BEATO BENIGNO PRIETO DEL POZO
1936 d.C.
16 de agosto



   Benigno Prieto del Pozo nació en Salce (León) el 15 de noviembre de 1906. La condición económica de la familia era modesta, pero grande su religiosidad, especialmente la del padre, labrador y aserrador-carpintero, que asistía diariamente a misa. Benigno pasó su infancia alternando la escuela con el cuidado del ganado familiar. Era aplicado, fervoroso, le gustaba dar limosna y reprendía a los que hablaban mal.

   Sobre la base de su inclinación religiosa, su vocación fue fruto de la educación cristiana del hogar, de las cartas de una tía suya, religiosa, y del ejemplo de un hermano suyo, que ingresó en el seminario franciscano de Belmonte (Cuenca). Al año siguiente, 1918, Benigno se le unía y cursó el primero de humanidades en dicho seminario; los tres restantes, en el de Alcázar de San Juan (Ciudad Real). Tomó el hábito franciscano el 7 de abril de 1922 en el convento de Arenas de San Pedro (Ávila), en donde hizo su profesión temporal el 8 de abril de 1923. Cursó los tres años de filosofía en el convento de Pastrana (Guadalajara), aunque hubo de interrumpirlos un tiempo por una enfermedad de la que nunca curó del todo. Los cuatro cursos de teología los estudió en el convento de Consuegra (Toledo), en donde emitió su profesión solemne el 26 de noviembre de 1927. El 20 de diciembre de 1930 fue ordenado sacerdote.

   De 1931 a 1934 fue profesor de estudiantes profesos en Pastrana, impartiendo diversas materias de humanidades y filosofía. Por un tiempo, fue asistente de la Orden Franciscana Seglar. Colaboró en la revista Cruzada Seráfica con varios artículos sobre la doctrina social de la Iglesia. Desde 1934 hasta su muerte fue profesor y maestro de disciplina del teologado de Consuegra. En ese cargo tuvo que soportar burlas y faltas de respeto de algunos de los estudiantes, que no aceptaban la corrección, a lo que supo sobreponerse y encontrar remedio.

   Sus cualidades intelectuales y su aplicación al estudio le hacían obtener buenas calificaciones. Era austero, piadoso y prudente, enemigo de murmuraciones y partidismos, de admirable paciencia en la enfermedad de fístula tuberculosa que padeció los trece últimos años de su vida. Como profesor y educador, dio ejemplo de entrega al trabajo, de equidad en el trato y en las calificaciones y de interés por el bien espiritual de los seminaristas, a los que sabía alentar y estimular. Aunque su labor educativa no le dejó mucho tiempo para el apostolado sacerdotal, no descuidó la predicación y fue asiduo al confesonario. Era acertado en aconsejar, sabía infundir paz e inculcaba mucho el respeto y amor al prójimo y el vivir de cara a la eternidad.

   En los días de prisión dejó bien impreso en los testigos su espíritu de prudencia, de oración, de fortaleza y su solicitud por sus discípulos. Fue asesinado en Fuente el Fresno (Ciudad Real) con 19 hermanos de comunidad el 16 de agosto de 1936.

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(Samuel Miranda)