SAN CARLOS LWANGA
1886 d.C.
3 de junio
Nacido hacia 1860 en Buddu
(Singo), Carlos pertenecía al clan Ngabi. Se crió en Kalokero
y, a los 18 años, se fue a vivir con su tío Mawulungulu,
jefe de Kyato. Mutagwanya, entró al servicio de Mutesa en 1878 y le
habló de la nueva doctrina enseñada por los misioneros católicos
franceses. Dos años más tarde su tío Mawulungulu fue
nombrado jefe de Nakweya y fue a dar gracias al rey por esta promoción.
Su joven sobrino lo acompañó en esta ocación.
De este modo Lwanga tuvo noticia de los misioneros católicos.
Un día decidió acompañar a Semugoma, otro de sus amigos,
en su viaje a la capital para ver a los misioneros. Pasaron allí varios
días, asistiendo al catecismo y cuando regresaron a Nakweya enseñaron
a sus compañeros todo lo que habían aprendido.
Entró a formar parte de la corte de Mwanga cuando tenía
unos 20 años. Debido a su gran capacidad de trabajo, le fueron concediendo
siempre mayores responsabilidades. Así llegó a ser jefe del
recinto real reservado a los distintos grupos de pajes.
Cuando los misioneros tuvieron que dejar la misión,
la comunidad cristiana de la capital se agrupó en torno a Andrés
Kaggwa. Lwanga acudía con frecuencia a Rubaga para ofrecer presentes
a Mutesa y aprovechaba la ocasión para mantener el contacto con los
cristianos y completar su formación.
Recibió el bautismo el 16 de noviembre de 1885. A la
muerte de Mukasa, Carlos se erigió en líder de los cristianos.
Sostuvo y animó la fe de todos los pajes en los momentos de peligro,
sobre todo en el camino del calvario hacia Namugongo. Mwanga lo hizo llamar
para ganarse su confianza:
-Hijo mío-le dijo-¿piensas que quiero hacerte morir como a
Mukasa Balikudembe? No mandé matarlo porque rezaba a Dios, sino porque
me había insultado oponiéndose a la murte de los ingleses y
porque iba a comunicar a los blancos lo que yo decía. A vosotros no
os prohibo que recéis, pero hacedlo aquí y no vayáis
a casa de los blancos.
Carlos le respondió:
-Acusas a los blancos de querer acabar con tu reino y a nosotros de ayudarles.
Sin embargo, la religión que ellos enseñan me manda que te sirva.
Hasta el presente me has considrado como uno de tus más fieles súbditos:
ahora mismo estoy dispuesto a morir por servirte.
La noche anterior al interrogatorio, Carlos llamó a
los pajes que todavía eran catecúmenos y los bautizó.
Entre ellos estaban Mugagga, Kizito, Gyavira, Mbaga Tuzinde y Werabe.
A l día siguiente reunió a todos los pajes cristianos
y les dijo:
-Habéis oído decir al rey varias veces que nos separaría
de los no-cristianos para hacernos renunciar a la religión. Cuando
le oigamos repetir estas palabras, seguidme, iremos al sitio que nos indique.
No reneguéis de la religión, confesad con valentia las palabras
de Dios. Y, aunque no os cojan, no dejésis de orar.
Después rezaron una oración en común y
cada uno marchó a sus ocupaciones. Poco más tarde, Mwanga convovó
a todos sus súbditos y exclamó:
-¡Que todos los que hayan abrazado la religión se coloquen
allí!.
Carlos Lwanga se levantó y dijo:
-Sebo Kabaka es imposible no confesar lo que se lleva plenamente en la conciencia.
Kizito lo cogió de la mano y todos los dmás se
les unieron. Cuando le fue dictada la sentencia de muerte dio prueba de un
coraje y una fortaleza que contagió a los demás pajes, de forma
especial al joven Kizito.
Al llegar a Namugongo, lo sujetaron con grillos porque interpeló
a Mukajanga diciendo:
-Has venido aquí para matarnos. ¿Por qué nos haces
esperar?.
Dionisio Kamyuka vio que estaba contento y rezaba, atado en
su cabaña. Una multitud de gente se reunió alrededor de los
mártires, cuando éstos se acercaron al lugar del suplicio. Unos
quedaban atónitos y otros se escandalizaban al ver su comportamiento
impasible. Carlos les dijo:
-Vosotros no sabéis qué es la religión; si lo supieseis,
también vosotros desearíais morir por ella.
El verdugo Senkolé preparó para Carlos
un suplicio refinado.
-¡Espera!-le dijo- De ti me encargo yo.
Senkolé quería vengar la humillación que
Carlos le había infligido tiempo atrás. Cuando sus hombres excavaban
el lago del rey, trabajaban tan perezosamente que Carlos lo obligó
a descender para exitarlos a poner más empeño. Ahora había
llegado el momento de dar satisfacción a su orgullo herido. Carlos
comprendió sus intenciones y dijo a sus compañeros:
-¡Amigos, yo me quedo aquí. Dentro de breves instantes nos
encontraremos en el paraíso. Adiós, Kizito.
Y Kizito respondió:
-Seremos fuertes hasta el final.
Senkolé primero prendió fuego solamente a sus
pies y luego lo torturó lentamente. Al suplicio añadió
los insultos:
-¡Ea!, reza ahora a tu Dios y veremos si tiene poder para sacarte
de estos tormentos.
Carlos respondió:
-No sabes lo que dices. Crees atormentarme con el fuego, cuando lo que haces
con ello es echarme agua fresca sobre los pies. Piensa más bien en
ti; que Dios, aquien insultas, no te arroje en el fuego del infierno.
Después de un lento y atroz tormento, el fuego abrasó
su corazón. Carlos dijo simplemente:
-¡Dios mío, Dios mío!-y expiró.
Cinco semanas antes, Carlos había dicho al P. Lourdel:
"no hemos podido celebrar la fiesta de la Pascua, pero en la Ascensión
nos desquitaremos. Esta fiesta no se nos escapará. ¡Qué
bien pensamos celebrarla!".
Cumplió su palabra el día 3 de junio de 1886,
cuando tenía 25 años. Era la fiesta de su martirio. En 1934,
Pío XI lo declaró Patrono de la juventud cristiana de África.