CANON BIBLICO
¿Qué es el canon bíblico?
Canon quiere decir «medida». Entonces, el canon
bíblico es la lista de los libros sagrados, que son la norma o regla
de la fe. Una vez que se empezaron a poner por escrito las «tradiciones»
presentes en la Iglesia primitiva (2Tes 2,15), pronto algunos de esos escritos
empezaron a ser considerados como «sagrados», igual que las Escrituras
del Antiguo Testamento. Las Cartas de San Pablo fueron los primeros escritos,
que fueron considerados como «sagrados» (2Pe 3,16). Siguieron
los Evangelios y otros más.
Distintas listas
Entre las primeras comunidades cristianas había muchísimos
escritos. La selección para formar el Nuevo Testamento fue una larga
tarea, obra de la Iglesia primitiva. Algunos escritos, durante mucho tiempo
y en varias comunidades, fueron leídos con veneración y considerados
sagrados, pero después fueron descartados. Algunos son más
antiguos que varios escritos que hoy se encuentran en el Nuevo Testamento,
por ejemplo la Didajé, el Pastor de Hermas y la Carta a Bernabé.
Junto a estos escritos serios y respetables, hubo otros, llenos
de imaginación y de detalles sobre la vida de Cristo, que pronto los
desechó la Iglesia. Son los que hoy llamamos Apócrifos. Nunca
los consideró la Iglesia útiles para la vida de la fe, sino
fruto de la curiosidad o intentos por quitarle lo difícil al camino
de la fe.
Hubo otros escritos, producto de sectas, que querían
fundamentar en Cristo sus carencias; por ejemplo, la prohibición de
comer carne, su visión de las relaciones matrimoniales como pecaminosas,
su menosprecio de lo carnal y material, etc. A esos escritos las comunidades
cristianas les cerraron las puertas, porque veían que no coincidían
en nada con las enseñanzas recibidas en las comunidades de origen
apostólico.
Es hasta fines del siglo II cuando aparecen las listas de los
libros considerados sagrados, por ejemplo en el famoso fragmento Muratori.
Hay un papiro, llamado Egerton, de mediados del siglo II, que contiene cuatro
episodios o secciones. La primera y la última no se encuentran, ni
en forma parecida, en ninguno de nuestros evangelios. Las de en medio son
una mezcla de material del Evangelio de San Juan y de los tres primeros evangelios.
Este hecho nos indica que al juntar este material, al menos este recopilador
desconocido juzgaba de igual valor el material de nuestros evangelios y esos
dichos o escritos de origen desconocido, o sea que no pensaba únicamente
en cuatro evangelios o sea que no tenían éstos el valor sagrado
exclusivo que ahora les damos.
Hay varios finales del Evangelio de San Marcos. Uno de ellos
termina en el versículo 8 del capítulo 16. De hecho, los versículos
que siguen del 9 al 20 faltan en los importantísimos códices
Sinaítico y Vaticano, ambos del S. IV. Ya a principios de este siglo,
el famoso historiador de la Iglesia, Eusebio, decía que estos últimos
versículos no eran de San Marcos. De hecho ni el estilo, ni el vocabulario,
ni la mentalidad son las del resto del evangelio. Además del final
actual hay otros dos finales, en el del códice Freer, del siglo IV,
y el del códice L y el Psi.
¿Esto quiere decir que los que no conocieron este final largo fueron
menos fieles a Jesucristo que nosotros? Ciertamente que no.
San Ireneo, Obispo de Lyón (hoy Francia) a fines del siglo II reconoce
como libros Sagrados de la Iglesia a sólo 22.
Orígenes, el gran Teólogo egipcio del siglo III, duda del carácter
Sagrado de la 2a. carta de San Pedro.
El Fragmento Muratori, según unos de fines del siglo II, según
otros del siglo IV, no incluye en la lista las cartas de Santiago, y la 1a.
y la 2a. de San Pedro.
Eusebio de Cesarea no está seguro de que toda la Iglesia acepte como
Sagradas las Cartas de Santiago y de Judas.
San Efrén, quien vivió del año 320 al 373,
apoyándose en el criterio de la Iglesia siria, sólo considera
como escritos del Nuevo Testamento 17 libros, entre ellos, la 3a. a Corintios,
el Diatesarón y no cada uno de nuestros evangelios.
San Jerónimo, como toda la Iglesia en Italia, reconoce
como canónicos, es decir parte del canon o sea norma de nuestra fe,
sólo 22 libros de los que hoy forman el Nuevo Testamento.
Hacia el 350, San Cirilo de Jerusalén, y con él toda su comunidad,
no aceptaba el Apocalipsis de Juan como libro Sagrado. Tampoco lo aceptaban,
entre otros, San Gregorio Nacianceno y toda la Iglesia de Siria.
Muy entrado el siglo IV la carta a los Hebreos no era aceptada,
ni por las comunidades cristianas de lo que ahora es Túnez y Argelia,
ni por las de Italia.
La carta de Santiago encuentra aceptación en la Iglesia
de lengua latina sólo hasta fines del siglo IV, gracias a la influencia
espiritual de San Agustín y San Jerónimo.
Lista definitiva
Por fin el Papa San Dámaso, consciente de su responsabilidad
y autoridad en asuntos de tanta importancia para la fe, convocó un
Sínodo en Roma el año 382 d.C., y estableció la lista
definitiva y oficial de los libros sagrados del Antiguo y del Nuevo Testamento,
formando «La Biblia» (en griego «Tha Biblia» = «Los
libros»).
Poco después el Concilio III de Hipona (agosto del año
393 d.C.) y el Concilio de Cartago (octubre del año 397 d.C.), aceptaron
y convalidaron las decisiones del Sínodo Romano con relación
al Canon definitivo de la Biblia. Desde entonces el Canon Bíblico
quedó cerrado para siempre y fue aceptado por toda la Iglesia. De
hecho tenemos un documento del Papa Inocencia I del año 405 d.C.,
en que se recomienda a Exuperio, Obispo de Tolosa (Francia), el canon que
poco antes había sido aprobado.