SAN BRAULIO DE ZARAGOZA
651 d.C.
18 de marzo
Uno de los más prometedores
alumnos del colegio fundado en Sevilla por san Isidoro fue un muchacho de
noble cuna llamado Braulio, que llegó a ser un estudiante tan sobresaliente,
que Isidoro lo consideraba más como amigo que como alumno y acostumbraba
enviarle sus propios escritos para que los corrigiera y revisara. Braulio
se preparó para el sacerdocio, recibió la ordenación
y en el 631, cuando la sede en la ciudad de Zaragoza quedó vacante
al morir su hermano, el obispo Juan, los prelados de las diócesis
circunvecinas se reunieron para elegir un sucesor y su elección recayó
en Braulio. Se dice que fueron ayudados en su elección por la aparición
de un globo de fuego que descansó sobre su cabeza, mientras una voz
pronunciaba estas palabras: «Este es mi siervo a quien yo he escogido
y en quien descansa mi espíritu». Como pastor, San Braulio trabajó
celosamente para enseñar y alentar a su grey y, al mismo tiempo, para
estirpar la herejía arriana que continuaba floreciendo, aún
después de la conversión del rey Recaredo. Se mantuvo en estrecho
contacto con san Isidoro, a quien ayudó en su tarea de restaurar el
orden de la Iglesia y regularizar la disciplina eclesiástica. Una
pequeña parte de la correspondencia entre los santos se ha conservado
hasta nuestros días.
Tan grande era la elocuencia de san Braulio y su poder de persuasión,
que algunos de sus oyentes aseguraban haber visto al Espíritu Santo
en forma de paloma, descansar en su hombro y comunicarle al oído la
doctrina que él predicaba a la gente. Tomó parte en el cuarto
Concilio de Toledo, que fue presidido por su amigo y maestro san Isidoro
y también intervino en el quinto y el sexto. Este último concilio
le encomendó escribir una respuesta al papa Honorio I, quien había
acusado a los obispos españoles de negligencia en el cumplimiento
de sus deberes. Su defensa fue digna y convincente.
Los deberes del buen obispo no le impidieron su constante ministerio
en su iglesia catedral y en la de Nuestra Señora del Pilar, donde
pasaba muchas horas del día y de la noche en oración. Aborrecía
toda clase de lujo: sus ropas eran ásperas y sencillas, su comida
simple y su vida austera. Siendo un elocuente predicador y agudo conversador,
convencía por la fuerza de sus argumentos y su absoluta sinceridad.
Su generosidad para con los pobres fue solamente igualada por el tierno cuidado
que tenía de su rebaño. Los últimos días de su
vida fueron ensombrecidos por la pérdida gradual de la vista; prueba
muy dura para cualquiera, pero en especial para un hombre tan aficionado
a los libros. Al aproximarse su fin, él se dio cuenta y, el último
día de su vida lo pasó recitando los salmos. Según una
leyenda, que sin embargo parece ser relativamente moderna, una música
celestial resonó en la cámara mortuoria y se oyó una
voz que decía: «Levántate, amigo mío, y ven conmigo».
El santo, como despertando de un sueño, replicó con su último
aliento: «Voy, Señor, estoy listo».
De los escritos de san Braulio tenemos la «Vida de San
Emiliano», con un poema en su honor, cuarenta y cuatro cartas que fueron
descubiertas en León, en el siglo XVIII, y que arrojaron gran luz
sobre la España visigótica, así como un elogio de san
Isidoro y un catálogo de sus obras. Se dice que completó algunos
escritos que san Isidoro dejó sin terminar y es, casi con certeza,
el autor de las Actas de los Mártires de Zaragoza. San Braulio es
el santo patrón de Aragón y uno de los más famosos santos
españoles.