BEATA MARÍA DE LA CABEZA
1175 d.C.
9 de septiembre
Sus padres, piadosos y honestos,
pertenecían al grupo de los llamados mozárabes. Fue esposa de
san Isidro Labrador. No es fácil decir con qué santidad y trabajos
llevó su vida de mujer casada. Sus ocupaciones eran arreglar la casa,
limpiarla, guisar la comida, hacer el pan con sus propias manos, todo tan
sencillo que lo único que brillaba en su vida eran la humildad, la
paciencia, la devoción, la austeridad y otras virtudes, con las cuales
era rica a los ojos de Dios. Con su marido era muy servicial y atenta. Vivían
tan unidos como si fueran dos en una sola carne, un solo corazón y
un alma única. Le ayudaba en los quehaceres rústicos, en trabajar
las hortalizas, y en hacer pozos no menos que en el oficio de la caridad,
sin abandonar nunca su continua oración.
Como ambos esposos no tenían mayor ilusión que
llevar una vida pura y fervorosamente dedicada a Dios, un día se puso
de acuerdo para separarse, después de criar su único hijo, quedándose
él en Madrid, y ella marchándose a una ermita, situada en un
lugar próximo al río Jarama.
Su nuevo género de vida solitaria, casi celeste, consistía
en obsequiar a la Virgen, hacer largas y profundas meditaciones, teniendo
a Dios como maestro, limpiar la suciedad de la capilla, adornar los altares,
pedir por los pueblos vecinos ayuda para cuidar la lámpara, y otros
menesteres.
San Isidro con sus propios ojos vio que su mujer, como de costumbre,
con la mayor naturalidad, se acercó al río, que, aquel día
bajaba lleno de agua, por las lluvias abundantes caídas y, con mucho
ímpetu extendió su mantilla sobre la corriente y, como si fuera
una barquilla, pasó tranquilamente a la otra orilla, sin dificultad
alguna.
En los últimos años de su vida regresó
a Madrid y de nuevo empezó a vivir con la admirable vida santa de antes.
Después de morir su marido, volvió a su querida casa de la
Virgen, como si fuera una ciudad bien defendida por Dios. En este lugar murió,
llena de años y méritos. Presente una gran concurrencia de
gentes de aquellos pueblos, fue enterrada piadosa y religiosamente en la
misma ermita, en un lugar, especialmente escogido por miedo a una posible
profanación de los sarracenos.
Cuando éstos fueron expulsados a sus tierras africanas,
vigente todavía el ejemplo de la vida santa de esta mujer, fueron localizados
sus restos, gracias a una inspiración del cielo. Al sacarlos, todos
advirtieron un olor especialmente agradable, nunca percibido. Hoy sus restos
se veneran en Madrid. Muchos aseguran que hace incontables milagros, principalmente
curaciones repentinas de dolores de cabeza.
Todas esas circunstancias, examinadas por jueces apostólicos,
hicieron que Inocencio XII aprobara su culto inmemorial y que últimamente
Benedicto XIV le concediera Misa y Oficio propio, asignando la fiesta para
un día de mayo en Madrid y en toda la diócesis toledana.
Las tradiciones orales de Madrid sitúan su casa en los
arrabales mozárabes de san Andrés, (donde hoy se levanta el
Museo de san Isidro). Allí se muestra el pozo donde cayera su hijo.
Ante una persecución almorávide, que deportaba a los cristianos
a Fez y Mequinez, el matrimonio huye de la Villa. A su vuelta, se cuenta de
ella cómo trabajaba junto con su marido en las tierras allende el
río hacia los Carabancheles, en el lugar donde Isidro hizo brotar un
manantial en un lugar completamente seco y árido.
De esta fuente relata la Bula de canonización de san
Isidro que hay que reconocer en ella el poder divino, puesto que Dios, por
intercesión de san Isidro, hace continuos prodigios con los enfermos
que se acercan a ella. Sobre ella, se levantó la Ermita, que inmortalizara
Goya.
El Papa Inocencio XII, confirmando y aprobando el culto inmemorial
dado a la sierva de Dios, por la Bula Apostolicae servitutis officium del
11 de agosto de 1697, inscribe su nombre en el santoral. El 15 de abril de
1752, por decreto de Benedicto XIV, se concede en su honor Oficio y Misa (culto
confirmado).