BEATA LAURA DE SANTA CATALINA DE SIENA
1949 d.C.
21 de octubre
La Beata Laura de Santa Catalina
de Siena (Madre Laura Montoya Upegui), estando en la Basílica de San
Pedro en el mes de noviembre del año 1930, después de una viva
oración eucarística escribe: «Tuve fuerte deseo de tener
tres largas vidas: La una para dedicarla a la adoración, la otra para
pasarla en las humillaciones y la tercera para las misiones; pero al ofrecerle
al Señor estos imposibles deseos, me pareció demasiado poco
una vida para las misiones y le ofrecí el deseo de tener un millón
de vidas para sacrificarlas en las misiones entre infieles! Mas, ¡he
quedado muy triste! y le he repetido mucho al Señor de mi alma esta
saetilla: ¡Ay! Que yo me muero al ver que nada soy y que te quiero!».
Esta gran mujer que así escribe, la Madre Laura Montoya,
maestra de misión en América Latina, servidora de la verdad
y de la luz del Evangelio, nació en Jericó, Antioquia, pequeña
población colombiana, el 26 de Mayo de 1874, en el hogar de Juan de
la Cruz Montoya y Dolores Upegui, una familia profundamente cristiana. Recibió
las aguas regeneradoras del Bautismo cuatro horas después de su nacimiento.
El sacerdote le dio el nombre de María Laura de Jesús. Dos años
tenía Laura cuando su padre fue asesinado, en cruenta guerra fratricida
por defender la religión y la patria. Dejó a su esposa y sus
tres hijos en orfandad y dura pobreza, a causa de la confiscación de
los bienes por parte de sus enemigos. De labios de su madre, Laura aprendió
a perdonar y a fortalecer su carácter con cristianos sentimientos.
Desde sus primeros años, su vida fue de incomprensiones
y dolores. Supo lo que es sufrir como pobre huérfana, mendigando cariño
entre sus mismos familiares. Aceptando con amor el sacrificio, fue dominando
las dificultades del camino. La acción del Espíritu de Dios
y la lectura espiritual especialmente de la Sagrada Escritura, la llevaron
por los caminos de la oración contemplativa, penitencia y el deseo
de hacerse religiosa en el claustro carmelitano. Tenía sed de Dios
y quería ir a El “como bala de cañón ”.
Esta mujer admirable crece sin estudios, por las dificultades
de pobreza e itinerancia a causa de su orfandad, hasta la edad de 16 años
cuando ingresa en la Normal de Institutoras de Medellín, para ser maestra
elemental y de esta manera ganarse el sustento diario. Sin embargo, llega
a ser una erudita en su tiempo, una pedagoga connotada, formadora de cristianas
generaciones, escritora castiza de alto vuelo y sabroso estilo, mística
profunda por su experiencia de oración contemplativa.
En 1914, apoyada por monseñor Maximiliano Crespo, obispo
de Santa Fe de Antioquia, funda una familia religiosa: Las Misioneras de María
Inmaculada y Santa Catalina de Siena, obra religiosa que rompe moldes y estructuras
insuficientes para llevar a cabo su ideal misionero según lo expresa
en su Autobiografía: Necesitaba mujeres intrépidas, valientes,
inflamadas en el amor de Dios, que pudieran asimilar su vida a la de los
pobres habitantes de la selva, para levantarlos hacia Dios
Su profesión de maestra la llevó por varias poblaciones
de Antioquia y luego al Colegio de La Inmaculada en Medellín. En su
magisterio no se contenta con el saber humano sino que expone magistralmente
la doctrina del Evangelio. Forma con la palabra y el ejemplo el corazón
de sus discípulas, en el amor a la Eucaristía y en los valores
cristianos. En un momento de su trayectoria como maestra, se siente llamada
a realizar lo que ella llamaba “la Obra de los indios”: En 1907 estando en
la población de Marinilla, escribe: “me vi en Dios y como que me arropaba
con su paternidad haciéndome madre, del modo más intenso, de
los infieles. Me dolían como verdaderos hijos”. Este fuego de amor
la impulsa a un trabajo heroico al servicio de los indígenas de las
selvas de América.
Busca recursos humanos, fomenta el celo misionero entre sus
discípulas, escoge cinco compañeras a quienes prende el fuego
apostólico de su propia alma. Aceptando de antemano los sacrificios,
humillaciones, pruebas y contradicciones que se ven venir, acompañadas
por su madre Doloritas Upegui, el grupo de “Misioneras catequistas de los
indios” sale de Medellín hacia Dabeiba el 5 de Mayo de 1914. Parten
hacia lo desconocido, para abrirse paso en la tupida selva. Van, no con la
fuerza de las armas, sino con la debilidad femenina apoyada en el Crucifijo
y sostenida por un gran amor a María la Madre y Maestra de esta Obra
misionera. “Ella, la Señora Inmaculada me atrajo de tal modo, que ya
me es imposible pensar siquiera en que no sea Ella como el centro de mi vida”.
La celda carmelitana, objeto de sus ansias en el tiempo de su juventud, le
pareció demasiado fría ante aquellas selvas pobladas de seres
humanos sumidos en la infidelidad, pero amados tiernamente por Dios. “Siento
la suprema impotencia de mi nada y el supremo dolor de verte desconocido,
como un peso que me agobia”.
Comprende la dignidad humana y la vocación divina del
indígena. Quiere insertarse en su cultura, vivir como ellos en pobreza,
sencillez y humildad y de esta manera derribar el muro de discriminación
racial que mantenían algunos líderes civiles y religiosos de
su tiempo. La solidez de su virtud fue probada y purificada por la incomprensión
y el desprecio de los que la rodeaban, por los prejuicios y las acusaciones
de algunos prelados de la iglesia que no comprendieron en su momento, aquel
estilo de ser “religiosas cabras”, según su expresión, llevadas
por el anhelo de extender la fe y el conocimiento de Dios hasta los más
remotos e inaccesibles lugares, brindando una catequesis vivencial del Evangelio.
Su Obra misionera rompió esquemas, para lanzar a la mujer como misionera
en la vanguardia de la evangelización en América latina. El
quemante “SITIO”- Tengo sed- de Cristo en la Cruz , la impulsa a saciar esta
sed del crucificado :”¡Cuánta sed tengo! ¡Sed de saciar
la vuestra Señor! Al comulgar nos hemos juntado dos sedientos: Vos
de la gloria de vuestro Padre y yo de la de vuestro corazón Eucarístico!
Vos de venir a mí, y yo de ir a Vos”
Mujer de avanzada, elige como celda la selva enmarañada
y como sagrario la naturaleza andina, los bosques y cañadas, la exuberante
vegetación en donde encuentra a Dios. Escribe a las Hermanas: ”No tienen
sagrario pero tienen naturaleza; aunque la presencia de Dios es distinta,
en las dos partes está y el amor debe saber buscarlo y hallarlo en
donde quiera que se encuentre.”
Redacta para ellas las “Voces Místicas”, inspirada en
la contemplación de la naturaleza, y otros libros como el Directorio
o guía de perfección, que ayudan a las Hermanas a vivir en armonía
entre la vida apostólica y la contemplativa. Su Autobiografía
es su obra cumbre, libro de confidencias íntimas, experiencia de sus
angustias, desolaciones e ideales, vibraciones de su alma al contacto con
la divinidad, vivencias de su lucha titánica por llevar a cabo su vocación
misionera. Allí muestra su “pedagogía del amor”, pedagogía
acomodada a la mente del indígena, que le permite adentrarse en la
cultura y el corazón del indio y del negro de nuestro continente.
La Madre Laura centra su Eclesiología en el amor y la
obediencia a la Iglesia. Vive para la Iglesia a quien ama entrañablemente,
y para extender sus fronteras no mide dificultades, sacrificios, humillaciones
y calumnias.
Esta infatigable misionera, pasó nueve años en
silla de ruedas sin dejar su apostolado de la palabra y de la pluma. Después
de una larga y penosa agonía, murió en Medellín el 21
de octubre de 1949. A su muerte dejó extendida su Congregación
de Misioneras en 90 casas distribuidas en tres países, con un número
de 467 religiosas. En la actualidad las Misioneras trabajan en 19 países
distribuidas en América, África y Europa.
Por todo lo que vivió hizo y significo la Madre Laura
en su época y por todo lo que seguirá significando para la sociedad,
la Congregación y la Iglesia, hoy la Congregación por ella
fundada se llena de alegría al ver concretizado y culminado su proceso
de Beatificación, abierto el 4 de julio de 1963, en la capilla de
la Curia Arquidiocesana de Medellín, en el cual se nombró el
tribunal eclesiástico para buscar diligentemente los escritos de la
Sierva de Dios Laura Montoya Upegui, instruir el proceso informativo sobre
su fama de santidad, virtudes en general y posibles milagros realizados por
la Sierva de Dios. Hoy este proceso que duro cuarenta años ha llegado
a su culminación, cuando en Roma el pasado 7 de julio, en la sala Clementina,
SS. Juan Pablo II, en presencia de los miembros de la Congregación
para las Causas de los Santos y de los Postuladores de las respectivas causas,
promulgo el decreto de beatificación de la Madre Laura Montoya Upegui.