“Las catacumbas, a la vez que presentan el rostro elocuente de la vida cristiana de los primeros siglos, constituyen una perenne escuela de fe, esperanza y caridad. Al recorrer las galerías, se respira una atmósfera sugestiva y conmovedora. La mirada se detiene en la innumerable serie de sepulturas y en la sencillez que las caracteriza. Sobre las tumbas se lee el nombre de bautismo de los difuntos. Cuando se leen esos nombres, se tiene la impresión de oír otras tantas voces que responden a una llamada escatológica, y vienen a la memoria las palabras de Lactancia: “Entre nosotros no hay siervos ni señores; el único motivo por el que nos llamamos hermanos es que nos consideramos todos iguales”.JUAN PABLO II, “Las catacumbas cristianas constituyen una perenne escuela de fe, esperanza y caridad”)
"Las catacumbas hablan de la solidaridad que
unía a los hermanos en la fe: las ofrendas de cada uno
permitían la sepultura de todos los difuntos, incluso de los
más indigentes, que no podían afrontar el gasto de la
compra o la preparación de la tumba. Esta caridad colectiva
representó una de las características fundamentales de
las comunidades cristianas de los primeros siglos y una defensa contra
la tentación de volver a las antiguas formas religiosas”.(JUAN
PABLO II, “Las catacumbas cristianas constituyen una perenne escuela de
fe, esperanza y caridad”).
En su origen fueron sólo lugar de sepultura. Los cristianos se reunían en ellas para celebrar los ritos de los funerales y los aniversarios de los mártires y de los difuntos. Durante las persecuciones sirvieron, en casos excepcionales, como lugar de refugio momentáneo para la celebración de la Eucaristía.
Terminadas las persecuciones, las catacumbas se convirtieron, sobre todo en tiempo del papa San Dámaso I (366-384), en verdaderos santuarios de los mártires, centros de devoción y de peregrinación desde todas las partes del imperio romano.
En aquel tiempo también había cementerios al aire libre en Roma, pero los cristianos, por diferentes razones, prefirieron los subterráneos. Ante todo, los cristianos rechazaban la costumbre pagana de la incineración de los cuerpos. Siguiendo el ejemplo de la sepultura de Jesús, preferían la inhumación, por un sentido de respeto hacia el cuerpo destinado un día a la resurrección de los muertos.
Este sentimiento tan vivo de los cristianos creó un problema de espacio, problema que influyó poderosamente en la ampliación de las catacumbas. Como los primeros cristianos eran en su mayoría pobres, esta forma de sepultura fue decisiva.
Hubo otros motivos que llevaron a la elección de las excavaciones subterráneas. En los cristianos se vivía de un modo muy fuerte el sentido de la comunidad: deseaban encontrarse juntos también en el "sueño de la muerte". Además, estos lugares apartados permitían, especialmente durante las persecuciones, reuniones comunitarias reservadas y discretas y permitían el uso libre de los símbolos cristianos.
De acuerdo con la ley romana, que
prohibía la sepultura de los difuntos dentro de los muros de la
ciudad, todas las catacumbas están situadas a lo largo de las
grandes vías consulares y, generalmente, en las zonas de los
suburbios de aquel tiempo.
En Roma hay más de sesenta catacumbas, con cientos de
kilómetros de galerías y decenas de miles de tumbas.
También hay catacumbas en Chiusi, Bolsena, Nápoles,
Sicilia oriental y Africa del Norte.
El sistema de excavación subterránea no lo inventaron los
cristianos ni lo causaron las persecuciones. Las catacumbas eran
simplemente cementerios colectivos cristianos, excavados en la
profundidad de la tierra.
Los cristianos adoptaron la técnica de la excavación que ya existía y la desarrollaron en gran escala con una vasta red de galerías en niveles superpuestos. Esta fue la solución para los problemas del entierro para una gran comunidad con un número creciente de miembros. El rápido y enorme desarrollo de algunas catacumbas se explica con el culto de los mártires que se sepultaban en ellas, porque muchos cristianos insistían en tener una tumba cerca de los venerados sepulcros, para asegurarse su protección.
Las catacumbas, por la importancia que encierran, reciben hoy la visita de miles de peregrinos de todas las partes del mundo. Por su precioso patrimonio de pinturas, inscripciones, esculturas, etc., son consideradas auténticos archivos de la Iglesia primitiva, que documentan los usos y costumbres, los ritos y la doctrina cristiana como se entendía, se enseñaba y se practicaba entonces.
Los primeros cristianos no sepultaron su fe y su vida bajo tierra, sino que vivieron la vida común del pueblo en la familia, en la sociedad, en todos los trabajos, empleos y profesiones. Dieron testimonio de su fe en todas partes, pero fue en las catacumbas donde aquellos heroicos cristianos encontraron la fuerza y el apoyo para afrontar las pruebas y las persecuciones, mientras oraban al Señor e invocaban la intercesión de los mártires.
Los cristianos de los primeros tiempos dieron un maravilloso testimonio de Cristo, muchos de ellos hasta el derramamiento de la sangre, de modo que su martirio se convirtió en un distintivo glorioso de la Iglesia.
A pesar del hecho de que las catacumbas no son,
después de todo, más que cementerios, hablan a la mente y
al corazón de los que las visitan con un lenguaje silencioso y
eficaz. En las catacumbas todo habla de vida
más que de muerte. Cada
galería, cada símbolo o pintura que se encuentra, cada
inscripción que se lee, hace revivir el pasado y ofrece un claro
mensaje de fe y de testimonio cristiano.