perseverancia de los jóvenes. He aquí lo
que decía un antiguo alumno para describir lo que era este hombre:
“Aunque no venía
a nuestras aulas de clase, salvo en contadas ocasiones, incidía en
nuestras vidas de diferentes modos para ayudarnos a formar nuestro carácter.
Hablaba poco, usando casi siempre frases incompletas; se expresaba con gestos,
mediante una conducta ejemplar que no cesaba de decirnos: “¿Queréis
hacer lo que le agrada a Dios? He aquí cómo hacerlo de verdad”.