1. Su dignidad
Para poner de relieve la dignidad del apostolado al que la
Legión llama a sus miembros, así como la importancia que
este apostolado tiene para la Iglesia, no hallamos palabras más
categóricas que las siguientes y firmes declaraciones:
"Los cristianos seglares obtienen el derecho y la obligación del
apostolado por su unión con Cristo Cabeza. Ya que, insertos por
el bautismo en el Cuerpo místico de Cristo, robustecidos por la
Confirmación en la fortaleza del Espíritu Santo, son
destinados al apostolado por el mismo Señor. Se consagran como
sacerdocio real y gente santa (cf. 1 Pe 2, 4-10) para ofrecer hostias
espirituales por medio de todas sus obras, y para dar testimonio de
Cristo en todas las partes del mundo. La caridad, que es como el alma
de todo apostolado, se comunica y mantiene con los sacramentos, sobre
todo de la Eucaristía" (AA, 3).
"Ya Pío XII decía: "Los fieles, y más precisamente
los laicos, se encuentran en la línea más avanzada de la
vida de la Iglesia; por ellos la Iglesia es el principio vital de la
sociedad humana. Por tanto ellos, ellos especialmente, deben tener
conciencia, cada vez más clara, no sólo de
pertenecer a la Iglesia, sino de ser la Iglesia, es decir, la comunidad de
los fieles sobre la tierra bajo la guía del Jefe común,
el Papa, y de los obispos en comunión con él. Ellos son la Iglesia (...)""
(CL, 9).
"María
ejerce sobre el género humano una influencia moral que no
podemos definir mejor que comparándola con esas fuerzas
físicas de atracción, afinidad y cohesión, que, en
el orden de la naturaleza, unen los cuerpos y sus partes componentes
entre sí... Creemos haber demostrado que María ha tenido
parte en todas las grandes gestas que constituyen la vida de las
sociedades y su verdadera civilización" (Petitalot).
2. El
apostolado del laico es indispensable
Nos atrevemos a afirmar que el bienestar moral
de una población católica depende de que ésta
cuente con un buen núcleo de apóstoles, pertenecientes al
estado laical pero imbuidos de un espíritu sacerdotal; ellos
procurarán al sacerdote unos eficaces puntos de contacto con el
pueblo. Sin esta perfecta compenetración del sacerdote y el
pueblo no hay garantía de éxito, pues ambos se necesitan
mutuamente.
Ahora bien, el fundamento de todo apostolado
es un interés vivísimo por la Iglesia y por su
misión en la tierra; pero este interés no puede brotar
sino de la plena convicción de estar uno colaborando
positivamente con la misma Iglesia. Está claro que una
organización de apostolado es forjadora de apóstoles.
Lo cierto es que, donde no se cultiva
asiduamente el celo apostólico, se prepara el terreno para que
surja otra generación desprovista de todo interés por la
Iglesia, de toda conciencia de responsabilidad para con ella; y,
¿qué provecho puede salir de un catolicismo tan inmaduro?
¿Qué será de él cuando se perturbe algo su
calma? La historia nos enseña que el miedo llega a impulsar a
una grey tan cobarde como ésa al destrozo de sus mismos
pastores, o a que las ovejas se dejen devorar por la primera manada de
lobos que se presente. El cardenal Newman declara como un axioma: "En
todo tiempo los cristianos seglares han sido la medida del
espíritu católico".
"La
función principal de la Legión de María es
desarrollar en los seglares la conciencia de su vocación.
Nosotros, los seglares, corremos el peligro de identificar a la Iglesia
con el clero y los religiosos, a quienes Dios ha dado ciertamente lo
que nosotros llamamos, con demasiado exclusivismo, una vocación.
Inconscientemente, los demás estamos tentados a considerarnos
como del montón, como si esperáramos salvarnos observando
lo mínimo prescrito. Olvidamos que nuestro Señor llama a
cada una de sus ovejas por su nombre (Jn. 10, 3), y que -en palabras de
San Pablo, ausente físicamente, como nosotros, del Calvario- el Hijo de Dios me
amé a mí y se entregó por mí (Gál. 2, 20). Cada
uno de nosotros, aunque no sea más que un carpintero de aldea
-como lo fue Jesús mismo- o una humilde ama de casa como su
Madre-, tiene una vocación, es llamado individualmente por Dios
a darle su amor y su servicio, a hacer un trabajo particular que otros
tal vez puedan superar, pero que no pueden hacer en nuestro lugar.
Nadie, sino yo mismo, puede entregar a Dios mi corazón ni hacer
mi trabajo. Y es precisamente esta conciencia personal de la
religión la que fomenta la Legión. El socio ya no se
contenta con permanecer pasivo o satisfecho con las apariencias, tiene
que ser algo y hacer algo por Dios; la religión ya no es para
él un valor secundario, sino que llega a ser la
inspiración de toda su vida, por más rutinaria que
ésta sea, humanamente. Y esta convicción de la
vocación personal crea inevitablemente un espíritu
apostólico, el deseo de perpetuar la obra de Cristo, de ser otro
Cristo, de servirle en los más pequeñuelos de sus
hermanos. De esta manera la Legión viene a ser el sustitutivo
seglar de una orden religiosa, la traducción -en términos
de vida seglar- de la idea cristiana de la perfección, la
extensión del reino de Cristo en la vida seglar de hoy" (Alfredo
O'Rahilly).
3. La Legión y
el apostolado seglar
El apostolado como tantos otros grandes
principios- es por sí, en teoría, cosa fría y
abstracta, y por eso tiene el peligro de no llamar poderosamente la
atención de los laicos, y de que éstos no respondan al
alto destino que se les brinda, o -lo que es peor- de no creerse
capacitados para realizarlo; con el desastroso resultado de que los
seglares renuncien a todo esfuerzo por desempeñar el papel que
les corresponde de derecho, y como obligación urgente, en la
lucha que sostiene la Iglesia.
Mas oigamos a una autoridad competente en esta
materia, el cardenal Riberi, antiguo Delegado Apostólico para el
África misionera, y más tarde Internuncio en China: "La Legión de
María es el deber apostólico revestido de una forma tan
atractiva y seductora, tan palpitante de vida, que a todos cautiva;
obra en todo conforme a la mente de Pío XI, es decir, en
absoluta dependencia de la Virgen Madre de Dios; toma siempre como base
de reclutamiento -y aun como clave de potencia numérica- las
cualidades individuales del socio; está fortalecida y protegida
por abundante oración y sacrificio, y por la adhesión
rigurosa a un reglamento; y, en fin, colabora estrechamente con el
sacerdote. La Legión de María es un milagro de los
tiempos modernos".
La Legión profesa al sacerdote todo
el respeto y obediencia debidos a los legítimos superiores; es
más: como el apostolado legionario se apoya enteramente sobre el
hecho de ser la misa y los sacramentos los principales cauces por donde
fluye la gracia -cuyo ministro esencial es él-, y como todos los
esfuerzos y recursos de los legionarios deben encaminarse a repartir
este divino manjar entre las multitudes enfermas y hambrientas, se
deduce que el principio básico de la actuación legionaria
será necesariamente el llevar al sacerdote al pueblo, si no
siempre en persona -cosa imposible a veces-, por lo menos mediante su
influencia, y procurar la comprensión mutua entre el sacerdote y
el pueblo.
El apostolado de la Legión se reduce
esencialmente a esto. La Legión, aunque compuesta en casi su
totalidad de personas seglares, obrará inseparablemente unida
con sus sacerdotes, acaudillada por ellos, con absoluta identidad de
intereses entre ambos; y buscará con ardor completar los
esfuerzos del pastor y ensanchar su campo de acción en la vida
de sus feligreses, para que éstos, acogiéndole, reciban
al Señor que le envió.
Sí, os lo aseguro: quien recibe a uno cualquiera que yo
envíe, me recibe a mí, y quien me recibe a mí,
recibe al que me ha enviado (Jn.
13, 20).
4. El sacerdote y la
Legión
La idea del sacerdote rodeado de personas
deseosas de compartir con él sus trabajos está sancionada
por el ejemplo supremo de Jesucristo: Jesús se dispuso a
convertir al mundo rodeándose de un grupo de escogidos, a
quienes instruyó por sí mismo y comunicó su propio
espíritu.
Los apóstoles tomaron a pecho la
lección de su divino Maestro, y la pusieron en práctica
llamando a todos para que les ayudasen en la conquista de las almas
Dice el cardenal Pizzardo: "Bien puede ser que los forasteros que
llegaron a Roma (Hch. 2, 10) y oyeron predicar a los apóstoles
el día de Pentecostés, fueran los primeros en anunciar a
Jesucristo en Roma, echando así la semilla de la Iglesia Madre,
que poco después vinieron a fundar San Pedro y San Pablo de un
modo oficial".
"Lo cierto es que la primera difusión
del cristianismo en Roma misma fue obra del apostolado seglar.
¿Cómo pudo ser de otra manera? ¿Qué
hubiesen logrado los doce, perdidos como estaban en las inmensidades
del mundo, de no haber convocado a hombres y mujeres, a ancianos y
jóvenes, diciéndoles: "Llevamos aquí un tesoro
celestial ayudadnos a repartirlo?"" (Alocución de Pío XI).
Citadas las palabras de un Papa,
añadamos las de otro, para demostrar contundentemente que el
ejemplo de nuestro Señor y de los apóstoles respecto de
la conversión del mundo es la pauta que ha dado Dios a todos los
sacerdotes -alter Christus-, para que ellos obren de igual manera en el
limitado campo de acción de cada cual, ya sea parroquia o
distrito, ya sea una obra especializada.
"Hallándose cierto día el Papa
san Pío X entre un grupo de cardenales, les preguntó:
-¿Qué os parece lo
más urgente hoy para salvar a la sociedad?
-Edificar escuelas-, contestó uno.
-No, replicó el Papa.
-Multiplicar las iglesias-,
añadió otro.
-Tampoco.
-Reclutar más clero, dijo un
tercero.
-Ni eso siquiera -repuso el Papa-. No.
Lo más urgente ahora es tener en cada parroquia un núcleo
de seglares virtuosos, y, al mismo tiempo, ilustrados, esforzados y
verdaderos apóstoles.
Este santo Pontífice, al fin de su
vida, hizo estribar toda la salvación del mundo en la
formación que diera un clero celoso a los fieles entregados al
apostolado de la palabra, de la acción y, sobre todo, del
ejemplo. En las diócesis donde dicho Papa había
ejercitado el ministerio antes de subir a la Cátedra de San
Pedro, daba menos importancia al censo parroquial que a la lista de
católicos capaces de irradiar su fe con obras de apostolado.
Opinaba que se podrían formar almas escogidas en todas las
clases sociales, y por eso estimaba a sus sacerdotes según los
resultados que ellos, con su celo y talento, obtuviesen en este
particular" (Chautard, El
alma de todo apostolado, parte IV, 1 f).
"La tarea del pastor no se limita al cuidado
individual de sus fieles, sino que se extiende por derecho
también a la formación de una comunidad genuinamente
cristiana. Pero si ha de cultivarse adecuadamente el espíritu de
comunidad, éste ha de abarcar no sólo a la Iglesia local
sino a la Iglesia universal. Una comunidad local no debe fomentar
sólo el cuidado de sus fieles, sino que, imbuida de celo
misionero, debe preparar a todos los hombres el camino hacia Cristo.
Esa comunidad local, sin embargo, tiene especialmente bajo su cuidado a
los que están recibiendo instrucción en ese caminar hacia
Dios, y a los nuevos conversos, que deben ser formados gradualmente en
el conocimiento y práctica de la vida cristiana" (PO, 6).
"El
Dios hecho hombre se vio obligado a dejar sobre la tierra su Cuerpo
místico. De otro modo su obra hubiera terminado en el Calvario.
Su muerte habría merecido la redención para el
género humano; pero ¿cuántos hombres
habrían podido ganar el cielo, sin la Iglesia que les trajera la
vida de la cruz? Cristo se identifica con el sacerdote de una manera
particular. El sacerdote es como un corazón suplementario que
hace circular por las almas la sangre vital de la gracia sobrenatural.
Es pieza esencial dentro del sistema circulatorio espiritual del Cuerpo
místico. Si falla, el sistema queda congestionado, y aquellos
que de él dependen no reciben la vida que Cristo quiere que
reciban.
Cristo,
para desarrollar su misión, formó en torno a sí
mismo un cuerpo espiritual; el sacerdote ha de hacer lo mismo. Ha de
formar en tomo suyo miembros que sean uno con él. Si el
sacerdote no tiene miembros vivientes, formados por él, unidos
con él, su obra se reducirá a dimensiones irrisorias.
Estará aislado e incapacitado. No
puede el ojo decirle a la mano: "no me haces falta", ni la cabeza a los
pies: "no me hacéis falta" (1
Cor. 12, 21).
Si
Cristo, pues, ha constituido el Cuerpo místico como el principio
de su camino, su verdad y su vida para las almas, actúa lo mismo
mediante el nuevo Cristo: el sacerdote. Si éste no ejerce su
función hasta edificar plenamente el Cuerpo místico (Ef.
4, 12)- ahí edificar significa construir- la vida
divina entrará en las almas y saldrá de ellas con poco
provecho.
Es
más: el sacerdote mismo quedará empobrecido, debido a
que, aunque la misión de la cabeza es comunicar la vida al
cuerpo, no es menos verdad que la cabeza vive de la vida del cuerpo,
creciendo al par que crece éste y compartiendo sus flaquezas.
El
sacerdote que no comprenda esta ley de sabiduría sacerdotal,
pasará la vida ejercitando sólo una fracción de su
capacidad, siendo su verdadero destino en Cristo abarcar el horizonte"
(P. F. J. Ripley).
5. La Legión en la
parroquia
"En las actuales circunstancias los laicos
pueden hacer mucho y, por lo tanto, deberían hacer mucho por el
crecimiento de una auténtica comunión eclesial en sus
parroquias, con el fin de reavivar un espíritu verdaderamente
misionero, llamado a atraer a los no creyentes, y a los propios
creyentes que hayan abandonado la fe o en los que ha surgido la
apatía en su vida cristiana" (CL, 27).
Podrá verse cómo el crecimiento
de un auténtico espíritu de comunidad se verá
apoyado sin reservas fundando en ella la Legión de María.
A través de la Legión, el laico se acostumbra a trabajar
en la parroquia en estrecha colaboración con los sacerdotes y a
participar en responsabilidades pastorales. La regulación de las
diversas actividades parroquiales mediante reuniones semanales
regulares es una ventaja en sí misma. Sin embargo, es
todavía más importante que aquellos que participan en el
trabajo parroquial pertenezcan a la Legión, y que, por
consiguiente, posean una formación espiritual que les
ayudará a comprender que la parroquia es una comunidad
eucarística con un sistema metódico que les
permitirá llegar a cualquier persona de la parroquia, con el fin
de construir dicha comunidad. Algunas de las formas en las que el
apostolado legionario puede llevarse a cabo en la parroquia se
describen en el capítulo 37 (Sugerencias para los trabajos).
"Los
sacerdotes deben considerar el apostolado seglar como parte integral de
su ministerio, y los fieles como un deber de la vida cristiana"
(Pío XI).
6.
Frutos del espíritu legionario: idealismo y dinamismo en alto
grado
Si la Iglesia, para defender los fueros de la
verdad que se le ha confiado, se estancara en un rutinarismo de
precauciones y reparos, proyectaría sobre esa verdad sombras
siniestras; sobre todo a los ojos de la juventud, la cual se
habituaría a buscar en empresas puramente mundanas -y aun
irreligiosas- el entusiasmo por ideales prácticos que anhela su
corazón generoso. Se haría un daño incalculable, y
los efectos caerían como un castigo sobre las generaciones
futuras.
Aquí puede contribuir la Legión, trazando un programa de
iniciativas, esfuerzo y sacrificio; un programa tal, que logre cautivar
para la Iglesia estos dos términos: idealismo y dinamismo, haciéndolos
servidores de la verdad católica.
Según el historiador Lecky, el mundo
está regido por los ideales. Ahora bien, quien forja un ideal
superior, levanta a toda la humanidad, si ese ideal es -como se supone-
práctico, y bastante evidente como para que pueda servir de
reclamo. ¿Será temerario afirmar que los ideales
propuestos por la Legión reúnen estas dos condiciones?
Aun concediendo que de entre las filas
legionarias saldrán -para gozo y honor de la Legión-
numerosas vocaciones religiosas, se objetará que, fuera de esas
personas predilectas, no habrá nadie, en medio de tanto
egoísmo como reina en el mundo, dispuesto a echar sobre sus
hombros la pesada carga impuesta al socio de la Legión. Los que
así hablan se equivocan. Los muchos que se ofrezcan para un
servicio fácil, no tardarán en desertar de la
Legión, sin dejar huella de su presencia; pero esos pocos que
acuden a la voz de grandes y altas empresas perseverarán, y
poquito a poco su espíritu se comunicará a los muchos; y,
con el tiempo, se verificará el prodigio de conducir hasta la
santidad a multitudes enteras, que antes se habían negado aun a
llevar una vida meramente buena.
Un praesidium de la Legión viene a ser
en manos del sacerdote -o del religioso- como una máquina
potente en manos del mecánico: así como éste,
tocando registros y moviendo palancas, consigue una
multiplicación de fuerzas que antes parecía inconcebible,
de igual manera la hora y media empleada en la junta semanal,
dirigiendo, animando y sobrenaturalizando a los socios,
multiplicará al sacerdote -o al religioso-, haciéndole
estar presente en todas partes, oyéndolo todo, influyendo en
todos; en fin, rebasando los estrechos límites de su
personalidad física en el ejercicio de su ministerio pastoral.
Ciertamente no parece posible explotar mejor el celo que
empleándolo en la dirección de uno o varios praesidia.
Los legionarios podrán ser de suyo
humildes -como el cayado, el zurrón y los guijarros del pastor-,
pero con ellos, transformados por María en instrumentos del
cielo, saldrá el sacerdote como otro David, con certeza de
victoria, al encuentro del más temible Goliat: la incredulidad y
el pecado.
"No
será la fuerza material, sino una fuerza moral, la que defienda
la justicia de vuestra causa y os dé la victoria segura. No son
los gigantes quienes más hacen. Muy pequeña era la Tierra
Santa y, sin embargo, cautivó al mundo entero. Muy reducida
Ática, y ha moldeado el pensamiento de la humanidad.
Moisés no era más que uno solo. Elías, uno solo; y
también David, Pablo, Atanasio y el Papa León. Es que la
gracia obra mediante los pocos. El cielo escoge por instrumentos la
clara visión, el firme convencimiento y la determinación
indomable de los pocos; se sirve de la sangre del mártir, de la
oración del santo, del acto heroico, de la crisis
momentánea, de la energía concentrada en una palabra o en
una mirada. No temáis, pequeña grey, porque en medio de
vosotros está Aquel que todo lo puede, y hará por
vosotros grandes cosas" (Cardenal Newman, Estado actual de los
católicos).
7.
Formación a base del sistema de maestro y aprendiz
Es muy corriente la opinión de que los
apóstoles se forman principalmente escuchando conferencias y
estudiando libros de texto. La Legión, en cambio, cree que la
formación se hace imposible si no va acompañada de
trabajo práctico; es más: hablar de apostolado y no
practicarlo puede ser contraproducente, por razón de que, al
discutir cómo debiera hacerse un trabajo, hay que exponer sus
dificultades, y también señalar un ideal y un nivel de
ejecución muy elevados; pero hablar a principiantes de esta
manera, sin demostrarles al mismo tiempo, mediante la práctica,
que tal trabajo está a sus alcances y hasta es fácil, no
servirá más que para asustarles y hacerles desistir.
Además, el sistema de conferencias tiende a producir
teóricos y apóstoles que piensan convertir al mundo
mediante la inteligencia. Éstos tendrán pocas ganas de
darse a los oficios humildes y al arduo mantenimiento de contactos
personales, de los que sin duda depende todo, y que el legionario
-permítasenos decirlo- tan gustosamente acepta.
El concepto legionario de la formación
es el método ideal, empleado -según parece, sin
excepción- por todas las artes y profesiones. En vez de largas
conferencias, el maestro coloca el trabajo ante los ojos del aprendiz,
y con demostraciones prácticas le indica cómo debe
hacerse, comentando los varios aspectos del trabajo conforme avanza.
Luego el aprendiz se pone a trabajar, y el maestro le va corrigiendo.
De este método sale pronto e infaliblemente el artífice
adiestrado. Así que toda conferencia debe basarse en el trabajo
mismo; cada palabra tiene que estar vinculada a una acción. Si
no, poco fruto podrá producir, y tal vez ni siquiera se
recordará. Es curioso cuán poco recuerdan de una
conferencia aun los estudiantes más asiduos.
Otra reflexión: si se propone el
método de conferencias como medio de iniciación en un
grupo apostólico, pocos se presentarán para la
admisión. La mayoría, después de salir de la
escuela, están resueltos a no volver a ella. Especialmente a las
personas más sencillas les da miedo el pensar que tendrán
que volver a una especie de clase, aunque sea de cosas buenas. Y de
ahí que los sistemas de estudio de apostolado no logran suscitar
un atractivo popular. Pero la Legión se basa en principios
más sencillos y, a la vez, más psicológicos. Sus
miembros dicen a otras personas: "Venid y trabajemos juntos". A los que
aceptan, no se les lleva a una escuela; se les ofrece un trabajo que
está haciendo ya uno como de ellos. Por tanto, ya saben que el
trabajo está a su alcance, y se prestan gustosamente a ingresar
en la asociación. Y, una vez dentro, ven cómo se hace el
trabajo, toman parte en él -mediante los informes y comentarios
que oyen sobre dicho trabajo-, aprenden el mejor método de
realizarlo; y, así, no tardan en adquirir maestría.
"Algunas veces se le achaca a la Legión
la falta de experiencia de sus miembros, o el no insistir en que
éstos dediquen largos períodos al estudio y aprendizaje.
Quede, pues, claro:
a) que la Legión utiliza
sistemáticamente la cooperación de sus miembros mejor
pertrechados;
b) que, si bien no insiste sobre la
importancia extrema del estudio, se ingenia todo lo posible en
capacitar y adaptar a cada uno para su apostolado particular;
c) que la finalidad principal de la
Legión es proporcionar una estructura, desde la cual pueda
invitar así al católico ordinario... "Ven, deposita el
óbolo de tu talento; nosotros te enseñaremos a
desarrollarlo y a usarlo, a través de María, para la
gloria de Dios". Pues no hay que olvidar que la Legión es tanto
para los humildes y menos privilegiados como para los doctos y
más dotados" (P. Tomás P O'Flynn, C.M., antiguo director
espiritual del Concilium Legionis Mariae).