SAN APOLONIO Y FILEMÓN
287 d.C.
8 de marzo
San Apolonio era un diácono
de Antinoe de la Tebaida y Filemón era un músico y comediante,
que se había convertido al cristianismo gracias a Apolonio. Ambos
fueron arrestados durante la persecución de Diocleciano y comparecieron
ante el juez Arriano, que había condenado ya a los santos Asclas,
Timoteo, Pafnucio y algunos más. Tras de sufrir el interrogatorio
y la tortura, fueron enviados a Alejandría, donde otro juez les condenó
a muerte. Sus cadáveres fueron arrojados al mar. Las «Actas»
de estos mártires, tal como las popularizó en griego Metafrasto,
son muy extravagantes. Terminan, como todas las novelas del género,
con la conversión y el martirio de los jueces. Sin embargo, no es
imposible que el resto se base en hechos históricos, sobre todo teniendo
en cuenta que los cristianos menos fervorosos acostumbraban durante las persecuciones
pagar a algunos paganos para que ofreciesen sacrificios a los dioses y les
obtuviesen así el certificado de que habían cumplido con la
ley. La Iglesia obligaba a los «libellatici», como se llamaba
a esos cristianos, a hacer penitencia; pero no en todas partes se les consideraba
como apóstatas.
Según cuentan las «Actas», Apolonio, temeroso
de la tortura, fue a ver a un famoso músico y bailarín, llamado
Filemón, y le ofreció cuatro piezas de oro para que ofreciera
sacrificios en su lugar. Filemón aceptó, pero le pidió
que le prestase sus vestidos y su capa para disfrazarse. Así se presentó
al juez, el cual, después de haberle interrogado, le ordenó
que ofreciese el sacrificio. Pero en ese instante el Espíritu Santo
descendió sobre Filemón y éste, confesó la fe
cristiana. El juez discutió con él y al fin le dijo: «Hagamos
venir al músico Filemón; tal vez su agradable música
conseguirá hacer volver en sí a este loco». Como no pudiesen
encontrar a Filemón, los guardias arrestaron a su hermano Teonás,
quien le reconoció al punto. El juez pensó que se trataba de
una broma de Filemón, que era muy hábil en la comedia, pero
exigió de todos modos que cumpliese el mandato del emperador. Filemón
se negó rotundamente. Arriano le dijo que era una locura que pretendiese
ser cristiano, pues ni siquiera estaba bautizado. El músico se angustió
mucho al oír al juez; pero se puso en oración y Dios hizo descender
del cielo una nube con cuyas aguas quedó bautizado. Arriano trató
de tentarle por el orgullo profesional, diciéndole que su presencia
haría mucha falta en los próximos juegos y preguntándole
cómo podía sufrir que su flauta cayese en manos de músicos
ineptos. Filemón oró de nuevo y descendió del cielo
una lengua de fuego que consumió la flauta.
Entre tanto, los guardias habían arrestado a Apolonio,
quien compareció ante el tribunal, muy arrepentido de su cobardía
y proclamándose abiertamente cristiano. Como ambos santos se negasen
a ofrecer sacrificios, el juez les condenó a ser decapitados. Antes
de la ejecución, Filemón pidió a los soldados que trajesen
una gran olla, dentro de la cual ordenó que metiesen a un niño;
después indicó a los soldados que disparasen sus flechas contra
la olla. Así lo hicieron; pero, aunque las flechas atravesaron la
olla, el niño salió perfectamente ileso. Entonces Filemón
les explicó: «El cuerpo de un cristiano puede ser atravesado
por las flechas, como la olla; pero su alma queda intacta, como el niño».
Al oír esto, el juez ordenó a los soldados que disparasen sus
flechas contra Filemón, pero el músico levantó la mano
y las flechas quedaron suspendidas en el aire, excepto una, que fue a clavarse
en los ojos de Arriano. Pero el juez recobró milagrosamente la vista
más tarde, aplicándose a la herida un poco de tierra de la
tumba del mártir. Esto provocó su conversión y la de
los cuatro personajes de la corte que fueron a investigar el caso. Los cinco
fueron encerrados en sacos y arrojados al mar.