CATECISMO
DE LA IGLESIA CATÓLICA
Prólogo
"PADRE, esta es la vida
eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero y a tu enviado
Jesucristo" (Jn 17,3). "Dios, nuestro Salvador... quiere que todos los hombres
se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad" (1 Tim 2,3-4). "No
hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos
salvarnos" (Hch 4,12), sino el nombre de JESUS.
I. LA VIDA DEL HOMBRE: CONOCER Y AMAR A DIOS
1 Dios, infinitamente
Perfecto y Bienaventurado en sí mismo, en un designio de pura bondad
ha creado libremente al hombre para que tenga parte en su vida bienaventurada.
Por eso, en todo tiempo y en todo lugar, está cerca del hombre. Le
llama y le ayuda a buscarlo, a conocerle y a amarle con todas sus fuerzas.
Convoca a todos los hombres, que el pecado dispersó, a la unidad
de su familia, la Iglesia. Lo hace mediante su Hijo que envió como
Redentor y Salvador al llegar la plenitud de los tiempos. En él y
por él, llama a los hombres a ser, en el Espíritu Santo, sus
hijos de adopción, y por tanto los herederos de su vida bienaventurada.
2 Para que esta llamada resuene en toda la tierra, Cristo
envió a los apóstoles que había escogido, dándoles
el mandato de anunciar el evangelio: "Id, pues, y haced discípulos
a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo
y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo
lo que yo os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días
hasta el fin del mundo" (Mt 28,19-20). Fortalecidos con esta misión,
los apóstoles "salieron a predicar por todas partes, colaborando
el Señor con ellos y confirmando la Palabra con las señales
que la acompañaban" (Mc 16,20).
3 Quienes con la ayuda de Dios han acogido el llamamiento
de Cristo y han respondido libremente a ella, se sienten por su parte urgidos
por el amor de Cristo a anunciar por todas partes en el mundo la Buena Nueva.
Este tesoro recibido de los apóstoles ha sido guardado fielmente
por sus sucesores. Todos los fieles de Cristo son llamados a transmitirlo
de generación en generación, anunciando la fe, viviéndola
en la comunión fraterna y celebrándola en la liturgia y en
la oración (cf. Hch 2,42).
II TRANSMITIR LA FE: LA CATEQUESIS
4 Muy pronto se llamó
catequesis al conjunto de los esfuerzos realizados en la Iglesia para
hacer discípulos, para ayudar a los hombres a creer que Jesús
es el Hijo de Dios a fin de que, por la fe, tengan la vida en su nombre,
y para educarlos e instruirlos en esta vida y construir así el Cuerpo
de Cristo (cf. Juan Pablo II, CT 1,2).
5 En su sentido más restringido, "globalmente,
se puede considerar aquí que la catequesis es una educación
en la fe de los niños, de los jóvenes y adultos que comprende
especialmente una enseñanza de la doctrina cristiana, dada generalmente
de modo orgánico y sistemático con miras a iniciarlos en la
plenitud de la vida cristiana" (CT 18).
6 Sin confundirse con ellos, la catequesis se articula
dentro de un cierto número de elementos de la misión pastoral
de la Iglesia, que tienen un aspecto catequético, que preparan para
la catequesis o que derivan de ella: primer anuncio del Evangelio o predicación
misionera para suscitar la fe; búsqueda de razones para creer; experiencia
de vida cristiana: celebración de los sacramentos; integración
en la comunidad eclesial; testimonio apostólico y misionero (cf.
CT 18).
7 "La catequesis está unida íntimamente
a toda la vida de la Iglesia. No sólo la extensión geográfica
y el aumento numérico de la Iglesia, sino también y más
aún su crecimiento interior, su correspondencia con el designio de
Dios dependen esencialmente de ella" (CT 13).
8 Los periodos de renovación de la Iglesia son
también tiempos fuertes de la catequesis. Así, en la gran época
de los Padres de la Iglesia, vemos a santos obispos consagrar una parte importante
de su ministerio a la catequesis. Es la época de S. Cirilo de Jerusalén
y de S. Juan Crisóstomo, de S. Ambrosio y de S. Agustín, y
de muchos otros Padres cuyas obras catequéticas siguen siendo modelos.
9 El ministerio de la catequesis saca energías
siempre nuevas de los Concilios. El Concilio de Trento constituye a este respecto
un ejemplo digno de ser destacado: dio a la catequesis una prioridad en sus
constituciones y sus decretos; de él nació el Catecismo Romano
que lleva también su nombre y que constituye una obra de primer orden
como resumen de la doctrina cristiana; este Concilio suscitó en la
Iglesia una organización notable de la catequesis; promovió,
gracias a santos obispos y teólogos como S. Pedro Canisio, S. Carlos
Borromeo, S. Toribio de Mogrovejo, S. Roberto Belarmino, la publicación
de numerosos catecismos.
10 No es extraño, por ello, que, en el dinamismo
del Concilio Vaticano segundo (que el Papa Pablo VI consideraba como el
gran catecismo de los tiempos modernos), la catequesis de la Iglesia haya
atraído de nuevo la atención. El "Directorio general de la
catequesis" de 1971, las sesiones del Sínodo de los Obispos consagradas
a la evangelización (1974) y a la catequesis (1977), las exhortaciones
apostólicas correspondientes, "Evangelii nuntiandi" (1975) y "Catechesi
tradendae" (1979), dan testimonio de ello. La sesión extraordinaria
del Sínodo de los Obispos de 1985 pidió "que sea redactado
un catecismo o compendio de toda la doctrina católica tanto sobre
la fe como sobre la moral" (Relación final II B A 4). El santo Padre,
Juan Pablo II, hizo suyo este deseo emitido por el Sínodo de los
Obispos reconociendo que "responde totalmente a una verdadera necesidad
de la Iglesia universal y de las Iglesias particulares" (Discurso del 7
de Diciembre de 1985). El Papa dispuso todo lo necesario para que se realizara
la petición de los padres sinodales.
III FIN Y DESTINATARIOS DE ESTE CATECISMO
11 Este catecismo
tiene por fin presentar una exposición orgánica y sintética
de los contenidos esenciales y fundamentales de la doctrina católica
tanto sobre la fe como sobre la moral, a la luz del Concilio Vaticano II
y del conjunto de la Tradición de la Iglesia. Sus fuentes principales
son la Sagrada Escritura, los Santos Padres, la Liturgia y el Magisterio
de la Iglesia. Está destinado a servir "como un punto de referencia
para los catecismos o compendios que sean compuestos en los diversos países"
(Sínodo de los Obispos 1985. Relación final II B A 4).
12 Este catecismo está destinado principalmente
a los responsables de la catequesis: en primer lugar a los Obispos, en cuanto
doctores de la fe y pastores de la Iglesia. Les es ofrecido como instrumento
en la realización de su tarea de enseñar al Pueblo de Dios.
A través de los obispos se dirige a los redactores de catecismos,
a los sacerdotes y a los catequistas. Será también de útil
lectura para todos los demás fieles cristianos.
IV LA ESTRUCTURA DE ESTE CATECISMO
13 El plan de este
catecismo se inspira en la gran tradición de los catecismos los cuales
articulan la catequesis en torno a cuatro "pilares": la profesión
de la fe bautismal (el Símbolo), los Sacramentos de la fe, la vida
de fe (los Mandamientos), la oración del creyente (el Padre Nuestro).
Primera parte: la profesión de la fe
14 Los que por la
fe y el Bautismo pertenecen a Cristo deben confesar su fe bautismal delante
de los hombres (cf. Mt 10,32; Rom 10,9). Para esto, el Catecismo expone
en primer lugar en qué consiste la Revelación por la que Dios
se dirige y se da al hombre, y la fe, por la cual el hombre responde a Dios
(Sección primera). El Símbolo de la fe resume los dones que
Dios hace al hombre como Autor de todo bien, como Redentor, como Santificador
y los articula en torno a los "tres capítulos" de nuestro Bautismo
-la fe en un solo Dios: el Padre Todopoderoso, el Creador; y Jesucristo,
su Hijo, nuestro Señor y Salvador; y el Espíritu Santo, en
la Santa Iglesia (Sección segunda).
Segunda parte: Los sacramentos de la fe
15 La segunda parte
del catecismo expone cómo la salvación de Dios, realizada una
vez por todas por Cristo Jesús y por el Espíritu Santo, se
hace presente en las acciones sagradas de la liturgia de la Iglesia (Sección
primera), particularmente en los siete sacramentos (Sección segunda).
Tercera parte: La vida de fe
16 La tercera parte
del catecismo presenta el fin último del hombre, creado a imagen de
Dios: la bienaventuranza, y los caminos para llegar a ella: mediante un
obrar recto y libre, con la ayuda de la ley y de la gracia de Dios (Sección
primera); mediante un obrar que realiza el doble mandamiento de la caridad,
desarrollado en los diez Mandamientos de Dios (Sección segunda).
Cuarta parte: La oración en la vida de la fe
17 La última
parte del Catecismo trata del sentido y la importancia de la oración
en la vida de los creyentes (Sección primera). Se cierra con un breve
comentario de las siete peticiones de la oración del Señor
(Sección segunda). En ellas, en efecto, encontramos la suma de los
bienes que debemos esperar y que nuestro Padre celestial quiere concedernos.
V INDICACIONES PRACTICAS PARA EL USO
DE ESTE CATECISMO
18 Este Catecismo
está concebido como una exposición orgánica de toda
la fe católica. Es preciso, por tanto, leerlo como una unidad. Numerosas
referencias en el interior del texto y el índice analítico
al final del volumen permiten ver cada tema en su vinculación con
el conjunto de la fe.
19 Con frecuencia, los textos de la Sagrada Escritura
no son citados literalmente, sino indicando sólo la referencia (mediante
cf). Para una inteligencia más profunda de esos pasajes, es preciso
recurrir a los textos mismos. Estas referencias bíblicas son un instrumento
de trabajo para la catequesis.
20 Cuando, en ciertos pasajes, se emplea letra pequeña,
con ello se indica que se trata de puntualizaciones de tipo histórico,
apologético o de exposiciones doctrinales complementarias.
21 Las citas, en letra pequeña, de fuentes patrísticas,
litúrgicas, magisteriales o hagiográficas tienen como fin
enriquecer la exposición doctrinal. Con frecuencia estos textos han
sido escogidos con miras a un uso directamente catequético.
22 Al final de cada unidad temática, una serie
de textos breves resumen en fórmulas condensadas lo esencial de la
enseñanza. Estos "resúmenes" tienen como finalidad ofrecer sugerencias
para fórmulas sintéticas y memorizables en la catequesis de
cada lugar.
VI LAS ADAPTACIONES NECESARIAS
23 El acento de este
Catecismo se pone en la exposición doctrinal. Quiere, en efecto, ayudar
a profundizar el conocimiento de la fe. Por lo mismo está orientado
a la maduración de esta fe, su enraizamiento en la vida y su irradiación
en el testimonio (cf. CT 20-22; 25).
24 Por su misma finalidad, este Catecismo no se propone
dar una respuesta adaptada, tanto en el contenido cuanto en el método,
a las exigencias que dimanan de las diferentes culturas, de edades, de la
vida espiritual, de situaciones sociales y eclesiales de aquellos a quienes
se dirige la catequesis. Estas indispensables adaptaciones corresponden
a catecismos propios de cada lugar, y más aún a aquellos que
toman a su cargo instruir a los fieles:
El que enseña debe "hacerse todo a todos" (1 Cor 9,22), para ganarlos
a todos para Jesucristo...¡Sobre todo que no se imagine que le ha
sido confiada una sola clase de almas, y que, por consiguiente, le es l
ícito enseñar y formar igualmente a todos los fieles en la
verdadera piedad, con un único método y siempre el mismo!
Que sepa bien que unos son, en Jesucristo, como niños recién
nacidos, otros como adolescentes, otros finalmente como poseedores ya de
todas sus fuerzas... Los que son llamados al ministerio de la predicación
deben, al transmitir la enseñanza del misterio de la fe y de las
reglas de las costumbres, acomodar sus palabras al espíritu y a la
inteligencia de sus oyentes (Catech. R., Prefacio, 11).
25 Por encima de todo la Caridad. Para concluir esta
presentación es oportuno recordar el principio pastoral que enuncia
el Catecismo Romano:
Toda la finalidad de la doctrina y de la enseñanza debe ser puesta
en el amor que no acaba. Porque se puede muy bien exponer lo que es preciso
creer, esperar o hacer; pero sobre todo se debe siempre hacer aparecer el
Amor de Nuestro Señor a fin de que cada uno comprenda que todo acto
de virtud perfectamente cristiano no tiene otro origen que el Amor, ni otro
término que el Amor (Catech. R., Prefacio, 10).
Primera Parte
La profesión de la fe
PRIMERA SECCION
"CREO"-"CREEMOS"
26 Cuando profesamos
nuestra fe, comenzamos diciendo: "Creo" o "Creemos". Antes de exponer la
fe de la Iglesia tal como es confesada en el Credo, celebrada en la Liturgia,
vivida en la práctica de los Mandamientos y en la oración,
nos preguntamos qué significa "creer". La fe es la respuesta del
hombre a Dios que se revela y se entrega a él, dando al mismo tiempo
una luz sobreabundante al hombre que busca el sentido último de su
vida. Por ello consideramos primeramente esta búsqueda del hombre
(capítulo primero), a continuación la Revelación divina,
por la cual Dios viene al encuentro del hombre (capítulo segundo).
y finalmente la respuesta de la fe (capítulo tercero).
CAPITULO PRIMERO:
EL HOMBRE ES "CAPAZ"
DE DIOS
I. EL DESEO DE DIOS
27 El deseo de Dios
está inscrito en el corazón del hombre, porque el hombre ha
sido creado por Dios y para Dios; y Dios no cesa de atraer hacia sí
al hombre hacia sí, y sólo en Dios encontrará el hombre
la verdad y la dicha que no cesa de buscar:
La razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación
del hombre a la comunión con Dios. El hombre es invitado al diálogo
con Dios desde su nacimiento; pues no existe sino porque, creado por Dios
por amor, es conservado siempre por amor; y no vive plenamente según
la verdad si no reconoce libremente aquel amor y se entrega a su Creador
(GS 19,1).
28 De múltiples maneras, en su historia, y hasta
el día de hoy, los hombres han expresado a su búsqueda de
Dios por medio de sus creencias y sus comportamientos religiosos (oraciones,
sacrificios, cultos, meditaciones, etc.). A pesar de las ambigüedades
que pueden entrañar, estas formas de expresión son tan universales
que se puede llamar al hombre un ser religioso:
El creó, de un solo principio, todo el linaje humano, para que habitase
sobre toda la faz de la tierra y determinó con exactitud el tiempo
y los límites del lugar donde habían de habitar, con el fin
de que buscasen a Dios, para ver si a tientas le buscaban y le hallaban;
por más que no se encuentra lejos de cada uno de nosotros; pues en
él vivimos, nos movemos y existimos (Hch 17,26-28).
29 Pero esta "unión íntima y vital con
Dios" (GS 19,1) puede ser olvidada, desconocida e incluso rechazada explícitamente
por el hombre. Tales actitudes pueden tener orígenes muy diversos
(cf. GS 19-21): la rebelión contra el mal en el mundo, la ignorancia
o la indiferencia religiosas, los afanes del mundo y de las riquezas (cf.
Mt 13,22), el mal ejemplo de los creyentes, las corrientes del pensamiento
hostiles a la religión, y finalmente esa actitud del hombre pecador
que, por miedo, se oculta de Dios (cf. Gn 3,8-10) y huye ante su llamada
(cf. Jon 1,3).
30 "Se alegre el corazón de los que buscan a Dios"
(Sal 105,3). Si el hombre puede olvidar o rechazar a Dios, Dios no cesa
de llamar a todo hombre a buscarle para que viva y encuentre la dicha. Pero
esta búsqueda exige del hombre todo el esfuerzo de su inteligencia,
la rectitud de su voluntad, "un corazón recto", y también el
testimonio de otros que le enseñen a buscar a Dios.
Tú eres grande, Señor, y muy digno de alabanza: grande es
tu poder, y tu sabiduría no tiene medida. Y el hombre, pequeña
parte de tu creación, pretende alabarte, precisamente el hombre que,
revestido de su condición mortal, lleva en sí el testimonio
de su pecado y el testimonio de que tú resistes a los soberbios.
A pesar de todo, el hombre, pequeña parte de tu creación,
quiere alabarte. Tú mismo le incitas a ello, haciendo que encuentre
sus delicias en tu alabanza, porque nos has hecho para ti y nuestro corazón
está inquieto mientras no descansa en ti (S. Agustín, conf.
1,1,1).
II LAS VIAS DE ACCESO AL CONOCIMIENTO DE DIOS
31 Creado a imagen
de Dios, llamado a conocer y amar a Dios, el hombre que busca a Dios descubre
ciertas "vías" para acceder al conocimiento de Dios. Se las llama
también "pruebas de la existencia de Dios", no en el sentido de las
pruebas propias de las ciencias naturales, sino en el sentido de "argumentos
convergentes y convincentes" que permiten llegar a verdaderas certezas.
Estas "vías" para acercarse a Dios tienen como punto de partida
la creación: el mundo material y la persona humana.
32 El mundo: A partir del movimiento y del devenir, de
la contingencia, del orden y de la belleza del mundo se puede conocer a
Dios como origen y fin del universo.
S.Pablo afirma refiriéndose a los paganos: "Lo que de Dios se puede
conocer, está en ellos manifiesto: Dios se lo manifestó. Porque
lo invisible de Dios, desde la creación del mundo se deja ver a la
inteligencia a través de sus obras: su poder eterno y su divinidad"
(Rom 1,19-20; cf. Hch 14,15.17; 17,27-28; Sb 13,1-9).
Y S. Agustín: "Interroga a la belleza de la tierra, interroga a
la belleza del mar, interroga a la belleza del aire que se dilata y se difunde,
interroga a la belleza del cielo...interroga a todas estas realidades. Todas
te responde: Ve, nosotras somos bellas. Su belleza es una profesión
("confessio"). Estas bellezas sujetas a cambio, ¿quién las
ha hecho sino la Suma Belleza ("Pulcher"), no sujeto a cambio?" (serm. 241,2).
33 El hombre: Con su apertura a la verdad y a la belleza,
con su sentido del bien moral, con su libertad y la voz de su conciencia,
con su aspiración al infinito y a la dicha, el hombre se interroga
sobre la existencia de Dios. En estas aperturas, percibe signos de su alma
espiritual. La "semilla de eternidad que lleva en sí, al ser irreductible
a la sola materia" (GS 18,1; cf. 14,2), su alma, no puede tener origen más
que en Dios.
34 El mundo y el hombre atestiguan que no tienen en ellos
mismos ni su primer principio ni su fin último, sino que participan
de Aquel que es el Ser en sí, sin origen y sin fin. Así, por
estas diversas "vías", el hombre puede acceder al conocimiento de
la existencia de una realidad que es la causa primera y el fin último
de todo, "y que todos llaman Dios" (S. Tomás de A., s.th. 1,2,3).
35 Las facultades del hombre lo hacen capaz de conocer
la existencia de un Dios personal. Pero para que el hombre pueda entrar
en su intimidad, Dios ha querido revelarse al hombre y darle la gracia de
poder acoger en la fe esa revelación en la fe. Sin embargo, las pruebas
de la existencia de Dios pueden disponer a la fe y ayudar a ver que la fe
no se opone a la razón humana.
III EL CONOCIMIENTO DE DIOS SEGUN LA IGLESIA
36 "La santa Iglesia,
nuestra madre, mantiene y enseña que Dios, principio y fin de todas
las cosas, puede ser conocido con certeza mediante la luz natural de la
razón humana a partir de las cosas creadas" (Cc. Vaticano I: DS 3004;
cf. 3026; Cc. Vaticano II, DV 6). Sin esta capacidad, el hombre no podría
acoger la revelación de Dios. El hombre tiene esta capacidad porque
ha sido creado "a imagen de Dios" (cf. Gn 1,26).
37 Sin embargo, en las condiciones históricas
en que se encuentra, el hombre experimenta muchas dificultades para conocer
a Dios con la sola luz de su razón:
A pesar de que la razón humana, hablando simplemente, pueda verdaderamente
por sus fuerzas y su luz naturales, llegar a un conocimiento verdadero y
cierto de un Dios personal, que protege y gobierna el mundo por su providencia,
así como de una ley natural puesta por el Creador en nuestras almas,
sin embargo hay muchos obstáculos que impiden a esta misma razón
usar eficazmente y con fruto su poder natural; porque las verdades que se
refieren a Dios y a los hombres sobrepasan absolutamente el orden de las
cosas sensibles y cuando deben traducirse en actos y proyectarse en la vida
exigen que el hombre se entregue y renuncie a sí mismo. El espíritu
humano, para adquirir semejantes verdades, padece dificultad por parte de
los sentidos y de la imaginación, así como de los malos deseos
nacidos del pecado original. De ahí procede que en semejantes materias
los hombres se persuadan fácilmente de la falsedad o al menos de la
incertidumbre de las cosas que no quisieran que fuesen verdaderas (Pío
XII, enc. "Humani Generis": DS 3875).
38 Por esto el hombre necesita ser iluminado por la revelación
de Dios, no solamente acerca de lo que supera su entendimiento, sino también
sobre "las verdades religiosas y morales que de suyo no son inaccesibles
a la razón, a fin de que puedan ser, en el estado actual del género
humano, conocidas de todos sin dificultad, con una certeza firme y sin mezcla
de error" (ibid., DS 3876; cf. Cc Vaticano I: DS 3005; DV 6; S. Tomás
de A., s.th. 1,1,1).
IV ¿COMO HABLAR DE DIOS?
39 Al defender la
capacidad de la razón humana para conocer a Dios, la Iglesia expresa
su confianza en la posibilidad de hablar de Dios a todos los hombres y con
todos los hombres. Esta convicción está en la base de su diálogo
con las otras religiones, con la filosofía y las ciencias, y también
con los no creyentes y los ateos.
40 Puesto que nuestro conocimiento de Dios es limitado,
nuestro lenguaje sobre Dios lo es también. No podemos nombrar a Dios
sino a partir de las criaturas, y según nuestro modo humano limitado
de conocer y de pensar.
41 Todas las criaturas poseen una cierta semejanza con
Dios, muy especialmente el hombre creado a imagen y semejanza de Dios. Las
múltiples perfecciones de las criaturas (su verdad, su bondad, su
belleza) reflejan, por tanto, la perfección infinita de Dios. Por
ello, podemos nombrar a Dios a partir de las perfecciones de sus criaturas,
"pues de la grandeza y hermosura de las criaturas se llega, por analogía,
a contemplar a su Autor" (Sb 13,5).
42 Dios transciende toda criatura. Es preciso, pues,
purificar sin cesar nuestro lenguaje de todo lo que tiene de limitado, de
expresión por medio de imágenes, de imperfecto, para no confundir
al Dios "inefable, incomprensible, invisible, inalcanzable" (Anáfora
de la Liturgia de San Juan Crisóstomo) con nuestras representaciones
humanas. Nuestras palabras humanas quedan siempre más acá
del Misterio de Dios.
43 Al hablar así de Dios, nuestro lenguaje se
expresa ciertamente de modo humano, pero capta realmente a Dios mismo, sin
poder, no obstante, expresarlo en su infinita simplicidad. Es preciso recordar,
en efecto, que "entre el Creador y la criatura no se puede señalar
una semejanza tal que la diferencia entre ellos no sea mayor todavía"
(Cc. Letrán IV: DS 806), y que "nosotros no podemos captar de Dios
lo que él es, sino solamente lo que no es y cómo los otros
seres se sitúan con relación a él" (S. Tomás
de A., s. gent. 1,30).
RESUMEN
44 El hombre es por
naturaleza y por vocación un ser religioso. Viniendo de Dios y yendo
hacia Dios, el hombre no vive una vida plenamente humana si no vive libremente
su vínculo con Dios.
45 El hombre está hecho para vivir en comunión
con Dios, en quien encuentra su dicha."Cuando yo me adhiera a ti con todo
mi ser, no habrá ya para mi penas ni pruebas, y viva, toda llena
de ti, será plena" (S. Agustín, conf. 10,28,39).
46 Cuando el hombre escucha el mensaje de las criaturas
y la voz de su conciencia, entonces puede alcanzar a certeza de la existencia
de Dios, causa y fin de todo.
47 La Iglesia enseña que el Dios único
y verdadero, nuestro Creador y Señor, puede ser conocido con certeza
por sus obras, gracias a la luz natural de la razón humana (cf. Cc.Vaticano
I: DS 3026).
48 Nosotros podemos realmente nombrar a Dios partiendo
de las múltiples perfecciones de las criaturas, semejanzas del Dios
infinitamente perfecto, aunque nuestro lenguaje limitado no agote su misterio.
49 "Sin el Creador la criatura se diluye" (GS 36). He
aquí por qué los creyentes saben que son impulsados por el amor
de Cristo a llevar la luz del Dios vivo a los que no le conocen o le rechazan.
CAPITULO SEGUNDO
DIOS AL ENCUENTRO
DEL HOMBRE
50 Mediante la razón
natural, el hombre puede conocer a Dios con certeza a partir de sus obras.
Pero existe otro orden de conocimiento que el hombre no puede de ningún
modo alcanzar por sus propias fuerzas, el de la Revelación divina
(cf. Cc. Vaticano I: DS 3015). Por una decisión enteramente libre,
Dios se revela y se da al hombre. Lo hace revelando su misterio, su designio
benevolente que estableció desde la eternidad en Cristo en favor de
todos los hombres. Revela plenamente su designio enviando a su Hijo amado,
nuestro Señor Jesucristo, y al Espíritu Santo.
Artículo 1 LA REVELACION DE DIOS
I DIOS REVELA SU DESIGNIO AMOROSO
51 "Dispuso Dios en
su sabiduría revelarse a sí mismo y dar a conocer el misterio
de su voluntad, mediante el cual los hombres, por medio de Cristo, Verbo
encarnado, tienen acceso al Padre en el Espíritu Santo y se hacen
consortes de la naturaleza divina" (DV 2).
52 Dios, que "habita una luz inaccesible" (1 Tm 6,16)
quiere comunicar su propia vida divina a los hombres libremente creados por
él, para hacer de ellos, en su Hijo único, hijos adoptivos (cf.
Ef 1,4-5). Al revelarse a sí mismo, Dios quiere hacer a los hombres
capaces de responderle, de conocerle y de amarle más allá de
lo que ellos serían capaces por sus propias fuerzas.
53 El designio divino de la revelación se realiza
a la vez "mediante acciones y palabras", íntimamente ligadas entre
sí y que se esclarecen mutuamente (DV 2). Este designio comporta
una "pedagogía divina" particular: Dios se comunica gradualmente
al hombre, lo prepara por etapas para acoger la Revelación sobrenatural
que hace de sí mismo y que culminará en la Persona y la misión
del Verbo encarnado, Jesucristo.
S. Ireneo de Lyon habla en varias ocasiones de esta pedagogía divina
bajo la imagen de un mutuo acostumbrarse entre Dios y el hombre: "El Verbo
de Dios ha habitado en el hombre y se ha hecho Hijo del hombre para acostumbrar
al hombre a comprender a Dios y para acostumbrar a Dios a habitar en el
hombre, según la voluntad del Padre" (haer. 3,20,2; cf. por ejemplo
17,1; 4,12,4; 21,3).
II LAS ETAPAS DE LA REVELACION
Desde el origen, Dios se da a conocer
54 "Dios, creándolo
todo y conservándolo por su Verbo, da a los hombres testimonio perenne
de sí en las cosas creadas, y, queriendo abrir el camino de la salvación
sobrenatural, se manifestó, además, personalmente a nuestros
primeros padres ya desde el principio" (DV 3). Los invitó a una comunión
íntima con él revistiéndolos de una gracia y de una
justicia resplandecientes.
55 Esta revelación no fue interrumpida por el
pecado de nuestros primeros padres. Dios, en efecto, "después de
su caída alentó en ellos la esperanza de la salvación
con la promesa de la redención, y tuvo incesante cuidado del género
humano, para dar la vida eterna a todos los que buscan la salvación
con la perseverancia en las buenas obras" (DV 3).
Cuando por desobediencia perdió tu amistad, no lo abandonaste al
poder de la muerte...Reiteraste, además, tu alianza a los hombres (MR,
Plegaria eucarística IV,118).
La alianza con Noé
56 Una vez rota la
unidad del género humano por el pecado, Dios decide desde el comienzo
salvar a la humanidad a través de una serie de etapas. La Alianza
con Noé después del diluvio (cf. Gn 9,9) expresa el principio
de la Economía divina con las "naciones", es decir con los hombres
agrupados "según sus países, cada uno según su lengua,
y según sus clanes" (Gn 10,5; cf. 10,20-31).
57 Este orden a la vez cósmico, social y religioso
de la pluralidad de las naciones (cf. Hch 17,26-27), está destinado
a limitar el orgullo de una humanidad caída que, unánime en
su perversidad (cf. Sb 10,5), quisiera hacer por sí misma su unidad
a la manera de Babel (cf. Gn 11,4-6). Pero, a causa del pecado (cf. Rom
1,18-25), el politeísmo así como la idolatría de la
nación y de su jefe son una amenaza constante de vuelta al paganismo
para esta economía aún no definitiva.
58 La alianza con Noé permanece en vigor mientras
dura el tiempo de las naciones (cf. Lc 21,24), hasta la proclamación
universal del evangelio. La Biblia venera algunas grandes figuras de las
"naciones", como "Abel el justo", el rey-sacerdote Melquisedec (cf. Gn 14,18),
figura de Cristo (cf. Hb 7,3), o los justos "Noé, Daniel y Job" (Ez
14,14). De esta manera, la Escritura expresa qué altura de santidad
pueden alcanzar los que viven según la alianza de Noé en la
espera de que Cristo "reúna en uno a todos los hijos de Dios dispersos"
(Jn 11,52).
Dios elige a Abraham
59 Para reunir a la
humanidad dispersa, Dios elige a Abraham llamándolo "fuera de su
tierra, de su patria y de su casa" (Gn 12,1), para hacer de él "Abraham",
es decir, "el padre de una multitud de naciones" (Gn 17,5): "En ti serán
benditas todas las naciones de la tierra" (Gn 12,3 LXX; cf. Ga 3,8).
60 El pueblo nacido de Abraham será el depositario
de la promesa hecha a los patriarcas, el pueblo de la elección (cf.
Rom 11,28), llamado a preparar la reunión un día de todos
los hijos de Dios en la unidad de loa Iglesia (cf. Jn 11,52; 10,16); ese
pueblo será la raíz en la que serán injertados los
paganos hechos creyentes (cf. Rom 11,17-18.24).
61 Los patriarcas, los profetas y otros personajes del
Antiguo Testamento han sido y serán siempre venerados como santos
en todas las tradiciones litúrgicas de la Iglesia.
Dios forma a su pueblo Israel
62 Después
de la etapa de los patriarcas, Dios constituyó a Israel como su pueblo
salvándolo de la esclavitud de Egipto. Estableció con él
la alianza del Sinaí y le dio por medio de Moisés su Ley,
para que lo reconociese y le sirviera como al único Dios vivo y verdadero,
Padre providente y juez justo, y para que esperase al Salvador prometido
(cf. DV 3).
63 Israel es el pueblo sacerdotal de Dios (cf. Ex 19,6),
el que "lleva el Nombre del Señor" (Dt 28,10). Es el pueblo de aquellos
"a quienes Dios habló primero" (MR, Viernes Santo 13: oración
universal VI), el pueblo de los "hermanos mayores" en la fe de Abraham.
64 Por los profetas, Dios forma a su pueblo en la esperanza
de la salvación, en la espera de una Alianza nueva y eterna destinada
a todos los hombres (cf. Is 2,2-4), y que será grabada en los corazones
(cf. Jr 31,31-34; Hb 10,16). Los profetas anuncian una redención
radical del pueblo de Dios, la purificación de todas sus infidelidades
(cf. Ez 36), una salvación que incluirá a todas las naciones
(cf. Is 49,5-6; 53,11). Serán sobre todo los pobres y los humildes
del Señor (cf. So 2,3) quienes mantendrán esta esperanza. Las
mujeres santas como Sara, Rebeca, Raquel, Miriam, Débora, Ana, Judit
y Ester conservaron viva la esperanza de la salvación de Israel. De
ellas la figura más pura es María (cf. Lc 1,38).
III CRISTO JESUS-"MEDIADOR Y PLENITUD
DE TODA LA REVELACION" (DV 2)
Dios ha dicho todo en su Verbo
65 "De una manera
fragmentaria y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros
Padres por medio de los Profetas; en estos últimos tiempos nos ha
hablado por su Hijo" (Hb 1,1-2). Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre, es
la Palabra única, perfecta e insuperable del Padre. En El lo dice
todo, no habrá otra palabra más que ésta. S. Juan de
la Cruz, después de otros muchos, lo expresa de manera luminosa,
comentando Hb 1,1-2:
Porque en darnos, como nos dio a su Hijo, que es una Palabra suya, que
no tiene otra, todo nos lo habló junto y de una vez en esta sola
Palabra, y no tiene más que hablar; porque lo que hablaba antes en
partes a los profetas ya lo ha hablado en el todo, dándonos al Todo,
que es su Hijo. Por lo cual, el que ahora quisiese preguntar a Dios, o querer
alguna visión o revelación, no sólo haría una
necedad, sino haría agravio a Dios, no poniendo los ojos totalmente
en Cristo, sin querer otra alguna cosa o novedad (San Juan de la Cruz, Subida
al monte Carmelo 2,22,3-5: Biblioteca Mística Carmelitana, v. 11
(Burgos 1929), p. 184.).
No habrá otra revelación
66 "La economía
cristiana, como alianza nueva y definitiva, nunca cesará y no hay
que esperar ya ninguna revelación pública antes de la gloriosa
manifestación de nuestro Señor Jesucristo" (DV 4). Sin embargo,
aunque la Revelación esté acabada, no está completamente
explicitada; corresponderá a la fe cristiana comprender gradualmente
todo su contenido en el transcurso de los siglos.
67 A lo largo de los siglos ha habido revelaciones llamadas
"privadas", algunas de las cuales han sido reconocidas por la autoridad
de la Iglesia. Estas, sin embargo, no pertenecen al depósito de la
fe. Su función no es la de "mejorar" o "completar" la Revelación
definitiva de Cristo, sino la de ayudar a vivirla más plenamente
en una cierta época de la historia. Guiado por el Magisterio de la
Iglesia, el sentir de los fieles (sensus fidelium) sabe discernir y acoger
lo que en estas revelaciones constituye una llamada auténtica de Cristo
o de sus santos a la Iglesia.
La fe cristiana no puede aceptar "revelaciones" que pretenden superar o
corregir la Revelación de la que Cristo es la plenitud. Es el caso
de ciertas Religiones no cristianas y también de ciertas sectas recientes
que se fundan en semejantes "revelaciones".
RESUMEN
68 Por amor, Dios
se ha revelado y se ha entregado al hombre. De este modo da una respuesta
definitiva y sobreabundante a las cuestiones que el hombre se plantea sobre
el sentido y la finalidad de su vida.
69 Dios se ha revelado al hombre comunicándole
gradualmente su propio Misterio mediante obras y palabras.
70 Más allá del testimonio que Dios da
de sí mismo en las cosas creadas, se manifestó a nuestros
primeros padres. Les habló y, después de la caída,
les prometió la salvación (cf. Gn 3,15), y les ofreció
su alianza.
71 Dios selló con Noé una alianza eterna
entre El y todos los seres vivientes (cf. Gn 9,16). Esta alianza durará
tanto como dure el mundo.
72 Dios eligió a Abraham y selló una alianza
con él y su descendencia. De él formó a su pueblo,
al que reveló su ley por medio de Moisés. Lo preparó
por los profetas para acoger la salvación destinada a toda la humanidad.
73 Dios se ha revelado plenamente enviando a su propio
Hijo, en quien ha establecido su alianza para siempre. El Hijo es la Palabra
definitiva del Padre, de manera que no habrá ya otra Revelación
después de El.
Artículo 2 LA TRANSMISION DE
LA
REVELACION DIVINA
74 Dios "quiere que
todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad" ( 1
Tim 2,4), es decir, al conocimiento de Cristo Jesús (cf. Jn 14,6).
Es preciso, pues, que Cristo sea anunciado a todos los pueblos y a todo
s los hombres y que así la Revelación llegue hasta los confines
del mundo:
Dios quiso que lo que había revelado para salvación de todos
los pueblos se conservara por siempre íntegro y fuera transmitido
a todas las edades (DV 7).
I LA TRADICION APOSTOLICA
75 "Cristo nuestro
Señor, plenitud de la revelación, mandó a los Apóstoles
predicar a todos los hombres el Evangelio como fuente de toda verdad salvadora
y de toda norma de conducta, comunicándoles así los bienes
divinos: el Evangelio prometido por los profetas, que el mismo cumplió
y promulgó con su boca" (DV 7).
La predicación apostólica...
76 La transmisión del evangelio, según
el mandato del Señor, se hizo de dos maneras:
oralmente: "los apóstoles, con su predicación, sus ejemplos,
sus instituciones, transmitieron de palabra lo que habían aprendido
de las obras y palabras de Cristo y lo que el Espíritu Santo les
enseñó";
por escrito: "los mismos apóstoles y otros de su generación
pusieron por escrito el mensaje de la salvación inspirados por el
Espíritu Santo" (DV 7).
… continuada en la sucesión apostólica
77 "Para que este Evangelio se conservara siempre vivo
y entero en la Iglesia, los apóstoles nombraron como sucesores a
los obispos, 'dejándoles su cargo en el magisterio'" (DV 7). En efecto,
"la predicación apostólica, expresada de un modo especial
en los libros sagrados, se ha de conservar por transmisión continua
hasta el fin de los tiempos" (DV 8).
78 Esta transmisión viva, llevada a cabo en el
Espíritu Santo es llamada la Tradición en cuanto distinta de
la Sagrada Escritura, aunque estrechamente ligada a ella. Por ella, "la Iglesia
con su enseñanza, su vida, su culto, conserva y transmite a todas las
edades lo que es y lo que cree" (DV 8). "Las palabras de los Santos Padres
atestiguan la presencia viva de esta Tradición, cuyas riquezas van
pasando a loa práctica y a la vida de la Iglesia que cree y ora" (DV
8).
79 Así, la comunicación que el Padre ha
hecho de sí mismo por su Verbo en el Espíritu Santo sigue presente
y activa en la Iglesia: "Dios, que habló en otros tiempos, sigue
conservando siempre con la Esposa de su Hijo amado; así el Espíritu
Santo, por quien la voz viva del Evangelio resuena en la Iglesia, y por
ella en el mundo entero, va introduciendo a los fieles en la verdad plena
y hace que habite en ellos intensamente la palabra de Cristo" (DV 8).
II LA RELACION ENTRE LA TRADICION
Y LA SAGRADA ESCRITURA
Una fuente común...
80 La Tradición
y la Sagrada Escritura "están íntimamente unidas y compenetradas.
Porque surgiendo ambas de la misma fuente, se funden en cierto modo y tienden
a un mismo fin" (DV 9). Una y otra hacen presente y fecundo en la Iglesia
el misterio de Cristo que ha prometido estar con los suyos "para siempre
hasta el fin del mundo" (Mt 28,20).
… dos modos distintos de transmisión
81 "La Sagrada Escritura es la palabra de Dios, en cuanto
escrita por inspiración del Espíritu Santo".
"La Tradición recibe la palabra de Dios, encomendada por Cristo
y el Espíritu Santo a los apóstoles, y la transmite íntegra
a los sucesores; para que ellos, iluminados por el Espíritu
de la verdad, la conserven, la expongan y la difundan fielmente en su predicación"
82 De ahí resulta que la Iglesia, a la cual está
confiada la transmisión y la interpretación de la Revelación
"no saca exclusivamente de la Escritura la certeza de todo lo revelado.
Y así se han de recibir y respetar con el mismo espíritu de
devoción" (DV 9).
Tradición apostólica y tradiciones eclesiales
83 La Tradición
de que hablamos aquí es la que viene de los apóstoles y transmite
lo que estos recibieron de las enseñanzas y del ejemplo de Jesús
y lo que aprendieron por el Espíritu Santo. En efecto, la primera
generación de cristianos no tenía aún un Nuevo Testamento
escrito, y el Nuevo Testamento mismo atestigua el proceso de la Tradición
viva.
Es preciso distinguir de ella las "tradiciones" teológicas, disciplinares,
litúrgicas o devocionales nacidas en el transcurso del tiempo en
las Iglesias locales. Estas constituyen formas particulares en las que la
gran Tradición recibe expresiones adaptadas a los diversos lugares
y a las diversas épocas. Sólo a la luz de la gran Tradición
aquellas pueden ser mantenidas, modificadas o también abandonadas
bajo la guía del Magisterio de la Iglesia.
III LA INTERPRETACION DEL DEPOSITO DE LA FE
El depósito de la fe confiado a la totalidad
de la Iglesia
84 "El depósito
sagrado" (cf. 1 Tm 6,20; 2 Tm 1,12-14) de la fe (depositum fidei), contenido
en la Sagrada Tradición y en la Sagrada Escritura fue confiado por
los apóstoles al conjunto de la Iglesia. "Fiel a dicho depósito,
el pueblo cristiano entero, unido a sus pastores, persevera siempre en la
doctrina apostólica y en la unión, en la eucaristía
y la oración, y así se realiza una maravillosa concordia de
pastores y fieles en conservar, practicar y profesar la fe recibida" (DV
10).
El Magisterio de la Iglesia
85 "El oficio de interpretar
auténticamente la palabra de Dios, oral o escritura, ha sido encomendado
sólo al Magisterio vivo de la Iglesia, el cual lo ejercita en nombre
de Jesucristo" (DV 10), es decir, a los obispos en comunión con el
sucesor de Pedro, el obispo de Roma.
86 "El Magisterio no está por encima de la palabra
de Dios, sino a su servicio, para enseñar puramente lo transmitido,
pues por mandato divino y con la asistencia del Espíritu Santo, lo
escucha devotamente, lo custodia celosamente, lo explica fielmente; y de
este único depósito de la fe saca todo lo que propone como
revelado por Dios para ser creído" (DV 10).
87 Los fieles, recordando la palabra de Cristo a sus
Apóstoles: "El que a vosotros escucha a mi me escucha" (Lc 10,16;
cf. LG 20), reciben con docilidad las enseñanzas y directrices que
sus pastores les dan de diferentes formas.
Los dogmas de la fe
88 El Magisterio de
la Iglesia ejerce plenamente la autoridad que tiene de Cristo cuando define
dogmas, es decir, cuando propone, de una forma que obliga al pueblo cristiano
a una adhesión irrevocable de fe, verdades contenidas en la Revelación
divina o también cuando propone de manera definitiva verdades que
tienen con ellas un vínculo necesario.
89 Existe un vínculo orgánico entre nuestra
vida espiritual y los dogmas. Los dogmas son luces en el camino de nuestra
fe, lo iluminan y lo hacen seguro. De modo inverso, si nuestra vida es recta,
nuestra inteligencia y nuestro corazón estarán abiertos para
acoger la luz de los dogmas de la fe (cf. Jn 8,31-32).
90 Los vínculos mutuos y la coherencia de los
dogmas pueden ser hallados en el conjunto de la Revelación del Misterio
de Cristo (cf. Cc. Vaticano I: DS 3016: "nexus mysteriorum"; LG 25). "Existe
un orden o `jerarquía' de las verdades de la doctrina católica,
puesto que es diversa su conexión con el fundamento de la fe cristiana"
(UR 11)
El sentido sobrenatural de la fe
91 Todos los fieles
tienen parte en la comprensión y en la transmisión de la verdad
revelada. Han recibido la unción del Espíritu Santo que los
instruye (cf. 1 Jn 2,20.27) y los conduce a la verdad completa (cf. Jn 16,13).
92 "La totalidad de los fieles ... no puede equivocarse
en la fe. Se manifiesta esta propiedad suya, tan peculiar, en el sentido
sobrenatural de la fe de todo el pueblo: cuando 'desde los obispos hasta
el último de los laicos cristianos' muestran estar totalmente de acuerdo
en cuestiones de fe y de moral" (LG 12).
93 "El Espíritu de la verdad suscita y sostiene
este sentido de la fe. Con él, el Pueblo de Dios, bajo la dirección
del magisterio...se adhiere indefectiblemente a la fe transmitida a los
santos de una vez para siempre, la profundiza con un juicio recto y la aplica
cada día más plenamente en la vida" (LG 12).
El crecimiento en la inteligencia de la fe
94 Gracias a la asistencia
del Espíritu Santo, la inteligencia tanto de las realidades como
de las palabras del depósito de la fe puede crecer en la vida de
la Iglesia:
– "Cuando los fieles las contemplan y estudian repasándolas en su
corazón" (DV 8); es en particular la investigación teológica
quien debe " profundizar en el conocimiento de la verdad revelada" (GS 62,7;
cfr. 44,2; DV 23; 24; UR 4).
– Cuando los fieles "comprenden internamente los misterios que viven" (DV
8); "Divina eloquia cum legente crescunt" (S.Gregorio Magno, Homilía
sobre Ez 1,7,8: PL 76, 843 D).
– "Cuando las proclaman los obispos, sucesores de los apóstoles
en el carisma de la verdad" (DV 8).
95 "La Tradición, la Escritura y el Magisterio
de la Iglesia, según el plan prudente de Dios, están unidos
y ligados, de modo que ninguno puede subsistir sin los otros; los tres, cada
uno según su carácter, y bajo la acción del único
Espíritu Santo, contribuyen eficazmente a la salvación de
las almas" (DV 10,3).
RESUMEN
96 Lo que Cristo confió
a los apóstoles, estos lo transmitieron por su predicación
y por escrito, bajo la inspiración del Espíritu Santo, a todas
las generaciones hasta el retorno glorioso de Cristo.
97 "La Tradición y la Sagrada Escritura constituyen
el depósito sagrado de la palabra de Dios" (DV 10), en el cual, como
en un espejo, la Iglesia peregrinante contempla a Dios, fuente de todas
sus riquezas.
98 "La Iglesia con su enseñanza, su vida, su culto,
conserva y transmite a todas las edades lo que es y lo que cree" (DV 8).
99 En virtud de su sentido sobrenatural de la fe, todo
el Pueblo de Dios no cesa de acoger el don de la Revelación divina,
de penetrarla más profundamente y de vivirla de modo más pleno.
100 El oficio de interpretar auténticamente la
Palabra de Dios ha sido confiado únicamente al Magisterio de la Iglesia,
al Papa y a los obispos en comunión con él.
Artículo 3: LA SAGRADA ESCRITURA
I CRISTO, PALABRA ÚNICA DE LA SAGRADA ESCRITURA
101 En la condescendencia
de su bondad, Dios, para revelarse a los hombres, les habla en palabras
humanas: "La palabra de Dios, expresada en lenguas humanas, se hace semejante
al lenguaje humano, como la Palabra del eterno Padre asumiendo nuestra débil
condición humana, se hizo semejante a los hombres " (DV 13).
102 A través de todas las palabras de la Sagrada
Escritura, Dios dice sólo una palabra, su Verbo único, en
quien él se dice en plenitud (cf. Hb 1,1-3):
Recordad que es una misma Palabra de Dios la que se extiende en todas las
escrituras, que es un mismo Verbo que resuena en la boca de todos los escritores
sagrados, el que, siendo al comienzo Dios junto a Dios, no necesita sílabas
porque no está sometido al tiempo (S. Agustín, Psal. 103,4,1).
103 Por esta razón, la Iglesia ha venerado siempre
las divinas Escrituras como venera también el Cuerpo del Señor.
No cesa de presentar a los fieles el Pan de vida que se distribuye en la
mesa de la Palabra de Dios y del Cuerpo de Cristo (cf. DV 21).
104 En la Sagrada Escritura, la Iglesia encuentra sin
cesar su alimento y su fuerza (cf. DV 24), porque, en ella, no recibe solamente
una palabra humana, sino lo que es realmente: la Palabra de Dios (cf. 1
Ts 2,13). "En los libros sagrados, el Padre que está en el cielo
sale amorosamente al encuentro de sus hijos para conversar con ellos" (DV
21).
II INSPIRACION Y VERDAD DE LA SAGRADA ESCRITURA
105 Dios es el autor
de la Sagrada Escritura. "Las verdades reveladas por Dios, que se contienen
y manifiestan en la Sagrada Escritura, se consignaron por inspiración
del Espíritu Santo".
"La santa Madre Iglesia, fiel a la base de los apóstoles, reconoce
que todos los libros del Antiguo y del Nuevo Testamento, con todas sus partes,
son sagrados y canónicos, en cuanto que, escritos por inspiración
del Espíritu Santo, tienen a Dios como autor, y como tales han sido
confiados a la Iglesia" (DV 11).
106 Dios ha inspirado a los autores humanos de los libros
sagrados. "En la composición de los libros sagrados, Dios se valió
de hombres elegidos, que usaban de todas sus facultades y talentos; de este
modo obrando Dios en ellos y por ellos, como verdaderos autores, pusieron
por escrito todo y sólo lo que Dios quería" (DV 11).
107 Los libros inspirados enseñan la verdad. "Como
todo lo que afirman los hagiógrafos, o autores inspirados, lo afirma
el Espíritu Santo, se sigue que los libros sagrados enseñan
sólidamente, fielmente y sin error la verdad que Dios hizo consignar
en dichos libros para salvación nuestra" (DV 11).
108 Sin embargo, la fe cristiana no es una "religión
del Libro". El cristianismo es la religión de la "Palabra" de Dios,
"no de un verbo escrito y mudo, sino del Verbo encarnado y vivo" (S. Bernardo,
hom. miss. 4,11). Para que las Escrituras no queden en letra muerta, es
preciso que Cristo, Palabra eterna del Dios vivo, por el Espíritu
Santo, nos abra el espíritu a la inteligencia de las mismas (cf.
Lc 24,45).
III EL ESPÍRITU SANTO, INTÉRPRETE DE LA
ESCRITURA
109 En la Sagrada
Escritura, Dios habla al hombre a la manera de los hombres. Por tanto, para
interpretar bien la Escritura, es preciso estar atento a lo que los autores
humanos quisieron verdaderamente afirmar y a lo que Dios quiso manifestarnos
mediante sus palabras (cf. DV 12,1).
110 Para descubrir la intención de los autores
sagrados es preciso tener en cuenta las condiciones de su tiempo y de su cultura,
los "géneros literarios" usados en aquella época, las maneras
de sentir, de hablar y de narrar en aquel tiempo. "Pues la verdad se presenta
y se enuncia de modo diverso en obras de diversa índole histórica,
en libros proféticos o poéticos, o en otros géneros
literarios" (DV 12,2).
111 Pero, dado que la Sagrada Escritura es inspirada,
hay otro principio de la recta interpretación , no menos importante
que el precedente, y sin el cual la Escritura sería letra muerta: "La
Escritura se ha de leer e interpretar con el mismo Espíritu con que
fue escrita" (DV 12,3).
El Concilio Vaticano II señala tres criterios para una interpretación
de la Escritura conforme al Espíritu que la inspiró (cf. DV
12,3):
112 1. Prestar una gran atención "al contenido
y a la unidad de toda la Escritura". En efecto, por muy diferentes que
sean los libros que la componen, la Escritura es una en razón de la
unidad del designio de Dios , del que Cristo Jesús es el centro y
el corazón, abierto desde su Pascua (cf. Lc 24,25-27. 44-46).
El corazón (cf. Sal 22,15) de Cristo designa la sagrada Escritura
que hace conocer el corazón de Cristo. Este corazón estaba
cerrado antes de la Pasión porque la Escritura era oscura. Pero la
Escritura fue abierta después de la Pasión, porque los que
en adelante tienen inteligencia de ella consideran y disciernen de qué
manera deben ser interpretadas las profecías (S. Tomás de A.
Expos. in Ps 21,11).
113 2. Leer la Escritura en "la Tradición viva
de toda la Iglesia". Según un adagio de los Padres, "sacra Scriptura
pincipalius est in corde Ecclesiae quam in materialibus instrumentis scripta"
("La Sagrada Escritura está más en el corazón de la
Iglesia que en la materialidad de los libros escritos"). En efecto, la Iglesia
encierra en su Tradición la memoria viva de la Palabra de Dios, y
el Espíritu Santo le da la interpretación espiritual de la
Escritura ("...secundum spiritualem sensum quem Spiritus donat Ecclesiae":
Orígenes, hom. in Lev. 5,5).
114 3. Estar atento "a la analogía de la fe" (cf.
Rom 12,6). Por "analogía de la fe" entendemos la cohesión
de las verdades de la fe entre sí y en el proyecto total de la Revelación.
El sentido de la Escritura
115 Según una
antigua tradición, se pueden distinguir dos sentidos de la Escritura:
el sentido literal y el sentido espiritual; este último se subdivide
en sentido alegórico, moral y anagógico. La concordancia profunda
de los cuatro sentidos asegura toda su riqueza a la lectura viva de la Escritura
en la Iglesia.
116 El sentido literal. Es el sentido significado por
las palabras de la Escritura y descubierto por la exégesis que sigue
las reglas de la justa interpretación. "Omnes sensus (sc. sacrae Scripturae)
fundentur super litteralem" (S. Tomás de Aquino., s.th. 1,1,10, ad
1) Todos los sentidos de la Sagrada Escritura se fundan sobre el sentido
literal.
117 El sentido espiritual. Gracias a la unidad del designio
de Dios, no solamente el texto de la Escritura, sino también las
realidades y los acontecimientos de que habla pueden ser signos.
El sentido alegórico. Podemos adquirir una comprensión más
profunda de los acontecimientos reconociendo su significación en
Cristo; así, el paso del Mar Rojo es un signo de la victoria de Cristo
y por ello del Bautismo (cf. 1 Cor 10,2).
El sentido moral. Los acontecimientos narrados en la Escritura pueden conducirnos
a un obrar justo. Fueron escritos "para nuestra instrucción" (1 Cor
10,11; cf. Hb 3-4,11).
El sentido anagógico. Podemos ver realidades y acontecimientos en
su significación eterna, que nos conduce (en griego: "anagoge") hacia
nuestra Patria. Así, la Iglesia en la tierra es signo de la Jerusalén
celeste (cf. Ap 21,1-22,5).
118 Un dístico medieval resume la significación
de los cuatro sentidos:
"Littera gesta docet, quid credas allegoria,
Moralis quid agas, quo tendas anagogia" (AGUSTÍN DE DACIA, Rotulus
pugillaris, I: ed. A. Walz: Angelicum 6 (1929), 256.
119 "A los exegetas toca aplicar estas normas en su trabajo
para ir penetrando y exponiendo el sentido de la Sagrada Escritura, de modo
que con dicho estudio pueda madurar el juicio de la Iglesia. Todo lo dicho
sobre la interpretación de la Escritura queda sometido al juicio
definitivo de la Iglesia, que recibió de Dios el encargo y el oficio
de conservar e interpretar la palabra de Dios" (DV 12,3).
Ego vero Evangelio non credere, nisi me catholicae Ecclesiae commoveret
auctoritas (S. Agustín, fund. 5,6).
IV EL CANON DE LAS ESCRITURAS
120 La Tradición
apostólica hizo discernir a la Iglesia qué escritos
constituyen la lista de los Libros Santos (cf. DV 8,3). Esta lista integral
es llamada "Canon" de las Escrituras. Comprende para el Antiguo Testamento
46 escritos (45 si se cuentan Jr y Lm como uno solo), y 27 para el Nuevo
(cf. DS 179; 1334-1336; 1501-1504):
Génesis, Exodo, Levítico, Números, Deuteronomio, Josué,
Jueces, Rut, los dos libros de Samuel, los dos libros de los Reyes, los
dos libros de las Crónicas, Esdras y Nehemías, Tobías,
Judit, Ester, los dos libros de los Macabeos, Job, los Salmos, los Proverbios,
el Eclesiastés, el Cantar de los Cantares, la Sabiduría, el
Eclesiástico, Isaías, Jeremías, las Lamentaciones,
Baruc, Ezequiel, Daniel, Oseas, Joel, Amós, Abdías, Jonás
Miqueas, Nahúm , Habacuc, Sofonías, Ageo, Zacarías,
Malaquías para el Antiguo Testamento; los Evangelios de Mateo, de
Marcos, de Lucas y de Juan, los Hechos de los Apóstoles, las cartas
de Pablo a los Romanos, la primera y segunda a los Corintios, a los Gálatas,
a los Efesios, a los Filipenses, a los Colosenses, la primera y la segunda
a los Tesalonicenses, la primera y la segunda a Timoteo, a Tito, a Filemón,
la carta a los Hebreos, la carta de Santiago, la primera y la segunda de
Pedro, las tres cartas de Juan, la carta de Judas y el Apocalipsis para
el Nuevo Testamento.
El Antiguo Testamento
121 El Antiguo Testamento
es una parte de la Sagrada Escritura de la que no se puede prescindir. Sus
libros son libros divinamente inspirados y conservan un valor permanente
(cf. DV 14), porque la Antigua Alianza no ha sido revocada.
122 En efecto, "el fin principal de la economía
antigua era preparar la venida de Cristo, redentor universal". "Aunque contienen
elementos imperfectos y pasajeros", los libros del Antiguo Testamento dan
testimonio de toda la divina pedagogía del amor salvífico
de Dios: "Contienen enseñanzas sublimes sobre Dios y una sabiduría
salvadora acerca del hombre, encierran tesoros de oración y esconden
el misterio de nuestra salvación" (DV 15).
123 Los cristianos veneran el Antiguo Testamento como
verdadera Palabra de Dios. La Iglesia ha rechazado siempre vigorosamente la
idea de prescindir del Antiguo Testamento so pretexto de que el Nuevo lo
habría hecho caduco (marcionismo).
El Nuevo Testamento
124 "La palabra de
Dios, que es fuerza de Dios para ala salvación del que cree, se encuentra
y despliega su fuerza de modo privilegiado en el Nuevo Testamento" (DV 17).
Estos escritos nos ofrecen la verdad definitiva de la Revelación
divina. Su objeto central es Jesucristo, el Hijo de Dios encarnado, sus
obras, sus enseñanzas, su pasión y su glorificación,
así como los comienzos de su Iglesia bajo la acción del Espíritu
Santo (cf. DV 20).
125 Los evangelios son el corazón de todas las
Escrituras "por ser el testimonio principal de la vida y doctrina de la Palabra
hecha carne, nuestro Salvador" (DV 18).
126 En la formación de los evangelios se pueden
distinguir tres etapas:
1. La vida y la enseñanza de Jesús. La Iglesia mantiene firmemente
que los cuatro evangelios, "cuya historicidad afirma sin vacilar, comunican
fielmente lo que Jesús, Hijo de Dios, viviendo entre los hombres,
hizo y enseñó realmente para ala salvación de ellos,
hasta el día en que fue levantado al cielo" (DV
19).
2. La tradición oral. "Los apóstoles ciertamente después
de la ascensión del Señor predicaron a sus oyentes lo que
El había dicho y obrado, con aquella crecida inteligencia de que
ellos gozaban, amaestrados por los acontecimientos gloriosos de Cristo y
por la luz del Espíritu de verdad" (DV 19).
3. Los evangelios escritos. Los autores sagrados escribieron los cuatro
Evangelios escogiendo algunas cosas de las muchas que ya se transmitían
de palabra o por escrito, sintetizando otras, o explicándolas atendiendo
a la condición de las Iglesias, conservando por fin la forma de proclamación,
de manera que siempre nos comunicaban la verdad sincera acerca de Jesús"
(DV 19).
127 El Evangelio cuadriforme ocupa en la Iglesia un lugar
único; de ello dan testimonio la veneración de que lo rodea
la liturgia y el atractivo incomparable que ha ejercido en todo tiempo sobre
los santos:
No hay ninguna doctrina que sea mejor, más preciosa y más
espléndida que el texto del evangelio. Ved y retened lo que nuestro
Señor y Maestro, Cristo, ha enseñado mediante sus palabras y
realizado mediante sus obras (Santa Cesárea la Joven, Rich. ).
Es sobre todo el Evangelio lo que me ocupa durante mis oraciones; en él
encuentro todo lo que es necesario a mi pobre alma. En él descubro
siempre nuevas luces, sentidos escondidos y misteriosos (Santa Teresa del
Niño Jesús, ms. auto. A 83v).
La unidad del Antiguo y del Nuevo Testamento
128 La Iglesia, ya
en los tiempos apostólicos (cf. 1 Cor 10,6.11; Hb 10,1; 1 Pe 3,21),
y después constantemente en su tradición, esclareció
la unidad del plan divino en los dos Testamentos gracias a la tipología.
Esta reconoce en las obras de Dios en la Antigua Alianza prefiguraciones
de lo que Dios realizó en la plenitud de los tiempos en la persona
de su Hijo encarnado.
129 Los cristianos, por tanto, leen el Antiguo Testamento
a la luz de Cristo muerto y resucitado. Esta lectura tipológica manifiesta
el contenido inagotable del Antiguo Testamento. Ella no debe hacer olvidar
que el Antiguo Testamento conserva su valor propio de revelación
que nuestro Señor mismo reafirmó (cf. Mc 12,29-31). Por otra
parte, el Nuevo Testamento exige ser leído también a la luz
del Antiguo. La catequesis cristiana primitiva recurrirá constantemente
a él (cf. 1 Cor 5,6-8; 10,1-11). Según un viejo adagio, el
Nuevo Testamento está escondido en el Antiguo, mientras que el Antiguo
se hace manifiesto en el Nuevo: "Novum in Vetere latet et in Novo Vetus
patet" (S. Agustín, Hept. 2,73; cf. DV 16).
130 La tipología significa un dinamismo que se
orienta al cumplimiento del plan divino cuando "Dios sea todo en todos" (1
Cor 15,28). Así la vocación de los patriarcas y el Exodo de
Egipto, por ejemplo, no pierden su valor propio en el plan de Dios por el
hecho de que son al mismo tiempo etapas intermedias.
V LA SAGRADA ESCRITURA EN LA VIDA DE LA IGLESIA
131 "Es tan grande
el poder y la fuerza de la palabra de Dios, que constituye sustento y vigor
de la Iglesia, firmeza de fe para sus hijos, alimento del alma, fuente límpida
y perenne de vida espiritual" (DV 21). "Los fieles han de tener fácil
acceso a la Sagrada Escritura" (DV 22).
132 "La Escritura debe ser el alma de la teología.
El ministerio de la palabra, que incluye la predicación pastoral,
la catequesis, toda la instrucción cristiana y en puesto privilegiado,
la homilía, recibe de la palabra de la Escritura alimento saludable
y por ella da frutos de santidad" (DV 24).
133 La Iglesia "recomienda insistentemente a todos los
fieles...la lectura asidua de la Escritura para que adquieran 'la ciencia
suprema de Jesucristo' (Flp 3,8), 'pues desconocer la Escritura es desconocer
a Cristo' (S. Jerónimo)" (DV 25).
RESUMEN
134 Toda la Escritura divina es un libro y este libro
es Cristo, "porque toda la Escritura divina habla de Cristo, y toda la Escritura
divina se cumple en Cristo" (Hugo de San Víctor, De arca Noe 2,8:
PL 176, 642; cf. Ibid., 2,9: PL 176, 642-643).
135 "La sagrada Escritura contiene la palabra de Dios
y, en cuanto inspirada, es realmente palabra de Dios" (DV 24).
136 Dios es el Autor de la Sagrada Escritura porque inspira
a sus autores humanos: actúa en ellos y por ellos. Da así
la seguridad de que sus escritos enseñan sin error la verdad salvífica
(cf. DV 11).
137 La interpretación de las Escrituras inspiradas
debe estar sobre todo atenta a lo que Dios quiere revelar por medio de los
autores sagrados para nuestra salvación. Lo que viene del Espíritu
sólo es plenamente percibido por la acción del Espíritu
(Cf Orígenes, hom. in Ex. 4,5).
138 La Iglesia recibe y venera como inspirados los cuarenta
y seis libros del Antiguo Testamento y los veintisiete del Nuevo.
139 Los cuatro evangelios ocupan un lugar central, pues
su centro es Cristo Jesús.
140 La unidad de los dos Testamentos se deriva de la
unidad del plan de Dios y de su Revelación. El Antiguo Testamento
prepara el Nuevo mientras que éste da cumplimiento al Antiguo; los
dos se esclarecen mutuamente; los dos son verdadera Palabra de Dios.
141 "La Iglesia siempre ha venerado la Sagrada Escritura,
como lo ha hecho con el Cuerpo de Cristo" (DV 21): aquellas y éste
alimentan y rigen toda la vida cristiana. "Para mis pies antorcha es tu
palabra, luz para mi sendero" (Sal 119,105; Is 50,4).
CAPÍTULO TERCERO: LA RESPUESTA DEL HOMBRE A DIOS
142 Por su revelación,
"Dios invisible habla a los hombres como amigo, movido por su gran amor
y mora con ellos para invitarlos a la comunicación consigo y recibirlos
en su compañía" (DV 2). La respuesta adecuada a esta invitación
es la fe.
143 Por la fe, el hombre somete completamente su inteligencia
y su voluntad a Dios. Con todo su ser, el hombre da su asentimiento a Dios
que revela (cf. DV 5). La Sagrada Escritura llama "obediencia de la fe"
a esta respuesta del hombre a Dios que revela (cf. Rom 1,5; 16,26).
Artículo 1 CREO
I LA OBEDIENCIA DE LA FE
144 Obedecer ("ob-audire")
en la fe, es someterse libremente a la palabra escuchada, porque su verdad
está garantizada por Dios, la Verdad misma. De esta obediencia, Abraham
es el modelo que nos propone la Sagrada Escritura. La Virgen María
es la realización más perfecta de la misma.
Abraham, "el padre de todos los creyentes"
145 La carta a los Hebreos, en el gran elogio de la fe
de los antepasados insiste particularmente en la fe de Abraham: "Por la
fe, Abraham obedeció y salió para el lugar que había
de recibir en herencia, y salió sin saber a dónde iba" (Hb
11,8; cf. Gn 12,1-4). Por la fe, vivió como extranjero y peregrino
en la Tierra prometida (cf. Gn 23,4). Por la fe, a Sara se otorgó
el concebir al hijo de la promesa. Por la fe, finalmente, Abraham ofreció
a su hijo único en sacrificio (cf. Hb 11,17).
146 Abraham realiza así la definición de
la fe dada por la carta a los Hebreos: "La fe es garantía de lo que
se espera; la prueba de las realidades que no se ven" (Hb 11,1). "Creyó
Abraham en Dios y le fue reputado como justicia" (Rom 4,3; cf. Gn 15,6).
Gracias a esta "fe poderosa" (Rom 4,20), Abraham vino a ser "el padre de
todos los creyentes" (Rom 4,11.18; cf. Gn 15,15).
147 El Antiguo Testamento es rico en testimonios acerca
de esta fe. La carta a los Hebreos proclama el elogio de la fe ejemplar
de los antiguos, por la cual "fueron alabados" (Hb 11,2.39). Sin embargo,
"Dios tenía ya dispuesto algo mejor": la gracia de creer en su Hijo
Jesús, "el que inicia y consuma la fe" (Hb 11,40; 12,2).
María : "Dichosa la que ha creído"
148 La Virgen María
realiza de la manera más perfecta la obediencia de la fe. En la fe,
María acogió el anuncio y la promesa que le traía el
ángel Gabriel, creyendo que "nada es imposible para Dios" (Lc 1,37;
cf. Gn 18,14) y dando su asentimiento: "He aquí la esclava del Señor;
hágase en mí según tu palabra" (Lc 1,38). Isabel la
saludó: "¡Dichosa la que ha creído que se cumplirían
las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!" (Lc 1,45). Por
esta fe todas las generaciones la proclamarán bienaventurada (cf.
Lc 1,48).
149 Durante toda su vida, y hasta su última prueba
(cf. Lc 2,35), cuando Jesús, su hijo, murió en la cruz, su
fe no vaciló. María no cesó de creer en el "cumplimiento"
de la palabra de Dios. Por todo ello, la Iglesia venera en María
la realización más pura de la fe.
II "YO SE EN QUIEN TENGO PUESTA MI FE"
(2 Tim 1,12)
Creer solo en Dios
150 La fe es ante
todo una adhesión personal del hombre a Dios; es al mismo tiempo
e inseparablemente el asentimiento libre a toda la verdad que Dios ha revelado.
En cuanto adhesión personal a Dios y asentimiento a la verdad que
él ha revelado, la fe cristiana difiere de la fe en una persona humana.
Es justo y bueno confiarse totalmente a Dios y creer absolutamente lo que
él dice. Sería vano y errado poner una fe semejante en una
criatura (cf. Jr 17,5-6; Sal 40,5; 146,3-4).
Creer en Jesucristo, el Hijo de Dios
151 Para el cristiano,
creer en Dios es inseparablemente creer en aquel que él ha enviado,
"su Hijo amado", en quien ha puesto toda su complacencia (Mc 1,11). Dios
nos ha dicho que les escuchemos (cf. Mc 9,7). El Señor mismo dice
a sus discípulos: "Creed en Dios, creed también en mí"
(Jn 14,1). Podemos creer en Jesucristo porque es Dios, el Verbo hecho carne:
"A Dios nadie le ha visto jamás: el Hijo único, que está
en el seno del Padre, él lo ha contado" (Jn 1,18). Porque "ha visto
al Padre" (Jn 6,46), él es único en conocerlo y en poderlo
revelar (cf. Mt 11,27).
Creer en el Espíritu Santo
152 No se puede creer
en Jesucristo sin tener parte en su Espíritu. Es el Espíritu
Santo quien revela a los hombres quién es Jesús. Porque "nadie
puede decir: 'Jesús es Señor' sino bajo la acción del
Espíritu Santo" (1 Cor 12,3). "El Espíritu todo lo sondea,
hasta las profundidades de Dios...Nadie conoce lo íntimo de Dios,
sino el Espíritu de Dios" (1 Cor 2,10-11). Sólo Dios conoce
a Dios enteramente. Nosotros creemos en el Espíritu Santo porque
es Dios.
La Iglesia no cesa de confesar su fe en un solo Dios, Padre, Hijo y Espíritu
Santo.
III LAS CARACTERISTICAS DE LA FE
La fe es una gracia
153 Cuando San Pedro
confiesa que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios vivo, Jesús
le declara que esta revelación no le ha venido "de la carne y de la
sangre, sino de mi Padre que está en los cielos" (Mt 16,17; cf. Ga
1,15; Mt 11,25). La fe es un don de Dios, una virtud sobrenatural infundida
por él, "Para dar esta respuesta de la fe es necesaria la gracia de
Dios, que se adelanta y nos ayuda, junto con el auxilio interior del Espíritu
Santo, que mueve el corazón, lo dirige a Dios, abre los ojos del espíritu
y concede `a todos gusto en aceptar y creer la verdad'" (DV 5).
La fe es un acto humano
154 Sólo es
posible creer por la gracia y los auxilios interiores del Espíritu
Santo. Pero no es menos cierto que creer es un acto auténticamente
humano. No es contrario ni a la libertad ni a la inteligencia del hombre
depositar la confianza en Dios y adherirse a las verdades por él
reveladas. Ya en las relaciones humanas no es contrario a nuestra propia
dignidad creer lo que otras personas nos dicen sobre ellas mismas y sobre
sus intenciones, y prestar confianza a sus promesas (como, por ejemplo,
cuando un hombre y una mujer se casan), para entrar así en comunión
mutua. Por ello, es todavía menos contrario a nuestra dignidad "presentar
por la fe la sumisión plena de nuestra inteligencia y de nuestra
voluntad al Dios que revela" (Cc. Vaticano I: DS 3008) y entrar así
en comunión íntima con El.
155 En la fe, la inteligencia y la voluntad humanas cooperan
con la gracia divina: "Creer es un acto del entendimiento que asiente a
la verdad divina por imperio de la voluntad movida por Dios mediante la
gracia" (S. Tomás de A., s.th. 2-2, 2,9; cf. Cc. Vaticano I: DS 3010).
La fe y la inteligencia
156 El motivo de creer
no radica en el hecho de que las verdades reveladas aparezcan como verdaderas
e inteligibles a la luz de nuestra razón natural. Creemos "a causa
de la autoridad de Dios mismo que revela y que no puede engañarse
ni engañarnos". "Sin embargo, para que el homenaje de nuestra fe
fuese conforme a la razón, Dios ha querido que los auxilios interiores
del Espíritu Santo vayan acompañados de las pruebas exteriores
de su revelación" (ibid., DS 3009). Los milagros de Cristo y de los
santos (cf. Mc 16,20; Hch 2,4), las profecías, la propagación
y la santidad de la Iglesia, su fecundidad y su estabilidad "son signos ciertos
de la revelación, adaptados a la inteligencia de todos", "motivos
de credibilidad que muestran que el asentimiento de la fe no es en modo alguno
un movimiento ciego del espíritu" (Cc. Vaticano I: DS 3008-10).
157 La fe es cierta, más cierta que todo conocimiento
humano, porque se funda en la Palabra misma de Dios, que no puede mentir.
Ciertamente las verdades reveladas pueden parecer oscuras a la razón
y a la experiencia humanas, pero "la certeza que da la luz divina es mayor
que la que da la luz de la razón natural" (S. Tomás de Aquino,
s.th. 2-2, 171,5, obj.3). "Diez mil dificultades no hacen una sola duda"
(J.H. Newman, apol.).
158 "La fe trata de comprender" (S. Anselmo, prosl. proem.):
es inherente a la fe que el creyente desee conocer mejor a aquel en quien
ha puesto su fe, y comprender mejor lo que le ha sido revelado; un conocimiento
más penetrante suscitará a su vez una fe mayor, cada vez más
encendida de amor. La gracia de la fe abre "los ojos del corazón"
(Ef 1,18) para una inteligencia viva de los contenidos de la Revelación,
es decir, del conjunto del designio de Dios y de los misterios de la fe,
de su conexión entre sí y con Cristo, centro del Misterio revelado.
Ahora bien, "para que la inteligencia de la Revelación sea más
profunda, el mismo Espíritu Santo perfecciona constantemente la fe
por medio de sus dones" (DV 5). Así, según el adagio de S.
Agustín (serm. 43,7,9), "creo para comprender y comprendo para creer
mejor".
159 Fe y ciencia. "A pesar de que la fe esté por
encima de la razón, jamás puede haber desacuerdo entre ellas.
Puesto que el mismo Dios que revela los misterios y comunica la fe ha hecho
descender en el espíritu humano la luz de la razón, Dios no
podría negarse a sí mismo ni lo verdadero contradecir jamás
a lo verdadero" (Cc. Vaticano I: DS 3017). "Por eso, la investigación
metódica en todas las disciplinas, si se procede de un modo realmente
científico y según las normas morales, nuca estará
realmente en oposición con la fe, porque las realidades profanas
y las realidades de fe tienen su origen en el mismo Dios. Más aún,
quien con espíritu humilde y ánimo constante se esfuerza por
escrutar lo escondido de las cosas, aun sin saberlo, está como guiado
por la mano de Dios, que, sosteniendo todas las cosas, hace que sean lo
que son" (GS 36,2).
La libertad de la fe
160 "El hombre, al
creer, debe responder voluntariamente a Dios; nadie debe estar obligado
contra su voluntad a abrazar la fe. En efecto, el acto de fe es voluntario
por su propia naturaleza" (DH 10; cf. CIC, can.748,2). "Ciertamente, Dios
llama a los hombres a servirle en espíritu y en verdad. Por ello,
quedan vinculados por su conciencia, pero no coaccionados...Esto se hizo
patente, sobre todo, en Cristo Jesús" (DH 11). En efecto, Cristo
invitó a la fe y a la conversión, él no forzó
jamás a nadie jamás. "Dio testimonio de la verdad, pero no
quiso imponerla por la fuerza a los que le contradecían. Pues su
reino...crece por el amor con que Cristo, exaltado en la cruz, atrae a los
hombres hacia Él" (DH 11).
La necesidad de la fe
161 Creer en Cristo
Jesús y en aquél que lo envió para salvarnos es necesario
para obtener esa salvación (cf. Mc 16,16; Jn 3,36; 6,40 e.a.). "Puesto
que `sin la fe... es imposible agradar a Dios' (Hb 11,6) y llegar a participar
en la condición de sus hijos, nadie es justificado sin ella y nadie,
a no ser que `haya perseverado en ella hasta el fin' (Mt 10,22; 24,13), obtendrá
la vida eterna" (Cc. Vaticano I: DS 3012; cf. Cc. de Trento: DS 1532).
La perseverancia en la fe
162 La fe es un don
gratuito que Dios hace al hombre. Este don inestimable podemos perderlo;
S. Pablo advierte de ello a Timoteo: "Combate el buen combate, conservando
la fe y la conciencia recta; algunos, por haberla rechazado, naufragaron
en la fe" (1 Tm 1,18-19). Para vivir, crecer y perseverar hasta el fin en
la fe debemos alimentarla con la Palabra de Dios; debemos pedir al Señor
que la aumente (cf. Mc 9,24; Lc 17,5; 22,32); debe "actuar por la caridad"
(Ga 5,6; cf. St 2,14-26), ser sostenida por la esperanza (cf. Rom 15,13)
y estar enraizada en la fe de la Iglesia.
La fe, comienzo de la vida eterna
163 La fe nos hace
gustar de antemano el gozo y la luz de la visión beatífica,
fin de nuestro caminar aquí abajo. Entonces veremos a Dios "cara
a cara" (1 Cor 13,12), "tal cual es" (1 Jn 3,2). La fe es pues ya el comienzo
de la vida eterna:
Mientras que ahora contemplamos las bendiciones de la fe como el reflejo
en un espejo, es como si poseyéramos ya las cosas maravillosas de
que nuestra fe nos asegura que gozaremos un día ( S. Basilio, Spir.
15,36; cf. S. Tomás de A., s.th. 2-2,4,1).
164 Ahora, sin embargo, "caminamos en la fe y no en la
visión" (2 Cor 5,7), y conocemos a Dios "como en un espejo, de una
manera confusa,...imperfecta" (1 Cor 13,12). Luminosa por aquel en quien
cree, la fe es vivida con frecuencia en la oscuridad. La fe puede ser puesta
a prueba. El mundo en que vivimos parece con frecuencia muy lejos de lo que
la fe nos asegura; las experiencias del mal y del sufrimiento, de las injusticias
y de la muerte parecen contradecir la buena nueva, pueden estremecer la
fe y llegar a ser para ella una tentación.
165 Entonces es cuando debemos volvernos hacia
los testigos de la fe: Abraham, que creyó, "esperando contra toda
esperanza" (Rom 4,18); la Virgen María que, en "la peregrinación
de la fe" (LG 58), llegó hasta la "noche de la fe" (Juan Pablo II,
R Mat 18) participando en el sufrimiento de su Hijo y en la noche de su
sepulcro; y tantos otros testigos de la fe: "También nosotros, teniendo
en torno nuestro tan gran nube de testigos, sacudamos todo lastre y el pecado
que nos asedia, y corramos con fortaleza la prueba que se nos propone, fijos
los ojos en Jesús, el que inicia y consuma la fe" (Hb 12,1-2).
Artículo 2 CREEMOS
166 La fe es un acto
personal: la respuesta libre del hombre a la iniciativa de Dios que se revela.
Pero la fe no es un acto aislado. Nadie puede creer solo, como nadie puede
vivir solo. Nadie se ha dado la fe a sí mismo, como nadie se ha dado
la vida a sí mismo. El creyente ha recibido la fe de otro, debe transmitirla
a otro. Nuestro amor a Jesús y a los hombres nos impulsa a hablar
a otros de nuestra fe. Cada creyente es como un eslabón en la gran
cadena de los creyentes. Yo no puedo creer sin ser sostenido por la fe de
los otros, y por mi fe yo contribuyo a sostener la fe de los otros.
167 "Creo" (Símbolo de los Apóstoles):
Es la fe de la Iglesia profesada personalmente por cada creyente, principalmente
en su bautismo. "Creemos" (Símbolo de Nicea-Constantinopla, en el
original griego): Es la fe de la Iglesia confesada por los obispos reunidos
en Concilio o, más generalmente, por la asamblea litúrgica
de los creyentes. "Creo", es también la Iglesia, nuestra Madre, que
responde a Dios por su fe y que nos enseña a decir: "creo", "creemos".
I "MIRA, SEÑOR, LA FE DE TU IGLESIA"
168 La Iglesia es
la primera que cree, y así conduce, alimenta y sostiene mi fe. La
Iglesia es la primera que, en todas partes, confiesa al Señor ("Te
per orbem terrarum sancta confitetur Ecclesia", cantamos en el Te Deum),
y con ella y en ella somos impulsados y llevados a confesar también
: "creo", "creemos". Por medio de la Iglesia recibimos la fe y la vida nueva
en Cristo por el bautismo. En el Ritual Romanum, el ministro del bautismo
pregunta al catecúmeno: "¿Qué pides a la Iglesia de
Dios?" Y la respuesta es: "La fe". "¿Qué te da la fe?" "La
vida eterna".
169 La salvación viene solo de Dios; pero
puesto que recibimos la vida de la fe a través de la Iglesia, ésta
es nuestra madre: "Creemos en la Iglesia como la madre de nuestro nuevo
nacimiento, y no en la Iglesia como si ella fuese el autor de nuestra salvación"
(Fausto de Riez, Spir. 1,2). Porque es nuestra madre, es también
la educadora de nuestra fe.
II EL LENGUAJE DE LA FE
170 No creemos en
las fórmulas, sino en las realidades que estas expresan y que la
fe nos permite "tocar". "El acto (de fe) del creyente no se detiene en el
enunciado, sino en la realidad (enunciada)" (S. Tomás de A., s.th.
2-2, 1,2, ad 2). Sin embargo, nos acercamos a estas realidades con la ayuda
de las formulaciones de la fe. Estas permiten expresar y transmitir la fe,
celebrarla en comunidad, asimilarla y vivir de ella cada vez más.
171 La Iglesia, que es "columna y fundamento de la verdad"
(1 Tim 3,15), guarda fielmente "la fe transmitida a los santos de
una vez para siempre" (Judas 3). Ella es la que guarda la memoria de las
Palabras de Cristo, la que transmite de generación en generación
la confesión de fe de los Apóstoles. Como una madre que enseña
a sus hijos a hablar y con ello a comprender y a comunicar, la Iglesia, nuestra
Madre, nos enseña el lenguaje de la fe para introducirnos en la inteligencia
y la vida de la fe.
III UNA SOLA FE
172 Desde siglos,
a través de muchas lenguas, culturas, pueblos y naciones, la Iglesia
no cesa de confesar su única fe, recibida de un solo Señor,
transmitida por un solo bautismo, enraizada en la convicción de que
todos los hombres no tienen más que un solo Dios y Padre (cf. Ef 4,4-6).
S. Ireneo de Lyon, testigo de esta fe, declara:
173 "La Iglesia, en efecto, aunque dispersada por el
mundo entero hasta los confines de la tierra, habiendo recibido de los apóstoles
y de sus discípulos la fe... guarda (esta predicación y esta
fe) con cuidado, como no habitando más que una sola casa, cree en
ella de una manera idéntica, como no teniendo más que una sola
alma y un solo corazón, las predica, las enseña y las transmite
con una voz unánime, como no poseyendo más que una sola boca"
(haer. 1, 10,1-2).
174 "Porque, si las lenguas difieren a través
del mundo, el contenido de la Tradición es uno e idéntico.
Y ni las Iglesias establecidas en Germania tienen otro fe u otra Tradición,
ni las que están entre los Iberos, ni las que están entre
los Celtas, ni las de Oriente, de Egipto, de Libia, ni las que están
establecidas en el centro el mundo..." (ibid.). "El mensaje de la Iglesia
es, pues, verídico y sólido, ya que en ella aparece un solo
camino de salvación a través del mundo entero" (ibid. 5,20,1).
175 "Esta fe que hemos recibido de la Iglesia, la guardamos
con cuidado, porque sin cesar, bajo la acción del Espíritu
de Dios, como un contenido de gran valor encerrado en un vaso excelente,
rejuvenece y hace rejuvenecer el vaso mismo que la contiene" (ibid., 3,24,1).
RESUMEN
176 La fe es una adhesión
personal del hombre entero a Dios que se revela. Comprende una adhesión
de la inteligencia y de la voluntad a la Revelación que Dios ha hecho
de sí mismo mediante sus obras y sus palabras.
177 "Creer" entraña, pues, una doble referencia:
a la persona y a la verdad; a la verdad por confianza en la persona que
la atestigua.
178 No debemos creer en ningún otro que no sea
Dios, Padre, Hijo, y Espíritu Santo.
179 La fe es un don
sobrenatural de Dios. Para creer, el hombre necesita los auxilios interiores
del Espíritu Santo.
180 "Creer" es un acto humano, consciente y libre, que
corresponde a la dignidad de la persona humana.
181 "Creer" es un acto eclesial. La fe de la Iglesia
precede, engendra, conduce y alimenta nuestra fe. La Iglesia es la madre
de todos los creyentes. "Nadie puede tener a Dios por Padre si no tiene a
la Iglesia por madre" (S. Cipriano, unit. eccl.: PL 4,503A).
182 "Creemos todas aquellas cosas que se contienen en
la palabra de Dios escrita o transmitida y son propuestas por la Iglesia...
para ser creídas como divinamente reveladas" (Pablo VI, SPF 20).
183 La fe es necesaria para la salvación. El Señor
mismo lo afirma: "El que crea y sea bautizado, se salvará; el que
no crea, se condenará" (Mc 16,16).
184 "La fe es un gusto anticipado del conocimiento que
nos hará bienaventurados en la vida futura" (S. Tomás de A.,
comp. 1,2).
EL CREDO
Símbolo de los Apóstoles
Credo
de Nicea-Constantinopla
Creo en Dios,
Creo en un solo Dios,
Padre Todopoderoso,
Padre Todopoderoso,
Creador del cielo y de la tierra.
Creador del cielo y de la tierra, de
todo lo visible y lo invisible.
Creo en Jesucristo, su único Hijo, Creo
en un solo Señor, Jesucristo,
Nuestro Señor,
Hijo único de Dios,
nacido del Padre antes de todos los
siglos: Dios de Dios, Luz de Luz,
Dios verdadero de Dios verdadero,
engendrado, no creado,
de la misma naturaleza del Padre,
por quien todo fue hecho;
que por nosotros, los hombres, y
por nuestra salvación bajó del cielo,
que fue concebido por obra y
y por obra del Espíritu Santo se
gracia del Espíritu Santo,
encarnó de María,
la Virgen, y se
nació de Santa María Virgen,
hizo hombre;
padeció bajo el poder de Poncio
y por nuestra causa fue crucihcado
Pilato
en tiempos de Poncio Pilato;
fue crucificado,
padeció
muerto y sepultado,
y fue sepultado,
descendió a los infiernos,
y resucitó al tercer día,
según las
al tercer día resucitó de entre
Escrituras,
los muertos,
subió a los cielos
y
subió al cielo,
y está sentado a la derecha
y está sentado a la derecha del Padre;
de Dios, Padre todopoderoso.
Desde allí ha de venir a
y de nuevo vendrá con gloria para
juzgar a vivos y muertos.
juzgar a vivos y muertos,
y su reino no tendrá fin.
Creo en el Espíritu Santo,
Creo en el Espíritu Santo,
Señor
y dador de vida,
que
procede del Padre y del Hijo,
que
con el Padre y el Hijo recibe
una misma adoración y gloria,
y que habló por los profetas.
La santa Iglesia católica,
Creo en la Iglesia, que es una,
la comunión de los santos,
santa, católica y apostólica.
Confieso
que hay un solo Bautismo
el perdón de los pecados,
para el perdón de los pecados.
la resurrección de la carne
Espero la resurrección de los muertos
y la vida eterna.
y
la vida del mundo futuro.
Amén.
Amén.
SEGUNDA SECCION
LA PROFESION DE LA FE CRISTIANA
LOS SIMBOLOS DE LA FE
185 Quien dice "Yo
creo", dice "Yo me adhiero a lo que nosotros creemos". La comunión
en la fe necesita un lenguaje común de la fe, normativo para todos
y que nos una en la misma confesión de fe.
186 Desde su origen, la Iglesia apostólica expresó
y transmitió su propia fe en fórmulas breves y normativas
para todos (cf. Rom 10,9; 1 Cor 15,3-5; etc.). Pero muy pronto, la Iglesia
quiso también recoger lo esencial de su fe en resúmenes orgánicos
y articulados destinados obre todo a los candidatos al bautismo:
Esta síntesis de la fe no ha sido hecha según las opiniones
humanas, sino que de toda la Escritura ha s ido recogido lo que hay en ella
de más importante, para dar en su integridad la única enseñanza
de la fe. Y como el grano de mostaza contiene en un grano muy pequeño
gran número de ramas, de igual modo este resumen de la fe encierra
en pocas palabras todo el conocimiento de la verdadera piedad contenida
en el Antiguo y el Nuevo Testamento (S. Cirilo de Jerusalén, catech.
ill. 5,12).
187 Se llama a estas síntesis de la fe "profesiones
de fe" porque resumen la fe que profesan los cristianos. Se les llama "Credo"
por razón de que en ellas la primera palabra es normalmente : "Creo".
Se les denomina igualmente "símbolos de la fe".
188 La palabra griego "symbolon" significaba la mitad
de un objeto partido (por ejemplo, un sello) que se presentaban como una señal
para darse a conocer. Las partes rotas se ponían juntas para verificar
la identidad del portador. El "símbolo de la fe" es, pues, un signo
de identificación y de comunión entre los creyentes. "Symbolon"
significa también recopilación, colección o sumario.
El "símbolo de la fe" es la recopilación de las principales
verdades de la fe. De ahí el hecho de que sirva de punto de referencia
primero y fundamental de la catequesis.
189 La primera "profesión de fe" se hace en el
Bautismo. El "símbolo de la fe" es ante todo el símbolo bautismal.
Puesto que el Bautismo es dado "en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu
Santo" (Mt 28,19), las verdades de fe profesadas en el Bautismo son articuladas
según su referencia a las tres personas de la Santísima Trinidad.
190 El Símbolo se divide, por tanto, en tres partes:
"primero habla de la primera Persona divina y de la obra admirable de la
creación; a continuación, de la segunda Persona divina y del
Misterio de la Redención de los hombres; finalmente, de la tercera
Persona divina, fuente y principio de nuestra santificación" (Catech.
R. 1,1,3). Son "los tres capítulos de nuestro sello (bautismal)" (S.
Ireneo, dem. 100).
191 "Estas tres partes son distintas aunque están
ligadas entre sí. Según una comparación empleada con
frecuencia por los Padres, las llamamos artículos. De igual modo,
en efecto, que en nuestros miembros hay ciertas articulaciones que los distinguen
y los separan, así también, en esta profesión de fe,
se ha dado con propiedad y razón el nombre de artículos a
las verdades que debemos creer en particular y de una manera distinta" (Catch.R.
1,1,4). Según una antigua tradición, atestiguada ya por S.
Ambrosio, se acostumbra a enumerar doce artículos del Credo, simbolizando
con el número de los doce apóstoles el conjunto de la fe apostólica
(cf.symb. 8).
192 A lo largo de los siglos, en respuesta a las necesidades
de diferentes épocas, han sido numerosas las profesiones o símbolos
de la fe: los símbolos de las diferentes Iglesias apostólicas
y antiguas (cf. DS 1-64), el Símbolo "Quicumque", llamado de S. Atanasio
(cf. DS 75-76), las profesiones de fe de ciertos Concilios (Toledo: DS 525-541;
Letrán: DS 800-802; Lyon: DS 851-861; Trento: DS 1862-1870) o de
ciertos Papas, como la "fides Damasi" (cf. DS 71-72) o el "Credo del Pueblo
de Dios" (SPF) de Pablo VI (1968).
193 Ninguno de los símbolos de las diferentes
etapas de la vida de la Iglesia puede ser considerado como superado e inútil.
Nos ayudan a captar y profundizar hoy la fe de siempre a través de
los diversos resúmenes que de ella se han hecho.
Entre todos los símbolos de la fe, dos ocupan un lugar muy particular
en la vida de la Iglesia:
194 El Símbolo de los Apóstoles, llamado
así porque es considerado con justicia como el resumen fiel de la
fe de los apóstoles.
195 Es el antiguo símbolo bautismal de la Iglesia
de Roma. Su gran autoridad le viene de este hecho: "Es el símbolo
que guarda la Iglesia romana, la que fue sede de Pedro, el primero de los
apóstoles, y a la cual él llevó la doctrina común"
(S. Ambrosio, symb. 7).
El Símbolo llamado de Nicea-Constantinopla debe su gran autoridad
al hecho de que es fruto de los dos primeros Concilios ecuménicos
(325 y 381). Sigue siendo todavía hoy el símbolo común
a todas las grandes Iglesias de Oriente y Occidente.
196 Nuestra exposición de la fe seguirá
el Símbolo de los Apóstoles, que constituye, por así
decirlo, "el más antiguo catecismo romano". No obstante, la exposición
será completada con referencias constantes al Símbolo de Nicea-Constantinopla,
que con frecuencia es más explícito y más detallado.
197 Como en el día de nuestro Bautismo, cuando
toda nuestra vida fue confiada "a la regla de doctrina" (Rom 6,17), acogemos
el Símbolo de esta fe nuestra que da la vida. Recitar con fe el Credo
es entrar en comunión con Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo,
es entrar también en comunión con toda la Iglesia que nos
transmite la fe y en el seno de la cual creemos:
Este Símbolo es el sello espiritual, es la meditación de
nuestro corazón y el guardián siempre presente, es, con toda
certeza, el tesoro de nuestra alma (S. Ambrosio, symb. 1).
CAPITULO PRIMERO
CREO EN DIOS PADRE
198 Nuestra profesión
de fe comienza por Dios, porque Dios es "el Primero y el Ultimo" (Is 44,6),
el Principio y el Fin de todo. El Credo comienza por Dios Padre, porque el
Padre es la Primera Persona Divina de la Santísima Trinidad; nuestro
Símbolo se inicia con la creación del Cielo y de la tierra,
ya que la creación es el comienzo y el fundamento de todas las obras
de Dios.
Artículo 1: "CREO EN DIOS, PADRE
TODOPODEROSO, CREADOR
DEL CIELO Y DE
LA TIERRA"
Párrafo 1 CREO EN DIOS
199 "Creo en Dios":
Esta primera afirmación de la profesión de fe es también
la más fundamental. Todo el Símbolo habla de Dios, y si habla
también del hombre y del mundo, lo hace por relación a Dios.
Todos los artículos del Credo dependen del primero, así como
los mandamientos son explicitaciones del primero. Los demás artículos
nos hacen conocer mejor a Dios tal como se reveló progresivamente
a los hombres. "Los fieles hacen primero profesión de creer en Dios"
(Catech.R. 1,2,2).
I "CREO EN UN SOLO DIOS"
200 Con estas palabras
comienza el Símbolo de Nicea-Constantinopla. La confesión
de la unicidad de Dios, que tiene su raíz en la Revelación
Divina en la Antigua Alianza, es inseparable de la confesión de la
existencia de Dios y asimismo también fundamental. Dios es Unico:
no hay más que un solo Dios: "La fe cristiana confiesa que hay un
solo Dios, por naturaleza, por substancia y por esencia" (Catech.R., 1,2,2).
201 A Israel, su elegido, Dios se reveló como
el Unico: "Escucha Israel: el Señor nuestro Dios es el único
Señor. Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón,
con toda tu alma y con toda tu fuerza" (Dt 6,4-5). Por los profetas, Dios
llama a Israel y a todas las naciones a volverse a él, el Unico: "Volveos
a mí y seréis salvados, confines todos de la tierra, porque
yo soy Dios, no existe ningún otro...ante mí se doblará
toda rodilla y toda lengua jurará diciendo: ¡Sólo en
Dios hay victoria y fuerza!" (Is 45,22-24; cf. Flp 2,10-11).
202 Jesús mismo confirma que Dios es "el único
Señor" y que es preciso amarle con todo el corazón, con toda
el alma, con todo el espíritu y todas las fuerzas (cf. Mc 12,29-30).
Deja al mismo tiempo entender que él mismo es "el Señor" (cf.
Mc 12,35-37). Confesar que "Jesús es Señor" es lo propio de
la fe cristiana. Esto no es contrario a la fe en el Dios Unico. Creer en
el Espíritu Santo, "que es Señor y dador de vida", no introduce
ninguna división en el Dios único:
Creemos firmemente y afirmamos sin ambages que hay un solo verdadero Dios,
inmenso e inmutable, incomprensible, todopoderoso e inefable, Padre, Hijo
y Espíritu Santo: Tres Personas, pero una Esencia, una Substancia
o Naturaleza absolutamente simple (Cc. de Letrán IV: DS 800).
II DIOS REVELA SU NOMBRE
203 A su pueblo Israel
Dios se reveló dándole a conocer su Nombre. El nombre expresa
la esencia, la identidad de la persona y el sentido de su vida. Dios tiene
un nombre. No es una fuerza anónima. Comunicar su nombre es darse
a conocer a los otros. Es, en cierta manera, comunicarse a sí mismo
haciéndose accesible, capaz de ser más íntimamente
conocido y de ser invocado personalmente.
204 Dios se reveló progresivamente y bajo diversos
nombres a su pueblo, pero la revelación del Nombre Divino, hecha
a Moisés en la teofanía de la zarza ardiente, en el umbral
del Exodo y de la Alianza del Sinaí, demostró ser la revelación
fundamental tanto para la Antigua como para la Nueva Alianza.
El Dios vivo
205 Dios llama a Moisés
desde una zarza que arde sin consumirse. Dios dice a Moisés: "Yo
soy el Dios de tus padres, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios
de Jacob" (Ex 3,6). Dios es el Dios de los padres. El que había llamado
y guiado a los patriarcas en sus peregrinaciones. Es el Dios fiel y compasivo
que se acuerda de ellos y de sus promesas; viene para librar a sus descendientes
de la esclavitud. Es el Dios que más allá del espacio y del
tiempo lo puede y lo quiere, y que pondrá en obra toda su Omnipotencia
para este designio.
"Yo soy el que soy"
Moisés dijo a Dios: Si voy a
los hijos de Israel y les digo: `El Dios de vuestros padres me ha enviado
a vosotros'; cuando me pregunten: `¿Cuál es su nombre?', ¿qué
les responderé?" Dijo Dios a Moisés: "Yo soy el que soy".
Y añadió: "Así dirás a los hijos de Israel:
`Yo soy' me ha enviado a vosotros"...Este es ni nombre para siempre, por
él seré invocado de generación en generación"
(Ex 3,13-15).
206 Al revelar su nombre misterioso de YHWH, "Yo soy
el que es" o "Yo soy el que soy" o también "Yo soy el que Yo soy",
Dios dice quién es y con qué nombre se le debe llamar. Este
Nombre Divino es misterioso como Dios es Misterio. Es a la vez un Nombre
revelado y como la resistencia a tomar un nombre propio, y por esto mismo
expresa mejor a Dios como lo que él es, infinitamente por encima de
todo lo que podemos comprender o decir: es el "Dios escondido" (Is 45,15),
su nombre es inefable (cf. Jc 13,18), y es el Dios que se acerca a los hombres.
207 Al revelar su nombre, Dios revela, al mismo tiempo,
su fidelidad que es de siempre y para siempre, valedera para el pasado ("Yo
soy el Dios de tus padres", Ex 3,6) como para el porvenir ("Yo estaré
contigo", Ex 3,12). Dios que revela su nombre como "Yo soy" se revela como
el Dios que está siempre allí, presente junto a su pueblo
para salvarlo.
208 Ante la presencia atrayente y misteriosa de Dios,
el hombre descubre su pequeñez. Ante la zarza ardiente, Moisés
se quita las sandalias y se cubre el rostro (cf. Ex 3,5-6) delante de la
Santidad Divina. Ante la gloria del Dios tres veces santo, Isaías
exclama: "¡ Ay de mí, que estoy perdido, pues soy un hombre
de labios impuros!" (Is 6,5). Ante los signos divinos que Jesús realiza,
Pedro exclama: "Aléjate de mí, Señor, que soy un hombre
pecador" (Lc 5,8). Pero porque Dios es santo, puede perdonar al hombre que
se descubre pecador delante de él: "No ejecutaré el ardor de
mi cólera...porque soy Dios, no hombre; en medio de ti yo el Santo"
(Os 11,9). El apóstol Juan dirá igualmente: "Tranquilizaremos
nuestra conciencia ante él, en caso de que nos condene nuestra conciencia,
pues Dios es mayor que nuestra conciencia y conoce todo" (1 Jn 3,19-20).
209 Por respeto a su santidad el pueblo de Israel no
pronuncia el Nombre de Dios. En la lectura de la Sagrada Escritura, el Nombre
revelado es sustituido por el título divino "Señor" ("Adonai",
en griego "Kyrios"). Con este título será aclamada la divinidad
de Jesús: "Jesús es Señor".
"Dios misericordioso y clemente"
210 Tras el pecado
de Israel, que se apartó de Dios para adorar al becerro de oro (cf.
Ex 32), Dios escucha la intercesión de Moisés y acepta marchar
en medio de un pueblo infiel, manifestando así su amor (cf. Ex 33,12-17).
A Moisés, que pide ver su gloria, Dios le responde: "Yo haré
pasar ante tu vista toda mi bondad (belleza) y pronunciaré delante
de ti el nombre de YHWH" (Ex 33,18-19). Y el Señor pasa delante de
Moisés, y proclama: "YHWH, YHWH, Dios misericordioso y clemente,
tardo a la cólera y rico en amor y fidelidad" (Ex 34,5-6). Moisés
confiesa entonces que el Señor es un Dios que perdona (cf. Ex 34,9).
211 El Nombre Divino "Yo soy" o "El es" expresa la fidelidad
de Dios que, a pesar de la infidelidad del pecado de los hombres y del castigo
que merece, "mantiene su amor por mil generaciones" (Ex 34,7). Dios revela
que es "rico en misericordia" (Ef 2,4) llegando hasta dar su propio Hijo.
Jesús, dando su vida para librarnos del pecado, revelará que
él mismo lleva el Nombre divino: "Cuando hayáis levantado
al Hijo del hombre, entonces sabréis que Yo soy" (Jn 8,28)
Solo Dios ES
212 En el transcurso
de los siglos, la fe de Israel pudo desarrollar y profundizar las riquezas
contenidas en la revelación del Nombre divino. Dios es único;
fuera de él no hay dioses (cf. Is 44,6). Dios transciende el mundo
y la historia. El es quien ha hecho el cielo y la tierra: "Ellos perecen,
mas tú quedas, todos ellos como la ropa se desgastan...pero tú
siempre el mismo, no tienen fin tus años" (Sal 102,27-28). En él
"no hay cambios ni sombras de rotaciones" (St 1,17). El es "El que es",
desde siempre y para siempre y por eso permanece siempre fiel a sí
mismo y a sus promesas.
213 Por tanto, la revelación del Nombre inefable
"Yo soy el que soy" contiene la verdad que sólo Dios ES. En este
mismo sentido, ya la traducción de los Setenta y, siguiéndola,
la Tradición de la Iglesia han entendido el Nombre divino: Dios es
la plenitud del Ser y de toda perfección, sin origen y sin fin. Mientras
todas las criaturas han recibido de él todo su ser y su poseer. El
solo es su ser mismo y es por sí mismo todo lo que es.
III DIOS, "EL QUE ES", ES VERDAD Y AMOR
214 Dios, "El que
es", se reveló a Israel como el que es "rico en amor y fidelidad"
(Ex 34,6). Estos dos términos expresan de forma condensada las riquezas
del Nombre divino. En todas sus obras, Dios muestra su benevolencia, su
bondad, su gracia, su amor; pero también su fiabilidad, su constancia,
su fidelidad, su verdad. "Doy gracias a tu nombre por tu amor y tu verdad"
(Sal 138,2; cf. Sal 85,11). El es la Verdad, porque "Dios es Luz, en él
no hay tiniebla alguna" (1 Jn 1,5); él es "Amor", como lo enseña
el apóstol Juan (1 Jn 4,8).
Dios es la Verdad
215 "Es verdad el
principio de tu palabra, por siempre, todos tus justos juicios" (Sal 119,160).
"Ahora, mi Señor Dios, tú eres Dios, tus palabras son verdad"
(2 S 7,28); por eso las promesas de Dios se realizan siempre (cf. Dt 7,9).
Dios es la Verdad misma, sus palabras no pueden engañar. Por ello
el hombre se puede entregar con toda confianza a la verdad y a la fidelidad
de la palabra de Dios en todas las cosas. El comienzo del pecado y de la
caída del hombre fue una mentira del tentador que indujo a dudar de
la palabra de Dios, de su benevolencia y de su fidelidad.
216 La verdad de Dios es su sabiduría que rige
todo el orden de la creación y del gobierno del mundo ( cf.Sb 13,1-9).
Dios, único Creador del cielo y de la tierra (cf. Sal 115,15), es
el único que puede dar el conocimiento verdadero de todas las cosas
creadas en su relación con El (cf. Sb 7,17-21).
217 Dios es también verdadero cuando se revela:
La enseñanza que viene de Dios es "una doctrina de verdad" (Ml 2,6).
Cuando envíe su Hijo al mundo, será para "dar testimonio de
la Verdad" (Jn 18,37): "Sabemos que el Hijo de Dios ha venido y nos ha dado
inteligencia para que conozcamos al Verdadero" (1 Jn 5,20; cf. Jn 17,3).
Dios es Amor
218 A lo largo de
su historia, Israel pudo descubrir que Dios sólo tenía una
razón para revelársele y escogerlo entre todos los pueblos
como pueblo suyo: su amor gratuito (cf. Dt 4,37; 7,8; 10,15). E Israel comprendió,
gracias a sus profetas, que también por amor Dios no cesó
de salvarlo (cf. Is 43,1-7) y de perdonarle su infidelidad y sus pecados
(cf. Os 2).
219 El amor de Dios a Israel es comparado al amor de
un padre a su hijo (Os 11,1). Este amor es más fuerte que el amor
de una madre a sus hijos (cf. Is 49,14-15). Dios ama a su Pueblo más
que un esposo a su amada (Is 62,4-5); este amor vencerá incluso las
peores infidelidades (cf. Ez 16; Os 11); llegará hasta el don más
precioso: "Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único"
(Jn 3,16).
220 El amor de Dios es "eterno" (Is 54,8). "Porque los
montes se correrán y las colinas se moverán, mas mi amor de
tu lado no se apartará" (Is 54,10). "Con amor eterno te he amado:
por eso he reservado gracia para ti" (Jr 31,3).
221 Pero S. Juan irá todavía más
lejos al afirmar: "Dios es Amor" (1 Jn 4,8.16); el ser mismo de Dios es Amor.
Al enviar en la plenitud de los tiempos a su Hijo único y al Espíritu
de Amor, Dios revela su secreto más íntimo (cf. 1 Cor 2,7-16;
Ef 3,9-12); él mismo es una eterna comunicación de amor: Padre,
Hijo y Espíritu Santo, y nos ha destinado a participar en Él.
IV CONSECUENCIAS DE LA FE EN EL DIOS UNICO
222 Creer en Dios,
el Unico, y amarlo con todo el ser tiene consecuencias inmensas para toda
nuestra vida:
223 Es reconocer la grandeza y la majestad de Dios: "sí,
Dios es tan grande que supera nuestra ciencia" (Jb 36,26). Por esto Dios
debe ser "el primer servido" (Santa Juan de Arco).
224 Es vivir en acción de gracias: Si Dios es
el Unico, todo lo que somos y todo lo que poseemos vienen de él:
"¿Qué tienes que no hayas recibido?" (1 Co 4,7). "¿Cómo
pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?" (Sal 116,12).
225 Es reconocer la unidad y la verdadera dignidad de
todos los hombres: Todos han sido hechos "a imagen y semejanza de Dios" (Gn
1,26).
226 Es usar bien de las cosas creadas: La fe en Dios,
el Unico, nos lleva a usar de todo lo que no es él en la medida en
que nos acerca a él, y a separarnos de ello en la medida en que nos
aparta de Él (cf. Mt 5,29-30; 16, 24; 19,23-24):
Señor mío y Dios mío, quítame todo lo que me
aleja de ti. Señor mío y Dios mío, dame todo lo que
me acerca a ti. Señor mío y Dios mío, despójame
de mi mismo para darme todo a ti (S. Nicolás de Flüe, oración).
227 Es confiar en Dios en todas las circunstancias, incluso
en la adversidad. Una oración de Santa Teresa de Jesús lo
expresa admirablemente:
Nada te turbe
/ Nada te espante
Todo se pasa /
Dios no se muda
La paciencia todo
lo alcanza /
quien a Dios tiene/Nada le falta:
Sólo Dios basta
(poes. 30)
RESUMEN
228 "Escucha, Israel,
el Señor nuestro Dios es el Unico Señor..." (Dt 6,4; Mc 12,29).
"Es absolutamente necesario que el Ser supremo sea único, es decir,
sin igual...Si Dios no es único, no es Dios" (Tertuliano, Marc. 1,3).
229 La fe en Dios nos mueve a volvernos solo a El como
a nuestro primer origen y nuestro fin último;, y a no preferirle
a nada ni sustituirle con nada.
230 Dios al revelarse sigue siendo Misterio inefable:
"Si lo comprendieras, no sería Dios" (S. Agustín, serm. 52,6,16).
231 El Dios de nuestra fe se ha revelado como El que
es; se ha dado a conocer como "rico en amor y fidelidad" (Ex 34,6). Su Ser
mismo es Verdad y Amor.
Párrafo 2 EL PADRE
I "EN EL NOMBRE
DEL PADRE Y DEL HIJO
Y DEL ESPIRITU
SANTO"
232 Los cristianos
son bautizados "en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo"
(Mt 28,19). Antes responden "Creo" a la triple pregunta que les pide confesar
su fe en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu: "Fides omnium christianorum
in Trinitate consistit" ("La fe de todos los cristianos se cimenta en la
Santísima Trinidad") (S. Cesáreo de Arlés, symb.).
233 Los cristianos son bautizados en "el nombre" del
Padre y del Hijo y del Espíritu Santo y no en "los nombres" de estos
(cf. Profesión de fe del Papa Vigilio en 552: DS 415), pues no hay
más que un solo Dios, el Padre todopoderoso y su Hijo único
y el Espíritu Santo: la Santísima Trinidad.
234 El misterio de la Santísima Trinidad es el
misterio central de la fe y de la vida cristiana. Es el misterio de Dios en
sí mismo. Es, pues, la fuente de todos los otros misterios de la fe;
es la luz que los ilumina. Es la enseñanza más fundamental y
esencial en la "jerarquía de las verdades de fe" (DCG 43). "Toda la
historia de la salvación no es otra cosa que la historia del camino
y los medios por los cuales el Dios verdadero y único, Padre, Hijo
y Espíritu Santo, se revela, reconcilia consigo a los hombres, apartados
por el pecado, y se une con ellos" (DCG 47).
235 En este párrafo, se expondrá brevemente
de qué manera es revelado el misterio de la Bienaventurada Trinidad
(I), cómo la Iglesia ha formulado la doctrina de la fe sobre este
misterio (II), y finalmente cómo, por las misiones divinas del Hijo
y del Espíritu Santo, Dios Padre realiza su "designio amoroso" de
creación, de redención, y de santificación (III).
236 Los Padres de la Iglesia distinguen entre la "Theologia"
y la "Oikonomia", designando con el primer término el misterio de
la vida íntima del Dios-Trinidad, con el segundo todas las obras de
Dios por las que se revela y comunica su vida. Por la "Oikonomia" nos es
revelada la "Theologia"; pero inversamente, es la "Theologia", quien esclarece
toda la "Oikonomia". Las obras de Dios revelan quién es en sí
mismo; e inversamente, el misterio de su Ser íntimo ilumina la inteligencia
de todas sus obras. Así sucede, analógicamente, entre las
personas humanas, La persona se muestra en su obrar y a medida que conocemos
mejor a una persona, mejor comprendemos su obrar.
237 La Trinidad es un misterio de fe en sentido estricto,
uno de los "misterios escondidos en Dios, que no pueden ser conocidos si
no son revelados desde lo alto" (Cc. Vaticano I: DS 3015. Dios, ciertamente,
ha dejado huellas de su ser trinitario en su obra de Creación y en
su Revelación a lo largo del Antiguo Testamento. Pero la intimidad
de su Ser como Trinidad Santa constituye un misterio inaccesible a la sola
razón e incluso a la fe de Israel antes de la Encarnación
del Hijo de Dios y el envío del Espíritu Santo.
II LA REVELACION DE DIOS COMO TRINIDAD
El Padre revelado por el Hijo
238 La invocación
de Dios como "Padre" es conocida en muchas religiones. La divinidad es con
frecuencia considerada como "padre de los dioses y de los hombres". En Israel,
Dios es llamado Padre en cuanto Creador del mundo (Cf. Dt 32,6; Ml 2,10).
Pues aún más, es Padre en razón de la alianza y del
don de la Ley a Israel, su "primogénito" (Ex 4,22). Es llamado también
Padre del rey de Israel (cf. 2 S 7,14). Es muy especialmente "el Padre de
los pobres", del huérfano y de la viuda, que están bajo su
protección amorosa (cf. Sal 68,6).
239 Al designar a Dios con el nombre de "Padre", el lenguaje
de la fe indica principalmente dos aspectos: que Dios es origen primero
de todo y autoridad transcendente y que es al mismo tiempo bondad y solicitud
amorosa para todos sus hijos. Esta ternura paternal de Dios puede ser expresada
también mediante la imagen de la maternidad (cf. Is 66,13; Sal 131,2)
que indica más expresivamente la inmanencia de Dios, la intimidad
entre Dios y su criatura. El lenguaje de la fe se sirve así de la
experiencia humana de los padres que son en cierta manera los primeros representantes
de Dios para el hombre. Pero esta experiencia dice también que los
padres humanos son falibles y que pueden desfigurar la imagen de la paternidad
y de la maternidad. Conviene recordar, entonces, que Dios transciende la
distinción humana de los sexos. No es hombre ni mujer, es Dios. Transciende
también la paternidad y la maternidad humanas (cf. Sal 27,10), aunque
sea su origen y medida (cf. Ef 3,14; Is 49,15): Nadie es padre como
lo es Dios.
240 Jesús ha revelado que Dios es "Padre" en un
sentido nuevo: no lo es sólo en cuanto Creador; Él es eternamente
Padre en relación a su Hijo único, el cual eternamente es
Hijo sólo en relación a su Padre: "Nadie conoce al Hijo sino
el Padre, ni al Padre le conoce nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo
se lo quiera revelar" (Mt 11,27).
241 Por eso los apóstoles confiesan a Jesús
como "el Verbo que en el principio estaba junto a Dios y que era Dios" (Jn
1,1), como "la imagen del Dios invisible" (Col 1,15), como "el resplandor
de su gloria y la impronta de su esencia" Hb 1,3).
242 Después de ellos, siguiendo la tradición
apostólica, la Iglesia confesó en el año 325 en el
primer concilio ecuménico de Nicea que el Hijo es "consubstancial"
al Padre, es decir, un solo Dios con él. El segundo concilio ecuménico,
reunido en Constantinopla en el año 381, conservó esta expresión
en su formulación del Credo de Nicea y confesó "al Hijo Unico
de Dios, engendrado del Padre antes de todos los siglos, luz de luz, Dios
verdadero de Dios verdadero, engendrado no creado, consubstancial al Padre"
(DS 150).
El Padre y el Hijo revelados por el Espíritu
243 Antes de su Pascua,
Jesús anuncia el envío de "otro Paráclito" (Defensor),
el Espíritu Santo. Este, que actuó ya en la Creación
(cf. Gn 1,2) y "por los profetas" (Credo de Nicea-Constantinopla), estará
ahora junto a los discípul os y en ellos (cf. Jn 14,17), para enseñarles
(cf. Jn 14,16) y conducirlos "hasta la verdad completa" (Jn 16,13). El Espíritu
Santo es revelado así como otra persona divina con relación
a Jesús y al Padre.
244 El origen eterno del Espíritu se revela en
su misión temporal. El Espíritu Santo es enviado a los Apóstoles
y a la Iglesia tanto por el Padre en nombre del Hijo, como por el Hijo en
persona, una vez que vuelve junto al Padre (cf. Jn 14,26; 15,26; 16,14).
El envío de la persona del Espíritu tras la glorificación
de Jesús (cf. Jn 7,39), revela en plenitud el misterio de la Santa
Trinidad.
245 La fe apostólica relativa al Espíritu
fue confesada por el segundo Concilio ecuménico en el año
381 en Constantinopla: "Creemos en el Espíritu Santo, Señor
y dador de vida, que procede del Padre" (DS 150). La Iglesia reconoce así
al Padre como "la fuente y el origen de toda la divinidad" (Cc. de Toledo
VI, año 638: DS 490). Sin embargo, el origen eterno del Espíritu
Santo está en conexión con el del Hijo: "El Espíritu
Santo, que es la tercera persona de la Trinidad, es Dios, uno e igual al
Padre y al Hijo, de la misma sustancia y también de la misma naturaleza:
Por eso, no se dice que es sólo el Espíritu del Padre, sino
a la vez el espíritu del Padre y del Hijo" (Cc. de Toledo XI, año
675: DS 527). El Credo del Concilio de Constantinopla (año 381) confiesa:
"Con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria" (DS
150).
246 La tradición latina del Credo confiesa que
el Espíritu "procede del Padre y del Hijo (filioque)". El Concilio
de Florencia, en el año 1438, explicita: "El Espíritu Santo
tiene su esencia y su ser a la vez del Padre y del Hijo y procede eternamente
tanto del Uno como del Otro como de un solo Principio y por una sola espiración...Y
porque todo lo que pertenece al Padre, el Padre lo dio a su Hijo único,
al engendrarlo, a excepción de su ser de Padre, esta procesión
misma del Espíritu Santo a partir del Hijo, éste la tiene
eternamente de su Padre que lo engendró eternamente" (DS 1300-1301).
247 La afirmación del filioque no figuraba en
el símbolo confesado el año 381 en Constantinopla. Pero sobre
la base de una antigua tradición latina y alejandrina, el Papa S.
León la había ya confesado dogmáticamente el año
447 (cf. DS 284) antes incluso que Roma conociese y recibiese el año
451, en el concilio de Calcedonia, el símbolo del 381. El uso de esta
fórmula en el Credo fue poco a poco admitido en la liturgia latina
(entre los siglos VIII y XI). La introducción del Filioque en el Símbolo
de Nicea-Constantinopla por la liturgia latina constituye, todavía
hoy, un motivo de no convergencia con las Iglesias ortodoxas.
248 La tradición oriental expresa en primer lugar
el carácter de origen primero del Padre por relación al Espíritu
Santo. Al confesar al Espíritu como "salido del Padre" (Jn 15,26),
esa tradición afirma que este procede del Padre por el Hijo (cf.
AG 2). La tradición occidental expresa en primer lugar la comunión
consubstancial entre el Padre y el Hijo diciendo que el Espíritu
procede del Padre y del Hijo (Filioque). Lo dice "de manera legítima
y razonable" (Cc. de Florencia, 1439: DS 1302), porque el orden eterno de
las personas divinas en su comunión consubstancial implica que el
Padre sea el origen primero del Espíritu en tanto que "principio sin
principio" (DS 1331), pero también que, en cuanto Padre del Hijo Unico,
sea con él "el único principio de que procede el Espíritu
Santo" (Cc. de Lyon II, 1274: DS 850). Esta legítima complementariedad,
si no se desorbita, no afecta a la identidad de la fe en la realidad del
mismo misterio confesado.
III LA SANTISIMA TRINIDAD EN LA DOCTRINA DE LA FE
La formación del dogma trinitario
249 La verdad revelada
de la Santa Trinidad ha estado desde los orígenes en la raíz
de la fe viva de la Iglesia, principalmente en el acto del bautismo. Encuentra
su expresión en la regla de la fe bautismal, formulada en la predicación,
la catequesis y la oración de la Iglesia. Estas formulaciones se
encuentran ya en los escritos apostólicos, como este saludo recogido
en la liturgia eucarística: "La gracia del Señor Jesucristo,
el amor de Dios Padre y la comunión del Espíritu Santo sean
con todos vosotros" (2 Co 13,13; cf. 1 Cor 12,4-6; Ef 4,4-6).
250 Durante los primeros siglos, la Iglesia formula más
explícitamente su fe trinitaria tanto para profundizar su propia
inteligencia de la fe como para defenderla contra los errores que la deformaban.
Esta fue la obra de los Concilios antiguos, ayudados por el trabajo teológico
de los Padres de la Iglesia y sostenidos por el sentido de la fe del pueblo
cristiano.
251 Para la formulación del dogma de la Trinidad,
la Iglesia debió crear una terminología propia con ayuda de
nociones de origen filosófico: "substancia", "persona" o "hipóstasis",
"relación", etc. Al hacer esto, no sometía la fe a una sabiduría
humana, sino que daba un sentido nuevo, sorprendente, a estos términos
destinados también a significar en adelante un Misterio inefable,
"infinitamente más allá de todo lo que podemos concebir según
la medida humana" (Pablo VI, SPF 2).
252 La Iglesia utiliza el término "substancia"
(traducido a veces también por "esencia" o por "naturaleza") para designar
el ser divino en su unidad; el término "persona" o "hipóstasis"
para designar al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo en su distinción
real entre sí; el término "relación" para designar
el hecho de que su distinción reside en la referencia de cada uno
a los otros.
El dogma de la Santísima Trinidad
253 La Trinidad es
una. No confesamos tres dioses sino un solo Dios en tres personas: "la Trinidad
consubstancial" (Cc. Constantinopla II, año 553: DS 421). Las personas
divinas no se reparten la única divinidad, sino que cada una de ellas
es enteramente Dios: "El Padre es lo mismo que es el Hijo, el Hijo lo mismo
que es el Padre, el Padre y el Hijo lo mismo que el Espíritu Santo,
es decir, un solo Dios por naturaleza" (Cc. de Toledo XI, año 675:
DS 530). "Cada una de las tres personas es esta realidad, es decir, la substancia,
la esencia o la naturaleza divina" (Cc. de Letrán IV, año
1215: DS 804).
254 Las personas divinas son realmente distintas entre
si. "Dios es único pero no solitario" (Fides Damasi: DS 71). "Padre",
"Hijo", Espíritu Santo" no son simplemente nombres que designan modalidades
del ser divino, pues son realmente distintos entre sí: "El que es
el Hijo no es el Padre, y el que es el Padre no es el Hijo, ni el Espíritu
Santo el que es el Padre o el Hijo" (Cc. de Toledo XI, año 675: DS
530). Son distintos entre sí por sus relaciones de origen: "El Padre
es quien engendra, el Hijo quien es engendrado, y el Espíritu Santo
es quien procede" (Cc. Letrán IV, año 1215: DS 804). La Unidad
divina es Trina.
255 Las personas divinas son relativas unas a otras.
La distinción real de las personas entre sí, porque no divide
la unidad divina, reside únicamente en las relaciones que las refieren
unas a otras: "En los nombres relativos de las personas, el Padre es referido
al Hijo, el Hijo lo es al Padre, el Espíritu Santo lo es a los dos;
sin embargo, cuando se habla de estas tres personas considerando las relaciones
se cree en una sola naturaleza o substancia" (Cc. de Toledo XI, año
675: DS 528). En efecto, "todo es uno (en ellos) donde no existe oposición
de relación" (Cc. de Florencia, año 1442: DS 1330). "A causa
de esta unidad, el Padre está todo en el Hijo, todo en el Espíritu
Santo; el Hijo está todo en el Padre, todo en el Espíritu
Santo; el Espíritu Santo está todo en el Padre, todo en el
Hijo" (Cc. de Florencia 1442: DS 1331).
256 A los catecúmenos de Constantinopla, S. Gregorio
Nacianceno, llamado también "el Teólogo", confía este
resumen de la fe trinitaria:
Ante todo, guardadme este buen depósito,
por el cual vivo y combato, con el cual quiero morir, que me hace soportar
todos los males y despreciar todos los placeres: quiero decir la profesión
de fe en el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo. Os la confío
hoy. Por ella os introduciré dentro de poco en el agua y os sacaré
de ella. Os la doy como compañera y patrona de toda vuestra vida.
Os doy una sola Divinidad y Poder, que existe Una en los Tres, y contiene
los Tres de una manera distinta. Divinidad sin distinción de substancia
o de naturaleza, sin grado superior que eleve o grado inferior que abaje...Es
la infinita connaturalidad de tres infinitos. Cada uno, considerado en sí
mismo, es Dios todo entero...Dios los Tres considerados en conjunto...No
he comenzado a pensar en la Unidad cuando ya la Trinidad me baña con
su esplendor. No he comenzado a pensar en la Trinidad cuando ya la unidad
me posee de nuevo...(0r. 40,41: PG 36,417).
IV LAS OBRAS DIVINAS Y LAS MISIONES TRINITARIAS
257 "O lux beata Trinitas
et principalis Unitas!" ("¡Oh Trinidad, luz bienaventurada y unidad
esencial!") (LH, himno de vísperas) Dios es eterna beatitud, vida
inmortal, luz sin ocaso. Dios es amor: Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Dios quiere comunicar libremente la gloria de su vida bienaventurada. Tal
es el "designio benevolente" (Ef 1,9) que concibió antes de la creación
del mundo en su Hijo amado, "predestinándonos a la adopción
filial en él" (Ef 1,4-5), es decir, "a reproducir la imagen de su
Hijo" (Rom 8,29) gracias al "Espíritu de adopción filial"
(Rom 8,15). Este designio es una "gracia dada antes de todos los siglos"
(2 Tm 1,9-10), nacido inmediatamente del amor trinitario. Se despliega en
la obra de la creación, en toda la historia de la salvación
después de la caída, en las misiones del Hijo y del Espíritu,
cuya prolongación es la misión de la Iglesia (cf. AG 2-9).
258 Toda la economía divina es la obra común
de las tres personas divinas. Porque la Trinidad, del mismo modo que tiene
una sola y misma naturaleza, así también tiene una sola y
misma operación (cf. Cc. de Constantinopla, año 553: DS 421).
"El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo no son tres principios de
las criaturas, sino un solo principio" (Cc. de Florencia, año 1442:
DS 1331). Sin embargo, cada persona divina realiza la obra común
según su propiedad personal. Así la Iglesia confiesa, siguiendo
al Nuevo Testamento (cf. 1 Co 8,6): "uno es Dios y Padre de quien proceden
todas las cosas, un solo el Señor Jesucristo por el cual son todas
las cosas, y uno el Espíritu Santo en quien son todas las cosas (Cc.
de Constantinopla II: DS 421). Son, sobre todo, las misiones divinas de
la Encarnación del Hijo y del don del Espíritu Santo las que
manifiestan las propiedades de las personas divinas.
259 Toda la economía divina, obra a la vez común
y personal, da a conocer la propiedad de las personas divinas y su naturaleza
única. Así, toda la vida cristiana es comunión con
cada una de las personas divinas, sin separarlas de ningún modo.
El que da gloria al Padre lo hace por el Hijo en el Espíritu Santo;
el que sigue a Cristo, lo hace porque el Padre lo atrae (cf. Jn 6,44) y
el Espíritu lo mueve (cf. Rom 8,14).
260 El fin último de toda la economía divina
es la entrada de las criaturas en la unidad perfecta de la Bienaventurada
Trinidad (cf. Jn 17,21-23). Pero desde ahora somos llamados a ser habitados
por la Santísima Trinidad: "Si alguno me ama -dice el Señor-
guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él,
y haremos morada en él" (Jn 14,23).
Dios mío, Trinidad que adoro, ayúdame
a olvidarme enteramente de mí mismo para establecerme en ti, inmóvil
y apacible como si mi alma estuviera ya en la eternidad; que nada pueda
turbar mi paz, ni hacerme salir de ti, mi inmutable, sino que cada minuto
me lleve más lejos en la profundidad de tu Misterio. Pacifica mi
alma. Haz de ella tu cielo, tu morada amada y el lugar de tu reposo. Que
yo no te deje jamás solo en ella, sino que yo esté allí
enteramente, totalmente despierta en mi fe, en adoración, entregada
sin reservas a tu acción creadora (Oración de la Beata Isabel
de la Trinidad).
RESUMEN
261 El misterio de
la Santísima Trinidad es el misterio central de la fe y de la vida
cristiana. Sólo Dios puede dárnoslo a conocer revelándose
como Padre, Hijo y Espíritu Santo.
262 La Encarnación del Hijo de Dios revela que
Dios es el Padre eterno, y que el Hijo es consubstancial al Padre, es decir,
que es en él y con él el mismo y único Dios.
263 La misión del Espíritu Santo, enviado
por el Padre en nombre del Hijo (cf. Jn 14,26) y por el Hijo "de junto al
Padre" (Jn 15,26), revela que él es con ellos el mismo Dios único.
"Con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria".
264 "El Espíritu Santo procede del Padre en cuanto
fuente primera y, por el don eterno de este al Hijo, del Padre y del Hijo
en comunión" (S. Agustín, Trin. 15,26,47).
265 Por la gracia del bautismo "en el nombre del Padre
y del Hijo y del Espíritu Santo" somos llamados a participar en la
vida de la Bienaventurada Trinidad, aquí abajo en la oscuridad de
la fe y, después de la muerte, en la luz eterna (cf. Pablo VI, SPF
9).
266 "La fe católica es esta: que veneremos un
Dios en la Trinidad y la Trinidad en la unidad, no confundiendo las personas,
ni separando las substancias; una es la persona del Padre, otra la del Hijo,
otra la del Espíritu Santo; pero del Padre y del Hijo y del Espíritu
Santo una es la divinidad, igual la gloria, coeterna la majestad" (Symbolum
"Quicumque").
267 Las personas divinas, inseparables en lo su ser,
son también inseparables en su obrar. Pero en la única operación
divina cada una manifiesta lo que le es propio en la Trinidad, sobre todo
en las misiones divinas de la Encarnación del Hijo y del don del
Espíritu Santo.
Párrafo 3 EL TODOPODEROSO
268 De todos los atributos
divinos, sólo la omnipotencia de Dios es nombrada en el Símbolo:
confesarla tiene un gran alcance para nuestra vida. Creemos que es esa omnipotencia
universal, porque Dios, que ha creado todo (cf. Gn 1,1; Jn 1,3), rige todo
y lo puede todo; es amorosa, porque Dios es nuestro Padre (cf. Mt 6,9); es
misteriosa, porque sólo la fe puede descubrirla cuando "se manifiesta
en la debilidad" (2 Co 12,9; cf. 1 Co 1,18).
"Todo lo que El quiere, lo hace" (Sal 115,3)
269 Las Sagradas Escrituras
confiesan con frecuencia el poder universal de Dios. Es llamado "el Poderoso
de Jacob" (Gn 49,24; Is 1,24, etc.), "el Señor de los ejércitos",
"el Fuerte, el Valeroso" (Sal 24,8-10). Si Dios es Todopoderoso "en el cielo
y en la tierra" (Sal 135,6), es porque él los ha hecho. Por
tanto, nada ale es imposible (cf. Jr 32,17; Lc 1,37) y dispone a su voluntad
de su obra (cf. Jr 27,5); es el Señor del universo, cuyo orden ha
establecido, que le permanece enteramente sometido y disponible; es el Señor
de la historia: gobierna los corazones y los acontecimientos según
su voluntad (cf. Est 4,17b; Pr 21,1; Tb 13,2): "El actuar con inmenso poder
siempre está en tu mano. ¿Quién podrá resistir
la fuerza de tu brazo?" (Sb 11,21).
"Te compadeces de todos porque lo puedes todo" (Sb 11,23)
269 Dios es el Padre
todopoderoso. Su paternidad y su poder se esclarecen mutuamente. Muestra,
en efecto, su omnipotencia paternal por la manera como cuida de nuestras
necesidades (cf. Mt 6,32); por la adopción filial que nos da ("Yo
seré para vosotros padre, y vosotros seréis para mí
hijos e hijas, dice el Señor todopoderoso": 2 Co 6,18); finalmente,
por su misericordia infinita, pues muestra su poder en el más alto
grado perdonando libremente los pecados.
270 La omnipotencia divina no es en modo alguno arbitraria:
"En Dios el poder y la esencia, la voluntad y la inteligencia, la sabiduría
y la justicia son una sola cosa, de suerte que nada puede haber en el poder
divino que no pueda estar en la justa voluntad de Dios o en su sabia inteligencia"
(S. Tomás de A., s.th. 1,25,5, ad 1).
El misterio de la aparente impotencia de Dios
272 La fe en Dios
Padre Todopoderoso puede ser puesta a prueba por la experiencia del mal
y del sufrimiento. A veces Dios puede parecer ausente e incapaz de impedir
el mal. Ahora bien, Dios Padre ha revelado su omnipotencia de la manera
más misteriosa en el anonadamiento voluntario y en la Resurrección
de su Hijo, por los cuales ha vencido el mal. Así, Cristo crucificado
es "poder de Dios y sabiduría de Dios. Porque la necedad divina es
más sabia que la sabiduría de los hombres, y la debilidad
divina, más fuerte que la fuerza de los hombres" (1 Co 2, 24-25).
En la Resurrección y en la exaltación de Cristo es donde el
Padre "desplegó el vigor de su fuerza" y manifestó "la soberana
grandeza de su poder para con nosotros, los creyentes" (Ef 1,19-22).
273 Sólo la fe puede adherir a las vías
misteriosas de la omnipotencia de Dios. Esta fe se gloría de sus debilidades
con el fin de atraer sobre sí el poder de Cristo (cf. 2 Co 12,9; Flp
4,13). De esta fe, la Virgen María es el modelo supremo: ella creyó
que "nada es imposible para Dios" (Lc 1,37) y pudo proclamar las grandezas
del Señor: "el Poderoso ha hecho en mi favor maravillas, Santo es
su nombre" (Lc1,49).
274 "Nada es, pues, más propio para afianzar nuestra
Fe y nuestra Esperanza que la convicción profundamente arraigada
en nuestras almas de que nada es imposible para Dios. Porque todo lo que
(el Credo) propondrá luego a nuestra fe, las cosas más grandes,
las más incomprensibles, así como las más elevadas
por encima de las leyes ordinarias de la naturaleza, en la medida en que
nuestra razón tenga la idea de la omnipotencia divina, las admitirá
fácilmente y sin vacilación alguna" (Catech. R. 1,2,13).
RESUMEN
275 Con Job, el justo,
confesamos: "Sé que eres Todopoderoso: lo que piensas, lo puedes
realizar" (Job 42,2).
276 Fiel al testimonio de la Escritura, la Iglesia dirige
con frecuencia su oración al "Dios todopoderoso y eterno" ("omnipotens
sempiterne Deus..."), creyendo firmemente que "nada es imposible para Dios"
(Gn 18,14; Lc 1,37; Mt 19,26).
277 Dios manifiesta su omnipotencia convirtiéndonos
de nuestros pecados y restableciéndonos en su amistad por la gracia
("Deus, qui omnipotentiam tuam parcendo maxime et miserando manifestas..."
-"Oh Dios, que manifiestas especialmente tu poder con el perdón y
la misericordia..."- : MR, colecta del Dom XXVI).
278 De no ser por nuestra fe en que el amor de Dios es
todopoderoso, ¿cómo creer que el Padre nos ha podido crear,
el Hijo rescatar, el Espíritu Santo santificar?
Párrafo 4 EL CREADOR
279 "En el principio,
Dios creó el cielo y la tierra" (Gn 1,1). Con estas palabras solemnes
comienza la Sagrada Escritura. El Símbolo de la fe las recoge confesando
a Dios Padre Todopoderoso como "el Creador del cielo y de la tierra", "del
universo visible e invisible". Hablaremos, pues, primero del Creador, luego
de su creación, finalmente de la caída del pecado de la que
Jesucristo, el Hijo de Dios, vino a levantarnos.
280 La creación es el fundamento de "todos los
designios salvíficos de Dios", "el comienzo de la historia de la salvación"
(DCG 51), que culmina en Cristo. Inversamente, el Misterio de Cristo es
la luz decisiva sobre el Misterio de la creación; revela el fin en
vista del cual, "al principio, Dios creó el cielo y la tierra" (Gn
1,1): desde el principio Dios preveía la gloria de la nueva creación
en Cristo (cf. Rom 8,18-23).
281 Por esto, las lecturas de la Noche Pascual, celebración
de la creación nueva en Cristo, comienzan con el relato de la creación;
de igual modo, en la liturgia bizantina, el relato de la creación
constituye siempre la primera lectura de las vigilias de las grandes fiestas
del Señor. Según el testimonio de los antiguos, la instrucción
de los catecúmenos para el bautismo sigue el mismo camino (cf. Aeteria,
pereg. 46; S. Agustín, catech. 3,5).
I LA CATEQUESIS SOBRE LA CREACION
282 La catequesis
sobre la Creación reviste una importancia capital. Se refiere a los
fundamentos mismos de la vida humana y cristiana: explicita la respuesta
de la fe cristiana a la pregunta básica que los hombres de todos
los tiempos se han formulado: "¿De dónde venimos?" "¿A
dónde vamos?" "¿Cuál es nuestro origen?" "¿Cuál
es nuestro fin?" "¿De dónde viene y a dónde va todo
lo que existe?" Las dos cuestiones, la del origen y la del fin, son inseparables.
Son decisivas para el sentido y la orientación de nuestra vida y
nuestro obrar.
283 La cuestión sobre los orígenes del
mundo y del hombre es objeto de numerosas investigaciones científicas
que han enriquecido magníficamente nuestros conocimientos sobre la
edad y las dimensiones del cosmos, el devenir de las formas vivientes, la
aparición del hombre. Estos descubrimientos nos invitan a admirar
más la grandeza del Creador, a darle gracias por todas sus obras
y por la inteligencia y la sabiduría que da a los sabios e investigadores.
Con Salomón, estos pueden decir: "Fue él quien me concedió
el conocimiento verdadero de cuanto existe, quien me dio a conocer la estructura
del mundo y las propiedades de los elementos...porque la que todo lo hizo,
la Sabiduría, me lo enseñó" (Sb 7,17-21).
284 El gran interés que despiertan a estas investigaciones
está fuertemente estimulado por una cuestión de otro orden,
y que supera el dominio propio de las ciencias naturales. No se trata sólo
de saber cuándo y cómo ha surgido materialmente el cosmos,
ni cuando apareció el hombre, sino más bien de descubrir cuál
es el sentido de tal origen: si está gobernado por el azar, un destino
ciego, una necesidad anónima, o bien por un Ser transcendente, inteligente
y bueno, llamado Dios. Y si el mundo procede de la sabiduría y de
la bondad de Dios, ¿por qué existe el mal? ¿de dónde
viene? ¿quién es responsable de él? ¿dónde
está la posibilidad de liberarse del mal?
285 Desde sus comienzos, la fe cristiana se ha visto
confrontada a respuestas distintas de las suyas sobre la cuestión
de los orígenes. Así, en las religiones y culturas antiguas
encontramos numerosos mitos referentes a los orígenes. Algunos filósofos
han dicho que todo es Dios, que el mundo es Dios, o que el devenir del mundo
es el devenir de Dios (panteísmo); otros han dicho que el mundo es
una emanación necesaria de Dios, que brota de esta fuente y retorna
a ella ; otros han afirmado incluso la existencia de dos principios eternos,
el Bien y el Mal, la Luz y las Tinieblas, en lucha permanente (dualismo,
maniqueísmo); según algunas de estas concepciones, el mundo
(al menos el mundo material) sería malo, producto de una caída,
y por tanto que se ha de rechazar y superar (gnosis); otros admiten que el
mundo ha sido hecho por Dios, pero a la manera de un relojero que, una vez
hecho, lo habría abandonado a él mismo (deísmo); otros,
finalmente, no aceptan ningún origen transcendente del mundo, sino
que ven en él el puro juego de una materia que ha existido siempre
(materialismo). Todas estas tentativas dan testimonio de la permanencia y
de la universalidad de la cuestión de los orígenes. Esta búsqueda
es inherente al hombre.
286 La inteligencia humana puede ciertamente encontrar
ya una respuesta a la cuestión de los orígenes. En efecto,
la existencia de Dios Creador puede ser conocida con certeza por sus obras
gracias a la luz de la razón humana (DS: 3026), aunque este conocimiento
es con frecuencia oscurecido y desfigurado por el error. Por eso la fe viene
a confirmar y a esclarecer la razón para la justa inteligencia de
esta verdad: "Por la fe, sabemos que el universo fue formado por la palabra
de Dios, de manera que lo que se ve resultase de lo que no aparece" (Hb 11,3).
287 La verdad en la creación es tan importante
para toda la vida humana que Dios, en su ternura, quiso revelar a su pueblo
todo lo que es saludable conocer a este respecto. Más allá del
conocimiento natural que todo hombre puede tener del Creador (cf. Hch 17,24-29;
Rom 1,19-20), Dios reveló progresivamente a Israel el misterio de
la creación. El que eligió a los patriarcas, el que hizo salir
a Israel de Egipto y que, al escoger a Israel, lo creó y formó
(cf. Is 43,1), se revela como aquel a quien pertenecen todos los pueblos de
la tierra y la tierra entera, como el único Dios que "hizo el cielo
y la tierra" (Sal 115,15;124,8;134,3).
288 Así, la revelación de la creación
es inseparable de la revelación y de la realización de la
Alianza del Dios único, con su Pueblo. La creación es revelada
como el primer paso hacia esta Alianza, como el primero y universal testimonio
del amor todopoderoso de Dios (cf. Gn 15,5; Jr 33,19-26). Por eso, la verdad
de la creación se expresa con un vigor creciente en el mensaje de
los profetas (cf. Is 44,24), en la oración de los salmos (cf. Sal
104) y de la liturgia, en la reflexión de la sabiduría (cf.
Pr 8,22-31) del Pueblo elegido.
289 Entre todas las palabras de la Sagrada Escritura
sobre la creación, los tres primeros capítulos del Génesis
ocupan un lugar único. Desde el punto de vista literario, estos textos
pueden tener diversas fuentes. Los autores inspirados los han colocado al
comienzo de la Escritura de suerte que expresa, en su lenguaje solemne,
las verdades de la creación, de su origen y de su fin en Dios, de
su orden y de su bondad, de la vocación del hombre, finalmente, del
drama del pecado y de la esperanza de la salvación. Leídas
a la luz e Cristo, en la unidad de la Sagrada Escritura y en la Tradición
viva de la Iglesia, estas palabras siguen siendo la fuente principal para
la catequesis de los Misterios del "comienzo": creación, caída,
promesa de la salvación.
II LA CREACION: OBRA DE LA SANTISIMA TRINIDAD
290 "En el principio,
Dios creó el cielo y la tierra": tres cosas se afirman en estas primeras
palabras de la Escritura: el Dios eterno ha dado principio a todo lo que
existe fuera de él. El solo es creador (el verbo "crear" -en hebreo
"bara"-tiene siempre por sujeto a Dios). La totalidad de lo que existe (expresada
por la fórmula "el cielo y la tierra") depende de aquel que le da
el ser.
291 "En el principio existía el Verbo... y el
Verbo era Dios...Todo fue hecho por él y sin él nada ha sido
hecho" (Jn 1,1-3). El Nuevo Testamento revela que Dios creó todo
por el Verbo Eterno, su Hijo amado. "En el fueron creadas todas las cosas,
en los cielos y en la tierra...todo fue creado por él y para él,
él existe con anterioridad a todo y todo tiene en él su consistencia"
(Col 1, 16-17). La fe de la Iglesia afirma también la acción
creadora del Espíritu Santo: él es el "dador de vida" (Símbolo
de Nicea-Constantinopla), "el Espíritu Creador" ("Veni, Creator Spiritus"),
la "Fuente de todo bien" (Liturgia bizantina, tropario de vísperas
de Pentecostés).
292 La acción creadora del Hijo y del Espíritu,
insinuada en el Antiguo Testamento (cf. Sal 33,6;104,30; Gn 1,2-3), revelada
en la Nueva Alianza, inseparablemente una con la del Padre, es claramente
afirmada por la regla de fe de la Iglesia: "Sólo existe un Dios...:
es el Padre, es Dios, es el Creador, es el Autor, es el Ordenador. Ha hecho
todas las cosas por sí mismo, es decir, por su Verbo y por
su Sabiduría" (S. Ireneo, haer. 2,30,9), "por el Hijo y el Espíritu",
que son como "sus manos" (ibid., 4,20,1). La creación es la
obra común de la Santísima Trinidad.
III “EL MUNDO HA SIDO CREADO PARA LA GLORIA
DE DIOS”
293 Es una verdad
fundamental que la Escritura y la Tradición no cesan de enseñar
y de celebrar: "El mundo ha sido creado para la gloria de Dios" (Cc. Vaticano
I: DS 3025). Dios ha creado todas las cosas, explica S. Buenaventura, "non
propter gloriam augendam, sed propter gloriam manifestandam et propter gloriam
suam communicandam" ("no para aumentar su gloria, sino para manifestarla
y comunicarla") (sent. 2,1,2,2,1). Porque Dios no tiene otra razón
para crear que su amor y su bondad: "Aperta manu clave amoris creaturae
prodierunt" ("Abierta su mano con la llave del amor surgieron las criaturas")
(S. Tomás de A. sent. 2, prol.) Y el Concilio Vaticano primero explica:
En su bondad y por su fuerza todopoderosa, no para aumentar
su bienaventuranza, ni para adquirir su perfección, sino para manifestarla
por los bienes que otorga a sus criaturas, el solo verdadero Dios, en su
libérrimo designio , en el comienzo del tiempo, creó de la
nada a la vez una y otra criatura, la espiritual y la corporal (DS 3002).
294 La gloria de Dios consiste en que se realice esta
manifestación y esta comunicación de su bondad para las cuales
el mundo ha sido creado. Hacer de nosotros "hijos adoptivos por medio de Jesucristo,
según el beneplácito de su voluntad, para alabanza de
la gloria de su gracia" (Ef 1,5-6): "Porque la gloria de Dios es el hombre
vivo, y la vida del hombre es la visión de Dios: si ya la revelación
de Dios por la creación procuró la vida a todos los seres que
viven en la tierra, cuánto más la manifestación del
Padre por el Verbo procurará la vida a los que ven a Dios" (S. Ireneo,
haer. 4,20,7). El fin último de la creación es que Dios , "Creador
de todos los seres, se hace por fin `todo en todas las cosas' (1 Co 15,28),
procurando al mismo tiempo su gloria y nuestra felicidad" (AG 2).
IV EL MISTERIO DE LA CREACION
Dios crea por sabiduría y por amor
295 Creemos que Dios creó el mundo según
su sabiduría (cf. Sb 9,9). Este no es producto de una necesidad cualquiera,
de un destino ciego o del azar. Creemos que procede de la voluntad libre
de Dios que ha querido hacer participar a las criaturas de su ser, de su
sabiduría y de su bondad: "Porque tú has creado todas las cosas;
por tu voluntad lo que no existía fue creado" (Ap 4,11). "¡Cuán
numerosas son tus obras, Señor! Todas las has hecho con sabiduría"
(Sal 104,24 "Bueno es el Señor para con todos, y sus ternuras sobre
todas sus obras" (Sal 145,9).
Dios crea “de la nada”
296 Creemos que Dios
no necesita nada preexistente ni ninguna ayuda para crear (cf. Cc. Vaticano
I: DS 3022). La creación tampoco es una emanación necesaria
de la substancia divina (cf. Cc. Vaticano I: DS 3023-3024). Dios crea libremente
" de la nada" (DS 800; 3025):
¿Qué tendría de extraordinario
si Dios hubiera sacado el mundo de una materia preexistente? Un artífice
humano, cuando se le da un material, hace de él todo lo que quiere.
Mientras que el poder de Dios se muestra precisamente cuando parte de la
nada para hacer todo lo que quiere (S. Teófilo de Antioquía,
Autol. 2,4).
297 La fe en la creación "de la nada" está
atestiguada en la Escritura como una verdad llena de promesa y de esperanza.
Así la madre de los siete hijos macabeos los alienta al martirio:
Yo no sé cómo aparecisteis en mis entrañas,
ni fui yo quien os regaló el espíritu y la vida, ni tampoco
organicé yo los elementos de cada uno. Pues así el Creador
del mundo, el que modeló al hombre en su nacimiento y proyectó
el origen de todas las cosas, os devolverá el espíritu y la
vida con misericordia, porque ahora no miráis por vosotros mismos
a causa de sus leyes...Te ruego, hijo, que mires al cielo y a la tierra y,
al ver todo lo que hay en ellos, sepas que a partir de la nada lo hizo Dios
y que también el género humano ha llegado así a la existencia
(2 M 7,22-23.28).
298 Puesto que Dios puede crear de la nada, puede por
el Espíritu Santo dar la vida del alma a los pecadores creando en ellos
un corazón puro (cf. Sal 51,12), y la vida del cuerpo a los difuntos
mediante la Resurrección. El "da la vida a los muertos y llama a las
cosas que no son para que sean" (Rom 4,17). Y puesto que, por su Palabra,
pudo hacer resplandecer la luz en las tinieblas (cf. Gn 1,3), puede también
dar la luz de la fe a los que lo ignoran (cf. 2 Co 4,6).
Dios crea un mundo ordenado y bueno
299 Porque Dios crea
con sabiduría, la creación está ordenada: "Tú
todo lo dispusiste con medida, número y peso" (Sb 11,20). Creada
en y por el Verbo eterno, "imagen del Dios invisible" (Col 1,15), la creación
está destinada, dirigida al hombre, imagen de Dios (cf. Gn 1,26),
llamado a una relación personal con Dios. Nuestra inteligencia, participando
en la luz del Entendimiento divino, puede entender lo que Dios nos dice
por su creación (cf. Sal 19,2-5), ciertamente no sin gran esfuerzo
y en un espíritu de humildad y de respeto ante el Creador y su obra
(cf. Jb 42,3). Salida de la bondad divina, la creación participa
en esa bondad ("Y vio Dios que era bueno...muy bueno": Gn 1,4.10.12.18.21.31).
Porque la creación es querida por Dios como un don dirigido al hombre,
como una herencia que le es destinada y confiada. La Iglesia ha debido, en
repetidas ocasiones, defender la bondad de la creación, comprendida
la del mundo material (cf. DS 286; 455-463; 800; 1333; 3002).
Dios transciende la creación y está presente
en ella
300 Dios es infinitamente
más grande que todas sus obras (cf. Si 43,28): "Su majestad es más
alta que los cielos" (Sal 8,2), "su grandeza no tiene medida" (Sal 145,3).
Pero porque es el Creador soberano y libre, causa primera de todo lo que
existe, está presente en lo más íntimo de sus criaturas:
"En el vivimos, nos movemos y existimos" (Hch 17,28). Según las palabras
de S. Agustín, Dios es "superior summo meo et interior intimo meo"
("Dios está por encima de lo más alto que hay en mí
y está en lo más hondo de mi intimidad") (conf. 3,6,11).
Dios mantiene y conduce la creación
301 Realizada la creación, Dios
no abandona su criatura a ella misma. No sólo le da el ser y el existir,
sino que la mantiene a cada instante en el ser, le da el obrar y la lleva
a su término. Reconocer esta dependencia completa con respecto al
Creador es fuente de sa¬biduría y de libertad, de gozo y de confianza:
Amas a todos los seres y nada de lo que hiciste aborreces pues, si algo
odiases, no lo hubieras creado. Y ¿cómo podría subsistir
cosa que no hubieses querido? ¿Cómo se conservaría si
no la hubieses llamado? Mas tú todo lo perdonas porque todo es tuyo,
Señor que amas la vida (Sb 11, 24 26).
V DIOS REALIZA SU DESIGNIO: LA DIVINA PROVIDENCIA
302 La creación
tiene su bondad y su perfección propias, pero no salió plenamente
acabada de las manos del Creador. Fue creada "en estado de vía" ("In
statu viae") hacia una perfección última to¬davía
por alcanzar, a la que Dios la destinó. Llamamos divina providencia
a las disposiciones por las que Dios conduce la obra de su creación
hacia esta perfección:
Dios guarda y gobierna por su providencia todo lo que creó, "alcanzando
con fuerza de un extremo al otro del mundo y disponiéndolo todo con
dulzura" (Sb 8, 1). Porque "todo está desnudo y patente a sus ojos"
(Hb 4, 13), incluso lo que la acción libre de las criaturas producirá
(Cc. Vaticano I: DS 3003).
303 El testimonio de la Escritura es unánime:
la solicitud de la divina providencia es concreta e inmediata; tiene cuidado
de todo, de las cosas más pequeñas hasta los grandes acontecimientos
del mundo y de la historia. Las Sagradas Escrituras afirman con fuerza la
soberanía absoluta de Dios en el curso de los aconteci¬mientos:
"Nuestro Dios en los cielos y en la tierra, todo cuanto le place lo realiza"
(Sal 115, 3); y de Cristo se dice: "si él abre, nadie puede cerrar;
si él cierra, nadie puede abrir" (Ap 3, 7); "hay mu¬chos proyectos
en el corazón del hombre, pero sólo el plan de Dios se realiza"
(Pr 19, 21).
304 Así vemos al Espíritu Santo, autor principal de la Sagrada
Escritura atribuir con frecuencia a Dios acciones sin mencionar causas segundas.
Esto no es "una manera de hablar" primitiva, sino un modo profundo de recordar
la primacía de Dios y su señorío absoluto sobre la
historia y el mundo (cf Is 10, 5 15; 45, 5 7; Dt 32, 39; Si 11, 14) y de
educar así para la confianza en E1. La oración de los salmos
es la gran escuela de esta confianza (cf Sal 22; 32; 35; 103; 138).
305 Jesús pide un abandono filial en la providencia del Padre celestial
que cuida de las más pequeñas necesidades de sus hijos: "No
andéis, pues, preocupados diciendo: ¿qué vamos a comer?
¿qué vamos a beber?... Ya sabe vuestro Padre celestial que
tenéis necesidad de todo eso. Buscad primero su Reino y su justicia,
y todas esas cosas se os darán por añadidura" (Mt 6, 31 33;
cf 10, 29 31).
La providencia y las causas segundas
306 Dios es el Señor soberano
de su designio. Pero para su realización se sirve también
del concurso de las criaturas. Esto no es un signo de debilidad, sino de
la grandeza y bondad de Dios Todopoderoso. Porque Dios no da solamente a
sus criaturas la existencia, les da también la dignidad de actuar
por sí mismas, de ser causas y principios unas de otras y de cooperar
así a la realización de su designio.
307 Dios concede a los hombres incluso poder participar libremente en su
providencia confiándoles la responsabilidad de "someter'' la tierra
y dominarla (cf Gn 1, 26 28). Dios da así a los hombres el ser causas
inteligentes y libres para completar la obra de la Creación, para
perfeccionar su armonía para su bien y el de sus prójimos.
Los hombres, cooperadores a menudo inconscientes de la voluntad divina, pueden
entrar libremente en el plan divino no sólo por su acciones y sus
oraciones, sino también por sus sufrimientos (cf Col I, 24) Entonces
llegan a ser plenamente "colaboradores de Dios" (1 Co 3, 9; 1 Ts 3, 2) y
de su Reino (cf Col 4, 11).
308 Es una verdad inseparable de la fe en Dios Creador: Dios actúa
en las obras de sus criaturas. Es la causa primera que opera en y por las
causas segundas: "Dios es quien obra en vosotros el querer y el obrar, como
bien le parece" (Flp 2, 13; cf 1 Co 12, 6). Esta verdad, lejos de disminuir
la dignidad de la criatura, la realza. Sacada de la nada por el poder, la
sabiduría y la bondad de Dios, no puede nada si está separada
de su origen, porque "sin el Creador la criatura se diluye" (GS 36, 3);
menos aún puede ella alcanzar su fin último sin la ayuda de
la gracia (cf Mt 19, 26; Jn 15, 5; Flp 4, 13).
La providencia y el escándalo del mal
309 Si Dios Padre Todopoderoso, Creador
del mundo ordenado y bueno, tiene cuidado de todas sus criaturas, ¿por
qué existe el mal? A esta pregunta tan apremiante como inevitable,
tan dolorosa como misteriosa no se puede dar una respuesta simple. El conjunto
de la fe cristiana constituye la respuesta a esta pregunta: la bondad de
la creación, el drama del pecado, el amor paciente de Dios que sale
al encuentro del hombre con sus Alianzas, con la Encarnación redentora
de su Hijo, con el don del Espíritu, con la congregación de
la Iglesia, con la fuerza de los sacramentos, con la llamada a una vida bienaventurada
que las criaturas son invitadas a aceptar libremente, pero a la cual, también
libremente, por un misterio terrible, pueden negarse o rechazar. No hay un
rasgo del mensaje cristiano que no sea en parte una respuesta a la cuestión
del mal.
310 Pero ¿por qué Dios no creó un mundo tan perfecto
que en él no pudiera existir ningún mal? En su poder Infinito,
Dios podría siempre crear algo mejor (cf S. Tomás de A., s.
th. I, 25, 6). Sin embargo, en su sabiduría y bondad Infinitas, Dios
quiso libremente crear un mundo ``en estado de vía" hacia su perfección
última. Este devenir trae consigo en el designio de Dios, junto con
la aparición de ciertos seres, la desaparición de otros; junto
con lo más perfecto lo menos perfecto; junto con las construcciones
de la naturaleza también las destrucciones. Por tanto, con el bien
físico existe también el mal físico, mientras la creación
no haya alcanzado su perfecciGn (cf S. Tomás de A., s. gent. 3, 71).
311 Los ángeles y los hombres, criaturas inteligentes y libres,
deben caminar hacia su destino último por elección libre y
amor de preferencia. Por ello pueden desviarse. De hecho pecaron. Y fue
así como el mal moral entró en el mundo, incomparablemente
más grave que el mal físico. Dios no es de ninguna manera,
ni directa ni indirectamente, la causa del mal moral, (cf S. Agustín,
lib. 1, 1, 1; S. Tomás de A., s. th. 1 2, 79, 1). Sin embargo, lo
permite, respetando la libertad de su criatura, y, misteriosamente, sabe
sacar de él el bien:
Porque el Dios Todopoderoso... por ser soberanamente bueno, no permitiría
jamás que en sus obras existiera algún mal, si El no fuera
suficientemente poderoso y bueno para hacer surgir un bien del mismo mal
(S. Agustín, enchir. 11, 3).
312 Así, con el tiempo, se
puede descubrir que Dios, en su pro¬videncia todopoderosa, puede sacar
un bien de las consecuencias de un mal, incluso moral, causado por sus criaturas:
"No fuisteis vosotros, dice José a sus hermanos, los que me enviasteis
acá, sino Dios... aunque vosotros pensasteis hacerme daño,
Dios lo pensó para bien, para hacer sobrevivir... un pueblo numeroso"
(Gn 45, 8;50, 20; cf Tb 2, 12 18 Vg.). Del mayor mal moral que ha sido co¬metido
jamás, el rechazo y la muerte del Hijo de Dios, causado por los pecados
de todos los hombres, Dios, por la superabundancia de su gracia (cf Rm 5,
20), sacó el mayor de los bienes: la glorificación de Cristo
y nuestra Redención. Sin embargo, no por esto el mal se convierte
en un bien.
313 "Todo coopera al bien de los que aman a Dios" (Rm 8, 28). E1 testimonio
de los santos no cesa de confirmar esta verdad:
Así Santa Catalina de Siena dice a "los que se escandalizan y se
rebelan por lo que les sucede": "Todo procede del amor, todo está ordenado
a la salvación del hombre, Dios no hace nada que no sea con este fin"
(dial.4, 138).
Y Santo Tomás Moro, poco antes de su martirio, consuela a su hija:
"Nada puede pasarme que Dios no quiera. Y todo lo que El quiere, por muy
malo que nos parezca, es en realidad lo mejor" (carta).
Y Juliana de Norwich: "Yo comprendí, pues, por la gracia de Dios,
que era preciso mantenerme firmemente en la fe y creer con no menos firmeza
que todas las cosas serán para bien..." "Thou shalt see thyself that
all MANNER of thing shall be well " (rev.32).
314 Creemos firmemente que Dios es
el Señor del mundo y de la historia. Pero los caminos de su providencia
nos son con fre¬cuencia desconocidos. Sólo al final, cuando tenga
fin nuestro conocimiento parcial, cuando veamos a Dios "cara a cara" (1
Co 13, 12), nos serán plenamente conocidos los caminos por los cuales,
incluso a través de los dramas del mal y del pecado, Dios habrá
conducido su creación hasta el reposo de ese Sabbat (cf Gn 2, 2)
definitivo, en vista del cual creó el cielo y la tierra.
RESUMEN
315
En la creación del mundo y del hombre, Dios ofreció el primero
y universal testimonio de su amor todopoderoso y de su sabiduría,
el primer anuncio de su "designio bene¬volente" que encuentra su fin
en la nueva creación en Cristo.
316 Aunque la obra de la creación
se atribuya particularmen¬te al Padre, es igualmente verdad de fe que
el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son el principio único
e indivisi¬ble de la creación.
317 Sólo Dios ha creado el
universo, libremente, sin ninguna ayuda.
318 Ninguna criatura tiene el poder
Infinito que es necesario para "crear" en el sentido propio de la palabra,
es decir, de producir y de dar el ser a lo que no lo tenía en modo
alguno (llamar a la existencia de la nada) (cf DS 3624).
319 Dios creó el mundo para
manifestar y comunicar su glo¬ria. La gloria para la que Dios creó
a sus criaturas con¬siste en que tengan parte en su verdad, su bondad
y su be¬lleza.
320 Dios, que ha creado el universo,
lo mantiene en la existen¬cia por su Verbo, "el Hijo que sostiene todo
con su pala¬bra poderosa" (Hb 1, 3) y por su Espirita Creador que da
la vida.
321 La divina providencia consiste
en las disposiciones por las que Dios conduce con sabiduría y amor
todas las cria¬turas hasta su fin último.
322 Cristo nos invita al abandono
filial en la providencia de nuestro Padre celestial (cf Mt 6, 26 34) y el
apóstol S. Pe¬dro insiste: "Confiadle todas vuestras preocupaciones
pues él cuida de vosotros" (I P 5, 7; cf Sal 55, 23).
323 La providencia divina actúa
también por la acción de las criaturas. A los seres humanos
Dios les concede cooperar libremente en sus designios.
324 La permisión divina del
mal físico y del mal moral es mis¬terio que Dios esclarece por
su Hijo, Jesucristo, muerto y resucitado para vencer el mal. La fe nos da
la certeza de que Dios no permitiría el mal si no hiciera salir el
bien del mal mismo, por caminos que nosotros sólo conecere¬mos
plenamente en la vida eterna.
Parrafo 5 EL CIELO Y LA TIERRA
325 El Símbolo de los Apóstoles
profesa que Dios es "el Creador del cielo y de la tierra", y el Símbolo
de Nicea Constantinopla explicita: "...de todo lo visible y lo invisible".
326 En la Sagrada Escritura, la expresión "cielo y tierra" significa:
todo lo que existe, la creación entera. Indica también el
vínculo que, en el interior de la creación, a la vez une y
distingue cielo y tierra: "La tierra", es el mundo de los hombres (cf Sal
115, 16). "E1 cielo" o "los cielos" puede designar el firmamento (cf Sal
19, 2), pero también el "lugar" propio de Dios: "nuestro Padre que
está en los cielos" (Mt 5, 16; cf Sal 115, 16), y por consiguiente
también el "cielo", que es la gloria escatológica. Finalmente,
la palabra "cielo" indica el "lugar" de las criaturas espirituales
los ángeles que rodean a Dios.
327 La profesión de fe del IV Concilio de Letrán afirma que
Dios, "al comienzo del tiempo, creó a la vez de la nada una y otra
criatura, la espiritual y la corporal, es decir, la angélica y la
mundana; luego, la criatura humana, que participa de las dos realidades,
pues está compuesta de espíritu y de cuerpo" (DS 800; cf DS
3002 y SPF 8).
I LOS ANGELES
La existencia de los ángeles, una verdad de fe
328 La existencia de seres espirituales,
no corporales, que la Sagrada Escritura llama habitualmente ángeles,
es una verdad de fe. E1 testimonio de la Escritura es tan claro como la
unanimidad de la Tradición.
Quiénes son los ángeles
329 S. Agustín dice respecto
a ellos: "Angelus officii nomen est, non naturae. Quaeris numen huins naturae,
spiritus est; quaeris officium, ángelus est: ex eo quad est, spiritus
est, ex eo quod agit, ángelus" ("El nombre de ángel indica
su oficio, no su naturaleza. Si preguntas por su naturaleza, te diré
que es un espíritu; si preguntas por lo que hace, te diré que
es un ángel") (Psal. 103, 1, 15). Con todo su ser, los ángeles
son servidores y mensajeros de Dios. Porque contemplan "constantemente el
rostro de mi Padre que está en los cielos" (Mt 18, 10), son "agentes
de sus órdenes, atentos a la voz de su palabra" (Sal 103, 20).
330 En tanto que criaturas puramente espirituales, tienen inteligencia
y voluntad: son criaturas personales (cf Pío XII: DS 3891) e inmortales
(cf Lc 20, 36). Superan en perfección a todas las criaturas visibles.
El resplandor de su gloria da testimonio de ello (cf Dn 10, 9 12).
Cristo "con todos sus ángeles"
331 Cristo es el centro del mundo de
los ángeles. Los ángeles le pertenecen: "Cuando el Hijo del
hombre venga en su gloria acompañado de todos sus ángeles..."
(Mt 25, 31). Le pertenecen porque fueron creados por y para E1: "Porque en
él fueron creadas todas las cosas, en los cielos y en la tierra, las
visibles y las invisibles, los Tronos, las Dominaciones, los Principados,
las Potestades: todo fue creado por él y para él" (Col 1, 16).
Le pertenecen más aún porque los ha hecho mensajeros de su
designio de salvación: "¿Es que no son todos ellos espíritus
servidores con la misión de asistir a los que han de heredar la salvación?"
(Hb 1, 14).
332 Desde la creación (cf Jb 38, 7, donde los ángeles son
llamados "hijos de Dios") y a lo largo de toda la historia de la salvación,
los encontramos, anunciando de lejos o de cerca, esa salvación y
sirviendo al designio divino de su realización: cierran el paraíso
terrenal (cf Gn 3, 24), protegen a Lot (cf Gn 19), salvan a Agar y a su
hijo (cf Gn 21, 17), detienen la mano de Abraham (cf Gn 22, 11), la ley
es comunicada por su ministerio (cf Hch 7,53), conducen el pueblo de Dios
(cf Ex 23, 20 23), anuncian nacimientos (cf Jc 13) y vocaciones (cf Jc 6,
11 24; Is 6, 6), asisten a los profetas (cf 1 R 19, 5), por no citar más
que algunos ejemplos. Finalmente, el ángel Gabriel anuncia el nacimiento
del Precursor y el de Jesús (cf Lc 1, 11.26).
333 De la Encarnación a la Ascensión, la vida del Verbo encarnado
está rodeada de la adoración y del servicio de los ángeles.
Cuando Dios introduce "a su Primogénito en el mundo, dice: 'adórenle
todos los ángeles de Dios"' (Hb 1, 6). Su cántico de alabanza
en el nacimiento de Cristo no ha cesado de resonar en la alabanza de la
Iglesia: "Gloria a Dios..." (Lc 2, 14). Protegen la infancia de Jesús
(cf Mt 1, 20; 2, 13.19), sirven a Jesús en el desierto (cf Mc 1,
12; Mt 4, 11), lo reconfortan en la agonía (cf Lc 22, 43), cuando
E1 habría podido ser salvado por ellos de la mano de sus enemigos
(cf Mt 26, 53) como en otro tiempo Israel (cf 2 M 10, 29 30; 11,8). Son
también los ángeles quienes "evangelizan" (Lc 2, 10) anunciando
la Buena Nueva de la Encarnación (cf Lc 2, 8 14), y de la Resurrección
(cf Mc 16, 5 7) de Cristo. Con ocasión de la segunda venida de Cristo,
anunciada por los ángeles (cf Hb 1, 10 11), éstos estarán
presentes al servicio del juicio del Señor (cf Mt 13, 41; 25, 31
; Lc 12, 8 9).
Los ángeles en la vida de la Iglesia
334 De aquí que toda la vida
de la Iglesia se beneficie de la ayuda misteriosa y poderosa de los ángeles
(cf Hch 5, 18 20; 8, 26 29; 10, 3 8; 12, 6 11; 27, 23 25).
335 En su liturgia, la Iglesia se une a los ángeles para adorar
al Dios tres veces santo (cf MR, "Sanctus"); invoca su asistencia (así
en el "In Paradisum deducant te angeli..." ("Al Paraíso te lleven
los ángeles...") de la liturgia de difuntos, o también en el
"Himno querubínico" de la liturgia bizantina) y celebra más
particularmente la memoria de ciertos ángeles (S. Miguel, S. Gabriel,
S. Rafael, los ángeles custodios).
336 Desde su comienzo (cf Mt 18, 10) a la muerte (cf Lc 16, 22), la vida
humana está rodeada de su custodia (cf Sal 34, 8; 91, 1013) y de
su intercesión (cf Jb 33, 23 24; Za 1,12; Tb 12, 12). "Cada fiel
tiene a su lado un ángel como protector y pastor para conducirlo
a la vida" (S. Basilio, Eun. 3, 1). Desde esta tierra, la vida cristiana
participa, por la fe, en la sociedad bienaventurada de los ángeles
y de los hombres, unidos en Dios.
II EL MUNDO VISIBLE
337 Dios mismo es quien ha creado el
mundo visible en toda su riqueza, su diversidad y su orden. La Escritura
presenta la obra del Creador simbólicamente como una secuencia de
seis días "de trabajo" divino que terminan en el "reposo" del día
séptimo (Gn 1, 1 2,4). El texto sagrado enseña, a propósito
de la creación, verdades reveladas por Dios para nuestra salvación
(cf DV 11) que permiten "conocer la naturaleza íntima de todas las
criaturas, su valor y su ordenación a la alabanza divina" (LG 36).
338 Nada existe que no deba su existencia a Dios creador. El mundo comenzó
cuando fue sacado de la nada por la palabra de Dios; todos los seres existentes,
toda la naturaleza, toda la historia humana están enraizados en este
acontecimiento primordial: es el origen gracias al cual el mundo es constituido,
y el tiempo ha comenzado (cf S. Agustín, Gen. Man. 1, 2, 4).
339 Toda criatura posee su bondad y su perfección propias. Para
cada una de las obras de los "seis días" se dice: "Y vio Dios que
era bueno". "Por la condición misma de la creación, todas
las cosas están dotadas de firmeza, verdad y bondad propias y de
un orden" (GS 36, 2). Las distintas criaturas, queridas en su ser propio,
reflejan, cada una a su manera, un rayo de la sabiduría y de la bondad
Infinitas de Dios. Por esto, el hombre debe respetar la bondad propia de
cada criatura para evitar un uso desordenado de las cosas, que desprecie
al Creador y acarrce consecuencias nefastas para los hombres y para su ambiente.
340 La interdependencia de las criaturas es querida por Dios. E1 sol y
la luna, el cedro y la florecilla, el águila y el gorrión:
las innumerables diversidades y desigualdades significan que ninguna criatura
se basta a sí misma, que no existen sino en dependencia unas de otras,
para complementarse y servirse mutuamente.
341 La belleza del universo: el orden y la armonía del mundo creado
derivan de la diversidad de los seres y de las relaciones que entre ellos
existen. El hombre las descubre progresivamente como leyes de la naturaleza
que causan la admiración de los sabios. La belleza de la creación
refleja la Infinita belleza del Creador. Debe inspirar el respeto y la sumisión
de la inteligencia del hombre y de su voluntad.
342 La jerarquía de las criaturas está expresada por el orden
de los "seis días", que va de lo menos perfecto a lo más perfecto.
Dios ama todas sus criaturas (cf Sal 145, 9), cuida de cada una, incluso
de los pajarillos. Pero Jesús dice: "Vosotros valéis más
que muchos pajarillos" (Lc 12, 6 7), o también: "¡Cuánto
más vale un hombre que una oveja!" (Mt 12, 12).
343 El hombre es la cumbre de la obra de la creación. El relato
inspirado lo expresa distinguiendo netamente la creación del hombre
y la de las otras criaturas (cf Gn 1, 26).
344 Existe una solidaridad entre todas
las criaturas por el hecho de que todas tienen el mismo Creador, y que todas
están ordenadas a su gloria:
Loado seas por toda criatura, mi Señor, y en especial loado por
el hermano Sol, que alumbra, y abre el día, y es bello en su esplendor
y lleva por los cielos noticia de su autor.
Y por la hermana agua, preciosa en su candor, que es útil, casta,
humilde: ¡loado mi Señor!
Y por la hermana tierra que es toda bendición, la hermana madre
tierra, que da en toda ocasión las hierbas y los frutos y flores
de color, y nos sustenta y rige: ¡loado mi Señor!
Servidle con ternura y humilde corazón, agradeced sus dones, cantad
su creación. Las criaturas todas, load a mi Señor. Amén.
(S. Francisco de Asís, Cántico de las criaturas.)
345 El Sabbat, culminación de
la obra de los "seis días". El texto sagrado dice que "Dios concluyó
en el séptimo día la obra que había hecho" y que así
"el cielo y la tierra fueron acabados"; Dios, en el séptimo día,
"descansó", santificó y bendijo este día (Gn 2, 1 3).
Estas palabras inspiradas son ricas en enseñanzas salvíficas:
346 En la creación Dios puso un fundamento y unas leyes que permanecen
estables (cf Hb 4, 3 4), en los cuales el creyente podrá apoyarse
con confianza, y que son para él el signo y garantía de la
fidelidad inquebrantable de la Alianza de Dios (cf Jr 31, 35 37, 33, 19 26).
Por su parte el hombre deberá permanecer fiel a este fundamento y
respetar las leyes que el Creador ha inscrito en la creación.
347 La creación está hecha con miras al Sabbat y, por tanto,
al culto y a la adoración de Dios. El culto está inscrito
en el orden de la creación (cf Gn 1, 14). "Operi Dei nihil praeponatur"
("Nada se anteponga a la dedicación a Dios"), dice la regla de S.
Benito, indicando así el recto orden de las preocupaciones humanas.
348 El Sabbat pertenece al corazón de la ley de Israel. Guardar
los mandamientos es corresponder a la sabiduría y a la voluntad de
Dios, expresadas en su obra de creación.
349 El octavo día. Pero para nosotros ha surgido un nuevo día:
el día de la Resurrección de Cristo. El séptimo día
acaba la primera creación. Y el octavo día comienza la nueva
creación. Así, la obra de la creación culmina en una
obra todavía más grande: la Redención. La primera creación
encuentra su sentido y su cumbre en la nueva creación en Cristo,
cuyo esplendor sobrepasa el de la primera (cf MR, vigilia pascual 24, oración
después de la primera lectura).
RESUMEN
350
Los ángeles son criaturas espirituales que glorifican a Dios sin
cesar y que sirven sus designios salv/ficos con las otras criaturas: "Ad
omnia bona nostra cooperantur an¬geli" ("Los ángeles cooperan
en toda obra buena que ha¬cemos") (S. Tomás de A., s. th . 1,
114, 3, ad 3).
351 Los ángeles rodean a Cristo,
su Señor. Le sirven particu¬larmente en el cumplimiento de su
misión salvífica para con los hombres.
352 La Iglesia venera a los ángeles
que la ayudan en su pere¬grinar terrestre y protegen a todo ser humano.
353 Dios quiso la diversidad de sus
criaturas y la bondad pe¬culiar de cada una, su interdependencia y su
orden. Desti¬nó todas las criaturas materiales al bien del género
huma¬no. El hombre, y toda la creación a través de él,
está des¬tinado a la gloria de Dios.
354 Respetar las leyes inscritas en
la creación y las relaciones que derivan de la naturaleza de las
cosas es un principio de sabiduría y un fundamento de la moral.
Párrafo 6 EL HOMBRE
355 "Dios creó
al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó, hombre y mujer los
creó" (Gn 1,27). El hombre ocupa un lugar único en la creación:
"está hecho a imagen de Dios" (I); en su propia naturaleza une el
mundo espiritual y el mundo material (II); es creado "hombre y mujer" (III);
Dios lo estableció en la amistad con él. (IV).
I "A IMAGEN DE DIOS"
356 De todas las criaturas
visibles sólo el hombre es "capaz de conocer y amar a su Creador"
(GS 12,3); es la "única criatura en la tierra a la que Dios ha amado
por sí misma" (GS 24,3); sólo él está llamado
a participar, por el conocimiento y el amor, en la vida de Dios. Para este
fin ha sido creado y ésta es la razón fundamental de su dignidad:
¿Qué cosa, o quién, te ruego, fue
el motivo de que establecieras al hombre en semejante dignidad? Ciertamente,
nada que no fuera el amor inextinguible con el que contemplaste a tu criatura
en ti mismo y te dejaste cautivar de amor por ella. Por amor lo creaste,
por amor le diste un ser capaz de gustar tu Bien eterno (S. Catalina de Siena,
Diálogo 4,13).
357 Por haber sido hecho a imagen de Dios, el ser humano
tiene la dignidad de persona; no es solamente algo, sino alguien. Es capaz
de conocerse, de poseerse y de darse libremente y entrar en comunión
con otras personas; y es llamado, por la gracia, a una alianza con su Creador,
a ofrecerle una respuesta de fe y de amor que ningún otro ser puede
dar en su lugar.
358 Dios creó todo para el hombre (cf. Gs 12,1;
24,3; 39,1), pero el hombre fue creado para servir y amar a Dios y para
ofrecerle toda la creación:
¿Cuál es, pues, el ser que va a venir
a la existencia rodeado de semejante consideración? Es el hombre,
grande y admirable figura viviente, más precioso a los ojos de Dios
que la creación entera; es el hombre, para él existen el cielo
y la tierra y el mar y la totalidad de la creación, y Dios ha dado
tanta importancia a su salvación que no ha perdonado a su Hijo único
por él. Porque Dios no ha cesado de hacer todo lo posible para que
el hombre subiera hasta él y se sentara a su derecha (S. Juan Crisóstomo,
In Gen. Sermo 2,1).
359 "Realmente, el el misterio del hombre sólo
se esclarece en el misterio del Verbo encarnado" (GS 22,1):
San Pablo nos dice que dos hombres dieron origen al
género humano, a saber, Adán y Cristo...El primer hombre,
Adán, fue un ser animado; el último Adán, un espíritu
que da vida. Aquel primer Adán fue creado por el segundo, de quien
recibió el alma con la cual empezó a vivir... El segundo Adán
es aquel que, cuando creó al primero, colocó en él
su divina imagen. De aquí que recibiera su naturaleza y adoptara su
mismo nombre, para que aquel a quien había formado a su misma imagen
no pereciera. El primer Adán es, en realidad, el nuevo Adán;
aquel primer Adán tuvo principio, pero este último Adán
no tiene fin. Por lo cual, este último es, realmente, el primero,
como él mismo afirma: "Yo soy el primero y yo soy el último".
(S. Pedro Crisólogo, serm. 117).
360 Debido a la comunidad de origen, el género
humano forma una unidad. Porque Dios "creó, de un solo principio, todo
el linaje humano" (Hch 17,26; cf. Tb 8,6):
Maravillosa visión que nos hace contemplar el
género humano en la unidad de su origen en Dios ...: en la unidad de
su naturaleza, compuesta de igual modo en todos de un cuerpo material y de
un alma espiritual; en la unidad de su fin inmediato y de su misión
en el mundo; en la unidad de su morada: la tierra, cuyos bienes todos los
hombres, por derecho natural, pueden usar para sostener y desarrollar la vida;
en la unidad de su fin sobrenatural: Dios mismo a quien todos deben tender;
en la unidad de los medios para alcanzar este fin; ... en la unidad de su
rescate realizado para todos por Cristo (Pío XII, Enc. "Summi Pontificatus"
3; cf. NA 1).
361 "Esta ley de solidaridad humana y de caridad (ibid.),
sin excluir la rica variedad de las personas, las culturas y los pueblos,
nos asegura que todos los hombres son verdaderamente hermanos.
II “CORPORE ET ANIMA UNUS”
362 La persona humana,
creada a imagen de Dios, es un ser a la vez corporal y espiritual. El relato
bíblico expresa esta realidad con un lenguaje simbólico cuando
afirma que "Dios formó al hombre con polvo del suelo e insufló
en sus narices aliento de vida y resultó el hombre un ser viviente"
(Gn 2,7). Por tanto, el hombre en su totalidad es querido por Dios.
363 A menudo, el término alma designa en
la Sagrada Escritura la vida humana (cf. Mt 16,25-26; Jn 15,13)
o toda la persona humana (cf. Hch 2,41). Pero designa también
lo que hay de más íntimo en el hombre (cf. Mt 26,38; Jn 12,27)
y de más valor en él (cf. Mt 10,28; 2 M 6,30), aquello por
lo que es particularmente imagen de Dios: "alma" significa el principio espiritual
en el hombre
364 El cuerpo del hombre participa de la dignidad de
la "imagen de Dios": es cuerpo humano precisamente porque está animado
por el alma espiritual, y es toda la persona humana la que está destinada
a ser, en el Cuerpo de Cristo, el Templo del Espíritu (cf. 1 Co 6,19-20;
15,44-45):
Uno en cuerpo y alma, el hombre, por su misma condición
corporal, reúne en sí los elementos del mundo material, de
tal modo que, por medio de él, éstos alcanzan su cima y elevan
la voz para la libre alabanza del Creador. Por consiguiente, no es lícito
al hombre despreciar la vida corporal, sino que, por el contrario, tiene
que considerar su cuerpo bueno y digno de honra, ya que ha sido creado por
Dios y que ha de resucitar en el último día (GS 14,1).
365 La unidad del alma y del cuerpo es tan profunda que
se debe considerar al alma como la "forma" del cuerpo (cf. Cc. de Vienne,
año 1312, DS 902); es decir, gracias al alma espiritual, la materia
que integra el cuerpo es un cuerpo humano y viviente; en el hombre, el espíritu
y la materia no son dos naturalezas unidas, sino que su unión constituye
una única naturaleza.
366 La Iglesia enseña que cada alma espiritual
es directamente creada por Dios (cf. Pío XII, Enc. Humani generis,
1950: DS 3896; Pablo VI, SPF 8) -no es "producida" por los padres-, y que
es inmortal (cf. Cc. de Letrán V, año 1513: DS 1440): no perece
cuando se separa del cuerpo en la muerte, y se unirá de nuevo al cuerpo
en la resurrección final.
367 A veces se acostumbra a distinguir entre alma y espíritu.
Así S. Pablo ruega para que nuestro "ser entero, el espíritu,
el alma y el cuerpo" sea conservado sin mancha hasta la venida del Señor
(1 Ts 5,23). La Iglesia enseña que esta distinción no introduce
una dualidad en el alma (Cc. de Constantinopla IV, año 870: DS 657).
"Espíritu" significa que el hombre está ordenado desde su
creación a su fin sobrenatural (Cc. Vaticano I: DS 3005; cf. GS 22,5),
y que su alma es capaz de ser elevada gratuitamente a la comunión
con Dios (cf. Pío XII, Humani generis, año 1950: DS 3891).
368 La tradición espiritual de la Iglesia también
presenta el corazón en su sentido bíblico de "lo más
profundo del ser" (Jr 31,33), donde la persona se decide o no por Dios (cf.
Dt 6,5; 29,3;Is 29,13; Ez 36,26; Mt 6,21; Lc 8,15; Rm 5,5).
III “HOMBRE Y MUJER LOS CREO”
Igualdad y diferencia queridas por Dios
369 El hombre y la
mujer son creados, es decir, son queridos por Dios: por una parte, en una
perfecta igualdad en tanto que personas humanas, y por otra, en su ser respectivo
de hombre y de mujer. "Ser hombre", "ser mujer" es una realidad buena y querida
por Dios: el hombre y la mujer tienen una dignidad que nunca se pierde, que
viene inmediatamente de Dios su creador (cf. Gn 2,7.22). El hombre y la mujer
son, con la misma dignidad, "imagen de Dios". En su "ser-hombre" y su "ser-mujer"
reflejan la sabiduría y la bondad del Creador.
370 Dios no es, en modo alguno, a imagen del hombre.
No es ni hombre ni mujer. Dios es espíritu puro, en el cual no hay
lugar para la diferencia de sexos. Pero las "perfecciones" del hombre y
de la mujer reflejan algo de la infinita perfección de Dios: las
de una madre (cf. Is 49,14-15; 66,13; Sal 131,2-3) y las de un padre y esposo
(cf. Os 11,1-4; Jr 3,4-19).
“El uno para el otro”, “una unidad de dos”
371 Creados a la vez,
el hombre y la mujer son queridos por Dios el uno para el otro. La Palabra
de Dios nos lo hace entender mediante diversos acentos del texto sagrado.
"No es bueno que el hombre esté solo. Voy a hacerle una ayuda adecuada"
(Gn 2,18). Ninguno de los animales es "ayuda adecuada" para el hombre (Gn
2,19-20). La mujer, que Dios "forma" de la costilla del hombre y presenta
a éste, despierta en él un grito de admiración, una
exclamación de amor y de comunión: "Esta vez sí que
es hueso de mis huesos y carne de mi carne" (Gn 2,23). El hombre descubre
en la mujer como un otro "yo", de la misma humanidad.
372 El hombre y la mujer están hechos "el uno
para el otro": no que Dios los haya hecho "a medias" e "incompletos"; los
ha creado para una comunión de personas, en la que cada uno puede
ser "ayuda" para el otro porque son a la vez iguales en cuanto personas
("hueso de mis huesos...") y complementarios en cuanto masculino y femenino.
En el matrimonio, Dios los une de manera que, formando "una sola carne"
(Gn 2,24), puedan transmitir la vida humana: "Sed fecundos y multiplicaos
y llenad la tierra" (Gn 1,28). Al trasmitir a sus descendientes la vida
humana, el hombre y la mujer, como esposos y padres, cooperan de una manera
única en la obra del Creador (cf. GS 50,1).
373 En el plan de Dios, el hombre y la mujer están
llamados a "someter" la tierra (Gn 1,28) como "administradores" de Dios.
Esta soberanía no debe ser un dominio arbitrario y destructor. A imagen
del Creador, "que ama todo lo que existe" (Sb 11,24), el hombre y la mujer
son llamados a participar en la Providencia divina respecto a las otras
cosas creadas. De ahí su responsabilidad frente al mundo que Dios
les ha confiado.
IV EL HOMBRE EN EL PARAISO
374 El primer hombre
fue no solamente creado bueno, sino también constituido en
la amistad con su creador y en armonía consigo mismo y con
la creación en torno a él; amistad y armonía tales
que no serán superadas más que por la gloria de la nueva creación
en Cristo.
375 La Iglesia, interpretando de manera auténtica
el simbolismo del lenguaje bíblico a la luz del Nuevo Testamento
y de la Tradición, enseña que nuestros primeros padres Adán
y Eva fueron constituidos en un estado "de sant idad y de justicia original"
(Cc. de Trento: DS 1511). Esta gracia de la santidad original era una "participación
de la vida divina" (LG 2).
376 Por la irradiación de esta gracia, todas las
dimensiones de la vida del hombre estaban fortalecidas. Mientras permaneciese
en la intimidad divina, el hombre no debía ni morir (cf. Gn 2,17;
3,19) ni sufrir (cf. Gn 3,16). La armonía interior de la persona humana,
la armonía entre el hombre y la mujer, y, por último, la armonía
entre la primera pareja y toda la creación constituía el estado
llamado "justicia original".
377 El "dominio" del mundo que Dios había concedido
al hombre desde el comienzo, se realizaba ante todo dentro del hombre mismo
como dominio de sí. El hombre estaba íntegro y ordenado en
todo su ser por estar libre de la triple concupiscencia (cf. 1 Jn 2,16),
que lo somete a los placeres de los sentidos, a la apetencia de los bienes
terrenos y a la afirmación de sí contra los imperativos de
la razón.
378 Signo de la familiaridad con Dios es el hecho de
que Dios lo coloca en el jardín (cf. Gn 2,8). Vive allí "para
cultivar la tierra y guardarla" (Gn 2,15): el trabajo no le es penoso (cf.
Gn 3,17-19), sino que es la colaboración del hombre y de la mujer
con Dios en el perfeccionamiento de la creación visible.
379 Toda esta armonía de la justicia original,
prevista para el hombre por designio de Dios, se perderá por el pecado
de nuestros primeros padres.
RESUMEN
380 "A imagen tuya
creaste al hombre y le encomendaste el universo entero, para que, sirviéndote
sólo a ti, su Creador, dominara todo lo creado" (MR, Plegaria eucarística
IV, 118).
381 El hombre es predestinado a reproducir la imagen
del Hijo de Dios hecho hombre -"imagen del Dios invisible" (Col 1,15)-,
para que Cristo sea el primogénito de una multitud de hermanos y de
hermanas (cf. Ef 1,3-6; Rm 8,29).
382 El hombre es "corpore et anima unus" ("una unidad
de cuerpo y alma") (GS 14,1). La doctrina de la fe afirma que el alma espiritual
e inmortal es creada de forma inmediata por Dios.
383 "Dios no creó al hombre solo: en efecto, desde
el principio `los creó hombre y mujer' (Gn 1,27). Esta asociación
constituye la primera forma de comunión entre personas" (GS 12,4).
384 La revelación nos da a conocer el estado de
santidad y de justicia originales del hombre y la mujer antes del pecado:
de su amistad con Dios nacía la felicidad de su existencia en el
paraíso.
Párrafo 7 LA CAIDA
385 Dios es infinitamente
bueno y todas sus obras son buenas. Sin embargo, nadie escapa a la experiencia
del sufrimiento, de los males en la naturaleza -que aparecen como ligados
a los límites propios de las criaturas-, y sobre todo a la cuestión
del mal moral. ¿De dónde viene el mal? "Quaerebam unde malum
et non erat exitus" ("Buscaba el origen del mal y no encontraba solución")
dice S. Agustín (conf. 7,7.11), y su propia búsqueda dolorosa
sólo encontrará salida en su conversión al Dios vivo.
Porque "el misterio de la iniquidad" (2 Ts 2,7) sólo se esclarece
a la luz del "Misterio de la piedad" (1 Tm 3,16). La revelación del
amor divino en Cristo ha manifestado a la vez la extensión del mal
y la sobreabundancia de la gracia (cf. Rm 5,20). Debemos, por tanto, examinar
la cuestión del origen del mal fijando la mirada de nuestra fe en
el que es su único Vencedor (cf. Lc 11,21-22; Jn 16,11; 1 Jn 3,8).
I DONDE ABUNDO EL PECADO, SOBREABUNDO
LA GRACIA
La realidad del pecado
386 El pecado está
presente en la historia del hombre: sería vano intentar ignorarlo
o dar a esta oscura realidad otros nombres. Para intentar comprender lo
que es el pecado, es preciso en primer lugar reconocer el vínculo
profundo del hombre con Dios, porque fuera de esta relación, el mal
del pecado no es desenmascarado en su verdadera identidad de rechazo y oposición
a Dios, aunque continúe pesando sobre la vida del hombre y sobre
la historia.
387 La realidad del pecado, y más particularmente
del pecado de los orígenes, sólo se esclarece a la luz de
la Revelación divina. Sin el conocimiento que ésta nos da
de Dios no se puede reconocer claramente el pecado, y se siente la tentación
de explicarlo únicamente como un defecto de crecimiento, como una
debilidad sicológica, un error, la consecuencia necesaria de una estructura
social inadecuada, etc. Sólo en el conocimiento del designio de Dios
sobre el hombre se comprende que el pecado es un abuso de la libertad que
Dios da a las personas creadas para que puedan amarle y amarse mutuamente.
El pecado original - una verdad esencial de la fe
388 Con el desarrollo
de la Revelación se va iluminando también la realidad del
pecado. Aunque el Pueblo de Dios del Antiguo Testamento conoció de
alguna manera la condición humana a la luz de la historia de la caída
narrada en el Génesis, no podía alcanzar el significado último
de esta historia que sólo se manifiesta a la luz de la Muerte y de
la Resurrección de Jesucristo (cf. Rm 5,12-21). Es preciso conocer
a Cristo como fuente de la gracia para conocer a Adán como fuente
del pecado. El Espíritu-Paráclito, enviado por Cristo resucitado,
es quien vino "a convencer al mundo en lo referente al pecado" (Jn 16,8)
revelando al que es su Redentor.
389 La doctrina del pecado original es, por así
decirlo, "el reverso" de la Buena Nueva de que Jesús es el Salvador
de todos los hombres, que todos necesitan salvación y que la salvación
es ofrecida a todos gracias a Cristo. La Iglesia, que tiene el sentido de
Cristo (cf. 1 Cor 2,16) sabe bien que no se puede lesionar la revelación
del pecado original sin atentar contra el Misterio de Cristo.
Para leer el relato de la caída
390 El relato de la
caída (Gn 3) utiliza un lenguaje hecho de imágenes, pero afirma
un acontecimiento primordial, un hecho que tuvo lugar al comienzo
de la historia del hombre (cf. GS 13,1). La Revelación nos da
la certeza de fe de que toda la historia humana está marcada por el
pecado original libremente cometido por nuestros primeros padres (cf. Cc.
de Trento: DS 1513; Pío XII: DS 3897; Pablo VI, discurso 11 Julio
1966).
II LA CAIDA DE LOS ANGELES
391 Tras la elección
desobediente de nuestros primeros padr es se halla una voz seductora, opuesta
a Dios (cf. Gn 3,1-5) que, por envidia, los hace caer en la muerte (cf.
Sb 2,24). La Escritura y la Tradición de la Iglesia ven en este ser
un ángel caído, llamado Satán o diablo (cf. Jn 8,44;
Ap 12,9). La Iglesia enseña que primero fue un ángel bueno,
creado por Dios. "Diabolus enim et alii daemones a Deo quidem natura creati
sunt boni, sed ipsi per se facti sunt mali" ("El diablo y los otros demonios
fueron creados por Dios con una naturaleza buena, pero ellos se hicieron
a sí mismos malos") (Cc. de Letrán IV, año 1215: DS
800).
392 La Escritura habla de un pecado de estos ángeles
(2 P 2,4). Esta "caída" consiste en la elección libre de estos
espíritus creados que rechazaron radical e irrevocablemente a Dios
y su Reino. Encontramos un reflejo de esta rebelión en las palabras
del tentador a nuestros primeros padres: "Seréis como dioses" (Gn
3,5). El diablo es "pecador desde el principio" (1 Jn 3,8), "padre de la
mentira" (Jn 8,44).
393 Es el carácter irrevocable de su elección,
y no un defecto de la infinita misericordia divina lo que hace que el pecado
de los ángeles no pueda ser perdonado. "No hay arrepentimiento para
ellos después de la caída, como no hay arrepentimiento para
los hombres después de la muerte" (S. Juan Damasceno, f.o. 2,4: PG
94, 877C).
394 La Escritura atestigua la influencia nefasta de aquel
a quien Jesús llama "homicida desde el principio" (Jn 8,44) y que
incluso intentó apartarlo de la misión recibida del Padre (cf.
Mt 4,1-11). "El Hijo de Dios se manifestó para deshacer las obras
del diablo" (1 Jn 3,8). La más grave en consecuencias de estas obras
ha sido la seducción mentirosa que ha inducido al hombre a desobedecer
a Dios.
395 Sin embargo, el poder de Satán no es infinito.
No es más que una criatura, poderosa por el hecho de ser espíritu
puro, pero siempre criatura: no puede impedir la edificación del
Reino de Dios. Aunque Satán actúe en el mundo por odio contra
Dios y su Reino en Jesucristo, y aunque su acción cause graves daños
-de naturaleza espiritual e indirectamente incluso de naturaleza física-en
cada hombre y en la sociedad, esta acción es permitida por la divina
providencia que con fuerza y dulzura dirige la historia del hombre y del
mundo. El que Dios permita la actividad diabólica es un gran misterio,
pero "nosotros sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de
los que le aman" (Rm 8,28)
III EL PECADO ORIGINAL
La prueba de la libertad
396 Dios creó
al hombre a su imagen y lo estableció en su amistad. Criatura espiritual,
el hombre no puede vivir esta amistad más que en la forma de libre
sumisión a Dios. Esto es lo que expresa la prohibición hecha
al hombre de comer del árbol del conocimiento del bien y del mal,
"porque el día que comieres de él, morirás" (Gn 2,17).
"El árbol del conocimiento del bien y del mal" evoca simbólicamente
el límite infranqueable que el hombre en cuanto criatura debe reconocer
libremente y respetar con confianza. El hombre depende del Creador, está
sometido a las leyes de la Creación y a las normas morales que regulan
el uso de la libertad.
El primer pecado del hombre
397 El hombre, tentado
por el diablo, dejó morir en su corazón la confianza hacia
su creador (cf. Gn 3,1-11) y, abusando de su libertad, desobedeció
al mandamiento de Dios. En esto consistió el primer pecado del hombre
(cf. Rm 5,19). En adelante, todo pecado será una desobediencia a
Dios y una falta de confianza en su bondad.
398 En este pecado, el hombre se prefirió a sí
mismo en lugar de Dios, y por ello despreció a Dios: hizo elección
de sí mismo contra Dios, contra las exigencias de su estado de criatura
y, por tanto, contra su propio bien. El hombre, constituido en un estado
de santidad, estaba destinado a ser plenamente "divinizado" por Dios en la
gloria. Por la seducción del diablo quiso "ser como Dios" (cf. Gn
3,5), pero "sin Dios, antes que Dios y no según Dios" (S. Máximo
Confesor, ambig.).
399 La Escritura muestra las consecuencias dramáticas
de esta primera desobediencia. Adán y Eva pierden inmediatamente
la gracia de la santidad original (cf. Rm 3,23). Tienen miedo del Dios (cf.
Gn 3,9-10) de quien han concebido una falsa imagen, la de un Dios celoso
de sus prerrogativas (cf. Gn 3,5).
400 La armonía en la que se encontraban, establecida
gracias a la justicia original, queda destruida; el dominio de las facultades
espirituales del alma sobre el cuerpo se quiebra (cf. Gn 3,7); la unión
entre el hombre y la mujer es sometida a tensiones (cf. Gn 3,11-13); sus
relaciones estarán marcadas por el deseo y el dominio (cf. Gn 3,16).
La armonía con la creación se rompe; la creación visible
se hace para el hombre extraña y hostil (cf. Gn 3,17.19). A causa
del hombre, la creación es sometida "a la servidumbre de la corrupción"
(Rm 8,21). Por fin, la consecuencia explícitamente anunciada para
el caso de desobediencia (cf. Gn 2,17), se realizará: el hombre "volverá
al polvo del que fue formado" (Gn 3,19). La muerte hace su entrada en la
historia de la humanidad (cf. Rm 5,12).
401 Desde este primer pecado, una verdadera invasión
de pec ado inunda el mundo: el fratricidio cometido por Caín en Abel
(cf. Gn 4,3-15); la corrupción universal, a raíz del pecado
(cf. Gn 6,5.12; Rm 1,18-32); en la historia de Israel, el pecado se manifiesta
frecuentemente, sobre todo como una infidelidad al Dios de la Alianza y
como transgresión de la Ley de Moisés; e incluso tras la Redención
de Cristo, entre los cristianos, el pecado se manifiesta, entre los cristianos,
de múltiples maneras (cf. 1 Co 1-6; Ap 2-3). La Escritura y la Tradición
de la Iglesia no cesan de recordar la presencia y la universalidad del pecado
en la historia del hombre:
Lo que la revelación divina nos enseña
coincide con la misma experiencia. Pues el hombre, al examinar su corazón,
se descubre también inclinado al mal e inmerso en muchos males que
no pueden proceder de su Creador, que es bueno. Negándose con frecuencia
a reconocer a Dios como su principio, rompió además el orden
debido con respecto a su fin último y, al mismo tiempo, toda su ordenación
en relación consigo mismo, con todos los otros hombres y con todas
las cosas creadas (GS 13,1).
Consecuencias del pecado de Adán para la humanidad
402 Todos los hombres
están implicados en el pecado de Adán. S. Pablo lo afirma:
"Por la desobediencia de un solo hombre, todos fueron constituidos pecadores"
(Rm 5,19): "Como por un solo hombre entró el pecado en el mundo y
por el pecado la muerte y así la muerte alcanzó a todos los
hombres, por cuanto todos pecaron..." (Rm 5,12). A la universalidad del pecado
y de la muerte, el Apóstol opone la universalidad de la salvación
en Cristo: "Como el delito de uno solo atrajo sobre todos los hombres la
condenación, así también la obra de justicia de uno
solo (la de Cristo) procura a todos una justificación que da la vida"
(Rm 5,18).
403 Siguiendo a S. Pablo, la Iglesia ha enseñado
siempre que la inmensa miseria que oprime a los hombres y su inclinación
al mal y a la muerte no son comprensibles sin su conexión con el
pecado de Adán y con el hecho de que nos ha transmitido un pecado
con que todos nacemos afectados y que es "muerte del alma" (Cc. de Trento:
DS 1512). Por esta certeza de fe, la Iglesia concede el Bautismo para la
remisión de los pecados incluso a los niños que no han cometido
pecado personal (Cc. de Trento: DS 1514).
404 ¿Cómo el pecado de Adán vino
a ser el pecado de todos sus descendientes? Todo el género humano es
en Adán "sicut unum corpus unius hominis" ("Como el cuerpo único
de un único hombre") (S. Tomás de A., mal. 4,1). Por esta
"unidad del género humano", todos los hombres están implicados
en el pecado de Adán, como todos están implicados en la justicia
de Cristo. Sin embargo, la transmisión del pecado original es un misterio
que no podemos comprender plenamente. Pero sabemos por la Revelación
que Adán había recibido la santidad y la justicia originales
no para él solo sino para toda la naturaleza humana: cediendo al
tentador, Adán y Eva cometen un pecado personal, pero este pecado
afecta a la naturaleza humana, que transmitirán en un estado caído
(cf. Cc. de Trento: DS 1511-12). Es un pecado que será transmitido
por propagación a toda la humanidad, es decir, por la transmisión
de una naturaleza humana privada de la santidad y de la justicia originales.
Por eso, el pecado original es llamado "pecado" de manera análoga:
es un pecado "contraído", "no cometido", un estado y no un acto.
405 Aunque propio de cada uno (cf. Cc. de Trento: DS
1513), el pecado original no tiene, en ningún descendiente de Adán,
un carácter de falta personal. Es la privación de la santidad
y de la justicia originales, pero la naturaleza humana no está totalmente
corrompida: está herida en sus propias fuerzas naturales, sometida
a la ignorancia, al sufrimiento y al imperio de la muerte e inclinada al
pecado (esta inclinación al mal es llamada "concupiscencia"). El Bautismo,
dando la vida de la gracia de Cristo, borra el pecado original y devuelve
el hombre a Dios, pero las consecuencias para la naturaleza, debilitada
e inclinada al mal, persisten en el hombre y lo llaman al combate espiritual.
406 La doctrina de la Iglesia sobre la transmisión
del pecado original fue precisada sobre todo en el siglo V, en particular
bajo el impulso de la reflexión de S. Agustín contra el pelagianismo,
y en el siglo XVI, en oposición a la Reforma protestante. Pelagio
sostenía que el hombre podía, por la fuerza natural de su voluntad
libre, sin la ayuda necesaria de la gracia de Dios, llevar una vida moralmente
buena: así reducía la influencia de la falta de Adán
a la de un mal ejemplo. Los primeros reformadores protestantes, por el contrario,
enseñaban que el hombre estaba radicalmente pervertido y su libertad
anulada por el pecado de los orígenes; identificaban el pecado heredado
por cada hombre con la tendencia al mal ("concupiscentia"), que sería
insuperable. La Iglesia se pronunció especialmente sobre el sentido
del dato revelado respecto al pecado original en el II Concilio de Orange
en el año 529 (cf. DS 371-72) y en el Concilio de Trento, en el año
1546 (cf. DS 1510-1516).
Un duro combate...
407 La doctrina sobre
el pecado original -vinculada a la de la Redención de Cristo- proporciona
una mirada de discernimiento lúcido sobre la situación del
hombre y de su obrar en el mundo. Por el pecado de los primeros padres, el
diablo adquirió un cierto dominio sobre el hombre, aunque éste
permanezca libre. El pecado original entraña "la servidumbre bajo
el poder del que poseía el imperio de la muerte, es decir, del diablo"
(Cc. de Trento: DS 1511, cf. Hb 2,14). Ignorar que el hombre posee una naturaleza
herida, inclinada al mal, da lugar a graves errores en el dominio de la
educación, de la política, de la acción social (cf.
CA 25) y de las costumbres.
408 Las consecuencias del pecado original y de todos
los pecados personales de los hombres confieren al mundo en su conjunto
una condición pecadora, que puede ser designada con la expresión
de S. Juan: "el pecado del mundo" (Jn 1,29). Mediante esta expresión
se significa también la influencia negativa que ejercen sobre las
personas las situaciones comunitarias y las estructuras sociales que son
fruto de los pecados de los hombres (cf. RP 16).
409 Esta situación dramática del mundo
que "todo entero yace en poder del maligno" (1 Jn 5,19; cf. 1 P 5,8), hace
de la vida del hombre un combate:
A través de toda la historia del hombre se extiend
e una dura batalla contra los poderes de las tinieblas que, iniciada ya
desde el origen del mundo, durará hasta el último día
según dice el Señor. Inserto en esta lucha, el hombre debe
combatir continuamente para adherirse al bien, y no sin grandes trabajos,
con la ayuda de la gracia de Dios, es capaz de lograr la unidad en sí
mismo (GS 37,2).
IV “NO LO ABANDONASTE AL PODER DE LA MUERTE”
410 Tras la caída,
el hombre no fue abandonado por Dios. Al contrario, Dios lo llama (cf. Gn
3,9) y le anuncia de modo misterioso la victoria sobre el mal y el levantamiento
de su caída (cf. Gn 3,15). Este pasaje del Génesis ha sido
llamado "Protoevangelio", por ser el primer anuncio del Mesías redentor,
anuncio de un combate entre la serpiente y la Mujer, y de la victoria final
de un descendiente de ésta.
411 La tradición cristiana ve en este pasaje un
anuncio del "nuevo Adán" (cf. 1 Co 15,21-22.45) que, por su "obediencia
hasta la muerte en la Cruz" (Flp 2,8) repara con sobreabundancia la descendencia
de Adán (cf. Rm 5,19-20). Por otra parte, numerosos Padres y doctores
de la Iglesia ven en la mujer anunciada en el "protoevangelio" la madre
de Cristo, María, como "nueva Eva". Ella ha sido la que, la primera
y de una manera única, se benefició de la victoria sobre el
pecado alcanzada por Cristo: fue preservada de toda mancha de pecado original
(cf. Pío IX: DS 2803) y, durante toda su vida terrena, por una gracia
especial de Dios, no cometió ninguna clase de pecado (cf. Cc. de
Trento: DS 1573).
412 Pero, ¿por qué Dios no impidió
que el primer hombre pecara? S. León Magno responde: "La gracia inefable
de Cristo nos ha dado bienes mejores que los que nos quitó la envidia
del demonio" (serm. 73,4). Y S. Tomás de Aquino: "Nada se opone a
que la naturaleza humana haya sido destinada a un fin más alto después
de pecado. Dios, en efecto, permite que los males se hagan para sacar de
ellos un mayor bien. De ahí las palabras de S. Pablo: `Donde abundó
el pecado, sobreabundó la gracia' (Rm 5,20). Y el canto del Exultet:
`¡Oh feliz culpa que mereció tal y tan grande Redentor!'" (s.th.
3,1,3, ad 3).
RESUMEN
413 "No fue Dios quien
hizo la muerte ni se recrea en la destrucción de los vivientes...por
envidia del diablo entró la muerte en el mundo" (Sb 1,13; 2,24).
414 Satán o el diablo y los otros demonios son
ángeles caídos por haber rechazado libremente servir a Dios
y su designio. Su opción contra Dios es definitiva. Intentan asociar
al hombre en su rebelión contra Dios.
415 "Constituido por Dios en la justicia, el hombre,
sin em bargo, persuadido por el Maligno, abusó de su libertad, desde
el comienzo de la historia, levantándose contra Dios e intentando
alcanzar su propio fin al margen de Dios" (GS 13,1).
416 Por su pecado, Adán, en cuanto primer hombre,
perdió la santidad y la justicia originales que
había recibido de Dios no solamente para él, sino para todos
los humanos.
417 Adán y Eva transmitieron a su descendencia
la naturaleza humana herida por su primer pecado, privada por tanto de la
santidad y la justicia originales. Esta privación es llamada "pecado
original".
418 Como consecuencia del pecado original, la naturaleza
humana quedó debilitada en sus fuerzas, sometida a la ignorancia,
al sufrimiento y al dominio de la muerte, e inclinada al pecado (inclinación
llamada "concupisc encia").
419 "Mantenemos, pues, siguiendo el concilio de Trento,
que el pecado original se transmite, juntamente con la naturaleza humana,
`por propagación, no por imitación' y que `se halla como propio
en cada uno'" (Pablo VI, SPF 16).
420 La victoria sobre el pecado obtenida por Cristo nos
ha dado bienes mejores que los que nos quitó el pecado: "Donde abundó
el pecado, sobreabundó la gracia" (Rm 5,20).
421 "El mundo que los fieles cristianos creen creado
y conservado por el amor del creador, colocado ciertamente bajo la esclavitud
del pecado, pero liberado por Cristo crucificado y resucitado, una vez que
fue quebrantado el poder del Maligno..." (GS 2,2).
CAPITULO SEGUNDO: CREO EN JESUCRISTO, HIJO UNICO DE DIOS
La Buena Nueva: Dios ha enviado a su Hijo
422. "Pero, al llegar
la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer,
nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para
que recibiéramos la filiación adoptiva" (Ga 4, 4-5). He aquí
"la Buena Nueva de Jesucristo, Hijo de Dios" (Mc 1, 1): Dios ha visitado
a su pueblo (cf. Lc 1, 68), ha cumplido las promesas hechas a Abraham y
a su descendencia (cf. Lc 1, 55); lo ha hecho más allá de toda
expectativa: El ha enviado a su "Hijo amado" (Mc 1, 11).
423 Nosotros creemos y confesamos que Jesús de
Nazaret, nacido judío de una hija de Israel, en Belén en el
tiempo del rey Herodes el Grande y del emperador César Augusto; de
oficio carpintero, muerto crucificado en Jerusalén, bajo el procurador
Poncio Pilato, durante el reinado del emperador Tiberio, es el Hijo eterno
de Dios hecho hombre, que ha "salido de Dios" (Jn 13, 3), "bajó del
cielo" (Jn 3, 13; 6, 33), "ha venido en carne" (1 Jn 4, 2), porque "la Palabra
se hizo carne, y puso su morada entre nosotros, y hemos visto su gloria, gloria
que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad...
Pues de su plenitud hemos recibido todos, y gracia por gracia" (Jn 1, 14.
16).
424 Movidos por la gracia del Espíritu Santo y
atraídos por el Padre nosotros creemos y confesamos
a propósito de Jesús: "Tú eres el Cristo, el Hijo de
Dios vivo" (Mt 16, 16). Sobre la roca de esta fe, confesada por San Pedro,
Cristo ha construido su Iglesia (cf. Mt 16, 18; San León Magno, serm.
4, 3;51, 1;62, 2;83, 3).
"Anunciar... la inescrutable riqueza de Cristo" (Ef
3, 8)
425 La transmisión
de la fe cristiana es ante todo el anuncio de Jesucristo para llevar a la
fe en el. Desde el principio, los primeros discípulos ardieron en
deseos de anunciar a Cristo: "No podemos nosotros dejar de hablar de lo que
hemos visto y oído" (Hch 4, 20). Y ellos mismos invitan a los hombres
de todos los tiempos a entrar en la alegría de su comunión
con Cristo:
Lo que existía desde el principio, lo que hemos
oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y
tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de vida, -pues la Vida se manifestó,
y nosotros la hemos visto y damos testimonio y os anunciamos la vida eterna,
que estaba con el Padre y se nos manifestó- lo que hemos visto y
oído, os lo anunciamos, para que también vosotros estéis
en comunión con nosotros. Y nosotros estamos en comunión con
el Padre y con su Hijo, Jesucristo. Os escribimos esto para que vuestro
gozo sea completo (1 Jn 1, 1-4).
En el centro de la catequesis: Cristo
426 "En el centro
de la catequesis encontramos esencialmente una Persona, la de Jesús
de Nazaret, Unigénito del Padre, que ha sufrido y ha muerto por nosotros
y que ahora, resucitado, vive para siempre con nosotros... Catequizar es
... descubrir en la Persona de Cristo el designio eterno de Dios... Se trata
de procurar comprender el significado de los gestos y de las palabras de
Cristo, los signos realizados por El mismo" (CT 5). El fin de la catequesis:
"conducir a la comunión con Jesucristo: sólo El puede conducirnos
al amor del Padre en el Espíritu y hacernos partícipes de la
vida de la Santísima Trinidad". (ibid.).
427 "En la catequesis lo que se enseña es a Cristo,
el Verbo encarnado e Hijo de Dios y todo lo demás en referencia a
El; el único que enseña es Cristo, y cualquier otro lo hace
en la medida en que es portavoz suyo, permitiendo que Cristo enseñe
por su boca... Todo catequista debería poder aplicarse a sí
mismo la misteriosa palabra de Jesús: 'Mi doctrina no es mía,
sino del que me ha enviado' (Jn 7, 16)" (ibid., 6)
428 El que está llamado a "enseñar a Cristo"
debe por tanto, ante todo, buscar esta "ganancia sublime que es el conocimiento
de Cristo"; es necesario "aceptar perder todas las cosas ... para ganar
a Cristo, y ser hallado en él" y "conocerle a él, el poder
de su resurrección y la comunión en sus padecimientos hasta
hacerme semejante a él en su muerte, tratando de llegar a la resurrección
de entre los muertos" (Flp 3, 8-11).
429 De este conocimiento amoroso de Cristo es de donde
brota el deseo de anunciarlo, de "evangelizar", y de llevar a otros al "sí"
de la fe en Jesucristo. Y al mismo tiempo se hace sentir la necesidad de
conocer siempre mejor esta fe. Con este fin, siguiendo el orden del Símbolo
de la fe, presentaremos en primer lugar los principales títulos de
Jesús: Cristo, Hijo de Dios, Señor (Artículo
2). El Símbolo confiesa a continuación los principales misterios
de la vida de Cristo: los de su encarnación (Artículo 3),
los de su Pascua (Artículos 4 y 5), y, por último, los de
su glorificación (Artículos 6 y 7).
Artículo 2 “Y EN JESUCRISTO,
SU UNICO HIJO,
NUESTRO SEÑOR”
I JESUS
430 Jesús quiere
decir en hebreo: "Dios salva". En el momento de la anunciación, el
ángel Gabriel le dio como nombre propio el nombre de Jesús
que expresa a la vez su identidad y su misión (cf. Lc 1, 31). Ya que
"¿Quién puede perdonar pecados, sino sólo Dios?"(Mc
2, 7), es él quien, en Jesús, su Hijo eterno hecho hombre
"salvará a su pueblo de sus pecados" (Mt 1, 21). En Jesús,
Dios recapitula así toda la historia de la salvación en favor
de los hombres.
431 En la historia de la salvación, Dios no se
ha contentado con librar a Israel de "la casa de servidumbre" (Dt 5, 6) haciéndole
salir de Egipto. El lo salva además de su pecado. Puesto que el pecado
es siempre una ofensa hecha a Dios (cf. Sal 51, 6), sólo el es quien
puede absolverlo (cf. Sal 51, 12). Por eso es por lo que Israel tomando
cada vez más conciencia de la universalidad del pecado, ya no podrá
buscar la salvación más que en la invocación del Nombre
de Dios Redentor (cf. Sal 79, 9).
432 El nombre de Jesús significa que el Nombre
mismo de Dios está presente en la persona de su Hijo (cf. Hch 5, 41;
3 Jn 7) hecho hombre para la redención universal y definitiva de los
pecados. El es el Nombre divino, el único que trae la salvación
(cf. Jn 3, 18; Hch 2, 21) y de ahora en adelante puede ser invocado por todos
porque se ha unido a todos los hombres por la Encarnación (cf. Rm
10, 6-13) de tal forma que "no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres
por el que nosotros debamos salvarnos" (Hch 4, 12; cf. Hch 9, 14; St 2,
7).
433 El Nombre de Dios Salvador era invocado una sola
vez al año por el sumo sacerdote para la expiación de los
pecados de Israel, cuando había asperjado el propiciatorio del Santo
de los Santos con la sangre del sacrificio (cf. Lv 16, 15-16; Si 50, 20;
Hb 9, 7). El propiciatorio era el lugar de la presencia de Dios (cf. Ex
25, 22; Lv 16, 2; Nm 7, 89; Hb 9, 5). Cuando San Pablo dice de Jesús
que "Dios lo exhibió como instrumento de propiciación por su
propia sangre" (Rm 3, 25) significa que en su humanidad "estaba Dios reconciliando
al mundo consigo" (2 Co 5, 19).
434 La Resurrección de Jesús glorifica
el nombre de Dios Salvador (cf. Jn 12, 28) porque de ahora en adelante,
el Nombre de Jesús es el que manifiesta en plenitud el poder soberano
del "Nombre que está sobre todo nombre" (Flp 2, 9). Los espíritus
malignos temen su Nombre (cf. Hch 16, 16-18; 19, 13-16) y en su nombre los
discípulos de Jesús hacen milagros (cf. Mc 16, 17) porque
todo lo que piden al Padre en su Nombre, él se lo concede (Jn 15,
16).
435 El Nombre de Jesús está en el corazón
de la plegaria cristiana. Todas las oraciones litúrgicas se acaban
con la fórmula "Per Dominum Nostrum Jesum Christum..." ("Por Nuestro
Señor Jesucristo..."). El "Avemaría" culmina en "y bendito
es el fruto de tu vientre, Jesús". La oración del corazón,
en uso en oriente, llamada "oración a Jesús" dice: "Jesucristo,
Hijo de Dios, Señor ten piedad de mí, pecador". Numerosos
cristianos mueren, como Santa Juana de Arco, teniendo en sus labios una
única palabra: "Jesús".
II CRISTO
436 Cristo viene de
la traducción griega del término hebreo "Mesías" que
quiere decir "ungido". No pasa a ser nombre propio de Jesús sino
porque él cumple perfectamente la misión divina que esa palabra
significa. En efecto, en Israel eran ungidos en el nombre de Dios los que
le eran consagrados para una misión que habían recibido de
él. Este era el caso de los reyes (cf. 1 S 9, 16; 10, 1; 16, 1. 12-13;
1 R 1, 39), de los sacerdotes (cf. Ex 29, 7; Lv 8, 12) y, excepcionalmente,
de los profetas (cf. 1 R 19, 16). Este debía ser por excelencia el
caso del Mesías que Dios enviaría para instaurar definitivamente
su Reino (cf. Sal 2, 2; Hch 4, 26-27). El Mesías debía ser
ungido por el Espíritu del Señor (cf. Is 11, 2) a la vez como
rey y sacerdote (cf. Za 4, 14; 6, 13) pero también como profeta (cf.
Is 61, 1; Lc 4, 16-21). Jesús cumplió la esperanza mesiánica
de Israel en su triple función de sacerdote, profeta y rey.
437 El ángel anunció a los pastores el
nacimiento de Jesús como el del Mesías prometido a Israel:
"Os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo
Señor" (Lc 2, 11). Desde el principio él es "a quien el Padre
ha santificado y enviado al mundo"(Jn 10, 36), concebido como "santo" (Lc
1, 35) en el seno virginal de María. José fue llamado por
Dios para "tomar consigo a María su esposa" encinta "del que fue
engendrado en ella por el Espíritu Santo" (Mt 1, 20) para que Jesús
"llamado Cristo" nazca de la esposa de José en la descendencia mesiánica
de David (Mt 1, 16; cf. Rm 1, 3; 2 Tm 2, 8; Ap 22, 16).
438 La consagración mesiánica de Jesús
manifiesta su misión divina. "Por otra parte eso es lo que significa
su mismo nombre, porque en el nombre de Cristo está sobre entendido
El que ha ungido, El que ha sido ungido y la Unción misma con la
que ha sido ungido: El que ha ungido, es el Padre. El que ha sido ungido,
es el Hijo, y lo ha sido en el Espíritu que es la Unción" (S.
Ireneo de Lyon, haer. 3, 18, 3). Su eterna consagración mesiánica
fue revelada en el tiempo de su vida terrena en el momento de su bautismo
por Juan cuando "Dios le ungió con el Espíritu Santo y con
poder"(Hch 10, 38) "para que él fuese manifestado a Israel" (Jn 1,
31) como su Mesías. Sus obras y sus palabras lo dieron a conocer como
"el santo de Dios" (Mc 1, 24; Jn 6, 69; Hch 3, 14).
439 Numerosos judíos e incluso ciertos paganos
que compartían su esperanza reconocieron en Jesús los rasgos
fundamentales del mesiánico "hijo de David" prometido por Dios a Israel
(cf. Mt 2, 2; 9, 27; 12, 23; 15, 22; 20, 30; 21, 9. 15). Jesús aceptó
el título de Mesías al cual tenía derecho (cf. Jn 4,
25-26;11, 27), pero no sin reservas porque una parte de sus contemporáneos
lo comprendían según una concepción demasiado humana
(cf. Mt 22, 41-46), esencialmente política (cf. Jn 6, 15; Lc 24,
21).
440 Jesús acogió la confesión de
fe de Pedro que le reconocía como el Mesías anunciándole
la próxima pasión del Hijo del Hombre (cf. Mt 16, 23). Reveló
el auténtico contenido de su realeza mesiánica en la identidad
transcendente del Hijo del Hombre "que ha bajado del cielo" (Jn 3, 13; cf.
Jn 6, 62; Dn 7, 13) a la vez que en su misión redentora como Siervo
sufriente: "el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir
y a dar su vida como rescate por muchos" (Mt 20, 28; cf. Is 53, 10-12). Por
esta razón el verdadero sentido de su realeza no se ha manifestado
más que desde lo alto de la Cruz (cf. Jn 19, 19-22; Lc 23, 39-43).
Solamente después de su resurrección su realeza mesiánica
podrá ser proclamada por Pedro ante el pueblo de Dios: "Sepa, pues,
con certeza toda la casa de Israel que Dios ha constituido Señor
y Cristo a este Jesús a quien vosotros habéis crucificado"
(Hch 2, 36).
III HIJO UNICO DE DIOS
441 Hijo de Dios,
en el Antiguo Testamento, es un título dado a los ángeles
(cf. Dt 32, 8; Jb 1, 6), al pueblo elegido (cf. Ex 4, 22;Os 11, 1; Jr 3,
19; Si 36, 11; Sb 18, 13), a los hijos de Israel (cf. Dt 14, 1; Os 2, 1)
y a sus reyes (cf. 2 S 7, 14; Sal 82, 6). Significa entonces una filiación
adoptiva que establece entre Dios y su criatura unas relaciones de una intimidad
particular. Cuando el Rey-Mesías prometido es llamado "hijo de Dios"
(cf. 1 Cro 17, 13; Sal 2, 7), no implica necesariamente, según el
sentido literal de esos textos, que sea más que humano. Los que designaron
así a Jesús en cuanto Mesías de Israel (cf. Mt 27, 54),
quizá no quisieron decir nada más (cf. Lc 23, 47).
442 No ocurre así con Pedro cuando confiesa a
Jesús como "el Cristo, el Hijo de Dios vivo" (Mt 16, 16) porque este
le responde con solemnidad "no te ha revelado esto ni la carne ni la sangre,
sino mi Padre que está en los cielos" (Mt 16, 17). Paralelamente Pablo
dirá a propósito de su conversión en el camino de Damasco:
"Cuando Aquél que me separó desde el seno de mi madre y me
llamó por su gracia, tuvo a bien revelar en mí a su Hijo para
que le anunciase entre los gentiles..." (Ga 1,15-16). "Y en seguida se puso
a predicar a Jesús en las sinagogas: que él era el Hijo
de Dios" (Hch 9, 20). Este será, desde el principio (cf. 1 Ts 1,
10), el centro de la fe apostólica (cf. Jn 20, 31) profesada en primer
lugar por Pedro como cimiento de la Iglesia (cf. Mt 16, 18).
443 Si Pedro pudo reconocer el carácter transcendente
de la filiación divina de Jesús Mesías es porque éste
lo dejó entender claramente. Ante el Sanedrín, a la pregunta
de sus acusadores: "Entonces, ¿tú eres el Hijo de Dios?",
Jesús ha respondido: "Vosotros lo decís: yo soy" (Lc 22, 70;
cf. Mt 26, 64; Mc 14, 61). Ya mucho antes, El se designó como
el "Hijo" que conoce al Padre (cf. Mt 11, 27; 21, 37-38), que es distinto
de los "siervos" que Dios envió antes a su pueblo (cf. Mt 21, 34-36),
superior a los propios ángeles (cf. Mt 24, 36). Distinguió
su filiación de la de sus discípulos, no diciendo jamás
"nuestro Padre" (cf. Mt 5, 48; 6, 8; 7, 21; Lc 11, 13) salvo para ordenarles
"vosotros, pues, orad así: Padre Nuestro" (Mt 6, 9); y subrayó
esta distinción: "Mi Padre y vuestro Padre" (Jn 20, 17).
444 Los Evangelios narran en dos momentos solemnes, el
bautismo y la transfiguración de Cristo, que la voz del Padre lo
designa como su "Hijo amado" (Mt 3, 17; 17, 5). Jesús se designa
a sí mismo como "el Hijo Unico de Dios" (Jn 3, 16) y afirma mediante
este título su preexistencia eterna (cf. Jn 10, 36). Pide la fe en
"el Nombre del Hijo Unico de Dios" (Jn 3, 18). Esta confesión cristiana
aparece ya en la exclamación del centurión delante de Jesús
en la cruz: "Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios" (Mc 15, 39), porque
solamente en el misterio pascual donde el creyente puede alcanzar el sentido
pleno del título "Hijo de Dios".
445 Después de su Resurrección, su filiación
divina aparece en el poder de su humanidad glorificada: "Constituido Hijo
de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por su Resurrección
de entre los muertos" (Rm 1, 4; cf. Hch 13, 33). Los apóstoles podrán
confesar "Hemos visto su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único,
lleno de gracia y de verdad "(Jn 1, 14).
IV SEÑOR
446 En la traducción
griega de los libros del Antiguo Testamento, el nombre inefable con el cual
Dios se reveló a Moisés (cf. Ex 3, 14), YHWH, es traducido
por "Kyrios" ["Señor"]. Señor se convierte desde entonces
en el nombre más habitual para designar la divinidad misma del Dios
de Israel. El Nuevo Testamento utiliza en este sentido fuerte el título
"Señor" para el Padre, pero lo emplea también, y aquí
está la novedad, para Jesús reconociéndolo como Dios
(cf. 1 Co 2,8).
447 El mismo Jesús se atribuye de forma velada
este título cuando discute con los fariseos sobre el sentido del Salmo
109 (cf. Mt 22, 41-46; cf. también Hch 2, 34-36; Hb 1, 13), pero
también de manera explícita al dirigirse a sus apóstoles
(cf. Jn 13, 13). A lo largo de toda su vida pública sus actos de
dominio sobre la naturaleza, sobre las enfermedades, sobre los demonios,
sobre la muerte y el pecado, demostraban su soberanía divina.
448 Con mucha frecuencia, en los Evangelios, hay personas
que se dirigen a Jesús llamándole "Señor". Este título
expresa el respeto y la confianza de los que se acercan a Jesús y
esperan de él socorro y curación (cf. Mt 8, 2; 14, 30; 15,
22, etc.). Bajo la moción del Espíritu Santo, expresa el reconocimiento
del misterio divino de Jesús (cf. Lc 1, 43; 2, 11). En el encuentro
con Jesús resucitado, se convierte en adoración: "Señor
mío y Dios mío" (Jn 20, 28). Entonces toma una connotación
de amor y de afecto que quedará como propio de la tradición
cristiana: "¡Es el Señor!" (Jn 21, 7).
449 Atribuyendo a Jesús el título divino
de Señor, las primeras confesiones de fe de la Iglesia afirman desde
el principio (cf. Hch 2, 34-36) que el poder, el honor y la gloria debidos
a Dios Padre convienen también a Jesús (cf. Rm 9, 5; Tt 2,
13; Ap 5, 13) porque el es de "condición divina" (Flp 2, 6) y el Padre
manifestó esta soberanía de Jesús resucitándolo
de entre los muertos y exaltándolo a su gloria (cf. Rm 10, 9;1 Co
12, 3; Flp 2,11).
450 Desde el comienzo de la historia cristiana, la afirmación
del señorío de Jesús sobre el mundo y sobre la historia
(cf. Ap 11, 15) significa también reconocer que el hombre no debe
someter su libertad personal, de modo absoluto, a ningún poder terrenal
sino sólo a Dios Padre y al Señor Jesucristo: César
no es el "Señor" (cf. Mc 12, 17; Hch 5, 29). " La Iglesia cree.. que
la clave, el centro y el fin de toda historia humana se encuentra en su Señor
y Maestro" (GS 10, 2; cf. 45, 2).
451 La oración cristiana está marcada por
el título "Señor", ya sea en la invitación a la oración
"el Señor esté con vosotros", o en su conclusión "por
Jesucristo nuestro Señor" o incluso en la exclamación llena
de confianza y de esperanza: "Maran atha" ("¡el Señor viene!")
o "Maran atha" ("¡Ven, Señor!") (1 Co 16, 22): "¡Amén!
¡ven, Señor Jesús!" (Ap 22, 20).
RESUMEN
452 El nombre de Jesús
significa "Dios salva". El niño nacido de la Virgen María
se llama "Jesús" "porque él salvará a su pueblo de
sus pecados" (Mt 1, 21); "No hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres
por el que nosotros debamos salvarnos" ((...) Hch 4, 12).
453 El nombre de Cristo significa "Ungido", "Mesías".
Jesús es el Cristo porque "Dios le ungió con el Espíritu
Santo y con poder" (Hch 10, 38). Era "el que ha de venir" (Lc 7, 19), el
objeto de "la esperanza de Israel"(Hch 28, 20).
454 El nombre de Hijo de Dios significa la relación
única y eterna de Jesucristo con Dios su Padre: el es el Hijo único
del Padre (cf. Jn 1, 14. 18; 3, 16. 18) y él mismo es Dios (cf. Jn
1, 1). Para ser cristiano es necesario creer que Jesucristo es el Hijo de
Dios (cf. Hch 8, 37; 1 Jn 2, 23).
455 El nombre de Señor significa la soberanía
divina. Confesar o invocar a Jesús como Señor es creer en
su divinidad "Nadie puede decir: "¡Jesús es Señor!"
sino por influjo del Espíritu Santo"(1 Co 12, 3).
Artículo 3 "JESUCRISTO FUE
CONCEBIDO
POR OBRA Y GRACIA
DEL
ESPIRITU SANTO
Y NACIO
DE SANTA MARIA
VIRGEN"
Párrafo 1 EL HIJO DE DIOS SE
HIZO HOMBRE
I POR QUE EL VERBO SE HIZO CARNE
456 Con el Credo Niceno-Constantinopolitano
respondemos co nfesando: "Por nosotros los hombres y por nuestra salvación
bajó del cielo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó
de María la Virgen y se hizo hombre".
457 El Verbo se encarnó para salvarnos reconciliándonos
con Dios: "Dios nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación
por nuestros pecados" (1 Jn 4, 10)."El Padre envió a su Hijo para
ser salvador del mundo" (1 Jn 4, 14). "El se manifestó para quitar
los pecados" (1 Jn 3, 5):
Nuestra naturaleza enferma exigía ser sanada;
desgarrada, ser restablecida; muerta, ser resucitada. Habíamos perdida
la posesión del bien, era necesario que se nos devolviera. Encerrados
en las tinieblas, hacia falta que nos llegara la luz; estando cautivos, esperábamos
un salvador; prisioneros, un socorro; esclavos, un libertador. ¿No
tenían importancia estos razonamientos? ¿No merecían
conmover a Dios hasta el punto de hacerle bajar hasta nuestra naturaleza
humana para visitarla ya que la humanidad se encontraba en un estado tan
miserable y tan desgraciado? (San Gregorio de Nisa, or. catech. 15).
458 El Verbo se encarnó para que nosotros conociésemos
así el amor de Dios: "En esto se manifestó el amor que Dios
nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único para
que vivamos por medio de él" (1 Jn 4, 9). "Porque tanto amó
Dio s al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea
en él no perezca, sino que tenga vida eterna" (Jn 3, 16).
459 El Verbo se encarnó para ser nuestro modelo
de santidad: "Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí ...
"(Mt 11, 29). "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre
sino por mí" (Jn 14, 6). Y el Padre, en el monte de la transfiguración,
ordena: "Escuchadle" (Mc 9, 7;cf. Dt 6, 4-5). El es, en efecto, el modelo
de las bienaventuranzas y la norma de la ley nueva: "Amaos los unos a los
otros como yo os he amado" (Jn 15, 12). Este amor tiene como consecuencia
la ofrenda efectiva de sí mismo (cf. Mc 8, 34).
460 El Verbo se encarnó para hacernos "partícipes
de la naturaleza divina" (2 P 1, 4): "Porque tal es la razón por
la que el Verbo se hizo hombre, y el Hijo de Dios, Hijo del hombre: Para
que el hombre al entrar en comunión con el Verbo y al recibir así
la filiación divina, se convirtiera en hijo de Dios" (S. Ireneo,
haer., 3, 19, 1). "Porque el Hijo de Dios se hizo hombre para hacernos Dios"
(S. Atanasio, Inc., 54, 3). "Unigenitus Dei Filius, suae divinitatis volens
nos esse participes, naturam nostram assumpsit, ut homines deos faceret
factus homo" ("El Hijo Unigénito de Dios, queriendo hacernos participantes
de su divinidad, asumió nuestra naturaleza, para que, habiéndose
hecho hombre, hiciera dioses a los hombres") (Santo Tomás de
A., opusc 57 in festo Corp. Chr., 1).
II LA ENCARNACION
461 Volviendo a tomar
la frase de San Juan ("El Verbo se encarnó": Jn 1, 14), la Iglesia
llama "Encarnación" al hecho de que el Hijo de Dios haya asumido
una naturaleza humana para llevar a cabo por ella nuestra salvación.
En un himno citado por S. Pablo, la Iglesia canta el misterio de la Encarnación:
Tened entre vosotros los mismos sentimientos que tuvo
Cristo: el cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente
el ser igual a Dios, sino que se despojó de sí mismo tomando
condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres y
apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo,
obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz. (Flp 2, 5-8; cf. LH, cántico
de vísperas del sábado).
462 La carta a los Hebreos habla del mismo misterio:
Por eso, al entrar en este mundo, [Cristo] dice: No
quisiste sacrificio y oblación; pero me has formado un cuerpo. Holocaustos
y sacrificios por el pecado no te agradaron. Entonces dije: ¡He aquí
que vengo ... a hacer, oh Dios, tu voluntad! (Hb 10, 5-7, citando Sal 40,
7-9 LXX).
463 La fe en la verdadera encarnación del Hijo
de Dios es el signo distintivo de la fe cristiana: "Podréis conocer
en esto el Espíritu de Dios: todo espíritu que confiesa a Jesucristo,
venido en carne, es de Dios" (1 Jn 4, 2). Esa es la alegre convicción
de la Iglesia desde sus comienzos cuando canta "el gran misterio de la piedad":
"El ha sido manifestado en la carne" (1 Tm 3, 16).
III VERDADERO DIOS Y VERDADERO HOMBRE
464 El acontecimiento
único y totalmente singular de la Encarnación del Hijo de
Dios no significa que Jesucristo sea en parte Dios y en parte hombre, ni
que sea el resultado de una mezcla confusa entre lo divino y lo humano.
El se hizo verdaderamente hombre sin dejar de ser verdaderamente Dios. Jesucristo
es verdadero Dios y verdadero hombre. La Iglesia debió defender y
aclarar esta verdad de fe durante los primeros siglos frente a unas herejías
que la falseaban.
465 Las primeras herejías negaron menos la divinidad
de Jesucristo que su humanidad verdadera (docetismo gnóstico). Desde
la época apostólica la fe cristiana insistió en la
verdadera encarnación del Hijo de Dios, "venido en la carne" (cf.
1 Jn 4, 2-3; 2 Jn 7). Pero desde el siglo III, la Iglesia tuvo que afirmar
frente a Pablo de Samosata, en un concilio reunido en Antioquía,
que Jesucristo es hijo de Dios por naturaleza y no por adopción.
El primer concilio ecuménico de Nicea, en el año 325, confesó
en su Credo que el Hijo de Dios es "engendrado, no creado, de la misma substancia
['homoousios'] que el Padre" y condenó a Arrio que afirmaba que "el
Hijo de Dios salió de la nada" (DS 130) y que sería "de una
substancia distinta de la del Padre" (DS 126).
466 La herejía nestoriana veía en Cristo
una persona humana junto a la persona divina del Hijo de Dios. Frente a
ella S. Cirilo de Alejandría y el tercer concilio ecuménico
reunido en Efeso, en el año 431, confesaron que "el Verbo, al unirse
en su persona a una carne animada por un alma racional, se hizo hombre"
(DS 250). La humanidad de Cristo no tiene más sujeto que la persona
divina del Hijo de Dios que la ha asumido y hecho suya desde su concepción.
Por eso el concilio de Efeso proclamó en el año 431 que María
llegó a ser con toda verdad Madre de Dios mediante la concepción
humana del Hijo de Dios en su seno: "Madre de Dios, no porque el Verbo de
Dios haya tomado de ella su naturaleza divina, sino porque es de ella, de
quien tiene el cuerpo sagrado dotado de un alma racional, unido a la persona
del Verbo, de quien se dice que el Verbo nació según la carne"
(DS 251).
467 Los monofisitas afirmaban que la naturaleza humana
había dejado de existir como tal en Cristo al ser asumida por
su persona divina de Hijo de Dios. Enfrentado a esta herejía, el
cuarto concilio ecuménico, en Calcedonia, confesó en el año
451:
Siguiendo, pues, a los Santos Padres, enseñamos
unánimemente que hay que confesar a un solo y mismo Hijo y Señor
nuestro Jesucristo: perfecto en la divinidad, y perfecto en la humanidad;
verdaderamente Dios y verdaderamente hombre compuesto de alma racional y
cuerpo; consustancial con el Padre según la divinidad, y consustancial
con nosotros según la humanidad, `en todo semejante a nosotros, excepto
en el pecado' (Hb 4, 15); nacido del Padre antes de todos los siglos
según la divinidad; y por nosotros y por nuestra salvación,
nacido en los últimos tiempos de la Virgen María, la Madre
de Dios, según la humanidad. Se ha de reconocer a un solo y mismo
Cristo Señor, Hijo único en dos naturalezas, sin confusión,
sin cambio, sin división, sin separación. La diferencia de
naturalezas de ningún modo queda suprimida por su unión, sino
que quedan a salvo las propiedades de cada una de las naturalezas y confluyen
en un solo sujeto y en una sola persona (DS 301-302).
468 Después del concilio de Calcedonia, algunos
concibieron la naturaleza humana de Cristo como una especie de sujeto personal.
Contra éstos, el quinto concilio ecuménico, en Constantinopla
el año 553 confesó a propósito de Cristo: "No hay más
que una sola hipóstasis [o persona], que es nuestro Señor
Jesucristo, uno de la Trinidad" (DS 424). Por tanto, todo en la humanidad
de Jesucristo debe ser atribuído a su persona divina como a su propio
sujeto (cf. ya Cc. Efeso: DS 255), no solamente los milagros sino
también los sufrimientos (cf. DS 424) y la misma muerte: "El que
ha sido crucificado en la carne, nuestro Señor Jesucristo, es verdadero
Dios, Señor de la gloria y uno de la santísima Trinidad" (DS
432).
469 La Iglesia confiesa así que Jesús es
inseparablemente verdadero Dios y verdadero hombre. El es verdaderamente
el Hijo de Dios que se ha hecho hombre, nuestro hermano, y eso sin dejar
de ser Dios, nuestro Señor:
"Id quod fuit remansit et quod non fuit assumpsit" ("Permaneció
en lo que era y asumió lo que no era"), canta la liturgia romana
(LH, antífona de laudes del primero de enero; cf. S. León
Magno, serm. 21, 2-3). Y la liturgia de S. Juan Crisóstomo proclama
y canta: "Oh Hijo Unico y Verbo de Dios, siendo inmortal te has dignado
por nuestra salvación encarnarte en la santa Madre de Dios, y siempre
Virgen María, sin mutación te has hecho hombre, y has
sido crucificado. Oh Cristo Dios, que por tu muerte has aplastado la muerte,
que eres Uno de la Santa Trinidad, glorificado con el Padre y el Santo Espíritu,
sálvanos! (Tropario "O monoghenis").
IV COMO ES HOMBRE EL HIJO DE DIOS
470 Puesto que en
la unión misteriosa de la Encarnación "la naturaleza humana
ha sido asumida, no absorbida" (GS 22, 2), la Iglesia ha llegado a confesar
con el correr de los siglos, la plena realidad del alma humana, con sus operaciones
de inteligencia y de voluntad, y del cuerpo humano de Cristo. Pero paralelamente,
ha tenido que recordar en cada ocasión que la naturaleza humana de
Cristo pertenece propiamente a la persona divina del Hijo de Dios que la
ha asumido. Todo lo que es y hace en ella pertenece a "uno de la Trinidad".
El Hijo de Dios comunica, pues, a su humanidad su propio modo personal de
existir en la Trinidad. Así, en su alma como en su cuerpo, Cristo
expresa humanamente las costumbres divinas de la Trinidad (cf. Jn 14,
9-10):
El Hijo de Dios... trabajó con manos de hombre,
pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre,
amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María,
se hizo verdaderamente uno de nosotros, en todo semejante a nosotros, excepto
en el pecado (GS 22, 2).
El alma y el conocimiento humano de Cristo
471 Apolinar de Laodicea
afirmaba que en Cristo el Verbo había sustituído al alma o
al espíritu. Contra este error la Iglesia confesó que el Hijo
eterno asumió también un alma racional humana (cf. DS 149).
472 Este alma humana que el Hijo de Dios asumió
está dotada de un verdadero conocimiento humano. Como tal, éste
no podía ser de por sí ilimitado: se desenvolvía en
las condiciones históricas de su existencia en el espacio y en el
tiempo. Por eso el Hijo de Dios, al hacerse hombre, quiso progresar "en sabiduría,
en estatura y en gracia" (Lc 2, 52) e igualmente adquirir aquello que en
la condición humana se adquiere de manera experimental (cf. Mc 6,
38; 8, 27; Jn 11, 34; etc.). Eso ... correspondía a la realidad de
su anonadamiento voluntario en "la condición de esclavo" (Flp 2, 7).
473 Pero, al mismo tiempo, este conocimiento verdaderamente
humano del Hijo de Dios expresaba la vida divina de su persona (cf. S. Gregorio
Magno, ep 10,39: DS 475). "La naturaleza humana del Hijo de Dios, no por
ella m isma sino por su unión con el Verbo, conocía y manifestaba
en ella todo lo que conviene a Dios" (S. Máximo el Confesor, qu.
dub. 66 ). Esto sucede ante todo en lo que se refiere al conocimiento íntimo
e inmediato que el Hijo de Dios hecho hombre tiene de su Padre (cf. Mc 14,
36; Mt 11, 27; Jn 1, 18; 8, 55; etc.). El Hijo, en su conocimiento humano,
demostraba también la penetración divina que tenía
de los pensamientos secretos del corazón de los hombres (cf Mc 2,
8; Jn 2, 25; 6, 61; etc.).
474 Debido a su unión con la Sabiduría
divina en la persona del Verbo encarnado, el conocimiento humano de Cristo
gozaba en plenitud de la ciencia de los designios eternos que había
venido a revelar (cf. Mc 8,31; 9,31; 10, 33-34; 14,18-20. 26-30). Lo que
reconoce ignorar en este campo (cf. Mc 13,32), declara en otro lugar no
tener misión de revelarlo (cf. Hch 1, 7).
La voluntad humana de Cristo
475 De manera paralela,
la Iglesia confesó en el sexto concilio ecuménico (Cc. de
Constantinopla III en el año 681) que Cristo posee dos voluntades
y dos operaciones naturales, divinas y humanas, no opuestas, sino cooperantes,
de forma que el Verbo hecho carne, en su obediencia al Padre, ha querido
humanamente todo lo que ha decidido divinamente con el Padre y el Espíritu
Santo para nuestra salvación (cf. DS 556-559). La voluntad humana
de Cristo "sigue a su voluntad divina sin hacerle resistencia ni oposición,
sino todo lo contrario estando subordinada a esta voluntad omnipotente"
(DS 556).
El verdadero cuerpo de Cristo
476 Como el Verbo
se hizo carne asumiendo una verdadera humanidad, el cuerpo de Cristo era
limitado (cf. Cc. de Letrán en el año 649: DS 504). Por eso
se puede "pintar la faz humana de Jesús (Ga 3,2). El séptimo
Concilio ecuménico (Cc. de Nicea II, en el año 787: DS 600-603)
la Iglesia reconoció que es legítima su representación
en imágenes sagradas.
477 Al mismo tiempo, la Iglesia siempre ha admitido que,
en el cuerpo de Jesús, Dios "que era invisible en su naturaleza se
hace visible" (Prefacio de Navidad). En efecto, las particularidades individuales
del cuerpo de Cristo expresan la persona divina del Hijo de Dios. El ha
hecho suyos los rasgos de su propio cuerpo humano hasta el punto de que,
pintados en una imagen sagrada, pueden ser venerados porque el creyente
que venera su imagen, "venera a la persona representada en ella" (Cc. Nicea
II: DS 601).
El Corazón del Verbo encarnado
478 Jesús,
durante su vida, su agonía y su pasión nos ha conocido y amado
a todos y a cada uno de nosotros y se ha entregado por cada uno de nosotros:
"El Hijo de Dios me amó y se entregó a sí mismo por
mí" (Ga 2, 20). Nos ha amado a todos con un corazón humano.
Por esta razón, el sagrado Corazón de Jesús, traspasado
por nuestros pecados y para nuestra salvación (cf. Jn 19, 34), "es
considerado como el principal indicador y símbolo...del amor con que
el divino Redentor ama continuamente al eterno Padre y a todos los hombres"
(Pio XII, Enc."Haurietis aquas": DS 3924; cf. DS 3812).
RESUMEN
479 En el momento
establecido por Dios, el Hijo único del Padre, la Palabra eterna,
es decir, el Verbo e Imagen substancial del Padre, se hizo carne: sin perder
la naturaleza divina asumió la naturaleza humana.
480 Jesucristo es
verdadero Dios y verdadero hombre en la unidad de su Persona divina; por
esta razón él es el único Mediador entre Dios y los
hombres.
481 Jesucristo posee
dos naturalezas, la divina y la humana, no confundidas, sino unidas en la
única Persona del Hijo de Dios.
482 Cristo, siendo verdadero Dios y verdadero hombre,
tien e una inteligencia y una voluntad humanas, perfectamente de acuerdo y
sometidas a su inteligencia y a su voluntad divinas que tiene en común
con el Padre y el Espíritu Santo.
483 La encarnación es, pues, el misterio de la
admirable unión de la naturaleza divina y de la naturaleza humana en
la única Persona del Verbo.
Párrafo 2 “... CONCEBIDO POR
OBRA Y GRACIA DEL
ESPIRITU SANTO,
NACIO DE SANTA
MARIA VIRGEN”
I CONCEBIDO POR OBRA Y GRACIA DEL ESPIRITU
SANTO ...
484 La anunciación
a María inaugura la plenitud de "los tiempos"(Gal 4, 4), es decir
el cumplimiento de las promesas y de los preparativos. María es invitada
a concebir a aquel en quien habitará "corporalmente la plenitud de
la divinidad" (Col 2, 9). La respuesta divina a su "¿Cómo
será esto, puesto que no conozco varón?" (Lc 1, 34) se dio
mediante el poder del Espíritu: "El Espíritu Santo vendrá
sobre ti" (Lc 1, 35).
485 La misión del Espíritu Santo está
siempre unida y ordenada a la del Hijo (cf. Jn 16, 14-15). El Espíritu
Santo fue enviado para santificar el seno de la Virgen María y fecundarla
por obra divina, él que es "el Señor que da la vida", haciendo
que ella conciba al Hijo eterno del Padre en una humanidad tomada de la
suya.
486 El Hijo único del Padre, al ser concebido
como hombre en el seno de la Virgen María es "Cristo", es decir,
el ungido por el Espíritu Santo (cf. Mt 1, 20; Lc 1, 35), desde el
principio de su existencia humana, aunque su manifestación no tuviera
lugar sino progresivamente: a los pastores (cf. Lc 2,8-20), a los magos (cf.
Mt 2, 1-12), a Juan Bautista (cf. Jn 1, 31-34), a los discípulos (cf.
Jn 2, 11). Por tanto, toda la vida de Jesucristo manifestará "cómo
Dios le ungió con el Espíritu Santo y con poder" (Hch 10, 38).
II ... NACIDO DE LA VIRGEN MARIA
487 Lo que la fe católica
cree acerca de María se funda en lo que cree acerca de Cristo, pero
lo que enseña sobre María ilumina a su vez la fe en Cristo.
La predestinación de María
488 "Dios envió
a su Hijo" (Ga 4, 4), pero para "formarle un cuerpo" (cf. Hb 10, 5)
quiso la libre cooperación de una criatura. Para eso desde toda la
eternidad, Dios escogió para ser la Madre de su Hijo, a una hija
de Israel, una joven judía de Nazaret en Galilea, a "una virgen desposada
con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la
virgen era María" (Lc 1, 26-27):
El Padre de las misericordias quiso que el consentimiento
de la que estaba predestinada a ser la Madre precediera a la encarnación
para que, así como una mujer contribuyó a la muerte, así
también otra mujer contribuyera a la vida (LG 56; cf. 61).
489 A lo largo de toda la Antigua Alianza, la misión
de María fue preparada por la misión de algunas santas
mujeres. Al principio de todo está Eva: a pesar de su desobediencia,
recibe la promesa de una descendencia que será vencedora del Maligno
(cf. Gn 3, 15) y la de ser la Madre de todos los vivientes (cf. Gn 3, 20).
En virtud de esta promesa, Sara concibe un hijo a pesar de su edad avanzada
(cf. Gn 18, 10-14; 21,1-2). Contra toda expectativa humana, Dios escoge
lo que era tenido por impotente y débil (cf. 1 Co 1, 27) para mostrar
la fidelidad a su promesa: Ana, la madre de Samuel (cf. 1 S 1), Débora,
Rut, Judit, y Ester, y muchas otras mujeres. María "sobresale entre
los humildes y los pobres del Señor, que esperan de él con
confianza la salvación y la acogen. Finalmente, con ella, excelsa
Hija de Sión, después de la larga espera de la promesa, se
cumple el plazo y se inaugura el nuevo plan de salvación" (LG 55).
La Inmaculada Concepción
490 Para ser la Madre
del Salvador, María fue "dotada por Dios con dones a la medida de
una misión tan importante" (LG 56). El ángel Gabriel en el
momento de la anunciación la saluda como "llena de gracia" (Lc 1,
28). En efecto, para poder dar el asentimiento libre de su fe al anuncio
de su vocación era preciso que ella estuviese totalmente poseída
por la gracia de Dios
491 A lo largo de los siglos, la Iglesia ha tomado conciencia
de que María "llena de gracia" por Dios (Lc 1, 28) había sido
redimida desde su concepción. Es lo que confiesa el dogma de la Inmaculada
Concepción, proclamado en 1854 por el Papa Pío IX:
... la bienaventurada Virgen María fue preservada
inmune de toda la mancha de pecado original en el primer instante de su
concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente,
en atención a los méritos de Jesucristo Salvador del género
humano (DS 2803).
492 Esta "resplandeciente santidad del todo singular"
de la que ella fue "enriquecida desde el primer instante de su concepción"
(LG 56), le viene toda entera de Cristo: ella es "redimida de la manera
más sublime en atención a los méritos de su Hijo" (LG
53). El Padre la ha "bendecido con toda clase de bendiciones espirituales,
en los cielos, en Cristo" (Ef 1, 3) más que a ninguna otra persona
creada. El la ha elegido en él antes de la creación del mundo
para ser santa e inmaculada en su presencia, en el amor (cf. Ef 1, 4).
493 Los Padres de la tradición oriental llaman
a la Madre de Dios "la Toda Santa" ("Panagia"), la celebran como inmune de
toda mancha de pecado y como plasmada por el Espíritu Santo y hecha
una nueva criatura" (LG 56). Por la gracia de Dios, María ha permanecido
pura de todo pecado personal a lo largo de toda su vida.
"Hágase en mí según tu palabra
..."
494 Al anuncio de
que ella dará a luz al "Hijo del Altísimo" sin conocer varón,
por la virtud del Espíritu Santo (cf. Lc 1, 28-37), María
respondió por "la obediencia de la fe" (Rm 1, 5), segura de que "nada
hay imposible para Dios": "He aquí la esclava del Señor: hágase
en mí según tu palabra" (Lc 1, 37-38). Así dando su
consentimiento a la palabra de Dios, María llegó a ser Madre
de Jesús y , aceptando de todo corazón la voluntad divina
de salvación, sin que ningún pecado se lo impidiera, se entregó
a sí misma por entero a la persona y a la obra de su Hijo, para servir,
en su dependencia y con él, por la gracia de Dios, al Misterio de
la Redención (cf. LG 56):
Ella, en efecto, como dice S. Ireneo, "por su obediencia
fue causa de la salvación propia y de la de todo el género
humano". Por eso, no pocos Padres antiguos, en su predicación, coincidieron
con él en afirmar "el nudo de la desobediencia de Eva lo desató
la obediencia de María. Lo que ató la virgen Eva por su falta
de fe lo desató la Virgen María por su fe". Comparándola
con Eva, llaman a María `Madre de los vivientes' y afirman con mayor
frecuencia: "la muerte vino por Eva, la vida por María". (LG. 56).
La maternidad divina de María
495 Llamada en los
Evangelios "la Madre de Jesús"(Jn 2, 1; 19, 25; cf. Mt 13, 55, etc.),
María es aclamada bajo el impulso del Espíritu como "la madre
de mi Señor" desde antes del nacimiento de su hijo (cf Lc 1, 43).
En efecto, aquél que ella concibió como hombre, por obra del
Espíritu Santo, y que se ha hecho verdaderamente su Hijo según
la carne, no es otro que el Hijo eterno del Padre, la segunda persona de
la Santísima Trinidad. La Iglesia confiesa que María es verdaderamente
Madre de Dios ["Theotokos"] (cf. DS 251).
La virginidad de María
496 Desde las primeras
formulaciones de la fe (cf. DS 10-64), la Iglesia ha confesado que Jesús
fue concebido en el seno de la Virgen María únicamente por
el poder del Espíritu Santo, afirmando también el aspecto
corporal de este suceso: Jesús fue concebido "absque semine ex Spiritu
Sancto" (Cc Letrán, año 649; DS 503), esto es, sin elemento
humano, por obra del Espíritu Santo. Los Padres ven en la concepción
virginal el signo de que es verdaderamente el Hijo de Dios el que ha venido
en una humanidad como la nuestra:
Así, S. Ignacio de Antioquía (comienzos
del siglo II): "Estáis firmemente convencidos acerca de que nuestro
Señor es verdaderamente de la raza de David según la carne
(cf. Rm 1, 3), Hijo de Dios según la voluntad y el poder de Dios (cf.
Jn 1, 13), nacido verdaderamente de una virgen, ...Fue verdaderamente clavado
por nosotros en su carne bajo Poncio Pilato ... padeció verdaderamente,
como también resucitó verdaderamente" (Smyrn. 1-2).
497 Los relatos evangélicos (cf. Mt 1, 18-25;
Lc 1, 26-38) presentan la concepción virginal como una obra divina
que sobrepasa toda comprensión y toda posibilidad humanas (cf. Lc
1, 34): "Lo concebido en ella viene del Espíritu Santo", dice el
ángel a José a propósito de María, su desposada
(Mt 1, 20). La Iglesia ve en ello el cumplimiento de la promesa divina hecha
por el profeta Isaías: "He aquí que la virgen concebirá
y dará a luz un Hijo" (Is 7, 14 según la traducción
griega de Mt 1, 23).
498 A veces ha desconcertado el silencio del Evangelio
de S. Marcos y de las cartas del Nuevo Testamento sobre la concepción
virginal de María. También se ha podido plantear si no se
trataría en este caso de leyendas o de construcciones teológicas
sin pretensiones históricas. A lo cual hay que responder: La fe en
la concepción virginal de Jesús ha encontrado viva oposición,
burlas o incomprensión por parte de los no creyentes, judíos
y paganos (cf. S. Justino, Dial 99, 7; Orígenes, Cels. 1, 32, 69;
entre otros); no ha tenido su origen en la mitología pagana ni en
una adaptación de las ideas de su tiempo. El sentido de este misterio
no es accesible más que a la fe que lo ve en ese "nexo que reúne
entre sí los misterios" (DS 3016), dentro del conjunto de los Misterios
de Cristo, desde su Encarnación hasta su Pascua. S. Ignacio de Antioquía
da ya testimonio de este vínculo: "El príncipe de este mundo
ignoró la virginidad de María y su parto, así como la
muerte del Señor: tres misterios resonantes que se realizaron en el
silencio de Dios" (Eph. 19, 1;cf. 1 Co 2, 8).
María, la "siempre Virgen"
499 La profundización de la fe en la maternidad
virginal ha llevado a la Iglesia a confesar la virginidad real y perpetua
de María (cf. DS 427) incluso en el parto del Hijo de Dios hecho
hombre (cf. DS 291; 294; 442; 503; 571; 1880). En efecto, el nacimiento
de Cristo "lejos de disminuir consagró la integridad virginal" de
su madre (LG 57). La liturgia de la Iglesia celebra a María como
la "Aeiparthenos", la "siempre-virgen" (cf. LG 52).
500 A esto se objeta a veces que la Escritura menciona
unos hermanos y hermanas de Jesús (cf. Mc 3, 31-55; 6, 3; 1 Co 9,
5; Ga 1, 19). La Iglesia siempre ha entendido estos pasajes como no referidos
a otros hijos de la Virgen María; en efecto, Santiago y José
"hermanos de Jesús" (Mt 13, 55) son los hijos de una María
discípula de Cristo (cf. Mt 27, 56) que se designa de manera significativa
como "la otra María" (Mt 28, 1). Se trata de parientes próximos
de Jesús, según una expresión conocida del Antiguo Testamento
(cf. Gn 13, 8; 14, 16;29, 15; etc.).
501 Jesús es el Hijo único de María.
Pero la maternidad espiritual de María se extiende (cf. Jn 19, 26-27;
Ap 12, 17) a todos los hombres a los cuales, El vino a salvar: "Dio a luz
al Hijo, al que Dios constituyó el mayor de muchos hermanos (Rom
8,29), es decir, de los creyentes, a cuyo nacimiento y educación
colabora con amor de madre" (LG 63).
La maternidad virginal de María en el designio
de Dios
502 La mirada de la
fe, unida al conjunto de la Revelación, puede descubrir las razones
misteriosas por las que Dios, en su designio salvífico, quiso que
su Hijo naciera de una virgen. Estas razones se refieren tanto a la persona
y a la misión redentora de Cristo como a la aceptación por
María de esta misión para con los hombres.
503 La virginidad de María manifiesta la iniciativa
absoluta de Dios en la Encarnación. Jesús no tiene como Padre
más que a Dios (cf. Lc 2, 48-49). "La naturaleza humana que ha tomado
no le ha alejado jamás de su Padre ...; consubstancial con su Padre
en la divinidad, consubstancial con su Madre en nuestras humanidad, pero
propiamente Hijo de Dios en sus dos naturalezas" (Cc. Friul en el año
796: DS 619).
504 Jesús fue concebido por obra del Espíritu
Santo en el seno de la Virgen María porque El es el Nuevo Adán
(cf. 1 Co 15, 45) que inaugura la nueva creación: "El primer hombre,
salido de la tierra, es terreno; el segundo viene del cielo" (1 Co 15, 47).
La humanidad de Cristo, desde su concepción, está llena del
Espíritu Santo porque Dios "le da el Espíritu sin medida"
(Jn 3, 34). De "su plenitud", cabeza de la humanidad redimida (cf Col 1,
18), "hemos recibido todos gracia por gracia" (Jn 1, 16).
505 Jesús, el nuevo Adán, inaugura por
su concepción virginal el nuevo nacimiento de los hijos de adopción
en el Espíritu Santo por la fe "¿Cómo será eso?"
(Lc 1, 34;cf. Jn 3, 9). La participación en la vida divina no nace
"de la sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de hombre, sino de Dios"
(Jn 1, 13). La acogida de esta vida es virginal porque toda ella es dada
al hombre por el Espíritu. El sentido esponsal de la vocación
humana con relación a Dios (cf. 2 Co 11, 2) se lleva a cabo perfectamente
en la maternidad virginal de María.
506 María es virgen porque su virginidad es el
signo de su fe "no adulterada por duda alguna" (LG 63) y de su entrega total
a la voluntad de Dios (cf. 1 Co 7, 34-35). Su fe es la que le hace llegar
a ser la madre del Salvador: "Beatior est Maria percipiendo fidem Christi
quam concipiendo carnem Christi" ("Más bienaventurada es María
al recibir a Cristo por la fe que al concebir en su seno la carne de Cristo"
(S. Agustín, virg. 3).
507 María es a la vez virgen y madre porque ella
es la figura y la más perfecta realización de la Iglesia (cf.
LG 63): "La Iglesia se convierte en Madre por la palabra de Dios acogida
con fe, ya que, por la predicación y el bautismo, engendra para una
vida nueva e inmortal a los hijos concebidos por el Espíritu Santo
y nacidos de Dios. También ella es virgen que guarda íntegra
y pura la fidelidad prometida al Esposo" (LG 64).
RESUMEN
508 De la descendencia
de Eva, Dios eligió a la Virgen María para ser la Madre de
su Hijo. Ella, "llena de gracia", es "el fruto excelente de la redención"
(SC 103); desde el primer instante de su concepción, fue totalmente
preservada de la mancha del pecado original y permaneció pura de
todo pecado personal a lo largo de toda su vida.
509 María es verdaderamente "Madre de Dios" porque
es la madre del Hijo eterno de Dios hecho hombre, que es Dios mismo.
510 María "fue Virgen al concebir a su Hijo, Virgen
al parir, Virgen durante el embarazo, Virgen después del parto, Virgen
siempre" (S. Agustín, serm. 186, 1): Ella, con todo su ser, es "la
esclava del Señor" (Lc 1, 38).
511 La Virgen María "colaboró por su fe
y obediencia libres a la salvación de los hombres" (LG 56). Ella pronunció
su "fiat" "loco totius humanae naturae" ("ocupando el lugar de toda la naturaleza
humana") (Santo Tomás, s.th. 3, 30, 1 ): Por su obediencia, Ella
se convirtió en la nueva Eva, madre de los vivientes.
Párrafo 3 LOS MISTERIOS DE LA VIDA DE CRISTO
512 Respecto a la
vida de Cristo, el Símbolo de la Fe no habla más que de los
misterios de la Encarnación (concepción y nacimiento) y de
la Pascua (pasión, crucifixión, muerte, sepultura, descenso
a los infiernos, resurrección, ascensión). No dice nada explícitamente
de los misterios de la vida oculta y pública de Jesús, pero
los artículos de la fe referente a la Encarnación y a la Pascua
de Jesús iluminan toda la vida terrena de Cristo. "Todo lo que Jesús
hizo y enseñó desde el principio hasta el día en que
... fue llevado al cielo" (Hch 1, 1-2) hay que verlo a la luz de los misterios
de Navidad y de Pascua.
513 La Catequesis, según las circunstancias, debe
presentar toda la riqueza de los Misterios de Jesús. Aquí
basta indicar algunos elementos comunes a todos los Misteri os de la vida
de Cristo (I), para esbozar a continuación los principales misterios
de la vida oculta (II) y pública (III) de Jesús.
I TODA LA VIDA DE CRISTO ES MISTERIO
514 Muchas de las cosas respecto a Jesús que interesan
a la curiosidad humana no figuran en el Evangelio. Casi nada se dice sobre
su vida en Nazaret, e incluso una gran parte de la vida pública no
se narra (cf. Jn 20, 30). Lo que se ha escrito en los Evangelios lo ha sido
"para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios,
y para que creyendo tengáis vida en su nombre" (Jn 20, 31).
515 Los Evangelios fueron escritos por hombres
que pertenecieron al grupo de los primeros que tuvieron fe (cf. Mc 1, 1; Jn
21, 24) y quisieron compartirla con otros. Habiendo conocido por la fe quién
es Jesús, pudieron ver y hacer ver los rasgos de su Misterio durante
toda su vida terrena. Desde los pañales de su natividad (Lc 2, 7)
hasta el vinagre de su Pasión (cf. Mt 27, 48) y el sudario de su resurrección
(cf. Jn 20, 7), todo en la vida de Jesús es signo de su Misterio.
A través de sus gestos, sus milagros y sus palabras, se ha revelado
que "en él reside toda la plenitud de la Divinidad corporalmente"
(Col 2, 9). Su humanidad aparece así como el "sacramento", es decir,
el signo y el instrumento de su divinidad y de la salvación que trae
consigo: lo que había de visible en su vida terrena conduce al misterio
invisible de su filiación divina y de su misión redentora.
Los rasgos comunes en los Misterios de Jesús
516 Toda la vida
de Cristo es Revelación del Padre: sus palabras y sus obras, sus
silencios y sus sufrimientos, su manera de ser y de hablar. Jesús
puede decir: "Quien me ve a mí, ve al Padre" (Jn 14, 9), y el Padre:
"Este es mi Hijo amado; escuchadle" (Lc 9, 35). Nuestro Señor, al
haberse hecho para cumplir la voluntad del Padre (cf. Hb 10,5-7), nos "manifestó
el amor que nos tiene" (1 Jn 4,9) con los menores rasgos de sus misterios.
517 Toda la vida de Cristo es Misterio de Redención.
La Redención nos viene ante todo por la sangre de la cruz (cf. Ef
1, 7; Col 1, 13-14; 1 P 1, 18-19), pero este misterio está actuando
en toda la vida de Cristo: ya en su Encarnación porque haciéndose
pobre nos enriquece con su pobreza (cf. 2 Co 8, 9); en su vida oculta donde
repara nuestra insumisión mediante su sometimiento (cf. Lc
2, 51); en su palabra que purifica a sus oyentes (cf. Jn 15,3); en sus curaciones
y en sus exorcismos, por las cuales "él tomó nuestras flaquezas
y cargó con nuestras enfermedades" (Mt 8, 17; cf. Is 53, 4); en su
Resurrección, por medio de la cual nos justifica (cf. Rm 4, 25).
518 Toda la vida de Cristo es Misterio de Recapitulación.
Todo lo que Jesús hizo, dijo y sufrió, tuvo como finalidad
restablecer al hombre caído en su vocación primera:
Cuando se encarnó y se hizo hombre, recapituló
en sí mismo la larga historia de la humanidad procurándonos
en su propia historia la salvación de todos, de suerte que lo que
perdimos en Adán, es decir, el ser imagen y semejanza de Dios, lo
recuperamos en Cristo Jesús (S. Ireneo, haer. 3, 18, 1). Por lo demás,
esta es la razón por la cual Cristo ha vivido todas las edades de
la vida humana, devolviendo así a todos los hombres la comunión
con Dios (ibid. 3,18,7; cf. 2, 22, 4).
Nuestra comunión en los Misterios de Jesús
519 Toda la riqueza
de Cristo "es para todo hombre y constituye el bien de cada uno" (RH 11).
Cristo no vivió su vida para sí mismo, sino para nosotros,
desde su Encarnación "por nosotros los hombres y por nuestra salvación"
hasta su muerte "por nuestros pecados" (1 Co 15, 3) y en su Resurrección
para nuestra justificación (Rom 4,25). Todavía ahora, es "nuestro
abogado cerca del Padre" (1 Jn 2, 1), "estando siempre vivo para interceder
en nuestro favor" (Hb 7, 25). Con todo lo que vivió y sufrió
por nosotros de una vez por todas, permanece presente para siempre "ante
el acatamiento de Dios en favor nuestro" (Hb 9, 24).
520 Toda su vida, Jesús se muestra como nuestro
modelo (cf. Rm 15,5; Flp 2, 5): él es el "hombre perfecto" (GS 38)
que nos invita a ser sus discípulos y a seguirle: con su anonadamiento,
nos ha dado un ejemplo que imitar (cf. Jn 13, 15); con su oración
atrae a la oración (cf. Lc 11, 1); con su pobreza, llama a aceptar
libremente la privación y las persecuciones (cf. Mt 5, 11-12).
521 Todo lo que Cristo vivió hace que podamos
vivirlo en El y que El lo viva en nosotros. "El Hijo de Dios con su encarnación
se ha unido en cierto modo con todo hombre"(GS 22, 2). Estamos llamados
a no ser más que una sola cosa con él; nos hace comulgar en
cuanto miembros de su Cuerpo en lo que él vivió en su carne
por nosotros y como modelo nuestro:
Debemos continuar y cumplir en nosotros los estados
y Misterios de Jesús, y pedirle con frecuencia que los realice y
lleve a plenitud en nosotros y en toda su Iglesia ... Porque el Hijo de
Dios tiene el designio de hacer participar y de extender y continuar sus
Misterios en nosotros y en toda su Iglesia por las gracias que él
quiere comunicarnos y por los efectos que quiere obrar en nosotros gracias
a estos Misterios. Y por este medio quiere cumplirlos en nosotros (S. Juan
Eudes, regn.)
II LOS MISTERIOS DE LA INFANCIA
Y DE LA VIDA OCULTA DE JESUS
Los preparativos
522 La venida del
Hijo de Dios a la tierra es un acontecimiento tan inmenso que Dios quiso
prepararlo durante siglos. Ritos y sacrificios, figuras y símbolos
de la "Primera Alianza"(Hb 9,15), todo lo hace converger hacia Cristo; anuncia
esta venida por boca de los profetas que se suceden en Israel. Además,
despierta en el corazón de los paganos una espera, aún confusa,
de esta venida.
523 San Juan Bautista es el precursor (cf. Hch
13, 24) inmediato del Señor, enviado para prepararle el camino (cf.
Mt 3, 3). "Profeta del Altísimo" (Lc 1, 76), sobrepasa a todos los
profetas (cf. Lc 7, 26), de los que es el último (cf.Mt 11, 13), e
inaugura el Evangelio (cf. Hch 1, 22;Lc 16,16); desde el seno de su madre
( cf. Lc 1,41) saluda la venida de Cristo y encuentra su alegría
en ser "el amigo del esposo" (Jn 3, 29) a quien señala como "el Cordero
de Dios que quita el pecado del mundo" (Jn 1, 29). Precediendo a Jesús
"con el espíritu y el poder de Elías" (Lc 1, 17), da testimonio
de él mediante su predicación, su bautismo de conversión
y finalmente con su martirio (cf. Mc 6, 17-29).
524 Al celebrar anualmente la liturgia de Adviento, la
Iglesia actualiza esta espera del Mesías: participando en la larga
preparación de la primera venida del Salvador, los fieles renuevan
el ardiente deseo de su segunda Venida (cf. Ap 22, 17). Celebrando la natividad
y el martirio del Precursor, la Iglesia se une al deseo de éste:
"Es preciso que El crezca y que yo disminuya" (Jn 3, 30).
El Misterio de Navidad
525 Jesús nació
en la humildad de un establo, de una familia pobre (cf. Lc 2, 6-7);
unos sencillos pastores son los primeros testigos del acontecimiento. En
esta pobreza se manifiesta la gloria del cielo (cf. Lc 2, 8-20). La Iglesia
no se cansa de cantar la gloria de esta noche:
La Virgen da hoy
a luz al Eterno
Y la tierra ofrece
una gruta al Inaccesible.
Los ángeles
y los pastores le alaban
Y los magos avanzan
con la estrella.
Porque Tú
has nacido para nosotros,
Niño pequeño,
¡Dios eterno!
(Kontakion, de
Romanos el Melódico)
526 "Hacerse niño"
con relación a Dios es la condición para entrar en el
Reino (cf. Mt 18, 3-4); para eso es necesario abajarse (cf. Mt 23, 12),
hacerse pequeño; más todavía: es necesario "nacer de
lo alto" (Jn 3,7), "nacer de Dios" (Jn 1, 13) para "hacerse hijos de Dios"
(Jn 1, 12). El Misterio de Navidad se realiza en nosotros cuando Cristo
"toma forma" en nosotros (Ga 4, 19). Navidad es el Misterio de este "admirable
intercambio":
O admirabile commercium! El Creador del género
humano, tomando cuerpo y alma, nace de una virgen y, hecho hombre sin concurso
de varón, nos da parte en su divinidad (LH, antífona de la
octava de Navidad).
Los Misterios de la Infancia de Jesús
527 La Circuncisión
de Jesús, al octavo día de su nacimiento (cf. Lc 2, 21) es
señal de su inserción en la descendencia de Abraham, en el
pueblo de la Alianza, de su sometimiento a la Ley (cf. Ga 4, 4) y de su
consagración al culto de Israel en el que participará durante
toda su vida. Este signo prefigura "la circuncisión en Cristo" que
es el Bautismo (Col 2, 11-13).
528 La Epifanía es la manifestación de
Jesús como Mesías de Israel, Hijo de Dios y Salvador del mundo.
Con el bautismo de Jesús en el Jordán y las bodas de Caná
(cf. LH Antífona del Magnificat de las segundas vísperas de
Epifanía), la Epifanía celebra la adoración de Jesús
por unos "magos" venidos de Oriente (Mt 2, 1) En estos "magos", representantes
de religiones paganas de pueblos vecinos, el Evangelio ve las primicias
de las naciones que acogen, por la Encarnación, la Buena Nueva de
la salvación. La llegada de los magos a Jerusalén para "rendir
homenaje al rey de los Judíos" (Mt 2, 2) muestra que buscan en Israel,
a la luz mesiánica de la estrella de David (cf. Nm 24, 17; Ap 22,
16) al que será el rey de las naciones (cf. Nm 24, 17-19). Su venida
significa que los gentiles no pueden descubrir a Jesús y adorarle
como Hijo de Dios y Salvador del mundo sino volviéndose hacia los
judíos (cf. Jn 4, 22) y recibiendo de ellos su promesa mesiánica
tal como está contenida en el Antiguo Testamento (cf. Mt 2, 4-6).
La Epifanía manifiesta que "la multitud de los gentiles entra en la
familia de los patriarcas"(S. León Magno, serm.23 ) y adquiere la
"israelitica dignitas" (MR, Vigilia pascual 26: oración después
de la tercera lectura).
529 La Presentación de Jesús en el templo
(cf.Lc 2, 22-39) lo muestra como el Primogénito que pertenece al
Señor (cf. Ex 13,2.12-13). Con Simeón y Ana toda la expectación
de Israel es la que viene al Encuentro de su Salvador (la tradición
bizantina llama así a este acontecimiento). Jesús es reconocido
como el Mesías tan esperado, "luz de las naciones" y "gloria de Israel",
pero también "signo de contradicción". La espada de dolor predicha
a María anuncia otra oblación, perfecta y única, la
de la Cruz que dará la salvación que Dios ha preparado "ante
todos los pueblos".
530 La Huida a Egipto y la matanza de los inocentes
(cf. Mt 2, 13-18) manifiestan la oposición de las tinieblas a la
luz: "Vino a su Casa, y los suyos no lo recibieron"(Jn 1, 11). Toda la vida
de Cristo estará bajo el signo de la persecución. Los suyos
la comparten con él (cf. Jn 15, 20). Su vuelta de Egipto (cf. Mt
2, 15) recuerda el Exodo (cf. Os 11, 1) y presenta a Jesús
como el liberador definitivo.
Los misterios de la vida oculta de Jesús
531 Jesús
compartió, durante la mayor parte de su vida, la condición
de la inmensa mayoría de los hombres: una vida cotidiana sin aparente
importancia, vida de trabajo manual, vida religiosa judía sometida
a la ley de Dios (cf. Ga 4, 4), vida en la comunidad. De todo este período
se nos dice que Jesús estaba "sometido" a sus padres y que "progresaba
en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y los hombres" (Lc
2, 51-52).
532 Con la sumisión a su madre, y a su padre
legal, Jesús cumple con perfección el cuarto mandamiento.
Es la imagen temporal de su obediencia filial a su Padre celestial. La sumisión
cotidiana de Jesús a José y a María anunciaba y anticipaba
la sumisión del Jueves Santo: "No se haga mi voluntad ..."(Lc 22,
42). La obediencia de Cristo en lo cotidiano de la vida oculta inaugurada
ya la obra de restauración de lo que la desobediencia de Adán
había destruido (cf. Rm 5, 19).
533 La vida oculta de Nazaret permite a todos entrar
en comunión con Jesús a través de los caminos más
ordinarios de la vida humana:
Nazaret es la escuela donde se comienza a entender
la vida de Jesús: la escuela del Evangelio ...Una lección
de silencio ante todo. Que nazca en nosotros la estima del silencio,
esta condición del espíritu admirable e inestimable
... Una lección de vida familiar. Que Nazaret nos enseñe lo
que es la familia, su comunión de amor, su austera y sencilla belleza,
su carácter sagrado e inviolable ... Una lección de trabajo.
Nazaret, oh casa del "Hijo del Carpintero", aquí es donde querríamos
comprender y celebrar la ley severa y redentora del trabajo humano ...; cómo
querríamos, en fin, saludar aquí a todos los trabajadores del
mundo entero y enseñarles su gran modelo, su hermano divino
(Pablo VI, discurso 5 enero 1964 en Nazaret).
534 El hallazgo de Jesús en
el Templo (cf. Lc 2, 41-52) es el único suceso que rompe el silencio
de los Evangelios sobre los años ocultos de Jesús. Jesús
deja entrever en ello el misterio de su consagración total a una
misión derivada de su filiación divina: "¿No sabíais
que me debo a los asuntos de mi Padre?" María y José "no comprendieron"
esta palabra, pero la acogieron en la fe, y María "conservaba cuidadosamente
todas las cosas en su corazón", a lo largo de todos los años
en que Jesús permaneció oculto en el silencio de una vida
ordinaria.
III LOS MISTERIOS DE LA VIDA PUBLICA DE JESUS
El Bautismo de Jesús
535 El comienzo (cf.
Lc 3, 23) de la vida pública de Jesús es su bautismo por Juan
en el Jordán (cf. Hch 1, 22). Juan proclamaba "un bautismo de conversión
para el perdón de los pecados" (Lc 3, 3). Una multitud de pecadores,
publicanos y soldados (cf. Lc 3, 10-14), fariseos y saduceos (cf. Mt 3,
7) y prostitutas (cf. Mt 21, 32) viene a hacerse bautizar por él.
"Entonces aparece Jesús". El Bautista duda. Jesús insiste
y recibe el bautismo. Entonces el Espíritu Santo, en forma de paloma,
viene sobre Jesús, y la voz del cielo proclama que él es "mi
Hijo amado" (Mt 3, 13-17). Es la manifestación ("Epifanía")
de Jesús como Mesías de Israel e Hijo de Dios.
536 El bautismo de Jesús es, por su parte, la
aceptación y la inauguración de su misión de Siervo
doliente. Se deja contar entre los pecadores (cf. Is 53, 12); es ya
"el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo" (Jn 1, 29); anticipa
ya el "bautismo" de su muerte sangrienta (cf Mc 10, 38; Lc 12, 50). Viene
ya a "cumplir toda justicia" (Mt 3, 15), es decir, se somete enteramente
a la voluntad de su Padre: por amor acepta el bautismo de muerte para la
remisión de nuestros pecados (cf. Mt 26, 39). A esta aceptación
responde la voz del Padre que pone toda su complacencia en su Hijo (cf.
Lc 3, 22; Is 42, 1). El Espíritu que Jesús posee en plenitud
desde su concepción viene a "posarse" sobre él (Jn 1, 32-33;
cf. Is 11, 2). De él manará este Espíritu para toda
la humanidad. En su bautismo, "se abrieron los cielos" (Mt 3, 16) que el
pecado de Adán había cerrado; y las aguas fueron santificadas
por el descenso de Jesús y del Espíritu como preludio de la
nueva creación.
537 Por el bautismo, el cristiano se asimila sacramentalmente
a Jesús que anticipa en su bautismo su muerte y su resurrección:
debe entrar en este misterio de rebajamiento humilde y de arrepentimiento,
descender al agua con Jesús, para subir con él, renacer del
agua y del Espíritu para convertirse, en el Hijo, en hijo amado del
Padre y "vivir una vida nueva" (Rm 6, 4):
Enterrémonos con Cristo por el Bautismo, para
resucitar con él; descendamos con él para ser ascendidos con
él; ascendamos con él para ser glorificados con él (S.
Gregorio Nacianc. Or. 40, 9).
Todo lo que aconteció en Cristo nos enseña
que después del baño de agua, el Espíritu Santo desciende
sobre nosotros desde lo alto del cielo y que, adoptados por la Voz del Padre,
llegamos a ser hijos de Dios. (S. Hilario, Mat 2).
Las Tentaciones de Jesús
538 Los Evangelios
hablan de un tiempo de soledad de Jesús en el desierto inmediatamente
después de su bautismo por Juan: "Impulsado por el Espíritu"
al desierto, Jesús permanece allí sin comer durante cuarenta
días; vive entre los animales y los ángeles le servían
(cf. Mc 1, 12-13). Al final de este tiempo, Satanás le tienta tres
veces tratando de poner a prueba su actitud filial hacia Dios. Jesús
rechaza estos ataques que recapitulan las tentaciones de Adán en el
Paraíso y las de Israel en el desierto, y el diablo se aleja de él
"hasta el tiempo determinado" (Lc 4, 13).
539 Los evangelistas indican el sentido salvífico
de este acontecimiento misterioso. Jesús es el nuevo Adán
que permaneció fiel allí donde el primero sucumbió
a la tentación. Jesús cumplió perfectamente la vocación
de Israel: al contrario de los que anteriormente provocaron a Dios durante
cuarenta años por el desierto (cf. Sal 95, 10), Cristo se revela como
el Siervo de Dios totalmente obediente a la voluntad divina. En esto Jesús
es vencedor del diablo; él ha "atado al hombre fuerte" para despojarle
de lo que se había apropiado (Mc 3, 27). La victoria de Jesús
en el desierto sobre el Tentador es un anticipo de la victoria de la Pasión,
suprema obediencia de su amor filial al Padre.
540 La tentación de Jesús manifiesta la
manera que tiene de ser Mesías el Hijo de Dios, en oposición
a la que le propone Satanás y a la que los hombres (cf Mt 16, 21-23)
le quieren atribuir. Es por eso por lo que Cristo venció al Tentador
a favor nuestro: "Pues no tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse
de nuestras flaquezas, sino probado en todo igual que nosotros, excepto
en el pecado" (Hb 4, 15). La Iglesia se une todos los años, durante
los cuarenta días de Cuaresma, al Misterio de Jesús en el
desierto.
"El Reino de Dios está cerca"
541 "Después
que Juan fue preso, marchó Jesús a Galilea; y proclamaba la
Buena Nueva de Dios: El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está
cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva" (Mc 1, 15). "Cristo,
por tanto, para hacer la voluntad del Padre, inauguró en la tierra
el Reino de los cielos" (LG 3). Pues bien, la voluntad del Padre es "elevar
a los hombres a la participación de la vida divina" (LG 2). Lo hace
reuniendo a los hombres en torno a su Hijo, Jesucristo. Esta reunión
es la Iglesia, que es sobre la tierra "el germen y el comienzo de este Reino"
(LG 5).
542 Cristo es el corazón mismo de esta reunión
de los hombres como "familia de Dios". Los convoca en torno a él
por su palabra, por sus señales que manifiestan el reino de Dios,
por el envío de sus discípulos. Sobre todo, él realizará
la venida de su Reino por medio del gran Misterio de su Pascua: su muerte
en la Cruz y su Resurrección. "Cuando yo sea levantado de la tierra,
atraeré a todos hacia mí" (Jn 12, 32). A esta unión
con Cristo están llamados todos los hombres (cf. LG 3).
El anuncio del Reino de Dios
543 Todos los hombres
están llamados a entrar en el Reino. Anunciado en primer lugar a
los hijos de Israel (cf. Mt 10, 5-7), este reino mesiánico está
destinado a acoger a los hombres de todas las naciones (cf. Mt 8, 11; 28,
19). Para entrar en él, es necesario acoger la palabra de Jesús:
La palabra de Dios se compara a una semilla sembrada
en el campo: los que escuchan con fe y se unen al pequeño rebaño
de Cristo han acogido el Reino; después la semilla, por sí
misma, germina y crece hasta el tiempo de la siega (LG 5).
544 El Reino pertenece a los pobres y a los pequeños,
es decir a los que lo acogen con un corazón humilde. Jesús
fue enviado para "anunciar la Buena Nueva a los pobres" (Lc 4, 18; cf. 7,
22). Los declara bienaventurados porque de "ellos es el Reino de los cielos"
(Mt 5, 3); a los "pequeños" es a quienes el Padre se ha dignado revelar
las cosas que ha ocultado a los sabios y prudentes (cf. Mt 11, 25). Jesús,
desde el pesebre hasta la cruz comparte la vida de los pobres; conoce el
hambre (cf. Mc 2, 23-26; Mt 21,18), la sed (cf. Jn 4,6-7; 19,28) y la privación
(cf. Lc 9, 58). Aún más: se identifica con los pobres de todas
clases y hace del amor activo hacia ellos la condición para entrar
en su Reino (cf. Mt 25, 31-46).
545 Jesús invita a los pecadores al banquete
del Reino: "No he venido a llamar a justos sino a pecadores" (Mc 2, 17;
cf. 1 Tim 1, 15). Les invita a la conversión, sin la cual no se puede
entrar en el Reino, pero les muestra de palabra y con hechos la misericordia
sin límites de su Padre hacia ellos (cf. Lc 15, 11-32) y la inmensa
"alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta" (Lc 15,
7). La prueba suprema de este amor será el sacrificio de su propia
vida "para remisión de los pecados" (Mt 26, 28).
546 Jesús llama a entrar en el Reino a través
de las parábolas, rasgo típico de su enseñanza (cf.
Mc 4, 33-34). Por medio de ellas invita al banquete del Reino(cf. Mt 22,
1-14), pero exige también una elección radical para alcanzar
el Reino, es necesario darlo todo (cf. Mt 13, 44-45); las palabras no bastan,
hacen falta obras (cf. Mt 21, 28-32). Las parábolas son como un espejo
para el hombre: ¿acoge la palabra como un suelo duro o como una buena
tierra (cf. Mt 13, 3-9)? ¿Qué hace con los talentos recibidos
(cf. Mt 25, 14-30)? Jesús y la presencia del Reino en este mundo están
secretamente en el corazón de las parábolas. Es preciso entrar
en el Reino, es decir, hacerse discípulo de Cristo para "conocer
los Misterios del Reino de los cielos" (Mt 13, 11). Para los que están
"fuera" (Mc 4, 11), la enseñanza de las parábolas es algo
enigmático (cf. Mt 13, 10-15).
Los signos del Reino de Dios
547 Jesús acompaña
sus palabras con numerosos "milagros, prodigios y signos" (Hch 2, 22) que
manifiestan que el Reino está presente en El. Ellos atestiguan que
Jesús es el Mesías anunciado (cf, Lc 7, 18-23).
548 Los signos que lleva a cabo Jesús testimonian
que el Padre le ha enviado (cf. Jn 5, 36; 10, 25). Invitan a creer en Jesús
(cf. Jn 10, 38). Concede lo que le piden a los que acuden a él con
fe (cf. Mc 5, 25-34; 10, 52; etc.). Por tanto, los milagros fortalecen la
fe en Aquél que hace las obras de su Padre: éstas testimonian
que él es Hijo de Dios (cf. Jn 10, 31-38). Pero también pueden
ser "ocasión de escándalo" (Mt 11, 6). No pretenden satisfacer
la curiosidad ni los deseos mágicos. A pesar de tan evidentes milagros,
Jesús es rechazado por algunos (cf. Jn 11, 47-48); incluso se le
acusa de obrar movido por los demonios (cf. Mc 3, 22).
549 Al liberar a algunos hombres de los males terrenos
del hambre (cf. Jn 6, 5-15), de la injusticia (cf. Lc 19, 8), de la enfermedad
y de la muerte (cf. Mt 11,5), Jesús realizó unos signos mesiánicos;
no obstante, no vino para abolir todos los males aquí abajo (cf.
LC 12, 13. 14; Jn 18, 36), sino a liberar a los hombres de la esclavitud
más grave, la del pecado (cf. Jn 8, 34-36), que es el obstáculo
en su vocación de hijos de Dios y causa de todas sus servidumbres
humanas.
550 La venida del Reino de Dios es la derrota del reino
de Satanás (cf. Mt 12, 26): "Pero si por el Espíritu de Dios
expulso yo los demonios, es que ha llegado a vosotros el Reino de Dios"
(Mt 12, 28). Los exorcismos de Jesús liberan a los hombres del dominio
de los demonios (cf Lc 8, 26-39). Anticipan la gran victoria de Jesús
sobre "el príncipe de este mundo" (Jn 12, 31). Por la Cruz de Cristo
será definitivamente establecido el Reino de Dios: "Regnavit a ligno
Deus" ("Dios reinó desde el madero de la Cruz", himno "Vexilla Regis").
"Las llaves del Reino"
551 Desde el comienzo
de su vida pública Jesús eligió unos hombres en número
de doce para estar con él y participar en su misión (cf. Mc
3, 13-19); les hizo partícipes de su autoridad "y los envió
a proclamar el Reino de Dios y a curar" (Lc 9, 2). Ellos permanecen para
siempre permanecen asociados al Reino de Cristo porque por medio de ellos
dirige su Iglesia:
Yo, por mi parte, dispongo el Reino para vosotros, como
mi Padre lo dispuso para mí, para que comáis y bebáis
a mi mesa en mi Reino y os sentéis sobre tronos para juzgar a las
doce tribus de Israel (Lc 22, 29-30).
552 En el colegio de los doce Simón Pedro ocupa
el primer lugar (cf. Mc 3, 16; 9, 2; Lc 24, 34; 1 Co 15, 5). Jesús
le confía una misión única. Gracias a una revelación
del Padre , Pedro había confesado: "Tú eres el Cristo, el
Hijo de Dios vivo". Entonces Nuestro Señor le declaró: "Tú
eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas
del Hades no prevalecerán contra ella" (Mt 16, 18). Cristo, "Piedra
viva" (1 P 2, 4), asegura a su Iglesia, edificada sobre Pedro la victoria
sobre los poderes de la muerte. Pedro, a causa de la fe confesada por él,
será la roca inquebrantable de la Iglesia. Tendrá la misión
de custodiar esta fe ante todo desfallecimiento y de confirmar en ella a
sus hermanos (cf. Lc 22, 32).
553 Jesús ha confiado a Pedro una autoridad específica:
"A ti te daré las llaves del Reino de los cielos; y lo que ates en
la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra
quedará desatado en los cielos" (Mt 16, 19). El poder de las llaves
designa la autoridad para gobernar la casa de Dios, que es la Iglesia. Jesús,
"el Buen Pastor" (Jn 10, 11) confirmó este encargo después
de su resurrección:"Apacienta mis ovejas" (Jn 21, 15-17). El poder
de "atar y desatar" significa la autoridad para absolver los pecados, pronunciar
sentencias doctrinales y tomar decisiones disciplinares en la Iglesia. Jesús
confió esta autoridad a la Iglesia por el ministerio de los apóstoles
(cf. Mt 18, 18) y particularmente por el de Pedro, el único a quien
él confió explícitamente las llaves del Reino.
Una visión anticipada del Reino: La Transfiguración.
554 A partir del día
en que Pedro confesó que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios
vivo, el Maestro "comenzó a mostrar a sus discípulos que él
debía ir a Jerusalén, y sufrir ... y ser condenado a muerte
y resucitar al tercer día" (Mt 16, 21): Pedro rechazó este
anuncio (cf. Mt 16, 22-23), los otros no lo comprendieron mejor (cf. Mt 17,
23; Lc 9, 45). En este contexto se sitúa el episodio misterioso de
la Transfiguración de Jesús (cf. Mt 17, 1-8 par.: 2 P 1, 16-18),
sobre una montaña, ante tres testigos elegidos por él: Pedro,
Santiago y Juan. El rostro y los vestidos de Jesús se pusieron fulgurantes
como la luz, Moisés y Elías aparecieron y le "hablaban de su
partida, que estaba para cumplirse en Jerusalén" (Lc 9, 31). Una nube
les cubrió y se oyó una voz desde el cielo que decía:
"Este es mi Hijo, mi elegido; escuchadle" (Lc 9, 35).
555 Por un instante, Jesús muestra su gloria divina,
confirmando así la confesión de Pedro. Muestra también
que para "entrar en su gloria" (Lc 24, 26), es necesario pasar por la Cruz
en Jerusalén. Moisés y Elías habían visto la
gloria de Dios en la Montaña; la Ley y los profetas habían
anunciado los sufrimientos del Mesías (cf. Lc 24, 27). La Pasión
de Jesús es la voluntad por excelencia del Padre: el Hijo actúa
como siervo de Dios (cf. Is 42, 1). La nube indica la presencia del Espíritu
Santo: "Tota Trinitas apparuit: Pater in voce; Filius in homine, Spiritus
in nube clara" ("Apareció toda la Trinidad: el Padre en la voz, el
Hijo en el hombre, el Espíritu en la nube luminosa" (Santo Tomás,
s.th. 3, 45, 4, ad 2):
Tú te has transfigurado en la montaña,
y, en la medida en que ellos eran capaces, tus discípulos han contemplado
Tu Gloria, oh Cristo Dios, a fin de que cuando te vieran crucificado comprendiesen
que Tu Pasión era voluntaria y anunciasen al mundo que Tú
eres verdaderamente la irradiación del Padre (Liturgia bizantina,
Kontakion de la Fiesta de la Transfiguración,)
556 En el umbral de la vida pública se sitúa
el Bautismo; en el de la Pascua, la Transfiguración. Por el bautismo
de Jesús "fue manifestado el misterio de la primera regeneración":
nuestro bautismo; la Transfiguración "es es sacramento de la segunda
regeneración": nuestra propia resurrección (Santo Tomás,
s.th. 3, 45, 4, ad 2). Desde ahora nosotros participamos en la Resurrección
del Señor por el Espíritu Santo que actúa en los sacramentos
del Cuerpo de Cristo. La Transfiguración nos concede una visión
anticipada de la gloriosa venida de Cristo "el cual transfigurará
este miserable cuerpo nuestro en un cuerpo glorioso como el suyo" (Flp 3,
21). Pero ella nos recuerda también que "es necesario que pasemos
por muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios" (Hch 14, 22):
Pedro no había comprendido eso cuando deseaba
vivir con Cristo en la montaña (cf. Lc 9, 33). Te ha reservado eso,
oh Pedro, para después de la muerte. Pero ahora, él mismo dice:
Desciende para penar en la tierra, para servir en la tierra, para ser despreciado
y crucificado en la tierra. La Vida desciende para hacerse matar; el Pan desciende
para tener hambre; el Camino desciende para fatigarse andando; la Fuente
desciende para sentir la sed; y tú, ¿vas a negarte a sufrir?
(S. Agustín, serm. 78, 6).
La subida de Jesús a Jerusalén
557 "Como se iban
cumpliendo los días de su asunción, él se afirmó
en su voluntad de ir a Jerusalén" (Lc 9, 51; cf. Jn 13, 1). Por esta
decisión, manifestaba que subía a Jerusalén dispuesto
a morir. En tres ocasiones había repetido el anuncio de su Pasión
y de su Resurrección (cf. Mc 8, 31-33; 9, 31-32; 10, 32-34). Al dirigirse
a Jerusalén dice: "No cabe que un profeta perezca fuera de Jerusalén"
(Lc 13, 33).
558 Jesús recuerda el martirio de los profetas
que habían sido muertos en Jerusalén (cf. Mt 23, 37a). Sin embargo,
persiste en llamar a Jerusalén a reunirse en torno a él: "¡Cuántas
veces he querido reunir a tus hijos, como una gallina reúne a sus
pollos bajo las alas y no habéis querido!" (Mt 23, 37b). Cuando está
a la vista de Jerusalén, llora sobre ella y expresa una vez más
el deseo de su corazón:" ¡Si también tú conocieras
en este día el mensaje de paz! pero ahora está oculto a tus
ojos" (Lc 19, 41-42).
La entrada mesiánica de Jesús en Jerusalén
559 ¿Cómo
va a acoger Jerusalén a su Mesías? Jesús rehuyó
siempre las tentativas populares de hacerle rey (cf. Jn 6, 15), pero elige
el momento y prepara los detalles de su entrada mesiánica en la ciudad
de "David, su Padre" (Lc 1,32; cf. Mt 21, 1-11). Es aclamado como hijo de
David, el que trae la salvación ("Hosanna" quiere decir "¡sálvanos!",
"Danos la salvación!"). Pues bien, el "Rey de la Gloria" (Sal 24,
7-10) entra en su ciudad "montado en un asno" (Za 9, 9): no conquista a la
hija de Sión, figura de su Iglesia, ni por la astucia ni por la violencia,
sino por la humildad que da testimonio de la Verdad (cf. Jn 18, 37). Por
eso los súbditos de su Reino, aquel día fueron los niños
(cf. Mt 21, 15-16; Sal 8, 3) y los "pobres de Dios", que le aclamaban como
los ángeles lo anunciaron a los pastores (cf. Lc 19, 38; 2, 14).
Su aclamación "Bendito el que viene en el nombre del Señor"
(Sal 118, 26), ha sido recogida por la Iglesia en el "Sanctus" de la liturgia
eucarística para introducir al memorial de la Pascua del Señor.
560 La entrada de Jesús en Jerusalén manifiesta
la venida del Reino que el Rey-Mesías llevará a cabo mediante
la Pascua de su Muerte y de su Resurrección. Con su celebración,
el domingo de Ramos, la liturgia de la Iglesia abre la Semana Santa.
RESUMEN
561 "La vida entera
de Cristo fue una continua enseñanza: su silencio, sus milagros, sus
gestos, su oración, su amor al hombre, su predilección por
los pequeños y los pobres, la aceptación total del sacrificio
en la cruz por la salvación del mundo, su resurrección, son
la actuación de su palabra y el cumplimiento de la revelación"
(CT 9).
562 Los discípulos de Cristo deben asemejarse
a él hasta que él crezca y se forme en ellos (cf. Ga 4, 19).
"Por eso somos integrados en los misterios de su vida: con él estamos
identificados, muertos y resucitados hasta que reinemos con él (LG
7).
563 Pastor o mago, nadie puede alcanzar a Dios aquí
abajo sino arrodillándose ante el pesebre de Belén y adorando
a Dios escondido en la debilidad de un niño.
564 Por su sumisión a María y a José,
así como por su humilde trabajo durante largos años en Nazaret,
Jesús nos da el ejemplo de la santidad en la vida cotidiana de la
familia y del trabajo.
565 Desde el comienzo de su vida pública, en su
bautismo, Jesús es el "Siervo" enteramente consagrado a la obra redentora
que llevará a cabo en el "bautismo" de su pasión.
566 La tentación en el desierto muestra a Jesús,
humilde Mesías que triunfa de Satanás mediante su total adhesión
al designio de salvación querido por el Padre.
567 El Reino de los cielos ha sido inaugurado en la tierra
por Cristo. "Se manifiesta a los hombres en las palabras, en las obras y
en la presencia de Cristo" (LG 5). La Iglesia es el germen y el comienzo
de este Reino. Sus llaves son confiadas a Pedro.
568 La Transfiguración de Cristo tiene por finalidad
fortalecer la fe de los Apóstoles ante la proximidad de la Pasión:
la subida a un "monte alto" prepara la subida al Calvario. Cristo, Cabeza
de la Iglesia, manifiesta lo que su cuerpo contiene e irradia en los sacramentos:
"la esperanza de la gloria" (Col 1, 27) (cf. S. León Magno, serm.
51, 3).
569 Jesús ha subido voluntariamente a Jerusalén
sabiendo perfectamente que allí moriría de muerte violenta
a causa de la contradicción de los pecadores (cf. Hb 12,3).
570 La entrada de Jesús en Jerusalén manifiesta
la venida del Reino que el Rey-Mesías, recibido en su ciudad por
los niños y por los humildes de corazón, va a llevar a cabo
por la Pascua de su Muerte y de su Resurrección.
Artículo 4 “JESUCRISTO PADECIO
BAJO EL PODER DE PONCIO PILATO, FUE CRUCIFICADO, MUERTOY SEPULTADO”
571 El Misterio pascual de la Cruz y de la Resurrección
de Cristo está en el centro de la Buena Nueva que los Apóstole
s, y la Iglesia a continuación de ellos, deben anunciar al
mundo. El designio salvador de Dios se ha cumplido de "una vez por todas"
(Hb 9, 26) por la muerte redentora de su Hijo Jesucristo.
572 La Iglesia permanece fiel a "la interpretación
de todas las Escrituras" dada por Jesús mismo, tanto antes como después
de su Pascua: "¿No era necesario que Cristo padeciera eso y entrara
así en su gloria?" (Lc 24, 26-27, 44-45). Los padecimientos de Jesús
han tomado una forma histórica concreta por el hecho de haber sido
"reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas" (Mc 8,
31), que lo "entregaron a los gentiles, para burlarse de él, azotarle
y crucificarle" (Mt 20, 19).
573 Por lo tanto, la fe puede escrutar las circunstancias
de la muerte de Jesús, que han sido transmitidas fielmente por los
Evangelios (cf. DV 19) e iluminadas por otras fuentes históricas,
a fin de comprender mejor el sentido de la Redención.
Párrafo 1 JESUS E ISRAEL
574 Desde los comienzos
del ministerio público de Jesús, fariseos y partidarios de
Herodes, junto con sacerdotes y escribas, se pusieron de acuerdo para perderle
(cf. Mc 3, 6). Por algunas de sus obras (expulsión de demonios, cf.
Mt 12, 24; perdón de los pecados, cf. Mc 2, 7; curaciones en sábado,
cf. 3, 1-6; interpretación original de los preceptos de pureza de
la Ley, cf. Mc 7, 14-23; familiaridad con los publicanos y los pecadores
públicos, (cf. Mc 2, 14-17), Jesús apareció a algunos
malintencionados sospechoso de posesión diabólica (cf. Mc 3,
22; Jn 8, 48; 10, 20). Se le acusa de blasfemo (cf. Mc 2, 7; Jn 5,18; 10,
33) y de falso profetismo (cf. Jn 7, 12; 7, 52), crímenes religiosos
que la Ley castigaba con pena de muerte a pedradas (cf. Jn 8, 59; 10, 31).
575 Muchas de las obras y de las palabras de Jesús
han sido, pues, un "signo de contradicción" (Lc 2, 34) para las autoridades
religiosas de Jerusalén, aquellas a las que el Evangelio de S. Juan
denomina con frecuencia "los Judíos" (cf. Jn 1, 19; 2, 18; 5, 10;
7, 13; 9, 22; 18, 12; 19, 38; 20, 19), más incluso que a la generalidad
del pueblo de Dios (cf. Jn 7, 48-49). Ciertamente, sus relaciones con los
fariseos no fueron solamente polémicas. Fueron unos fariseos los
que le previnieron del peligro que corría (cf. Lc 13, 31). Jesús
alaba a alguno de ellos como al escriba de Mc 12, 34 y come varias
veces en casa de fariseos (cf. Lc 7, 36; 14, 1). Jesús confirma doctrinas
sostenidas por esta élite religiosa del pueblo de Dios: la resurrección
de los muertos (cf. Mt 22, 23-34; Lc 20, 39), las formas de piedad (limosna,
ayuno y oración, cf. Mt 6, 18) y la costumbre de dirigirse a Dios
como Padre, carácter central del mandamiento de amor a Dios y al prójimo
(cf. Mc 12, 28-34).
576 A los ojos de muchos en Israel, Jesús parece
actuar contra las instituciones esenciales del Pueblo elegido:
– Contra el sometimiento a la Ley en la integridad de sus preceptos escritos,
y, para los fariseos, su interpretación por la tradición oral.
– Contra el carácter central del Templo de Jerusalén como
lugar santo donde Dios habita de una manera privilegiada.
– Contra la fe en el Dios único, cuya gloria ningún hombre
puede compartir.
I JESUS Y LA LEY
577 Al comienzo del
Sermón de la montaña, Jesús hace una advertencia solemne
presentando la Ley dada por Dios en el Sinaí con ocasión de
la Primera Alianza, a la luz de la gracia de la Nueva Alianza:
"No penséis que he venido a abolir la Ley y los
Profetas. No he venido a abolir sino a dar cumplimiento. Sí, os lo
aseguro: el cielo y la tierra pasarán antes que pase una i o un ápice
de la Ley sin que todo se haya cumplido. Por tanto, el que quebrante uno
de estos mandamientos menores, y así lo enseñe a los hombres,
será el menor en el Reino de los cielos; en cambio el que los observe
y los enseñe, ese será grande en el Reino de los cielos" (Mt
5, 17-19).
578 Jesús, el Mesías de Israel, por lo
tanto el más grande en el Reino de los cielos, se debía sujetar
a la Ley cumpliéndola en su totalidad hasta en sus menores preceptos,
según sus propias palabras. Incluso es el único en poderlo
hacer perfectamente (cf. Jn 8, 46). Los judíos, según su propia
confesión, jamás han podido cumplir jamás la Ley en
su totalidad, sin violar el menor de sus preceptos (cf. Jn 7, 19; Hch 13,
38-41; 15, 10). Por eso, en cada fiesta anual de la Expiación, los
hijos de Israel piden perdón a Dios por sus transgresiones de la Ley.
En efecto, la Ley constituye un todo y, como recuerda Santiago, "quien observa
toda la Ley, pero falta en un solo precepto, se hace reo de todos" (St 2,
10; cf. Ga 3, 10; 5, 3).
579 Este principio de integridad en la observancia de
la Ley, no sólo en su letra sino también en su espíritu,
era apreciado por los fariseos. Al subrayarlo para Israel, muchos judíos
del tiempo de Jesús fueron conducidos a un celo religioso extremo
(cf. Rm 10, 2), el cual, si no quería convertirse en una casuística
"hipócrita" (cf. Mt 15, 3-7; Lc 11, 39-54) no podía más
que preparar al pueblo a esta intervención inaudita de Dios que será
la ejecución perfecta de la Ley por el único Justo en lugar
de todos los pecadores (cf. Is 53, 11; Hb 9, 15).
580 El cumplimiento perfecto de la Ley no podía
ser sino obra del divino Legislador que nació sometido a la Ley en
la persona del Hijo (cf Ga 4, 4). En Jesús la Ley ya no aparece grabada
en tablas de piedra sino "en el fondo del corazón" (Jr 31, 33) del
Siervo, quien, por "aportar fielmente el derecho" (Is 42, 3), se ha convertido
en "la Alianza del pueblo" (Is 42, 6). Jesús cumplió la Ley
hasta tomar sobre sí mismo "la maldición de la Ley" (Ga 3,
13) en la que habían incurrido los que no "practican todos los preceptos
de la Ley" (Ga 3, 10) porque, ha intervenido su muerte para remisión
de las transgresiones de la Primera Alianza" (Hb 9, 15).
581 Jesús fue considerado por los Judíos
y sus jefes espirituales como un "rabbi" (cf. Jn 11, 28; 3, 2; Mt 22, 23-24,
34-36). Con frecuencia argumentó en el marco de la interpretación
rabínica de la Ley (cf. Mt 12, 5; 9, 12; Mc 2, 23-27; Lc 6, 6-9;
Jn 7, 22-23). Pero al mismo tiempo, Jesús no podía menos que
chocar con los doctores de la Ley porque no se contentaba con proponer su
interpretación entre los suyos, sino que "enseñaba como quien
tiene autoridad y no como sus escribas" (Mt 7, 28-29). La misma Palabra
de Dios, que resonó en el Sinaí para dar a Moisés la
Ley escrita, es la que en él se hace oír de nuevo en el Monte
de las Bienaventuranzas (cf. Mt 5, 1). Esa palabra no revoca la Ley sino
que la perfecciona aportando de modo divino su interpretación definitiva:
"Habéis oído también que se dijo a los antepasados ...
pero yo os digo" (Mt 5, 33-34). Con esta misma autoridad divina, desaprueba
ciertas "tradiciones humanas" (Mc 7, 8) de los fariseos que "anulan la Palabra
de Dios" (Mc 7, 13).
582 Yendo más lejos, Jesús da plenitud
a la Ley sobre la pureza de los alimentos, tan importante en la vida cotidiana
judía, manifestando su sentido "pedagógico" (cf. Ga 3, 24)
por medio de una interpretación divina: "Todo lo que de fuera entra
en el hombre no puede hacerle impuro ... -así declaraba puros todos
los alimentos- ... Lo que sale del hombre, eso es lo que hace impuro al hombre.
Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen las intenciones
malas" (Mc 7, 18-21). Jesús, al dar con autoridad divina la interpretación
definitiva de la Ley, se vio enfrentado a algunos doctores de la Ley que
no recibían su interpretación a pesar de estar garantizada
por los signos divinos con que la acompañaba (cf. Jn 5, 36; 10, 25.
37-38; 12, 37). Esto ocurre, en particular, respecto al problema del sábado:
Jesús recuerda, frecuentemente con argumentos rabínicos (cf.
Mt 2,25-27; Jn 7, 22-24), que el descanso del sábado no se quebranta
por el servicio de Dios (cf. Mt 12, 5; Nm 28, 9) o al prójimo (cf.
Lc 13, 15-16; 14, 3-4) que realizan sus curaciones.
II JESUS Y EL TEMPLO
583 Como los profetas
anteriores a él, Jesús profesó el más profundo
respeto al Templo de Jerusalén. Fue presentado en él por José
y María cuarenta días después de su nacimiento (Lc.
2, 22-39). A la edad de doce años, decidió quedarse en el Templo
para recordar a sus padres que se debía a los asuntos de su Padre
(cf. Lc 2, 46-49). Durante su vida oculta, subió allí todos
los años al menos con ocasión de la Pascua (cf. Lc 2, 41);
su ministerio público estuvo jalonado por sus peregrinaciones a Jerusalén
con motivo de las grandes fiestas judías (cf. Jn 2, 13-14; 5, 1. 14;
7, 1. 10. 14; 8, 2; 10, 22-23).
584 Jesús subió al Templo como al
lugar privilegiado para el encuentro con Dios. El Templo era para él
la casa de su Padre, una casa de oración, y se indigna porque el atrio
exterior se haya convertido en un mercado (Mt 21, 13). Si expulsa a los
mercaderes del Templo es por celo hacia las cosas de su Padre: "no hagáis
de la Casa de mi Padre una casa de mercado. Sus discípulos se acordaron
de que estaba escrito: 'El celo por tu Casa me devorará' (Sal 69,
10)" (Jn 2, 16-17). Después de su Resurrección, los Apóstoles
mantuvieron un respeto religioso hacia el Templo (cf. Hch 2, 46; 3, 1; 5,
20. 21; etc.).
585 Jesús anunció, no obstante, en el
umbral de su Pasión, la ruina de ese espléndido edificio del
cual no quedará piedra sobre piedra (cf. Mt 24, 1-2). Hay aquí
un anuncio de una señal de los últimos tiempos que se van a
abrir con su propia Pascua (cf. Mt 24, 3; Lc 13, 35). Pero esta profecía
pudo ser deformada por falsos testigos en su interrogatorio en casa del sumo
sacerdote (cf. Mc 14, 57-58) y serle reprochada como injuriosa cuando estaba
clavado en la cruz (cf. Mt 27, 39-40).
586 Lejos de haber sido hostil al Templo (cf. Mt 8,
4; 23, 21; Lc 17, 14; Jn 4, 22) donde expuso lo esencial de su enseñanza
(cf. Jn 18, 20), Jesús quiso pagar el impuesto del Templo asociándose
con Pedro (cf. Mt 17, 24-27), a quien acababa de poner como fundamento de
su futura Iglesia (cf. Mt 16, 18). Aún más, se identificó
con el Templo presentándose como la morada definitiva de Dios entre
los hombres (cf. Jn 2, 21; Mt 12, 6). Por eso su muerte corporal (cf. Jn
2, 18-22) anuncia la destrucción del Templo que señalará
la entrada en una nueva edad de la historia de la salvación:"Llega
la hora en que, ni en este monte, ni en Jerusalén adoraréis
al Padre"(Jn 4, 21; cf. Jn 4, 23-24; Mt 27, 51; Hb 9, 11; Ap 21, 22).
III JESUS Y LA FE DE ISRAEL EN EL DIOS UNICO
Y SALVADOR
587 Si la Ley y el
Templo pudieron ser ocasión de "contradicción" (cf. Lc 2,
34) entre Jesús y las autoridades religiosas de Israel, la razón
está en que Jesús, para la redención de los pecados
-obra divina por excelencia- acepta ser verdadera piedra de escándalo
para aquellas autoridades (cf. Lc 20, 17-18; Sal 118, 22).
588 Jesús escandalizó a los fariseos comiendo
con los publicanos y los pecadores (cf. Lc 5, 30) tan familiarmente como
con ellos mismos (cf. Lc 7, 36; 11, 37; 14, 1). Contra algunos de los "que
se tenían por justos y despreciaban a los demás" (Lc 18, 9;
cf. Jn 7, 49; 9, 34), Jesús afirmó: "No he venido a llamar
a conversión a justos, sino a pecadores" (Lc 5, 32). Fue más
lejos todavía al proclamar frente a los fariseos que, siendo el pecado
una realidad universal (cf. Jn 8, 33-36), los que pretenden no tener necesidad
de salvación se ciegan con respecto a sí mismos (cf. Jn 9,
40-41).
589 Jesús escandalizó sobre todo
porque identificó su conducta misericordiosa hacia los pecadores con
la actitud de Dios mismo con respecto a ellos (cf. Mt 9, 13; Os 6, 6). Llegó
incluso a dejar entender que compartiendo la mesa con los pecadores (cf.
Lc 15, 1-2), los admitía al banquete mesiánico (cf. Lc 15,
22-32). Pero es especialmente, al perdonar los pecados, cuando Jesús
puso a las autoridades de Israel ante un dilema. Porque como ellas dicen,
justamente asombradas, "¿Quién puede perdonar los pecados sino
sólo Dios?" (Mc 2, 7). Al perdonar los pecados, o bien Jesús
blasfema porque es un hombre que pretende hacerse igual a Dios (cf. Jn 5,
18; 10, 33) o bien dice verdad y su persona hace presente y revela el Nombre
de Dios (cf. Jn 17, 6-26).
590 Sólo la identidad divina de la persona de
Jesús puede justificar una exigencia tan absoluta como ésta:
"El que no está conmigo está contra mí" (Mt 12, 30);
lo mismo cuando dice que él es "más que Jonás ... más
que Salomón" (Mt 12, 41-42), "más que el Templo" (Mt 12, 6);
cuando recuerda, refiriéndose a que David llama al Mesías su
Señor (cf. Mt 12, 36-37), cuando afirma: "Antes que naciese Abraham,
Yo soy" (Jn 8, 58); e incluso: "El Padre y yo somos una sola cosa" (Jn 10,
30).
591 Jesús pidió a las autoridades religiosas
de Jerusalén creer en él en virtud de las obras de su Padre
que el realizaba (Jn 10, 36-38). Pero tal acto de fe debía pasar
por una misteriosa muerte a sí mismo para un nuevo "nacimiento de
lo alto" (Jn 3, 7) atraído por la gracia divina (cf. Jn 6, 44). Tal
exigencia de conversión frente a un cumplimiento tan sorprendente
de las promesas (cf. Is 53, 1) permite comprender el trágico desprecio
del sanhedrín al estimar que Jesús merecía la muerte
como blasfemo (cf. Mc 3, 6; Mt 26, 64-66). Sus miembros obraban así
tanto por "ignorancia" (cf. Lc 23, 34;Hch 3, 17-18) como por el "endurecimiento"
(Mc 3, 5;Rm 11, 25) de la "incredulidad" (Rm 11, 20).
RESUMEN
592 Jesús no
abolió la Ley del Sinaí, sino que la perfeccionó (cf.
Mt 5, 17-19) de tal modo (cf. Jn 8, 46) que reveló su hondo sentido
(cf. Mt 5, 33) y satisfizo por las transgresiones contra ella (cf. Hb 9,
15).
593 Jesús veneró el Templo subiendo a él
en peregrinación en las fiestas judías y amó con gran
celo esa morada de Dios entre los hombres. El Templo prefigura su Misterio.
Anunciando la destrucción del templo anuncia su propia muerte y la
entrada en una nueva edad de la historia de la salvación, donde su
cuerpo será el Templo definitivo.
594 Jesús realizó obras como el perdón
de los pecados que lo revelaron como Dios Salvador (cf. Jn 5,
16-18). Algunos judíos que no le reconocían como Dios hecho
hombre (cf. Jn 1, 14) veían en él a "un hombre que se hace
Dios" (Jn 10, 33), y lo juzgaron como un blasfemo.
Párrafo 2 JESUS MURIO CRUCIFICADO
I EL PROCESO DE JESUS
Divisiones de las autoridades judías respecto
a Jesús
595 Entre las autoridades
religiosas de Jerusalén, no solamente el fariseo Nicodemo (cf. Jn
7, 50) o el notable José de Arimatea eran en secreto discípulos
de Jesús (cf. Jn 19, 38-39), sino que durante mucho tiempo hubo disensiones
a propósito de El (cf. Jn 9, 16-17; 10, 19-21) hasta el punto de
que en la misma víspera de su pasión, S. Juan pudo decir de
ellos que "un buen número creyó en él", aunque de una
manera muy imperfecta (Jn 12, 42). Eso no tiene nada de extraño si
se considera que al día siguiente de Pentecostés "multitud
de sacerdotes iban aceptando la fe" (Hch 6, 7) y que "algunos de la secta
de los Fariseos ... habían abrazado la fe" (Hch 15, 5) hasta el punto
de que Santiago puede decir a S. Pablo que "miles y miles de judíos
han abrazado la fe, y todos son celosos partidarios de la Ley" (Hch 21, 20).
596 Las autoridades religiosas de Jerusalén no
fueron unánimes en la conducta a seguir respecto de Jesús (cf.
Jn 9, 16; 10, 19). Los fariseos amenazaron de excomunión a los que
le siguieran (cf. Jn 9, 22). A los que temían que "todos creerían
en él; y vendrían los romanos y destruirían nuestro
Lugar Santo y nuestra nación" (Jn 11, 48), el sumo sacerdote Caifás
les propuso profetizando: "Es mejor que muera uno solo por el pueblo y no
que perezca toda la nación" (Jn 11, 49-50). El Sanedrín declaró
a Jesús "reo de muerte" (Mt 26, 66) como blasfemo, pero, habiendo
perdido el derecho a condenar a muerte a nadie (cf. Jn 18, 31), entregó
a Jesús a los romanos acusándole de revuelta política
(cf. Lc 23, 2) lo que le pondrá en paralelo con Barrabás acusado
de "sedición" (Lc 23, 19). Son también las amenazas políticas
las que los sumos sacerdotes ejercen sobre Pilato para que éste
condene a muerte a Jesús (cf. Jn 19, 12. 15. 21).
Los Judíos no son responsables colectivamente
de la muerte de Jesús
597 Teniendo en cuenta
la complejidad histórica manifestada en las narraciones evangélicas
sobre el proceso de Jesús y sea cual sea el pecado personal de los
protagonistas del proceso (Judas, el Sanedrín, Pilato) lo cual solo
Dios conoce, no se puede atribuir la responsabilidad del proceso al conjunto
de los judíos de Jerusalén, a pesar de los gritos de una muchedumbre
manipulada (Cf. Mc 15, 11) y de las acusaciones colectivas contenidas en
las exhortaciones a la conversión después de Pentecostés
(cf. Hch 2, 23. 36; 3, 13-14; 4, 10; 5, 30; 7, 52; 10, 39; 13, 27-28; 1
Ts 2, 14-15). El mismo Jesús perdonando en la Cruz (cf. Lc 23, 34)
y Pedro siguiendo su ejemplo apelan a "la ignorancia" (Hch 3, 17) de los
Judíos de Jerusalén e incluso de sus jefes. Y aún menos,
apoyándose en el grito del pueblo: "¡Su sangre sobre nosotros
y sobre nuestros hijos!" (Mt 27, 25), que significa una fórmula de
ratificación (cf. Hch 5, 28; 18, 6), se podría ampliar esta
responsabilidad a los restantes judíos en el espacio y en el tiempo:
Tanto es así que la Iglesia ha declarado en el
Concilio Vaticano II: "Lo que se perpetró en su pasión no
puede ser imputado indistintamente a todos los judíos que vivían
entonces ni a los judíos de hoy...no se ha de señalar a los
judíos como reprobados por Dios y malditos como si tal cosa se dedujera
de la Sagrada Escritura" (NA 4).
Todos los pecadores fueron los autores de la Pasión
de Cristo
598 La Iglesia, en el magisterio de su fe y en el testimonio
de sus santos no ha olvidado jamás que "los pecadores mismos fueron
los autores y como los instrumentos de todas las penas que soportó
el divino Redentor" (Catech. R. I, 5, 11; cf. Hb 12, 3). Teniendo en cuenta
que nuestros pecados alcanzan a Cristo mismo (cf. Mt 25, 45; Hch 9, 4-5),
la Iglesia no duda en imputar a los cristianos la responsabilidad más
grave en el suplicio de Jesús, responsabilidad con la que ellos con
demasiada frecuencia, han abrumado únicamente a los judíos:
Debemos considerar como culpables de esta horrible falta
a los que continúan recayendo en sus pecados. Ya que son nuestras
malas acciones las que han hecho sufrir a Nuestro Señor Jesucristo
el suplicio de la cruz, sin ninguna duda los que se sumergen en los desórdenes
y en el mal "crucifican por su parte de nuevo al Hijo de Dios y le exponen
a pública infamia (Hb 6, 6). Y es necesario reconocer que nuestro
crimen en este caso es mayor que el de los Judíos. Porque según
el testimonio del Apóstol, "de haberlo conocido ellos no habrían
crucificado jamás al Señor de la Gloria" (1 Co 2, 8). Nosotros,
en cambio, hacemos profesión de conocerle. Y cuando renegamos de
El con nuestras acciones, ponemos de algún modo sobre El nuestras
manos criminales (Catech. R. 1, 5, 11).
Y los demonios no son los que le han crucificado; eres
tú quien con ellos lo has crucificado y lo sigues crucificando todavía,
deleitándote en los vicios y en los pecados (S. Francisco de Asís,
admon. 5, 3).
II LA MUERTE REDENTORA DE CRISTO
EN EL DESIGNIO DIVINO DE SALVACION
"Jesús entregado según el preciso designio
de Dios"
599 La muerte violenta
de Jesús no fue fruto del azar en una desgraciada constelación
de circunstancias. Pertenece al misterio del designio de Dios, como lo explica
S. Pedro a los judíos de Jerusalén ya en su primer discurso
de Pentecostés: "fue entregado según el determinado designio
y previo conocimiento de Dios" (Hch 2, 23). Este lenguaje bíblico
no significa que los que han "entregado a Jesús" (Hch 3, 13) fuesen
solamente ejecutores pasivos de un drama escrito de antemano por Dios.
600 Para Dios todos los momentos del tiempo están
presentes en su actualidad. Por tanto establece su designio eterno de "predestinación"
incluyendo en él la respuesta libre de cada hombre a su gracia: "Sí,
verdaderamente, se han reunido en esta ciudad contra tu santo siervo Jesús,
que tú has ungido, Herodes y Poncio Pilato con las naciones gentiles
y los pueblos de Israel (cf. Sal 2, 1-2), de tal suerte que ellos han cumplido
todo lo que, en tu poder y tu sabiduría, habías predestinado"
(Hch 4, 27-28). Dios ha permitido los actos nacidos de su ceguera (cf. Mt
26, 54; Jn 18, 36; 19, 11) para realizar su designio de salvación
(cf. Hch 3, 17-18).
"Muerto por nuestros pecados según las Escrituras"
601 Este designio
divino de salvación a través de la muerte del "Siervo, el
Justo" (Is 53, 11;cf. Hch 3, 14) había sido anunciado antes en la
Escritura como un misterio de redención universal, es decir, de rescate
que libera a los hombres de la esclavitud del pecado (cf. Is 53, 11-12;
Jn 8, 34-36). S. Pablo profesa en una confesión de fe que dice haber
"recibido" (1 Co 15, 3) que "Cristo ha muerto por nuestros pecados según
las Escrituras" (ibidem: cf. también Hch 3, 18; 7, 52; 13, 29; 26,
22-23). La muerte redentora de Jesús cumple, en particular, la profecía
del Siervo doliente (cf. Is 53, 7-8 y Hch 8, 32-35). Jesús mismo
presentó el sentido de su vida y de su muerte a la luz del Siervo
doliente (cf. Mt 20, 28). Después de su Resurrección dio esta
interpretación de las Escrituras a los discípulos de Emaús
(cf. Lc 24, 25-27), luego a los propios apóstoles (cf. Lc 24, 44-45).
"Dios le hizo pecado por nosotros"
602 En consecuencia,
S. Pedro pudo formular así la fe apostólica en el designio
divino de salvación: "Habéis sido rescatados de la conducta
necia heredada de vuestros padres, no con algo caduco, oro o plata, sino
con una sangre preciosa, como de cordero sin tacha y sin mancilla, Cristo,
predestinado antes de la creación del mundo y manifestado en los
últimos tiempos a causa de vosotros" (1 P 1, 18-20). Los pecados
de los hombres, consecuencia del pecado original, están sancionados
con la muerte (cf. Rm 5, 12; 1 Co 15, 56). Al enviar a su propio Hijo en
la condición de esclavo (cf. Flp 2, 7), la de una humanidad caída
y destinada a la muerte a causa del pecado (cf. Rm 8, 3), Dios "a quien no
conoció pecado, le hizo pecado por nosotros, para que viniésemos
a ser justicia de Dios en él" (2 Co 5, 21).
603 Jesús no conoció la reprobación
como si él mismo hubiese pecado (cf. Jn 8, 46). Pero, en el amor
redentor que le unía siempre al Padre (cf. Jn 8, 29), nos asumió
desde el alejamiento con relación a Dios por nuestro pecado hasta
el punto de poder decir en nuestro nombre en la cruz: "Dios mío,
Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" (Mc 15, 34;
Sal 22,2). Al haberle hecho así solidario con nosotros, pecadores,
"Dios no perdonó ni a su propio Hijo, antes bien le entregó
por todos nosotros" (Rm 8, 32) para que fuéramos "reconciliados con
Dios por la muerte de su Hijo" (Rm 5, 10).
Dios tiene la iniciativa del amor redentor universal
604 Al entregar a
su Hijo por nuestros pecados, Dios manifiesta que su designio sobre nosotros
es un designio de amor benevolente que precede a todo mérito por
nuestra parte: "En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado
a Dios, sino en que El nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación
por nuestros pecados" (1 Jn 4, 10; cf. 4, 19). "La prueba de que Dios nos
ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió
por nosotros" (Rm 5, 8).
605 Jesús ha recordado al final de la parábola
de la oveja perdida que este amor es sin excepción: "De la misma
manera, no es voluntad de vuestro Padre celestial que se pierda uno de estos
pequeños" (Mt 18, 14). Afirma "dar su vida en rescate por muchos"
(Mt 20, 28); este último término no es restrictivo: opone
el conjunto de la humanidad a la única persona del Redentor que se
entrega para salvarla (cf. Rm 5, 18-19). La Iglesia, siguiendo a los Apóstoles
(cf. 2 Co 5, 15; 1 Jn 2, 2), enseña que Cristo ha muerto por todos
los hombres sin excepción: "no hay, ni hubo ni habrá hombre
alguno por quien no haya padecido Cristo" (Cc Quiercy en el año 853:
DS 624).
III CRISTO SE OFRECIO A SU PADRE POR NUESTROS PECADOS
Toda la vida de Cristo es ofrenda al Padre
606 El Hijo de Dios
"bajado del cielo no para hacer su voluntad sino la del Padre que le ha
enviado" (Jn 6, 38), "al entrar en este mundo, dice: ... He aquí
que vengo ... para hacer, oh Dios, tu voluntad ... En virtud de esta voluntad
somos santificados, merced a la oblación de una vez para siempre
del cuerpo de Jesucristo" (Hb 10, 5-10). Desde el primer instante de su
Encarnación el Hijo acepta el designio divino de salvación
en su misión redentora: "Mi alimento es hacer la voluntad del que
me ha enviado y llevar a cabo su obra" (Jn 4, 34). El sacrificio de Jesús
"por los pecados del mundo entero" (1 Jn 2, 2), es la expresión de
su comunión de amor con el Padre: "El Padre me ama porque doy mi vida"
(Jn 10, 17). "El mundo ha de saber que amo al Padre y que obro según
el Padre me ha ordenado" (Jn 14, 31).
607 Este deseo de aceptar el designio de amor redentor
de su Padre anima toda la vida de Jesús (cf. Lc 12,50; 22, 15; Mt
16, 21-23) porque su Pasión redentora es la razón de ser de
su Encarnación: "¡Padre líbrame de esta hora! Pero ¡si
he llegado a esta hora para esto!" (Jn 12, 27). "El cáliz que me
ha dado el Padre ¿no lo voy a beber?" (Jn 18, 11). Y todavía
en la cruz antes de que "todo esté cumplido" (Jn 19, 30), dice: "Tengo
sed" (Jn 19, 28).
"El cordero que quita el pecado del mundo"
608 Juan Bautista,
después de haber aceptado bautizarle en compañía de
los pecadores (cf. Lc 3, 21; Mt 3, 14-15), vio y señaló a
Jesús como el "Cordero de Dios que quita los pecados del mundo" (Jn
1, 29; cf. Jn 1, 36). Manifestó así que Jesús es a
la vez el Siervo doliente que se deja llevar en silencio al matadero (Is
53, 7; cf. Jr 11, 19) y carga con el pecado de las multitudes (cf. Is 53,
12) y el cordero pascual símbolo de la Redención de Israel
cuando celebró la primera Pascua (Ex 12, 3-14;cf. Jn 19, 36; 1 Co
5, 7). Toda la vida de Cristo expresa su misión: "Servir y dar su
vida en rescate por muchos" (Mc 10, 45).
Jesús acepta libremente el amor redentor del
Padre
609 Jesús,
al aceptar en su corazón humano el amor del Padre hacia los hombres,
"los amó hasta el extremo" (Jn 13, 1) porque "Nadie tiene mayor amor
que el que da su vida por sus amigos" (Jn 15, 13). Tanto en el sufrimiento
como en la muerte, su humanidad se hizo el instrumento libre y perfecto
de su amor divino que quiere la salvación de los hombres (cf. Hb
2, 10. 17-18; 4, 15; 5, 7-9). En efecto, aceptó libremente su pasión
y su muerte por amor a su Padre y a los hombres que el Padre quiere salvar:
"Nadie me quita la vida; yo la doy voluntariamente" (Jn 10, 18). De aquí
la soberana libertad del Hijo de Dios cuando él mismo se encamina
hacia la muerte (cf. Jn 18, 4-6; Mt 26, 53).
Jesús anticipó en la cena la ofrenda libre
de su vida
610 Jesús expresó
de forma suprema la ofrenda libre de sí mismo en la cena tomada con
los Doce Apóstoles (cf Mt 26, 20), en "la noche en que fue entregado"(1
Co 11, 23). En la víspera de su Pasión, estando todavía
libre, Jesús hizo de esta última Cena con sus apóstoles
el memorial de su ofrenda voluntaria al Padre (cf. 1 Co 5, 7), por la salvación
de los hombres: "Este es mi Cuerpo que va a ser entregado por vosotros"
(Lc 22, 19). "Esta es mi sangre de la Alianza que va a ser derramada por
muchos para remisión de los pecados" (Mt 26, 28).
611 La Eucaristía que instituyó en este
momento será el "memorial" (1 Co 11, 25) de su sacrificio. Jesús
incluye a los apóstoles en su propia ofrenda y les manda perpetuarla
(cf. Lc 22, 19). Así Jesús instituye a sus apóstoles
sacerdotes de la Nueva Alianza: "Por ellos me consagro a mí mismo para
que ellos sean también consagrados en la verdad" (Jn 17, 19; cf. Cc
Trento: DS 1752, 1764).
La agonía de Getsemaní
612 El cáliz
de la Nueva Alianza que Jesús anticipó en la Cena al ofrecerse
a sí mismo (cf. Lc 22, 20), lo acepta a continuación de manos
del Padre en su agonía de Getsemaní (cf. Mt 26, 42) haciéndose
"obediente hasta la muerte" (Flp 2, 8; cf. Hb 5, 7-8). Jesús ora:
"Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz
.." (Mt 26, 39). Expresa así el horror que representa la muerte para
su naturaleza humana. Esta, en efecto, como la nuestra, está destinada
a la vida eterna; además, a diferencia de la nuestra, está
perfectamente exenta de pecado (cf. Hb 4, 15) que es la causa de la muerte
(cf. Rm 5, 12); pero sobre todo está asumida por la persona divina
del "Príncipe de la Vida" (Hch 3, 15), de "el que vive" (Ap 1, 18;
cf. Jn 1, 4; 5, 26). Al aceptar en su voluntad humana que se haga la voluntad
del Padre (cf. Mt 26, 42), acepta su muerte como redentora para "llevar nuestras
faltas en su cuerpo sobre el madero" (1 P 2, 24).
La muerte de Cristo es el sacrificio único y
definitivo
613 La muerte de Cristo
es a la vez el sacrificio pascual que lleva a cabo la redención definitiva
de los hombres (cf. 1 Co 5, 7; Jn 8, 34-36) por medio del "cordero que quita
el pecado del mundo" (Jn 1, 29; cf. 1 P 1, 19) y el sacrificio de la Nueva
Alianza (cf. 1 Co 11, 25) que devuelve al hombre a la comunión con
Dios (cf. Ex 24, 8) reconciliándole con El por "la sangre derramada
por muchos para remisión de los pecados" (Mt 26, 28;cf. Lv 16, 15-16).
614 Este sacrificio de Cristo es único, da plenitud
y sobrepasa a todos los sacrificios (cf. Hb 10, 10). Ante todo es un don
del mismo Dios Padre: es el Padre quien entrega al Hijo para reconciliarnos
con él (cf. Jn 4, 10). Al mismo tiempo es ofrenda del Hijo de Dios
hecho hombre que, libremente y por amor (cf. Jn 15, 13), ofrece su vida (cf.
Jn 10, 17-18) a su Padre por medio del Espíritu Santo (cf. Hb 9, 14),
para reparar nuestra desobediencia.
Jesús reemplaza nuestra desobediencia por su
obediencia
615 "Como por la desobediencia
de un solo hombre, todos fueron constituidos pecadores, así también
por la obediencia de uno solo todos serán constituidos justos" (Rm
5, 19). Por su obediencia hasta la muerte, Jesús llevó a cabo
la sustitución del Siervo doliente que "se dio a sí mismo
en expiación", "cuando llevó el pecado de muchos", a quienes
"justificará y cuyas culpas soportará" (Is 53, 10-12). Jesús
repara por nuestras faltas y satisface al Padre por nuestros pecados (cf.
Cc de Trento: DS 1529).
En la cruz, Jesús consuma su sacrificio
616 El "amor hasta
el extremo"(Jn 13, 1) es el que confiere su valor de redención y de
reparación, de expiación y de satisfacción al sacrificio
de Cristo. Nos ha conocido y amado a todos en la ofrenda de su vida (cf.
Ga 2, 20; Ef 5, 2. 25). "El amor de Cristo nos apremia al pensar que, si
uno murió por todos, todos por tanto murieron" (2 Co 5, 14). Ningún
hombre aunque fuese el más santo estaba en condiciones de tomar sobre
sí los pecados de todos los hombres y ofrecerse en sacrificio por
todos. La existencia en Cristo de la persona divina del Hijo, que al mismo
tiempo sobrepasa y abraza a todas las personas humanas, y que le constituye
Cabeza de toda la humanidad, hace posible su sacrificio redentor por todos.
617 "Sua sanctissima passione in ligno crucis nobis justif
icationem meruit" ("Por su sacratísima pasión en el madero
de la cruz nos mereció la justificación")enseña el Concilio
de Trento (DS 1529) subrayando el carácter único del sacrificio
de Cristo como "causa de salvación eterna" (Hb 5, 9). Y la Iglesia
venera la Cruz cantando: "O crux, ave, spes unica" ("Salve, oh cruz, única
esperanza", himno "Vexilla Regis").
Nuestra participación en el sacrificio de Cristo
618 La Cruz es el
único sacrificio de Cristo "único mediador entre Dios y los
hombres" (1 Tm 2, 5). Pero, porque en su Persona divina encarnada, "se ha
unido en cierto modo con todo hombre" (GS 22, 2), él "ofrece a todos
la posibilidad de que, en la forma de Dios sólo conocida, se asocien
a este misterio pascual" (GS 22, 5). El llama a sus discípulos a
"tomar su cruz y a seguirle" (Mt 16, 24) porque él "sufrió
por nosotros dejándonos ejemplo para que sigamos sus huellas" (1
P 2, 21). El quiere en efecto asociar a su sacrificio redentor a aquéllos
mismos que son sus primeros beneficiarios(cf. Mc 10, 39; Jn 21, 18-19; Col
1, 24). Eso lo realiza en forma excelsa en su Madre, asociada más
íntimamente que nadie al misterio de su sufrimiento redentor (cf.
Lc 2, 35):
Fuera de la Cruz no hay otra escala
por donde subir al cielo
(Sta. Rosa de Lima, vida)
RESUMEN
619 "Cristo murió por nuestros pecados según
las Escrituras"(1 Co 15, 3).
620 Nuestra salvación
procede de la iniciativa del amor de Dios hacia nosotros porque "El nos
amó y nos envió a su Hijo como propiciación por
nuestros pecados" (1 Jn 4, 10). "En Cristo estaba Dios reconciliando
al mundo consigo" (2 Co 5, 19).
621 Jesús se ofreció libremente por nuestra
salvación. Este don lo significa y lo realiza por anticipado durante
la última cena: "Este es mi cuerpo que va a ser entregado por
vosotros" (Lc 22, 19).
622 La redención de Cristo consiste en que él
"ha venido a dar su vida como rescate por muchos" (Mt 20, 28), es
decir "a amar a los suyos hasta el extremo" (Jn 13, 1) para que ellos fuesen
"rescatados de la conducta necia heredada de sus padres" (1 P 1, 18).
623 Por su obediencia amorosa a su Padre, "hasta la muerte
de cruz" (Flp 2, 8) Jesús cumplió la misión expiatoria
(cf. Is 53, 10) del Siervo doliente que "justifica a muchos cargando
con las culpas de ellos". (Is 53, 11; cf. Rm 5, 19).
Párrafo 3 JESUCRISTO FUE SEPULTADO
624 "Por la gracia
de Dios, gustó la muerte para bien de todos" (Hb 2, 9). En su designio
de salvación, Dios dispuso que su Hijo no solamente "muriese por
nuestros pecados" (1 Co 15, 3) sino también que "gustase la muerte",
es decir, que conociera el estado de muerte, el estado de separación
entre su alma y su cuerpo, durante el tiempo comprendido entre el momento
en que él expiró en la Cruz y el momento en que resucitó
. Este estado de Cristo muerto es el misterio del sepulcro y del descenso
a los infiernos. Es el misterio del Sábado Santo en el que Cristo
depositado en la tumba (cf. Jn 19, 42) manifiesta el gran reposo sabático
de Dios (cf. Hb 4, 4-9) después de realizar (cf. Jn 19, 30) la salvación
de los hombres, que establece en la paz el universo entero (cf. Col 1, 18-20).
El cuerpo de Cristo en el sepulcro
625 La permanencia
de Cristo en el sepulcro constituye el vínculo real entre el estado
pasible de Cristo antes de Pascua y su actual estado glorioso de resucitado.
Es la misma persona de "El que vive" que puede decir: "estuve muerto, pero
ahora estoy vivo por los siglos de los siglos" (Ap 1, 18):
Dios [el Hijo] no impidió a la muerte separar
el alma del cuerpo, según el orden necesario de la natur aleza pero
los reunió de nuevo, uno con otro, por medio de la Resurrección,
a fin de ser El mismo en persona el punto de encuentro de la muerte y de
la vida deteniendo en él la descomposición de la naturaleza
que produce la muerte y resultando él mismo el principio de reunión
de las partes separadas (S. Gregorio Niceno, or. catech. 16).
626 Ya que el "Príncipe de la vida que fue llevado
a la muerte" (Hch 3,15) es al mismo tiempo "el Viviente que ha resucitado"
(Lc 24, 5-6), era necesario que la persona divina del Hijo de Dios haya
continuado asumiendo su alma y su cuerpo separados entre sí por la
muerte:
Por el hecho de que en la muerte de Cristo el alma haya
sido separada de la carne, la persona única no se encontró
dividida en dos personas; porque el cuerpo y el alma de Cristo existieron
por la misma razón desde el principio en la persona del Verbo; y en
la muerte, aunque separados el uno de la otra, permanecieron cada cual con
la misma y única persona del Verbo (S. Juan Damasceno, f.o. 3, 27).
"No dejarás que tu santo vea la corrupción"
627 La muerte de Cristo
fue una verdadera muerte en cuanto que puso fin a su existencia humana terrena.
Pero a causa de la unión que la Persona del Hijo conservó
con su cuerpo, éste no fue un despojo mortal como los demás
porque "no era posible que la muerte lo dominase" (Hch 2, 24) y por eso
de Cristo se puede decir a la vez: "Fue arrancado de la tierra de los vivos"
(Is 53, 8); y: "mi carne reposará en la esperanza de que no abandonarás
mi alma en el Hades ni permitirás que tu santo experimente la corrupción"
(Hch 2,26-27; cf.Sal 16, 9-10). La Resurrección de Jesús "al
tercer día" (1Co 15, 4; Lc 24, 46; cf. Mt 12, 40; Jon 2, 1; Os 6,
2) era el signo de ello, también porque se suponía que la corrupción
se manifestaba a partir del cuarto día (cf. Jn 11, 39).
"Sepultados con Cristo ... "
628 El Bautismo, cuyo
signo original y pleno es la inmersión, significa eficazmente la
bajada del cristiano al sepulcro muriendo al pecado con Cristo para una
nueva vida: "Fuimos, pues, con él sepultados por el bautismo en la
muerte, a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos
por medio de la gloria del Padre, así también nosotros vivamos
una vida nueva" (Rm 6,4; cf Col 2, 12; Ef 5, 26).
RESUMEN
629 Jesús gustó
la muerte para bien de todos (cf. Hb 2, 9). Es verdaderamente el Hijo de
Dios hecho hombre que murió y fue sepultado.
630 Durante el tiempo que Cristo permaneció en
el sepulcro su Persona divina continuó asumiendo tanto su alma como
su cuerpo, separados sin embargo entre sí por causa de la muerte. Por
eso el cuerpo muerto de Cristo "no conoció la corrupción" (Hch
13,37).
Artículo 5 "JESUCRISTO DESCENDIO
A LOS INFIERNOS, AL TERCER DIA RESUCITO DE ENTRE LOS MUERTOS"
631 "Jesús
bajó a las regiones inferiores de la tierra. Este que bajó
es el mismo que subió" (Ef 4, 9-10). El Símbolo de los Apóstoles
confiesa en un mismo artículo de fe el descenso de Cristo a los infiernos
y su Resurrección de los muertos al tercer día, porque es
en su Pascua donde, desde el fondo de la muerte, él hace brotar la
vida:
Christus, filius tuus,
qui, regressus ab inferis,
humano generi serenus illuxit,
et vivit et regnat in saecula saeculorum.
Amen.
(Es Cristo, tu Hijo resucitado,
que, al salir del sepulcro,
brilla sereno para el linaje humano,
y vive y reina glorioso por los siglos
de los siglos.Amén).
(MR, Vigilia pascual 18: Exultet)
Párrafo 1 CRISTO DESCENDIO A LOS INFIERNOS
632 Las frecuentes
afirmaciones del Nuevo Testamento según las cuales Jesús "resucitó
de entre los muertos" (Hch 3, 15; Rm 8, 11; 1 Co 15, 20) presuponen que,
antes de la resurrección, permaneció en la morada de los muertos
(cf. Hb 13, 20). Es el primer sentido que dio la predicación apostólica
al descenso de Jesús a los infiernos; Jesús conoció
la muerte como todos los hombres y se reunió con ellos en la morada
de los muertos. Pero ha descendido como Salvador proclamando la buena nueva
a los espíritus que estaban allí detenidos (cf. 1 P 3,18-19).
633 La Escritura llama infiernos, sheol, o hades (cf.
Flp 2, 10; Hch 2, 24; Ap 1, 18; Ef 4, 9) a la morada de los muertos donde
bajó Cristo después de muerto, porque los que se encontraban
allí estaban privados de la visión de Dios (cf. Sal 6, 6; 88,
11-13). Tal era, en efecto, a la espera del Redentor, el estado de todos los
muertos, malos o justos (cf. Sal 89, 49;1 S 28, 19; Ez 32, 17-32), lo que
no quiere decir que su suerte sea idéntica como lo enseña Jesús
en la parábola del pobre Lázaro recibido en el "seno de Abraham"
(cf. Lc 16, 22-26). "Son precisamente estas almas santas, que esperaban a
su Libertador en el seno de Abraham, a las que Jesucristo liberó cuando
descendió a los infiernos" (Catech. R. 1, 6, 3). Jesús no bajó
a los infiernos para liberar allí a los condenados (cf. Cc. de Roma
del año 745; DS 587) ni para destruir el infierno de la condenación
(cf. DS 1011; 1077) sino para liberar a los justos que le habían precedido
(cf. Cc de Toledo IV en el año 625; DS 485; cf. también Mt
27, 52-53).
634 "Hasta a los muertos ha sido anunciada la Buena Nueva
..." (1 P 4, 6). El descenso a los infiernos es el pleno cumplimiento del
anuncio evangélico de la salvación. Es la última fase
de la misión mesiánica de Jesús, fase condensada en
el tiempo pero inmensamente amplia en su significado real de extensión
de la obra redentora a todos los hombres de todos los tiempos y de todos
los lugares porque todos los que se salvan se hacen partícipes de
la Redención.
635 Cristo, por tanto, bajó a la profundidad de
la muerte (cf. Mt 12, 40; Rm 10, 7; Ef 4, 9) para "que los muertos
oigan la voz del Hijo de Dios y los que la oigan vivan" (Jn 5, 25). Jesús,
"el Príncipe de la vida" (Hch 3, 15) aniquiló "mediante la
muerte al señor de la muerte, es decir, al Diablo y libertó
a cuantos, por temor a la muerte, estaban de por vida sometidos a esclavitud
"(Hb 2, 14-15). En adelante, Cristo resucitado "tiene las llaves de la muerte
y del Hades" (Ap 1, 18) y "al nombre de Jesús toda rodilla se doble
en el cielo, en la tierra y en los abismos" (Flp 2, 10).
Un gran silencio reina hoy en la tierra, un gran silencio
y una gran soledad. Un gran silencio porque el Rey duerme. La tierra ha
temblado y se ha calmado porque Dios se ha dormido en la carne y ha ido
a despertar a los que dormían desde hacía siglos ... Va a
buscar a Adán, nuestro primer Padre, la oveja perdida. Quiere ir
a visitar a todos los que se encuentran en las tinieblas y a la sombra
de la muerte. Va para liberar de sus dolores a Adán encadenado y
a Eva, cautiva con él, El que es al mismo tiempo su Dios y su Hijo...'Yo
soy tu Dios y por tu causa he sido hecho tu Hijo. Levántate, tú
que dormías porque no te he creado para que permanezcas aquí
encadenado en el infierno. Levántate de entre los muertos, yo soy
la vida de los muertos (Antigua homilía para el Sábado Santo).
RESUMEN
636 En la expresión
"Jesús descendió a los infiernos", el símbolo confiesa
que Jesús murió realmente, y que, por su muerte en favor
nuestro, ha vencido a la muerte y al Diablo "Señor de la muerte"
(Hb 2, 14).
637 Cristo muerto, en su alma unida a su persona divina,
descendió a la morada de los muertos. Abrió las puertas del
cielo a los justos que le habían precedido.
Párrafo 2 AL TERCER DIA RESUCITO DE ENTRE LOS
MUERTOS
638 "Os anunciamos
la Buena Nueva de que la Promesa hecha a los padres Dios la ha cumplido en
nosotros, los hijos, al resucitar a Jesús (Hch 13, 32-33). La Resurrección
de Jesús es la verdad culminante de nuestra fe en Cristo, creída
y vivida por la primera comunidad cristiana como verdad central, transmitida
como fundamental por la Tradición, establecida en los documentos del
Nuevo Testamento, predicada como parte esencial del Misterio Pascual al mismo
tiempo que la Cruz:
Cristo resucitó de entre los
muertos.
Con su muerte venció a la
muerte.
A los muertos ha dado la vida.
(Liturgia bizantina,
Tropario de Pascua)
I EL ACONTECIMIENTO HISTORICO Y TRANSCENDENTE
639 El misterio de
la resurrección de Cristo es un acontecimiento real que tuvo manifestaciones
históricamente comprobadas como lo atestigua el Nuevo Testamento.
Ya San Pablo, hacia el año 56, puede escribir a los Corintios: "Porque
os transmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí: que
Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que
fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las
Escrituras; que se apareció a Cefas y luego a los Doce: "(1 Co 15,
3-4). El Apóstol habla aquí de la tradición viva de
la Resurrección que recibió después de su conversión
a las puertas de Damasco (cf. Hch 9, 3-18).
El sepulcro vacío
640 "¿Por qué
buscar entre los muertos al que vive? No está aquí, ha resucitado"
(Lc 24, 5-6). En el marco de los acontecimientos de Pascua, el primer elemento
que se encuentra es el sepulcro vacío. No es en sí una prueba
directa. La ausencia del cuerpo de Cristo en el sepulcro podría explicarse
de otro modo (cf. Jn 20,13; Mt 28, 11-15). A pesar de eso, el sepulcro vacío
ha constituido para todos un signo esencial. Su descubrimiento por los discípulos
fue el primer paso para el reconocimiento del hecho de la Resurrección.
Es el caso, en primer lugar, de las santas mujeres (cf. Lc 24, 3. 22- 23),
después de Pedro (cf. Lc 24, 12). "El discípulo que Jesús
amaba" (Jn 20, 2) afirma que, al entrar en el sepulcro vacío y al
descubrir "las vendas en el suelo"(Jn 20, 6) "vio y creyó" (Jn 20,
8). Eso supone que constató en el estado del sepulcro vacío
(cf.Jn 20, 5-7) que la ausencia del cuerpo de Jesús no había
podido ser obra humana y que Jesús no había vuelto simplemente
a una vida terrenal como había sido el caso de Lázaro (cf.
Jn 11, 44).
Las apariciones del Resucitado
641 María Magdalena
y las santas mujeres, que venían de embalsamar el cuerpo de Jesús
(cf. Mc 16,1; Lc 24, 1) enterrado a prisa en la tarde del Viernes Santo
por la llegada del Sábado (cf. Jn 19, 31. 42) fueron las primeras
en encontrar al Resucitado (cf. Mt 28, 9-10;Jn 20, 11-18).Así las
mujeres fueron las primeras mensajeras de la Resurrección de Cristo
para los propios Apóstoles (cf. Lc 24, 9-10). Jesús se apareció
en seguida a ellos, primero a Pedro, después a los Doce (cf. 1 Co
15, 5). Pedro, llamado a confirmar en la fe a sus hermanos (cf. Lc 22, 31-32),
ve por tanto al Resucitado antes que los demás y sobre su testimonio
es sobre el que la comunidad exclama: "¡Es verdad! ¡El Señor
ha resucitado y se ha aparecido a Simón!" (Lc 24, 34).
642 Todo lo que sucedió en estas jornadas pascuales
compromete a cada uno de los Apóstoles - y a Pedro en particular
- en la construcción de la era nueva que comenzó en
la mañana de Pascua. Como testigos del Resucitado, los apóstoles
son las piedras de fundación de su Iglesia. La fe de la primera
comunidad de creyentes se funda en el testimonio de hombres concretos,
conocidos de los cristianos y, para la mayoría, viviendo entre ellos
todavía. Estos "testigos de la Resurrección de Cristo" (cf.
Hch 1, 22) son ante todo Pedro y los Doce, pero no solamente ellos: Pablo
habla claramente de más de quinientas personas a las que se apareció
Jesús en una sola vez, además de Santiago y de todos los apóstoles
(cf. 1 Co 15, 4-8).
643 Ante estos testimonios es imposible interpretar la
Resurrección de Cristo fuera del orden físico, y no reconocerlo
como un hecho histórico. Sabemos por los hechos que la fe de los
discípulos fue sometida a la prueba radical de la pasión y
de la muerte en cruz de su Maestro, anunciada por él de antemano(cf.
Lc 22, 31-32). La sacudida provocada por la pasión fue tan grande
que los discípulos (por lo menos, algunos de ellos) no creyeron tan
pronto en la noticia de la resurrección. Los evangelios, lejos de
mostrarnos una comunidad arrobada por una exaltación mística,
los evangelios nos presentan a los discípulos abatidos ("la cara sombría":
Lc 24, 17) y asustados (cf. Jn 20, 19). Por eso no creyeron a las santas
mujeres que regresaban del sepulcro y "sus palabras les parecían como
desatinos" (Lc 24, 11; cf. Mc 16, 11. 13). Cuando Jesús se manifiesta
a los once en la tarde de Pascua "les echó en cara su incredulidad
y su dureza de cabeza por no haber creído a quienes le habían
visto resucitado" (Mc 16, 14).
644 Tan imposible les parece la cosa que, incluso puestos
ante la realidad de Jesús resucitado, los discípulos dudan
todavía (cf. Lc 24, 38): creen ver un espíritu (cf. Lc 24,
39). "No acaban de creerlo a causa de la alegría y estaban asombrados"
(Lc 24, 41). Tomás conocerá la misma prueba de la duda (cf.
Jn 20, 24-27) y, en su última aparición en Galilea referida
por Mateo, "algunos sin embargo dudaron" (Mt 28, 17). Por esto la hipótesis
según la cual la resurrección habría sido un "producto"
de la fe (o de la credulidad) de los apóstoles no tiene consistencia.
Muy al contrario, su fe en la Resurrección nació - bajo la
acción de la gracia divina- de la experiencia directa de la realidad
de Jesús resucitado.
El estado de la humanidad resucitada de Cristo
645 Jesús resucitado
establece con sus discípulos relaciones directas mediante el tacto
(cf. Lc 24, 39; Jn 20, 27) y el compartir la comida (cf. Lc
24, 30. 41-43; Jn 21, 9. 13-15). Les invita así a reconocer que él
no es un espíritu (cf. Lc 24, 39) pero sobre todo a que comprueben
que el cuerpo resucitado con el que se presenta ante ellos es el mismo que
ha sido martirizado y crucificado ya que sigue llevando las huellas de su
pasión (cf Lc 24, 40; Jn 20, 20. 27). Este cuerpo auténtico
y real posee sin embargo al mismo tiempo las propiedades nuevas de un cuerpo
glorioso: no está situado en el espacio ni en el tiempo, pero puede
hacerse presente a su voluntad donde quiere y cuando quiere (cf. Mt 28,
9. 16-17; Lc 24, 15. 36; Jn 20, 14. 19. 26; 21, 4) porque su humanidad ya
no puede ser retenida en la tierra y no pertenece ya más que al dominio
divino del Padre (cf. Jn 20, 17). Por esta razón también Jesús
resucitado es soberanamente libre de aparecer como quiere: bajo la apariencia
de un jardinero (cf. Jn 20, 14-15) o "bajo otra figura" (Mc 16, 12) distinta
de la que les era familiar a los discípulos, y eso para suscitar
su fe (cf. Jn 20, 14. 16; 21, 4. 7).
646 La Resurrección de Cristo no fue un retorno
a la vida terrena como en el caso de las resurrecciones que él había
realizado antes de Pascua: la hija de Jairo, el joven de Naim, Lázaro.
Estos hechos eran acontecimientos milagrosos, pero las personas afectadas
por el milagro volvían a tener, por el poder de Jesús, una
vida terrena "ordinaria". En cierto momento, volverán a morir. La
resurrección de Cristo es esencialmente diferente. En su cuerpo resucitado,
pasa del estado de muerte a otra vida más allá del tiempo y
del espacio. En la Resurrección, el cuerpo de Jesús se llena
del poder del Espíritu Santo; participa de la vida divina en el estado
de su gloria, tanto que San Pablo puede decir de Cristo que es "el hombre
celestial" (cf. 1 Co 15, 35-50).
La resurrección como acontecimiento transcendente
647 "¡Qué
noche tan dichosa, canta el 'Exultet' de Pascua, sólo ella conoció
el momento en que Cristo resucitó de entre los muertos!". En efecto,
nadie fue testigo ocular del acontecimiento mismo de la Resurrección
y ningún evangelista lo describe. Nadie puede decir cómo sucedió
físicamente. Menos aún, su esencia más íntima,
el paso a otra vida, fue perceptible a los sentidos. Acontecimiento histórico
demostrable por la señal del sepulcro vacío y por la realidad
de los encuentros de los apóstoles con Cristo resucitado, no por
ello la Resurrección pertenece menos al centro del Misterio de la
fe en aquello que transciende y sobrepasa a la historia. Por eso, Cristo
resucitado no se manifiesta al mundo (cf. Jn 14, 22) sino a sus discípulos,
"a los que habían subido con él desde Galilea a Jerusalén
y que ahora son testigos suyos ante el pueblo" (Hch 13, 31).
II LA RESURRECCION OBRA DE LA SANTISIMA TRINIDAD
648 La Resurrección
de Cristo es objeto de fe en cuanto es una intervención transcendente
de Dios mismo en la creación y en la historia. En ella, las tres
personas divinas actúan juntas a la vez y manifiestan su propia originalidad.
Se realiza por el poder del Padre que "ha resucitado" (cf. Hch 2, 24) a Cristo,
su Hijo, y de este modo ha introducido de manera perfecta su humanidad -
con su cuerpo - en la Trinidad. Jesús se revela definitivamente "Hijo
de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por su resurrección
de entre los muertos" (Rm 1, 3-4). San Pablo insiste en la manifestación
del poder de Dios (cf. Rm 6, 4; 2 Co 13, 4; Flp 3, 10; Ef 1, 19-22; Hb 7,
16) por la acción del Espíritu que ha vivificado la humanidad
muerta de Jesús y la ha llamado al estado glorioso de Señor.
649 En cuanto al Hijo, él realiza su propia Resurrección
en virtud de su poder divino. Jesús anuncia que el Hijo del hombre
deberá sufrir mucho, morir y luego resucitar (sentido activo del
término) (cf. Mc 8, 31; 9, 9-31; 10, 34). Por otra parte, él
afirma explícitamente: "doy mi vida, para recobrarla de nuevo ...
Tengo poder para darla y poder para recobrarla de nuevo" (Jn 10, 17-18).
"Creemos que Jesús murió y resucitó" (1 Te 4, 14).
650 Los Padres contemplan la Resurrección a partir
de la persona divina de Cristo que permaneció unida a su alma y a
su cuerpo separados entre sí por la muerte: "Por la unidad de la naturaleza
divina que permanece presente en cada una de las dos partes del hombre,
éstas se unen de nuevo. Así la muerte se produce por la separación
del compuesto humano, y la Resurrección por la unión de las
dos partes separadas" (San Gregorio Niceno, res. 1; cf.también DS
325; 359; 369; 539).
III SENTIDO Y ALCANCE SALVIFICO DE LA RESURRECCION
651 "Si no resucitó
Cristo, vana es nuestra predicación, vana también vuestra
fe"(1 Co 15, 14). La Resurrección constituye ante todo la confirmación
de todo lo que Cristo hizo y enseñó. Todas las verdades, incluso
las más inaccesibles al espíritu humano, encuentran su justificación
si Cristo, al resucitar, ha dado la prueba definitiva de su autoridad divina
según lo había prometido.
652 La Resurrección de Cristo es cumplimiento
de las promesas del Antiguo Testamento (cf. Lc 24, 26-27. 44-48) y del mismo
Jesús durante su vida terrenal (cf. Mt 28, 6; Mc 16, 7; Lc 24, 6-7).
La expresión "según las Escrituras" (cf. 1 Co 15, 3-4 y el
Símbolo nicenoconstantinopolitano) indica que la Resurrección
de Cristo cumplió estas predicciones.
653 La verdad de la divinidad de Jesús es confirmada
por su Resurrección. El había dicho: "Cuando hayáis
levantado al Hijo del hombre, entonces sabréis que Yo Soy" (Jn 8,
28). La Resurrección del Crucificado demostró que verdaderamente,
él era "Yo Soy", el Hijo de Dios y Dios mismo. San Pablo pudo decir
a los Judíos: "La Promesa hecha a los padres Dios la ha cumplido en
nosotros ... al resucitar a Jesús, como está escrito en el
salmo primero: 'Hijo mío eres tú; yo te he engendrado hoy"
(Hch 13, 32-33; cf. Sal 2, 7). La Resurrección de Cristo está
estrechamente unida al misterio de la Encarnación del Hijo de Dios:
es su plenitud según el designio eterno de Dios.
654 Hay un doble aspecto en el misterio Pascual: por
su muerte nos libera del pecado, por su Resurrección nos abre el
acceso a una nueva vida. Esta es, en primer lugar, la justificación
que nos devuelve a la gracia de Dios (cf. Rm 4, 25) "a fin de que, al igual
que Cristo fue resucitado de entre los muertos ... así también
nosotros vivamos una nueva vida" (Rm 6, 4). Consiste en la victoria sobre
la muerte y el pecado y en la nueva participación en la gracia (cf.
Ef 2, 4-5; 1 P 1, 3). Realiza la adopción filial porque los hombres
se convierten en hermanos de Cristo, como Jesús mismo llama a sus
discípulos después de su Resurrección: "Id, avisad
a mis hermanos" (Mt 28, 10; Jn 20, 17). Hermanos no por naturaleza, sino
por don de la gracia, porque esta filiación adoptiva confiere una
participación real en la vida del Hijo único, la que ha revelado
plenamente en su Resurrección.
655 Por último, la Resurrección de Cristo
- y el propio Cristo resucitado - es principio y fuente de nuestra resurrección
futura: "Cristo resucitó de entre los muertos como primicias de los
que durmieron ... del mismo modo que en Adán mueren todos, así
también todos revivirán en Cristo" (1 Co 15, 20-22). En la
espera de que esto se realice, Cristo resucitado vive en el corazón
de sus fieles. En El los cristianos "saborean los prodigios del mundo futuro"
(Hb 6,5) y su vida es arrastrada por Cristo al seno de la vida divina (cf.
Col 3, 1-3) para que ya no vivan para sí los que viven, sino para
aquél que murió y resucitó por ellos" (2 Co 5, 15).
RESUMEN
656 La fe en la Resurrección
tiene por objeto un acontecimiento a la vez históricamente atestiguado
por los discípulos que se encontraron realmente con el Resucitado,
y misteriosamente transcendente en cuanto entrada de la humanidad de Cristo
en la gloria de Dios.
657 El sepulcro vacío y las vendas en el suelo
significan por sí mismas que el cuerpo de Cristo ha escapado por el
poder de Dios de las ataduras de la muerte y de la corrupción . Preparan
a los discípulos para su encuentro con el Resucitado.
658 Cristo, "el primogénito de entre los muertos"
(Col 1, 18), es el principio de nuestra propia resurrección,
ya desde ahora por la justificación de nuestra alma (cf. Rm 6, 4),
más tarde por la vivificación de nuestro cuerpo (cf. Rm 8,
11).
Artículo 6 “JESUCRISTO SUBIO
A LOS CIELOS,
Y ESTA SENTADO
A LA DERECHA
DE DIOS, PADRE
TODOPODEROSO”
659 "Con esto, el
Señor Jesús, después de hablarles, fue elevado
al Cielo y se sentó a la diestra de Dios" (Mc 16, 19). El Cuerpo
de Cristo fue glorificado desde el instante de su Resurrección como
lo prueban las propiedades nuevas y sobrenaturales, de las que desde entonces
su cuerpo disfruta para siempre (cf.Lc 24, 31; Jn 20, 19. 26). Pero durante
los cuarenta días en los que él come y bebe familiarmente
con sus discípulos (cf. Hch 10, 41) y les instruye sobre el Reino
(cf. Hch 1, 3), su gloria aún queda velada bajo los rasgos de una
humanidad ordinaria (cf. Mc 16,12; Lc 24, 15; Jn 20, 14-15; 21, 4). La última
aparición de Jesús termina con la entrada irreversible de
su humanidad en la gloria divina simbolizada por la nube (cf. Hch 1, 9;
cf. también Lc 9, 34-35; Ex 13, 22) y por el cielo (cf. Lc 24, 51)
donde él se sienta para siempre a la derecha de Dios (cf. Mc 16,
19; Hch 2, 33; 7, 56; cf. también Sal 110, 1). Sólo de manera
completamente excepcional y única, se muestra a Pablo "como un abortivo"
(1 Co 15, 8) en una última aparición que constituye a éste
en apóstol (cf. 1 Co 9, 1; Ga 1, 16).
660 El carácter velado de la gloria del Resucitado
durante este tiempo se transparenta en sus palabras misteriosas a María
Magdalena: "Todavía no he subido al Padre. Vete donde los hermanos
y diles: Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios" (Jn
20, 17). Esto indica una diferencia de manifestación entre la gloria
de Cristo resucitado y la de Cristo exaltado a la derecha del Padre. El
acontecimiento a la vez histórico y transcendente de la Ascensión
marca la transición de una a otra.
661 Esta última etapa permanece estrechamente
unida a la primera es decir, a la bajada desde el cielo realizada en la
Encarnación. Solo el que "salió del Padre" puede "volver al
Padre": Cristo (cf. Jn 16,28). "Nadie ha subido al cielo sino el que bajó
del cielo, el Hijo del hombre" (Jn 3, 13; cf, Ef 4, 8-10). Dejada a sus
fuerzas naturales, la humanidad no tiene acceso a la "Casa del Padre" (Jn
14, 2), a la vida y a la felicidad de Dios. Solo Cristo ha podido abrir este
acceso al hombre, "ha querido precedernos como cabeza nuestra para que nosotros,
miembros de su Cuerpo, vivamos con la ardiente esperanza de seguirlo en
su Reino" (MR, Prefacio de la Ascensión).
662 "Cuando yo sea levantado de la tierra, atraeré
a todos hacia mí"(Jn 12, 32). La elevación en la Cruz significa
y anuncia la elevación en la Ascensión al cielo. Es su comienzo.
Jesucristo, el único Sacerdote de la Alianza nueva y eterna, no "penetró
en un Santuario hecho por mano de hombre, ... sino en el mismo cielo, para
presentarse ahora ante el acatamiento de Dios en favor nuestro" (Hb 9, 24).
En el cielo, Cristo ejerce permanentemente su sacerdocio. "De ahí
que pueda salvar perfectamente a los que por él se llegan a Dios,
ya que está siempre vivo para interceder en su favor"(Hb 7, 25). Como
"Sumo Sacerdote de los bienes futuros"(Hb 9, 11), es el centro y el oficiante
principal de la liturgia que honra al Padre en los cielos (cf. Ap 4, 6-11).
663 Cristo, desde entonces, está sentado a la
derecha del Padre: "Por derecha del Padre entendemos la gloria y el honor
de la divinidad, donde el que existía como Hijo de Dios antes de
todos los siglos como Dios y consubstancial al Padre, está sentado
corporalmente después de que se encarnó y de que su carne
fue glorificada" (San Juan Damasceno, f.o. 4, 2; PG 94, 1104C).
664 Sentarse a la derecha del Padre significa la inauguración
del reino del Mesías, cumpliéndose la visión del profeta
Daniel respecto del Hijo del hombre: "A él se le dio imperio, honor
y reino, y todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron. Su imperio
es un imperio eterno, que nunca pasará, y su reino no será
destruido jamás" (Dn 7, 14). A partir de este momento, los apóstoles
se convirtieron en los testigos del "Reino que no tendrá fin" (Símbolo
de Nicea-Constantinopla).
RESUMEN
665 La ascensión
de Jesucristo marca la entrada definitiva de la humanidad de Jesús
en el dominio celeste de Dios de donde ha de volver (cf. Hch 1, 11), aunque
mientras tanto lo esconde a los ojos de los hombres (cf. Col 3, 3).
666 Jesucristo, cabeza de la Iglesia, nos precede en
el Reino glorioso del Padre para que nosotros, miembros de su cuerpo,
vivamos en la esperanza de estar un día con él eternamente.
667 Jesucristo, habiendo entrado una vez por todas en
el santuario del cielo, intercede sin cesar por nosotros como el mediador
que nos asegura permanentemente la efusión del Espíritu Santo.
Artículo 7 “DESDE ALLI HA DE VENIR A JUZGAR A
VIVOS Y MUERTOS”
I VOLVERA EN GLORIA
Cristo reina ya mediante la Iglesia ...
668 "Cristo murió
y volvió a la vida para eso, para ser Señor de muertos y vivos"
(Rm 14, 9). La Ascensión de Cristo al Cielo significa su participación,
en su humanidad, en el poder y en la autoridad de Dios mismo. Jesucristo
es Señor: Posee todo poder en los cielos y en la tierra. El está
"por encima de todo Principado, Potestad, Virtud, Dominación" porque
el Padre "bajo sus pies sometió todas las cosas"(Ef 1, 20-22). Cristo
es el Señor del cosmos (cf. Ef 4, 10; 1 Co 15, 24. 27-28) y de la
historia. En él, la historia de la humanidad e incluso toda la Creación
encuentran su recapitulación (Ef 1, 10), su cumplimiento transcendente.
669 Como Señor, Cristo es también la cabeza
de la Iglesia que es su Cuerpo (cf. Ef 1, 22). Elevado al cielo y glorificado,
habiendo cumplido así su misión, permanece en la tierra en
su Iglesia. La Redención es la fuente de la autoridad que Cristo,
en virtud del Espíritu Santo, ejerce sobre la Iglesia (cf. Ef 4, 11-13).
"La Iglesia, o el reino de Cristo presente ya en misterio", "constituye
el germen y el comienzo de este Reino en la tierra" (LG 3;5).
670 Desde la Ascensión, el designio de Dios ha
entrado en su consumación. Estamos ya en la "última hora" (1
Jn 2, 18; cf. 1 P 4, 7). "El final de la historia ha llegado ya a nosotros
y la renovación del mundo está ya decidida de manera irrevocable
e incluso de alguna manera real está ya por anticipado en este mundo.
La Iglesia, en efecto, ya en la tierra, se caracteriza por una verdadera
santidad, aunque todavía imperfecta" (LG 48). El Reino de Cristo manifiesta
ya su presencia por los signos milagrosos (cf. Mc 16, 17-18) que acompañan
a su anuncio por la Iglesia (cf. Mc 16, 20).
... esperando que todo le sea sometido
671 El Reino de Cristo,
presente ya en su Iglesia, sin embargo, no está todavía acabado
"con gran poder y gloria" (Lc 21, 27; cf. Mt 25, 31) con el advenimiento
del Rey a la tierra. Este Reino aún es objeto de los ataques de los
poderes del mal (cf. 2 Te 2, 7) a pesar de que estos poderes hayan sido
vencidos en su raíz por la Pascua de Cristo. Hasta que todo
le haya sido sometido (cf. 1 Co 15, 28), y "mientras no haya nuevos
cielos y nueva tierra, en los que habite la justicia, la Iglesia peregrina
lleva en sus sacramentos e instituciones, que pertenecen a este tiempo, la
imagen de este mundo que pasa. Ella misma vive entre las criaturas
que gimen en dolores de parto hasta ahora y que esperan la manifestación
de los hijos de Dios" (LG 48). Por esta razón los cristianos piden,
sobre todo en la Eucaristía (cf. 1 Co 11, 26), que se apresure el
retorno de Cristo (cf. 2 P 3, 11-12) cuando suplican: "Ven, Señor
Jesús" (cf.1 Co 16, 22; Ap 22, 17-20).
672 Cristo afirmó antes de su Ascensión
que aún no era la hora del establecimiento glorioso del Reino mesiánico
esperado por Israel (cf. Hch 1, 6-7) que, según los profetas (cf.
Is 11, 1-9), debía traer a todos los hombres el orden definitivo de
la justicia, del amor y de la paz. El tiempo presente, según el Señor,
es el tiempo del Espíritu y del testimonio (cf Hch 1, 8), pero es
también un tiempo marcado todavía por la "tristeza" (1 Co 7,
26) y la prueba del mal (cf. Ef 5, 16) que afecta también a la Iglesia(cf.
1 P 4, 17) e inaugura los combates de los últimos días (1 Jn
2, 18; 4, 3; 1 Tm 4, 1). Es un tiempo de espera y de vigilia (cf. Mt 25,
1-13; Mc 13, 33-37).
El glorioso advenimiento de Cristo, esperanza de Israel
673 Desde la Ascensión,
el advenimiento de Cristo en la gloria es inminente (cf Ap 22, 20) aun cuando
a nosotros no nos "toca conocer el tiempo y el momento que ha fijado el Padre
con su autoridad" (Hch 1, 7; cf. Mc 13, 32). Este advenimiento escatológico
se puede cumplir en cualquier momento (cf. Mt 24, 44: 1 Te 5, 2), aunque
tal acontecimiento y la prueba final que le ha de preceder estén "retenidos"
en las manos de Dios (cf. 2 Te 2, 3-12).
674 La Venida del Mesías glorioso, en un momento
determinad o de la historia se vincula al reconocimiento del Mesías
por "todo Israel" (Rm 11, 26; Mt 23, 39) del que "una parte está
endurecida" (Rm 11, 25) en "la incredulidad" respecto a Jesús (Rm
11, 20). San Pedro dice a los judíos de Jerusalén después
de Pentecostés: "Arrepentíos, pues, y convertíos para
que vuestros pecados sean borrados, a fin de que del Señor venga
el tiempo de la consolación y envíe al Cristo que os había
sido destinado, a Jesús, a quien debe retener el cielo hasta el tiempo
de la restauración universal, de que Dios habló por boca de
sus profetas" (Hch 3, 19-21). Y San Pablo le hace eco: "si su reprobación
ha sido la reconciliación del mundo ¿qué será
su readmisión sino una resurrección de entre los muertos?"
(Rm 11, 5). La entrada de "la plenitud de los judíos" (Rm 11, 12)
en la salvación mesiánica, a continuación de
"la plenitud de los gentiles (Rm 11, 25; cf. Lc 21, 24), hará al Pueblo
de Dios "llegar a la plenitud de Cristo" (Ef 4, 13) en la cual "Dios será
todo en nosotros" (1 Co 15, 28).
La última prueba de la Iglesia
675 Antes del advenimiento
de Cristo, la Iglesia deberá pasar por una prueba final que sacudirá
la fe de numerosos creyentes (cf. Lc 18, 8; Mt 24, 12). La persecución
que acompaña a su peregrinación sobre la tierra (cf. Lc 21,
12; Jn 15, 19-20) desvelará el "Misterio de iniquidad" bajo la forma
de una impostura religiosa que proporcionará a los hombres una solución
aparente a sus problemas mediante el precio de la apostasía de la
verdad. La impostura religiosa suprema es la del Anticristo, es decir, la
de un seudo-mesianismo en que el hombre se glorifica a sí mismo colocándose
en el lugar de Dios y de su Mesías venido en la carne (cf. 2 Te 2,
4-12; 1Te 5, 2-3;2 Jn 7; 1 Jn 2, 18.22).
676 Esta impostura del Anticristo aparece esbozada ya
en el mundo cada vez que se pretende llevar a cabo la esperanza mesiánica
en la historia, lo cual no puede alcanzarse sino más allá
del tiempo histórico a través del juicio escatológico:
incluso en su forma mitigada, la Iglesia ha rechazado esta falsificación
del Reino futuro con el nombre de milenarismo (cf. DS 3839), sobre todo
bajo la forma política de un mesianismo secularizado, "intrínsecamente
perverso" (cf. Pío XI, "Divini Redemptoris" que condena el "falso
misticismo" de esta "falsificación de la redención de los humildes";
GS 20-21).
677 La Iglesia sólo entrará en la gloria
del Reino a través de esta última Pascua en la que seguirá
a su Señor en su muerte y su Resurrección (cf. Ap 19, 1-9).
El Reino no se realizará, por tanto, mediante un triunfo histórico
de la Iglesia (cf. Ap 13, 8) en forma de un proceso creciente, sino por
una victoria de Dios sobre el último desencadenamiento del mal (cf.
Ap 20, 7-10) que hará descender desde el Cielo a su Esposa (cf. Ap
21, 2-4). El triunfo de Dios sobre la rebelión del mal tomará
la forma de Juicio final (cf. Ap 20, 12) después de la última
sacudida cósmica de este mundo que pasa (cf. 2 P 3, 12-13).
II PARA JUZGAR A VIVOS Y MUERTOS
678 Siguiendo a los
profetas (cf. Dn 7, 10; Joel 3, 4; Ml 3,19) y a Juan Bautista (cf. Mt 3,
7-12), Jesús anunció en su predicación el Juicio del
último Día. Entonces, se pondrán a la luz la conducta
de cada uno (cf. Mc 12, 38-40) y el secreto de los corazones (cf. Lc 12,
1-3; Jn 3, 20-21; Rm 2, 16; 1 Co 4, 5). Entonces será condenada la
incredulidad culpable que ha tenido en nada la gracia ofrecida por Dios (cf
Mt 11, 20-24; 12, 41-42). La actitud con respecto al prójimo
revelará la acogida o el rechazo de la gracia y del amor divino (cf.
Mt 5, 22; 7, 1-5). Jesús dirá en el último día:
"Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños,
a mí me lo hicisteis" (Mt 25, 40).
679 Cristo es Señor de la vida eterna. El pleno
derecho de juzgar definitivamente las obras y los corazones de los hombres
pertenece a Cristo como Redentor del mundo. "Adquirió" este derecho
por su Cruz. El Padre también ha entregado "todo juicio al Hijo"
(Jn 5, 22;cf. Jn 5, 27; Mt 25, 31; Hch 10, 42; 17, 31; 2 Tm 4, 1). Pues
bien, el Hijo no ha venido para juzgar sino para salvar (cf. Jn 3,17) y
para dar la vida que hay en él (cf. Jn 5, 26). Es por el rechazo
de la gracia en esta vida por lo que cada uno se juzga ya a sí mismo
(cf. Jn 3, 18; 12, 48); es retribuido según sus obras (cf. 1 Co 3,
12- 15) y puede incluso condenarse eternamente al rechazar el Espíritu
de amor (cf. Mt 12, 32; Hb 6, 4-6; 10, 26-31).
RESUMEN
680 Cristo, el Señor,
reina ya por la Iglesia, pero todavía no le están sometidas
todas las cosas de este mundo. El triunfo del Reino de Cristo no tendrá
lugar sin un último asalto de las fuerzas del mal.
681 El día del Juicio, al fin del mundo, Cristo
vendrá en la gloria para llevar a cabo el triunfo definitivo del
bien sobre el mal que, como el trigo y la cizaña, habrán crecido
juntos en el curso de la historia.
682 Cristo glorioso, al venir al final de los tiempos
a juzgar a vivos y muertos, revelará la disposición secreta
de los corazones y retribuirá a cada hombre según sus obras
y según su aceptación o su rechazo de la gracia.
CAPITULO TERCERO: CREO EN EL ESPIRITU SANTO
683 "Nadie puede decir:
"¡Jesús es Señor!" sino por influjo del Espíritu
Santo" (1 Co 12, 3). "Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu
de su Hijo que clama ¡Abbá, Padre!" (Ga 4, 6). Este conocimiento
de fe no es posible sino en el Espíritu Santo. Para entrar en contacto
con Cristo, es necesario primeramente haber sido atraído por el Espíritu
Santo. El es quien nos precede y despierta en nosotros la fe. Mediante el
Bautismo, primer sacramento de la fe, la Vida, que tiene su fuente en el
Padre y se nos ofrece por el Hijo, se nos comunica íntima y personalmente
por el Espíritu Santo en la Iglesia:
El Bautismo nos da la gracia del nuevo nacimiento en
Dios Padre por medio de su Hijo en el Espíritu Santo. Porque los que
son portadores del Espíritu de Dios son conducidos al Verbo, es decir
al Hijo; pero el Hijo los presenta al Padre, y el Padre les concede la incorruptibilidad.
Por tanto, sin el Espíritu no es posible ver al Hijo de Dios, y,
sin el Hijo, nadie puede acercarse al Padre, porque el conocimiento
del Padre es el Hijo, y el conocimiento del Hijo de Dios se logra por el
Espíritu Santo (San Ireneo, dem. 7).
684 El Espíritu Santo con su gracia es el "primero"
que nos despierta en la fe y nos inicia en la vida nueva que es: "que te
conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo"
(Jn 17, 3). No obstante, es el "último" en la revelación de
las personas de la Santísima Trinidad . San Gregorio Nacianceno, "el
Teólogo", explica esta progresión por medio de la pedagogía
de la "condescendencia" divina:
El Antiguo Testamento proclamaba muy claramente al Padre,
y más obscuramente al Hijo. El Nuevo Testamento revela al Hijo y
hace entrever la divinidad del Espíritu. Ahora el Espíritu
tiene derecho de ciudadanía entre nosotros y nos da una visión
más clara de sí mismo. En efecto, no era prudente, cuando
todavía no se confesaba la divinidad del Padre, proclamar abiertamente
la del Hijo y, cuando la divinidad del Hijo no era aún admitida,
añadir el Espíritu Santo como un fardo suplementario si empleamos
una expresión un poco atrevida ... Así por avances y progresos
"de gloria en gloria", es como la luz de la Trinidad estalla en resplandores
cada vez más espléndidos (San Gregorio Nacianceno, or. theol.
5, 26).
685 Creer en el Espíritu Santo es, por tanto,
profesar que el Espíritu Santo es una de las personas de la Santísima
Trinidad Santa, consubstancial al Padre y al Hijo, "que con el Padre y el
Hijo recibe una misma adoración gloria" (Símbolo de Nicea-Constantinopla).
Por eso se ha hablado del misterio divino del Espíritu Santo en la
"teología" trinitaria, en tanto que aquí no se tratará
del Espíritu Santo sino en la "Economía" divina.
686 El Espíritu Santo coopera con el Padre y el
Hijo desde el comienzo del Designio de nuestra salvación y hasta
su consumación. Pero es en los "últimos tiempos", inaugurados
con la Encarnación redentora del Hijo, cuando el Espíritu se
revela y nos es dado, cuando es reconocido y acogido como persona. Entonces,
este Designio Divino, que se consuma en Cristo, "primogénito" y Cabeza
de la nueva creación, se realiza en la humanidad por el Espíritu
que nos es dado: la Iglesia, la comunión de los santos, el perdón
de los pecados, la resurrección de la carne, la vida eterna.
Artículo 8 “CREO EN EL ESPIRITU
SANTO”
687 "Nadie conoce
lo íntimo de Dios, sino el Espíritu de Dios" (1 Co 2, 11).
Pues bien, su Espíritu que lo revela nos hace conocer a Cristo, su
Verbo, su Palabra viva, pero no se revela a sí mismo. El que "habló
por los profetas" nos hace oír la Palabra del Padre. Pero a él
no le oímos. No le conocemos sino en la obra mediante la cual nos
revela al Verbo y nos dispone a recibir al Verbo en la fe. El Espíritu
de verdad que nos "desvela" a Cristo "no habla de sí mismo" (Jn 16,
13). Un ocultamiento tan discreto, propiamente divino, explica por qué
"el mundo no puede recibirle, porque no le ve ni le conoce", mientras que
los que creen en Cristo le conocen porque él mora en ellos (Jn 14,
17).
688 La Iglesia, Comunión viviente en la fe de
los apóstoles que ella transmite, es el lugar de nuestro conocimiento
del Espíritu Santo:
– en las Escrituras que El ha inspirado:
– en la Tradición, de la cual los Padres de la Iglesia son testigos
siempre actuales;
– en el Magisterio de la Iglesia, al que El asiste;
– en la liturgia sacramental, a través de sus palabras y sus
símbolos, en donde el Espíritu Santo nos pone en Comunión
con Cristo;
– en la oración en la cual El intercede por nosotros;
– en los carismas y ministerios mediante los que se edifica la Iglesia;
– en los signos de vida apostólica y misionera;
– en el testimonio de los santos, donde El manifiesta su santidad
y continúa la obra de la salvación.
I LA MISION CONJUNTA DEL HIJO Y DEL ESPIRITU
689 Aquel al que el
Padre ha enviado a nuestros corazones, el Espíritu de su Hijo (cf.
Ga 4, 6) es realmente Dios. Consubstancial con el Padre y el Hijo, es inseparable
de ellos, tanto en la vida íntima de la Trinidad como en su don de
amor para el mundo. Pero al adorar a la Santísima Trinidad vivificante,
consubstancial e individible, la fe de la Iglesia profesa también
la distinción de las Personas. Cuando el Padre envía su Verbo,
envía también su aliento: misión conjunta en la que
el Hijo y el Espíritu Santo son distintos pero inseparables. Sin
ninguna duda, Cristo es quien se manifiesta, Imagen visible de Dios invisible,
pero es el Espíritu Santo quien lo revela.
690 Jesús es Cristo, "ungido", porque el Espíritu
es su Unción y todo lo que sucede a partir de la Encarnación
mana de esta plenitud (cf. Jn 3, 34). Cuando por fin Cristo es glorificado
(Jn 7, 39), puede a su vez, de junto al Padre, enviar el Espíritu
a los que creen en él: El les comunica su Gloria (cf. Jn 17, 22),
es decir, el Espíritu Santo que lo glorifica (cf. Jn 16, 14). La misión
conjunta y mutua se desplegará desde entonces en los hijos adoptados
por el Padre en el Cuerpo de su Hijo: la misión del Espíritu
de adopción será unirlos a Cristo y hacerles vivir en él:
La noción de la unción sugiere ...que
no hay ninguna distancia entre el Hijo y el Espíritu. En efecto,
de la misma manera que entre la superficie del cuerpo y la unción
del aceite ni la razón ni los sentidos conocen ningún intermediario,
así es inmediato el contacto del Hijo con el Espíritu... de
tal modo que quien va a tener contacto con el Hijo por la fe tiene que tener
antes contacto necesariamente con el óleo. En efecto, no hay parte
alguna que esté desnuda del Espíritu Santo. Por eso es por
lo que la confesión del Señorío del Hijo se hace en
el Espíritu Santo por aquellos que la aceptan, viniendo el Espíritu
desde todas partes delante de los que se acercan por la fe (San Gregorio
Niceno, Spir. 3, 1).
II EL NOMBRE, LOS APELATIVOS Y LOS SIMBOLOS DEL
ESPIRITU SANTO
El nombre propio del Espíritu Santo
691 "Espíritu
Santo", tal es el nombre propio de Aquél que adoramos y glorificamos
con el Padre y el Hijo. La Iglesia ha recibido este nombre del Señor
y lo profesa en el Bautismo de sus nuevos hijos (cf. Mt 28, 19).
El término "Espíritu" traduce el término
hebreo "Ruah", que en su primera acepción significa soplo, aire,
viento. Jesús utiliza precisamente la imagen sensible del viento
para sugerir a Nicodemo la novedad transcendente del que es personalmente
el Soplo de Dios, el Espíritu divino (Jn 3, 5-8). Por otra parte,
Espíritu y Santo son atributos divinos comunes a las Tres Personas
divinas. Pero, uniendo ambos términos, la Escritura, la Liturgia y
el lenguaje teológico designan la persona inefable del Espíritu
Santo, sin equívoco posible con los demás empleos de los términos
"espíritu" y "santo".
Los apelativos del Espíritu Santo
692 Jesús,
cuando anuncia y promete la Venida del Espíritu Santo, le llama el
"Paráclito", literalmente "aquél que es llamado junto a uno",
"advocatus" (Jn 14, 16. 26; 15, 26; 16, 7). "Paráclito" se traduce
habitualmente por "Consolador", siendo Jesús el primer consolador
(cf. 1 Jn 2, 1). El mismo Señor llama al Espíritu Santo "Espíritu
de Verdad" (Jn 16, 13).
693 Además de su nombre propio, que es el más
empleado en el libro de los Hechos y en las cartas de los apóstoles,
en San Pablo se encuentran los siguientes apelativos: el Espíritu
de la promesa(Ga 3, 14; Ef 1, 13), el Espíritu de adopción
(Rm 8, 15; Ga 4, 6), el Espíritu de Cristo (Rm 8, 11), el Espíritu
del Señor (2 Co 3, 17), el Espíritu de Dios (Rm 8, 9.14; 15,
19; 1 Co 6, 11; 7, 40), y en San Pedro, el Espíritu de gloria (1
P 4, 14).
Los símbolos del Espíritu Santo
694 El agua. El simbolismo
del agua es significativo de la acción del Espíritu Santo
en el Bautismo, ya que, después de la invocación del Espíritu
Santo, ésta se convierte en el signo sacramental eficaz del nuevo
nacimiento: del mismo modo que la gestación de nuestro primer nacimiento
se hace en el agua, así el agua bautismal significa realmente que
nuestro nacimiento a la vida divina se nos da en el Espíritu Santo.
Pero "bautizados en un solo Espíritu", también "hemos bebido
de un solo Espíritu"(1 Co 12, 13): el Espíritu es, pues, también
personalmente el Agua viva que brota de Cristo crucificado (cf. Jn 19, 34;
1 Jn 5, 8) como de su manantial y que en nosotros brota en vida eterna (cf.
Jn 4, 10-14; 7, 38; Ex 17, 1-6; Is 55, 1; Za 14, 8; 1 Co 10, 4; Ap 21, 6;
22, 17).
695 La unción. El simbolismo de la unción
con el óleo es también significativo del Espíritu Santo,
hasta el punto de que se ha convertido en sinónimo suyo (cf. 1 Jn
2, 20. 27; 2 Co 1, 21). En la iniciación cristiana es el signo sacramental
de la Confirmación, llamada justamente en las Iglesias de Oriente
"Crismación". Pero para captar toda la fuerza que tiene, es necesario
volver a la Unción primera realizada por el Espíritu Santo:
la de Jesús. Cristo ["Mesías" en hebreo] significa "Ungido"
del Espíritu de Dios. En la Antigua Alianza hubo "ungidos" del Señor
(cf. Ex 30, 22-32), de forma eminente el rey David (cf. 1 S 16, 13). Pero
Jesús es el Ungido de Dios de una manera única: La humanidad
que el Hijo asume está totalmente "ungida por el Espíritu Santo".
Jesús es constituido "Cristo" por el Espíritu Santo (cf. Lc
4, 18-19; Is 61, 1). La Virgen María concibe a Cristo del Espíritu
Santo quien por medio del ángel lo anuncia como Cristo en su nacimiento
(cf. Lc 2,11) e impulsa a Simeón a ir al Templo a ver al Cristo del
Señor(cf. Lc 2, 26-27); es de quien Cristo está lleno (cf.
Lc 4, 1) y cuyo poder emana de Cristo en sus curaciones y en sus acciones
salvíficas (cf. Lc 6, 19; 8, 46). Es él en fin quien resucita
a Jesús de entre los muertos (cf. Rm 1, 4; 8, 11). Por tanto, constituido
plenamente "Cristo" en su Humanidad victoriosa de la muerte (cf. Hch 2, 36),
Jesús distribuye profusamente el Espíritu Santo hasta
que "los santos" constituyan, en su unión con la Humanidad del Hijo
de Dios, "ese Hombre perfecto ... que realiza la plenitud de Cristo" (Ef
4, 13): "el Cristo total" según la expresión de San Agustín.
696 El fuego. Mientras que el agua significaba el nacimiento
y la fecundidad de la Vida dada en el Espíritu Santo, el fuego simboliza
la energía transformadora de los actos del Espíritu Santo.
El profeta Elías que "surgió como el fuego y cuya palabra abrasaba
como antorcha" (Si 48, 1), con su oración, atrajo el fuego del cielo
sobre el sacrificio del monte Carmelo (cf. 1 R 18, 38-39), figura del fuego
del Espíritu Santo que transforma lo que toca. Juan Bautista, "que
precede al Señor con el espíritu y el poder de Elías"
(Lc 1, 17), anuncia a Cristo como el que "bautizará en el Espíritu
Santo y el fuego" (Lc 3, 16), Espíritu del cual Jesús dirá:
"He venido a traer fuego sobre la tierra y ¡cuánto desearía
que ya estuviese encendido!" (Lc 12, 49). Bajo la forma de lenguas "como
de fuego", como el Espíritu Santo se posó sobre los discípulos
la mañana de Pentecostés y los llenó de él (Hch
2, 3-4). La tradición espiritual conservará este simbolismo
del fuego como uno de los más expresivos de la acción del
Espíritu Santo (cf. San Juan de la Cruz, Llama de amor viva). "No
extingáis el Espíritu"(1 Te 5, 19).
697 La nube y la luz. Estos dos símbolos son inseparables
en las manifestaciones del Espíritu Santo. Desde las teofanías
del Antiguo Testamento, la Nube, unas veces oscura, otras luminosa, revela
al Dios vivo y salvador, tendiendo así un velo sobre la transcendencia
de su Gloria: con Moisés en la montaña del Sinaí (cf.
Ex 24, 15-18), en la Tienda de Reunión (cf. Ex 33, 9-10) y durante
la marcha por el desierto (cf. Ex 40, 36-38; 1 Co 10, 1-2); con Salomón
en la dedicación del Templo (cf. 1 R 8, 10-12). Pues bien, estas
figuras son cumplidas por Cristo en el Espíritu Santo. El es quien
desciende sobre la Virgen María y la cubre "con su sombra" para que
ella conciba y dé a luz a Jesús (Lc 1, 35). En la montaña
de la Transfiguración es El quien "vino en una nube y cubrió
con su sombra" a Jesús, a Moisés y a Elías, a Pedro,
Santiago y Juan, y "se oyó una voz desde la nube que decía:
Este es mi Hijo, mi Elegido, escuchadle" (Lc 9, 34-35). Es, finalmente,
la misma nube la que "ocultó a Jesús a los ojos" de los discípulos
el día de la Ascensión (Hch 1, 9), y la que lo revelará
como Hijo del hombre en su Gloria el Día de su Advenimiento (cf.
Lc 21, 27).
698 El sello es un símbolo cercano al de la unción.
En efecto, es Cristo a quien "Dios ha marcado con su sello" (Jn 6, 27) y
el Padre nos marca también en él con su sello (2 Co 1, 22;
Ef 1, 13; 4, 30). Como la imagen del sello ["sphragis"] indica el carácter
indeleble de la Unción del Espíritu Santo en los sacramentos
del Bautismo, de la Confirmación y del Orden, esta imagen se ha utilizado
en ciertas tradiciones teológicas para expresar el "carácter"
imborrable impreso por estos tres sacramentos, los cuales no pueden ser
reiterados.
699 La mano. Imponiendo las manos Jesús cura a
los enfermos(cf. Mc 6, 5; 8, 23) y bendice a los niños (cf. Mc 10,
16).En su Nombre, los Apóstoles harán lo mismo (cf. Mc 16, 18;
Hch 5, 12; 14, 3). Más aún, mediante la imposición de
manos de los Apóstoles el Espíritu Santo nos es dado (cf. Hch
8, 17-19; 13, 3; 19, 6). En la carta a los Hebreos, la imposición de
las manos figura en el número de los "artículos fundamentales"
de su enseñanza (cf. Hb 6, 2). Este signo de la efusión todopoderosa
del Espíritu Santo, la Iglesia lo ha conservado en sus epíclesis
sacramentales.
700 El dedo. "Por el dedo de Dios expulso yo [Jesús]
los demonios" (Lc 11, 20). Si la Ley de Dios ha sido escrita en tablas de
piedra "por el dedo de Dios" (Ex 31, 18), la "carta de Cristo" entregada
a los Apóstoles "está escrita no con tinta, sino con el Espíritu
de Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en las tablas de carne del corazón"
(2 Co 3, 3). El himno "Veni Creator" invoca al Espíritu Santo como
"digitus paternae dexterae" ("dedo de la diestra del Padre").
701 La paloma. Al final del diluvio (cuyo simbolismo
se refiere al Bautismo), la paloma soltada por Noé vuelve con una
rama tierna de olivo en el pico, signo de que la tierra es habitable de
nuevo(cf. Gn 8, 8-12). Cuando Cristo sale del agua de su bautismo, el Espíritu
Santo, en forma de paloma, baja y se posa sobre él (cf. Mt 3, 16
par.). El Espíritu desciende y reposa en el corazón purificado
de los bautizados. En algunos templos, la santa Reserva eucarística
se conserva en un receptáculo metálico en forma de paloma (el
columbarium), suspendido por encima del altar. El símbolo de la paloma
para sugerir al Espíritu Santo es tradicional en la iconografía
cristiana.
III EL ESPIRITU Y LA PALABRA DE DIOS
EN EL TIEMPO DE LAS PROMESAS
702 Desde el comienzo
y hasta "la plenitud de los tiempos" (Ga 4, 4), la Misión conjunta
del Verbo y del Espíritu del Padre permanece oculta pero activa.
El Espíritu de Dios preparaba entonces el tiempo del Mesías,
y ambos, sin estar todavía plenamente revelados, ya han sido prometidos
a fin de ser esperados y aceptados cuando se manifiesten. Por eso, cuando
la Iglesia lee el Antiguo Testamento (cf. 2 Co 3, 14), investiga en él
(cf. Jn 5, 39-46) lo que el Espíritu, "que habló por los profetas",
quiere decirnos acerca de Cristo.
Por "profetas", la fe de la Iglesia entiende aquí
a todos los que fueron inspirados por el Espíritu Santo en el vivo
anuncio y en la redacción de los Libros Santos, tanto del Antiguo
como del Nuevo Testamento. La tradición judía distingue la
Ley [los cinco primeros libros o Pentateuco], los Profetas [que nosotros
llamamos los libros históricos y proféticos] y los Escritos
[sobre todo sapienciales, en particular los Salmos, cf. Lc 24, 44].
En la Creación
703 La Palabra de
Dios y su Soplo están en el origen del ser y de la vida de toda creatura
(cf. Sal 33, 6; 104, 30; Gn 1, 2; 2, 7; Qo 3, 20-21; Ez 37, 10):
Es justo que el Espíritu Santo reine, santifique
y anime la creación porque es Dios consubstancial al Padre y al Hijo
... A El se le da el poder sobre la vida, porque siendo Dios guarda la creación
en el Padre por el Hijo (Liturgia bizantina, Tropario de maitines, domingos
del segundo modo).
704 "En cuanto al hombre, es con sus propias manos [es
decir, el Hijo y el Espíritu Santo] como Dios lo hizo ... y él
dibujó sobre la carne moldeada su propia forma, de modo que incluso
lo que fuese visible llevase la forma divina" (San Ireneo, dem. 11).
El Espíritu de la promesa
705 Desfigurado por
el pecado y por la muerte, el hombre continua siendo "a imagen de Dios",
a imagen del Hijo, pero "privado de la Gloria de Dios" (Rm 3, 23), privado
de la "semejanza". La Promesa hecha a Abraham inaugura la Economía
de la Salvación, al final de la cual el Hijo mismo asumirá
"la imagen" (cf. Jn 1, 14; Flp 2, 7) y la restaurará en "la semejanza"
con el Padre volviéndole a dar la Gloria, el Espíritu "que
da la Vida".
706 Contra toda esperanza humana, Dios promete a Abraham
una descendencia, como fruto de la fe y del poder del Espíritu Santo
(cf. Gn 18, 1-15; Lc 1, 26-38. 54-55; Jn 1, 12-13; Rm 4, 16-21). En ella
serán bendecidas todas las naciones de la tierra (cf. Gn 12, 3). Esta
descendencia será Cristo (cf. Ga 3, 16) en quien la efusión
del Espíritu Santo formará "la unidad de los hijos de Dios
dispersos" (cf. Jn 11, 52). Comprometiéndose con juramento (cf. Lc
1, 73), Dios se obliga ya al don de su Hijo Amado (cf. Gn 22, 17-19; Rm 8,
32;Jn 3, 16) y al don del "Espíritu Santo de la Promesa, que es prenda
... para redención del Pueblo de su posesión" (Ef 1, 13-14;
cf. Ga 3, 14).
En las Teofanías y en la Ley
707 Las Teofanías
[manifestaciones de Dios] iluminan el camino de la Promesa, desde los Patriarcas
a Moisés y desde Josué hasta las visiones que inauguran la
misión de los grandes profetas. La tradición cristiana siempre
ha reconocido que, en estas Teofanías, el Verbo de Dios se dejaba
ver y oír, a la vez revelado y "cubierto" por la nube del Espíritu
Santo.
708 Esta pedagogía de Dios aparece especialmente
en el don de la Ley (cf. Ex 19-20; Dt 1-11; 29-30), que fue dada como un
"pedagogo" para conducir al Pueblo hacia Cristo (Ga 3, 24). Pero su impotencia
para salvar al hombre privado de la "semejanza" divina y el conocimiento
creciente que ella da del pecado (cf. Rm 3, 20) suscitan el deseo del Espíritu
Santo. Los gemidos de los Salmos lo atestiguan.
En el Reino y en el Exilio
709 La Ley, signo
de la Promesa y de la Alianza, habría debido regir el corazón
y las instituciones del Pueblo salido de la fe de Abraham. "Si de veras
escucháis mi voz y guardáis mi alianza, ... seréis
para mí un reino de sacerdotes y una nación santa" (Ex 19,5-6;
cf. 1 P 2, 9). Pero, después de David, Israel sucumbe a la tentación
de convertirse en un reino como las demás naciones. Pues bien, el
Reino objeto de la promesa hecha a David (cf. 2 S 7; Sal 89; Lc 1, 32-33)
será obra del Espíritu Santo; pertenecerá a los pobres
según el Espíritu.
710 El olvido de la Ley y la infidelidad a la Alianza
llevan a la muerte: el Exilio, aparente fracaso de las Promesas, es en realidad
fidelidad misteriosa del Dios Salvador y comienzo de una restauración
prometida, pero según el Espíritu. Era necesario que el Pueblo
de Dios sufriese esta purificación (cf. Lc 24, 26); el Exilio lleva
ya la sombra de la Cruz en el Designio de Dios, y el Resto de pobres que
vuelven del Exilio es una de la figuras más transparentes de la Iglesia.
La espera del Mesías y de su Espíritu
711 "He aquí
que yo lo renuevo"(Is 43, 19): dos líneas proféticas se van
a perfilar, una se refiere a la espera del Mesías, la otra al anuncio
de un Espíritu nuevo, y las dos convergen en el pequeño Resto,
el pueblo de los Pobres (cf. So 2, 3), que aguardan en la esperanza la "consolación
de Israel" y "la redención de Jerusalén" (cf. Lc 2, 25. 38).
Ya se ha dicho cómo Jesús cumple las profecías
que a él se refieren. A continuación se describen aquellas
en que aparece sobre todo la relación del Mesías y de su Espíritu.
712 Los rasgos del rostro del Mesías esperado
comienzan a aparecer en el Libro del Emmanuel (cf. Is 6, 12) ("cuando Isaías
tuvo la visión de la Gloria" de Cristo: Jn 12, 41), en particular
en Is 11, 1-2:
Saldrá un vástago del
tronco de Jesé,
y un retoño de sus raíces
brotará.
Reposará sobre él el
Espíritu del Señor:
espíritu de sabiduría
e inteligencia,
espíritu de consejo y de fortaleza,
espíritu de ciencia y temor
del Señor.
713 Los rasgos del
Mesías se revelan sobre todo en los Cantos del Siervo (cf. Is 42,
1-9; cf. Mt 12, 18-21; Jn 1, 32-34; después Is 49, 1-6; cf. Mt 3,
17; Lc 2, 32, y en fin Is 50, 4-10 y 52, 13-53, 12). Estos cantos anuncian
el sentido de la Pasión de Jesús, e indican así cómo
enviará el Espíritu Santo para vivificar a la multitud: no
desde fuera, sino desposándose con nuestra "condición de esclavos"
(Flp 2, 7). Tomando sobre sí nuestra muerte, puede comunicarnos su
propio Espíritu de vida.
714 Por eso Cristo inaugura el anuncio de la Buena Nueva
haciendo suyo este pasaje de Isaías (Lc 4, 18-19; cf. Is 61, 1-2):
El Espíritu del Señor
está sobre mí,
porque me ha ungido.
Me ha enviado a anunciar a los pobres
la Buena Nueva,
a proclamar la liberación
a los cautivos
y la vista a los ciegos,
para dar la libertad a los oprimidos
y proclamar un año de gracia
del Señor.
715 Los textos proféticos
que se refieren directamente al envío del Espíritu Santo son
oráculos en los que Dios habla al corazón de su Pueblo en
el lenguaje de la Promesa, con los acentos del "amor y de la fidelidad"
(cf. Ez. 11, 19; 36, 25-28; 37, 1-14; Jr 31, 31-34; y Jl 3, 1-5, cuyo cumplimiento
proclamará San Pedro la mañana de Pentecostés, cf.
Hch 2, 17-21).Según estas promesas, en los "últimos tiempos",
el Espíritu del Señor renovará el corazón de
los hombres grabando en ellos una Ley nueva; reunirá y reconciliará
a los pueblos dispersos y divididos; transformará la primera creación
y Dios habitará en ella con los hombres en la paz.
716 El Pueblo de los "pobres" (cf. So 2, 3; Sal 22, 27;
34, 3; Is 49, 13; 61, 1; etc.), los humildes y los mansos, totalmente entregados
a los designios misteriosos de Dios, los que esperan la justicia, no de
los hombres sino del Mesías, todo esto es, finalmente, la gran obra
de la Misión escondida del Espíritu Santo durante el tiempo
de las Promesas para preparar la venida de Cristo. Esta es la calidad de
corazón del Pueblo, purificado e iluminado por el Espíritu,
que se expresa en los Salmos. En estos pobres, el Espíritu prepara
para el Señor "un pueblo bien dispuesto" (cf. Lc 1, 17).
IV EL ESPIRITU DE CRISTO EN LA PLENITUD DE LOS TIEMPOS
Juan, Precursor, Profeta y Bautista
717 "Hubo un hombre,
enviado por Dios, que se llamaba Juan. (Jn 1, 6). Juan fue "lleno del Espíritu
Santo ya desde el seno de su madre" (Lc 1, 15. 41) por obra del mismo Cristo
que la Virgen María acababa de concebir del Espíritu Santo.
La "visitación" de María a Isabel se convirtió así
en "visita de Dios a su pueblo" (Lc 1, 68).
718 Juan es "Elías que debe venir" (Mt 17, 10-13):
El fuego del Espíritu lo habita y le hace correr delante [como "precursor"]
del Señor que viene. En Juan el Precursor, el Espíritu Santo
culmina la obra de "preparar al Señor un pueblo bien dispuesto" (Lc
1, 17).
719 Juan es "más que un profeta" (Lc 7, 26). En
él, el Espíritu Santo consuma el "hablar por los profetas".
Juan termina el ciclo de los profetas inaugurado por Elías (cf. Mt
11, 13-14). Anuncia la inminencia de la consolación de Israel, es
la "voz" del Consolador que llega (Jn 1, 23; cf. Is 40, 1-3). Como lo hará
el Espíritu de Verdad, "vino como testigo para dar testimonio de
la luz" (Jn 1, 7;cf. Jn 15, 26; 5, 33). Con respecto a Juan, el Espíritu
colma así las "indagaciones de los profetas" y la ansiedad de los
ángeles (1 P 1, 10-12): "Aquél sobre quien veas que baja el
Espíritu y se queda sobre él, ése es el que bautiza
con el Espíritu Santo ... Y yo lo he visto y doy testimonio de que
este es el Hijo de Dios ... He ahí el Cordero de Dios" (Jn 1, 33-36).
720 En fin, con Juan Bautista, el Espíritu Santo,
inaugura, prefigurándolo, lo que realizará con y en Cristo:
volver a dar al hombre la "semejanza" divina. El bautismo de Juan era para
el arrepentimiento, el del agua y del Espíritu será un nuevo
nacimiento (cf. Jn 3, 5).
“Alégrate, llena de gracia”
721 María,
la Santísima Madre de Dios, la siempre Virgen, es la obra maestra
de la Misión del Hijo y del Espíritu Santo en la Plenitud de
los tiempos. Por primera vez en el designio de Salvación y porque
su Espíritu la ha preparado, el Padre encuentra la Morada en donde
su Hijo y su Espíritu pueden habitar entre los hombres. Por ello,
los más bellos textos sobre la sabiduría, la tradición
de la Iglesia los ha entendido frecuentemente con relación a María
(cf. Pr 8, 1-9, 6; Si 24): María es cantada y representada en la Liturgia
como el trono de la "Sabiduría".
En ella comienzan a manifestarse las "maravillas de
Dios", que el Espíritu va a realizar en Cristo y en la Iglesia:
722 El Espíritu Santo preparó a María
con su gracia . Convenía que fuese "llena de gracia" la madre de
Aquél en quien "reside toda la Plenitud de la Divinidad corporalmente"
(Col 2, 9). Ella fue concebida sin pecado, por pura gracia, como la más
humilde de todas las criaturas, la más capaz de acoger el don inefable
del Omnipotente. Con justa razón, el ángel Gabriel la saluda
como la "Hija de Sión": "Alégrate" (cf. So 3, 14; Za 2, 14).
Cuando ella lleva en sí al Hijo eterno, es la acción de gracias
de todo el Pueblo de Dios, y por tanto de la Iglesia, esa acción
de gracias que ella eleva en su cántico al Padre en el Espíritu
Santo (cf. Lc 1, 46-55).
723 En María el Espíritu Santo realiza
el designio benevolente del Padre. La Virgen concibe y da a luz al Hijo
de Dios por obra del Espíritu Santo. Su virginidad se convierte en
fecundidad única por medio del poder del Espíritu y de la
fe (cf. Lc 1, 26-38; Rm 4, 18-21; Ga 4, 26-28).
724 En María, el Espíritu Santo manifiesta
al Hijo del Padre hecho Hijo de la Virgen. Ella es la zarza ardiente de
la teofanía definitiva: llena del Espíritu Santo, presenta
al Verbo en la humildad de su carne dándolo a conocer a los pobres
(cf. Lc 2, 15-19) y a las primicias de las naciones (cf. Mt 2, 11).
725 En fin, por medio de María, el Espíritu
Santo comienza a poner en Comunión con Cristo a los hombres "objeto
del amor benevolente de Dios" (cf. Lc 2, 14), y los humildes son siempre
los primeros en recibirle: los pastores, los magos, Simeón y Ana,
los esposos de Caná y los primeros discípulos.
726 Al término de esta Misión del Espíritu,
María se convierte en la "Mujer", nueva Eva "madre de los vivientes",
Madre del "Cristo total" (cf. Jn 19, 25-27). Así es como ella está
presente con los Doce, que "perseveraban en la oración, con un mismo
espíritu" (Hch 1, 14), en el amanecer de los "últimos tiempos"
que el Espíritu va a inaugurar en la mañana de Pentecostés
con la manifestación de la Iglesia.
Cristo Jesús
727 Toda la Misión
del Hijo y del Espíritu Santo en la plenitud de los tiempos
se resume en que el Hijo es el Ungido del Padre desde su Encarnación:
Jesús es Cristo, el Mesías.
Todo el segundo capítulo del Símbolo de
la fe hay que leerlo a la luz de esto. Toda la obra de Cristo es misión
conjunta del Hijo y del Espíritu Santo. Aquí se mencionará
solamente lo que se refiere a la promesa del Espíritu Santo hecha
por Jesús y su don realizado por el Señor glorificado.
728 Jesús no revela plenamente el Espíritu
Santo hasta que él mismo no ha sido glorificado por su Muerte y su
Resurrección. Sin embargo, lo sugiere poco a poco, incluso en su
enseñanza a la muchedumbre, cuando revela que su Carne será
alimento para la vida del mundo (cf. Jn 6, 27. 51.62-63). Lo sugiere también
a Nicodemo (cf. Jn 3, 5-8), a la Samaritana (cf. Jn 4, 10. 14. 23-24) y
a los que participan en la fiesta de los Tabernáculos (cf. Jn 7,
37-39). A sus discípulos les habla de él abiertamente a propósito
de la oración (cf. Lc 11, 13) y del testimonio que tendrán
que dar (cf. Mt 10, 19-20).
729 Solamente cuando ha llegado la Hora en que va a ser
glorificado Jesús promete la venida del Espíritu Santo, ya
que su Muerte y su Resurrección serán el cumplimiento de la
Promesa hecha a los Padres (cf. Jn 14, 16-17. 26; 15, 26; 16, 7-15; 17, 26):
El Espíritu de Verdad, el otro Paráclito, será dado
por el Padre en virtud de la oración de Jesús; será
enviado por el Padre en nombre de Jesús; Jesús lo enviará
de junto al Padre porque él ha salido del Padre. El Espíritu
Santo vendrá, nosotros lo conoceremos, estará con nosotros
para siempre, permanecerá con nosotros; nos lo enseñará
todo y nos recordará todo lo que Cristo nos ha dicho y dará
testimonio de él; nos conducirá a la verdad completa y glorificará
a Cristo. En cuanto al mundo lo acusará en materia de pecado, de justicia
y de juicio.
730 Por fin llega la Hora de Jesús (cf. Jn 13,
1; 17, 1): Jesús entrega su espíritu en las manos del Padre
(cf. Lc 23, 46; Jn 19, 30) en el momento en que por su Muerte es vencedor
de la muerte, de modo que, "resucitado de los muertos por la Gloria del Padre"
(Rm 6, 4), enseguida da a sus discípulos el Espíritu Santo
dirigiendo sobre ellos su aliento (cf. Jn 20, 22). A partir de esta hora,
la misión de Cristo y del Espíritu se convierte en la misión
de la Iglesia: "Como el Padre me envió, también yo os envío"
(Jn 20, 21; cf. Mt 28, 19; Lc 24, 47-48; Hch 1, 8).
V EL ESPIRITU Y LA IGLESIA EN LOS ULTIMOS TIEMPOS
Pentecostés
731 El día
de Pentecostés (al término de las siete semanas pascuales),
la Pascua de Cristo se consuma con la efusión del Espíritu
Santo que se manifiesta, da y comunica como Persona divina: desde su plenitud,
Cristo, el Señor (cf. Hch 2, 36), derrama profusamente el Espíritu.
732 En este día se revela plenamente la Santísima
Trinidad. Desde ese día el Reino anunciado por Cristo está
abierto a todos los que creen en El: en la humildad de la carne y en la fe,
participan ya en la Comunión de la Santísima Trinidad. Con
su venida, que no cesa, el Espíritu Santo hace entrar al mundo en
los "últimos tiempos", el tiempo de la Iglesia, el Reino ya heredado,
pero todavía no consumado:
Hemos visto la verdadera Luz, hemos recibido el
Espíritu celestial, hemos encontrado la verdadera fe: adoramos la
Trinidad indivisible porque ella nos ha salvado (Liturgia bizantina, Tropario
de Vísperas de Pentecostés; empleado también en las
liturgias eucarísticas después de la comunión)
El Espíritu Santo, El Don de Dios
733 "Dios es Amor"
(1 Jn 4, 8. 16) y el Amor que es el primer don, contiene todos los
demás. Este amor "Dios lo ha derramado en nuestros corazones por
el Espíritu Santo que nos ha sido dado" (Rm 5, 5).
734 Puesto que hemos muerto, o al menos, hemos sido heridos
por el pecado, el primer efecto del don del Amor es la remisión de
nuestros pecados. La Comunión con el Espíritu Santo (2 Co
13, 13) es la que, en la Iglesia, vuelve a dar a los bautizados la semejanza
divina perdida por el pecado.
735 El nos da entonces las "arras" o las "primicias"
de nuestra herencia (cf. Rm 8, 23; 2 Co 1, 21): la Vida misma de la Santísima
Trinidad que es amar "como él nos ha amado" (cf. 1 Jn 4, 11-12).
Este amor (la caridad de 1 Co 13) es el principio de la vida nueva en Cristo,
hecha posible porque hemos "recibido una fuerza, la del Espíritu Santo"
(Hch 1, 8).
736 Gracias a este poder del Espíritu Santo los
hijos de Dios pueden dar fruto. El que nos ha injertado en la Vid verdadera
hará que demos "el fruto del Espíritu que es caridad, alegría,
paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, templanza"(Ga
5, 22-23). "El Espíritu es nuestra Vida": cuanto más renunciamos
a nosotros mismos (cf. Mt 16, 24-26), más "obramos también
según el Espíritu" (Ga 5, 25):
Por la comunión con él, el Espíritu
Santo nos hace espirituales, nos restablece en el Paraíso, nos lleva
al Reino de los cielos y a la adopción filial, nos da la confianza
de llamar a Dios Padre y de participar en la gracia de Cristo, de ser llamado
hijo de la luz y de tener parte en la gloria eterna (San Basilio, Spir.
15,36).
El Espíritu Santo y la Iglesia
737 La misión
de Cristo y del Espíritu Santo se realiza en la Iglesia, Cuerpo de
Cristo y Templo del Espíritu Santo. Esta misión conjunta asocia
desde ahora a los fieles de Cristo en su Comunión con el Padre en
el Espíritu Santo: El Espíritu Santo prepara a los hombres,
los previene por su gracia, para atraerlos hacia Cristo. Les manifiesta
al Señor resucitado, les recuerda su palabra y abre su mente para
entender su Muerte y su Resurrección. Les hace presente el Misterio
de Cristo, sobre todo en la Eucaristía para reconciliarlos, para
conducirlos a la Comunión con Dios, para que den "mucho fruto" (Jn
15, 5. 8. 16).
738 Así, la misión de la Iglesia no se
añade a la de Cristo y del Espíritu Santo, sino que es su
sacramento: con todo su ser y en todos sus miembros ha sido enviada para
anunciar y dar testimonio, para actualizar y extender el Misterio de la
Comunión de la Santísima Trinidad (esto será el objeto
del próximo artículo):
Todos nosotros que hemos recibido el mismo y único
espíritu, a saber, el Espíritu Santo, nos hemos fundido entre
nosotros y con Dios ya que por mucho que nosotros seamos numerosos separadamente
y que Cristo haga que el Espíritu del Padre y suyo habite en cada
uno de nosotros, este Espíritu único e indivisible lleva por
sí mismo a la unidad a aquellos que son distintos entre sí
... y hace que todos aparezcan como una sola cosa en él . Y de la
misma manera que el poder de la santa humanidad de Cristo hace que todos
aquellos en los que ella se encuentra formen un solo cuerpo, pienso que también
de la misma manera el Espíritu de Dios que habita en todos, único
e indivisible, los lleva a todos a la unidad espiritual (San Cirilo de Alejandría,
Jo 12).
739 Puesto que el Espíritu Santo es la Unción
de Cristo, es Cristo, Cabeza del Cuerpo, quien lo distribuye entre sus miembros
para alimentarlos, sanarlos, organizarlos en sus funciones mutuas, vivificarlos,
enviarlos a dar testimonio, asociarlos a su ofrenda al Padre y a su intercesión
por el mundo entero. Por medio de los sacramentos de la Iglesia, Cristo
comunica su Espíritu, Santo y Santificador, a los miembros de su
Cuerpo (esto será el objeto de la segunda parte del Catecismo).
740 Estas "maravillas de Dios", ofrecidas a los creyentes
en los Sacramentos de la Iglesia, producen sus frutos en la vida nueva,
en Cristo, según el Espíritu (esto será el objeto de
la tercera parte del Catecismo).
741 "El Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza.
Pues nosotros no sabemos pedir como conviene; mas el Espíritu mismo
intercede por nosotros con gemidos inefables" (Rm 8, 26). El Espíritu
Santo, artífice de las obras de Dios, es el Maestro de la oración
(esto será el objeto de la cuarta parte del Catecismo).
RESUMEN
742 "La prueba de
que sois hijos es que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu
de su Hijo que clama:Abba, Padre" (Ga 4, 6).
743 Desde el comienzo y hasta de la consumación
de los tiempos, cuando Dios envía a su Hijo, envía siempre
a su Espíritu: la misión de ambos es conjunta e inseparable.
744 En la plenitud de los tiempos, el Espíritu
Santo realiza en María todas las preparaciones para la venida de Cristo
al Pueblo de Dios. Mediante la acción del Espíritu Santo en
ella, el Padre da al mundo el Emmanue l, "Dios con nosotros" (Mt 1, 23).
745 El Hijo de Dios es consagrado Cristo [Mesías]
mediante la Unción del Espíritu Santo en su Encarnación
(cf. Sal 2, 6-7).
746 Por su Muerte y su Resurrección, Jesús
es constituído Señor y Cristo en la gloria (Hch 2, 36). De
su plenitud derrama el Espíritu Santo sobre los Apóstoles y
la Iglesia.
747 El Espíritu Santo que Cristo, Cabeza, derrama
sobre sus miembros, construye, anima y santifica a la Iglesia. Ella es el
sacramento de la Comunión de la Santísima Trinidad con los
hombres.
Articulo 9 “CREO EN LA SANTA IGLESIA
CATOLICA”
748 "Cristo es la
luz de los pueblos. Por eso, este sacrosanto Sínodo, reunido en el
Espíritu Santo, desea vehementemente iluminar a todos los hombres
con la luz de Cristo, que resplandece sobre el rostro de la Iglesia, anunciando
el evangelio a todas las criaturas". Con estas palabras comienza la "Constitución
dogmática sobre la Iglesia" del Concilio Vaticano II. Así,
el Concilio muestra que el artículo de la fe sobre la Iglesia depende
enteramente de los artículos que se refieren a Cristo Jesús.
La Iglesia no tiene otra luz que la de Cristo; ella es, según una
imagen predilecta de los Padres de la Iglesia, comparable a la luna cuya
luz es reflejo del sol.
749 El artículo sobre la Iglesia depende enteramente
también del que le precede, sobre el Espíritu Santo. "En efecto,
después de haber mostrado que el Espíritu Santo es la fuente
y el dador de toda santidad, confesamos ahora que es El quien ha dotado
de santidad a la Iglesia" (Catech. R. 1, 10, 1). La Iglesia, según
la expresión de los Padres, es el lugar "donde florece el Espíritu"
(San Hipóli to, t.a. 35).
750 Creer que la Iglesia es "Santa" y "Católica",
y que es "Una" y "Apostólica" (como añade el Símbolo
nicenoconstantinopolitano) es inseparable de la fe en Dios, Padre, Hijo
y Espíritu Santo. En el Símbolo de los Apóstoles, hacemos
profesión de creer que existe una Iglesia Santa ("Credo ... Ecclesiam"),
y no de creer en la Iglesia para no confundir a Dios con sus obras y para
atribuir claramente a la bondad de Dios todos los dones que ha puesto en
su Iglesia (cf. Catech. R. 1, 10, 22).
Párrafo 1 LA IGLESIA EN EL
DESIGNIO DE DIOS
I LOS NOMBRES Y LAS IMAGENES DE LA IGLESIA
751 La palabra "Iglesia"
["ekklèsia", del griego "ek-kalein" - "llamar fuera"] significa "convocación".
Designa asambleas del pueblo (cf. Hch 19, 39), en general de carácter
religioso. Es el término frecuentemente utilizado en el texto griego
del Antiguo Testamento para designar la asamblea del pueblo elegido en la
presencia de Dios, sobre todo cuando se trata de la asamblea del Sinaí,
en donde Israel recibió la Ley y fue constituido por Dios como su
pueblo santo (cf. Ex 19). Dándose a sí misma el nombre de "Iglesia",
la primera comunidad de los que creían en Cristo se reconoce heredera
de aquella asamblea. En ella, Dios "convoca" a su Pueblo desde todos
los confines de la tierra. El término "Kiriaké", del que se
deriva las palabras "church" en inglés, y "Kirche" en alemán,
significa "la que pertenece al Señor".
752 En el lenguaje cristiano, la palabra "Iglesia" designa
no sólo la asamblea litúrgica (cf. 1 Co 11, 18; 14, 19. 28.
34. 35), sino también la comunidad local (cf. 1 Co 1, 2; 16, 1) o
toda la comunidad universal de los creyentes (cf. 1 Co 15, 9; Ga 1, 13; Flp
3, 6). Estas tres significaciones son inseparables de hecho. La "Iglesia"
es el pueblo que Dios reúne en el mundo entero. La Iglesia de Dios
existe en las comunidades locales y se realiza como asamblea litúrgica,
sobre todo eucarística. La Iglesia vive de la Palabra y del Cuerpo
de Cristo y de esta manera viene a ser ella misma Cuerpo de Cristo.
Los símbolos de la Iglesia
753 En la Sagrada
Escritura encontramos multitud de imágenes y de figuras relacionadas
entre sí, mediante las cuales la revelación habla del Misterio
inagotable de la Iglesia. Las imágenes tomadas del Antiguo Testamento
constituyen variaciones de una idea de fondo, la del "Pueblo de Dios". En
el Nuevo Testamento (cf. Ef 1, 22; Col 1, 18), todas estas imágenes
adquieren un nuevo centro por el hecho de que Cristo viene a ser "la Cabeza"
de este Pueblo (cf. LG 9) el cual es desde entonces su Cuerpo. En torno
a este centro se agrupan imágenes "tomadas de la vida de los pastores,
de la agricultura, de la construcción, incluso de la familia y del
matrimonio" (LG 6).
754 "La Iglesia, en efecto, es el redil cuya puerta única
y necesaria es Cristo(Jn 10, 1-10). Es también el rebaño cuy
pastor será el mismo Dios, como él mismo anunció (cf.
Is 40, 11; Ez 34, 11-31). Aunque son pastores humanos quien es gobiernan
a las ovejas, sin embargo es Cristo mismo el que sin cesar las guía
y alimenta; El, el Buen Pastor y Cabeza de los pastores (cf. Jn 10, 11; 1
P 5, 4), que dio su vida por las ovejas (cf. Jn 10, 11-15)".
755 "La Iglesia es labranza o campo de Dios (1 Co 3,
9). En este campo crece el antiguo olivo cuya raíz santa fueron los
patriarcas y en el que tuvo y tendrá lugar la reconciliación
de los judíos y de los gentiles (Rm 11, 13-26). El labrador del cielo
la plantó como viña selecta (Mt 21, 33-43 par.; cf. Is 5, 1-7).
La verdadera vid es Cristo, que da vida y fecundidad a a los sarmientos,
es decir, a nosotros, que permanecemos en él por medio de la Iglesia
y que sin él no podemos hacer nada (Jn 15, 1-5)".
756 "También muchas veces a la Iglesia se la llama
construcción de Dios (1 Co 3, 9). El Señor mismo se comparó
a la piedra que desecharon los constructores, pero que se convirtió
en la piedra angular (Mt 21, 42 par.; cf. Hch 4, 11; 1 P 2, 7; Sal 118,
22). Los apóstoles construyen la Iglesia sobre ese fundamento (cf.
1 Co 3, 11), que le da solidez y cohesión. Esta construcción
recibe diversos nombres: casa de Dios: casa de Dios (1 Tim 3, 15)
en la que habita su familia, habitación de Dios en el Espíritu
(Ef 2, 19-22), tienda de Dios con los hombres (Ap 21, 3), y sobre todo,
templo santo. Representado en los templos de piedra, los Padres cantan sus
alabanzas, y la liturgia, con razón, lo compara a la ciudad santa,
a la nueva Jerusalén. En ella, en efecto, nosotros como piedras vivas
entramos en su construcción en este mundo (cf. 1 P 2, 5). San Juan
ve en el mundo renovado bajar del cielo, de junto a Dios, esta ciudad santa
arreglada como una esposa embellecidas para su esposo (Ap 21, 1-2)".
757 "La Iglesia que es llamada también "la Jerusalén
de arriba" y "madre nuestra" (Ga 4, 26; cf. Ap 12, 17), y se la describe
como la esposa inmaculada del Cordero inmaculado (Ap 19, 7; 21, 2. 9; 22,
17). Cristo `la amó y se entregó por ella para santificarla'
(Ef 5, 25-26); se unió a ella en alianza indisoluble, `la alimenta
y la cuida' (Ef 5, 29) sin cesar" (LG 6).
II ORIGEN, FUNDACION Y MISION DE LA IGLESIA
758 Para penetrar
en el Misterio de la Iglesia, conviene primeramente contemplar su origen
dentro del designio de la Santísima Trinidad y su realización
progresiva en la historia.
Un designio nacido en el corazón del Padre
759 "El Padre eterno
creó el mundo por una decisión totalmente libre y misteriosa
de su sabiduría y bondad. Decidió elevar a los hombres a la
participación de la vida divina" a la cual llama a todos los hombres
en su Hijo: "Dispuso convocar a los creyentes en Cristo en la santa Iglesia".
Esta "familia de Dios" se constituye y se realiza gradualmente a lo largo
de las etapas de la historia humana, según las disposiciones del Padre:
en efecto, la Iglesia ha sido "prefigurada ya desde el origen del mundo y
preparada maravillosamente en la historia del pueblo de Israel y en la Antigua
Alianza; se constituyó en los últimos tiempos, se manifestó
por la efusión del Espíritu y llegará gloriosamente
a su plenitud al final de los siglos" (LG 2).
La Iglesia, prefigurada desde el origen del mundo
760 "El mundo fue
creado en orden a la Iglesia" decían los cristianos de los primeros
tiempos (Hermas, vis.2, 4,1; cf. Arístides, apol. 16, 6; Justino,
apol. 2, 7). Dios creó el mundo en orden a la comunión en
su vida divina, "comunión" que se realiza mediante la "convocación"
de los hombres en Cristo, y esta "convocación" es la Iglesia. La
Iglesia es la finalidad de todas las cosas (cf. San Epifanio, haer. 1,1,5),
e incluso las vicisitudes dolorosas como la caída de los ángeles
y el pecado del hombre, no fueron permitidas por Dios más que como
ocasión y medio de desplegar toda la fuerza de su brazo, toda la medida
del amor que quería dar al mundo:
Así como la voluntad de Dios es un acto y se
llama mundo, así su intención es la salvación de los
hombres y se llama Iglesia (Clemente de Alej. paed. 1, 6).
La Iglesia, preparada en la Antigua Alianza
761 La reunión
del pueblo de Dios comienza en el instante en que el pecado destruye la
comunión de los hombres con Dios y la de los hombres entre sí.
La reunión de la Iglesia es por así decirlo la reacción
de Dios al caos provocado por el pecado. Esta reunificación se realiza
secretamente en el seno de todos los pueblos: "En cualquier nación
el que le teme [a Dios] y practica la justicia le es grato" (Hch 10, 35;
cf LG 9; 13; 16).
762 La preparación lejana de la reunión
del pueblo de Dios comienza con la vocación de Abraham, a quien Dios
promete que llegará a ser Padre de un gran pueblo (cf Gn 12, 2; 15,
5-6). La preparación inmediata comienza con la elección de Israel
como pueblo de Dios (cf Ex 19, 5-6; Dt 7, 6). Por su elección, Israel
debe ser el signo de la reunión futura de todas las naciones (cf Is
2, 2-5; Mi 4, 1-4). Pero ya los profetas acusan a Israel de haber roto la
alianza y haberse comportado como una prostituta (cf Os 1; Is 1, 2-4; Jr
2; etc.). Anuncian, pues, una Alianza nueva y eterna (cf. Jr 31, 31-34; Is
55, 3). "Jesús instituyó esta nueva alianza" (LG 9).
La Iglesia - instituida por Cristo Jesús
763 Corresponde al
Hijo realizar el plan de Salvación de su Padre, en la plenitud de
los tiempos; ese es el motivo de su "misión" (cf. LG 3; AG 3). "El
Señor Jesús comenzó su Iglesia con el anuncio de la
Buena Noticia, es decir, de la llegada del Reino de Dios prometido desde
hacía siglos en las Escrituras" (LG 5). Para cumplir la voluntad
del Padre, Cristo inauguró el Reino de los cielos en la tierra. La
Iglesia es el Reino de Cristo "presente ya en misterio" (LG 3).
764 "Este Reino se manifiesta a los hombres en las palabras,
en las obras y en la presencia de Cristo" (LG 5). Acoger la palabra de Jesús
es acoger "el Reino" (ibid.). El germen y el comienzo del Reino son el "pequeño
rebaño" (Lc 12, 32), de los que Jesús ha venido a convocar
en torno suyo y de los que él mismo es el pastor (cf. Mt 10, 16; 26,
31; Jn 10, 1-21). Constituyen la verdadera familia de Jesús (cf. Mt
12, 49). A los que reunió así en torno suyo, les enseñó
no sólo una nueva "manera de obrar", sino también una oración
propia (cf. Mt 5-6).
765 El Señor Jesús dotó a su comunidad
de una estructura que permanecerá hasta la plena consumación
del Reino. Ante todo está la elección de los Doce con Pedro
como su Cabeza (cf. Mc 3, 14-15); puesto que representan a las doce tribus
de Israel (cf. Mt 19, 28; Lc 22, 30), ellos son los cimientos de la nueva
Jerusalén (cf. Ap 21, 12-14). Los Doce (cf. Mc6, 7) y los otros discípulos
(cf. Lc 10,1-2) participan en la misión de Cristo, en su poder, y
también en su suerte (cf. Mt 10, 25; Jn 15, 20). Con todos estos actos,
Cristo prepara y edifica su Iglesia.
766 Pero la Iglesia ha nacido principalmente del don
total de Cristo por nuestra salvación, anticipado en la institución
de la Eucaristía y realizado en la Cruz. "El agua y la sangre que
brotan del costado abierto de Jesús crucificado son signo de este
comienzo y crecimiento" (LG 3 ."Pues del costado de Cristo dormido en la
cruz nació el sacramento admirable de toda la Iglesia" (SC 5). Del
mismo modo que Eva fue formada del costado de Adán adormecido, así
la Iglesia nació del corazón traspasado de Cristo muerto en
la Cruz (cf. San Ambrosio, Luc 2, 85-89).
La Iglesia, manifestada por el Espíritu Santo
767 "Cuando el Hijo
terminó la obra que el Padre le encargó realizar en la tierra,
fue enviado el Espíritu Santo el día de Pentecostés
para que santificara continuamente a la Iglesia" (LG 4). Es entonces cuando
"la Iglesia se manifestó públicamente ante la multitud; se
inició la difusión del evangelio entre los pueblos mediante
la predicación" (AG 4). Como ella es "convocatoria" de salvación
para todos los hombres, la Iglesia, por su misma naturaleza, misionera enviada
por Cristo a todas las naciones para hacer de ellas discípulos suyos
(cf. Mt 28, 19-20; AG 2,5-6).
768 Para realizar su misión, el Espíritu
Santo "la construye y dirige con diversos dones jerárquicos y carismáticos"
LG 4). "La Iglesia, enriquecida con los dones de su Fundador y guardando
fielmente sus mandamientos del amor, la humildad y la renuncia, recibe la
misión de anunciar y establecer en todos los pueblos el Reino de Cristo
y de Dios. Ella constituye el germen y el comienzo de este Reino en la tierra"
(LG 5).
La Iglesia, consumada en la gloria
769 La Iglesia "sólo
llegará a su perfección en la gloria del cielo" (LG 48), cuando
Cristo vuelva glorioso. Hasta ese día, "la Iglesia avanza en su peregrinación
a través de las persecuciones del mundo y de los consuelos de Dios"
(San Agustín, civ. 18, 51;cf. LG 8). Aquí abajo, ella se sabe
en exilio, lejos del Señor (cf. 2Co 5, 6; LG 6), y aspira al advenimimento
pleno del Reino, "y espera y desea con todas sus fuerzas reunirse con su
Rey en la gloria" (LG 5). La consumación de la Iglesia en la gloria,
y a través de ella la del mundo, no sucederá sin grandes pruebas.
Solamente entonces, "todos los justos desde Adán, `desde el justo
Abel hasta el último de los elegidos' se reunirán con el Padre
en la Iglesia universal" (LG 2).
III EL MISTERIO DE LA IGLESIA
770 La Iglesia está
en la historia, pero al mismo tiempo la transciende. Solamente "con los
ojos de la fe" (Catech. R. 1,10, 20) se puede ver al mismo tiempo en esta
realidad visible una realidad espiritual, portadora de vida divina.
La Iglesia, a la vez visible y espiritual
771 "Cristo, el único
Mediador, estableció en este mundo su Iglesia santa, comunidad de
fe, esperanza y amor, como un organismo visible. La mantiene aún
sin cesar para comunicar por medio de ella a todos la verdad y la gracia".
La Iglesia es a la vez:
– "sociedad dotada de órganos jerárquicos y el Cuerpo Místico
de Cristo;
– el grupo visible y la comunidad espiritual
– la Iglesia de la tierra y la Iglesia llena de bienes del cielo".
Estas dimensiones
juntas constituyen "una realidad compleja, en la que están unidos
el elemento divino y el humano" (LG 8):
Es propio de la Iglesia "ser a la vez humana y divina,
visible y dotada de elementos invisibles, entregada a la acción y
dada a la contemplación, presente en el mundo y, sin embargo, peregrina.
De modo que en ella lo humano esté ordenado y subordinado a lo divino,
lo visible a lo invisible, la acción a la contemplación y
lo presente a la ciudad futura que buscamos" (SC 2).
¡Qué humildad y qué sublimidad!
Es la tienda de Cadar y el santuario de Dios; una tienda terrena y un palacio
celestial; una casa modestísima y una aula regia; un cuerpo mortal
y un templo luminoso; la despreciada por los soberbios y la esposa de Cristo.
Tiene la tez morena pero es hermosa, hijas de Jerusalén. El trabajo
y el dolor del prolongado exilio la han deslucido, pero también la
hermosa su forma celestial (San Bernardo, Cant. 27, 14).
La Iglesia, Misterio de la unión de los hombres
con Dios
772 En la Iglesia
es donde Cristo realiza y revela su propio misterio como la finalidad de
designio de Dios: "recapitular todo en El" (Ef 1, 10). San Pablo llama "gran
misterio" (Ef 5, 32) al desposorio de Cristo y de la Iglesia. Porque la Iglesia
se une a Cristo como a su esposo (cf. Ef 5, 25-27), por eso se convierte
a su vez en Misterio (cf. Ef 3, 9-11). Contemplando en ella el Misterio,
San Pablo escribe: el misterio "es Cristo en vosotros, la esperanza de la
gloria" (Col 1, 27)
773 En la Iglesia esta comunión de los hombres
con Dios por "la caridad que no pasará jamás"(1 Co 13, 8) es
la finalidad que ordena todo lo que en ella es medio sacramental ligado a
este mundo que pasa (cf. LG 48). "Su estructura está totalmente ordenada
a la santidad de los miembros de Cristo. Y la santidad se aprecia en función
del 'gran Misterio' en el que la Esposa responde con el don del amor al
don del Esposo" (MD 27). María nos precede a todos en la santidad
que es el Misterio de la Iglesia como la "Esposa sin tacha ni arruga" (Ef
5, 27). Por eso la dimensión mariana de la Iglesia precede a su dimensión
petrina" (ibid.).
La Iglesia, sacramento universal de la salvación
774 La palabra griega
"mysterion" ha sido traducida en latín por dos términos: "mysterium"
y "sacramentum". En la interpretación posterior, el término
"sacramentum" expresa mejor el signo visible de la realidad oculta de la
salvación, indicada por el término "mysterium". En este sentido,
Cristo es El mismo el Misterio de la salvación: "Non est enim aliud
Dei mysterium, nisi Christus" ("No hay otro misterio de Dios fuera de Cristo")
(San Agustín, ep. 187, 34). La obra salvífica de su humanidad
santa y santificante es el sacramento de la salvación que se manifiesta
y actúa en los sacramentos de la Iglesia (que las Iglesias de Oriente
llaman también "los santos Misterios"). Los siete sacramentos son
los signos y los instrumentos mediante los cuales el Espíritu Santo
distribuye la gracia de Cristo, que es la Cabeza, en la Iglesia que
es su Cuerpo. La Iglesia contiene por tanto y comunica la gracia invisible
que ella significa. En este sentido analógico ella es llamada "sacramento".
775 "La Iglesia es en Cristo como un sacramento o signo
e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de
todo el género humano "(LG 1): Ser el sacramento de la unión
íntima de los hombres con Dios es el primer fin de la Iglesia. Como
la comunión de los hombres radica en la unión con Dios, la
Iglesia es también el sacramento de la unidad del género humano.
Esta unidad ya está comenzada en ella porque reúne hombres
"de toda nación, raza, pueblo y lengua" (Ap 7, 9); al mismo tiempo,
la Iglesia es "signo e instrumento" de la plena realización de esta
unidad que aún está por venir.
776 Como sacramento, la Iglesia es instrumento de Cristo.
Ella es asumida por Cristo "como instrumento de redención universal"
(LG 9), "sacramento universal de salvación" (LG 48), por medio del
cual Cristo "manifiesta y realiza al mismo tiempo el misterio del amor de
Dios al hombre" (GS 45, 1). Ella "es el proyecto visible del amor de Dios
hacia la humanidad" (Pablo VI, discurso 22 junio 1973) que quiere "que todo
el género humano forme un único Pueblo de Dios, se una en
un único Cuerpo de Cristo, se coedifique en un único templo
del Espíritu Santo" (AG 7; cf. LG 17).
RESUMEN
777 La palabra "Iglesia"
significa "convocación". Designa la asamblea de aquellos a quienes
convoca la palabra de Dios para formar el Pueblo de Dios y que, alimentados
con el Cuerpo de Cristo, se convierten ellos mismos en Cuerpo de Cristo.
778 La Iglesia es a la vez camino y término del
designio de Dios: prefigurada en la creación, preparada en la Antigua
Alianza, fundada por las palabras y las obras de Jesucristo, realizada por
su Cruz redentora y su Resurrección, se manifiesta como misterio
de salvación por la efusión del Espíritu Santo. Quedará
consumada en la gloria del cielo como asamblea de todos los redimidos de
la tierra (cf. Ap 14,4).
779 La Iglesia es a la vez visible y espiritual, sociedad
jerárquica y Cuerpo Místico de Cristo. Es una, formada por
un doble elemento humano y divino. Ahí está su Misterio que
sólo la fe puede aceptar.
780 La Iglesia es, en este mundo, el sacramento de la
salvación, el signo y el instrumento de la Comunión con Dios
y entre los hombres.
Párrafo 2
LA IGLESIA, PUEBLO DE DIOS, CUERPO DE CRISTO,
TEMPLO DEL ESPIRITU
SANTO
I LA IGLESIA, PUEBLO DE DIOS
781 "En todo tiempo
y lugar ha sido grato a Dios el que le teme y practica la justicia. Sin
embargo, quiso santificar y salvar a los hombres no individualmente y aislados,
sin conexión entre sí, sino hacer de ellos un pueblo para
que le conociera de verdad y le sirviera con una vida santa. Eligió,
pues, a Israel para pueblo suyo, hizo una alianza con él y lo fue
educando poco a poco. Le fue revelando su persona y su plan a lo largo de
su historia y lo fue santificando. Todo esto, sin embargo, sucedió
como preparación y figura de su alianza nueva y perfecta que iba
a realizar en Cristo..., es decir, el Nuevo Testamento en su sangre convocando
a las gentes de entre los judíos y los gentiles para que se unieran,
no según la carne, sino en el Espíritu" (LG 9).
Las características del Pueblo de Dios
782 El Pueblo de Dios
tiene características que le distinguen claramente de todos
los grupos religiosos, étnicos, políticos o culturales de
la Historia:
– Es el Pueblo de Dios: Dios no pertenece en propiedad a ningún
pueblo. Pero El ha adquirido para sí un pueblo de aquellos que antes
no eran un pueblo: "una raza elegida, un sacerdocio real, una nación
santa" (1 P 2, 9).
– Se llega a ser miembro de este cuerpo no por el nacimiento físico,
sino por el "nacimiento de arriba", "del agua y del Espíritu" (Jn
3, 3-5), es decir, por la fe en Cristo y el Bautismo.
– Este pueblo tiene por jefe [cabeza] a Jesús el Cristo [Ungido,
Mesías]: porque la misma Unción, el Espíritu Santo fluye
desde la Cabeza al Cuerpo, es "el Pueblo mesiánico".
– "La identidad de este Pueblo, es la dignidad y la libertad de los hijos
de Dios en cuyos corazones habita el Espíritu Santo como en un templo".
– "Su ley, es el mandamiento nuevo: amar como el mismo Cristo mismo nos
amó (cf. Jn 13, 34)". Esta es la ley "nueva" del Espíritu Santo
(Rm 8,2; Ga 5, 25).
– Su misión es ser la sal de la tierra y la luz del mundo (cf. Mt
5, 13-16). "Es un germen muy seguro de unidad, de esperanza y de salvación
para todo el género humano".
– "Su destino es el Reino de Dios, que el mismo comenzó en este
mundo, que ha de ser extendido hasta que él mismo lo lleve también
a su perfección" (LG 9).
Un pueblo sacerdotal, profético y real
783 Jesucristo es
aquél a quien el Padre ha ungido con el Espíritu Santo y lo
ha constituido "Sacerdote, Profeta y Rey". Todo el Pueblo de Dios participa
de estas tres funciones de Cristo y tiene las responsabilidades de misión
y de servicio que se derivan de ellas (cf.RH 18-21).
784 Al entrar en el Pueblo de Dios por la fe y el Bautismo
se participa en la vocación única de este Pueblo: en su vocación
sacerdotal: "Cristo el Señor, Pontífice tomado de entre los
hombres, ha hecho del nuevo pueblo `un reino de sacerdotes para Dios, su
Padre'. Los bautizados, en efecto, por el nuevo nacimiento y por la unción
del Espíritu Santo, quedan consagrados como casa espiritual y sacerdocio
santo" (LG 10).
785 "El pueblo santo de Dios participa también
del carácter profético de Cristo". Lo es sobre todo por el sentido
sobrenatural de la fe que es el de todo el pueblo, laicos y jerarquía,
cuando "se adhiere indefectiblemente a la fe transmitida a los santos de
una vez para siempre" (LG 12) y profundiza en su comprensión y se
hace testigo de Cristo en medio de este mundo.
786 El Pueblo de Dios participa, por último, en
la función regia de Cristo". Cristo ejerce su realeza atrayendo a
sí a todos los hombres por su muerte y su resurrección (cf.
Jn 12, 32). Cristo, Rey y Señor del universo, se hizo el servidor
de todos, no habiendo "venido a ser servido, sino a servir y dar su vida
en rescate por muchos" (Mt 20, 28). Para el cristiano, "servir es reinar"
(LG 36), particularmente "en los pobres y en los que sufren" donde descubre
"la imagen de su Fundador pobre y sufriente" (LG 8). El pueblo de Dios realiza
su "dignidad regia" viviendo conforme a esta vocación de servir con
Cristo.
De todos los que han nacido de nuevo en Cristo, el signo
de la cruz hace reyes, la unción del Espíritu Santo los consagra
como sacerdotes, a fin de que, puesto aparte el servicio particular de nuestro
ministerio, todos los cristianos espirituales y que usan de su razón
se reconozcan miembros de esta raza de reyes y participantes de la función
sacerdotal. ¿Qué hay, en efecto, más regio para un
alma que gobernar su cuerpo en la sumisión a Dios? Y ¿qué
hay más sacerdotal que consagrar a Dios una conciencia pura y ofrecer
en el altar de su corazón las víctimas sin mancha de la piedad?
(San León Magno, serm. 4, 1).
II LA IGLESIA, CUERPO DE CRISTO
La Iglesia es comunión con Jesús
787 Desde el comienzo,
Jesús asoció a sus discípulos a su vida (cf. Mc. 1,16-20;
3, 13-19); les reveló el Misterio del Reino (cf. Mt 13, 10-17); les
dio parte en su misión, en su alegría (cf. Lc 10, 17-20) y
en sus sufrimientos (cf. Lc 22, 28-30). Jesús habla de una comunión
todavía más íntima entre él y los que le sigan:
"Permaneced en Mí, como yo en vosotros ... Yo soy la vid y vosotros
los sarmientos" (Jn 15, 4-5). Anuncia una comunión misteriosa y real
entre su propio cuerpo y el nuestro: "Quien come mi carne y bebe mi sangre
permanece en Mí y Yo en él" (Jn 6, 56).
788 Cuando fueron privados los discípulos de su
presencia visible, Jesús no los dejó huérfanos (cf.
Jn 14, 18). Les prometió quedarse con ellos hasta el fin de los tiempos
(cf. Mt 28, 20), les envió su Espíritu (cf. Jn 20, 22; Hch
2, 33). Por eso, la comunión con Jesús se hizo en cierto modo
más intensa: "Por la comunicación de su Espíritu a sus
hermanos, reunidos de todos los pueblos, Cristo los constituye místicamente
en su cuerpo" (LG 7).
789 La comparación de la Iglesia con el cuerpo
arroja un rayo de luz sobre la relación íntima entre la Iglesia
y Cristo. No está solamente reunida en torno a El: siempre está
unificada en El, en su Cuerpo. Tres aspectos de la Iglesia-Cuerpo de Cristo
se han de resaltar más específicamente: la unidad de todos
los miembros entre sí por su unión con Cristo; Cristo Cabeza
del Cuerpo; la Iglesia, Esposa de Cristo.
“Un solo cuerpo”
790 Los creyentes
que responden a la Palabra de Dios y se hacen miembros del Cuerpo de Cristo,
quedan estrechamente unidos a Cristo: "La vida de Cristo se comunica a a
los creyentes, que se unen a Cristo, muerto y glorificado, por medio de
los sacramentos de una manera misteriosa pero real" (LG 7). Esto es particularmente
verdad en el caso del Bautismo por el cual nos unimos a la muerte y a la
Resurrección de Cristo (cf. Rm 6, 4-5; 1 Co 12, 13), y en el caso
de la Eucaristía, por la cual, "compartimos realmente el Cuerpo del
Señor, que nos eleva hasta la comunión con él y entre
nosotros" (LG 7).
791 La unidad del cuerpo no ha abolido la diversidad
de los miembros: "En la construcción del cuerpo de Cristo existe
una diversidad de miembros y de funciones. Es el mismo Espíritu el
que, según su riqueza y las necesidades de los ministerios, distribuye
sus diversos dones para el bien de la Iglesia". La unidad del Cuerpo místico
produce y estimula entre los fieles la caridad: "Si un miembro sufre, todos
los miembros sufren con él; si un miembro es honrado, todos los miembros
se alegran con él" (LG 7). En fin, la unidad del Cuerpo místico
sale victoriosa de todas las divisiones humanas: "En efecto, todos los bautizados
en Cristo os habéis revestido de Cristo: ya no hay judío ni
griego; ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois
uno en Cristo Jesús" (Ga 3, 27-28).
Cristo, Cabeza de este Cuerpo
792 Cristo "es la
Cabeza del Cuerpo que es la Iglesia" (Col 1, 18). Es el Principio de la
creación y de la redención. Elevado a la gloria del Padre,
"él es el primero en todo" (Col 1, 18), principalmente en la Iglesia
por cuyo medio extiende su reino sobre todas las cosas:
793 El nos une a su Pascua: Todos los miembros tienen
que esforzarse en asemejarse a él "hasta que Cristo esté formad
o en ellos" (Ga 4, 19). "Por eso somos integrados en los misterios de su
vida ..., nos unimos a sus sufrimientos como el cuerpo a su cabeza. Sufrimos
con él para ser glorificados con él" (LG 7).
794 El provee a nuestro crecimiento (cf. Col 2, 19):
Para hacernos crecer hacia él, nuestra Cabeza (cf. Ef 4, 11-16),
Cristo distribuye en su cuerpo, la Iglesia, los dones y los servicios mediante
los cuales nos ayudamos mutuamente en el camino de la salvación.
795 Cristo y la Iglesia son, por tanto, el "Cristo total"
["Christus totus"]. La Iglesia es una con Cristo. Los santos tienen conciencia
muy viva de esta unidad:
Felicitémonos y demos gracias por lo que hemos
llegado a ser, no solamente cristianos sino el propio Cristo. ¿Comprendéis,
hermanos, la gracia que Dios nos ha hecho al darnos a Cristo como Cabeza?
Admiraos y regocijaos, hemos sido hechos Cristo. En efecto, ya que El es
la Cabeza y nosotros somos los miembros, el hombre todo entero es El y nosotros
... La plenitud de Cristo es, pues, la Cabeza y los miembros: ¿Qué
quiere decir la Cabeza y los miembros? Cristo y la Iglesia (San Agustín,
ev. Jo. 21, 8).
Redemptor noster unam se personam cum sancta Ecclesia,
quam assumpsit, exhibuit ("Nuestro Redentor muestra que forma una sola persona
con la Iglesia que El asumió") (San Gregorio Magno, mor. praef.1,6,4).
Caput et membra, quasi una persona mystica ("La Cabeza
y los miembros, como si fueran una sola persona mística") (Santo
Tomás de Aquino, s.th. 3, 42, 2, ad 1).
Una palabra de Santa Juana de Arco a sus jueces
resume la fe de los santos doctores y expresa el buen sentido del creyente:
"De Jesucristo y de la Iglesia, me parece que es todo uno y que no es necesario
hacer una dificultad de ello" (Juana de Arco, proc.).
La Iglesia es la Esposa de Cristo
796 La unidad de Cristo
y de la Iglesia, Cabeza y miembros del Cuerpo, implica también la
distinción de ambos en una relación personal. Este aspecto
es expresado con frecuencia mediante la imagen del Esposo y de la
Esposa. El tema de Cristo esposo de la Iglesia fue preparado por los profetas
y anunciado por Juan Bautista (cf. Jn 3, 29). El Señor se designó
a sí mismo como "el Esposo" (Mc 2, 19; cf. Mt 22, 1-14; 25, 1-13).
El apóstol presenta a la Iglesia y a cada fiel, miembro de su Cuerpo,
como una Esposa "desposada" con Cristo Señor para "no ser con él
más que un solo Espíritu" (cf. 1 Co 6,15-17; 2 Co 11,2). Ella
es la Esposa inmaculada del Cordero inmaculado (cf. Ap 22,17; Ef 1,4; 5,27),
a la que Cristo "amó y por la que se entregó a fin de santificarla"
(Ef 5,26), la que él se asoció mediante una Alianza eterna
y de la que no cesa de cuidar como de su propio Cuerpo (cf. Ef 5,29):
He ahí el Cristo total, cabeza y cuerpo, un solo
formado de muchos ... Sea la cabeza la que hable, sean los miembros, es
Cristo el que habla. Habla en el papel de cabeza ["ex persona capitis"]
o en el de cuerpo ["ex persona corporis"]. Según lo que está
escrito: "Y los dos se harán una sola carne. Gran misterio es éste,
lo digo respecto a Cristo y la Iglesia."(Ef 5,31-32) Y el Señor mismo
en el evangelio dice: "De manera que ya no son dos sino una sola carne"
(Mt 19,6). Como lo habéis visto bien, hay en efecto dos personas
diferentes y, no obstante, no forman más que una en el abrazo conyugal
... Como cabeza él se llama "esposo" y como cuerpo "esposa" (San
Agustín, psalm. 74, 4:PL 36, 948-949).
III LA IGLESIA, TEMPLO DEL ESPIRITU SANTO
797 "Quod est spiritus
noster, id est anima nostra, ad membra nostra, hoc est Spiritus Sanctus ad
membra Christi, ad corpus Christi, quod est Ecclesia" ("Lo que nuestro espíritu,
es decir, nuestra alma, es para nuestros miembros, eso mismo es el Espíritu
Santo para los miembros de Cristo, para el Cuerpo de Cristo que es la Iglesia")
(San Agustín, serm. 267, 4). "A este Espíritu de Cristo, como
a principio invisible, ha de atribuirse también el que todas las
partes del cuerpo estén íntimamente unidas, tanto entre sí
como con su excelsa Cabeza, puesto que está todo él en la Cabeza,
todo en el Cuerpo, todo en cada uno de los miembros" (Pío XII: "Mystici
Corporis": DS 3808). El Espíritu Santo hace de la Iglesia "el Templo
del Dios vivo" (2 Co 6, 16; cf. 1 Co 3, 16-17;Ef 2,21):
En efecto, es a la misma Iglesia, a la que ha sido confiado
el "Don de Dios ...Es en ella donde se ha depositado la comunión
con Cristo, es decir el Espíritu Santo, arras de la incorruptibilidad,
confirmación de nuestra fe y escala de nuestra ascensión
hacia Dios ...Porque allí donde está la Iglesia, allí
está también el Espíritu de Dios; y allí donde
está el Espíritu de Dios, está la Iglesia y toda gracia.
(San Ireneo, haer. 3, 24, 1).
798 El Espíritu Santo es "el principio de toda
acción vital y verdaderamente saludable en todas las partes del cuerpo"
(Pío XII, "Mystici Corporis": DS 3808). Actúa de múltiples
maneras en la edificación de todo el Cuerpo en la caridad(cf. Ef 4,
16): por la Palabra de Dios, "que tiene el poder de construir el edificio"
(Hch 20, 32), por el Bautismo mediante el cual forma el Cuerpo de Cristo (cf.
1 Co 12, 13); por los sacramentos que hacen crecer y curan a los miembros
de Cristo; por "la gracia concedida a los apóstoles" que "entre estos
dones destaca" (LG 7), por las virtudes que hacen obrar según el bien,
y por las múltiples gracias especiales [llamadas "carismas"] mediante
las cuales los fieles quedan "preparados y dispuestos a asumir diversas tareas
o ministerios que contribuyen a renovar y construir más y más
la Iglesia" (LG 12; cf. AA 3).
Los carismas
799 Extraordinarios
o sencillos y humildes, los carismas son gracias del Espíritu Santo,
que tienen directa o indirectamente, una utilidad eclesial; los carismas
están ordenados a la edificación de la Iglesia, al bien de
los hombres y a las necesidades del mundo.
800 Los carismas se han de acoger con reconocimiento
por el que los recibe, y también por todos los miembros de la Iglesia.
En efecto, son una maravillosa riqueza de gracia para la vitalidad apostólica
y para la santidad de todo el Cuerpo de Cristo; los carismas constituyen
tal riqueza siempre que se trate de dones que provienen verdaderamente del
Espíritu Santo y que se ejerzan de modo plenamente conforme a los
impulsos auténticos de este mismo Espíritu, es decir, según
la caridad, verdadera medida de los carismas (cf. 1 Co 13).
801 Por esta razón aparece siempre necesario el
discernimiento de carismas. Ningún carisma dispensa de la referencia
y de la sumisión a los Pastores de la Iglesia. "A ellos compete sobre
todo no apagar el Espíritu, sino examinarlo todo y quedarse con lo
bueno" (LG 12), a fin de que todos los carismas cooperen, en su diversidad
y complementariedad, al "bien común" (cf. 1 Co 12, 7) (cf. LG 30;
CL, 24).
RESUMEN
802 "Cristo Jesús se entregó por nosotros
a fin de rescatarnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo
que fuese suyo" (Tt 2, 14).
803 "Vosotros sois linaje elegido, sacerdocio real, nación
santa, pueblo adquirido" (1 P 2, 9).
804 Se entra en el Pueblo de Dios por la fe y el Bautismo.
"Todos los hombres están invitados al Pueblo de Dios" (LG 13), a
fin de que, en Cristo, "los hombres constituyan una sola familia y un único
Pueblo de Dios"(AG 1).
805 La Iglesia es el Cuerpo de Cristo. Por el Espíritu
y su acción en los sacramentos, sobre todo en la Eucaristía,
Cristo muerto y resucitado constituye la comunidad de los creyentes como
Cuerpo suyo.
806 En la unidad de este cuerpo hay diversidad de miembros
y de funciones. Todos los miembros están unidos unos a otros, particularmente
a los que sufren, a los pobres y perseguidos.
807 La Iglesia es este Cuerpo del que Cristo es la Cabeza:
vive de El, en El y por El: El vive con ella y en ella.
808 La Iglesia es la Esposa de Cristo: la ha amado y
se ha entregado por ella. La ha purificado por medio de su sangre. Ha hecho
de ella la Madre fecunda de todos los hijos de Dios.
809 La Iglesia es el Templo del Espíritu Santo.
El Espíritu es como el alma del Cuerpo Místico, principio
de su vida, de la unidad en la diversidad y de la riqueza de sus dones y
carismas.
810 "Así toda la Iglesia aparece como el pueblo
unido `por la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo' (San
Cipriano)" (LG 4).
Párrafo 3 LA IGLESIA ES UNA, SANTA, CATÓLICA
Y APOSTÓLICA
811 "Esta es la única
Iglesia de Cristo, de la que confesamos en el Credo que es una, santa, católica
y apostólica" (LG 8). Estos cuatro atributos, inseparablemente unidos
entre sí (cf DS 2888), indican rasgos esenciales de la Iglesia y
de su misión. La Iglesia no los tiene por ella misma; es Cristo,
quien, por el Espíritu Santo, da a la Iglesia el ser una, santa,
católica y apostólica, y Él es también quien
la llama a ejercitar cada una de estas cualidades.
812 Sólo la fe puede reconocer que la Iglesia
posee estas propiedades por su origen divino. Pero sus manifestaciones históricas
son signos que hablan también con claridad a la razón humana.
Recuerda el Concilio Vaticano I: "La Iglesia por sí misma es un grande
y perpetuo motivo de credibilidad y un testimonio irrefutable de su misión
divina a causa de su admirable propagación, de su eximia santidad,
de su inagotable fecundidad en toda clase de bienes, de su unidad universal
y de su invicta estabilidad" (DS 3013).
I LA IGLESIA ES UNA
"El sagrado Misterio de la Unidad de la Iglesia" (UR
2)
813 La Iglesia es
una debido a su origen: "El modelo y principio supremo de este misterio es
la unidad de un solo Dios Padre e Hijo en el Espíritu Santo, en la
Trinidad de personas" (UR 2). La Iglesia es una debido a su Fundador: "Pues
el mismo Hijo encarnado, Príncipe de la paz, por su cruz reconcilió
a todos los hombres con Dios... restituyendo la unidad de todos en un solo
pueblo y en un solo cuerpo" (GS 78, 3). La Iglesia es una debido a su "alma":
"El Espíritu Santo que habita en los creyentes y llena y gobierna
a toda la Iglesia, realiza esa admirable comunión de fieles y une
a todos en Cristo tan íntimamente que es el Principio de la unidad
de la Iglesia" (UR 2). Por tanto, pertenece a la esencia misma de la Iglesia
ser una:
¡Qué sorprendente misterio! Hay un solo Padre del universo,
un solo Logos del universo y también un solo Espíritu Santo,
idéntico en todas partes; hay también una sola virgen hecha
madre, y me gusta llamarla Iglesia (Clemente de Alejandría, paed.
1, 6, 42).
813 Desde el principio, esta Iglesia una se presenta,
no obstante, con una gran diversidad que procede a la vez de la variedad de
los dones de Dios y de la multiplicidad de las personas que los reciben.
En la unidad del Pueblo de Dios se reúnen los diferentes pueblos
y culturas. Entre los miembros de la Iglesia existe una diversidad de dones,
cargos, condiciones y modos de vida; "dentro de la comunión eclesial,
existen legítimamente las Iglesias particulares con sus propias tradiciones"
(LG 13). La gran riqueza de esta diversidad no se opone a la unidad de la
Iglesia. No obstante, el pecado y el peso de sus consecuencias amenazan
sin cesar el don de la unidad. También el apóstol debe exhortar
a "guardar la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz"
(Ef 4, 3).
815 ¿Cuáles son estos vínculos de
la unidad? "Por encima de todo esto revestíos del amor, que es el
vínculo de la perfección" (Col 3, 14). Pero la unidad de la
Iglesia peregrina está asegurada por vínculos visibles de comunión:
- la profesión de una misma fe recibida de los
apóstoles;
- la celebración común del culto divino,
sobre todo de los sacramentos;
- la sucesión apostólica por el sacramento
del orden, que conserva la concordia fraterna de la familia de Dios (cf
UR 2; LG 14; CIC, can. 205).
816 "La única Iglesia de Cristo..., Nuestro Salvador,
después de su resurrección, la entregó a Pedro para
que la pastoreara. Le encargó a él y a los demás apóstoles
que la extendieran y la gobernaran... Esta Iglesia, constituida y ordenada
en este mundo como una sociedad, subsiste en ["subsistit in"] la Iglesia
católica, gobernada por el sucesor de Pedro y por los obispos en comunión
con él" (LG 8).
El decreto sobre Ecumenismo del Concilio Vaticano II explicita: "Solamente
por medio de la Iglesia católica de Cristo, que es auxilio general
de salvación, puede alcanzarse la plenitud total de los medios de
salvación. Creemos que el Señor confió todos los bienes
de la Nueva Alianza a un único colegio apostólico presidido
por Pedro, para constituir un solo Cuerpo de Cristo en la tierra, al cual
deben incorporarse plenamente los que de algún modo pertenecen ya
al Pueblo de Dios" (UR 3).
Las heridas de la unidad
817 De hecho, "en esta una y única Iglesia de
Dios, aparecieron ya desde los primeros tiempos algunas escisiones que el
apóstol reprueba severamente como condenables; y en siglos posteriores
surgieron disensiones más amplias y comunidades no pequeñas
se separaron de la comunión plena con la Iglesia católica y,
a veces, no sin culpa de los hombres de ambas partes" (UR 3). Tales rupturas
que lesionan la unidad del Cuerpo de Cristo (se distingue la herejía,
la apostasía y el cisma [cf CIC can. 751]) no se producen sin el pecado
de los hombres:
Ubi peccata sunt, ibi est multitudo, ibi schismata, ibi haereses, ibi discussiones.
Ubi autem virtus, ibi singularitas, ibi unio, ex quo omnium credentium erat
cor unum et anima una ("Donde hay pecados, allí hay desunión,
cismas, herejías, discusiones. Pero donde hay virtud, allí
hay unión, de donde resultaba que todos los creyentes tenían
un solo corazón y una sola alma" Orígenes, hom. in Ezech. 9,
1).
818 Los que nacen hoy en las comunidades surgidas de
tales rupturas "y son instruidos en la fe de Cristo, no pueden ser acusados
del pecado de la separación y la Iglesia católica los abraza
con respeto y amor fraternos... justificados por la fe en el bautismo, se
han incorporado a Cristo; por tanto, con todo derecho se honran con el nombre
de cristianos y son reconocidos con razón por los hijos de la Iglesia
católica como hermanos en el Señor" (UR 3).
819 Además, "muchos elementos de santificación
y de verdad" (LG 8) existen fuera de los límites visibles de la Iglesia
católica: "la palabra de Dios escrita, la vida de la gracia, la fe,
la esperanza y la caridad y otros dones interiores del Espíritu Santo
y los elementos visibles" (UR 3; cf LG 15). El Espíritu de Cristo
se sirve de estas Iglesias y comunidades eclesiales como medios de salvación
cuya fuerza viene de la plenitud de gracia y de verdad que Cristo ha confiado
a la Iglesia católica. Todos estos bienes provienen de Cristo y conducen
a Él (cf UR 3) y de por sí impelen a "la unidad católica"
(LG 8).
Hacia la unidad
820 Aquella unidad
"que Cristo concedió desde el principio a la Iglesia... creemos que
subsiste indefectible en la Iglesia católica y esperamos que crezca
hasta la consumación de los tiempos" (UR 4). Cristo da permanentemente
a su Iglesia el don de la unidad, pero la Iglesia debe orar y trabajar siempre
para mantener, reforzar y perfeccionar la unidad que Cristo quiere para
ella. Por eso Cristo mismo rogó en la hora de su Pasión, y
no cesa de rogar al Padre por la unidad de sus discípulos: "Que todos
sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos sean
también uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has
enviado" (Jn 17, 21). El deseo de volver a encontrar la unidad de todos los
cristianos es un don de Cristo y un llamamiento del Espíritu Santo
(cf UR 1).
821 Para responder adecuadamente a este llamamiento se
exige:
— una renovación permanente de la Iglesia en una
fidelidad mayor a su vocación. Esta renovación es el alma
del movimiento hacia la unidad (UR 6);
— la conversión del corazón para "llevar
una vida más pura, según el Evangelio" (cf UR 7), porque la
infidelidad de los miembros al don de Cristo es la causa de las divisiones;
— la oración en común, porque "esta conversión
del corazón y santidad de vida, junto con las oraciones privadas
y públicas por la unidad de los cristianos, deben considerarse como
el alma de todo el movimiento ecuménico, y pueden llamarse con razón
ecumenismo espiritual" (cf UR 8);
— el fraterno conocimiento recíproco (cf UR 9);
— la formación ecuménica de los fieles
y especialmente de los sacerdotes (cf UR 10);
— el diálogo entre los teólogos y los encuentros
entre los cristianos de diferentes Iglesias y comunidades (cf UR 4, 9, 11);
— la colaboración entre cristianos en los diferentes
campos de servicio a los hombres (cf UR 12).
822 "La preocupación por el restablecimiento de
la unión atañe a la Iglesia entera, tanto a los fieles como
a los pastores" (cf UR 5). Pero hay que ser "conocedor de que este santo
propósito de reconciliar a todos los cristianos en la unidad de la
única Iglesia de Jesucristo excede las fuerzas y la capacidad humana".
Por eso hay que poner toda la esperanza "en la oración de Cristo por
la Iglesia, en el amor del Padre para con nosotros, y en el poder del Espíritu
Santo" (UR 24).
II LA IGLESIA ES SANTA
823 "La fe confiesa
que la Iglesia... no puede dejar de ser santa. En efecto, Cristo, el Hijo
de Dios, a quien con el Padre y con el Espíritu se proclama 'el solo
santo', amó a su Iglesia como a su esposa. Él se entregó
por ella para santificarla, la unió a sí mismo como su propio
cuerpo y la llenó del don del Espíritu Santo para gloria de
Dios" (LG 39). La Iglesia es, pues, "el Pueblo santo de Dios" (LG 12), y
sus miembros son llamados "santos" (cf Hch 9, 13; 1 Co 6, 1; 16, 1).
824 La Iglesia, unida a Cristo, está santificada
por Él; por Él y con Él, ella también ha sido
hecha santificadora. Todas las obras de la Iglesia se esfuerzan en conseguir
"la santificación de los hombres en Cristo y la glorificación
de Dios" (SC 10). En la Iglesia es en donde está depositada "la plenitud
total de los medios de salvación" (UR 3). Es en ella donde "conseguimos
la santidad por la gracia de Dios" (LG 48).
825 "La Iglesia, en efecto, ya en la tierra se caracteriza
por una verdadera santidad, aunque todavía imperfecta" (LG 48). En
sus miembros, la santidad perfecta está todavía por alcanzar:
"Todos los cristianos, de cualquier estado o condición, están
llamados cada uno por su propio camino, a la perfección de la santidad,
cuyo modelo es el mismo Padre" (LG 11).
826 La caridad es el alma de la santidad a la que todos
están llamados: "dirige todos los medios de santificación,
los informa y los lleva a su fin" (LG 42):
Comprendí que si la Iglesia tenía un cuerpo, compuesto por
diferentes miembros, el más necesario, el más noble de todos
no le faltaba, comprendí que la Iglesia tenía un corazón,
que este corazón estaba ARDIENDO DE AMOR. Comprendí que el
Amor solo hacía obrar a los miembros de la Iglesia, que si el Amor
llegara a apagarse, los Apóstoles ya no anunciarían el Evangelio,
los Mártires rehusarían verter su sangre... Comprendí
que EL AMOR ENCERRABA TODAS LAS VOCACIONES. QUE EL AMOR ERA TODO, QUE ABARCABA
TODOS LOS TIEMPOS Y TODOS LOS LUGARES... EN UNA PALABRA, QUE ES ¡ETERNO!
(Santa Teresa del Niño Jesús, ms. autob. B 3v).
827 "Mientras que Cristo, santo, inocente, sin mancha,
no conoció el pecado, sino que vino solamente a expiar los pecados
del pueblo, la Iglesia, abrazando en su seno a los pecadores, es a la vez
santa y siempre necesitada de purificación y busca sin cesar la conversión
y la renovación" (LG 8; cf UR 3; 6). Todos los miembros de la Iglesia,
incluso sus ministros, deben reconocerse pecadores (cf 1 Jn 1, 8-10). En
todos, la cizaña del pecado todavía se encuentra mezclada con
la buena semilla del Evangelio hasta el fin de los tiempos (cf Mt 13, 24-30).
La Iglesia, pues, congrega a pecadores alcanzados ya por la salvación
de Cristo, pero aún en vías de santificación:
La Iglesia es, pues, santa aunque abarque en su seno pecadores; porque
ella no goza de otra vida que de la vida de la gracia; sus miembros, ciertamente,
si se alimentan de esta vida se santifican; si se apartan de ella, contraen
pecados y manchas del alma, que impiden que la santidad de ella se difunda
radiante. Por lo que se aflige y hace penitencia por aquellos pecados, teniendo
poder de librar de ellos a sus hijos por la sangre de Cristo y el don del
Espíritu Santo (SPF 19).
828 Al canonizar a ciertos fieles, es decir, al proclamar
solemnemente que esos fieles han practicado heroicamente las virtudes y
han vivido en la fidelidad a la gracia de Dios, la Iglesia reconoce el poder
del Espíritu de santidad, que está en ella, y sostiene la esperanza
de los fieles proponiendo a los santos como modelos e intercesores (cf LG
40; 48-51). "Los santos y las santas han sido siempre fuente y origen de
renovación en las circunstancias más difíciles de la
historia de la Iglesia" (CL 16, 3). En efecto, "la santidad de la Iglesia
es el secreto manantial y la medida infalible de su laboriosidad apostólica
y de su ímpetu misionero" (CL 17, 3).
829 "La Iglesia en la Santísima Virgen llegó
ya a la perfección, sin mancha ni arruga. En cambio, los creyentes
se esfuerzan todavía en vencer el pecado para crecer en la santidad.
Por eso dirigen sus ojos a María" (LG 65): en ella, la Iglesia es
ya enteramente santa.
III LA IGLESIA ES CATOLICA
Qué quiere decir "católica"
830 La palabra "católica"
significa "universal" en el sentido de "según la totalidad" o "según
la integridad". La Iglesia es católica en un doble sentido:
Es católica porque Cristo está presente
en ella. "Allí donde está Cristo Jesús, está
la Iglesia Católica" (San Ignacio de Antioquía, Smyrn. 8, 2).
En ella subsiste la plenitud del Cuerpo de Cristo unido a su Cabeza (cf Ef
1, 22-23), lo que implica que ella recibe de Él "la plenitud de los
medios de salvación" (AG 6) que Él ha querido: confesión
de fe recta y completa, vida sacramental íntegra y ministerio ordenado
en la sucesión apostólica. La Iglesia, en este sentido fundamental,
era católica el día de Pentecostés (cf AG 4) y lo será
siempre hasta el día de la Parusía.
831 Es católica porque ha sido enviada por Cristo
en misión a la totalidad del género humano (cf Mt 28, 19):
Todos los hombres están invitados al Pueblo de Dios. Por eso este
pueblo, uno y único, ha de extenderse por todo el mundo a través
de todos los siglos, para que así se cumpla el designio de Dios,
que en el principio creó una única naturaleza humana y decidió
reunir a sus hijos dispersos... Este carácter de universalidad, que
distingue al pueblo de Dios, es un don del mismo Señor. Gracias a
este carácter, la Iglesia Católica tiende siempre y eficazmente
a reunir a la humanidad entera con todos sus valores bajo Cristo como Cabeza,
en la unidad de su Espíritu (LG 13).
Cada una de las Iglesias particulares es "católica"
832 "Esta Iglesia de Cristo está verdaderamente
presente en todas las legítimas comunidades locales de fieles, unidas
a sus pastores. Estas, en el Nuevo Testamento, reciben el nombre de Iglesias...
En ellas se reúnen los fieles por el anuncio del Evangelio de Cristo
y se celebra el misterio de la Cena del Señor... En estas comunidades,
aunque muchas veces sean pequeñas y pobres o vivan dispersas, está
presente Cristo, quien con su poder constituye a la Iglesia una, santa,
católica y apostólica" (LG 26).
833 Se entiende por Iglesia particular, que es en primer
lugar la diócesis (o la eparquía), una comunidad de fieles
cristianos en comunión en la fe y en los sacramentos con su obispo
ordenado en la sucesión apostólica (cf CD 11; CIC can. 368-369;
CCEO, cán. 117, § 1. 178. 311, § 1. 312). Estas Iglesias
particulares están "formadas a imagen de la Iglesia Universal. En
ellas y a partir de ellas existe la Iglesia católica, una y única"
(LG 23).
834 Las Iglesias particulares son plenamente católicas
gracias a la comunión con una de ellas: la Iglesia de Roma "que preside
en la caridad" (San Ignacio de Antioquía, Rom. 1, 1). "Porque con
esta Iglesia en razón de su origen más excelente debe necesariamente
acomodarse toda Iglesia, es decir, los fieles de todas partes" (San Ireneo,
haer. 3, 3, 2; citado por Cc. Vaticano I: DS 3057). "En efecto, desde la
venida a nosotros del Verbo encarnado, todas las Iglesias cristianas de todas
partes han tenido y tienen a la gran Iglesia que está aquí
[en Roma] como única base y fundamento porque, según las mismas
promesas del Salvador, las puertas del infierno no han prevalecido jamás
contra ella" (San Máximo el Confesor, opusc.).
835 "Guardémonos bien de concebir la Iglesia universal
como la suma o, si se puede decir, la federación más o menos
anómala de Iglesias particulares esencialmente diversas. En el pensamiento
del Señor es la Iglesia, universal por vocación y por misión,
la que, echando sus raíces en la variedad de terrenos culturales,
sociales, humanos, toma en cada parte del mundo aspectos, expresiones externas
diversas" (EN 62). La rica variedad de disciplinas eclesiásticas,
de ritos litúrgicos, de patrimonios teológicos y espirituales
propios de las Iglesias locales "con un mismo objetivo muestra muy claramente
la catolicidad de la Iglesia indivisa" (LG 23).
Quién pertenece a la Iglesia católica
836 "Todos los hombres, por tanto, están invitados
a esta unidad católica del Pueblo de Dios... A esta unidad pertenecen
de diversas maneras o a ella están destinados los católicos,
los demás cristianos e incluso todos los hombres en general llamados
a la salvación por la gracia de Dios" (LG 13).
937 "Están plenamente incorporados a la sociedad
que es la Iglesia aquellos que, teniendo el Espíritu de Cristo, aceptan
íntegramente su constitución y todos los medios de salvación
establecidos en ella y están unidos, dentro de su estructura visible,
a Cristo, que la rige por medio del Sumo Pontífice y de los obispos,
mediante los lazos de la profesión de la fe, de los sacramentos,
del gobierno eclesiástico y de la comunión. No se salva, en
cambio, el que no permanece en el amor, aunque esté incorporado a
la Iglesia, pero está en el seno de la Iglesia con el 'cuerpo', pero
no con el 'corazón"' (LG 14).
938 "La Iglesia se siente unida por muchas razones con
todos los que se honran con el nombre de cristianos a causa del bautismo,
aunque no profesan la fe en su integridad o no conserven la unidad de la
comunión bajo el sucesor de Pedro" (LG 15). "Los que creen en Cristo
y han recibido ritualmente el bautismo están en una cierta comunión,
aunque no perfecta, con la Iglesia católica" (UR 3). Con las Iglesias
ortodoxas, esta comunión es tan profunda "que le falta muy poco para
que alcance la plenitud que haría posible una celebración común
de la Eucaristía del Señor" (Pablo VI, discurso 14 diciembre
1975; cf UR 13-18).
La Iglesia y los no cristianos
839 "Los que todavía no han recibido el Evangelio
también están ordenados al Pueblo de Dios de diversas maneras"
(LG 16):
La relación de la Iglesia con el pueblo judío.
La Iglesia, Pueblo de Dios en la Nueva Alianza, al escrutar su propio misterio,
descubre su vinculación con el pueblo judío (cf NA 4) "a quien
Dios ha hablado primero" (MR, Viernes Santo 13: oración universal
VI). A diferencia de otras religiones no cristianas la fe judía ya
es una respuesta a la revelación de Dios en la Antigua Alianza. Pertenece
al pueblo judío "la adopción filial, la gloria, las alianzas,
la legislación, el culto, las promesas y los patriarcas; de todo
lo cual procede Cristo según la carne" (cf Rm 9, 4-5), "porque los
dones y la vocación de Dios son irrevocables" (Rm 11, 29).
840 Por otra parte, cuando se considera el futuro, el
Pueblo de Dios de la Antigua Alianza y el nuevo Pueblo de Dios tienden hacia
fines análogos: la espera de la venida (o el retorno) del Mesías;
pues para unos, es la espera de la vuelta del Mesías, muerto y resucitado,
reconocido como Señor e Hijo de Dios; para los otros, es la venida
del Mesías cuyos rasgos permanecen velados hasta el fin de los tiempos,
espera que está acompañada del drama de la ignorancia o del
rechazo de Cristo Jesús.
841 Las relaciones de la Iglesia con los musulmanes.
"El designio de salvación comprende también a los que reconocen
al Creador. Entre ellos están, ante todo, los musulmanes, que profesan
tener la fe de Abraham y adoran con nosotros al Dios único y misericordioso
que juzgará a los hombres al fin del mundo" (LG 16; cf NA 3).
842 El vínculo de la Iglesia con las religiones
no cristianas es en primer lugar el del origen y el del fin comunes del
género humano:
Todos los pueblos forman una única comunidad y tienen un mismo origen,
puesto que Dios hizo habitar a todo el género humano sobre la entera
faz de la tierra; tienen también un único fin último,
Dios, cuya providencia, testimonio de bondad y designios de salvación
se extienden a todos hasta que los elegidos se unan en la Ciudad Santa (NA
1).
843 La Iglesia reconoce en las otras religiones la búsqueda "todavía
en sombras y bajo imágenes", del Dios desconocido pero próximo
ya que es Él quien da a todos vida, el aliento y todas las cosas
y quiere que todos los hombres se salven. Así, la Iglesia aprecia
todo lo bueno y verdadero, que puede encontrarse en las diversas religiones,
"como una preparación al Evangelio y como un don de aquel que ilumina
a todos los hombres, para que al fin tengan la vida" (LG 16; cf NA 2; EN
53).
844 Pero, en su comportamiento religioso, los hombres
muestran también límites y errores que desfiguran en ellos la
imagen de Dios:
Con demasiada frecuencia los hombres, engañados por el Maligno,
se pusieron a razonar como personas vacías y cambiaron el Dios verdadero
por un ídolo falso, sirviendo a las criaturas en vez de al Creador.
Otras veces, viviendo y muriendo sin Dios en este mundo, están expuestos
a la desesperación más radical (LG 16).
845 El Padre quiso convocar a toda la humanidad en la
Iglesia de su Hijo para reunir de nuevo a todos sus hijos que el pecado había
dispersado y extraviado. La Iglesia es el lugar donde la humanidad debe
volver a encontrar su unidad y su salvación. Ella es el "mundo reconciliado"
(San Agustín, serm. 96, 7-9). Es, además, este barco que "pleno
dominicae crucis velo Sancti Spiritus flatu in hoc bene navigat mundo" ("con
su velamen que es la cruz de Cristo, empujado por el Espíritu Santo,
navega bien en este mundo") (San Ambrosio, virg. 18, 188); según
otra imagen estimada por los Padres de la Iglesia, está prefigurada
por el Arca de Noé que es la única que salva del diluvio (cf
1 P 3, 20-21).
"Fuera de la Iglesia no hay salvación"
846 ¿Cómo entender esta afirmación
tantas veces repetida por los Padres de la Iglesia? Formulada de modo positivo
significa que toda salvación viene de Cristo-Cabeza por la Iglesia
que es su Cuerpo:
El santo Sínodo... basado en la Sagrada Escritura y en la Tradición,
enseña que esta Iglesia peregrina es necesaria para la salvación.
Cristo, en efecto, es el único Mediador y camino de salvación
que se nos hace presente en su Cuerpo, en la Iglesia. Él, al inculcar
con palabras, bien explícitas, la necesidad de la fe y del bautismo,
confirmó al mismo tiempo la necesidad de la Iglesia, en la que entran
los hombres por el bautismo como por una puerta. Por eso, no podrían
salvarse los que sabiendo que Dios fundó, por medio de Jesucristo,
la Iglesia católica como necesaria para la salvación, sin
embargo, no hubiesen querido entrar o perseverar en ella (LG 14).
847 Esta afirmación no se refiere a los que, sin
culpa suya, no conocen a Cristo y a su Iglesia:
Los que sin culpa suya no conocen el Evangelio de Cristo y su Iglesia,
pero buscan a Dios con sincero corazón e intentan en su vida, con
la ayuda de la gracia, hacer la voluntad de Dios, conocida a través
de lo que les dice su conciencia, pueden conseguir la salvación eterna
(LG 16; cf DS 3866-3872).
848 "Aunque Dios, por caminos conocidos sólo por
Él, puede llevar a la fe, 'sin la que es imposible agradarle' (Hb
11, 6), a los hombres que ignoran el Evangelio sin culpa propia, corresponde,
sin embargo, a la Iglesia la necesidad y, al mismo tiempo, el derecho sagrado
de evangelizar" (AG 7).
La misión, exigencia de la catolicidad de la
Iglesia
849 El mandato misionero. "La Iglesia, enviada por Dios
a las gentes para ser 'sacramento universal de salvación', por exigencia
íntima de su misma catolicidad, obedeciendo al mandato de su Fundador
se esfuerza por anunciar el Evangelio a todos los hombres" (AG 1): "Id,
pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas
en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles
a guardar todo lo que yo os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros
todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28, 19-20).
850 El origen la finalidad de la misión. El mandato
misionero del Señor tiene su fuente última en el amor eterno
de la Santísima Trinidad: "La Iglesia peregrinante es, por su propia
naturaleza, misionera, puesto que tiene su origen en la misión del
Hijo y la misión del Espíritu Santo según el plan de
Dios Padre" (AG 2). E;i fin último de la misión no es otro
que hacer participar a los hombres en la comunión que existe entre
el Padre y el Hijo en su Espíritu de amor (cf Juan Pablo II, RM 23).
851 El motivo de la misión. Del amor de Dios por
todos los hombres la Iglesia ha sacado en todo tiempo la obligación
y la fuerza de su impulso misionero: "porque el amor de Cristo nos apremia..."
(2 Co 5, 14; cf AA 6; RM 11). En efecto, "Dios quiere que todos los hombres
se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad" (1 Tm 2, 4). Dios
quiere la salvación de todos por el conocimiento de la verdad. La
salvación se encuentra en la verdad. Los que obedecen a la moción
del Espíritu de verdad están ya en el camino de la salvación;
pero la Iglesia a quien esta verdad ha sido confiada, debe ir al encuentro
de los que la buscan para ofrecérsela. Porque cree en el designio
universal de salvación, la Iglesia debe ser misionera.
852 Los caminos de la misión. "El Espíritu
Santo es en verdad el protagonista de toda la misión eclesial" (RM
21). Él es quien conduce la Iglesia por los caminos de la misión.
Ella "continúa y desarrolla en el curso de la historia la misión
del propio Cristo, que fue enviado a evangelizar a los pobres... impulsada
por el Espíritu Santo, debe avanzar por el mismo camino por el que
avanzó Cristo; esto es, el camino de la pobreza, la obediencia, el
servicio y la inmolación de sí mismo hasta la muerte, de la
que surgió victorioso por su resurrección" (AG 5). Es así
como la "sangre de los mártires es semilla de cristianos" (Tertuliano,
apol. 50).
853 Pero en su peregrinación, la Iglesia experimenta
también "hasta qué punto distan entre sí el mensaje
que ella proclama y la debilidad humana de aquellos a quienes se confía
el Evangelio" (GS 43, 6). Sólo avanzando por el camino "de la conversión
y la renovación" (LG 8; cf 15) y "por el estrecho sendero de Dios"
(AG 1) es como el Pueblo de Dios puede extender el reino de Cristo (cf RM
12-20). En efecto, "como Cristo realizó la obra de la redención
en la persecución, también la Iglesia está llamada
a seguir el mismo camino para comunicar a los hombres los frutos de la salvación"
(LG 8).
854 Por su propia misión, "la Iglesia... avanza
junto con toda la humanidad y experimenta la misma suerte terrena del mundo,
y existe como fermento y alma de la sociedad humana, que debe ser renovada
en Cristo y transformada en familia de Dios" (GS 40, 2). El esfuerzo misionero
exige entonces la paciencia. Comienza con el anuncio del Evangelio a los
pueblos y a los grupos que aún no creen en Cristo (cf RM 42-47), continúa
con el establecimiento de comunidades cristianas, "signo de la presencia
de Dios en el mundo" (AG lS), y en la fundación de Iglesias locales
(cf RM 48-49); se implica en un proceso de inculturación para así
encarnar el Evangelio en las culturas de los pueblos (cf RM 52-54), en este
proceso no faltarán también los fracasos. "En cuanto se refiere
a los hombres, grupos y pueblos, solamente de forma gradual los toca y los
penetra y de este modo los incorpora a la plenitud católica" (AG
6).
855 La misión de la Iglesia reclama el esfuerzo
hacia la unidad de los cristianos (cf RM 50). En efecto, "las divisiones
entre los cristianos son un obstáculo para que la Iglesia lleve a
cabo la plenitud de la catolicidad que le es propia en aquellos hijos que,
incorporados a ella ciertamente por el bautismo, están, sin embargo,
separados de su plena comunión. Incluso se hace más difícil
para la propia Iglesia expresar la plenitud de la catolicidad bajo todos
los aspectos en la realidad misma de la vida" (UR 4).
856 La tarea misionera implica un diálogo respetuoso
con los que todavía no aceptan el Evangelio (cf RM 55). Los creyentes
pueden sacar provecho para sí mismos de este diálogo aprendiendo
a conocer mejor "cuanto de verdad y de gracia se encontraba ya entre las
naciones, como por una casi secreta presencia de Dios" (AG 9). Si ellos anuncian
la Buena Nueva a los que la desconocen, es para consolidar, completar y elevar
la verdad y el bien que Dios ha repartido entre los hombres y los pueblos,
y para purificarlos del error y del mal "para gloria de Dios, confusión
del diablo y felicidad del hombre" (AG 9).
IV LA IGLESIA ES APOSTÓLICA
857 La Iglesia es
apostólica porque está fundada sobre los apóstoles,
y esto en un triple sentido:
- Fue y permanece edificada sobre "el fundamento de los apóstoles"
(Ef 2, 20; Hch 21, 14), testigos escogidos y enviados en misión por
el mismo Cristo (cf Mt 28, 16-20; Hch 1, 8; 1 Co 9, 1; 15, 7-8; Ga 1, l;
etc.).
- Guarda y transmite, con la ayuda del Espíritu Santo que habita
en ella, la enseñanza (cf Hch 2, 42), el buen depósito, las
sanas palabras oídas a los apóstoles (cf 2 Tm 1, 13-14).
- Sigue siendo enseñada, santificada y dirigida por los apóstoles
hasta la vuelta de Cristo gracias a aquellos que les suceden en su ministerio
pastoral: el colegio de los obispos, "a los que asisten los presbíteros
juntamente con el sucesor de Pedro y Sumo Pastor de la Iglesia" (AG 5):
Porque no abandonas nunca a tu rebaño, sino que, por medio de los
santos pastores, lo proteges y conservas, y quieres que tenga siempre por
guía la palabra de aquellos mismos pastores a quienes tu Hijo dio
la misión de anunciar el Evangelio (MR, Prefacio de los apóstoles).
La misión de los apóstoles
858 Jesús es el enviado del Padre. Desde el comienzo
de su ministerio, "llamó a los que él quiso, y vinieron donde
él. Instituyó Doce para que estuvieran con él y para
enviarlos a predicar" (Mc 3, 13-14). Desde entonces, serán sus "enviados"
[es lo que significa la palabra griega "apostoloi"]. En ellos continúa
su propia misión: "Como el Padre me envió, también
yo os envío" (Jn 20, 21; cf 13, 20; 17, 18). Por tanto su ministerio
es la continuación de la misión de Cristo: "Quien a vosotros
recibe, a mí me recibe", dice a los Doce (Mt 10, 40; cf Lc 10, 16).
859 Jesús los asocia a su misión recibida
del Padre: como "el Hijo no puede hacer nada por su cuenta" (Jn 5, 19.30),
sino que todo lo recibe del Padre que le ha enviado, así, aquellos
a quienes Jesús envía no pueden hacer nada sin Él (cf
Jn 15, 5) de quien reciben el encargo de la misión y el poder para
cumplirla. Los apóstoles de Cristo saben por tanto que están
calificados por Dios como "ministros de una nueva alianza" (2 Co 3, 6),
"ministros de Dios" (2 Co 6, 4), "embajadores de Cristo" (2 Co 5, 20), "servidores
de Cristo y administradores de los misterios de Dios" (1 Co 4, 1).
860 En el encargo dado a los apóstoles hay un
aspecto intransmisible: ser los testigos elegidos de la Resurrección
del Señor y los fundamentos de la Iglesia. Pero hay también
un aspecto permanente de su misión. Cristo les ha prometido permanecer
con ellos hasta el fin de los tiempos (cf Mt 28, 20). "Esta misión
divina confiada por Cristo a los apóstoles tiene que durar hasta
el fin del mundo, pues el Evangelio que tienen que transmitir es el principio
de toda la vida de la Iglesia. Por eso los apóstoles se preocuparon
de instituir... sucesores" (LG 20).
Los obispos sucesores de los apóstoles
861 "Para que continuase después de su muerte
la misión a ellos confiada, encargaron mediante una especie de testamento
a sus colaboradores más inmediatos que terminaran y consolidaran
la obra que ellos empezaron. Les encomendaron que cuidaran de todo el rebaño
en el que el Espíritu Santo les había puesto para ser los
pastores de la Iglesia de Dios. Nombraron, por tanto, de esta manera a algunos
varones y luego dispusieron que, después de su muerte, otros hombres
probados les sucedieran en el ministerio" (LG 20; cf San Clemente Romano,
Cor. 42; 44).
862 "Así como permanece el ministerio confiado
personalmente por el Señor a Pedro, ministerio que debía ser
transmitido a sus sucesores, de la misma manera permanece el ministerio de
los apóstoles de apacentar la Iglesia, que debe ser elegido para siempre
por el orden sagrado de los obispos". Por eso, la Iglesia enseña que
"por institución divina los obispos han sucedido a los apóstoles
como pastores de la Iglesia. El que los escucha, escucha a Cristo; el que,
en cambio, los desprecia, desprecia a Cristo y al que lo envió" (LG
20).
El apostolado
863 Toda la Iglesia
es apostólica mientras permanezca, a través de los sucesores
de San Pedro y de los apóstoles, en comunión de fe y de vida
con su origen. Toda la Iglesia es apostólica en cuanto que ella es
"enviada" al mundo entero; todos los miembros de la Iglesia, aunque de diferentes
maneras, tienen parte en este envío. "La vocación cristiana,
por su misma naturaleza, es también vocación al apostolado".
Se llama "apostolado" a "toda la actividad del Cuerpo Místico" que
tiende a "propagar el Reino de Cristo por toda la tierra" (AA 2).
864 "Siendo Cristo, enviado por el Padre, fuente y origen
del apostolado de la Iglesia", es evidente que la fecundidad del apostolado,
tanto el de los ministros ordenados como el de los laicos, depende de su
unión vital con Cristo (cf Jn 15, 5; AA 4). Según sean las
vocaciones, las interpretaciones de los tiempos, los dones variados del Espíritu
Santo, el apostolado toma las formas más diversas. Pero es siempre
la caridad, conseguida sobre todo en la Eucaristía, "que es como el
alma de todo apostolado" (AA 3).
865 La Iglesia es una, santa, católica y apostólica
en su identidad profunda y última, porque en ella existe ya y será
consumado al fin de los tiempos "el Reino de los cielos", "el Reino de Dios"
(cf Ap 19, 6), que ha venido en la persona de Cristo y que crece misteriosamente
en el corazón de los que le son incorporados hasta su plena manifestación
escatológica. Entonces todos los hombres rescatados por él,
hechos en él "santos e inmaculados en presencia de Dios en el Amor"
(Ef 1, 4), serán reunidos como el único Pueblo de Dios, "la
Esposa del Cordero" (Ap 21, 9), "la Ciudad Santa que baja del Cielo de junto
a Dios y tiene la gloria de Dios" (Ap 21, 10-11); y "la muralla de la ciudad
se asienta sobre doce piedras, que llevan los nombres de los doce apóstoles
del Cordero" (Ap 21, 14).
RESUMEN
866 La Iglesia es
una: tiene un solo Señor; confiesa una sola fe, nace de un solo Bautismo,
no forma más que un solo Cuerpo, vivificado por un solo Espíritu,
orientado a una única esperanza (cf Ef 4, 3-5) a cuyo término
se superarán todas las divisiones.
867 La Iglesia es santa: Dios santísimo es su
autor; Cristo, su Esposo, se entregó por ella para santificarla;
el Espíritu de santidad la vivifica. Aunque comprenda pecadores,
ella es "ex maculatis immaculata" ("inmaculada aunque compuesta de pecadores").
En los santos brilla su santidad; en María es ya la enteramente santa.
868 La Iglesia es católica: Anuncia la totalidad
de la fe; lleva en sí y administra la plenitud de los medios de salvación;
es enviada a todos los pueblos; se dirige a todos los hombres; abarca todos
los tiempos; "es, por su propia naturaleza, misionera" (AG 2).
869 La Iglesia es apostólica: Está edificada
sobre sólidos cimientos: "los doce apóstoles del Cordero"
(Ap 21, 14); es indestructible (cf Mt 16, 18); se mantiene infaliblemente
en la verdad: Cristo la gobierna por medio de Pedro y los demás apóstoles,
presentes en sus sucesores, el Papa y el colegio de los obispos.
870 "La única Iglesia de Cristo, de la que confesamos
en el Credo que es una, santa, católica y apostólica... subsiste
en la Iglesia católica, gobernada por el sucesor de Pedro y por los
obispos en comunión con él. Sin duda, fuera de su estructura
visible pueden encontrarse muchos elementos de santificación y de
verdad " (LG 8).
Párrafo 4 LOS FIELES DE CRISTO:
JERARQUIA, LAICOS,
VIDA CONSAGRADA
871 "Son fieles cristianos
quienes, incorporados a Cristo por el bautismo, se integran en el Pueblo
de Dios y, hechos partícipes a su modo por esta razón de la
función sacerdotal, profética y real de Cristo, cada uno según
su propia condición, son llamados a desempeñar la misión
que Dios encomendó cumplir a la Iglesia en el mundo" (CIC, can. 204,
1; cf. LG 31).
872 "Por su regeneración en Cristo, se da entre
todos los fieles una verdadera igualdad en cuanto a la dignidad y acción,
en virtud de la cual todos, según su propia condición y oficio,
cooperan a la edificación del Cuerpo de Cristo" (CIC can. 208; cf.
LG 32).
873 Las mismas diferencias que el Señor quiso
poner entre los miembros de su Cuerpo sirven a su unidad y a su misión.
Porque "hay en la Iglesia diversidad de ministerios, pero unidad de misión.
A los Apóstoles y sus sucesores les confirió Cristo la función
de enseñar, santificar y gobernar en su propio nombre y autoridad.
Pero también los laicos, partícipes de la función sacerdotal,
profética y real de Cristo, cumplen en la Iglesia y en el mundo la
parte que les corresponde en la misión de todo el Pueblo de Dios"
(AA 2). En fin, "en esos dos grupos [jerarquía y laicos], hay fieles
que por la profesión de los consejos evangélicos ... se consagran
a Dios y contribuyen a la misión salvífica de la Iglesia según
la manera peculiar que les es propia" (CIC can. 207, 2).
I LA CONSTITUCION JERARQUICA DE LA IGLESIA
Razón del ministerio eclesial
874 El mismo Cristo
es la fuente del ministerio en la Iglesia. El lo ha instituido, le ha dado
autoridad y misión, orientación y finalidad:
Cristo el Señor, para dirigir al Pueblo de Dios
y hacerle progresar siempre, instituyó en su Iglesia diversos ministerios
que está ordenados al bien de todo el Cuerpo. En efecto, los ministros
que posean la sagrada potestad están al servicio de sus hermanos
para que todos los que son miembros del Pueblo de Dios...lleguen a la salvación
(LG 18).
875 "¿Cómo creerán en aquél
a quien no han oído? ¿cómo oirán sin que se
les predique? y ¿cómo predicarán si no son enviados?"
(Rm 10, 14-15). Nadie, ningún individuo ni ninguna comunidad, puede
anunciarse a sí mismo el Evangelio. "La fe viene de la predicación"
(Rm 10, 17). Nadie se puede dar a sí mismo el mandato ni la misión
de anunciar el Evangelio. El enviado del Señor habla y obra no con
autoridad propia, sino en virtud de la autoridad de Cristo; no como miembro
de la comunidad, sino hablando a ella en nombre de Cristo. Nadie puede conferirse
a sí mismo la gracia, ella debe ser dada y ofrecida. Eso supone ministros
de la gracia, autorizados y habilitados por parte de Cristo. De El los obispos
y los presbíteros reciben la misión y la facultad (el "poder
sagrado") de actuar in persona Christi Capitis, los diáconos las
fuerzas para servir al pueblo de Dios en la "diaconía" de la liturgia,
de la palabra y de la caridad, en comunión con el Obispo y su presbiterio.
Este ministerio, en el cual los enviados de Cristo hacen y dan, por don
de Dios, lo que ellos, por sí mismos, no pueden hacer ni dar, la
tradición de la Iglesia lo llama "sacramento". El ministerio de la
Iglesia se confiere por medio de un sacramento específico.
876 El carácter de servicio del ministerio eclesial
está intrínsecamente ligado a la naturaleza sacramental. En
efecto, enteramente dependiente de Cristo que da misión y autoridad,
los ministros son verdaderamente "esclavos de Cristo" (Rm 1, 1), a
imagen de Cristo que, libremente ha tomado por nosotros "la forma de esclavo"
(Flp 2, 7). Como la palabra y la gracia de la cual son ministros no son de
ellos, sino de Cristo que se las ha confiado para los otros, ellos se harán
libremente esclavos de todos (cf. 1 Co 9, 19).
877 De igual modo es propio de la naturaleza sacramental
del ministerio eclesial tener un carácter colegial . En efecto, desde
el comienzo de su ministerio, el Señor Jesús instituyó
a los Doce, "semilla del Nuevo Israel, a la vez que el origen de la jerarquía
sagrada" (AG 5). Elegidos juntos, también fueron enviados juntos,
y su unidad fraterna estará al servicio de la comunión fraterna
de todos los fieles; será como un reflejo y un testimonio de la comunión
de las Personas divinas (cf. Jn 17, 21-23). Por eso, todo obispo ejerce
su ministerio en el seno del colegio episcopal, en comunión con el
obispo de Roma, sucesor de San Pedro y jefe del colegio; los presbíteros
ejercen su ministerio en el seno del presbiterio de la diócesis, bajo
la dirección de su obispo.
878 Por último, es propio también
de la naturaleza sacramental del ministerio eclesial tener carácter
personal. Cuando los ministros de Cristo actúan en comunión,
actúan siempre también de manera personal. Cada uno ha sido
llamado personalmente ("Tú sígueme", Jn 21, 22;cf. Mt 4,19.
21; Jn 1,43) para ser, en la misión común, testigo personal,
que es personalmente portador de la responsabilidad ante Aquél que
da la misión, que actúa "in persona Christi" y en favor de personas
: "Yo te bautizo en el nombre del Padre ..."; "Yo te perdono...".
879 Por lo tanto, en la Iglesia, el ministerio sacramental
es un servicio ejercitado en nombre de Cristo y tiene una índole
personal y una forma colegial. Esto se verifica en los vínculos entre
el colegio episcopal y su jefe, el sucesor de San Pedro, y en la relación
entre la responsabilidad pastoral del obispo en su Iglesia particular y
la común solicitud del colegio episcopal hacia la Iglesia Universal.
El colegio episcopal y su cabeza, el Papa
880 Cristo, al instituir
a los Doce, "formó una especie de Colegio o grupo estable y eligiendo
de entre ellos a Pedro lo puso al frente de él" (LG 19). "Así
como, por disposición del Señor, San Pedro y los demás
Apóstoles forman un único Colegio apostólico, por análogas
razones están unidos entre sí el Romano Pontífice,
sucesor de Pedro, y los obispos, sucesores de los Apóstoles "(LG
22; cf. CIC, can 330).
881 El Señor hizo de Simón, al que dio
el nombre de Pedro, y solamente de él, la piedra de su Iglesia. Le
entregó las llaves de ella (cf. Mt 16, 18-19); lo instituyó
pastor de todo el rebaño (cf. Jn 21, 15-17). "Está claro que
también el Colegio de los Apóstoles, unido a su Cabeza, recibió
la función de atar y desatar dada a Pedro" (LG 22). Este oficio pastoral
de Pedro y de los demás apóstoles pertenece a los cimientos
de la Iglesia. Se continúa por los obispos bajo el primado del Papa.
882 El Papa, obispo de Roma y sucesor de San Pedro, "es
el principio y fundamento perpetuo y visible de unidad, tanto de los obispos
como de la muchedumbre de los fieles "(LG 23). "El Pontífice Romano,
en efecto, tiene en la Iglesia, en virtud de su función de Vicario
de Cristo y Pastor de toda la Iglesia, la potestad plena, suprema y universal,
que puede ejercer siempre con entera libertad" (LG 22; cf. CD 2. 9).
883 "El Colegio o cuerpo episcopal no tiene ninguna autoridad
si no se le considera junto con el Romano Pontífice, sucesor de Pedro,
como Cabeza del mismo"". Como tal, este colegio es "también sujeto
de la potestad suprema y plena sobre toda la Iglesia" que "no se puede ejercer...a
no ser con el consentimiento del Romano Pontífice" (LG 22; cf. CIC,
can. 336).
884 La potestad del Colegio de los Obispos sobre toda
la Iglesia se ejerce de modo solemne en el Concilio Ecuménico "(CIC
can 337, 1). "No existe concilio ecuménico si el sucesor de Pedro no
lo ha aprobado o al menos aceptado como tal "(LG 22).
885 "Este colegio, en cuanto compuesto de muchos, expresa
la diversidad y la unidad del Pueblo de Dios; en cuanto reunido bajo una
única Cabeza, expresa la unidad del rebaño de Dios " (LG 22).
886 "Cada uno de los obispos, por su parte, es el principio
y fundamento visible de unidad en sus Iglesias particulares" (LG 23). Como
tales ejercen "su gobierno pastoral sobre la porción del Pueblo de
Dios que le ha sido confiada" (LG 23), asistidos por los presbíteros
y los diáconos. Pero, como miembros del colegio episcopal,
cada uno de ellos participa de la solicitud por todas las Iglesias (cf.
CD 3), que ejercen primeramente "dirigiendo bien su propia Iglesia, como
porción de la Iglesia universal", contribuyen eficazmente "al Bien
de todo el Cuerpo místico que es también el Cuerpo de las
Iglesias" (LG 23). Esta solicitud se extenderá particularmente a los
pobres (cf. Ga 2, 10), a los perseguidos por la fe y a los misioneros que
trabajan por toda la tierra.
887 Las Iglesias particulares vecinas y de cultura homogénea
forman provincias eclesiásticas o conjuntos más vastos llamados
patriarcados o regiones (cf. Canon de los Apóstoles 34). Los obispos
de estos territorios pueden reunirse en sínodos o concilios provinciales.
"De igual manera, hoy día, las Conferencias Episcopales pueden prestar
una ayuda múltiple y fecunda para que el afecto colegial se traduzca
concretamente en la práctica"" (LG 23).
La misión de enseñar
888 Los obispos con
los presbíteros, sus colaboradores, "tienen como primer deber el
anunciar a todos el Evangelio de Dios" (PO 4), según la orden del
Señor (cf. Mc 16, 15). Son "los predicadores del Evangelio que llevan
nuevos discípulos a Cristo. Son también los maestros auténticos,
por estar dotados de la autoridad de Cristo" (LG 25).
889 Para mantener a la Iglesia en la pureza de la fe
transmitida por los apóstoles, Cristo, que es la Verdad, quiso conferir
a su Iglesia una participación en su propia infalibilidad. Por medio
del "sentido sobrenatural de la fe", el Pueblo de Dios "se une indefectiblemente
a la fe", bajo la guía del Magisterio vivo de la Iglesia (cf. LG 12;
DV 10).
890 La misión del Magisterio está ligada
al carácter definitivo de la Alianza instaurada por Dios en Cristo
con su Pueblo; debe protegerlo de las desviaciones y de los fallos, y garantizarle
la posibilidad objetiva de profesar sin error la fe auténtica. El
oficio pastoral del Magisterio está dirigido, así, a velar
para que el Pueblo de Dios permanezca en la verdad que libera. Para cumplir
este servicio, Cristo ha dotado a los pastores con el carisma de infalibilidad
en materia de fe y de costumbres. El ejercicio de este carisma puede revestir
varias modalidades:
891 "El Romano Pontífice, Cabeza del Colegio episcopal,
goza de esta infalibilidad en virtud de su ministerio cuando, como Pastor
y Maestro supremo de todos los fieles que confirma en la fe a sus hermanos,
proclama por un acto definitivo la doctrina en cuestiones de fe y moral...
La infalibilidad prometida a la Iglesia reside también en el Cuerpo
episcopal cuando ejerce el magisterio supremo con el sucesor de Pedro",
sobre todo en un Concilio ecuménico (LG 25; cf. Vaticano I: DS 3074).
Cuando la Iglesia propone por medio de su Magisterio supremo que algo se
debe aceptar "como revelado por Dios para ser creído" (DV 10) y como
enseñanza de Cristo, "hay que aceptar sus definiciones con la obediencia
de la fe" (LG 25). Esta infalibilidad abarca todo el depósito de la
Revelación divina (cf. LG 25).
892 La asistencia divina es también concedida
a los sucesores de los apóstoles, cuando enseñan en comunión
con el sucesor de Pedro (y, de una manera particular, al obispo de Roma,
Pastor de toda la Iglesia), aunque, sin llegar a una definición infalible
y sin pronunciarse de una "manera definitiva", proponen, en el ejercicio
del magisterio ordinario, una enseñanza que conduce a una mejor inteligencia
de la Revelación en materia de fe y de costumbres. A esta enseñanza
ordinaria, los fieles deben "adherirse...con espíritu de obediencia
religiosa" (LG 25) que, aunque distinto del asentimiento de la fe, es una
prolongación de él.
La misión de santificar
893 El obispo "es
el `administrador de la gracia del sumo sacerdocio'" (LG 26), en particular
en la Eucaristía que él mismo ofrece, o cuya oblación
asegura por medio de los presbíteros, sus colaboradores. Porque la
Eucaristía es el centro de la vida de la Iglesia particular. El obispo
y los presbíteros santifican la Iglesia con su oración y su
trabajo, por medio del ministerio de la palabra y de los sacramentos. La
santifican con su ejemplo, "no tiranizando a los que os ha tocado cuidar,
sino siendo modelos de la grey" (1 P 5, 3). Así es como llegan "a
la vida eterna junto con el rebaño que les fue confiado"(LG 26).
La misión de gobernar
894 "Los obispos,
como vicarios y legados de Cristo, gobiernan las Iglesias particulares que
se les han confiado, no sólo con sus proyectos, con sus consejos y
con ejemplos, sino también con su autoridad y potestad sagrada "(LG
27), que deben, no obstante, ejercer para edificar con espíritu de
servicio que es el de su Maestro (cf. Lc 22, 26-27).
895 "Esta potestad, que desempeñan personalmente
en nombre de Cristo, es propia, ordinaria e inmediata. Su ejercicio, sin
embargo, está regulado en último término por la suprema
autoridad de la Iglesia "(LG 27). Pero no se debe considerar a los obispos
como vicarios del Papa, cuya autoridad ordinaria e inmediata sobre toda la
Iglesia no anula la de ellos, sino que, al contrario, la confirma y tutela.
Esta autoridad debe ejercerse en comunión con toda la Iglesia bajo
la guía del Papa.
896 El Buen Pastor será el modelo y la "forma"
de la misión pastoral del obispo. Consciente de sus propias debilidades,
el obispo "puede disculpar a los ignorantes y extraviados. No debe negarse
nunca a escuchar a sus súbditos, a a los que cuida como verdaderos
hijos ... Los fieles, por su parte, deben estar unidos a su obispo como
la Iglesia a Cristo y como Jesucristo al Padre" (LG 27):
Seguid todos al obispo como Jesucristo (sigue) a su
Padre, y al presbiterio como a los apóstoles; en cuanto a los diáconos,
respetadlos como a la ley de Dios. Que nadie haga al margen del obispo nada
en lo que atañe a la Iglesia (San Ignacio de Antioquía, Smyrn.
8,1).
II LOS FIELES LAICOS
897 "Por laicos se
entiende aquí a todos los cristianos, excepto los miembros del orden
sagrado y del estado religioso reconocido en la Iglesia. Son, pues, los
cristianos que están incorporados a Cristo por el bautismo, que forman
el Pueblo de Dios y que participan de las funciones de Cristo. Sacerdote,
Profeta y Rey. Ellos realizan, según su condición, la misión
de todo el pueblo cristiano en la Iglesia y en el mundo" (LG 31).
La vocación de los laicos
898 "Los laicos tienen
como vocación propia el buscar el Reino de Dios ocupándose
de las realidades temporales y ordenándolas según Dios...
A ellos de manera especial les corresponde iluminar y ordenar todas las
realidades temporales, a las que están estrechamente unidos, de tal
manera que éstas lleguen a ser según Cristo, se desarrollen
y sean para alabanza del Creador y Redentor" (LG 31).
899 La iniciativa de los cristianos laicos es particularmente
necesaria cuando se trata de descubrir o de idear los medios para que las
exigencias de la doctrina y de la vida cristianas impregnen las realidades
sociales, políticas y económicas. Esta iniciativa es un elemento
normal de la vida de la Iglesia:
Los fieles laicos se encuentran en la línea más
avanzada de la vida de la Iglesia; por ellos la Iglesia es el principio
vital de la sociedad. Por tanto ellos, especialmente, deben tener
conciencia, cada vez más clara, no sólo de pertenecer a la
Iglesia, sino de ser la Iglesia; es decir, la comunidad de los fieles sobre
la tierra bajo la guía del Jefe común, el Papa, y de los Obispos
en comunión con él. Ellos son la Iglesia (Pío XII,
discurso 20 Febrero 1946; citado por Juan Pablo II, CL 9).
900 Como todos los fieles, los laicos están encargados
por Dios del apostolado en virtud del bautismo y de la confirmación
y por eso tienen la obligación y gozan del derecho, individualmente
o agrupados en asociaciones, de trabajar para que el mensaje divino de salvación
sea conocido y recibido por todos los hombres y en toda la tierra; esta
obligación es tanto más apremiante cuando sólo por
medio de ellos los demás hombres pueden oír el Evangelio y
conocer a Cristo. En las comunidades eclesiales, su acción es tan
necesaria que, sin ella, el apostolado de los pastores no puede obtener en
la mayoría de las veces su plena eficacia (cf. LG 33).
La participación de los laicos en la misión
sacerdotal de Cristo
901 "Los laicos, consagrados
a Cristo y ungidos por el Espíritu Santo, están maravillosamente
llamados y preparados para producir siempre los frutos más abundantes
del Espíritu. En efecto, todas sus obras, oraciones, tareas apostólicas,
la vida conyugal y familiar, el trabajo diario, el descanso espiritual y
corporal, si se realizan en el Espíritu, incluso las molestias de
la vida, si se llevan con paciencia, todo ello se convierte en sacrificios
espirituales agradables a Dios por Jesucristo, que ellos ofrecen con toda
piedad a Dios Padre en la celebración de la Eucaristía uniéndolos
a la ofrenda del cuerpo del Señor. De esta manera, también
los laicos, como adoradores que en todas partes llevan una conducta sana,
consagran el mundo mismo a Dios" (LG 34; cf. LG 10).
902 De manera particular,los padres participan de la
misión de santificación "impregnando de espíritu cristiano
la vida conyugal y procurando la educación cristiana de los hijos"
(CIC, can. 835, 4).
903 Los laicos, si tienen las cualidades requeridas,
pueden ser admitidos de manera estable a los ministerios de lectores y de
acólito (cf. CIC, can. 230, 1). "Donde lo aconseje la necesidad de
la Iglesia y no haya ministros, pueden también los laicos, aunque
no sean lectores ni acólitos, suplirles en algunas de sus funciones,
es decir, ejercitar el ministerio de la palabra, presidir las oraciones
litúrgicas, administrar el bautismo y dar la sagrada Comunión,
según las prescripciones del derecho" (CIC, can. 230, 3).
Su participación en la misión profética
de Cristo
904 "Cristo,... realiza
su función profética ... no sólo a través de
la jerarquía ... sino también por medio de los laicos. El
los hace sus testigos y les da el sentido de la fe y la gracia de la palabra"
(LG 35).
Enseñar a alguien para traerlo a la fe es tarea
de todo predicador e incluso de todo creyente (Sto. Tomás de A.,
STh III, 71. 4 ad 3).
905 Los laicos cumplen también su misión
profética evangelizando, con "el anuncio de Cristo comunicado con
el testimonio de la vida y de la palabra". En los laicos, esta evangelización
"adquiere una nota específica y una eficacia particular por el hecho
de que se realiza en las condiciones generales de nuestro mundo" (LG 35):
Este apostolado no consiste sólo en el testimonio
de vida; el verdadero apostolado busca ocasiones para anunciar a Cristo
con su palabra, tanto a los no creyentes ... como a los fieles (AA 6; cf.
AG 15).
906 Los fieles laicos que sean capaces de ello y que
se formen para ello también pueden prestar su colaboración
en la formación catequética (cf. CIC, can. 774, 776, 780),
en la enseñanza de las ciencias sagradas (cf. CIC,can. 229), en los
medios de comunicación social (cf. CIC, can 823, 1).
907 "Tienen el derecho, y a veces incluso el deber, en
razón de su propio conocimiento, competencia y prestigio, de manifestar
a los Pastores sagrados su opinión sobre aquello que pertenece al
bien de la Iglesia y de manifestarla a los demás fieles, salvando
siempre la integridad de la fe y de las costumbres y la reverencia hacia
los Pastores, habida cuenta de la utilidad común y de la dignidad
de las personas" (CIC, can. 212, 3).
Su participación en la misión real de
Cristo
908 Por su obediencia
hasta la muerte (cf. Flp 2, 8-9), Cristo ha comunicado a sus discípulos
el don de la libertad regia, "para que vencieran en sí mismos, con
la apropia renuncia y una vida santa, al reino del pecado" (LG 36).
El que somete su propio cuerpo y domina su alma, sin
dejarse llevar por las pasiones es dueño de sí mismo: Se puede
llamar rey porque es capaz de gobernar su propia persona; Es libre e independiente
y no se deja cautivar por una esclavitud culpable (San Ambrosio, Psal. 118,
14, 30: PL 15, 1403A).
909 "Los laicos, además, juntando también
sus fuerzas, han de sanear las estructuras y las condiciones del mundo,
de tal forma que, si algunas de sus costumbres incitan al pecado, todas
ellas sean conformes con las normas de la justicia y favorezcan en vez de
impedir la práctica de las virtudes. Obrando así, impregnarán
de valores morales toda la cultura y las realizaciones humanas" (LG 36).
910 "Los seglares también pueden sentirse llamados
o ser llamados a colaborar con sus Pastores en el servicio de la comunidad
eclesial, para el crecimiento y la vida de ésta, ejerciendo ministerios
muy diversos según la gracia y los carismas que el Señor quiera
concederles" (EN 73).
911 En la Iglesia, "los fieles laicos pueden cooperar
a tenor del derecho en el ejercicio de la potestad de gobierno" (CIC, can.
129, 2). Así, con su presencia en los Concilios particulares (can.
443, 4), los Sínodos diocesanos (can. 463, 1 y 2), los Consejos pastorales
(can. 511; 536); en el ejercicio de la tarea pastoral de una parroquia (can.
517, 2); la colaboración en los Consejos de los asuntos económicos
(can. 492, 1; 536); la participación en los tribunales eclesiásticos
(can. 1421, 2), etc.
912 Los fieles han de "aprender a distinguir cuidadosamente
entre los derechos y deberes que tienen como miembros de la Iglesia y los
que les corresponden como miembros de la sociedad humana. Deben esforzarse
en integrarlos en buena armonía, recordando que en cualquier cuestión
temporal han de guiarse por la conciencia cristiana. En efecto, ninguna
actividad humana, ni siquiera en los asuntos temporales, puede sustraerse
a la soberanía de Dios" (LG 36).
913 "Así, todo laico, por el simple hecho de haber
recibido sus dones, es a la vez testigo e instrumento vivo de la misión
de la Iglesia misma `según la medida del don de Cristo'" (LG 33).
III LA VIDA CONSAGRADA
914 "El estado de
vida que consiste en la profesión de los consejos evangélicos,
aunque no pertenezca a la estructura de la Iglesia, pertenece, sin embargo,
sin discusión a su vida y a su santidad" (LG 44).
Consejos evangélicos, vida consagrada
915 Los consejos evangélicos
están propuestos en su multiplicid ad a todos los discípulos
de Cristo. La perfección de la caridad a la cual son llamados todos
los fieles implica, para quienes asumen libremente el llamamiento a la vida
consagrada, la obligación de practicar la castidad en el celibato
por el Reino, la pobreza y la obediencia. La profesión de estos consejos
en un estado de vida estable reconocido por la Iglesia es lo que caracteriza
la "vida consagrada" a Dios (cf. LG 42-43; PC 1).
916 El estado de vida consagrada aparece por consiguiente
como una de las maneras de vivir una consagración "más íntima"
que tiene su raíz en el bautismo y se dedica totalmente a Dios (cf.
PC 5). En la vida consagrada, los fieles de Cristo se proponen, bajo la
moción del Espíritu Santo, seguir más de cerca a Cristo,
entregarse a Dios amado por encima de todo y, persiguiendo la perfección
de la caridad en el servicio del Reino, significar y anunciar en la Iglesia
la gloria del mundo futuro (cf. CIC, can. 573).
Un gran árbol, múltiples ramas
917 "El resultado
ha sido una especie de árbol en el campo de Dios, maravilloso y lleno
de ramas, a partir de una semilla puesta por Dios. Han crecido, en efecto,
diversas formas de vida, solitaria o comunitaria, y diversas familias religiosas
que se desarrollan para el progreso de sus miembros y para el bien de todo
el Cuerpo de Cristo" (LG 43).
918 "Desde los comienzos de la Iglesia hubo hombres y
mujeres que intentaron, con la práctica de los consejos evangélicos,
seguir con mayor libertad a Cristo e imitarlo con mayor precisión.
Cada uno a su manera, vivió entregado a Dios. Muchos, por inspiración
del Espíritu Santo, vivieron en la soledad o fundaron familias religiosas,
que la Iglesia reconoció y aprobó gustosa con su autoridad"
(PC 1).
919 Los obispos se esforzarán siempre en discernir
los nuevos dones de vida consagrada confiados por el Espíritu Santo
a su Iglesia; la aprobación de nuevas formas de vida consagrada está
reservada a la Sede Apostólica (cf. CIC, can. 605).
La vida eremítica
920 Sin profesar siempre
públicamente los tres consejos evangélicos, los ermitaños,
"con un apartamiento más estricto del mundo, el silencio de la soledad,
la oración asidua y la penitencia, dedican su vida a la alabanza
de Dios y salvación del mundo" (CIC, can. 603 1).
921 Los eremitas presentan a los demás ese aspecto
interior del misterio de la Iglesia que es la intimidad personal con Cristo.
Oculta a los ojos de los hombres, la vida del eremita es predicación
silenciosa de Aquél a quien ha entregado su vida, porque El es todo
para él. En este caso se trata de un llamamiento particular a encontrar
en el desierto, en el combate espiritual, la gloria del Crucificado.
Las vírgenes y las viudas consagradas
922 Desde los tiempos
apostólicos, vírgenes (Cf. 1 Co 7, 34-36) y viudas cristianas
(Cf. Vita consecrata, 7) llamadas por el Señor para consagrarse a
El enteramente (cf. 1 Co 7, 34-36) con una libertad mayor de corazón,
de cuerpo y de espíritu, han tomado la decisión, aprobada
por la Iglesia, de vivir en estado de virginidad o de castidad perpetua
"a causa del Reino de los cielos" (Mt 19, 12).
923 "Formulando el propósito santo de seguir más
de cerca a Cristo, [las vírgenes] son consagradas a Dios por el Obispo
diocesano según el rito litúrgico aprobado, celebran desposorios
místicos con Jesucristo, Hijo de Dios, y se entregan al servicio
de la Iglesia" (CIC, can. 604, 1). Por medio este rito solemne ("Consecratio
virginum", "Consagración de vírgenes"), "la virgen es constituida
en persona consagrada" como "signo transcendente del amor de la Iglesia
hacia Cristo, imagen escatológica de esta Esposa del Cielo y de la
vida futura" (Ordo Cons. Virg., Praenot. 1).
924 "Semejante a otras formas de vida consagrada" (CIC,
can. 604), el orden de las vírgenes sitúa a la mujer que vive
en el mundo (o a la monja) en el ejercicio de la oración, de la penitencia,
del servicio a los hermanos y del trabajo apostólico, según
el estado y los carismas respectivos ofrecidos a cada una (OCV., Praenot.
2). Las vírgenes consagradas pueden asociarse para guardar su propósito
con mayor fidelidad (CIC, can. 604, 2).
La vida religiosa
925 Nacida en Oriente
en los primeros siglos del cristianismo (cf. UR 15) y vivida en los institutos
canónicamente erigidos por la Iglesia (cf. CIC, can. 573), la vida
religiosa se distingue de las otras formas de vida consagrada por el aspecto
cultual, la profesión pública de los consejos evangélicos,
la vida fraterna llevada en común, y por el testimonio dado de la
unión de Cristo y de la Iglesia (cf. CIC, can. 607).
926 La vida religiosa nace del misterio de la Iglesia.
Es un don que la Iglesia recibe de su Señor y que ofrece como un
estado de vida estable al fiel llamado por Dios a la profesión de
los consejos. Así la Iglesia puede a la vez manifestar a Cristo y
reconocerse como Esposa del Salvador. La vida religiosa está invitada
a significar, bajo estas diversas formas, la caridad misma de Dios, en el
lenguaje de nuestro tiempo.
927 Todos los religiosos, exentos o no (cf. CIC, can.
591), se encuentran entre los colaboradores del obispo diocesano en su misión
pastoral (cf. CD 33-35). La implantación y la expansión misionera
de la Iglesia requieren la presencia de la vida religiosa en todas sus formas
"desde el período de implantación de la Iglesia" (AG 18, 40).
"La historia da testimonio de los grandes méritos de las familias
religiosas en la propagación de la fe y en la formación de
las nuevas iglesias: desde las antiguas Instituciones monásticas,
las Ordenes medievales y hasta las Congregaciones modernas" (Juan Pablo II,
RM 69).
Los institutos seculares
928 "Un instituto
secular es un instituto de vida consagrada en el cual los fieles, viviendo
en el mundo, aspiran a la perfección de la caridad, y se dedican
a procurar la santificación del mundo sobre todo desde dentro de
él" (CIC can. 710).
929 Por medio de una "vida perfectamente y enteramente
consagrada a [esta] santificación" (Pío XII, const. ap. "Provida
Mater"), los miembros de estos institutos participan en la tarea de evangelización
de la Iglesia, "en el mundo y desde el mundo", donde su presencia obra a
la manera de un "fermento" (PC 11). Su "testimonio de vida cristiana" mira
a "ordenar según Dios las realidades temporales y a penetrar el mundo
con la fuerza del Evangelio". Mediante vínculos sagrados, asumen
los consejos evangélicos y observan entre sí la comunión
y la fraternidad propias de su "modo de vida secular" (CIC, can. 713, 2).
Las sociedades de vida apostólica
930 Junto a las diversas
formas de vida consagrada se encuentran "las sociedades de vida apostólica,
cuyos miembros, sin votos religiosos, buscan el fin apostólico propio
de la sociedad y, llevando vida fraterna en común, según el
propio modo de vida, aspiran a la perfección de la caridad por la
observancia de las constituciones. Entre éstas, existen sociedades
cuyos miembros abrazan los consejos evangélicos mediante un vínculo
determinado por las constituciones" (CIC, can. 731, 1 y 2).
Consagración y misión: anunciar el Rey
que viene
931 Aquel que por
el bautismo fue consagrado a Dios, entregándose a él como al
sumamente amado, se consagra, de esta manera, aún más íntimamente
al servicio divino y se entrega al bien de la Iglesia. Mediante el estado
de consagración a Dios, la Iglesia manifiesta a Cristo y muestra cómo
el Espíritu Santo obra en ella de modo admirable. Por tanto, los que
profesan los consejos evangélicos tienen como primera misión
vivir su consagración. Pero "ya que por su misma consagración
se dedican al servicio de la Iglesia están obligados a contribuir
de modo especial a la tarea misionera, según el modo propio de su
instituto" (CIC 783; cf. RM 69).
932 En la Iglesia que es como el sacramento, es decir,
el signo y el instrumento de la vida de Dios, la vida consagrada aparece
como un signo particular del misterio de la Redención. Seguir e imitar
a Cristo "desde más cerca", manifestar "más claramente" su
anonadamiento, es encontrarse "más profundamente" presente, en el
corazón de Cristo, con sus contemporáneos. Porque los que siguen
este camino "más estrecho" estimulan con su ejemplo a sus hermanos;
les dan este testimonio admirable de "que sin el espíritu de las bienaventuranzas
no se puede transformar este mundo y ofrecerlo a Dios" (LG 31).
933 Sea público este testimonio, como en el estado
religioso, o más discreto, o incluso secreto, la venida de Cristo
es siempre para todos los consagrados el origen y la meta de su vida:
El Pueblo de Dios, en efecto, no tiene aquí una
ciudad permanente, sino que busca la futura. Por eso el estado religioso...manifiesta
también mucho mejor a todos los creyentes los bienes del cielo, ya
presentes en este mundo. También da testimonio de la vida nueva y
eterna adquirida por la redención de Cristo y anuncia ya la resurrección
futura y la gloria del Reino de los cielos (LG 44).
RESUMEN
934 "Por institución
divina, entre los fieles hay en la Iglesia ministros sagrados, que en el
derecho se denomi nan clérigos; los demás se llaman laicos".
Hay, por otra parte, fieles que perteneciendo a uno de ambos grupos, por
la profesión de los consejos evangélicos, se consagran a Dios
y sirven así a la misión de la Iglesia (CIC, can. 207, 1,
2).
935 Para anunciar su fe y para implantar su Reino, Cristo
envía a sus apóstoles y a sus sucesores. El les da parte en
su misión. De El reciben el poder de obrar en su nombre.
936 El Señor hizo de San Pedro el fundamento visible
de su Iglesia. Le dio las llaves de ella. El obispo de la Iglesia de Roma,
sucesor de San Pedro, es la "cabeza del Colegio de los Obispos, Vicario
de Cristo y Pastor de la Iglesia universal en la tierra" (CIC, can. 331).
937 El Papa "goza, por institución divina, de
una potestad suprema, plena, inmediata y universal para cuidar las almas"
(CD 2).
938 Los obispos, instituidos por el Espíritu Santo,
suceden a los apóstoles. "Cada uno de los obispos, por su parte,
es el principio y fundamento visible de unidad en sus Iglesias particulares"
(LG 23).
939 Los obispos, ayudados por los presbíteros,
sus colaboradores, y por los diáconos, los obispos tienen la misión
de enseñar auténticamente la fe, de celebrar el culto divino,
sobre todo la Eucaristía, y de dirigir su Iglesia como verdaderos
pastores. A su misión pertenece también el cuidado de todas
las Iglesias, con y bajo el Papa.
940 "Siendo propio del estado de los laicos vivir en
medio del mundo y de los negocios temporales, Dios les llama a que movidos
por el espíritu cristiano, ejerzan su apostolado en el mundo a manera
de fermento" (AA 2).
941 Los laicos participan en el sacerdocio de Cristo:
cada vez más unidos a El, despliegan la gracia del Bautismo y la de
la Confirmación a través de todas las dimensiones de la vida
personal, familiar, social y eclesial y realizan así el llamamiento
a la santidad dirigido a todos los bautizados.
942 Gracias a su misión profética, los
laicos, "están llamados a ser testigos de Cristo en todas las cosas,
también en el interior de la sociedad humana" (GS 43, 4).
943 Debido a su misión regia, los laicos tienen
el poder de arrancar al pecado su dominio sobre sí mismos y sobre
el mundo por medio de su abnegación y santidad de vida (cf. LG 36).
944 La vida consagrada a Dios se caracteriza por la profesión
pública de los consejos evangélicos de pobreza, castidad y
obediencia en un estado de vida estable reconocido por la Iglesia.
945 Entregado a Dios supremamente amado, aquél
a quien el Bautismo ya había destinado a El, se encuentra en el estado
de vida consagrada, más íntimamente comprometido en el servicio
divino y dedicado al bien de toda la Iglesia.
Párrafo 5 LA COMUNION DE LOS
SANTOS
946 Después
de haber confesado "la Santa Iglesia católica", el Símbolo
de los Apóstoles añade "la comunión de los santos".
Este artículo es, en cierto modo, una explicitación del anterior:
"¿Qué es la Iglesia, sino la asamblea de todos los santos?"
(Nicetas, symb. 10). La comunión de los santos es precisamente la
Iglesia.
947 "Como todos los creyentes forman un solo cuerpo,
el bien de los unos se comunica a los otros ... Es, pues, necesario creer
que existe una comunión de bienes en la Iglesia. Pero el miembro
más importante es Cristo, ya que El es la cabeza ... Así,
el bien de Cristo es comunicado a todos los miembros, y esta comunicación
se hace por los sacramentos de la Iglesia" (Santo Tomás, symb.10).
"Como esta Iglesia está gobernada por un solo y mismo Espíritu,
todos los bienes que ella ha recibido forman necesariamente un fondo común"
(Catech. R. 1, 10, 24).
948 La expresión "comunión de los santos"
tiene entonces dos significados estrechamente relacionados: "comunión
en las cosas santas ['sancta']" y "comunión entre las personas santas
['sancti']".
"Sancta sanctis" [lo que es santo para los que son santos]
es lo que se proclama por el celebrante en la mayoría de las liturgias
orientales en el momento de la elevación de los santos Dones antes
de la distribución de la comunión. Los fieles ["sancti"] se
alimentan con el cuerpo y la sangre de Cristo ["sancta"] para crecer en
la comunión con el Espíritu Santo ["Koinônia"] y comunicarla
al mundo.
I LA COMUNION DE LOS BIENES ESPIRITUALES
949 En la comunidad
primitiva de Jerusalén, los discípulos "acudían asiduamente
a la enseñanza de los apóstoles, a la comunión, a la
fracción del pan y a las oraciones" (Hch 2, 42):
La comunión en la fe. La fe de los fieles es
la fe de la Iglesia recibida de los Apóstoles, tesoro de vida que
se enriquece cuando se comparte.
950 La comunión de los sacramentos. “El fruto
de todos los Sacramentos pertenece a todos. Porque los Sacramentos, y sobre
todo el Bautismo que es como la puerta por la que los hombres entran en la
Iglesia, son otros tantos vínculos sagrados que unen a todos y los
ligan a Jesucristo. La comunión de los santos es la comunión
de los sacramentos ... El nombre de comunión puede aplicarse a cada
uno de ellos, porque cada uno de ellos nos une a Dios ... Pero este nombre
es más propio de la Eucaristía que de cualquier otro, porque
ella es la que lleva esta comunión a su culminación” (Catech.
R. 1, 10, 24).
951 La comunión de los carismas : En la comunión
de la Iglesia, el Espíritu Santo "reparte gracias especiales entre
los fieles" para la edificación de la Iglesia (LG 12). Pues bien,
"a cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para
provecho común" (1 Co 12, 7).
952 “Todo lo tenían en común” (Hch
4, 32): "Todo lo que posee el verdadero cristiano debe considerarlo como
un bien en común con los demás y debe estar dispuesto y ser
diligente para socorrer al necesitado y la miseria del prójimo" (Catech.
R. 1, 10, 27). El cristiano es un administrador de los bienes del Señor
(cf. Lc 16, 1, 3).
953 La comunión de la caridad : En la "comunión
de los santos" "ninguno de nosotros vive para sí mismo; como tampoco
muere nadie para sí mismo" (Rm 14, 7). "Si sufre un miembro, todos
los demás sufren con él. Si un miembro es honrado, todos los
demás toman parte en su gozo. Ahora bien, vosotros sois el cuerpo
de Cristo, y sus miembros cada uno por su parte" (1 Co 12, 26-27). "La caridad
no busca su interés" (1 Co 13, 5; cf. 10, 24). El menor de
nuestros actos hecho con caridad repercute en beneficio de todos, en esta
solidaridad entre todos los hombres, vivos o muertos, que se funda en la
comunión de los santos. Todo pecado daña a esta comunión.
II LA COMUNION ENTRE LA IGLESIA DEL CIELO
Y LA DE LA TIERRA
954 Los tres estados
de la Iglesia. "Hasta que el Señor venga en su esplendor con todos
sus ángeles y, destruida la muerte, tenga sometido todo, sus discípulos,
unos peregrinan en la tierra; otros, ya difuntos, se purifican; mientras
otros están glorificados, contemplando `claramente a Dios mismo, uno
y trino, tal cual es'" (LG 49):
Todos, sin embargo, aunque en grado y modo diversos,
participamos en el mismo amor a Dios y al prójimo y cantamos en mismo
himno de alabanza a nuestro Dios. En efecto, todos los de Cristo, que tienen
su Espíritu, forman una misma Iglesia y están unidos entre sí
en él (LG 49).
955 "La unión de los miembros de la Iglesia peregrina
con los hermanos que durmieron en la paz de Cristo de ninguna manera se
interrumpe. Más aún, según la constante fe de la Iglesia,
se refuerza con la comunicación de los bienes espirituales" (LG 49).
956 La intercesión de los santos. "Por el hecho
de que los del cielo están más íntimamente unidos
con Cristo, consolidan más firmemente a toda la Iglesia en la santidad...no
dejan de interceder por nosotros ante el Padre. Presentan por medio del
único Mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, los
méritos que adquirieron en la tierra... Su solicitud fraterna ayuda,
pues, mucho a nuestra debilidad" (LG 49):
No lloréis, os seré más útil
después de mi muerte y os ayudaré más eficazmente que
durante mi vida (Santo Domingo, moribundo, a sus hermanos, cf. Jordán
de Sajonia, lib 43).
Pasaré mi cielo haciendo el bien sobre la tierra
(Santa Teresa del Niño Jesús, verba).
957 La comunión con los santos. "No veneramos
el recuerdo de los del cielo tan sólo como modelos nuestros, sino,
sobre todo, para que la unión de toda la Iglesia en el Espíritu
se vea reforzada por la práctica del amor fraterno. En efecto, así
como la unión entre los cristianos todavía en camino nos lleva
más cerca de Cristo, así la comunión con los santos
nos une a Cristo, del que mana, como de Fuente y Cabeza, toda la gracia y
la vida del Pueblo de Dios" (LG 50):
Nosotros adoramos a Cristo porque es el Hijo de Dios:
en cuanto a los mártires, los amamos como discípulos e imitadores
del Señor, y es justo, a causa de su devoción incomparable
hacia su rey y maestro; que podamos nosotros, también nosotros, ser
sus compañeros y sus condiscípulos (San Policarpo, mart. 17).
958 La comunión con los difuntos. "La Iglesia
peregrina, perfectamente consciente de esta comunión de todo el Cuerpo
místico de Jesucristo, desde los primeros tiempos del cristianismo
honró con gran piedad el recuerdo de los difuntos y también
ofreció por ellos oraciones `pues es una idea santa y provechosa
orar por los difuntos para que se vean libres de sus pecados' (2 M 12, 45)"
(LG 50). Nuestra oración por ellos puede no solamente ayudarles sino
también hacer eficaz su intercesión en nuestro favor.
959 ... en la única familia de Dios. "Todos los
hijos de Dios y miembros de una misma familia en Cristo, al unirnos en el
amor mutuo y en la misma alabanza a la Santísima Trinidad, estamos
respondiendo a la íntima vocación de la Iglesia" (LG 51).
RESUMEN
960 La Iglesia es
"comunión de los santos": esta expresión designa primeramente
las "cosas santas" ["sancta"], y ante todo la Eucaristía, "que significa
y al mismo tiempo realiza la unidad de los creyentes, que forman un solo
cuerpo en Cristo" (LG 3)
961 Este término designa también la comunión
entre las "personas santas" ["sancti"] en Cristo que ha "muerto por todos",
de modo que lo que cada uno hace o sufre en y por Cristo da fruto para todos.
114 "Creemos en la comunión de todos los fieles
cristianos, es decir, de los que peregrinan en la tierra, de los que se
purifican después de muertos y de los que gozan de la bienaventuranza
celeste, y que todos se unen en una sola Iglesia; y creemos igualmente que
en esa comunión está a nuestra disposición el amor misericordioso
de Dios y de sus santos, que siempre ofrecen oídos atentos a nuestras
oraciones" (SPF 30).
Párrafo 6 MARIA, MADRE
DE CRISTO, MADRE DE LA IGLESIA
963 Después
de haber hablado del papel de la Virgen María en el Misterio de Cristo
y del Espíritu, conviene considerar ahora su lugar en el Misterio
de la Iglesia. "Se la reconoce y se la venera como verdadera Madre de Dios
y del Redentor... más aún, `es verdaderamente la madre de los
miembros (de Cristo) porque colaboró con su amor a que nacieran en
la Iglesia los creyentes, miembros de aquella cabeza'(S. Agustín,
virg. 6)" (LG 53). "...María, Madre de Cristo, Madre de la Iglesia"
(Pablo VI discurso 21 de noviembre 1964).
I LA MATERNIDAD DE MARIA RESPECTO DE LA IGLESIA
Totalmente unida a su Hijo...
964 El papel de María
con relación a la Iglesia es inseparable de su unión con Cristo,
deriva directamente de ella. "Esta unión de la Madre con el Hijo
en la obra de la salvación se manifiesta desde el momento de la concepción
virginal de Cristo hasta su muerte" (LG 57). Se manifiesta particularmente
en la hora de su pasión:
La Bienaventurada Virgen avanzó en la peregrinación
de la fe y mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz.
Allí, por voluntad de Dios, estuvo de pie, sufrió intensamente
con su Hijo y se unió a su sacrificio con corazón de Madre
que, llena de amor, daba su consentimiento a la inmolación de su
Hijo como víctima. Finalmente, Jesucristo, agonizando en la cruz,
la dio como madre al discípulo con estas palabras: ‘Mujer, ahí
tienes a tu hijo’ (Jn 19, 26-27)" (LG 58).
965 Después de la Ascensión de su Hijo,
María "estuvo presente en los comienzos de la Iglesia con sus oraciones"
(LG 69). Reunida con los apóstoles y algunas mujeres, "María
pedía con sus oraciones el don del Espíritu, que en la Anunciación
la había cubierto con su sombra" (LG 59).
... también en su Asunción ...
966 "Finalmente, la
Virgen Inmaculada, preservada libre de toda mancha de pecado original, terminado
el curso de su vida en la tierra, fue llevada a la gloria del cielo y elevada
al trono por el Señor como Reina del universo, para ser conformada
más plenamente a su Hijo, Señor de los Señores y vencedor
del pecado y de la muerte" (LG 59; cf. la proclamación del dogma
de la Asunción de la Bienaventurada Virgen María por el Papa
Pío XII en 1950: DS 3903). La Asunción de la Santísima
Virgen constituye una participación singular en la Resurrección
de su Hijo y una anticipación de la resurrección de los demás
cristianos:
En tu parto has conservado la virginidad, en tu dormición
no has abandonado el mundo, oh Madre de Dios: tú te has reunido con
la fuente de la Vida, tú que concebiste al Dios vivo y que, con tus
oraciones, librarás nuestras almas de la muerte (Liturgia bizantina,
Tropario de la fiesta de la Dormición [15 de agosto]).
... ella es nuestra Madre en el orden de la gracia
967 Por su total adhesión
a la voluntad del Padre, a la obra re dentora de su Hijo, a toda moción
del Espíritu Santo, la Virgen María es para la Iglesia el
modelo de la fe y de la caridad. Por eso es "miembro muy eminente y del
todo singular de la Iglesia" (LG 53), incluso constituye "la figura" ["typus"]
de la Iglesia (LG 63).
968 Pero su papel con relación a la Iglesia y
a toda la humanidad va aún más lejos. "Colaboró de
manera totalmente singular a la obra del Salvador por su fe, esperanza y
ardiente amor, para restablecer la vida sobrenatural de los hombres. Por
esta razón es nuestra madre en el orden de la gracia" (LG 61).
969 "Esta maternidad de María perdura sin cesar
en la economía de la gracia, desde el consentimiento que dio fielmente
en la Anunciación, y que mantuvo sin vacilar al pie de la cruz, hasta
la realización plena y definitiva de todos los escogidos. En efecto,
con su asunción a los cielos, no abandonó su misión
salvadora, sino que continúa procurándonos con su múltiple
intercesión los dones de la salvación eterna... Por eso la
Santísima Virgen es invocada en la Iglesia con los títulos
de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora" (LG 62).
970 "La misión maternal de María para con
los hombres de ninguna manera disminuye o hace sombra a la única
mediación de Cristo, sino que manifiesta su eficacia. En efecto,
todo el influjo de la Santísima Virgen en la salvación de
los hombres ... brota de la sobreabundancia de los méritos de Cristo,
se apoya en su mediación, depende totalmente de ella y de ella saca
toda su eficacia" (LG 60). "Ninguna creatura puede ser puesta nunca en el
mismo orden con el Verbo encarnado y Redentor. Pero, así como en el
sacerdocio de Cristo participan de diversa manera tanto los ministros como
el pueblo creyente, y así como la única bondad de Dios se difunde
realmente en las criaturas de distintas maneras, así también
la única mediación del Redentor no excluye, sino que suscita
en las criaturas una colaboración diversa que participa de la única
fuente" (LG 62).
II EL CULTO A LA SANTISIMA VIRGEN
971 "Todas las generaciones
me llamarán bienaventurada" (Lc 1, 48): "La piedad de la Iglesia
hacia la Santísima Virgen es un elemento intrínseco del culto
cristiano" (MC 56). La Santísima Virgen "es honrada con razón
por la Iglesia con un culto especial. Y, en efecto, desde los tiempos más
antiguos, se venera a la Santísima Virgen con el título de
`Madre de Dios', bajo cuya protección se acogen los fieles suplicantes
en todos sus peligros y necesidades... Este culto... aunque del todo singular,
es esencialmente diferente del culto de adoración que se da al Verbo
encarnado, lo mismo que al Padre y al Espíritu Santo, pero lo favorece
muy poderosamente" (LG 66); encuentra su expresión en las fiestas
litúrgicas dedicadas a la Madre de Dios (cf. SC 103) y en la oración
mariana, como el Santo Rosario, "síntesis de todo el Evangelio" (cf.
Pablo VI, MC 42).
III MARIA, ICONO ESCATOLOGICO DE LA IGLESIA
972 Después
de haber hablado de la Iglesia, de su origen, de su misión y de su
destino, no se puede concluir mejor que volviendo la mirada a María
para contemplar en ella lo que es la Iglesia en su Misterio, en su "peregrinación
de la fe", y lo que será al final de su marcha, donde le espera, "para
la gloria de la Santísima e indivisible Trinidad", "en comunión
con todos los santos" (LG 69), aquella a quien la Iglesia venera como la
Madre de su Señor y como su propia Madre:
Entre tanto, la Madre de Jesús, glorificada ya
en los cielos en cuerpo y alma, es la imagen y comienzo de la Iglesia que
llegará a su plenitud en el siglo futuro. También en este
mundo, hasta que llegue el día del Señor, brilla ante el Pueblo
de Dios en Marcha, como señal de esperanza cierta y de consuelo (LG
68)
RESUMEN
973 Al pronunciar
el "fiat" de la Anunciación y al dar su consentimiento al Misterio
de la Encarnación, María col abora ya en toda la obra que debe
llevar a cabo su Hijo. Ella es madre allí donde El es Salvador y Cabeza
del Cuerpo místico.
974 La Santísima Virgen María, cumplido
el curso de su vida terrena, fue llevada en cuerpo y alma a la gloria del
cielo, en donde ella participa ya en la gloria de la resurrección de
su Hijo, anticipando la resurrección de todos los miembros de su Cuerpo.
975 "Creemos que la Santísima Madre de Dios, nueva
Eva, Madre de la Iglesia, continúa en el cielo ejercitando su oficio
materno con respecto a los miembros de Cristo (SPF 15).
Artículo10 "CREO EN EL PERDON
DE LOS PECADOS"
976 El Símbolo
de los Apóstoles vincula la fe en el perdón de los pecados
a la fe en el Espíritu Santo, pero también a la fe en la Iglesia
y en la comunión de los santos. Al dar el Espíritu Santo a
su apóstoles, Cristo resucitado les confirió su propio poder
divino de perdonar los pecados: "Recibid el Espíritu Santo. A quienes
perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis,
les quedan retenidos" (Jn 20, 22-23).
(La IIª parte del Catecismo tratará explícitamente
del perdón de los pecados por el Bautismo, el Sacramento de la Penitencia
y los demás sacramentos, sobre todo la Eucaristía. Aquí
basta con evocar brevemente, por tanto, algunos datos básicos).
I UN SOLO BAUTISMO PARA EL PERDON DE LOS PECADOS
977 Nuestro Señor
vinculó el perdón de los pecados a la fe y al Bautismo: "Id
por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación.
El que crea y sea bautizado se salvará" (Mc 16, 15-16). El Bautismo
es el primero y principal sacramento del perdón de los pecados porque
nos une a Cristo muerto por nuestros pecados y resucitado para nuestra justificación
(cf. Rm 4, 25), a fin de que "vivamos también una vida nueva" (Rm
6, 4).
978 "En el momento en que hacemos nuestra primera profesión
de Fe, al recibir el santo Bautismo que nos purifica, es tan pleno y tan
completo el perdón que recibimos, que no nos queda absolutamente nada
por borrar, sea de la falta original, sea de las faltas cometidas por nuestra
propia voluntad, ni ninguna pena que sufrir para expiarlas... Sin embargo,
la gracia del Bautismo no libra a la persona de todas las debilidades de
la naturaleza. Al contrario, todavía nosotros tenemos que combatir
los movimientos de la concupiscencia que no cesan de llevarnos al mal" (Catech.
R. 1, 11, 3).
979 En este combate contra la inclinación al mal,
¿quién será lo suficientemente valiente y vigilante
para evitar toda herida del pecado? "Si, pues, era necesario que la Iglesia
tuviese el poder de perdonar los pecados, también hacía falta
que el Bautismo no fuese para ella el único medio de servirse de las
llaves del Reino de los cielos, que había recibido de Jesucristo;
era necesario que fuese capaz de perdonar los pecados a todos los penitentes,
incluso si hubieran pecado hasta en el último momento de su vida"
(Catech. R. 1, 11, 4).
980 Por medio del sacramento de la penitencia el bautizado
puede reconciliarse con Dios y con la Iglesia:
Los padres tuvieron razón en llamar a la penitencia
"un bautismo laborioso" (San Gregorio Nac., Or. 39. 17). Para los que han
caído después del Bautismo, es necesario para la salvación
este sacramento de la penitencia, como lo es el Bautismo para quienes aún
no han sido regenerados (Cc de Trento: DS 1672).
II EL PODER DE LAS LLAVES
981 Cristo, después
de su Resurrección envió a sus apóstoles a predicar
"en su nombre la conversión para perdón de los pecados a todas
las naciones" (Lc 24, 47). Este "ministerio de la reconciliación"
(2 Co 5, 18), no lo cumplieron los apóstoles y sus sucesores anunciando
solamente a los hombres el perdón de Dios merecido para nosotros
por Cristo y llamándoles a la conversión y a la fe, sino comunicándoles
también la remisión de los pecados por el Bautismo y reconciliándolos
con Dios y con la Iglesia gracias al poder de las llaves recibido de Cristo:
La Iglesia ha recibido las llaves del Reino de los cielos,
a fin de que se realice en ella la remisión de los pecados por la
sangre de Cristo y la acción del Espíritu Santo. En esta Iglesia
es donde revive el alma, que estaba muerta por los pecados, a fin de vivir
con Cristo, cuya gracia nos ha salvado (San Agustín, serm. 214, 11).
982 No hay ninguna falta por grave que sea que la Iglesia
no pueda perdonar. "No hay nadie, tan perverso y tan culpable, que no deba
esperar con confianza su perdón siempre que su arrepentimiento sea
sincero" (Catech. R. 1, 11, 5). Cristo, que ha muerto por todos los hombres,
quiere que, en su Iglesia, estén siempre abiertas las puertas del
perdón a cualquiera que vuelva del pecado (cf. Mt 18, 21-22).
983 La catequesis se esforzará por avivar y nutrir
en los fieles la fe en la grandeza incomparable del don que Cristo resucitado
ha hecho a su Iglesia: la misión y el poder de perdonar verdaderamente
los pecados, por medio del ministerio de los apóstoles y de sus sucesores:
El Señor quiere que sus discípulos tengan
un poder inmenso: quiere que sus pobres servidores cumplan en su nombre
todo lo que había hecho cuando estaba en la tierra (San Ambrosio,
poenit. 1, 34).
Los sacerdotes han recibido un poder que Dios no ha
dado ni a los ángeles, ni a los arcángeles... Dios sanciona
allá arriba todo lo que los sacerdotes hagan aquí abajo (San
Juan Crisóstomo, sac. 3, 5).
Si en la Iglesia no hubiera remisión de los pecados,
no habría ninguna esperanza, ninguna expectativa de una vida eterna
y de una liberación eterna. Demos gracias a Dios que ha dado a la
Iglesia semejante don (San Agustín, serm. 213, 8).
RESUMEN
984 El Credo relaciona
"el perdón de los pecados" con la profesión de fe en el Espíritu
Santo. En efecto, Cristo resucitado confió a los apóstoles
el poder de perdonar los pecados cuando les dio el Espíritu Santo.
985 El Bautismo es el primero y principal sacramento
para el perdón de los pecados: nos une a Cristo muerto y resucitado
y nos da el Espíritu Santo.
986 Por voluntad de Cristo, la Iglesia posee el poder
de perdonar los pecados de los bautizados y ella lo ejerce de forma habitual
en el sacramento de la penitencia por medio de los obispos y de los presbíteros.
987 "En la remisión de los pecados, los sacerdotes
y los sacramentos son meros instrumentos de los que quiere servirse nuestro
Señor Jesucristo, único autor y dispensador de nuestra salvación,
para borrar nuestras iniquidades y darnos la gracia de la justificación"
(Catech. R. 1, 11, 6).
Artículo 11 "CREO EN LA RESURRECCION
DE LA CARNE"
988 El Credo cristiano
–profesión de nuestra fe en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo,
y en su acción creadora, salvadora y santificadora– culmina en la
proclamación de la resurrección de los muertos al fin de los
tiempos, y en la vida eterna.
989 Creemos firmemente, y así lo esperamos, que
del mismo modo que Cristo ha resucitado verdaderamente de entre los muertos,
y que vive para siempre, igualmente los justos después de su muerte
vivirán para siempre con Cristo resucitado y que El los resucitará
en el último día (cf. Jn 6, 39-40). Como la suya, nuestra
resurrección será obra de la Santísima Trinidad:
Si el Espíritu de Aquél que resucitó
a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, Aquél que
resucitó a Jesús de entre los muertos dará también
la vida a vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que habita en
vosotros (Rm 8, 11; cf. 1 Ts 4, 14; 1 Co 6, 14; 2 Co 4, 14; Flp 3, 10-11).
990 El término "carne" designa al hombre en su
condición de debilidad y de mortalidad (cf. Gn 6, 3; Sal 56, 5; Is
40, 6). La "resurrección de la carne" significa que, después
de la muerte, no habrá solamente vida del alma inmortal, sino que también
nuestros "cuerpos mortales" (Rm 8, 11) volverán a tener vida.
991 Creer en la resurrección de los muertos ha
sido desde sus comienzos un elemento esencial de la fe cristiana. "La resurrección
de los muertos es esperanza de los cristianos; somos cristianos por creer
en ella" (Tertuliano, res. 1.1):
¿Cómo andan diciendo algunos entre vosotros
que no hay resurrección de muertos? Si no hay resurrección
de muertos, tampoco Cristo resucitó. Y si no resucitó Cristo,
vana es nuestra predicación, vana también vuestra fe... ¡Pero
no! Cristo resucitó de entre los muertos como primicias de los que
durmieron (1 Co 15, 12-14. 20).
I LA RESURRECCION DE CRISTO Y LA NUESTRA
Revelación progresiva de la Resurrección
992 La resurrección
de los muertos fue revelada progresivamente por Dios a su Pueblo. La esperanza
en la resurrección corporal de los muertos se impuso como una consecuencia
intrínseca de la fe en un Dios creador del hombre todo entero, alma
y cuerpo. El creador del cielo y de la tierra es también Aquél
que mantiene fielmente su Alianza con Abraham y su descendencia. En esta
doble perspectiva comienza a expresarse la fe en la resurrección.
En sus pruebas, los mártires Macabeos confiesan:
El Rey del mundo a nosotros que morimos por sus leyes,
nos resucitará a una vida eterna (2 M 7, 9). Es preferible morir
a manos de los hombres con la esperanza que Dios otorga de ser resucitados
de nuevo por él (2 M 7, 14; cf. 7, 29; Dn 12, 1-13).
993 Los fariseos (cf. Hch 23, 6) y muchos contemporáneos
del Señor (cf. Jn 11, 24) esperaban la resurrección. Jesús
la enseña firmemente. A los saduceos que la niegan responde: "Vosotros
no conocéis ni las Escrituras ni el poder de Dios, vosotros estáis
en el error" (Mc 12, 24). La fe en la resurrección descansa en la
fe en Dios que "no es un Dios de muertos sino de vivos" (Mc 12, 27).
994 Pero hay más: Jesús liga la fe en la
resurrección a la fe en su propia persona: "Yo soy la resurrección
y la vida" (Jn 11, 25). Es el mismo Jesús el que resucitará
en el último día a quienes hayan creído en él.
(cf. Jn 5, 24-25; 6, 40) y hayan comido su cuerpo y bebido su sangre (cf.
Jn 6, 54). En su vida pública ofrece ya un signo y una prenda de
la resurrección devolviendo la vida a algunos muertos (cf. Mc 5,
21-42; Lc 7, 11-17; Jn 11), anunciando así su propia Resurrección
que, no obstante, será de otro orden. De este acontecimiento único,
El habla como del "signo de Jonás" (Mt 12, 39), del signo del Templo
(cf. Jn 2, 19-22): anuncia su Resurrección al tercer día después
de su muerte (cf. Mc 10, 34).
995 Ser testigo de Cristo es ser "testigo de su Resurrección"
(Hch 1, 22; cf. 4, 33), "haber comido y bebido con El después de
su Resurrección de entre los muertos" (Hch 10, 41). La esperanza
cristiana en la resurrección está totalmente marcada por los
encuentros con Cristo resucitado. Nosotros resucitaremos como El, con El,
por El.
996 Desde el principio, la fe cristiana en la resurrección
ha encontrado incomprensiones y oposiciones (cf. Hch 17, 32; 1 Co 15, 12-13).
"En ningún punto la fe cristiana encue ntra más contradicción
que en la resurrección de la carne" (San Agustín, psal. 88,
2, 5). Se acepta muy comúnmente que, después de la muerte,
la vida de la persona humana continúa de una forma espiritual. Pero
¿cómo creer que este cuerpo tan manifiestamente mortal pueda
resucitar a la vida eterna?
Cómo resucitan los muertos
997 ¿Qué
es resucitar? En la muerte, separación del alma y el cuerpo, el cuerpo
del hombre cae en la corrupción, mientras que su alma va al encuentro
con Dios, en espera de reunirse con su cuerpo glorificado. Dios en su omnipotencia
dará definitivamente a nuestros cuerpos la vida incorruptible uniéndolos
a nuestras almas, por la virtud de la Resurrección de Jesús.
998 ¿Quién resucitará? Todos los
hombres que han muerto:"los que hayan hecho el bien resucitarán para
la vida, y los que hayan hecho el mal, para la condenación" (Jn 5,
29; cf. Dn 12, 2).
999 ¿Cómo? Cristo resucitó con su
propio cuerpo: "Mirad mis manos y mis pies; soy yo mismo" (Lc 24, 39); pero
El no volvió a una vida terrenal. Del mismo modo, en El "todos resucitarán
con su propio cuerpo, que tienen ahora" (Cc de Letrán IV: DS 801),
pero este cuerpo será "transfigurado en cuerpo de gloria" (Flp 3,
21), en "cuerpo espiritual" (1 Co 15, 44):
Pero dirá alguno: ¿cómo resucitan
los muertos? ¿Con qué cuerpo vuelven a la vida? ¡Necio!
Lo que tú siembras no revive si no muere. Y lo que tú siembras
no es el cuerpo que va a brotar, sino un simple grano..., se siembra corrupción,
resucita incorrupción; ... los muertos resucitarán incorruptibles.
En efecto, es necesario que este ser corruptible se revista de incorruptibilidad;
y que este ser mortal se revista de inmortalidad (1 Cor 15,35-37. 42. 53).
1000 Este "cómo" sobrepasa nuestra imaginación
y nuestro entendimiento; no es accesible más que en la fe. Pero nuestra
participación en la Eucaristía nos da ya un anticipo de la
transfiguración de nuestro cuerpo por Cristo:
Así como el pan que viene de la tierra, después
de haber recibido la invocación de Dios, ya no es pan ordinario,
sino Eucaristía, constituida por dos cosas, una terrena y otra celestial,
así nuestros cuerpos que participan en la eucaristía ya no
son corruptibles, ya que tienen la esperanza de la resurrección (San
Ireneo de Lyon, haer. 4, 18, 4-5).
1001 ¿Cuándo? Sin duda en el "último
día" (Jn 6, 39-40. 44. 54; 11, 24); "al fin del mundo" (LG 48). En
efecto, la resurrección de los muertos está íntimamente
asociada a la Parusía de Cristo:
El Señor mismo, a la orden dada por la voz de
un arcángel y por la trompeta de Dios, bajará del cielo, y los
que murieron en Cristo resucitarán en primer lugar (1 Ts 4,
16).
Resucitados con Cristo
1002 Si es verdad
que Cristo nos resucitará en "el último día", también
lo es, en cierto modo, que nosotros ya hemos resucitado con Cristo. En efecto,
gracias al Espíritu Santo, la vida cristiana en la tierra es, desde
ahora, una participación en la muerte y en la Resurrección
de Cristo:
Sepultados con él en el bautismo, con él
también habéis resucitado por la fe en la acción de
Dios, que le resucitó de entre los muertos... Así pues, si
habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está
Cristo sentado a la diestra de Dios (Col 2, 12; 3, 1).
1003 Unidos a Cristo por el Bautismo, los creyentes participan
ya realmente en la vida celestial de Cristo resucitado (cf. Flp 3, 20),
pero esta vida permanece "escondida con Cristo en Dios" (Col 3, 3) "Con
El nos ha resucitado y hecho sentar en los cielos con Cristo Jesús"
(Ef 2, 6). Alimentados en la Eucaristía con su Cuerpo, nosotros pertenecemos
ya al Cuerpo de Cristo. Cuando resucitemos en el último día
también nos "manifestaremos con El llenos de gloria" (Col 3, 4).
1004 Esperando este día, el cuerpo y el alma del
creyente participan ya de la dignidad de ser "en Cristo"; donde se basa
la exigencia del respeto hacia el propio cuerpo, y también hacia
el ajeno, particularmente cuando sufre:
El cuerpo es para el Señor y el Señor
para el cuerpo. Y Dios, que resucitó al Señor, nos resucitará
también a nosotros mediante su poder. ¿No sabéis que
vuestros cuerpos son miembros de Cristo?... No os pertenecéis...
Glorificad, por tanto, a Dios en vuestro cuerpo.(1 Co 6, 13-15. 19-20).
II MORIR EN CRISTO JESUS
1005 Para resucitar
con Cristo, es necesario morir con Cristo, es necesario "dejar este cuerpo
para ir a morar cerca del Señor" (2 Co 5,8). En esta "partida" (Flp
1,23) que es la muerte, el alma se separa del cuerpo. Se reunirá
con su cuerpo el día de la resurrección de los muertos (cf.
SPF 28).
La muerte
1006 "Frente a la
muerte, el enigma de la condición humana alcanza su cumbre" (GS 18).
En un sentido, la muerte corporal es natural, pero por la fe sabemos que
realmente es "salario del pecado" (Rm 6, 23;cf. Gn 2, 17). Y para los que
mueren en la gracia de Cristo, es una participación en la muerte
del Señor para poder participar también en su Resurrección
(cf. Rm 6, 3-9; Flp 3, 10-11).
1007 La muerte es el final de la vida terrena. Nuestras
vidas están medidas por el tiempo, en el curso del cual cambiamos,
envejecemos y como en todos los seres vivos de la tierra, al final aparece
la muerte como terminación normal de la vida. Este aspecto de la
muerte da urgencia a nuestras vidas: el recuerdo de nuestra mortalidad sirve
también par hacernos pensar que no contamos más que con un
tiempo limitado para llevar a término nuestra vida:
Acuérdate de tu Creador en tus días mozos,
... mientras no vuelva el polvo a la tierra, a lo que era, y el espíritu
vuelva a Dios que es quien lo dio (Qo 12, 1. 7).
1008 La muerte es consecuencia del pecado. Intérprete
auténtico de las afirmaciones de la Sagrada Escritura (cf. Gn 2,
17; 3, 3; 3, 19; Sb 1, 13; Rm 5, 12; 6, 23) y de la Tradición, el
Magisterio de la Iglesia enseña que la muerte entró en el
mundo a causa del pecado del hombre (cf. DS 1511). Aunque el hombre poseyera
una naturaleza mortal, Dios lo destinaba a no morir. Por tanto, la muerte
fue contraria a los designios de Dios Creador, y entró en el mundo
como consecuencia del pecado (cf. Sb 2, 23-24). "La muerte temporal de la
cual el hombre se habría liberado si no hubiera pecado" (GS 18),
es así "el último enemigo" del hombre que debe ser vencido
(cf. 1 Co 15, 26).
1009 La muerte fue transformada por Cristo. Jesús,
el Hijo de Dios, sufrió también la muerte, propia de la condición
h umana. Pero, a pesar de su angustia frente a ella (cf. Mc 14, 33-34; Hb
5, 7-8), la asumió en un acto de sometimiento total y libre a la
voluntad del Padre.La obediencia de Jesús transformó la maldición
de la muerte en bendición (cf. Rm 5, 19-21).
El sentido de la muerte
cristiana
1010 Gracias a Cristo, la muerte cristiana tiene un sentido
positivo. "Para mí, la vida es Cristo y morir una ganancia" (Flp
1, 21). "Es cierta esta afirmación: si hemos muerto con él,
también viviremos con él" (2 Tm 2, 11). La novedad esencial
de la muerte cristiana está ahí: por el Bautismo, el cristiano
está ya sacramentalmente "muerto con Cristo", para vivir una vida
nueva; y si morimos en la gracia de Cristo, la muerte física consuma
este "morir con Cristo" y perfecciona así nuestra incorporación
a El en su acto redentor:
Para mí es mejor morir en (eis) Cristo Jesús
que reinar de un extremo a otro de la tierra. Lo busco a El, que ha muerto
por nosotros; lo quiero a El, que ha resucitado por nosotros. Mi parto se
aproxima ...Dejadme recibir la luz pura; cuando yo llegue allí, seré
un hombre (San Ignacio de Antioquía, Rom. 6, 1-2).
1011 En la muerte Dios llama al hombre hacia Sí.
Por eso, el cristiano puede experimentar hacia la muerte un deseo semejante
al de San Pablo: "Deseo partir y estar con Cristo" (Flp 1, 23); y puede
transformar su propia muerte en un acto de obediencia y de amor hacia el
Padre, a ejemplo de Cristo (cf. Lc 23, 46):
Mi deseo terreno ha desaparecido; ... hay en mí
un agua viva que murmura y que dice desde dentro de mí "Ven al Padre"
(San Ignacio de Antioquía, Rom. 7, 2).
Yo quiero ver a Dios y para verlo es necesario morir
(Santa Teresa de Jesús, vida 1).
Yo no muero, entro en la vida (Santa Teresa del Niño
Jesús, verba).
1012 La visión
cristiana de la muerte (cf. 1 Ts 4, 13-14) se expresa de modo privilegiado
en la liturgia de la Iglesia:
La vida de los que en ti creemos, Señor, no termina,
se transforma; y, al deshacerse nuestra morada terrenal, adquirimos una
mansión eterna en el cielo.(MR, Prefacio de difuntos).
1013 La muerte es el fin de la peregrinación terrena
del hombre, del tiempo de gracia y de misericordia que Dios le ofrece para
realizar su vida terrena según el designio divino y para decidir
su último destino. Cuando ha tenido fin "el único curso de
nuestra vida terrena" (LG 48), ya no volveremos a otras vidas terrenas.
"Está establecido que los hombres mueran una sola vez" (Hb 9, 27).
No hay "reencarnación" después de la muerte.
1014 La Iglesia nos anima a prepararnos para la hora
de nuestra muerte ("De la muerte repentina e imprevista, líbranos
Señor": antiguas Letanías de los santos), a pedir a
la Madre de Dios que interceda por nosotros "en la hora de nuestra muerte"
(Ave María), y a confiarnos a San José, Patrono de la buena
muerte:
Habrías de ordenarte en toda cosa como si luego
hubieses de morir. Si tuvieses buena conciencia no temerías mucho
la muerte. Mejor sería huir de los pecados que de la muerte. Si hoy
no estás aparejado, ¿cómo lo estarás mañana?
(Imitación de Cristo 1, 23, 1).
Y por la hermana muerte, ¡loado
mi Señor!
Ningún viviente escapa de
su persecución;
¡ay si en pecado grave sorprende
al pecador!
¡Dichosos los que cumplen la
voluntad de Dios!
(San Francisco
de Asís, cant.)
RESUMEN
1015 "Caro salutis
est cardo" ("La carne es soporte de la salvación") (Tertuliano, res.,
8, 2). Creemos en Dios que es el creador de la carne; creemos en el Verbo
hecho carne para rescatar la carne; creemos en la resurrección de
la carne, perfección de la creación y de la redención
de la carne.
1016 Por la muerte, el alma se separa del cuerpo, pero
en la resurrección Dios devolverá la vida incorruptible a
nuestro cuerpo transformado reuniéndolo con nuestra alma. Así
como Cristo ha resucitado y vive para siempre, todos nosotros resucitaremos
en el último día.
1017 "Creemos en la verdadera resurrección de
esta carne que poseemos ahora" (DS 854). No obstante, se siembra en el sepulcro
un cuerpo corruptible, resucita un cuerpo incorruptible (cf. 1 Co 15, 42),
un "cuerpo espiritual" (1 Co 15, 44).
1018 Como consecuencia del pecado original, el hombre
debe sufrir "la muerte corporal, de la que el hombre se habría liberado,
si no hubiera pecado" (GS 18).
1019 Jesús, el Hijo de Dios, sufrió libremente
la muerte por nosotros en una sumisión total y libre a la voluntad
de Dios, su Padre. Por su muerte venció a la muerte, abriendo así
a todos los hombres la posibilidad de la salvación.
Artículo 12 “CREO EN LA VIDA
ETERNA”
1020 El cristiano
que une su propia muerte a la de Jesús ve la muerte como una ida
hacia El y la entrada en la vida eterna. Cuando la Iglesia dice por última
vez las palabras de perdón de la absolución de Cristo sobre
el cristiano moribundo, lo sella por última vez con una unción
fortificante y le da a Cristo en el viático como alimento para el
viaje. Le habla entonces con una dulce seguridad:
Alma cristiana, al salir de este mundo, marcha en el
nombre de Dios Padre Todopoderoso, que te creó, en el nombre de Jesucristo,
Hijo de Dios vivo, que murió por ti, en el nombre del Espíritu
Santo, que sobre ti descendió. Entra en el lugar de la paz y que
tu morada esté junto a Dios en Sión, la ciudad santa, con
Santa María Virgen, Madre de Dios, con San José y todos los
ángeles y santos. ... Te entrego a Dios, y, como criatura suya, te
pongo en sus manos, pues es tu Hacedor, que te formó del polvo de
la tierra. Y al dejar esta vida, salgan a tu encuentro la Virgen María
y todos los ángeles y santos. ... Que puedas contemplar cara a cara
a tu Redentor... (OEx. "Commendatio animae").
I EL JUICIO PARTICULAR
1021 La muerte pone
fin a la vida del hombre como tiempo abierto a la aceptación o rechazo
de la gracia divina manifestada en Cristo (cf. 2 Tm 1, 9-10). El Nuevo Testamento
habla del juicio principalmente en la perspectiv a del encuentro final con
Cristo en su segunda venida; pero también asegura reiteradamente la
existencia de la retribución inmediata después de la muerte
de cada uno con consecuencia de sus obras y de su fe. La parábola
del pobre Lázaro (cf. Lc 16, 22) y la palabra de Cristo en la Cruz
al buen ladrón (cf. Lc 23, 43), así como otros textos del Nuevo
Testamento (cf. 2 Co 5,8; Flp 1, 23; Hb 9, 27; 12, 23) hablan de un último
destino del alma (cf. Mt 16, 26) que puede ser diferente para unos y para
otros.
1022 Cada hombre, después de morir, recibe
en su alma inmortal su retribución eterna en un juicio particular
que refiere su vida a Cristo, bien a través de una purificación
(cf. Cc de Lyon: DS 857-858; Cc de Florencia: DS 1304-1306; Cc de Trento:
DS 1820), bien para entrar inmediatamente en la bienaventuranza del cielo
(cf. Benedicto XII: DS 1000-1001; Juan XXII: DS 990), bien para condenarse
inmediatamente para siempre (cf. Benedicto XII: DS 1002).
A la tarde te examinarán en el amor (San Juan
de la Cruz, dichos 64).
II EL CIELO
1023 Los que mueren
en la gracia y la amistad de Dios y están perfectamente purificados,
viven para siempre con Cristo. Son para siempre semejantes a Dios, porque
lo ven "tal cual es" (1 Jn 3, 2), cara a cara (cf. 1 Co 13, 12; Ap 22, 4):
Definimos con la autoridad apostólica: que, según
la disposición general de Dios, las almas de todos los santos ...
y de todos los demás fieles muertos después de recibir el bautismo
de Cristo en los que no había nada que purificar cuando murieron;...
o en caso de que tuvieran o tengan algo que purificar, una vez que estén
purificadas después de la muerte ... aun antes de la reasunción
de sus cuerpos y del juicio final, después de la Ascensión
al cielo del Salvador, Jesucristo Nuestro Señor, estuvieron, están
y estarán en el cielo, en el reino de los cielos y paraíso
celestial con Cristo, admitidos en la compañía de los ángeles.
Y después de la muerte y pasión de nuestro Señor Jesucristo
vieron y ven la divina esencia con una visión intuitiva y cara a
cara, sin mediación de ninguna criatura (Benedicto XII: DS 1000;
cf. LG 49).
1024 Esta vida perfecta con la Santísima Trinidad,
esta comunión de vida y de amor con Ella, con la Virgen María,
los ángeles y todos los bienaventurados se llama "el cielo" . El
cielo es el fin último y la realización de las aspiraciones
más profundas del hombre, el estado supremo y definitivo de dicha.
1025 Vivir en el cielo es "estar con Cristo" (cf. Jn
14, 3; Flp 1, 23; 1 Ts 4,17). Los elegidos viven "en El", aún más,
tienen allí, o mejor, encuentran allí su verdadera identidad,
su propio nombre (cf. Ap 2, 17):
Pues la vida es estar con Cristo; donde está
Cristo, allí está la vida, allí está el reino
(San Ambrosio, Luc. 10,121).
1026 Por su muerte y su Resurrección Jesucristo
nos ha "abierto" el cielo. La vida de los bienaventurados consiste en la
plena posesión de los frutos de la redención realizada por
Cristo quien asocia a su glorificación celestial a aquellos que han
creído en El y que han permanecido fieles a su voluntad. El cielo
es la comunidad bienaventurada de todos los que están perfectamente
incorporados a El.
1027 Estes misterio de comunión bienaventurada
con Dios y con todos los que están en Cristo sobrepasa toda comprensión
y toda representación. La Escritura nos habla de ella en imágenes:
vida, luz, paz, banquete de bodas, vino del reino, casa del Padre, Jerusalén
celeste, paraíso: "Lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó,
ni al corazón del hombre llegó, lo que Dios preparó
para los que le aman" (1 Co 2, 9).
1028 A causa de su transcendencia, Dios no puede ser
visto tal cual es más que cuando El mismo abre su Misterio a la contemplación
inmediata del hombre y le da la capacidad para ello. Esta contemplación
de Dios en su gloria celestial es llamada por la Iglesia "la visión
beatífica":
¡Cuál no será tu gloria y tu dicha!:
Ser admitido a ver a Dios, tener el honor de participar en las alegrías
de la salvación y de la luz eterna en compañía de Cristo,
el Señor tu Dios, ...gozar en el Reino de los cielos en compañía
de los justos y de los amigos de Dios, las alegrías de la inmortalidad
alcanzada (San Cipriano, ep. 56,10,1).
1029 En la gloria del cielo, los bienaventurados continúan
cumpliendo con alegría la voluntad de Dios con relación a
los demás hombres y a la creación entera. Ya reinan con Cristo;
con El "ellos reinarán por los siglos de los siglos' (Ap 22, 5; cf.
Mt 25, 21.23).
III LA PURIFICACION FINAL O PURGATORIO
1030 Los que mueren
en la gracia y en la amistad de Dios, pero imperfectamente purificados,
aunque están seguros de su eterna salvación, sufren después
de su muerte una purificación, a fin de obtener la santidad necesaria
para entrar en la alegría del cielo.
1031 La Iglesia llama Purgatorio a esta purificación
final de los elegidos que es completamente distinta del castigo de los condenados.
La Iglesia ha formulado la doctrina de la fe relativa al Purgatorio sobre
todo en los Concilios de Florencia (cf. DS 1304) y de Trento (cf. DS 1820:
1580). La tradición de la Iglesia, haciendo referencia a ciertos
textos de la Escritura (por ejemplo 1 Co 3, 15; 1 P 1, 7) habla de un fuego
purificador:
Respecto a ciertas faltas ligeras, es necesario creer
que, antes del juicio, existe un fuego purificador, según lo que
afirma Aquél que es la Verdad, al decir que si alguno ha pronunciado
una blasfemia contra el Espíritu Santo, esto no le será perdonado
ni en este siglo, ni en el futuro (Mt 12, 31). En esta frase podemos entender
que algunas faltas pueden ser perdonadas en este siglo, pero otras en el
siglo futuro (San Gregorio Magno, dial. 4, 39).
1032 Esta enseñanza se apoya también en
la práctica de la oración por los difuntos, de la que ya habla
la Escritura: "Por eso mandó [Judas Macabeo] hacer este sacrificio
expiatorio en favor de los muertos, para que quedaran liberados del pecado"
(2 M 12, 46). Desde los primeros tiempos, la Iglesia ha honrado la memoria
de los difuntos y ha ofrecido sufragios en su favor, en particular el sacrificio
eucarístico (cf. DS 856), para que, una vez purificados, puedan llegar
a la visión beatífica de Dios. La Iglesia también recomienda
las limosnas, las indulgencias y las obras de penitencia en favor de los
difuntos:
Llevémosles socorros y hagamos su conmemoración.
Si los hijos de Job fueron purificados por el sacrificio de su Padre (cf.
Jb 1, 5), ¿por qué habríamos de dudar de que nuestras
ofrendas por los muertos les lleven un cierto consuelo? No dudemos, pues,
en socorrer a los que han partido y en ofrecer nuestras plegarias por ellos
(San Juan Crisóstomo, hom. in 1 Cor 41, 5).
IV EL INFIERNO
1033 Salvo que elijamos
libremente amarle no podemos estar unidos con Dios. Pero no podemos amar
a Dios si pecamos gravemente contra El, contra nuestro prójimo o
contra nosotros mismos: "Quien no ama permanece en la muerte. Todo el que
aborrece a su hermano es un asesino; y sabéis que ningún asesino
tiene vida eterna permanente en él" (1 Jn 3, 15). Nuestro Señor
nos advierte que estaremos separados de El si no omitimos socorrer las necesidades
graves de los pobres y de los pequeños que son sus hermanos (cf.
Mt 25, 31-46). Morir en pecado mortal sin estar arrepentido ni acoger el
amor misericordioso de Dios, significa permanecer separados de El para siempre
por nuestra propia y libre elección. Este estado de autoexclusión
definitiva de la comunión con Dios y con los bienaventurados es lo
que se designa con la palabra "infierno".
1034 Jesús habla con frecuencia de la "gehenna"
y del "fuego que nunca se apaga" (cf. Mt 5,22.29; 13,42.50; Mc 9,43-48)
reservado a los que, hasta el fin de su vida rehusan creer y convertirse
, y donde se puede perder a la vez el alma y el cuerpo (cf. Mt 10, 28). Jesús
anuncia en términos graves que "enviará a sus ángeles
que recogerán a todos los autores de iniquidad..., y los arrojarán
al horno ardiendo" (Mt 13, 41-42), y que pronunciará la condenación:"
¡Alejaos de Mí malditos al fuego eterno!" (Mt 25, 41).
1035 La enseñanza de la Iglesia afirma la existencia
del infierno y su eternidad. Las almas de los que mueren en estado de pecado
mortal descienden a los infiernos inmediatamente después de la muerte
y allí sufren las penas del infierno, "el fuego eterno" (cf. DS 76;
409; 411; 801; 858; 1002; 1351; 1575; SPF 12). La pena principal del infierno
consiste en la separación eterna de Dios en quien únicamente
puede tener el hombre la vida y la felicidad para las que ha sido creado
y a las que aspira.
1036 Las afirmaciones de la Escritura y las enseñanzas
de la Iglesia a propósito del infierno son un llamamiento a la responsabilidad
con la que el hombre debe usar de su libertad en relación con su
destino eterno. Constituyen al mismo tiempo un llamamiento apremiante a
la conversión: "Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la
puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos
los que entran por ella; mas ¡qué estrecha la puerta y qué
angosto el camino que lleva a la Vida!; y pocos son los que la encuentran"
(Mt 7, 13-14) :
Como no sabemos ni el día ni la hora, es necesario,
según el consejo del Señor, estar continuamente en vela. Así,
terminada la única carrera que es nuestra vida en la tierra,
mereceremos entrar con él en la boda y ser contados entre los santos
y no nos mandarán ir, como siervos malos y perezosos, al fuego eterno,
a las tinieblas exteriores, donde `habrá llanto y rechinar de dientes'
(LG 48).
1037 Dios no predestina a nadie a ir al infierno (cf
DS 397; 1567); para que eso suceda es necesaria una aversión voluntaria
a Dios (un pecado mortal), y persistir en él hasta el final. En la
liturgia eucarística y en las plegari as diarias de los fieles, la
Iglesia implora la misericordia de Dios, que "quiere que nadie perezca,
sino que todos lleguen a la conversión" (2 P 3, 9):
Acepta, Señor, en tu bondad, esta ofrenda de
tus siervos y de toda tu familia santa, ordena en tu paz nuestros días,
líbranos de la condenación eterna y cuéntanos entre
tus elegidos (MR Canon Romano 88)
V EL JUICIO FINAL
1038 La resurrección
de todos los muertos, "de los justos y de los pecadores" (Hch 24, 15), precederá
al Juicio final. Esta será "la hora en que todos los que estén
en los sepulcros oirán su voz y los que hayan hecho el bien resucitarán
para la vida, y los que hayan hecho el mal, para la condenación"
(Jn 5, 28-29). Entonces, Cristo vendrá "en su gloria acompañado
de todos sus ángeles,... Serán congregadas delante de él
todas las naciones, y él separará a los unos de los otros,
como el pastor separa las ovejas de las cabras. Pondrá las ovejas
a su derecha, y las cabras a su izquierda... E irán estos a un castigo
eterno, y los justos a una vida eterna." (Mt 25, 31. 32. 46).
1039 Frente a Cristo, que es la Verdad, será puesta
al desnudo definitivamente la verdad de la relación de cada hombre
con Dios (cf. Jn 12, 49). El Juicio final revelará hasta sus últimas
consecuencias lo que cada uno haya hecho de bien o haya dejado de hacer
durante su vida terrena:
Todo el mal que hacen los malos se registra
- y ellos no lo saben. El día en que "Dios no se callará"
(Sal 50, 3) ... Se volverá hacia los malos: "Yo había colocado
sobre la tierra, dirá El, a mis pobrecitos para vosotros. Yo, su
cabeza, gobernaba en el cielo a la derecha de mi Padre -pero en la tierra
mis miembros tenían hambre. Si hubierais dado a mis miembros
algo, eso habría subido hasta la cabeza. Cuando coloqué a
mis pequeñuelos en la tierra, los constituí comisionados vuestros
para llevar vuestras buenas obras a mi tesoro: como no habéis depositado
nada en sus manos, no poseéis nada en Mí" (San Agustín,
serm. 18, 4, 4).
1040 El Juicio final sucederá cuando vuelva Cristo
glorioso. Sólo el Padre conoce el día y la hora en que tendrá
lugar; sólo El decidirá su advenimiento. Entonces, El pronunciará
por medio de su Hijo Jesucristo, su palabra definitiva sobre toda la historia.
Nosotros conoceremos el sentido último de toda la obra de la creación
y de toda la economía de la salvación, y comprenderemos los
caminos admirables por los que Su Providencia habrá conducido todas
las cosas a su fin último. El juicio final revelará que la
justicia de Dios triunfa de todas las injusticias cometidas por sus criaturas
y que su amor es más fuerte que la muerte (cf. Ct 8, 6).
1041 El mensaje del Juicio final llama a la conversión
mientras Dios da a los hombres todavía "el tiempo favorable, el tiempo
de salvación" (2 Co 6, 2). Inspira el santo temor de Dios. Compromete
para la justicia del Reino de Dios. Anuncia la "bienaventurada esperanza"
(Tt 2, 13) de la vuelta del Señor que "vendrá para ser glorificado
en sus santos y admirado en todos los que hayan creído" (2 Ts 1,
10).
VI LA ESPERANZA DE LOS CIELOS NUEVOS
Y DE LA TIERRA NUEVA
1042 Al fin de los
tiempos el Reino de Dios llegará a su plenitud. Después del
juicio final, los justos reinarán para siempre con Cristo, glorificados
en cuerpo y alma, y el mismo universo será renovado:
La Iglesia ... sólo llegará a su perfección
en la gloria del cielo...cuando llegue el tiempo de la restauración
universal y cuando, con la humanidad, también el universo entero,
que está íntimamente unido al hombre y que alcanza su meta
a través del hombre, quede perfectamente renovado en Cristo (LG 48)
1043 La Sagrada Escritura llama "cielos nuevos y tierra
nueva" a esta renovación misteriosa que trasformará la humanidad
y el mundo (2 P 3, 13; cf. Ap 21, 1). Esta será la realización
definitiva del designio de Dios de "hacer que todo tenga a Cristo por Cabeza,
lo que está en los cielos y lo que está en la tierra" (Ef
1, 10).
1044 En este "universo nuevo" (Ap 21, 5), la Jerusalén
celestial, Dios tendrá su morada entre los hombres. "Y enjugará
toda lágrima de su ojos, y no habrá ya muerte ni habrá
llanto, ni gritos ni fatigas, porque el mundo viejo ha pasado" (Ap 21, 4;cf.
21, 27).
1045 Para el hombre esta consumación será
la realización final de la unidad del género humano, querida
por Dios desde la creación y de la que la Iglesia peregrina era "como
el sacramento" (LG 1). Los que estén unidos a Cristo formarán
la comunidad de los rescatados, la Ciudad Santa de Dios (Ap 21, 2), "la
Esposa del Cordero" (Ap 21, 9). Ya no será herida por el pecado,
las manchas (cf. Ap 21, 27), el amor propio, que destruyen o hieren la comunidad
terrena de los hombres. La visión beatífica, en la que Dios
se manifestará de modo inagotable a los elegidos, será la
fuente inmensa de felicidad, de paz y de comunión mutua.
1046 En cuanto al cosmos, la Revelación afirma
la profunda comunidad de destino del mundo material y del hombre:
Pues la ansiosa espera de la creación desea vivamente
la revelación de los hijos de Dios ... en la esperanza de ser liberada
de la servidumbre de la corrupción ... Pues sabemos que la creación
entera gime hasta el presente y sufre dolores de parto. Y no sólo
ella; también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu,
nosotros mismos gemimos en nuestro interior anhelando el rescate de nuestro
cuerpo (Rm 8, 19-23).
1047 Así pues, el universo visible también
está destinado a ser transformado, "a fin de que el mundo mismo restaurado
a su primitivo estado, ya sin ningún obstáculo esté
al servicio de los justos", participando en su glorificación en Jesucristo
resucitado (San Ireneo, haer. 5, 32, 1).
1048 "Ignoramos el momento de la consumación
de la tierra y de la humanidad, y no sabemos cómo se transformará
el universo. Ciertamente, la figura de este mundo, deformada por el pecado,
pasa, pero se nos enseña que Dios ha preparado una nueva morada y
una nueva tierra en la que habita la justicia y cuya bienaventuranza llenará
y superará todos los deseos de paz que se levantan en los corazones
de los hombres"(GS 39, 1).
1049 "No obstante, la espera de una tierra nueva no debe
debilitar, sino más bien avivar la preocupación de cultivar
esta tierra, donde crece aquel cuerpo de la nueva familia humana, que puede
ofrecer ya un cierto esbozo del siglo nuevo. Por ello, aunque hay que distinguir
cuidadosamente el progreso terreno del crecimiento del Reino de Cristo,
sin embargo, el primero, en la medida en que puede contribuir a ordenar
mejor la sociedad humana, interesa mucho al Reino de Dios" (GS 39, 2).
1050 "Todos estos frutos buenos de nuestra naturaleza
y de nuestra diligencia, tras haberlos propagado por la tierra en el Espíritu
del Señor y según su mandato, los encontramos después
de nuevo, limpios de toda mancha, iluminados y transfigurados cuando Cristo
entregue al Padre el reino eterno y universal" (GS 39, 3; cf. LG 2). Dios
será entonces "todo en todos" (1 Co 15, 22), en la vida eterna:
La vida subsistente y verdadera es el Padre que, por
el Hijo y en el Espíritu Santo, derrama sobre todos sin excepción
los dones celestiales. Gracias a su misericordia, nosotros también,
hombres, hemos recibido la promesa indefectible de la vida eterna (San Cirilo
de Jerusalén, catech. ill. 18, 29).
RESUMEN
1051 Al morir cada
hombre recibe en su alma inmortal su retribución eterna en un juicio
particular por Cristo, juez de vivos y de muertos.
1052 "Creemos que las almas de todos aquellos que mueren
en la gracia de Cristo... constituyen el Pueblo de Dios después de
la muerte, la cual será destruida totalmente el día de la
Resurrección, en el que estas almas se unirán con sus cuerpos"
(SPF 28).
1053 "Creemos que la multitud de aquellas almas que con
Jesús y María se congregan en el paraíso, forma la
Iglesia celestial, donde ellas, gozando de la bienaventuranza eterna, ven
a Dios como El es, y participan también, ciertamente en grado y modo
diverso, juntamente con los santos ángeles, en el gobierno divino
de las cosas, que ejerce Cristo glorificado, como quiera que interceden por
nosotros y con su fraterna solicitud ayudan grandemente a nuestra flaqueza"
(SPF 29).
1054 Los que mueren en la gracia y la amistad de Dios,
pero imperfectamente purificados, aunque están seguros de su salvación
eterna, sufren una purificación después de su muerte, a fin
de obtener la santidad necesaria para entrar en el gozo de Dios.
1055 En virtud de la "comunión de los santos",
la Iglesia encomienda los difuntos a la misericordia de Dios y ofrece sufragios
en su favor, en particular el santo sacrificio eucarístico.
1056 Siguiendo las enseñanzas de Cristo, la Iglesia
advierte a los fieles de la "triste y lamentable realidad de la muerte
eterna" (DCG 69), llamada también "infierno".
1057 La pena principal del infierno consiste en la separación
eterna de Dios en quien solamente puede tener el hombre la vida y la felicidad
para las cuales ha sido creado y a las cuales aspira.
1058 La Iglesia ruega para que nadie se pierda: "Jamás
permitas, Señor, que me separe de ti". Si bien es verdad que nadie
puede salvarse a sí mismo, también es cierto que "Dios quiere
que todos los hombres se salven" (1 Tm 2, 4) y que para El "todo es posible"
(Mt 19, 26).
1059 "La misma santa Iglesia romana cree y firmemente
confiesa que todos los hombres comparecerán con sus cuerpos en el día
del juicio ante el tribunal de Cristo para dar cuenta de sus propias acciones
(DS 859; cf. DS 1549).
1060 Al fin de los tiempos, el Reino de Dios llegará
a su plenitud. Entonces, los justos reinarán con Cristo para siempre,
glorificados en cuerpo y alma, y el mismo universo material será
transformado. Dios será entonces "todo en todos" (1 Co 15, 28), en
la vida eterna.
“AMEN”
1061 El Credo, como
el último libro de la Sagrada Escritura (cf. Ap 22, 21), se termina
con la palabra hebrea Amen. Se encuentra también frecuentemente al
final de las oraciones del Nuevo Testamento. Igualmente, la Iglesia termina
sus oraciones con un "Amen".
1062 En hebreo, "Amén" pertenece a la misma raíz
que la palabra "creer". Esta raíz expresa la solidez, la fiabilidad,
la fidelidad. Así se comprende por qué el "Amén" puede
expresar tanto la fidelidad de Dios hacia nosotros como nuestra confianza
en El.
1063 En el profeta Isaías se encuentra la expresión
"Dios de verdad", literalmente "Dios del Amén", es decir, el Dios
fiel a sus promesas: "Quien desee ser bendecido en la tierra, deseará
serlo en el Dios del Amén" (Is 65, 16). Nuestro Señor emplea
con frecuencia el término "Amen" (cf. Mt 6, 2. 5. 16), a veces en
forma duplicada (cf. Jn 5, 19) para subrayar la fiabilidad de su enseñanza,
su Autoridad fundada en la Verdad de Dios.
1064 Así pues, el "Amén" final del Credo
recoge y confirma su primera palabra: "Creo". Creer es decir "Amén"
a las palabras, a las promesas, a los mandamientos de Dios, es fiarse totalmente
de El que es el Amén de amor infinito y de perfecta fidelidad. La
vida cristiana de cada día será también el "Amén"
al "Creo" de la Profesión de fe de nuestro Bautismo:
Que tu símbolo sea para ti como un espejo. Mírate
en él: para ver si crees todo lo que declaras creer. Y regocíjate
todos los días en tu fe (San Agustín, serm. 58, 11, 13: PL
38,399).
1065 Jesucristo mismo es el "Amén" (Ap 3, 14).
Es el "Amén" definitivo del amor del Padre hacia nosotros; asume y
completa nuestro "Amén" al Padre: "Todas las promesas hechas por Dios
han tenido su `sí' en él; y por eso decimos por él 'Amén'
a la gloria de Dios" (2 Co 1, 20):
Por El, con El y en El,
A ti, Dios Padre omnipotente
en la unidad del Espíritu
Santo,
todo honor y toda gloria,
por los siglos de los siglos.
AMEN.
Segunda Parte: La celebración del misterio cristiano
Razón de ser de la liturgia
1066. En el Símbolo
de la fe, la Iglesia confiesa el misterio de la Santísima Trinidad
y su "designio benevolente" (Ef 1,9) sobre toda la creación: El Padre
realiza el "misterio de su voluntad" dando a su Hijo Amado y al Espíritu
Santo para la salvación del mundo y para la gloria de su Nombre. Tal
es el Misterio de Cristo (cf Ef 3,4), revelado y realizado en la historia
según un plan, una "disposición" sabiamente ordenada que S.
Pablo llama "la economía del Misterio" (Ef 3,9) y que la tradición
patrística llamará "la Economía del Verbo encarnado"
o "la Economía de la salvación".
1067 "Cristo el Señor realizó esta obra
de la redención humana y de la perfecta glorificación de Dios,
preparada por las maravillas que Dios hizo en el pueblo de la Antigua Alianza,
principalmente por el misterio pascual de su bienaventurada pasión,
de su resurrección de entre los muertos y de su gloriosa ascensión.
Por este misterio, `con su muerte destruyó nuestra muerte y con su
resurrección restauró nuestra vida'. Pues del costado de Cristo
dormido en la cruz nació el sacramento admirable de toda la Iglesia"
(SC 5). Por eso, en la liturgia, la Iglesia celebra principalmente el Misterio
pascual por el que Cristo realizó la obra de nuestra salvación.
1068 Es el Misterio de Cristo lo que la Iglesia anuncia
y celebra en su liturgia a fin de que los fieles vivan de él y den
testimonio del mismo en el mundo:
En efecto, la liturgia, por medio de la cual "se ejerce
la obra de nuestra redención", sobre todo en el divino sacrificio
de la Eucaristía, contribuye mucho a que los fieles, en su vida, expresen
y manifiesten a los demás el misterio de Cristo y la naturaleza genuina
de la verdadera Iglesia (SC 2).
Significación de la palabra "Liturgia"
1069 La palabra "Liturgia"
significa originariamente "obra o quehacer público", "servicio de
parte de y en favor del pueblo". En la tradición cristiana quiere
significar que el Pueblo de Dios toma parte en "la obra de Dios" (cf. Jn
17,4). Por la liturgia, Cristo, nuestro Redentor y Sumo Sacerdote, continúa
en su Iglesia, con ella y por ella, la obra de nuestra redención.
1070 La palabra "Liturgia" en el Nuevo Testamento es
empleada para designar no solamente la celebración del culto divino
(cf Hch 13,2; Lc 1,23), sino también el anuncio del Evangelio (cf.
Rm 15,16; Flp 2,14-17. 30) y la caridad en acto (cf Rm 15,27; 2 Co 9,12;
Flp 2,25). En todas estas situaciones se trata del servicio de Dios y de
los hombres. En la celebración litúrgica, la Iglesia es servidora,
a imagen de su Señor, el único "Liturgo" (cf Hb 8,2 y 6),
del cual ella participa en su sacerdocio, es decir, en el culto, anuncio
y servicio de la caridad:
Con razón se considera la liturgia como el ejercicio
de la función sacerdotal de Jesucristo en la que, mediante signos
sensibles, se significa y se realiza, según el modo propio de cada
uno, la santificación del hombre y, así, el Cuerpo místico
de Cristo, esto es, la Cabeza y sus miembros, ejerce el culto público.
Por ello, toda celebración litúrgica, como obra de Cristo sacerdote
y de su Cuerpo, que es la Iglesia, es acción sagrada por excelencia
cuya eficacia, con el mismo título y en el mismo grado, no la iguala
ninguna otra acción de la Iglesia (SC 7).
La liturgia como fuente de Vida
1071 La Liturgia,
obra de Cristo, es también una acción de su Iglesia. Realiza
y manifiesta la Iglesia como signo visible de la comunión entre Dios
y de los hombres por Cristo. Introduce a los fieles en la Vida nueva de la
comunidad. Implica una participación "consciente, activa y fructífera"
de todos (SC 11).
1072 "La sagrada liturgia no agota toda la acción
de la Iglesia" (SC 9): debe ser precedida por la evangelización,
la fe y la conversión; sólo así puede dar sus frutos
en la vida de los fieles: la Vida nueva según el Espíritu,
el compromiso en la misión de la Iglesia y el servicio de su unidad.
Oración y Liturgia
1073 La Liturgia es
también participación en la oración de Cristo, dirigida
al Padre en el Espíritu Santo. En ella toda oración cristiana
encuentra su fuente y su término. Por la liturgia el hombre interior
es enraizado y fundado (cf Ef 3,16-17) en "el gran amor con que el Padre
nos amó" (Ef 2,4) en su Hijo Amado. Es la misma "maravilla de Dios"
que es vivida e interiorizada por toda oración, "en todo tiempo, en
el Espíritu" (Ef 6,18)
Catequesis y Liturgia
1074 "La Liturgia
es la cumbre a la que tiende la acción de la Iglesia y, al mismo
tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza" (SC 10). Por tanto, es el
lugar privilegiado de la catequesis del Pueblo de Dios. "La cateq uesis
está intrínsecamente unida a toda la acción litúrgica
y sacramental, porque es en los sacramentos, y sobre todo en la Eucaristía,
donde Jesucristo actúa en plenitud para la transformación
de los hombres" (CT 23).
1075 La catequesis litúrgica pretende introducir
en el Misterio de Cristo ( es "mistagogia"), procediendo de lo visible a
lo invisible, del signo a lo significado, de los "sacramentos" a los "misterios".
Esta modalidad de catequesis corresponde hacerla a los catecismos locales
y regionales. El presente catecismo, que quiere ser un servicio para toda
la Iglesia, en la diversidad de sus ritos y sus culturas (cf SC 3-4), enseña
lo que es fundamental y común a toda la Iglesia en lo que se refiere
a la Liturgia en cuanto misterio y celebración (primera sección),
y a los siete sacramentos y los sacramentales (segunda sección).
PRIMERA SECCION: LA ECONOMIA SACRAMENTAL
1076 El día
de Pentecostés, por la efusión del Espíritu Santo,
la Iglesia se manifiesta al mundo (cf SC 6; LG 2). El don del Espíritu
inaugura un tiempo nuevo en la "dispensación del Misterio": el tiempo
de la Iglesia, durante el cual Cristo manifiesta, hace presente y comunica
su obra de salvación mediante la Liturgia de su Iglesia, "hasta que
él venga" (1 Co 11,26). Durante este tiempo de la Iglesia, Cristo
vive y actúa en su Iglesia y con ella ya de una manera nueva, la
propia de este tiempo nuevo. Actúa por los sacramentos; esto es lo
que la Tradición común de Oriente y Occidente llama "la Economía
sacramental"; esta consiste en la comunicación (o "dispensación")
de los frutos del Misterio pascual de Cristo en la celebración de
la liturgia "sacramental" de la Iglesia.
Por ello es preciso explicar primero esta "dispensación
sacramental" (capítulo primero). Así aparecerán más
clarame nte la naturaleza y los aspectos esenciales de la celebración
litúrgica (capítulo segundo).
CAPITULO PRIMERO: EL MISTERIO PASCUAL EN EL TIEMPO DE LA IGLESIA
Artículo 1: LA LITURGIA, OBRA DE LA SANTISIMA
TRINIDAD
I. EL PADRE, FUENTE Y FIN DE LA LITURGIA
1077. "Bendito sea
el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido
con toda clase de bendiciones espirituales, en los cielos, en Cristo; por
cuanto nos ha elegido en él antes de la creación del mundo,
para ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor; eligiéndonos
de antemano para ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo, según
el beneplácito de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia
con la que nos agració en el Amado" (Ef 1,3-6).
1078 Bendecir es una acción divina que da la vida
y cuya fuente es el Padre. Su bendición es a la vez palabra y don
("bene-dictio", "eu-logia"). Aplicado al hombre, este término significa
la adoración y la entrega a su Creador en la acción de gracias.
1079 Desde el comienzo y hasta la consumación
de los tiempos, toda la obra de Dios es bendición. Desde el poema
litúrgico de la primera creación hasta los cánticos
de la Jerusalén celestial, los autores inspirados anuncian el designio
de salvación como una inmensa bendición divina.
1080 Desde el comienzo, Dios bendice a los seres vivos,
especialmente al hombre y la mujer. La alianza con Noé y con todos
los seres animados renueva esta bendición de fecundidad, a pesar
del pecado del hombre por el cual la tierra queda "maldita". Pero es a partir
de Abraham cuando la bendición divina penetra en la historia humana,
que se encaminaba hacia la muerte, para hacerla volver a la vida, a su fuente:
por la fe del "padre de los creyentes" que acoge la bendición se
inaugura la historia de la salvación.
1081 Las bendiciones divinas se manifiestan en acontecimientos
maravillosos y salvadores: el nacimiento de Isaac, la salida de Egipto (Pascua
y Exodo), el don de la Tierra prometida, la elección de David, la
Presencia de Dios en el templo, el exilio purificador y el retorno de un
"pequeño resto". La Ley, los Profetas y los Salmos que tejen la liturgia
del Pueblo elegido recuerdan a la vez estas bendiciones divinas y responden
a ellas con las bendiciones de alabanza y de acción de gracias.
1082 En la Liturgia de la Iglesia, la bendición
divina es plenamente revelada y comunicada: el Padre es reconocido y adorado
como la fuente y el fin de todas las bendiciones de la Creación y
de la Salvación; en su Verbo, encarnado, muerto y resucitado por nosotros,
nos colma de sus bendiciones y por él derrama en nuestros corazones
el Don que contiene todos los dones: el Espíritu Santo.
1083 Se comprende, por tanto, que en cuanto respuesta
de fe y de amor a las "bendiciones espirituales" con que el Padre nos enriquece,
la liturgia cristiana tiene una doble dimensión. Por una parte, la
Iglesia, unida a su Señor y "bajo la acción el Espíritu
Santo" (Lc 10,21), bendice al Padre "por su Don inefable" (2 Co 9,15) mediante
la adoración, la alabanza y la acción de gracias. Por otra
parte, y hasta la consumación del designio de Dios, la Iglesia no
cesa de presentar al Padre "la ofrenda de sus propios dones" y de implorar
que el Espíritu Santo venga sobre esta ofrenda, sobre ella misma,
sobre los fieles y sobre el mundo entero, a fin de que por la comunión
en la muerte y en la resurrección de Cristo-Sacerdote y por el poder
del Espíritu estas bendiciones divinas den frutos de vida "para alabanza
de la gloria de su gracia" (Ef 1,6).
II LA OBRA DE CRISTO EN LA LITURGIA
Cristo glorificado...
1084 "Sentado a la
derecha del Padre" y derramando el Espíritu Santo sobre su Cuerpo
que es la Iglesia, Cristo actúa ahora por medio de los sacramentos,
instituidos por él para comunicar su gracia. Los sacramentos son
signos sensibles (palabras y acciones), accesibles a nuestra humanidad actual.
Realizan eficazmente la gracia que significan en virtud de la acción
de Cristo y por el poder del Espíritu Santo.
1085 En la Liturgia de la Iglesia, Cristo significa y
realiza principalmente su misterio pascual. Durante su vida terrestre Jesús
anunciaba con su enseñanza y anticipaba con sus actos el misterio
pascual. Cuando llegó su Hora (cf Jn 13,1; 17,1), vivió el
único acontecimiento de la historia que no pasa: Jesús muere,
es sepultado, resucita de entre los muertos y se sienta a la derecha del
Padre "una vez por todas" (Rm 6,10; Hb 7,27; 9,12). Es un acontecimiento
real, sucedido en nuestra historia, pero absolutamente singular: todos los
demás acontecimientos suceden una vez, y luego pasan y son absorbidos
por el pasado. El misterio pascual de Cristo, por el contrario, no puede
permanecer solamente en el pasado, pues por su muerte destruyó a la
muerte, y todo lo que Cristo es y todo lo que hizo y padeció por los
hombres participa de la eternidad divina y domina así todos los tiempos
y en ellos se mantiene permanentemente presente. El acontecimiento de la
Cruz y de la Resurrección permanece y atrae todo hacia la Vida.
...desde la Iglesia de los Apóstoles...
1086 "Por esta razón,
como Cristo fue enviado por el Padre, él mismo envió también
a los Apóstoles, llenos del Espíritu Santo, no sólo
para que, al predicar el Evangelio a toda criatura, anunciaran que el Hijo
de Dios, con su muerte y resurrección, nos ha liberado del poder de
Satanás y de la muerte y nos ha conducido al reino del Padre, sino
también para que realizaran la obra de salvación que anunciaban
mediante el sacrificio y los sacramentos en torno a los cuales gira toda
la vida litúrgica" (SC 6)
1087 Así, Cristo resucitado, dando el Espíritu
Santo a los Apóstoles, les confía su poder de santificación
(cf Jn 20,21-23); se convierten en signos sacramentales de Cristo. Por el
poder del mismo Espíritu Santo confían este poder a sus sucesores.
Esta "sucesión apostólica" estructura toda la vida litúrgica
de la Iglesia. Ella misma es sacramental, transmitida por el sacramento
del Orden.
...está presente en la Liturgia terrena...
1088 "Para llevar
a cabo una obra tan grande" -la dispensación o comunicación
de su obra de salvación-"Cristo está siempre presente en su
Iglesia, principalmente en los actos litúrgicos. Está presente
en el sacrificio de la misa, no sólo en la persona del ministro,
`ofreciéndose ahora por ministerio de los sacerdotes el mismo que
entonces se ofreció en la cruz', sino también, sobre todo,
bajo las especies eucarísticas. Está presente con su virtud
en los sacramentos, de modo que, cuando alguien bautiza, es Cristo quien
bautiza. Está presente en su palabra, pues es El mismo el que habla
cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura. Está presente, finalmente,
cuando la Iglesia suplica y canta salmos, el mismo que prometió: `Donde
están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en
medio de ellos' (Mt 18,20)" (SC 7).
1089 "Realmente, en una obra tan grande por la que Dios
es perfectamente glorificado y los hombres santificados, Cristo asocia siempre
consigo a la Iglesia, su esposa amadísima, que invoca a su Señor
y por El rinde culto al Padre Eterno" (SC 7)
...que participa en la Liturgia celestial.
1090 "En la liturgia
terrena pregustamos y participamos en aquella liturgia celestial que se
celebra en la ciudad santa, Jerusalén, hacia la cual nos dirigimos
como peregrinos, donde Cristo está sentado a la derecha del Padre,
como ministro del santuario y del tabernáculo verdadero; cantamos
un himno de gloria al Señor con todo el ejército celestial;
venerando la memoria de los santos, esperamos participar con ellos y acompañarlos;
aguardamos al Salvador, nuestro Señor Jesucristo, hasta que se manifieste
El, nuestra Vida, y nosotros nos manifestamos con El en la gloria" (SC 8;
cf. LG 50).
III EL ESPIRITU SANTO Y LA IGLESIA EN LA LITURGIA
1091 En la Liturgia,
el Espíritu Santo es el pedagogo de la fe del Pueblo de Dios, el
artífice de las "obras maestras de Dios" que son los sacramentos
de la Nueva Alianza. El deseo y la obra del Espíritu en el corazón
de la Iglesia es que vivamos de la vida de Cristo resucitado. Cuando encuentra
en nosotros la respuesta de fe que él ha suscitado, entonces se realiza
una verdadera cooperación. Por ella, la Liturgia viene a ser la obra
común del Espíritu Santo y de la Iglesia.
1092 En esta dispensación sacramental del misterio
de Cristo, el Espíritu Santo actúa de la misma manera que
en los otros tiempos de la Economía de la salvación: prepara
la Iglesia para el encuentro con su Señor, recuerda y manifiesta
a Cristo a la fe de la asamblea; hace presente y actualiza el misterio de
Cristo por su poder transformador; finalmente, el Espíritu de comunión
une la Iglesia a la vida y a la misión de Cristo.
El Espíritu Santo prepara a recibir a Cristo
1093 El Espíritu
Santo realiza en la economía sacramental las figuras de la Antigua
Alianza. Puesto que la Iglesia de Cristo estaba "preparada maravillosamente
en la historia del pueblo de Israel y en la Antigua Alianza" (LG 2), la
Liturgia de la Iglesia conserva como una parte integrante e irremplazable,
haciéndolos suyos, algunos elementos del culto de la Antigua Alianza:
– principalmente la lectura del Antiguo Testamento;
– la oración de los Salmos;
– y sobre todo la memoria de los acontecimientos salvíficos
y de las realidades significativas que encontraron su cumplimiento
en el misterio de Cristo (la Promesa y la Alianza; el Exodo y la Pascua,
el Reino y el Templo; el Exilio y el Retorno).
1094 Sobre esta armonía de los dos Testamentos
(cf DV 14-16) se articula la catequesis pascual del Señor (cf Lc 24,13-49),
y luego la de los Apóstoles y de los Padres de la Iglesia. Esta catequesis
pone de manifiesto lo que permanecía oculto bajo la letra del Antiguo
Testamento: el misterio de Cristo. Es llamada catequesis "tipológica",
porque revela la novedad de Cristo a partir de "figuras" (tipos) que la
anunciaban en los hechos, las palabras y los símbolos de la primera
Alianza. Por esta relectura en el Espíritu de Verdad a partir de Cristo,
las figuras son explicadas (cf 2 Co 3, 14-16). Así, el diluvio y el
arca de Noé prefiguraban la salvación por el Bautismo (cf 1
P 3,21), y lo mismo la nube, y el paso del mar Rojo; el agua de la roca era
la figura de los dones espirituales de Cristo (cf 1 Co 10,1-6); el maná
del desierto prefiguraba la Eucaristía "el verdadero Pan del Cielo"
(Jn 6,32).
1095 Por eso la Iglesia, especialmente durante los tiempos
de Adviento, Cuaresma y sobre todo en la noche de Pascua, relee y revive
todos estos acontecimientos de la historia de la salvación en el "hoy"
de su Liturgia. Pero esto exige también que la catequesis ayude a
los fieles a abrirse a esta inteligencia "espiritual" de la Economía
de la salvación, tal como la Liturgia de la Iglesia la manifiesta
y nos la hace vivir.
1096 Liturgia judía y liturgia cristiana. Un mejor
conocimiento de la fe y la vida religiosa del pueblo judío tal como
son profesadas y vividas aún hoy, puede ayudar a comprender mejor
ciertos aspectos de la Liturgia cristiana. Para los judíos y para
los cristianos la Sagrada Escritura es una parte esencial de sus respectivas
liturgias: para la proclamación de la Palabra de Dios, la respuesta
a esta Palabra, la adoración de alabanza y de intercesión por
los vivos y los difuntos, el recurso a la misericordia divina. La liturgia
de la Palabra, en su estructura propia, tiene su origen en la oración
judía. La oración de las Horas, y otros textos y formularios
litúrgicos tienen sus paralelos también en ella, igual que
las mismas fórmulas de nuestras oraciones más venerables, por
ejemplo, el Padre Nuestro. Las plegarias eucarísticas se inspiran
también en modelos de la tradición judía. La relación
entre liturgia judía y liturgia cristiana, pero también la
diferencia de sus contenidos, son particularmente visibles en las grandes
fiestas del año litúrgico como la Pascua. Los cristianos y
los judíos celebran la Pascua: Pascua de la historia, orientada hacia
el porvenir en los judíos; Pascua realizada en la muerte y la resurrección
de Cristo en los cristianos, aunque siempre en espera de la consumación
definitiva.
1097 En la Liturgia de la Nueva Alianza, toda acción
litúrgica, especialmente la celebración de la Eucaristía
y de los sacramentos es un encuentro entre Cristo y la Iglesia. La asamblea
litúrgica recibe su unidad de la "comunión del Espíritu
Santo" que reúne a los hijos de Dios en el único Cuerpo de
Cristo. Esta reunión desborda las afinidades humanas, raciales, culturales
y sociales.
1098 La Asamblea debe prepararse para encontrar a su
Señor, debe ser "un pueblo bien dispuesto". Esta preparación
de los corazones es la obra común del Espíritu Santo y de
la Asamblea, en particular de sus ministros. La gracia del Espíritu
Santo tiende a suscitar la fe, la conversión del corazón y
la adhesión a la voluntad del Padre. Estas disposiciones preceden
a la acogida de las otras gracias ofrecidas en la celebración misma
y a los frutos de Vida nueva que está llamada a producir.
El Espíritu Santo recuerda el Misterio de Cristo
1099 El Espíritu
y la Iglesia cooperan en la manifestación de Cristo y de su obra
de salvación en la Liturgia. Principalmente en la Eucaristía,
y análogamente en los otros sacramentos, la Liturgia es Memorial
del Misterio de la salvación. El Espíritu Santo es la memoria
viva de la Iglesia (cf Jn 14,26).
1100 La Palabra de Dios. El Espíritu Santo recuerda
primeramente a la asamblea litúrgica el sentido del acontecimiento
de la salvación dando vida a la Palabra de Dios que es anunciada
para ser recibida y vivida:
La importancia de la Sagrada Escritura en la celebración
de la liturgia es máxima. En efecto, de ella se toman las lecturas
que luego se explican en la homilía, y los salmos que se cantan;
las preces, oraciones e himnos litúrgicos están impregnados
de su aliento y su inspiración; de ella reciben su significado las
acciones y los signos (SC 24).
1101 El Espíritu Santo es quien da a los lectores
y a los oyentes, según las disposiciones de sus corazones, la inteligencia
espiritual de la Palabra de Dios. A través de las palabras, las acciones
y los símbolos que constituyen la trama de una celebración,
el Espíritu Santo pone a los fieles y a los ministros en relación
viva con Cristo, Palabra e Imagen del Padre, a fin de que puedan hacer pasar
a su vida el sentido de lo que oyen, contemplan y realizan en la celebración.
1102 "La fe se suscita en el corazón de los no
creyentes y se alimenta en el corazón de los creyentes con la palabra
de la salvación. Con la fe empieza y se desarrolla la comunidad de
los creyentes" (PO 4). El anuncio de la Palabra de Dios no se reduce a una
enseñanza: exige la respuesta de fe, como consentimiento y compromiso,
con miras a la Alianza entre Dios y su pueblo. Es también el Espíritu
Santo quien da la gracia de la fe, la fortalece y la hace crecer en la comunidad.
La asamblea litúrgica es ante todo comunión en la fe.
1103 La Anámnesis. La celebración litúrgica
se refiere siempre a las intervenciones salvíficas de Dios en la
historia. "El plan de la revelación se realiza por obras y palabras
intrínsecamente ligadas; ... las palabras proclaman las obras y explican
su misterio" (DV 2). En la Liturgia de la Palabra, el Espíritu Santo
"recuerda" a la Asamblea todo lo que Cristo ha hecho por nosotros. Según
la naturaleza de las acciones litúrgicas y las tradiciones rituales
de las Iglesias, una celebración "hace memoria" de las maravillas
de Dios en una Anámnesis más o menos desarrollada. El Espíritu
Santo, que despierta así la memoria de la Iglesia, suscita entonces
la acción de gracias y la alabanza (Doxologia).
El Espíritu Santo actualiza el Misterio de Cristo
1104 La Liturgia cristiana
no sólo recuerda los acontecimientos que nos salvaron, sino que los
actualiza, los hace presentes. El Misterio pascual de Cristo se celebra,
no se repite; son las celebraciones las que se repiten; en cada una de ellas
tiene lugar la efusión del Espíritu Santo que actualiza el
único Misterio.
1105 La epíclesis ("invocación sobre")
es la intercesión mediante la cual el sacerdote suplica al Padre
que envíe el Espíritu santificador para que las ofrendas se
conviertan en el Cuerpo y la Sangre de Cristo y para que los fieles, al recibirlos,
se conviertan ellos mismos en ofrenda viva para Dios.
1106 Junto con la Anámnesis, la Epíclesis
es el centro de toda celebración sacramental, y muy particularmente
de la Eucaristía:
Preguntas cómo el pan se convierte en el Cuerpo
de Cristo y el vino...en Sangre de Cristo. Te respondo: el Espíritu
Santo irrumpe y realiza aquello que sobrepasa toda palabra y todo pensamiento...Que
te baste oír que es por la acción del Espíritu Santo,
de igual modo que gracias a la Santísima Virgen y al mismo Espíritu,
el Señor, por sí mismo y en sí mismo, asumió
la carne humana (S. Juan Damasceno, f.o., IV, 13).
1107 El poder transformador del Espíritu Santo
en la Liturgia apresura la venida del Reino y la consumación del Misterio
de la salvación. En la espera y en la esperanza nos hace realmente
anticipar la comunión plena con la Trinidad Santa. Enviado por el
Padre, que escucha la epíclesis de la Iglesia, el Espíritu
da la vida a los que lo acogen, y constituye para ellos, ya desde ahora,
"las arras" de su herencia (cf Ef 1,14; 2 Co 1,22).
La comunión del Espíritu Santo
1108 La finalidad
de la misión del Espíritu Santo en toda acción litúrgica
es poner en comunión con Cristo para formar su Cuerpo. El Espíritu
Santo es como la savia de la viña del Padre que da su fruto en los
sarmientos (cf Jn 15,1-17; Ga 5,22). En la Liturgia se realiza la cooperación
más íntima entre el Espíritu Santo y la Iglesia. El
Espíritu de Comunión permanece indefectiblemente en la Iglesia,
y por eso la Iglesia es el gran sacramento de la comunión divina que
reúne a los hijos de Dios dispersos. El fruto del Espíritu
en la Liturgia es inseparablemente comunión con la Trinidad Santa
y comunión fraterna (cf 1 Jn 1,3-7).
1109 La Epíclesis es también oración
por el pleno efecto de la comunión de la Asamblea con el Misterio
de Cristo. "La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor de Dios
Padre y la comunión del Espíritu Santo" (2 Co 13,13) deben
permanecer siempre con nosotros y dar frutos más allá de la
celebración eucarística. La Iglesia, por tanto, pide al Padre
que envíe el Espíritu Santo para que haga de la vida de los
fieles una ofrenda viva a Dios mediante la transformación espiritual
a imagen de Cristo, la preocupación por la unidad de la Iglesia y
la participación en su misión por el testimonio y el servicio
de la caridad.
RESUMEN
1110 En la liturgia
de la Iglesia, Dios Padre es bendecido y adorado como la fuente de todas
las bendiciones de la Creación y de la Salvación, con las
que nos ha bendecido en su Hijo para darnos el Espíritu de adopción
filial.
1111 La obra de Cristo en la Liturgia es sacramental
porque su Misterio de salvación se hace presente en ella por el poder
de su Espíritu Santo; porque su Cuerpo, que es la Iglesia, es como
el sacramento (signo e instrumento) en el cual el Espíritu Santo dispensa
el Misterio de la salvación; porque a través de sus acciones
litúrgicas, la Iglesia peregrina participa ya, como en primicias,
en la Liturgia celestial.
1112 La misión del Espíritu Santo en la
Liturgia de la Iglesia es la de preparar la Asamblea para el encuentro con
Cristo; recordar y manifestar a Cristo a la fe de la asamblea de creyentes;
hacer presente y actualizar la obra salvífica de Cristo por su poder
transformador y hacer fructificar el don de la comunión en la Iglesia.
Artículo 2 EL MISTERIO PASCUAL
EN LOS
SACRAMENTOS DE
LA IGLESIA
1113 Toda la vida
litúrgica de la Iglesia gravita en torno al Sacrificio eucarístico
y los sacramentos (cf SC 6). Hay en la Iglesia siete sacramentos: Bautismo,
Confirmación o Crismación, Eucaristía, Penitencia,
Unción de los enfermos, Orden sacerdotal y Matrimonio (cf DS 860;
1310; 1601). En este Artículo se trata de lo que es común a
los siete sacramentos de la Iglesia desde el punto de vista doctrinal. Lo
que les es común bajo el aspecto de la celebración se expondrá
en el capítulo II, y lo que es propio de cada uno de ellos será
objeto de la sección II.
I LOS SACRAMENTOS DE CRISTO
1114 "Adheridos a
la doctrina de las Santas Escrituras, a las tradiciones apostólicas
y al sentimiento unánime de los Padres", profesamos que "los sacramentos
de la nueva Ley fueron todos instituidos por nuestro Señor Jesucristo"
(DS 1600-1601).
1115 Las palabras y las acciones de Jesús durante
su vida oculta y su ministerio público eran ya salvíficas.
Anticipaban la fuerza de su misterio pascual. Anunciaban y preparaban aquello
que él daría a la Iglesia cuando todo tuviese su cumplimiento.
Los misterios de la vida de Cristo son los fundamentos de lo que en adelante,
por los ministros de su Iglesia, Cristo dispensa en los sacramentos, porque
"lo que era visible en nuestro Salvador ha pasado a sus misterios" (S. León
Magno, serm. 74,2).
1116 Los sacramentos, como "fuerzas que brotan" del Cuerpo
de Cristo (cf Lc 5,17; 6,19; 8,46) siempre vivo y vivificante, y como acciones
del Espíritu Santo que actúa en su Cuerpo que es la Iglesia,
son "las obras maestras de Dios" en la nueva y eterna Alianza.
II LOS SACRAMENTOS DE LA IGLESIA
1117 Por el Espíritu
que la conduce "a la verdad completa" (Jn 16,13), la Iglesia reconoció
poco a poco este tesoro recibido de Cristo y precisó su "dispensación",
tal como lo hizo con el canon de las Sagradas Escrituras y con la doctrina
de la fe, como fiel dispensadora de los misterios de Dios (cf Mt 13,52;
1 Co 4,1). Así, la Iglesia ha precisado a lo largo de los siglos,
que, entre sus celebraciones litúrgicas, hay siete que son, en el
sentido propio del término, sacramentos instituidos por el Señor.
1118 Los sacramentos son "de la Iglesia" en el doble
sentido de que existen "por ella" y "para ella". Existen "por la Iglesia"
porque ella es el sacramento de la acción de Cristo que actúa
en ella gracias a la misión del Espíritu Santo. Y existen "para
la Iglesia", porque ellos son "sacramentos que constituyen la Iglesia" (S.
Agustín, civ. 22,17; S. Tomás de Aquino, s.th. 3,64,2 ad 3),
manifiestan y comunican a los hombres, sobre todo en la Eucaristía,
el misterio de la Comunión del Dios Amor, uno en tres Personas.
1119 Formando con Cristo-Cabeza "como una única
persona mística" (Pío XII, enc. "Mystici Corporis"), la Iglesia
actúa en los sacramentos como "comunidad sacerdotal" "orgánicamente
estructurada" (LG 11): gracias al Bautismo y la Confirmación, el
pueblo sacerdotal se hace apto para celebrar la Liturgia; por otra parte,
algunos fieles "que han recibido el sacramento del orden están instituidos
en nombre de Cristo para ser los pastores de la Iglesia con la palabra y
la gracia de Dios" (LG 11).
1120 El ministerio ordenado o sacerdocio ministerial
(LG 10) está al servicio del sacerdocio bautismal. Garantiza que,
en los sacramentos, sea Cristo quien actúa por el Espíritu
Santo en favor de la Iglesia. La misión de salvación confiada
por el Padre a su Hijo encarnado es confiada a los Apóstoles y por
ellos a sus sucesores: reciben el Espíritu de Jesús para actuar
en su nombre y en su persona (cf Jn 20,21-23; Lc 24,47; Mt 28,18-20). Así,
el ministro ordenado es el vínculo sacramental que une la acción
litúrgica a lo que dijeron y realizaron los Apóstoles, y por
ellos a lo que dijo y realizó Cristo, fuente y fundamento de los
sacramentos.
1121 Los tres sacramentos del Bautismo, de la Confirmación
y del Orden sacerdotal confieren, además de la gracia, un carácter
sacramental o "sello" por el cual el cristiano participa del sacerdocio
de Cristo y forma parte de la Iglesia según estados y funciones diversos.
Esta configuración con Cristo y con la Iglesia, realizada por el
Espíritu, es indeleble (Cc. de Trento: DS 1609); permanece para siempre
en el cristiano como disposición positiva para la gracia, como promesa
y garantía de la protección divina y como vocación
al culto divino y al servicio de la Iglesia. Por tanto, estos sacramentos
no pueden ser reiterados.
III LOS SACRAMENTOS DE LA FE
1122 Cristo envió
a sus Apóstoles para que, "en su Nombre, proclamasen a todas las
naciones la conversión para el perdón de los pecados" (Lc
24,47). "De todas las naciones haced discípulos bautizándolos
en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo" (Mt 28,19).
La misión de bautizar, por tanto la misión sacramental está
implicada en la misión de evangelizar, porque el sacramento es preparado
por la Palabra de Dios y por la fe que es consentimiento a esta Palabra:
El pueblo de Dios se reúne, sobre todo, por la
palabra de Dios vivo... necesita la predicación de la palabra para
el ministerio de los sacramentos. En efecto, son sacramentos de la fe que
nace y se alimenta de la palabra" (PO 4).
1123 "Los sacramentos están ordenados a la santificación
de los hombres, a la edificación del Cuerpo de Cristo y, en definitiva,
a dar culto a Dios, pero, como signos, también tienen un fin instructivo.
No sólo suponen la fe, también la fortalecen, la alimentan
y la expresan con palabras y acciones; por se llaman sacramentos de la fe"
(SC 59).
1124 La fe de la Iglesia es anterior a la fe del fiel,
el cual es invitado a adherirse a ella. Cuando la Iglesia celebra los sacramentos
confiesa la fe recibida de los Apóstoles, de ahí el antiguo
adagio: "Lex orandi, lex credendi" ("La ley de la oración es
la ley de la fe") (o: "legem credendi lex statuat supplicandi" ["La ley
de la oración determine la ley de la fe"], según Próspero
de Aquitania, siglo V, ep. 217). La ley de la oración es la ley de
la fe, la Iglesia cree como ora. La Liturgia es un elemento constitutivo
de la Tradición santa y viva (cf. DV 8).
1125 Por eso ningún rito sacramental puede ser
modificado o manipulado a voluntad del ministro o de la comunidad. Incluso
la suprema autoridad de la Iglesia no puede cambiar la liturgia a su arbitrio,
sino solamente en virtud del servicio de la fe y en el respeto religioso al
misterio de la liturgia.
1126 Por otra parte, puesto que los sacramentos expresan
y desarrollan la comunión de fe en la Iglesia, la lex orandi es uno
de los criterios esenciales del diálogo que intenta restaurar la
unidad de los cristianos (cf UR 2 y 15).
IV LOS SACRAMENTOS DE LA SALVACION
1127 Celebrados dignamente
en la fe, los sacramentos confieren la gracia que significan (cf Cc. de
Trento: DS 1605 y 1606). Son eficaces porque en ellos actúa Cristo
mismo; El es quien bautiza, él quien actúa en sus sacramentos
con el fin de comunicar la gracia que el sacramento significa. El Padre escucha
siempre la oración de la Iglesia de su Hijo que, en la epíclesis
de cada sacramento, expresa su fe en el poder del Espíritu. Como el
fuego transforma en sí todo lo que toca, así el Espíritu
Santo transforma en Vida divina lo que se somete a su poder.
1128 Tal es el sentido de la siguiente afirmación
de la Iglesia (cf Cc. de Trento: DS 1608): los sacramentos obran ex opere
operato (según las palabras mismas del Concilio: "por el hecho mismo
de que la acción es realizada"), es decir, en virtud de la obra salvífica
de Cristo, realizada de una vez por todas. De ahí se sigue que "el
sacramento no actúa en virtud de la justicia del hombre que lo da
o que lo recibe, sino por el poder de Dios" (S. Tomás de A., STh 3,68,8).
En consecuencia, siempre que un sacramento es celebrado conforme a la intención
de la Iglesia, el poder de Cristo y de su Espíritu actúa en
él y por él, independientemente de la santidad personal del
ministro. Sin embargo, los frutos de los sacramentos dependen también
de las disposiciones del que los recibe.
1129 La Iglesia afirma que para los creyentes los sacramentos
de la Nueva Alianza son necesarios para ala salvación (cf Cc. de
Trento: DS 1604). La "gracia sacramental" es la gracia del Espíritu
Santo dada por Cristo y propia de cada sacramento. El Espíritu cura
y transforma a los que lo reciben conformándolos con el Hijo de Dios.
El fruto de la vida sacramental consiste en que el Espíritu de adopción
deifica (cf 2 P 1,4) a los fieles uniéndolos vitalmente al Hijo único,
el Salvador.
V LOS SACRAMENTOS DE LA VIDA ETERNA
1130 La Iglesia celebra
el Misterio de su Señor "hasta que él venga" y "Dios sea todo
en todos" (1 Co 11,26; 15,28). Desde la era apostólica, la Liturgia
es atraída hacia su término por el gemido del Espíritu
en la Iglesia: "¡Marana tha!" (1 Co 16,22). La liturgia participa así
en el deseo de Jesús: "Con ansia he deseado comer esta Pascua con
vosotros...hasta que halle su cumplimiento en el Reino de Dios" (Lc 22,15-16).
En los sacramentos de Cristo, la Iglesia recibe ya las arras de su herencia,
participa ya en la vida eterna, aunque "aguardando la feliz esperanza y la
manifestación de la gloria del Gran Dios y Salvador nuestro Jesucristo"
(Tt 2,13). "El Espíritu y la Esposa dicen: ¡Ven!...¡Ven,
Señor Jesús!" (Ap 22,17.20).
S. Tomás resume así las diferentes dimensiones
del signo sacramental: "Unde sacramentum est signum rememorativum eius quod
praecessit, scilicet passionis Christi; et desmonstrativum eius quod in
nobis efficitur per Christi passionem, scilicet gratiae; et prognosticum,
id est, praenuntiativum futurae gloriae" ("Por eso el sacramento es un signo
que rememora lo que sucedió, es decir, la pasión de Cristo;
es un signo que demuestra lo que sucedió entre nosotros en virtud
de la pasión de Cristo, es decir, la gracia; y es un signo que anticipa,
es decir, que preanuncia la gloria venidera", STh III, 60,3).)
RESUMEN
1131 Los sacramentos
son signos eficaces de la gracia, instituidos por Cristo y confiados a la
Iglesia por los cuales nos es dispensada la vida divina. Los ritos visibles
bajo los cuales los sacramentos son celebrados significan y realizan las
gracias propias de cada sacramento. Dan fruto en quienes los reciben con
las disposiciones requeridas.
1132 La Iglesia celebra los sacramentos como comunidad
sacerdotal estructurada por el sacerdocio bautismal y el de los ministros
ordenados.
1133 El Espíritu Santo dispone a la recepción
de los sacramentos por la Palabra de Dios y por la fe que acoge la Palabra
en los corazones bien dispuestos. Así los sacramentos fortalecen
y expresan la fe.
1134 El fruto de la vida sacramental es a la vez personal
y eclesial. Por una parte, este fruto es para todo fiel la vida para Dios
en Cristo Jesús: por otra parte, es para la Iglesia crecimiento en
la caridad y en su misión de testimonio.
CAPITULO SEGUNDO: LA CELEBRACION SACRAMENTAL DEL MISTERIO PASCUAL
1135 La catequesis
de la Liturgia implica en primer lugar la inteligencia de la economía
sacramental (capítulo primero). A su luz se revela la novedad de su
celebración. Se tratará, pues, en este capítulo
de la celebración de los sacramentos de la Iglesia. A través
de la diversidad de las tradiciones litúrgicas, se presenta lo que
es común a la celebración de los siete sacramentos. Lo que
es propio de cada uno de ellos, será presentado más adelante.
Esta catequesis fundamental de las celebraciones sacramentales responderá
a las cuestiones inmediatas que se presentan a un fiel al respecto:
– quién celebra
– cómo celebrar
– cuándo celebrar
– dónde celebrar
Artículo 1 CELEBRAR LA LITURGIA
DE LA IGLESIA
I ¿QUIEN CELEBRA?
1136 La Liturgia es
"acción" del "Cristo total" (Christus totus). Por tanto, quienes
celebran esta "acción", independientemente de la existencia o no
de signos sacramentales, participan ya de la Liturgia del cielo, allí
donde la celebración es enteramente Comunión y Fiesta.
La celebración de la Liturgia celestial
1137 El Apocalipsis
de S. Juan, leído en la liturgia de la Iglesia, nos revela primeramente
que "un trono estaba erigido en el cielo y Uno sentado en el trono" (Ap
4,2): "el Señor Dios" (Is 6,1; cf Ez 1,26-28). Luego revela al Cordero,
"inmolado y de pie" (Ap 5,6; cf Jn 1,29): Cristo crucificado y resucitado,
el único Sumo Sacerdote del santuario verdadero (cf Hb 4,14-15; 10,
19-21; etc), el mismo "que ofrece y que es ofrecido, que da y que es dado"
(Liturgia de San Juan Crisóstomo, Anáfora). Y por último,
revela "el río de Vida que brota del trono de Dios y del Cordero"
(Ap 22,1), uno de los más bellos símbolos del Espíritu
Santo (cf Jn 4,10-14; Ap 21,6).
1138 "Recapitulados" en Cristo, participan en el servicio
de la alabanza de Dios y en la realización de su designio: las Potencias
celestiales (cf Ap 4-5; Is 6,2-3), toda la creación (los cuatro Vivientes),
los servidores de la Antigua y de la Nueva Alianza (los veinticuatro ancianos),
el nuevo Pueblo de Dios (los ciento cuarenta y cuatro mil, cf Ap 7,1-8;
14,1), en particular los mártires "degollados a causa de la Palabra
de Dios", Ap 6,9-11), y la Santísima Madre de Dios (la Mujer, cf
Ap 12, la Esposa del Cordero, cf Ap 21,9), finalmente "una muchedumbre inmensa,
que nadie podría contar, de toda nación, razas, pueblos y lenguas"
(Ap 7,9).
1139 En esta Liturgia eterna el Espíritu y la
Iglesia nos hacen participar cuando celebramos el Misterio de la salvación
en los sacramentos.
Los celebrantes de la liturgia sacramental
1140 Es toda la Comunidad,
el Cuerpo de Cristo unido a su Cabeza quien celebra. "Las acciones litúrgicas
no son acciones privadas, sino celebraciones de la Iglesia, que es `sacramento
de unidad', esto es, pueblo santo, congregado y ordenado bajo la dirección
de los obispos. Por tanto, pertenecen a todo el Cuerpo de la Iglesia, influyen
en él y lo manifiestan, pero afectan a cada miembro de este Cuerpo
de manera diferente, según la diversidad de órdenes, funciones
y participación actual" (SC 26). Por eso también, "siempre
que los ritos, según la naturaleza propia de cada uno, admitan una
celebración común, con asistencia y participación activa
de los fieles, hay que inculcar que ésta debe ser preferida, en cuanto
sea posible, a una celebración individual y casi privada" (SC 27)
1141 La asamblea que celebra es la comunidad de los bautizados
que, "por el nuevo nacimiento y por la unción del Espíritu
Santo, quedan consagrados como casa espiritual y sacerdocio santo para que
ofrezcan a través de todas las obras propias del cristiano, sacrificios
espirituales" (LG 10). Este "sacerdocio común" es el de Cristo, único
Sacerdote, participado por todos sus miembros (cf LG 10; 34; PO 2):
La Madre Iglesia desea ardientemente que se lleve a
todos los fieles a aquella participación plena, consciente y activa
en las celebraciones litúrgicas que exige la naturaleza de la liturgia
misma y a la cual tiene derecho y obligación, en virtud del bautismo,
el pueblo cristiano "linaje escogido, sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido" (1 P 2,9; cf 2,4-5) (SC 14).
1142 Pero "todos los miembros no tienen la misma función"
(Rm 12,4). Algunos son llamados por Dios en y por la Iglesia a un servicio
especial de la comunidad. Estos servidores son escogidos y consagrados por
el sacramento del Orden, por el cual el Espíritu Santo los hace aptos
para actuar en representación de Cristo-Cabeza para el servicio de
todos los miembros de la Iglesia (cf PO 2 y 15). El ministro ordenado es
como el "icono" de Cristo Sacerdote. Por ser en la Eucaristía donde
se manifiesta plenamente el sacramento de la Iglesia, es también en
la presidencia de la Eucaristía donde el ministerio del obispo aparece
en primer lugar, y en comunión con él, el de los presbíteros
y los diáconos.
1143 En orden a ejercer las funciones del sacerdocio
común de los fieles existen también otros ministerios particulares,
no consagrados por el sacramento del Orden, y cuyas funciones son determinadas
por los obispos según las tradiciones litúrgicas y las necesidades
pastorales. "Los acólitos, lectores, comentadores y los que pertenecen
a la 'schola cantorum' desempeñan un auténtico ministerio
litúrgico" (SC 29).
1144 Así, en la celebración de los sacramentos,
toda la asamblea es "liturgo", cada cual según su función,
pero en "la unidad del Espíritu" que actúa en todos. "En las
celebraciones litúrgicas, cada cual, ministro o fiel, al desempeñar
su oficio, hará todo y sólo aquello que le corresponde según
la naturaleza de la acción y las normas litúrgicas" (SC 28)
II ¿COMO CELEBRAR?
Signos y símbolos
1145 Una celebración
sacramental esta tejida de signos y de símbolos. Según la
pedagogía divina de la salvación, su significación
tiene su raíz en la obra de la creación y en la cultura humana,
se perfila en los acontecimientos de la Antigua Alianza y se revela en plenitud
en la persona y la obra de Cristo.
1146 Signos del mundo de los hombres. En la vida
humana, signos y símbolos ocupan un lugar importante. El hombre,
siendo un ser a la vez corporal y espiritual, expresa y percibe las realidades
espirituales a través de signos y de símbolos materiales.
Como ser social, el hombre necesita signos y símbolos para comunicarse
con los demás, mediante el lenguaje, gestos y acciones. Lo mismo
sucede en su relación con Dios.
1147 Dios habla al hombre a través de la creación
visible. El cosmos material se presenta a la inteligencia del hombre para
que vea en él las huellas de su Creador (cf Sb 13,1; Rm 1,19-20;
Hch 14,17). La luz y la noche, el viento y el fuego, el agua y la tierra,
el árbol y los frutos hablan de Dios, simbolizan a la vez su grandeza
y su proximidad.
1148 En cuanto creaturas, estas realidades sensibles
pueden llegar a ser lugar de expresión de la acción de Dios
que santifica a los hombres, y de la acción de los hombres que rinden
su culto a Dios. Lo mismo sucede con los signos y símbolos de la
vida social de los hombres: lavar y ungir, partir el pan y compartir la copa
pueden expresar la presencia santificante de Dios y la gratitud del hombre
hacia su Creador.
1149 Las grandes religiones de la humanidad atestiguan,
a a menudo de forma impresionante, este sentido cósmico y simbólico
de los ritos religiosos. La liturgia de la Iglesia presupone, integra y
santifica elementos de la creación y de la cultura humana confiriéndoles
la dignidad de signos de la gracia, de la creación nueva en Jesucristo.
1150 Signos de la Alianza. El pueblo elegido recibe de
Dios signos y símbolos distintivos que marcan su vida litúrgica:
no son ya solamente celebraciones de ciclos cósmicos y de acontecimientos
sociales, sino signos de la Alianza, símbolos de las grandes acciones
de Dios en favor de su pueblo. Entre estos signos litúrgicos de la
Antigua Alianza se puede nombrar la circuncisión, la unción
y la consagración de reyes y sacerdotes, la imposición de
manos, los sacrificios, y sobre todo la pascua. La Iglesia ve en estos signos
una prefiguración de los sacramentos de la Nueva Alianza.
1151 Signos asumidos por Cristo. En su predicación,
el Señor Jesús se sirve con frecuencia de los signos de la
Creación para dar a conocer los misterios el Reino de Dios (cf. Lc
8,10). Realiza sus curaciones o subraya su predicación por medio de
signos materiales o gestos simbólicos (cf Jn 9,6; Mc 7,33-35; 8,22-25).
Da un sentido nuevo a los hechos y a los signos de la Antigua Alianza, sobre
todo al Exodo y a la Pascua (cf Lc 9,31; 22,7-20), porque él mismo
es el sentido de todos esos signos.
1152 Signos sacramentales. Desde Pentecostés,
el Espíritu Santo realiza la santificación a través
de los signos sacramentales de su Iglesia. Los sacramentos de la Iglesia
no anulan, sino purifican e integran toda la riqueza de los signos y de los
símbolos del cosmos y de la vida social. Aún más, cumplen
los tipos y las figuras de la Antigua Alianza, significan y realizan la salvación
obrada por Cristo, y prefiguran y anticipan la gloria del cielo.
Palabras y acciones
1153 Toda celebración
sacramental es un encuentro de los hijos de Dios con su Padre, en Cristo
y en el Espíritu Santo, y este encuentro se expresa como un diálogo
a través de acciones y de palabras. Ciertamente, las acciones simbólicas
son ya un lenguaje, pero es preciso que la Palabra de Dios y la respuesta
de fe acompañen y vivifiquen estas acciones, a fin de que la semilla
del Reino dé su fruto en la tierra buena. Las acciones litúrgicas
significan lo que expresa la Palabra de Dios: a la vez la iniciativa gratuita
de Dios y la respuesta de fe de su pueblo.
1154 La liturgia de la Palabra es parte integrante de
las celebraciones sacramentales. Para nutrir la fe de los fieles, los signos
de la Palabra de Dios deben ser puestos de relieve: el libro de la Palabra
(leccionario o evangeliario), su veneración (procesión, incienso,
luz), el lugar de su anuncio (ambón), su lectura audible e inteligible,
la homilía del ministro, la cual prolonga su proclamación,
y las respuestas de la asamblea (aclamaciones, salmos de meditación,
letanías, confesión de fe...).
1155 La palabra y la acción litúrgica,
indisociables en cuanto signos y enseñanza, lo son también
en cuanto que realizan lo que significan. El Espíritu Santo, al suscitar
la fe, no solamente procura una inteligencia de la Palabra de Dios suscitando
la fe, sino que también mediante los sacramentos realiza las "maravillas"
de Dios que son anunciadas por la misma Palabra: hace presente y comunica
la obra del Padre realizada por el Hijo amado.
Canto y música
1156 "La tradición
musical de la Iglesia universal constituye un tesoro de valor inestimable
que sobresale entre las demás expresiones artísticas, principalmente
porque el canto sagrado, unido a las palabras, constituye una parte necesaria
o integral de la liturgia solemne" (SC 112). La composición y el canto
de Salmos inspirados, con frecuencia acompañados de instrumentos musicales,
estaban ya estrechamente ligados a las celebraciones litúrgicas de
la Antigua Alianza. La Iglesia continúa y desarrolla esta tradición:
"Recitad entre vosotros salmos, himnos y cánticos inspirados; cantad
y salmodiad en vuestro corazón al Señor" (Ef 5,19; cf Col 3,16-17).
"El que canta ora dos veces" (S. Agustín, sal. 72,1).
1157 El canto y la música cumplen su función
de signos de una manera tanto más significativa cuanto "más
estrechamente estén vinculadas a la acción litúrgica"
(SC 112), según tres criterios principales: la belleza expresiva
de la oración, la participación unánime de la asamblea
en los momentos previstos y el carácter solemne de la celebración.
Participan así de la finalidad de las palabras y de las acciones
litúrgicas: la gloria de Dios y la santificación de los fieles
(cf SC 112):
¡Cuánto lloré al oír
vuestros himnos y cánticos, fuertemente conmovido por las voces de
vuestra Iglesia, que suavemente cantaba! Entraban aquellas voces en mis
oídos, y vuestra verdad se derretía en mi corazón,
y con esto se inflamaba el afecto de piedad, y corrían las lágrimas,
y me iba bien con ellas (S. Agustín, Conf. IX,6,14).
1158 La armonía de los signos (canto, música,
palabras y acciones) es tanto más expresiva y fecunda cuanto más
se expresa en la riqueza cultural propia del pueblo de Dios que celebra
(cf SC 119). Por eso "foméntese con empeño el canto religioso
popular, de modo que en los ejercicios piadosos y sagrados y en las mismas
acciones litúrgicas", conforme a las normas de la Iglesia "resuenen
las voces de los fieles" (SC 118). Pero "los textos destinados al canto
sagrado deben estar de acuerdo con la doctrina católica; más
aún, deben tomase principalmente de la Sagrada Escritura y de las
fuentes litúrgicas" (SC 121).
Imágenes sagradas
1159 La imagen sagrada,
el icono litúrgico, representa principalmente a Cristo. No puede
representar a Dios invisible e incomprensible; la Encarnación del
Hijo de Dios inauguró una nueva "economía" de las imágenes:
En otro tiempo, Dios, que no tenía cuerpo ni
figura no podía de ningún modo ser representado con una imagen.
Pero ahora que se ha hecho ver en la carne y que ha vivido con los hombres,
puedo hacer una imagen de lo que he visto de Dios...con el rostro descubierto
contemplamos la gloria del Señor (S. Juan Damasceno, imag. 1,16).
1160 La iconografía cristiana transcribe mediante
la imagen el mensaje evangélico que la Sagrada Escritura transmite
mediante la palabra. Imagen y Palabra se esclarecen mutuamente:
Para expresar brevemente nuestra profesión de
fe, conservamos todas las tradiciones de la Iglesia, escritas o no escritas,
que nos han sido transmitidas sin alteración. Una de ellas es la
representación pictórica de las imágenes, que está
de acuerdo con la predicación de la historia evangélica, creyendo
que, verdaderamente y no en apariencia, el Dios Verbo se hizo carne, lo
cual es tan útil y provechoso, porque las cosas que se esclarecen
mutuamente tienen sin duda una significación recíproca (Cc.
de Nicea II, año 787: COD 111).
1161 Todos los signos de la celebración litúrgica
hacen referencia a Cristo: también las imágenes sagradas de
la Santísima Madre de Dios y de los santos. Significan, en efecto,
a Cristo que es glorificado en ellos. Manifiestan "la nube de testigos"
(Hb 12,1) que continúan participando en la salvación del mundo
y a los que estamos unidos, sobre todo en la celebración sacramental.
A través de sus iconos, es el hombre "a imagen de Dios", finalmente
transfigurado "a su semejanza" (cf Rm 8,29; 1 Jn 3,2), quien se revela a
nuestra fe, e incluso los ángeles, recapitulados también en
Cristo:
Siguiendo la enseñanza divinamente inspirada
de nuestros santos Padres y la tradición de la Iglesia católica
(pues reconocemos ser del Espíritu Santo que habita en ella), definimos
con toda exactitud y cuidado que las venerables y santas imágenes,
como también la imagen de la preciosa y vivificante cruz, tanto las
pintadas como las de mosaico u otra materia conveniente, se expongan en
las santas iglesias de Dios, en los vasos sagrados y ornamentos, en las
paredes y en cuadros, en las casas y en los caminos: tanto las imágenes
de nuestro Señor Dios y Salvador Jesucristo, como las de nuestra
Señora inmaculada la santa Madre de Dios, de los santos ángeles
y de todos los santos y justos (Cc. de Nicea II: DS 600).
1162 "La belleza y el color de las imágenes estimulan
mi oración. Es una fiesta para mis ojos, del mismo modo que el espectáculo
del campo estimula mi corazón para dar gloria a Dios" (S. Juan Damasceno,
imag. 127). La contemplación de las sagradas imágenes, unida
a la meditación de la Palabra de Dios y al canto de los himnos litúrgicos,
forma parte de la armonía de los signos de la celebración
para que el misterio celebrado se grabe en la memoria del corazón
y se exprese luego en la vida nueva de los fieles.
III ¿CUANDO CELEBRAR?
El tiempo litúrgico
1163 "La santa Madre
Iglesia considera que es su deber celebrar la obra de salvación de
su divino Esposo con un sagrado recuerdo, en días determinados a través
del año. Cada semana, en el día que llamó 'del Señor',
conmemora su resurrección, que una vez al año celebra también,
junto con su santa pasión, en la máxima solemnidad de la Pascua.
Además, en el círculo del año desarrolla todo el misterio
de Cristo... Al conmemorar así los misterios de la redención,
abre la riqueza de las virtudes y de los méritos de su Señor,
de modo que se los hace presentes en cierto modo, durante todo tiempo, a
los fieles para que los alcancen y se llenen de la gracia de la salvación"
(SC 102)
1164 El pueblo de Dios, desde la ley mosaica, tuvo fiestas
fijas a partir de la Pascua, para conmemorar las acciones maravillosas del
Dios Salvador, para darle gracias por ellas, perpetuar su recuerdo y enseñar
a las nuevas generaciones a conformar con ellas su conducta. En el tiempo
de la Iglesia, situado entre la Pascua de Cristo, ya realizada una vez por
todas, y su consumación en el Reino de Dios, la liturgia celebrada
en días fijos está toda ella impregnada por la novedad del
Misterio de Cristo.
1165 Cuando la Iglesia celebra el Misterio de Cristo,
hay una palabra que jalona su oración: ¡Hoy!, como eco de la
oración que le enseñó su Señor (Mt 6,11) y de
la llamada del Espíritu Santo (Hb 3,7-4,11; Sal 95,7). Este "hoy" del
Dios vivo al que el hombre está llamado a entrar, es la "Hora" de
la Pascua de Jesús que es eje de toda la historia humana y la guía:
La vida se ha extendido sobre todos los seres y todos
están llenos de una amplia luz: el Oriente de los orientes invade
el universo, y el que existía "antes del lucero de la mañana"
y antes de todos los astros, inmortal e inmenso, el gran Cristo brilla sobre
todos los seres más que el sol. Por eso, para nosotros que creemos
en él, se instaura un día de luz, largo, eterno, que no se
extingue: la Pascua mística (S. Hipólito, pasc. 1-2).
El día del Señor
1166 "La Iglesia,
desde la tradición apostólica que tiene su origen en el mismo
día de la resurrección de Cristo, celebra el misterio pascual
cada ocho días, en el día que se llama con razón `día
del Señor' o domingo" (SC 106). El día de la Resurrección
de Cristo es a la vez el "primer día de la semana", memorial del
primer día de la creación, y el "octavo día" en que
Cristo, tras su "reposo" del gran Sabbat, inaugura el Día "que hace
el Señor", el "día que no conoce ocaso" (Liturgia bizantina).
El "banquete del Señor" es su centro, porque es aquí donde
toda la comunidad de los fieles encuentra al Señor resucitado que
los invita a su banquete (cf Jn 21,12; Lc 24,30):
El día del Señor, el día de la
Resurrección, el día de los cristianos, es nuestro día.
Por eso es llamado día del Señor: porque es en este día
cuando el Señor subió victorioso junto al Padre. Si los paganos
lo llaman día del sol, también lo hacemos con gusto; porque
hoy ha amanecido la luz del mundo, hoy ha aparecido el sol de justicia cuyos
rayos traen la salvación (S. Jerónimo, pasch.).
1167 El domingo es el día por excelencia de la
Asamblea litúrgica, en que los fieles "deben reunirse para, escuchando
loa palabra de Dios y participando en la Eucaristía, recordar la pasión,
la resurrección y la gloria del Señor Jesús y dar gracias
a Dios, que los 'hizo renacer a la esperanza viva por la resurrección
de Jesucristo de entre los muertos'" (SC 106):
Cuando meditamos, oh Cristo, las maravillas que fueron
realizadas en este día del domingo de tu santa Resurrección,
decimos: Bendito es el día del domingo, porque en él tuvo
comienzo la Creación...la salvación del mundo...la renovación
del género humano...en él el cielo y la tierra se regocijaron
y el universo entero quedó lleno de luz. Bendito es el día
del domingo, porque en él fueron abiertas las puertas del paraíso
para que Adán y todos los desterrados entraran en él sin temor
(Fanqîth, Oficio siriaco de Antioquía, vol 6, 1ª parte
del verano, p.193b).
El año litúrgico
1168 A partir del
"Triduo Pascual", como de su fuente de luz, el tiempo nuevo de la Resurrección
llena todo el año litúrgico con su resplandor. De esta fuente,
por todas partes, el año entero queda transfigurado por la Liturgia.
Es realmente "año de gracia del Señor" (cf Lc 4,19). La Economía
de la salvación actúa en el marco del tiempo, pero desde su
cumplimiento en la Pascua de Jesús y la efusión del Espíritu
Santo, el fin de la historia es anticipado, como pregustado, y el Reino
de Dios irrumpe en el tiempo de la humanidad.
1169 Por ello, la Pascua no es simplemente una fiesta
entre otras: es la "Fiesta de las fiestas", "Solemnidad de las solemnidades",
como la Eucaristía es el Sacramento de los sacramentos (el gran sacramento).
S. Atanasio la llama "el gran domingo" (Ep. fest. 329), así como
la Semana santa es llamada en Oriente "la gran semana". El Misterio de la
Resurrección, en el cual Cristo ha aplastado a la muerte, penetra
en nuestro viejo tiempo con su poderosa energía, hasta que todo le
esté sometido.
1170 En el Concilio de Nicea (año 325) todas las
Iglesias se pusieron de acuerdo para que la Pascua cristiana fuese celebrada
el domingo que sigue al plenilunio (14 del mes de Nisán) después
del equinoccio de primavera.Por causa de los diversos métodos utilizados
para calcular el 14 del mes de Nisán, en las Iglesias de Occidente
y de Oriente no siempre coincide la fecha de la Pascua. Por eso, dichas
Iglesias buscan hoy un acuerdo, para llegar de nuevo a celebrar en una fecha
común el día de la Resurrección del Señor.
1171 El año litúrgico es el desarrollo
de los diversos aspectos del único misterio pascual. Esto vale muy
particularmente para el ciclo de las fiestas en torno al Misterio de la
Encarnación (Anunciación, Navidad, Epifanía) que conmemoran
el comienzo de nuestra salvación y nos comunican las primicias del
misterio de Pascua.
El santoral en el año litúrgico
1172 "En la celebración
de este círculo anual de los misterios de Cristo, la santa Iglesia
venera con especial amor a la bienaventurada Madre de Dios, la Virgen María,
unida con un vínculo indisoluble a la obra salvadora de su Hijo; en
ella mira y exalta el fruto excelente de la redención y contempla
con gozo, como en una imagen purísima, aquello que ella misma, toda
entera, desea y espera ser" (SC 103).
1173 Cuando la Iglesia, en el ciclo anual, hace memoria
de los mártires y los demás santos "proclama el misterio pascual
cumplido en ellos, que padecieron con Cristo y han sido glorificados con
El; propone a los fieles sus ejemplos, que atraen a todos por medio de Cristo
al Padre, y por sus méritos implora los beneficios divinos" (SC 104;
cf SC 108 y 111).
La Liturgia de las Horas
1174 El Misterio de
Cristo, su Encarnación y su Pascua, que celebramos en la Eucaristía,
especialmente en la Asamblea dominical, penetra y transfigura el tiempo de
cada día mediante la celebración de la Liturgia de las Horas,
"el Oficio divino" (cf SC IV). Esta celebración, en fidelidad a las
recomendaciones apostólicas de "orar sin cesar" (1 Ts 5,17; Ef 6,18),
"está estructurada de tal manera que la alabanza de Dios consagra
el curso entero del día y de la noche" (SC 84). Es "la oración
pública de la Iglesia" (SC 98) en la cual los fieles (clérigos,
religiosos y laicos) ejercen el sacerdocio real de los bautizados. Celebrada
"según la forma aprobada" por la Iglesia, la Liturgia de las Horas
"realmente es la voz de la misma Esposa la que habla al Esposo; más
aún, es la oración de Cristo, con su mismo Cuerpo, al Padre"
(SC 84).
1175 La Liturgia de las Horas está llamada a ser
la oración de todo el Pueblo de Dios. En ella, Cristo mismo "sigue
ejerciendo su función sacerdotal a través de su Iglesia" (SC
83); cada uno participa en ella según su lugar propio en la Iglesia
y las circunstancias de su vida: los sacerdotes en cuanto entregados al
ministerio pastoral, porque son llamados a permanecer asiduos en la oración
y el servicio de la Palabra (cf. SC 86 y 96; PO 5); los religiosos y religiosas
por el carisma de su vida consagrada (cf SC 98); todos los fieles según
sus posibilidades: "Los pastores de almas debe procurar que las Horas principales,
sobre todo las Vísperas, los domingos y fiestas solemnes, se celebren
en la en la Iglesia comunitariamente. Se recomienda que también los
laicos recen el Oficio divino, bien con los sacerdotes o reunidos entre
sí, e incluso solos" (SC 100).
1176 Celebrar la Liturgia de las Horas exige no solamente
armonizar la voz con el corazón que ora, sino también "adquirir
una instrucción litúrgica y bíblica más rica
especialmente sobre los salmos" (SC 90).
1177 Los signos y las letanías de la Oración
de las Horas insertan la oración de los salmos en el tiempo de la
Iglesia, expresando el simbolismo del momento del día, del tiempo
litúrgico o de la fiesta celebrada. Además, la lectura de la
Palabra de Dios en cada Hora (con los responsorios y los troparios que le
siguen), y, a ciertas Horas, las lecturas de los Padres y maestros espirituales,
revelan más profundamente el sentido del Misterio celebrado, ayudan
a la inteligencia de los salmos y preparan para la oración silenciosa.
La lectio divina, en la que la Palabra de Dios es leída y meditada
para convertirse en oración, se enraíza así en la celebración
litúrgica.
1178 La Liturgia de las Horas, que es como una prolongación
de la celebración eucarística, no excluye sino acoge de manera
complementaria las diversas devociones del Pueblo de Dios, particularmente
la adoración y el culto del Santísimo Sacramento.
IV ¿DONDE CELEBRAR?
1179 El culto "en
espíritu y en verdad" (Jn 4,24) de la Nueva Alianza no está
ligado a un lugar exclusivo. Toda la tierra es santa y ha sido confiada
a los hijos de los hombres. Cuando los fieles se reúnen en un mismo
lugar, lo fundamental es que ellos son las "piedras vivas", reunidas para
"la edificación de un edificio espiritual" (1 P 2,4-5). El Cuerpo
de Cristo resucitado es el templo espiritual de donde brota la fuente de
agua viva. Incorporados a Cristo por el Espíritu Santo, "somos el
templo de Dios vivo" (2 Co 6,16).
1180 Cuando el ejercicio de la libertad religiosa no
es impedido (cf DH 4), los cristianos construyen edificios destinados al
culto divino. Estas iglesias visibles no son simples lugares de reunión,
sino que significan y manifiestan a la Iglesia que vive en ese lugar, morada
de Dios con los hombres reconciliados y unidos en Cristo.
1181 "En la casa de oración se celebra y se reserva
la sagrada Eucaristía, se reúnen los fieles y se venera para
ayuda y consuelo los fieles la presencia del Hijo de Dios, nuestro Salvador,
ofrecido por nosotros en el altar del sacrificio. Debe ser hermosa y apropiada
para la oración y para las celebraciones sagradas" (PO 5; cf SC 122-127).
En esta "casa de Dios", la verdad y la armonía de los signos que
la constituyen deben manifestar a Cristo que está presente y actúa
en este lugar (cf SC 7):
1182 El altar de la Nueva Alianza es la Cruz del Señor
(cf Hb 13,10), de la que manan los sacramentos del Misterio pascual. Sobre
el altar, que es el centro de la Iglesia, se hace presente el sacrificio
de la cruz bajo los signos sacramentales. El altar es también la mesa
del Señor, a la que el Pueblo de Dios es invitado (cf IGMR 259).
En algunas liturgias orientales, el altar es también símbolo
del sepulcro (Cristo murió y resucitó verdaderamente).
1183 El tabernáculo debe estar situado "dentro
de las iglesias en un lugar de los más dignos con el mayor honor" (MF).
La nobleza, la disposición y la seguridad del tabernáculo eucarístico
(SC 128) deben favorecer la adoración del Señor realmente presente
en el Santísimo Sacramento del altar.
El Santo Crisma (Myron), cuya unción es signo
sacramental del sello del don del Espíritu Santo, es tradicionalmente
conservado y venerado en un lugar seguro del santuario. Se puede colocar junto
a él el óleo de los catecúmenos y el de los enfermos.
1184 La sede del obispo (cátedra) o del sacerdote
"debe significar su oficio de presidente de la asamblea y director de la
oración" (IGMR 271).
El ambón: "La dignidad de la Palabra de Dios
exige que en la iglesia haya un sitio reservado para su anuncio, hacia el
que, durante la liturgia de la Palabra, se vuelva espontáneamente
la atención de los fieles" (IGMR 272).
1185 La reunión del pueblo de Dios comienza por
el Bautismo; por tanto, el templo debe tener lugar apropiado para la celebración
del Bautismo y favorecer el recuerdo de las promesas del bautismo (agua
bendita).
La renovación de la vida bautismal exige la penitencia.
Por tanto el templo debe estar preparado para que se pueda expresar el arrepentimiento
y la recepción del perdón, lo cual exige asimismo un lugar
apropiado.
El templo también debe ser un espacio que invite
al recogimiento y a la oración silenciosa, que prolonga e interioriza
la gran plegaria de la Eucaristía.
1186 Finalmente, el templo tiene una significación
escatológica. Para entrar en la casa de Dios ordinariamente se franquea
un umbral, símbolo del paso desde el mundo herido por el pecado al
mundo de la vida nueva al que todos los hombres son llamados. La Iglesia
visible simboliza la casa paterna hacia la cual el pueblo de Dios está
en marcha y donde el Padre "enjugará toda lágrima de sus ojos"
(Ap 21,4). Por eso también la Iglesia es la casa de todos los hijos
de Dios, ampliamente abierta y acogedora.
RESUMEN
1187 La Liturgia es
la obra de Cristo total, Cabeza y Cuerpo. Nuestro Sumo Sacerdote la celebra
sin cesar en la Liturgia celestial, con la santa Madre de Dios, los Apóstoles,
todos los santos y la muchedumbre de seres humanos que han entrado ya en
el Reino.
1188 En una celebración litúrgica, toda
la asamblea es "liturgo", cada cual según su función. El sacerdocio
bautismal es el sacerdocio de todo el Cuerpo de Cristo. Pero algunos fieles
son ordenados por el sacramento del Orden sacerdotal para representar a
Cristo como Cabeza del Cuerpo.
1189 La celebración litúrgica comprende
signos y símbolos que se refieren a la creación (luz, agua,
fuego), a la vida humana (lavar, ungir, partir el pan) y a la historia de
la salvación (los ritos de la Pascua). Insertos en el mundo de la fe
y asumidos por la fuerza del Espíritu Santo, estos elementos cósmicos,
estos ritos humanos, estos gestos del recuerdo de Dios se hacen portadores
de la acción salvífica y santificadora de Cristo.
1190 La Liturgia de la Palabra es una parte integrante
de la celebración. El sentido de la celebración es expresado
por la Palabra de Dios que es anunciada y por el compromiso de la fe que
responde a ella.
1191 El canto y la música están en estrecha
conexión con la acción litúrgica. Criterios para un
uso adecuado de ellos son: la belleza expresiva de la oración, la
participación unánime de la asamblea, y el carácter
sagrado de la celebración.
1192 Las imágenes sagradas, presentes en nuestras
iglesias y en nuestras casas, están destinadas a despertar y alimentar
nuestra fe en el misterio de Cristo. A través del icono de Cristo
y de sus obras de salvación, es a él a quien adoramos. A través
de las sagradas imágenes de la Santísima Madre de Dios, de
los ángeles y de los santos, veneramos a quienes en ellas son representados.
1193 El domingo, "día del Señor", es el
día principal de la celebración de la Eucaristía porque
es el día de la Resurrección. Es el día de la Asamblea
litúrgica por excelencia, el día de la familia cristiana, el
día del gozo y de descanso del trabajo. El es "fundamento y núcleo
de todo el año litúrgico" (SC 106).
1194 La Iglesia, "en el círculo del año
desarrolla todo el misterio de Cristo, desde la Encarnación y la Navidad
hasta la Ascensión, Pentecostés y la expectativa de la dichosa
esperanza y venida del Señor" (SC 102).
1195 Haciendo memoria de los santos, en primer lugar
de la santa Madre de Dios, luego de los Apóstoles, los mártires
y los otros santos, en días fijos del año litúrgico,
la Iglesia de la tierra manifiesta que está unida a la liturgia del
cielo; glorifica a Cristo por haber realizado su salvación en sus
miembros glorificados; su ejemplo la estimula en el camino hacia el Padre.
1196 Los fieles que celebran la Liturgia de las Horas
se unen a Cristo, nuestro Sumo Sacerdote, por la oración de los salmos,
la meditación de la Palabra de Dios, de los cánticos y de
las bendiciones, a fin de ser asociados a su oración incesante y
universal que da gloria al Padre e implora el don del Espíritu Santo
sobre el mundo entero.
1197 Cristo es el verdadero Templo de Dios, "el lugar
donde reside su gloria"; por la gracia de Dios los cristianos son también
templos del Espíritu Santo, piedras vivas con las que se construye
la Iglesia.
1198 En su condición terrena, la Iglesia tiene
necesidad de lugares donde la comunidad pueda reunirse: nuestras iglesias
visibles, lugares santos, imágenes de la Ciudad santa, la Jerusalén
celestial hacia la cual caminamos como peregrinos.
1199 En estos templos, la Iglesia celebra el culto público
para gloria de la Santísima Trinidad; en ellos escucha la Palabra
de Dios y canta sus alabanzas, eleva su oración y ofrece el Sacrificio
de Cristo, sacramentalmente presente en medio de la asamblea. Estas iglesias
son también lugares de recogimiento y de oración personal.
Artículo 2 DIVERSIDAD LITURGICA
Y UNIDAD DEL MISTERIO
Tradiciones litúrgicas y catolicidad de la Iglesia
1200 Desde la primera
comunidad de Jerusalén hasta la Parusía, las Iglesias de Dios,
fieles a la fe apostólica, celebran en todo lugar el mismo Misterio
pascual. El Misterio celebrado en la liturgia es uno, pero las formas de
su celebración son diversas.
1201 La riqueza insondable del Misterio de Cristo es
tal que ninguna tradición litúrgica puede agotar su expresión.
La historia del nacimiento y del desarrollo de estos ritos testimonia una
maravillosa complementariedad. Cuando las iglesias han vivido estas tradiciones
litúrgicas en comunión en la fe y en los sacramentos de la
fe, se han enriquecido mutuamente y crecen en la fidelidad a la tradición
y a la misión común a toda la Iglesia (cf EN 63-64).
1202 Las diversas tradiciones litúrgicas nacieron
por razón misma de la misión de la Iglesia. Las Iglesias de
una misma área geográfica y cultural llegaron a celebrar el
Misterio de Cristo a través de expresiones particulares, culturalmente
tipificadas: en la tradición del "depósito de la fe" (2 Tm
1,14), en el simbolismo litúrgico, en la organización de la
comunión fraterna, en la inteligencia teológica de los misterios,
y en tipos de santidad. Así, Cristo, Luz y Salvación de todos
los pueblos, mediante la vida litúrgica de una Iglesia, se manifiesta
al pueblo y a la cultura a los cuales es enviada y en los que se enraíza.
La Iglesia es católica: puede integrar en su unidad, purificándolas,
todas las verdaderas riquezas de las culturas (cf LG 23; UR 4).
1203 Las tradiciones litúrgicas, o ritos, actualmente
en uso en la Iglesia son el rito latino (principalmente el rito romano,
pero también los ritos de algunas iglesias locales como el rito ambrosiano,
el rito hispánico-visigótico o los de diversas órdenes
religiosas) y los ritos bizantino, alejandrino o copto, siriaco, armenio,
maronita y caldeo. "El sacrosanto Concilio, fiel a la Tradición,
declara que la santa Madre Iglesia concede igual derecho y honor a todos
los ritos legítimamente reconocidos y quiere que en el futuro se
conserven y fomenten por todos los medios" (SC 4).
Liturgia y culturas
1204 Por tanto, la
celebración de la liturgia debe corresponder al genio y a la cultura
de los diferentes pueblos (cf SC 37-40). Para que el Misterio de Cristo
sea "dado a conocer a todos los gentiles para obediencia de la fe" (Rm 16,26),
debe ser anunciado, celebrado y vivido en todas las culturas, de modo que
estas no son abolidas sino rescatadas y realizadas por él (cf CT
53). La multitud de los hijos de Dios, mediante su cultura humana propia,
asumida y transfigurada por Cristo, tiene acceso al Padre, para glorificarlo
en un solo Espíritu.
1205 "En la liturgia, sobre todo en la de los sacramentos,
existe una parte inmutable –por ser de institución divina–
de la que la Iglesia es guardiana, y partes susceptibles de cambio, que
ella tiene el poder, y a veces incluso el deber, de adaptar a las culturas
de los pueblos recientemente evangelizados (cf SC 21)" (Juan Pablo II, Lit.
Ap. "Vicesimusquintus Annus" 16).
1206 "La diversidad litúrgica puede ser fuente
de enriquecimiento, puede también provocar tensiones, incomprensiones
recíprocas e incluso cismas. En este campo es preciso que la diversidad
no perjudique a la unidad. Sólo puede expresarse en la fidelidad
a la fe común, a los signos sacramentales que la Iglesia ha recibido
de Cristo, y a la comunión jerárquica. La adaptación
a las culturas exige una conversión del corazón, y, si es
preciso, rupturas con hábitos ancestrales incompatibles con la fe
católica" (ibid.).
RESUMEN
1207 Conviene que
la celebración de la liturgia tienda a expresarse en la cultura del
pueblo en que se encuentra la Iglesia, sin someterse a ella. Por otra aparte,
la liturgia misma es generadora y formadora de culturas.
1208 Las diversas tradiciones litúrgicas, o ritos,
legítimamente reconocidas, por significar y comunicar el mismo Misterio
de Cristo, manifiestan la catolicidad de la Iglesia.
1209 El criterio que asegura la unidad en la pluriformidad
de las tradiciones litúrgicas es la fidelidad a la Tradición
apostólica, es decir: la comunión en la fe y los sacramentos
recibidos de los Apóstoles, comunión que está significada
y garantizada por la sucesión apostólica.
SEGUNDA SECCION: LOS SIETE SACRAMENTOS DE LA IGLESIA
1210 Los sacramentos
de la Nueva Ley fueron instituidos por Cristo y son siete, a saber, Bautismo,
Confirmación, Eucaristía, Penitencia, Unción de los
enfermos, Orden sacerdotal y Matrimonio. Los siete sacramentos corresponden
a todas las etapas y todos los momentos importantes de la vida del cristiano:
dan nacimiento y crecimiento, curación y misión a la vida
de fe de los cristianos. Hay aquí una cierta semejanza entre las
etapas de la vida natural y las etapas de la vida espiritual (cf S. Tomás
de A.,s.th. 3, 65,1).
1211 Siguiendo esta analogía se explicarán
en primer lugar los tres sacramentos de la iniciación cristiana (capítulo
primero), luego los sacramentos de la curación (capítulo segundo),
finalmente, los sacramentos que están al servicio de la comunión
y misión de los fieles (capítulo tercero). Ciertamente este
orden no es el único posible, pero permite ver que los sacramentos
forman un organismo en el cual cada sacramento particular tiene su lugar
vital. En este organismo, la Eucaristía ocupa un lugar único,
en cuanto "sacramento de los sacramentos": "todos los otros sacramentos están
ordenados a éste como a su fin" (S. Tomás de A., s.th. 3,
65,3).
CAPITULO PRIMERO: LOS SACRAMENTOS DE LA INICIACION CRISTIANA
1212 Mediante los
sacramentos de la iniciación cristiana, el Bautismo, la Confirmación
y la Eucaristía, se ponen los fundamentos de toda vida cristiana.
"La participación en la naturaleza divina que los hombres reciben
como don mediante la gracia de Cristo, tiene cierta analogía con
el origen, el crecimiento y el sustento de la vida natural. En efecto, los
fieles renacidos en el Bautismo se fortalecen con el sacramento de la Confirmación
y finalmente, son alimentados en la Eucaristía con el manjar de la
vida eterna, y, así por medio de estos sacramentos de la iniciación
cristiana, reciben cada vez con más abundancia los tesoros de la
vida divina y avanzan hacia la perfección de la caridad" (Pablo VI,
Const. apost. "Divinae consortium naturae"; cf OICA, praen. 1-2).
Artículo 1 EL SACRAMENTO DEL
BAUTISMO
1213 El santo Bautismo
es el fundamento de toda la vida cristiana, el pórtico de la vida
en el espíritu ("vitae spiritualis ianua") y la puerta que abre el
acceso a los otros sacramentos. Por el Bautismo somos liberados del pecado
y regenerados como hijos de Dios, llegamos a ser miembros de Cristo y somos
incorporados a la Iglesia y hechos partícipes de su misión
(cf Cc. de Florencia: DS 1314; CIC, can 204,1; 849; CCEO 675,1): "Baptismus
est sacramentum regenerationis per aquam in verbo" ("El bautismo es el sacramento
del nuevo nacimiento por el agua y la palabra", Cath. R. 2,2,5).
I EL NOMBRE DE ESTE SACRAMENTO
1214 Este sacramento
recibe el nombre de Bautismo en razón del carácter del rito
central mediante el que se celebra: bautizar (baptizein en griego) significa
"sumergir", "introducir dentro del agua"; la "inmersión" en el agua
simboliza el acto de sepultar al catecúmeno en la muerte de Cristo
de donde sale por la resurrección con El (cf Rm 6,3-4; Col 2,12)
como "nueva criatura" (2 Co 5,17; Ga 6,15).
1215 Este sacramento es llamado también “baño
de regeneración y de renovación del Espíritu Santo”
(Tt 3,5), porque significa y realiza ese nacimiento del agua y del Espíritu
sin el cual "nadie puede entrar en el Reino de Dios" (Jn 3,5).
1216 "Este baño es llamado iluminación
porque quienes reciben esta enseñanza (catequética) su espíritu
es iluminado..." (S. Justino, Apol. 1,61,12). Habiendo recibido en el Bautismo
al Verbo, "la luz verdadera que ilumina a todo hombre" (Jn 1,9), el bautizado,
"tras haber sido iluminado" (Hb 10,32), se convierte en "hijo de la luz"
(1 Ts 5,5), y en "luz" él mismo (Ef 5,8):
El Bautismo es el más bello y magnífico
de los dones de Dios...lo llamamos don, gracia, unción, iluminación,
vestidura de incorruptibilidad, baño de regeneración, sello
y todo lo más precioso que hay. Don, porque es conferido a los que
no aportan nada; gracia, porque, es dado incluso a culpables; bautismo,
porque el pecado es sepultado en el agua; unción, porque es sagrado
y real (tales son los que son ungidos); iluminación, porque es luz
resplandeciente; vestidura, porque cubre nuestra vergüenza; baño,
porque lava; sello, porque nos guarda y es el signo de la soberanía
de Dios (S. Gregorio Nacianceno, Or. 40,3-4).
II EL BAUTISMO EN LA ECONOMIA DE LA SALVACION
Las prefiguraciones del Bautismo en la Antigua Alianza
1217 En la Liturgia
de la Noche Pascual, cuando se bendice el agua bautismal, la Iglesia hace
solemnemente memoria de los grandes acontecimientos de la historia de la
salvación que prefiguraban ya el misterio del Bautismo:
¡Oh Dios!, que realizas en tus sacramentos obras
admirables con tu poder invisible, y de diversos modos te has servido de
tu criatura el agua para significar la gracia del bautismo (MR, Vigilia Pascual,
bendición del agua bautismal, 42)
1218 Desde el origen del mundo, el agua, criatura humilde
y admirable, es la fuente de la vida y de la fecundidad. La Sagrada Escritura
dice que el Espíritu de Dios "se cernía" sobre ella (cf. Gn
1,2):
¡Oh Dios!, cuyo espíritu, en los orígenes
del mundo, se cernía sobre las aguas, para que ya desde entonces
concibieran el poder de santificar (MR, ibid.).
1219 La Iglesia ha visto en el Arca de Noé una
prefiguración de la salvación por el bautismo. En efecto, por
medio de ella "unos pocos, es decir, ocho personas, fueron salvados a través
del agua" (1 P 3,20):
¡Oh Dios!, que incluso en las aguas torrenciales
del diluvio prefiguraste el nacimiento de la nueva humanidad, de modo que
una misma agua pusiera fin al pecado y diera origen a la santidad (MR, ibid.).
1220 Si el agua de manantial simboliza la vida, el agua
del mar es un símbolo de la muerte. Por lo cual, pudo ser símbolo
del misterio de la Cruz. Por este simbolismo el bautismo significa la comunión
con la muerte de Cristo.
1221 Sobre todo el paso del Mar Rojo, verdadera liberación
de Israel de la esclavitud de Egipto, es el que anuncia la liberación
obrada por el bautismo:
¡Oh Dios!, que hiciste pasar a pie enjuto por
el mar Rojo s los hijos de Abraham, para que el pueblo liberado de la esclavitud
del faraón fuera imagen de la familia de los bautizados (MR, ibid.).
1222 Finalmente, el Bautismo es prefigurado en el paso
del Jordán, por el que el pueblo de Dios recibe el don de la tierra
prometida a la descendencia de Abraham, imagen de la vida eterna. La promesa
de esta herencia bienaventurada se cumple en la nueva Alianza.
El Bautismo de Cristo
1223 Todas las prefiguraciones
de la Antigua Alianza culminan en Cristo Jesús. Comienza su vida pública
después de hacerse bautizar por S. Juan el Bautista en el Jordán
(cf. Mt 3,13 ), y, después de su Resurrección, confiere esta
misión a sus Apóstoles: "Id, pues, y haced discípulos
a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo
y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo
que yo os he mandado" (Mt 28,19-20; cf Mc 16,15-16).
1224 Nuestro Señor se sometió voluntariamente
al Bautismo de S. Juan, destinado a los pecadores, para "cumplir toda justicia"
(Mt 3,15). Este gesto de Jesús es una manifestación de su
"anonadamiento" (Flp 2,7). El Espíritu que se cernía sobre
las aguas de la primera creación desciende entonces sobre Cristo,
como preludio de la nueva creación, y el Padre manifiesta a Jesús
como su "Hijo amado" (Mt 3,16-17).
1225 En su Pascua, Cristo abrió a todos los hombres
las fuentes del Bautismo. En efecto, había hablado ya de su pasión
que iba a sufrir en Jerusalén como de un "Bautismo" con que debía
ser bautizado (Mc 10,38; cf Lc 12,50). La sangre y el agua que brotaron
del costado traspasado de Jesús crucificado (cf. Jn 19,34) son figuras
del Bautismo y de la Eucaristía, sacramentos de la vida nueva (cf
1 Jn 5,6-8): desde entonces, es posible "nacer del agua y del Espíritu"
para entrar en el Reino de Dios (Jn 3,5).
Considera donde eres bautizado, de donde viene el Bautismo:
de la cruz de Cristo, de la muerte de Cristo. Ahí está todo
el misterio: El padeció por ti. En él eres rescatado, en él
eres salvado. (S. Ambrosio, sacr. 2,6).
El bautismo en la Iglesia
1226 Desde el día
de Pentecostés la Iglesia ha celebrado y administrado el santo Bautismo.
En efecto, S. Pedro declara a la multitud conmovida por su predicación:
"Convertíos y que cada uno de vosotros se haga bautizar en el nombre
de Jesucristo, para remisión de vuestros pecados; y recibiréis
el don del Espíritu Santo" (Hch 2,38). Los Apóstoles y sus
colaboradores ofrecen el bautismo a quien crea en Jesús: judíos,
hombres temerosos de Dios, paganos (Hch 2,41; 8,12-13; 10,48; 16,15). El
Bautismo aparece siempre ligado a la fe: "Ten fe en el Señor Jesús
y te salvarás tú y tu casa", declara S. Pablo a su carcelero
en Filipos. El relato continúa: "el carcelero inmediatamente recibió
el bautismo, él y todos los suyos" (Hch 16,31-33).
1227 Según el apóstol S. Pablo, por el
Bautismo el creyente participa en la muerte de Cristo; es sepultado y resucita
con él:
¿O es que ignoráis que cuantos fuimos
bautizados en Cristo Jesús, fuimos bautizados en su muerte? Fuimos,
pues, con él sepultados por el bautismo en la muerte, a fin de que,
al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos por medio de la
gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva
(Rm 6,3-4; cf Col 2,12).
Los bautizados se han "revestido de Cristo" (Ga 3,27).
Por el Espíritu Santo, el Bautismo es un baño que purifica,
santifica y justifica (cf 1 Co 6,11; 12,13).
1228 El Bautismo es, pues, un baño de agua en
el que la "semilla incorruptible" de la Palabra de Dios produce su efecto
vivificador (cf. 1 P 1,23; Ef 5,26). S. Agustín dirá del Bautismo:
"Accedit verbum ad elementum, et fit sacramentum" ("Se une la palabra a
la materia, y se hace el sacramento", ev. Io. 80,3).
III LA CELEBRACION DEL SACRAMENTO DEL BAUTISMO
La iniciación cristiana
1229 Desde los tiempos
apostólicos, para llegar a ser cristiano se sigue un camino y una
iniciación que consta de varias etapas. Este camino puede ser recorrido
rápida o lentamente. Y comprende siempre algunos elementos esenciales:
el anuncio de la Palabra, la acogida del Evangelio que lleva a la conversión,
la profesión de fe, el Bautismo, la efusión del Espíritu
Santo, el acceso a la comunión eucarística.
1230 Esta iniciación ha variado mucho a lo largo
de los siglos y según las circunstancias. En los primeros siglos
de la Iglesia, la iniciación cristiana conoció un gran desarrollo,
con un largo periodo de catecumenado, y una serie de ritos preparatorios
que jalonaban litúrgicamente el camino de la preparación catecumenal
y que desembocaban en la celebración de los sacramentos de la iniciación
cristiana.
1231 Desde que el bautismo de los niños vino a
ser la forma habitual de celebración de este sacramento, ésta
se ha convertido en un acto único que integra de manera muy abreviada
las etapas previas a la iniciación cristiana. Por su naturaleza misma,
el Bautismo de niños exige un catecumenado postbautismal. No se trata
sólo de la necesidad de una instrucción posterior al Bautismo,
sino del desarrollo necesario de la gracia bautismal en el crecimiento de
la persona. Es el momento propio de la catequesis.
1232 El Concilio Vaticano II ha restaurado para la Iglesia
latina, "el catecumenado de adultos, dividido en diversos grados" (SC 64).
Sus ritos se encuentran en el Ordo initiationis christianae adultorum (1972).
Por otra parte, el Concilio ha permitido que "en tierras de misión,
además de los elementos de iniciación contenidos en la tradición
cristiana, pueden admitirse también aquellos que se encuentran en
uso en cada pueblo siempre que puedan acomodarse al rito cristiano" (SC 65;
cf. SC 37-40).
1233 Hoy, pues, en todos los ritos latinos y orientales
la iniciación cristiana de adultos comienza con su entrada en el
catecumenado, para alcanzar su punto culminante en una sola celebración
de los tres sacramentos del Bautismo, de la Confirmación y de la
Eucaristía (cf. AG 14; CIC can.851.865.866). En los ritos orientales
la iniciación cristiana de los niños comienza con el Bautismo,
seguido inmediatamente por la Confirmación y la Eucaristía,
mientras que en el rito romano se continúa durante unos años
de catequesis, para acabar más tarde con la Confirmación y
la Eucaristía, cima de su iniciación cristiana (cf. CIC can.851,
2º; 868).
La mistagogia de la celebración
1234 El sentido y
la gracia del sacramento del Bautismo aparece claramente en los ritos de
su celebración. Cuando se participa atentamente en los gestos y las
palabras de esta celebración, los fieles se inician en las riquezas
que este sacramento significa y realiza en cada nuevo bautizado.
1235 La señal de la cruz, al comienzo de la celebración,
señala la impronta de Cristo sobre el que le va a pertenecer y significa
la gracia de la redención que Cristo nos ha adquirido por su cruz.
1236 El anuncio de la Palabra de Dios ilumina con la
verdad revelada a los candidatos y a la asamblea y suscita la respuesta
de la fe, inseparable del Bautismo. En efecto, el Bautismo es de un modo
particular "el sacramento de la fe" por ser la entrada sacramental en la
vida de fe.
1237 Puesto que el Bautismo significa la liberación
del pecado y de su instigador, el diablo, se pronuncian uno o varios exorcismos
sobre el candidato. Este es ungido con el óleo de los catecúmenos
o bien el celebrante le impone la mano y el candidato renuncia explícitamente
a Satanás. Así preparado, puede confesar la fe de la Iglesia,
a la cual será "confiado" por el Bautismo (cf Rm 6,17).
1238 El agua bautismal es entonces consagrada mediante
una oración de epíclesis (en el momento mismo o en la noche
pascual). La Iglesia pide a Dios que, por medio de su Hijo, el poder del
Espíritu Santo descienda sobre esta agua, a fin de que los que sean
bautizados con ella "nazcan del agua y del Espíritu" (Jn 3,5).
1239 Sigue entonces el rito esencial del sacramento:
el Bautismo propiamente dicho, que significa y realiza la muerte al pecado
y la entrada en la vida de la Santísima Trinidad a través
de la configuración con el Misterio pascual de Cristo. El Bautismo
es realizado de la manera más significativa mediante la triple inmersión
en el agua bautismal. Pero desde la antigüedad puede ser también
conferido derramando tres veces agua sobre la cabeza del candidato.
1240 En la Iglesia latina, esta triple infusión
va acompañada de las palabras del ministro: "N, Yo te bautizo en
el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo". En las liturgias
orientales, estando el catecúmeno vuelto hacia el Oriente, el sacerdote
dice: "El siervo de Dios, N., es bautizado en el nombre del Padre, y del
Hijo y del Espíritu Santo". Y mientras invoca a cada persona de la
Santísima Trinidad, lo sumerge en el agua y lo saca de ella.
1241 La unción con el santo crisma, óleo
perfumado y consagrado por el obispo, significa el don del Espíritu
Santo al nuevo bautizado. Ha llegado a ser un cristiano, es decir, "ungido"
por el Espíritu Santo, incorporado a Cristo, que es ungido sacerdote,
profeta y rey (cf OBP nº 62).
1242 En la liturgia de las Iglesias de Oriente, la unción
postbautismal es el sacramento de la Crismación (Confirmación).
En la liturgia romana, dicha unción anuncia una segunda unción
del santo crisma que dará el obispo: el sacramento de la Confirmación
que, por así decirlo, "confirma" y da plenitud a la unción
bautismal.
1243 La vestidura blanca simboliza que el bautizado
se ha "revestido de Cristo" (Ga 3,27): ha resucitado con Cristo. El cirio
que se enciende en el cirio pascual, significa que Cristo ha iluminado al
neófito. En Cristo, los bautizados son "la luz del mundo" (Mt 5,14;
cf Flp 2,15).
El nuevo bautizado es ahora hijo de Dios en el Hijo
Unico. Puede ya decir la oración de los hijos de Dios: el Padre Nuestro.
1244 La primera comunión eucarística. Hecho
hijo de Dios, revestido de la túnica nupcial, el neófito es
admitido "al festín de las bodas del Cordero" y recibe el alimento
de la vida nueva, el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Las Iglesias orientales
conservan una conciencia viva de la unidad de la iniciación cristiana
por lo que dan la sagrada comunión a todos los nuevos bautizados
y confirmados, incluso a los niños pequeños, recordando las
palabras del Señor: "Dejad que los niños vengan a mí,
no se lo impidáis" (Mc 10,14). La Iglesia latina, que reserva el
acceso a la Sagrada Comunión a los que han alcanzado el uso de razón,
expresa cómo el Bautismo introduce a la Eucaristía acercando
al altar al niño recién bautizado para la oración del
Padre Nuestro.
1245 La bendición solemne cierra la celebración
del Bautismo. En el Bautismo de recién nacidos, la bendición
de la madre ocupa un lugar especial.
IV QUIEN PUEDE RECIBIR EL BAUTISMO
1246 "Es capaz de
recibir el bautismo todo ser humano, aún no bautizado, y solo él"
(CIC, can. 864: CCEO, can. 679).
El Bautismo de adultos
1247 En los orígenes
de la Iglesia, cuando el anuncio del evangelio está aún en
sus primeros tiempos, el Bautismo de adultos es la práctica más
común. El catecumenado (preparación para el Bautismo) ocupa
entonces un lugar importante. Iniciación a la fe y a la vida cristiana,
el catecumenado debe disponer a recibir el don de Dios en el Bautismo, la
Confirmación y la Eucaristía.
1248 El catecumenado, o formación de los catecúmenos,
tiene por finalidad permitir a estos últimos, en respuesta a la iniciativa
divina y en unión con una comunidad eclesial, llevar a madurez su
conversión y su fe. Se trata de una "formación y noviciado
debidamente prolongado de la vida cristiana, en que los discípulos
se unen con Cristo, su Maestro. Por lo tanto, hay que iniciar adecuadamente
a los catecúmenos en el misterio de la salvación, en la práctica
de las costumbres evangélicas y en los ritos sagrados que deben celebrarse
en los tiempos sucesivos, e introducirlos en la vida de fe, la liturgia y
la caridad del Pueblo de Dios" (AG 14; cf OICA 19 y 98).
1249 Los catecúmenos "están ya unidos
a la Iglesia, pertenecen ya a la casa de Cristo y muchas veces llevan ya
una una vida de fe, esperanza y caridad" (AG 14). "La madre Iglesia
los abraza ya con amor tomándolos a sus cargo" (LG 14; cf CIC can.
206; 788,3)
El Bautismo de niños
1250 Puesto que nacen
con una naturaleza humana caída y manchada por el pecado original,
los niños necesitan también el nuevo nacimiento en el Bautismo
(cf DS 1514) para ser librados del poder de las tinieblas y ser trasladados
al dominio de la libertad de los hijos de Dios (cf Col 1,12-14), a la que
todos los hombres están llamados. La pura gratuidad de la gracia de
la salvación se manifiesta particularmente en el bautismo de niños.
Por tanto, la Iglesia y los padres privarían al niño de la
gracia inestimable de ser hijo de Dios si no le administraran el Bautismo
poco después de su nacimiento (cf CIC can. 867; CCEO, can. 681; 686,1).
1251 Los padres cristianos deben reconocer que esta práctica
corresponde también a su misión de alimentar la vida que Dios
les ha confiado (cf LG 11; 41; GS 48; CIC can. 868).
1252 La práctica de bautizar a los niños
pequeños es una tradición inmemorial de la Iglesia. Está
atestiguada explícitamente desde el siglo II. Sin embargo, es muy
posible que, desde el comienzo de la predicación apostólica,
cuando "casas" enteras recibieron el Bautismo (cf Hch 16,15.33; 18,8; 1 Co
1,16), se haya bautizado también a los niños (cf CDF, instr.
"Pastoralis actio": AAS 72 [1980] 1137-56).
Fe y Bautismo
1253 El Bautismo
es el sacramento de la fe (cf Mc 16,16). Pero la fe tiene necesidad de la
comunidad de creyentes. Sólo en la fe de la Iglesia puede creer cada
uno de los fieles. La fe que se requiere para el Bautismo no es una fe perfecta
y madura, sino un comienzo que está llamado a desarrollarse. Al catecúmeno
o a su padrino se le pregunta: "¿Qué pides a la Iglesia de Dios?"
y él responde: "¡La fe!".
1254 En todos los bautizados, niños o adultos,
la fe debe crecer después del Bautismo. Por eso, la Iglesia celebra
cada año en la noche pascual la renovación de las promesas del
Bautismo. La preparación al Bautismo sólo conduce al umbral
de la vida nueva. El Bautismo es la fuente de la vida nueva en Cristo, de
la cual brota toda la vida cristiana.
1255 Para que la gracia bautismal pueda desarrollarse
es importante la ayuda de los padres. Ese es también el papel del padrino
o de la madrina, que deben ser creyentes sólidos, capaces y
prestos a ayudar al nuevo bautizado, niño o adulto, en su camino de
la vida cristiana (cf CIC can. 872-874). Su tarea es una verdadera función
eclesial (officium; cf SC 67). Toda la comunidad eclesial participa de la
responsabilidad de desarrollar y guardar la gracia recibida en el Bautismo.
V QUIEN PUEDE BAUTIZAR
1256 Son ministros
ordinarios del Bautismo el obispo y el presbítero y, en la Iglesia
latina, también el diácono (cf CIC, can. 861,1; CCEO, can.
677,1). En caso de necesidad, cualquier persona, incluso no bautizada, puede
bautizar (Cf CIC can. 861, § 2) si tiene la intención requerida
y utiliza la fórmula bautismal trinitaria. La intención requerida
consiste en querer hacer lo que hace la Iglesia al bautizar. La Iglesia ve
la razón de esta posibilidad en la voluntad salvífica universal
de Dios (cf 1 Tm 2,4) y en la necesidad del Bautismo para la salvación
(cf Mc 16,16).
VI LA NECESIDAD DEL BAUTISMO
1257 El Señor
mismo afirma que el Bautismo es necesario para la salvación (cf Jn
3,5). Por ello mandó a sus discípulos a anunciar el Evangelio
y bautizar a todas las naciones (cf Mt 28, 19-20; cf DS 1618; LG 14; AG 5).
El Bautismo es necesario para la salvación en aquellos a los
que el Evangelio ha sido anunciado y han tenido la posibilidad de pedir este
sacramento (cf Mc 16,16). La Iglesia no conoce otro medio que el Bautismo
para asegurar la entrada en la bienaventuranza eterna; por eso está
obligada a no descuidar la misión que ha recibido del Señor
de hacer "renacer del agua y del espíritu" a todos los que pueden
ser bautizados. Dios ha vinculado la salvación al sacramento del Bautismo,
pero su intervención salvífica no queda reducida a los sacramentos.
1258 Desde siempre, la Iglesia posee la firme convicción
de que quienes padecen la muerte por razón de la fe, sin haber recibido
el Bautismo, son bautizados por su muerte con Cristo y por Cristo. Este
Bautismo de sangre como el deseo del Bautismo, produce los frutos del Bautismo
sin ser sacramento.
1259 A los catecúmenos que mueren antes de su
Bautismo, el deseo explícito de recibir el bautismo unido al arrepentimiento
de sus pecados y a la caridad, les asegura la salvación que no han
podido recibir por el sacramento.
1260 "Cristo murió por todos y la vocación
última del hombre en realmente una sola, es decir, la vocación
divina. En consecuencia, debemos mantener que el Espíritu Santo ofrece
a todos la posibilidad de que, de un modo conocido sólo por Dios,
se asocien a este misterio pascual" (GS 22; cf LG 16; AG 7). Todo hombre
que, ignorando el evangelio de Cristo y su Iglesia, busca la verdad y hace
la voluntad de Dios según él la conoce, puede ser salvado.
Se puede suponer que semejantes personas habrían deseado explícitamente
el Bautismo si hubiesen conocido su necesidad.
1261 En cuanto a los niños muertos sin Bautismo,
la Iglesia sólo puede confiarlos a la misericordia divina, como hace
en el rito de las exequias por ellos. En efecto, la gran misericordia de
Dios, que quiere que todos los hombres se salven (cf 1 Tm 2,4) y la ternura
de Jesús con los niños, que le hizo decir: "Dejad que los niños
se acerquen a mí, no se lo impidáis" (Mc 10,14), nos permiten
confiar en que haya un camino de salvación para los niños
que mueren sin Bautismo. Por esto es más apremiante aún la
llamada de la Iglesia a no impedir que los niños pequeños
vengan a Cristo por el don del santo bautismo.
VII LA GRACIA DEL BAUTISMO
1262 Los distintos
efectos del Bautismo son significados por los elementos sensibles del rito
sacramental. La inmersión en el agua evoca los simbolismos de la muerte
y de la purificación, pero también los de la regeneración
y de la renovación. Los dos efectos principales, por tanto, son la
purificación de los pecados y el nuevo nacimiento en el Espíritu
Santo (cf Hch 2,38; Jn 3,5).
Para la remisión de los pecados...
1263 Por el Bautismo,
todos los pecados son perdonados, el pecado original y todos los pecados
personales así como todas las penas del pecado (cf DS 1316). En efecto,
en los que han sido regenerados no permanece nada que les impida entrar en
el Reino de Dios, ni el pecado de Adán, ni el pecado personal, ni
las consecuencias del pecado, la más grave de las cuales es la separación
de Dios.
1264 No obstante, en el bautizado permanecen ciertas
consecuencias temporales del pecado, como los sufrimientos, la enfermedad,
la muerte o las fragilidades inherentes a la vida como las debilidades de
carácter, etc., así como una inclinación al pecado
que la Tradición llama concupiscencia, o "fomes peccati": "La concupiscencia,
dejada para el combate, no puede dañar a los que no la consienten
y la resisten con coraje por la gracia de Jesucristo. Antes bien `el que
legítimamente luchare, será coronado'(2 Tm 2,5)" (Cc de Trento:
DS 1515).
“Una criatura nueva”
1265 El Bautismo no solamente purifica de todos los pecados,
hace también del neófito "una nueva creación" (2 Co
5,17), un hijo adoptivo de Dios (cf Ga 4,5-7) que ha sido hecho "partícipe
de la naturaleza divina" ( 2 P 1,4), miembro de Cristo (cf 1 Co 6,15; 12,27),
coheredero con él (Rm 8,17) y templo del Espíritu Santo (cf
1 Co 6,19).
1266 La Santísima Trinidad da al bautizado la
gracia santificante, la gracia de la justificación que :
– le hace capaz de creer en Dios, de esperar en él
y de amarlo mediante las virtudes teologales;
– le concede poder vivir y obrar bajo la moción
del Espíritu Santo mediante los dones del Espíritu Santo;
– le permite crecer en el bien mediante las virtudes
morales.
Así todo el organismo de la vida sobrenatural
del cristiano tiene su raíz en el santo Bautismo.
Incorporados a la Iglesia, Cuerpo de Cristo
1267 El Bautismo
hace de nosotros miembros del Cuerpo de Cristo. "Por tanto...somos miembros
los unos de los otros" (Ef 4,25). El Bautismo incorpora a la Iglesia. De
las fuentes bautismales nace el único pueblo de Dios de la Nueva Alianza
que trasciende todos los límites naturales o humanos de las naciones,
las culturas, las razas y los sexos: "Porque en un solo Espíritu hemos
sido todos bautizados, para no formar más que un cuerpo" (1 Co 12,13).
1268 Los bautizados vienen a ser "piedras vivas" para
"edificación de un edificio espiritual, para un sacerdocio santo" (1
P 2,5). Por el Bautismo participan del sacerdocio de Cristo, de su misión
profética y real, son "linaje elegido, sacerdocio real, nación
santa, pueblo adquirido, para anunciar las alabanzas de Aquel que os ha llamado
de las tinieblas a su admirable luz" (1 P 2,9). El Bautismo hace participar
en el sacerdocio común de los fieles.
1269 Hecho miembro de la Iglesia, el bautizado ya no
se pertenece a sí mismo (1 Co 6,19), sino al que murió y resucitó
por nosotros (cf 2 Co 5,15). Por tanto, está llamado a someterse
a los demás (Ef 5,21; 1 Co 16,15-16), a servirles (cf Jn 13,12-15)
en la comunión de la Iglesia, y a ser "obediente y dócil"
a los pastores de la Iglesia (Hb 13,17) y a considerarlos con respeto y
afecto (cf 1 Ts 5,12-13). Del mismo modo que el Bautismo es la fuente de
responsabilidades y deberes, el bautizado goza también de derechos
en el seno de la Iglesia: recibir los sacramentos, ser alimentado con la
palabra de Dios y ser sostenido por los otros auxilios espirituales de la
Iglesia (cf LG 37; CIC can. 208-223; CCEO, can. 675,2).
1270 Los bautizados "por su nuevo nacimiento como hijos
de Dios están obligados a confesar delante de los hombres la fe que
recibieron de Dios por medio de la Iglesia" (LG 11) y de participar en la
actividad apostólica y misionera del Pueblo de Dios (cf LG 17; AG
7,23).
El vínculo sacramental de la unidad de los cristianos
1271 El Bautismo
constituye el fundamento de la comunión entre todos los cristianos,
e incluso con los que todavía no están en plena comunión
con la Iglesia católica: "Los que creen en Cristo y han recibido ritualmente
el bautismo están en una cierta comunión, aunque no perfecta,
con la Iglesia católica... justificados por la fe en el bautismo,
se han incorporado a Cristo; por tanto, con todo derecho se honran con el
nombre de cristianos y son reconocidos con razón por los hijos de
la Iglesia Católica como hermanos del Señor" (UR 3). "Por consiguiente,
el bautismo constituye un vínculo sacramental de unidad, vigente entre
los que han sido regenerados por él" (UR 22).
Un sello espiritual indeleble...
1272 Incorporado
a Cristo por el Bautismo, el bautizado es configurado con Cristo (cf Rm 8,29).
El Bautismo imprime en el cristiano un sello espiritual indeleble (character)
de su pertenencia a Cristo. Este sello no es borrado por ningún pecado,
aunque el pecado impida al Bautismo dar frutos de salvación (cf DS
1609-1619). Dado una vez por todas, el Bautismo no puede ser reiterado.
1273 Incorporados a la Iglesia por el Bautismo, los fieles
han recibido el carácter sacramental que los consagra para el culto
religioso cristiano (cf LG 11). El sello bautismal capacita y compromete
a los cristianos a servir a Dios mediante una participación viva en
la santa Liturgia de la Iglesia y a ejercer su sacerdocio bautismal por el
testimonio de una vida santa y de una caridad eficaz (cf LG 10).
1274 El "sello del Señor" (Dominicus character:
S. Agustín, Ep. 98,5), es el sello con que el Espíritu Santo
nos ha marcado "para el día de la redención" (Ef 4,30; cf
Ef 1,13-14; 2 Co 1,21-22). "El Bautismo, en efecto, es el sello de la vida
eterna" (S. Ireneo, Dem.,3). El fiel que "guarde el sello" hasta el fin,
es decir, que permanezca fiel a las exigencias de su Bautismo, podrá
morir marcado con "el signo de la fe" (MR, Canon romano, 97), con la fe
de su Bautismo, en la espera de la visión bienaventurada de Dios
–consumación de la fe– y en la esperanza de la resurrección.
RESUMEN
1275 La iniciación
cristiana se realiza mediante el conjunto de tres sacramentos: el Bautismo,
que es el comienzo de la vida nueva; la Confirmación que es su afianzamiento;
y la Eucaristía que alimenta al discípulo con el Cuerpo y la
Sangre de Cristo para ser transformado en El.
1276 "Id, pues, y haced discípulos a todas las
gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu
Santo, enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado"
(Mt 28,19-20).
1277 El Bautismo constituye el nacimiento a la vida nueva
en Cristo. Según la voluntad del Señor, es necesario para
la salvación, como lo es la Iglesia misma, a la que introduce el
Bautismo.
1278 El rito esencial del Bautismo consiste en sumergir
en el agua al candidato o derramar agua sobre su cabeza, pronunciando la
invocación de la Santísima Trinidad, es decir, del Padre, del
Hijo y del Espíritu Santo.
1279 El fruto del Bautismo, o gracia bautismal, es una
realidad rica que comprende: el perdón del pecado original y de todos
los pecados personales; el nacimiento a la vida nueva, por la cual el hombre
es hecho hijo adoptivo del Padre, miembro de Cristo, templo del Espíritu
Santo. Por la acción misma del bautismo, el bautizado es incorporado
a la Iglesia, Cuerpo de Cristo, y hecho partícipe del sacerdocio
de Cristo.
1280 El Bautismo imprime en el alma un signo espiritual
indeleble, el carácter, que consagra al bautizado al culto de la
religión cristiana. Por razón del carácter, el Bautismo
no puede ser reiterado (cf DS 1609 y 1624).
1281 Los que padecen la muerte a causa de la fe, los
catecúmenos y todos los hombres que, bajo el impulso de la gracia,
sin conocer la Iglesia, buscan sinceramente a Dios y se esfuerzan por cumplir
su voluntad, pueden salvarse aunque no hayan recibido el Bautismo (cf LG
16).
1282 Desde los tiempos más antiguos, el Bautismo
es dado a los niños, porque es una gracia y un don de Dios que no
suponen méritos humanos; los niños son bautizados en la fe
de la Iglesia. La entrada en la vida cristiana da acceso a la verdadera libertad.
1283 En cuanto a los niños muertos sin bautismo,
la liturgia de la Iglesia nos invita a tener confianza
en la misericordia divina y a orar por su salvación.
1284 En caso de necesidad, toda persona puede bautizar,
con tal que tenga la intención de hacer lo que hace la Iglesia, y
que derrame agua sobre la cabeza del candidato diciendo: "Yo te bautizo en
el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo".
Artículo 2 EL SACRAMENTO DE
LA CONFIRMACION
1285 Con el Bautismo
y la Eucaristía, el sacramento de la Confirmación constituye
el conjunto de los "sacramentos de la iniciación cristiana", cuya
unidad debe ser salvaguardada. Es preciso, pues, explicar a los fieles que
la recepción de este sacramento es necesaria para la plenitud de la
gracia bautismal (cf OCf, Praenotanda 1). En efecto, a los bautizados "el
sacramento de la confirmación los une más íntimamente
a la Iglesia y los los enriquece con una fortaleza especial del Espíritu
Santo. De esta forma se comprometen mucho más, como auténticos
testigos de Cristo, a extender y defender la fe con sus palabras y sus obras"
(LG 11; cf OCf, Praenotanda 2):
I LA CONFIRMACION EN LA ECONOMIA DE LA SALVACION
1286 En el Antiguo
Testamento, los profetas anunciaron que el Espíritu del Señor
reposaría sobre el Mesías esperado (cf. Is 11,2) para realizar
su misión salvífica (cf Lc 4,16-22; Is 61,1). El descenso del
Espíritu Santo sobre Jesús en su Bautismo por Juan fue el signo
de que él era el que debía venir, el Mesías, el Hijo
de Dios (Mt 3,13-17; Jn 1,33-34). Habiendo sido concedido por obra del Espíritu
Santo, toda su vida y toda su misión se realizan en una comunión
total con el Espíritu Santo que el Padre le da "sin medida" (Jn 3,34).
1287 Ahora bien, esta plenitud del Espíritu no
debía permanecer únicamente en el Mesías, sino que debía
ser comunicada a todo el pueblo mesiánico (cf Ez 36,25-27; Jl
3,1-2). En repetidas ocasiones Cristo prometió esta efusión
del Espíritu (cf Lc 12,12; Jn 3,5-8; 7,37-39; 16,7-15; Hch 1,8), promesa
que realizó primero el día de Pascua (Jn 20,22) y luego, de
manera más manifiesta el día de Pentecostés (cf Hch 2,1-4).
Llenos del Espíritu Santo, los Apóstoles comienzan a proclamar
"las maravillas de Dios" (Hch 2,11) y Pedro declara que esta efusión
del Espíritu es el signo de los tiempos mesiánicos (cf Hch
2, 17-18). Los que creyeron en la predicación apostólica y
se hicieron bautizar, recibieron a su vez el don del Espíritu Santo
(cf Hch 2,38).
1288 "Desde aquel tiempo, los Apóstoles, en cumplimiento
de la voluntad de Cristo, comunicaban a los neófitos, mediante la
imposición de las manos, el don del Espíritu Santo, destinado
a completar la gracia del Bautismo (cf Hch 8,15-17; 19,5-6). Esto explica
por qué en la Carta a los Hebreos se recuerda, entre los primeros
elementos de la formación cristiana, la doctrina del bautismo y de
la la imposición de las manos (cf Hb 6,2). Es esta imposición
de las manos la ha sido con toda razón considerada por la tradición
católica como el primitivo origen del sacramento de la Confirmación,
el cual perpetúa, en cierto modo, en la Iglesia, la gracia de Pentecostés"
(Pablo VI, const. apost. "Divinae consortium naturae").
1289 Muy pronto, para mejor significar el don del Espíritu
Santo, se añadió a la imposición de las manos una unción
con óleo perfumado (crisma). Esta unción ilustra el nombre
de "cristiano" que significa "ungido" y que tiene su origen en el nombre
de Cristo, al que "Dios ungió con el Espíritu Santo" (Hch 10,38).
Y este rito de la unción existe hasta nuestros días tanto
en Oriente como en Occidente. Por eso en Oriente, se llama a este sacramento
crismación, unción con el crisma, o myron, que significa "crisma".
En Occidente el nombre de Confirmación sugiere que este sacramento
al mismo tiempo confirma el Bautismo y robustece la gracia bautismal.
Dos tradiciones: Oriente y Occidente
1290 En los primeros
siglos la Confirmación constituye generalmente una única celebración
con el Bautismo, y forma con éste, según la expresión
de S. Cipriano, un "sacramento doble. Entre otras razones, la multiplicación
de los bautismos de niños, durante todo el tiempo del año,
y la multiplicación de las parroquias (rurales), que agrandaron las
diócesis, ya no permite la presencia del obispo en todas las celebraciones
bautismales. En Occidente, por el deseo de reservar al obispo el acto de
conferir la plenitud al Bautismo, se establece la separación temporal
de ambos sacramentos. El Oriente ha conservado unidos los dos sacramentos,
de modo que la Confirmación es dada por el presbítero que
bautiza. Este, sin embargo, sólo puede hacerlo con el "myron" consagrado
por un obispo (cf CCEO, can. 695,1; 696,1).
1291 Una costumbre de la Iglesia de Roma facilitó
el desarrollo de la práctica occidental; había una doble unción
con el santo crisma después del Bautismo: realizada ya una por el
presbítero al neófito al salir del baño bautismal, es
completada por una segunda unción hecha por el obispo en la frente
de cada uno de los recién bautizados (véase S. Hipólito
de Roma, Trad. Ap. 21). La primera unción con el santo crisma, la
que daba el sacerdote, quedó unida al rito bautismal; significa la
participación del bautizado en las funciones profética, sacerdotal
y real de Cristo. Si el Bautismo es conferido a un adulto, sólo hay
una unción postbautismal: la de la Confirmación.
1292 La práctica de las Iglesias de Oriente destaca
más la unidad de la iniciación cristiana. La de la Iglesia
latina expresa más netamente la comunión del nuevo cristiano
con su obispo, garante y servidor de la unidad de su Iglesia, de su catolicidad
y su apostolicidad, y por ello, el vínculo con los orígenes
apostólicos de la Iglesia de Cristo.
II LOS SIGNOS Y EL RITO DE LA CONFIRMACION
1293 En el rito de
este sacramento conviene considerar el signo de la unción y
lo que la unción designa e imprime: el sello espiritual.
La unción, en el simbolismo bíblico y
antiguo, posee numerosas significaciones: el aceite es signo de abundancia
(cf Dt 11,14, etc.) y de alegría (cf Sal 23,5; 104,15); purifica (unción
antes y después del baño) y da agilidad (la unción de
los atletas y de los luchadores); es signo de curación, pues suaviza
las contusiones y las heridas (cf Is 1,6; Lc 10,34) y el ungido irradia belleza,
santidad y fuerza.
1294 Todas estas significaciones de la unción
con aceite se encuentran en la vida sacramental. La unción antes
del Bautismo con el óleo de los catecúmenos significa purificación
y fortaleza; la unción de los enfermos expresa curación y
el consuelo. La unción del santo crisma después del Bautismo,
en la Confirmación y en la Ordenación, es el signo de una consagración.
Por la Confirmación, los cristianos, es decir, los que son ungidos,
participan más plenamente en la misión de Jesucristo y en
la plenitud del Espíritu Santo que éste posee, a fin de que
toda su vida desprenda "el buen olor de Cristo" (cf 2 Co 2,15).
1295 Por medio de esta unción, el confirmando
recibe "la marca", el sello del Espíritu Santo. El sello es el símbolo
de la persona (cf Gn 38,18; Ct 8,9), signo de su autoridad (cf Gn 41,42),
de su propiedad sobre un objeto (cf. Dt 32,34) -por eso se marcaba a los
soldados con el sello de su jefe y a los esclavos con el de su señor-;
autentifica un acto jurídico (cf 1 R 21,8) o un documento (cf Jr 32,10)
y lo hace, si es preciso, secreto (cf Is 29,11).
1296 Cristo mismo se declara marcado con el sello de
su Padre (cf Jn 6,27). El cristiano también está marcado con
un sello: "Y es Dios el que nos conforta juntamente con vosotros en Cristo
y el que nos ungió, y el que nos marcó con su sello y nos
dio en arras el Espíritu en nuestros corazones" (2 Co 1,22; cf Ef
1,13; 4,30). Este sello del Espíritu Santo, marca la pertenencia
total a Cristo, la puesta a su servicio para siempre, pero indica también
la promesa de la protección divina en la gran prueba escatológica
(cf Ap 7,2-3; 9,4; Ez 9,4-6).
La celebración de la Confirmación
1297 Un momento importante
que precede a la celebración de la Confirmación, pero que,
en cierta manera forma parte de ella, es la consagración del santo
crisma. Es el obispo quien, el Jueves Santo, en el transcurso de la Misa
crismal, consagra el santo crisma para toda su Diócesis. En las Iglesias
de Oriente, esta consagración está reservada al Patriarca:
La liturgia de Antioquía expresa así la
epíclesis de la consagración del santo crisma (myron): " (Padre...envía
tu Espíritu Santo) sobre nosotros y sobre este aceite que está
delante de nosotros y conságralo, de modo que sea para todos los
que sean ungidos y marcados con él, myron santo, myron sacerdotal,
myron real, unción de alegría, vestidura de la luz, manto
de salvación, don espiritual, santificación de las almas y
de los cuerpos, dicha imperecedera, sello indeleble, escudo de la fe y casco
terrible contra todas las obras del Adversario".
1298 Cuando la Confirmación se celebra separadamente
del Bautismo, como es el caso en el rito romano, la liturgia del sacramento
comienza con la renovación de las promesas del Bautismo y la profesión
de fe de los confirmandos. Así aparece claramente que la Confirmación
constituye una prolongación del Bautismo (cf SC 71). Cuando es bautizado
un adulto, recibe inmediatamente la Confirmación y participa en la
Eucaristía (cf CIC can.866).
1299 En el rito romano, el obispo extiende las manos
sobre todos los confirmandos, gesto que, desde el tiempo de los apóstoles,
es el signo del don del Espíritu. Y el obispo invoca así la
efusión del Espíritu:
Dios Todopoderoso, Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que regeneraste, por el agua y el Espíritu Santo, a estos siervos
tuyos y los libraste del pecado: escucha nuestra oración y envía
sobre ellos el Espíritu Santo Paráclito; llénalos de
espíritu de sabiduría y de inteligencia, de espíritu
de consejo y de fortaleza, de espíritu de ciencia y de piedad; y cólmalos
del espíritu de tu santo temor. Por Jesucristo nuestro Señor.
1300 Sigue el rito esencial del sacramento. En el rito
latino, "el sacramento de la confirmación es conferido por la unción
del santo crisma en la frente, hecha imponiendo la mano, y con estas palabras:
"Recibe por esta señal el don del Espíritu Santo" (Paulus
VI, Const. Ap. Divinae consortium naturae). En las Iglesias orientales,
la unción del myron se hace después de una oración
de epíclesis, sobre las partes más significativas del cuerpo:
la frente, los ojos, la nariz, los oídos, los labios, el pecho, la
espalda, las manos y los pies, y cada unción va acompañada
de la fórmula: "Sfragi~ dwrea~ Pneumto~ æAgiou" ("Rituale per
le Chiese orientali di rito bizantino in lingua greca, I -LEV 1954), p. 36".
("Signaculum doni Spiritus Sancti" - "Sello del don que es el Espíritu
Santo").
1301 El beso de paz con el que concluye el rito del sacramento
significa y manifiesta la comunión eclesial con el obispo y con todos
los fieles (cf S. Hipólito, Trad. ap. 21).
III LOS EFECTOS DE LA CONFIRMACION
1302 De la celebración
se deduce que el efecto del sacramento es la efusión especial del
Espíritu Santo, como fue concedida en otro tiempo a los Apóstoles
el día de Pentecostés.
1303 Por este hecho, la Confirmación confiere
crecimiento y profundidad a la gracia bautismal:
– nos introduce más profundamente en la filiación divina
que nos hace decir "Abbá, Padre" (Rm 8,15).;
– nos une más firmemente a Cristo;
– aumenta en nosotros los dones del Espíritu Santo;
– hace más perfecto nuestro vínculo con la Iglesia (cf LG
11);
– nos concede una fuerza especial del Espíritu Santo para difundir
y defender la fe mediante la palabra y las obras como verdaderos testigos
de Cristo, para confesar valientemente el nombre de Cristo y para no sentir
jamás vergüenza de la cruz (cf DS 1319; LG 11,12):
Recuerda, pues, que has recibido el signo espiritual,
el Espíritu de sabiduría e inteligencia, el Espíritu
de consejo y de fortaleza, el Espíritu de conocimiento y de piedad,
el Espíritu de temor santo, y guarda lo que has recibido. Dios Padre
te ha marcado con su signo, Cristo Señor te ha confirmado y ha puesto
en tu corazón la prenda del Espíritu (S. Ambrosio, Myst. 7,42).
1304 La Confirmación, como el Bautismo del que
es la plenitud, sólo se da una vez. La Confirmación, en efecto,
imprime en el alma una marca espiritual indeleble, el "carácter"
(cf DS 1609), que es el signo de que Jesucristo ha marcado al cristiano
con el sello de su Espíritu revistiéndolo de la fuerza de
lo alto para que sea su testigo (cf Lc 24,48-49).
1305 El "carácter" perfecciona el sacerdocio común
de los fieles, recibido en el Bautismo, y "el confirmado recibe el poder
de confesar la fe de Cristo públicamente, y como en virtud de un cargo
(quasi ex officio)" (S. Tomás de A., s.th. 3, 72,5, ad 2).
IV QUIEN PUEDE RECIBIR ESTE SACRAMENTO
1306 Todo bautizado,
aún no confirmado, puede y debe recibir el sacramento de la Confirmación
(cf CIC can. 889, 1). Puesto que Bautismo, Confirmación y Eucaristía
forman una unidad, de ahí se sigue que "los fieles tienen la obligación
de recibir este sacramento en tiempo oportuno" (CIC, can. 890), porque sin
la Confirmación y la Eucaristía el sacramento del Bautismo es
ciertamente válido y eficaz, pero la iniciación cristiana queda
incompleta.
1307 La costumbre latina, desde hace siglos, indica "la
edad del uso de razón", como punto de referencia para recibir la
Confirmación. Sin embargo, en peligro de muerte, se debe confirmar
a los niños incluso si no han alcanzado todavía la edad del
uso de razón (cf CIC can. 891; 893,3).
1308 Si a veces se habla de la Confirmación como
del "sacramento de la madurez cristiana", es preciso, sin embargo, no confundir
la edad adulta de la fe con la edad adulta del crecimiento natural, ni olvidar
que la gracia bautismal es una gracia de elección gratuita e inmerecida
que no necesita una "ratificación" para hacerse efectiva. Santo Tomás
lo recuerda:
La edad del cuerpo no constituye un prejuicio para el
alma. Así, incluso en la infancia, el hombre puede recibir la perfección
de la edad espiritual de que habla la Sabiduría (4,8): `la vejez
honorable no es la que dan los muchos días, no se mide por el número
de los años'. Así numerosos niños, gracias a la fuerza
del Espíritu Santo que habían recibido, lucharon valientemente
y hasta la sangre por Cristo (s.th. 3, 72,8,ad 2).
1309 La preparación para la Confirmación
debe tener como meta conducir al cristiano a una unión más
íntima con Cristo, a una familiaridad más viva con el Espíritu
Santo, su acción, sus dones y sus llamadas, a fin de poder asumir
mejor las responsabilidades apostólicas de la vida cristiana. Por
ello, la catequesis de la Confirmación se esforzará por suscitar
el sentido de la pertenencia a la Iglesia de Jesucristo, tanto a la Iglesia
universal como a la comunidad parroquial. Esta última tiene una responsabilidad
particular en la preparación de los confirmandos (cf OCf, Praenotanda
3).
1310 Para recibir la Confirmación es preciso hallarse
en estado de gracia. Conviene recurrir al sacramento de la Penitencia para
ser purificado en atención al don del Espíritu Santo. Hay
que prepararse con una oración más intensa para recibir con
docilidad y disponibilidad la fuerza y las gracias del Espíritu Santo
(cf Hch 1,14).
1311 Para la Confirmación, como para el Bautismo,
conviene que los candidatos busquen la ayuda espiritual de un padrino o
de una madrina. Conviene que sea el mismo que para el Bautismo
a fin de subrayar la unidad entre los dos sacramentos (cf OCf, Praenotanda
5.6; CIC can. 893, 1.2).
V EL MINISTRO DE LA CONFIRMACION
1312 El ministro
originario de la Confirmación es el obispo (LG 26).
En Oriente es ordinariamente el presbítero que
bautiza quien da también inmediatamente la Confirmación en
una sola celebración. Sin embargo, lo hace con el santo crisma consagrado
por el patriarca o el obispo, lo cual expresa la unidad apostólica
de la Iglesia cuyos vínculos son reforzados por el sacramento de
la Confirmación. En la Iglesia latina se aplica la misma disciplina
en los bautismos de adultos y cuando es admitido a la plena comunión
con la Iglesia un bautizado de otra comunidad cristiana que no ha recibido
válidamente el sacramento de la Confirmación (cf CIC can 883,2).
1313 En el rito latino, el ministro ordinario de
la Conformación es el obispo (CIC can. 882). Aunque el obispo puede,
en caso de necesidad, conceder a presbíteros la facultad de administrar
el sacramento de la Confirmación (CIC can. 884,2), conviene que lo
confiera él mismo, sin olvidar que por esta razón la celebración
de la Confirmación fue temporalmente separada del Bautismo. Los obispos
son los sucesores de los apóstoles y han recibido la plenitud del
sacramento del orden. Por esta razón, la administración de
este sacramento por ellos mismos pone de relieve que la Confirmación
tiene como efecto unir a los que la reciben más estrechamente a la
Iglesia, a sus orígenes apostólicos y a su misión de
dar testimonio de Cristo.
1314 Si un cristiano está en peligro de muerte,
cualquier presbítero puede darle la Confirmación (cf CIC can.
883,3). En efecto, la Iglesia quiere que ninguno de sus hijos, incluso en
la más tierna edad, salga de este mundo sin haber sido perfeccionado
por el Espíritu Santo con el don de la plenitud de Cristo.
RESUMEN
1315 "Al enterarse
los apóstoles que estaban en Jerusalén de que Samaría
había aceptado la Palabra de Dios, les enviaron a Pedro y a Juan.
Estos bajaron y oraron por ellos para que recibieran el Espíritu Santo;
pues todavía no había descendido sobre ninguno de ellos; únicamente
habían sido bautizados en el nombre del Señor Jesús.
Entonces les imponían las manos y recibían el Espíritu
Santo" (Hch 8,14-17).
1316 La Confirmación perfecciona la gracia bautismal;
es el sacramento que da el Espíritu Santo para enraizarnos más
profundamente en la filiación divina, incorporarnos más firmemente
a Cristo, hacer más sólido nuestro vínculo con la Iglesia,
asociarnos todavía más a su misión y ayudarnos a dar
testimonio de la fe cristiana por la palabra acompañada de las obras.
1317 La Confirmación, como el Bautismo, imprime
en el alma del cristiano un signo espiritual o carácter indeleble;
por eso este sacramento sólo se puede recibir una vez en la vida.
1318 En Oriente, este sacramento es administrado inmediatamente
después del Bautismo y es seguido de la participación en la
Eucaristía, tradición que pone de relieve la unidad de los
tres sacramentos de la iniciación cristiana. En la Iglesia latina
se administra este sacramento cuando se ha alcanzado el uso de razón,
y su celebración se reserva ordinariamente al obispo, significando
así que este sacramento robustece el vínculo eclesial.
1319 El candidato a la Confirmación que ya ha
alcanzado el uso de razón debe profesar la fe, estar en estado de
gracia, tener la intención de recibir el sacramento y estar preparado
para asumir su papel de discípulo y de testigo de Cristo, en la comunidad
eclesial y en los asuntos temporales.
823 El rito esencial de la Confirmación
es la unción con el Santo Crisma en la frente del bautizado (y en
Oriente, también en los otros órganos de los sentidos), con
la imposición de la mano del ministro y las palabras: "Accipe signaculum
doni Spiritus Sancti" ("Recibe por esta señal el don del Espíritu
Santo"), en el rito romano; "Signaculum doni Spiritus Sancti" ("Sello del
don del Espíritu Santo"), en el rito bizantino.
824 Cuando la Confirmación se celebra separadamente
del Bautismo, su conexión con el Bautismo se expresa entre otras
cosas por la renovación de los compromisos bautismales. La celebración
de la Confirmación dentro de la Eucaristía contribuye a subrayar
la unidad de los sacramentos de la iniciación cristiana.
Artículo 3 EL SACRAMENTO DE
LA EUCARISTIA
1322 La Sagrada Eucaristía
culmina la iniciación cristiana. Los que han sido elevados a la dignidad
del sacerdocio real por el Bautismo y configurados más profundamente
con Cristo por la Confirmación, participan por medio de la Eucaristía
con toda la comunidad en el sacrificio mismo del Señor.
1323 "Nuestro Salvador, en la última Cena, la
noche en que fue entregado, instituyó el sacrificio eucarístico
de su cuerpo y su sangre para perpetuar por los siglos, hasta su vuelta,
el sacrificio de la cruz y confiar así a su Esposa amada, la Iglesia,
el memorial de su muerte y resurrección, sacramento de piedad, signo
de unidad, vínculo de amor, banquete pascual en el que se recibe a
Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da una prenda de la gloria futura"
(SC 47).
I LA EUCARISTIA - FUENTE Y CUMBRE DE LA VIDA ECLESIAL
1324 La Eucaristía
es "fuente y cima de toda la vida cristiana" (LG 11). "Los demás sacramentos,
como también todos los ministerios eclesiales y las obras de apostolado,
están unidos a la Eucaristía y a ella se ordenan. La sagrada
Eucaristía, en efecto, contiene todo el bien espiritual de la Iglesia,
es decir, Cristo mismo, nuestra Pascua" (PO 5).
1325 "La Eucaristía significa y realiza la comunión
de vida con Dios y la unidad del Pueblo de Dios por las que la Igle sia
es ella misma. En ella se encuentra a la vez la cumbre de la acción
por la que, en Cristo, Dios santifica al mundo, y del culto que en el Espíritu
Santo los hombres dan a Cristo y por él al Padre" (CdR, inst. "Eucharisticum
mysterium" 6).
1326 Finalmente, la celebración eucarística
nos unimos ya a la liturgia del cielo y anticipamos la vida eterna cuando
Dios será todo en todos (cf 1 Co 15,28).
1327 En resumen, la Eucaristía es el compendio
y la suma de nuestra fe: "Nuestra manera de pensar armoniza con la Eucaristía,
y a su vez la Eucaristía confirma nuestra manera de pensar" (S. Ireneo,
haer. 4, 18, 5).
II EL NOMBRE DE ESTE SACRAMENTO
1328 La riqueza inagotable
de este sacramento se expresa mediante los distintos nombres que se le da.
Cada uno de estos nombres evoca alguno de sus aspectos. Se le llama:
–Eucaristía porque es acción de gracias
a Dios. Las palabras "eucharistein" (Lc 22,19; 1 Co 11,24) y "eulogein"
(Mt 26,26; Mc 14,22) recuerdan las bendiciones judías que proclaman
-sobre todo durante la comida- las obras de Dios: la creación, la
redención y la santificación.
1329 –Banquete del Señor (cf 1 Co 11,20) porque
se trata de la Cena que el Señor celebró con sus discípulos
la víspera de su pasión y de la anticipación del banquete
de bodas del Cordero (cf Ap 19,9) en la Jerusalén celestial.
–Fracción del pan porque este rito, propio del
banquete judío, fue utilizado por Jesús cuando bendecía
y distribuía el pan como cabeza de familia (cf Mt 14,19; 15,36; Mc
8,6.19), sobre todo en la última Cena (cf Mt 26,26; 1 Co 11,24).
En este gesto los discípulos lo reconocerán después
de su resurrección (Lc 24,13-35), y con esta expresión los
primeros cristianos designaron sus asambleas eucarísticas (cf Hch
2,42.46; 20,7.11). Con él se quiere significar que todos los que comen
de este único pan, partido, que es Cristo, entran en comunión
con él y forman un solo cuerpo en él (cf 1 Co 10,16-17).
–Asamblea eucarística (synaxis), porque la Eucaristía
es celebrada en la asamblea de los fieles, expresión visibl e de
la Iglesia (cf 1 Co 11,17-34).
1330 –Memorial de la pasión y de la resurrección
del Señor.
– Santo Sacrificio, porque actualiza el único
sacrificio de Cristo Salvador e incluye la ofrenda de la Iglesia; o también
santo sacrificio de la misa, "sacrificio de alabanza" (Hch 13,15; cf Sal 116,
13.17), sacrificio espiritual (cf 1 P 2,5), sacrificio puro (cf Ml
1,11) y santo, puesto que completa y supera todos los sacrificios de
la Antigua Alianza.
– Santa y divina Liturgia, porque toda la liturgia de
la Iglesia encuentra su centro y su expresión más densa en
la celebración de este sacramento; en el mismo sentido se la llama
también celebración de los santos misterios. Se habla
también del Santísimo Sacramento porque es el Sacramento de
los Sacramentos. Con este nombre se designan las especies eucarísticas
guardadas en el sagrario.
1331 – Comunión, porque por este sacramento nos
unimos a Cristo que nos hace partícipes de su Cuerpo y de su Sangre
para formar un solo cuerpo (cf 1 Co 10,16-17); se la llama también
las cosas santas [ta hagia; sancta] (Const. Apost. 8, 13, 12; Didaché
9,5; 10,6) -es el sentido primero de la comunión de los santos
de que habla el Símbolo de los Apóstoles-, pan de los
ángeles, pan del cielo, medicina de inmortalidad (S. Ignacio de Ant.
Eph 20,2), viático...
1332 – Santa Misa porque la liturgia en la que se realiza
el misterio de salvación se termina con el envío de los fieles
(missio) a fin de que cumplan la voluntad de Dios en su vida cotidiana.
III LA EUCARISTIA EN LA ECONOMIA DE LA SALVACION
Los signos del pan y del vino
1333 En el corazón
de la celebración de la Eucaristía se encuentran el pan y el
vino que, por las palabras de Cristo y por la invocación del Espíritu
Santo, se convierten en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Fiel a la orden
del Señor, la Iglesia continúa haciendo, en memoria de él,
hasta su retorno glorioso, lo que él hizo la víspera de su
pasión: "Tomó pan...", "tomó el cáliz lleno
de vino...". Al convertirse misteriosamente en el Cuerpo y la Sangre de
Cristo, los signos del pan y del vino siguen significando también
la bondad de la creación. Así, en el ofertorio, damos gracias
al Creador por el pan y el vino (cf Sal 104,13-15), fruto "del trabajo del
hombre", pero antes, "fruto de la tierra" y "de la vid", dones del Creador.
La Iglesia ve en en el gesto de Melquisedec, rey y sacerdote, que "ofreció
pan y vino" (Gn 14,18) una prefiguración de su propia ofrenda (cf
MR, Canon Romano 95).
1334 En la Antigua Alianza, el pan y el vino eran ofrecidos
como sacrificio entre las primicias de la tierra en señal de reconocimiento
al Creador. Pero reciben también una nueva significación en
el contexto del Exodo: los panes ácimos que Israel come cada año
en la Pascua conmemoran la salida apresurada y liberadora de Egipto. El
recuerdo del maná del desierto sugerirá siempre a Israel que
vive del pan de la Palabra de Dios (Dt 8,3). Finalmente, el pan de cada
día es el fruto de la Tierra prometida, prenda de la fidelidad de
Dios a sus promesas. El "cáliz de bendición" (1 Co 10,16),
al final del banquete pascual de los judíos, añade a la alegría
festiva del vino una dimensión escatológica, la de la espera
mesiánica del restablecimiento de Jerusalén. Jesús
instituyó su Eucaristía dando un sentido nuevo y definitivo
a la bendición del pan y del cáliz.
1335 Los milagros de la multiplicación de los
panes, cuando el Señor dijo la bendición, partió y
distribuyó los panes por medio de sus discípulos para alimentar
la multitud, prefiguran la sobreabundancia de este único pan de su
Eucaristía (cf. Mt 14,13-21; 15, 32-29). El signo del agua convertida
en vino en Caná (cf Jn 2,11) anuncia ya la Hora de la glorificación
de Jesús. Manifiesta el cumplimiento del banquete de las bodas en
el Reino del Padre, donde los fieles beberán el vino nuevo (cf Mc
14,25) convertido en Sangre de Cristo.
1336 El primer anuncio de la Eucaristía dividió
a los discípulos, igual que el anuncio de la pasión los escandalizó:
"Es duro este lenguaje, ¿quién puede escucharlo?" (Jn 6,60).
La Eucaristía y la cruz son piedras de tropiezo. Es el mismo misterio,
y no cesa de ser ocasión de división. "¿También
vosotros queréis marcharos?" (Jn 6,67): esta pregunta del Señor,
resuena a través de las edades, invitación de su amor a descubrir
que sólo él tiene "palabras de vida eterna" (Jn 6,68), y que
acoger en la fe el don de su Eucaristía es acogerlo a él mismo.
La institución de la Eucaristía
1337 El Señor,
habiendo amado a los suyos, los amó hasta el fin. Sabiendo que había
llegado la hora de partir de este mundo para retornar a su Padre, en el
transcurso de una cena, les lavó los pies y les dio el mandamiento
del amor (Jn 13,1-17). Para dejarles una prenda de este amor, para no alejarse
nunca de los suyos y hacerles partícipes de su Pascua, instituyó
la Eucaristía como memorial de su muerte y de su resurrección
y ordenó a sus apóstoles celebrarlo hasta su retorno, "constituyéndoles
entonces sacerdotes del Nuevo Testamento" (Cc. de Trento: DS 1740).
1338 Los tres evangelios sinópticos y S. Pablo
nos han tran smitido el relato de la institución de la Eucaristía;
por su parte, S. Juan relata las palabras de Jesús en la sinagoga
de Cafarnaúm, palabras que preparan la institución de la Eucaristía:
Cristo se designa a sí mismo como el pan de vida, bajado del cielo
(cf Jn 6).
1339 Jesús escogió el tiempo de la Pascua
para realizar lo que había anunciado en Cafarnaúm: dar a sus
discípulos su Cuerpo y su Sangre:
Llegó el día de los Azimos, en el que
se había de inmolar el cordero de Pascua; (Jesús) envió
a Pedro y a Juan, diciendo: `Id y preparadnos la Pascua para que la comamos'...fueron...
y prepararon la Pascua. Llegada la hora, se puso a la mesa con los apóstoles;
y les dijo: `Con ansia he deseado comer esta Pascua con vosotros antes de
padecer; porque os digo que ya no la comeré más hasta que
halle su cumplimiento en el Reino de Dios'...Y tomó pan, dio gracias,
lo partió y se lo dio diciendo: `Esto es mi cuerpo que va a ser entregado
por vosotros; haced esto en recuerdo mío'. De igual modo, después
de cenar, el cáliz, diciendo: `Este cáliz es la Nueva Alianza
en mi sangre, que va a ser derramada por vosotros' (Lc 22,7-20; cf Mt 26,17-29;
Mc 14,12-25; 1 Co 11,23-26).
1340 Al celebrar la última Cena con sus apóstoles
en el transcurso del banquete pascual, Jesús dio su sentido definitivo
a la pascua judía. En efecto, el paso de Jesús a su Padre
por su muerte y su resurrección, la Pascua nueva, es anticipada en
la Cena y celebrada en la Eucaristía que da cumplimiento a la pascua
judía y anticipa la pascua final de la Iglesia en la gloria del Reino.
"Haced esto en memoria mía"
1341 El mandamiento
de Jesús de repetir sus gestos y sus palabras "hasta que venga" (1
Co 11,26), no exige solamente acordarse de Jesús y de lo que hizo.
Requiere la celebración litúrgica por los apóstoles
y sus sucesores del memorial de Cristo, de su vida, de su muerte, de su resurrección
y de su intercesión junto al Padre.
1342 Desde el comienzo la Iglesia fue fiel a la orden
del Señor. De la Iglesia de Jerusalén se dice:
Acudían asiduamente a la enseñanza de
los apóstoles, fieles a la comunión fraterna, a la fracción
del pan y a las oraciones...Acudían al Templo todos los días
con perseverancia y con un mismo espíritu, partían el pan
por las casas y tomaban el alimento con alegría y con sencillez de
corazón (Hch 2,42.46).
1343 Era sobre todo "el primer día de la semana",
es decir, el domingo, el día de la resurrección de Jesús,
cuando los cristianos se reunían para "partir el pan" (Hch 20,7).
Desde entonces hasta nuestros días la celebración de la Eucaristía
se ha perpetuado, de suerte que hoy la encontramos por todas partes en la
Iglesia, con la misma estructura fundamental. Sigue siendo el centro de
la vida de la Iglesia.
1344 Así, de celebración en celebración,
anunciando el misterio pascual de Jesús "hasta que venga" (1 Co 11,26),
el pueblo de Dios peregrinante "camina por la senda estrecha de la cruz"
(AG 1) hacia el banquete celestial, donde todos los elegidos se sentarán
a la mesa del Reino.
IV LA CELEBRACION LITURGICA DE LA EUCARISTIA
La misa de todos los siglos
1345 Desde el siglo
II, según el testimonio de S. Justino mártir, tenemos las grandes
líneas del desarrollo de la celebración eucarística.
Estas han permanecido invariables hasta nuestros días a través
de la diversidad de tradiciones rituales litúrgicas. He aquí
lo que el santo escribe, hacia el año 155, para explicar al emperador
pagano Antonino Pío (138-161) lo que hacen los cristianos:
El día que se llama día del sol tiene
lugar la reunión en un mismo sitio de todos los que habitan en la
ciudad o en el campo.
Se leen las memorias de los Apóstoles y los escritos
de los profetas, tanto tiempo como es posible.
Cuando el lector ha terminado, el que preside toma la
palabra para incitar y exhortar a la imitación de tan bellas cosas.
Luego nos levantamos todos juntos y oramos por nosotros...y
por todos los demás donde quiera que estén a fin de que seamos
hallados justos en nuestra vida y nuestras acciones y seamos fieles a los
mandamientos para alcanzar así la salvación eterna.
Cuando termina esta oración nos besamos unos
a otros:
Luego se lleva al que preside a los hermanos pan y una
copa de agua y de vino mezclados.
El presidente los toma y eleva alabanza y gloria al
Padre del universo, por el nombre del Hijo y del Espíritu Santo y
da gracias (en griego: eucharistian) largamente porque hayamos sido juzgados
dignos de estos dones.
Cuando terminan las oraciones y las acciones de gracias
todo el pueblo presente pronuncia una aclamación diciendo: Amén.
Cuando el que preside ha hecho la acción de gracias
y el pueblo le ha respondido, los que entre nosotros se llaman diáconos
distribuyen a todos los que están presentes pan, vino y agua "eucaristizados"
y los llevan a los ausentes (S. Justino, apol. 1, 65; 67).
1346 La liturgia de la Eucaristía se desarrolla
conforme a una estructura fundamental que se ha conservado a través
de los siglos hasta nosotros. Comprende dos grandes momentos que forman
una unidad básica:
– La reunión, la liturgia de la Palabra, con
las lecturas, la homilía y la oración universal;
– la liturgia eucarística, con la presentación
del pan y del vino, la acción de gracias consecratoria y la comunión.
Liturgia de la Palabra y Liturgia eucarística
constituyen juntas "un solo acto de culto" (SC 56); en efecto, la mesa preparada
para nosotros en la Eucaristía es a la vez la de la Palabra de Dios
y la del Cuerpo del Señor (cf. DV 21).
1347 He aquí el mismo dinamismo del banquete pascual
de Jesús resucitado con sus discípulos: en el camino les explicaba
las Escrituras, luego, sentándose a la mesa con ellos, "tomó
el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio"
(cf Lc 24,13-35).
El desarrollo de la celebración
1348 Todos se reúnen.
Los cristianos acuden a un mismo lugar para la asamblea eucarística.
A su cabeza está Cristo mismo que es el actor principal de la Eucaristía.
El es sumo sacerdote de la Nueva Alianza. El mismo es quien preside invisiblemente
toda celebración eucarística. Como representante suyo, el obispo
o el presbítero (actuando "in persona Christi capitis") preside la
asamblea, toma la palabra después de las lecturas, recibe las ofrendas
y dice la plegaria eucarística. Todos tienen parte activa en la celebración,
cada uno a su manera: los lectores, los que presentan las ofrendas, los
que dan la comunión, y el pueblo entero cuyo "Amén" manifiesta
su participación.
1349 La liturgia de la Palabra comprende "los escritos
de los profetas", es decir, el Antiguo Testamento, y "las memorias de los
apóstoles", es decir sus cartas y los Evangelios; después
la homilía que exhorta a acoger esta palabra como lo que es verdaderamente,
Palabra de Dios (cf 1 Ts 2,13), y a ponerla en práctica; vienen luego
las intercesiones por todos los hombres, según la palabra del Apóstol:
"Ante todo, recomiendo que se hagan plegarias, oraciones, súplicas
y acciones de gracias por todos los hombres; por los reyes y por todos los
constituidos en autoridad" (1 Tm 2,1-2).
1350 La presentación de las ofrendas (el ofertorio):
entonces se lleva al altar, a veces en procesión, el pan y el vino
que serán ofrecidos por el sacerdote en nombre de Cristo en el sacrificio
eucarístico en el que se convertirán en su Cuerpo y en su
Sangre. Es la acción misma de Cristo en la última Cena, "tomando
pan y una copa". "Sólo la Iglesia presenta esta oblación,
pura, al Creador, ofreciéndole con acción de gracias lo que
proviene de su creación" (S. Ireneo, haer. 4, 18, 4; cf. Ml 1,11).
La presentación de las ofrendas en el altar hace suyo el gesto de
Melquisedec y pone los dones del Creador en las manos de Cristo. El es quien,
en su sacrificio, lleva a la perfección todos los intentos humanos
de ofrecer sacrificios.
1351 Desde el principio, junto con el pan y el vino para
la Eucaristía, los cristianos presentan también sus dones
para compartirlos con los que tienen necesidad. Esta costumbre de la colecta
(cf 1 Co 16,1), siempre actual, se inspira en el ejemplo de Cristo que se
hizo pobre para enriquecernos (cf 2 Co 8,9):
Los que son ricos y lo desean, cada uno según
lo que se ha impuesto; lo que es recogido es entregado al que preside, y él
atiende a los huérfanos y viudas, a los que la enfermedad u otra causa
priva de recursos, los presos, los inmigrantes y, en una palabra, socorre
a todos los que están en necesidad (S. Justino, apol. 1, 67,6).
1352 La Anáfora: Con la plegaria eucarística,
oración de acción de gracias y de consagración llegamos
al corazón y a la cumbre de la celebración:
– En el prefacio, la Iglesia da gracias al Padre, por
Cristo, en el Espíritu Santo, por todas sus obras , por la creación,
la redención y la santificación. Toda la asamblea se une entonces
a la alabanza incesante que la Iglesia celestial, los ángeles y todos
los santos, cantan al Dios tres veces santo;
1353 – En la epíclesis, la Iglesia pide al Padre
que envíe su Espíritu Santo (o el poder de su bendición
(cf MR, canon romano, 90) sobre el pan y el vino, para que se conviertan
por su poder, en el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, y que quienes toman
parte en la Eucaristía sean un solo cuerpo y un solo espíritu
(algunas tradiciones litúrgicas colocan la epíclesis después
de la anámnesis);
– en el relato de la institución, la fuerza de
las palabras y de la acción de Cristo y el poder del Espíritu
Santo hacen sacramentalmente presentes bajo las especies de pan y de vino
su Cuerpo y su Sangre, su sacrificio ofrecido en la cruz de una vez para
siempre;
1354 – en la anámnesis que sigue, la Iglesia hace
memoria de la pasión, de la resurrección y del retorno glorioso
de Cristo Jesús; presenta al Padre la ofrenda de su Hijo que nos
reconcilia con él;
– en las intercesiones, la Iglesia expresa que
la Eucaristía se celebra en comunión con toda la Iglesia del
cielo y de la tierra, de los vivos y de los difuntos, y en comunión
con los pastores de la Iglesia, el Papa, el obispo de la diócesis,
su presbiterio y sus diáconos y todos los obispos del mundo entero
con sus iglesias.
1355 En la comunión, precedida por la oración
del Señor y de la fracción del pan, los fieles reciben "el
pan del cielo" y "el cáliz de la salvación", el Cuerpo y la
Sangre de Cristo que se entregó "para la vida del mundo" (Jn 6,51):
Porque este pan y este vino han sido, según la
expresión antigua "eucaristizados", "llamamos a este alimento Eucaristía
y nadie puede tomar parte en él si no cree en la verdad de lo que
se enseña entre nosotros, si no ha recibido el baño para el
perdón de los pecados y el nuevo nacimiento, y si no vive según
los preceptos de Cristo" (S. Justino, apol. 1, 66,1-2).
V EL SACRIFICIO SACRAMENTAL: ACCION DE GRACIAS,
MEMORIAL, PRESENCIA.
1356 Si los cristianos
celebran la Eucaristía desde los orígenes, y de forma que,
en su substancia, no ha cambiado a través de la gran diversidad de
épocas y de liturgias, sucede porque sabemos que estamos sujetos al
mandato del Señor, dado la víspera de su pasión: "haced
esto en memoria mía" (1 Co 11,24-25).
1357 Cumplimos este mandato del Señor celebrando
el memorial de su sacrificio. Al hacerlo, ofrecemos al Padre lo que
él mismo nos ha dado: los dones de su Creación, el pan y el
vino, convertidos por el poder del Espíritu Santo y las palabras
de Cristo, en el Cuerpo y la Sangre del mismo Cristo: Así Cristo
se hace real y misteriosamente presente
1358 Por tanto, debemos considerar la Eucaristía
– como acción de gracias y alabanza al Padre
– como memorial del sacrificio de Cristo y de su Cuerpo,
– como presencia de Cristo por el poder de su Palabra y de su Espíritu.
La acción de gracias y la alabanza al Padre
1359 La Eucaristía,
sacramento de nuestra salvación realizada por Cristo en la cruz, es
también un sacrificio de alabanza en acción de gracias por
la obra de la creación. En el sacrificio eucarístico, toda
la creación amada por Dios es presentada al Padre a través
de la muerte y resurrección de Cristo. Por Cristo, la Iglesia puede
ofrecer el sacrificio de alabanza en acción de gracias por todo lo
que Dios ha hecho de bueno, de bello y de justo en la creación y en
la humanidad.
1360 La Eucaristía es un sacrificio de acción
de gracias al Padre, una bendición por la cual la Iglesia expresa
su reconocimiento a Dios por todos sus beneficios, por todo lo que ha realizado
mediante la creación, la redención y la santificación.
"Eucaristía" significa, ante todo, acción de gracias.
1361 La Eucaristía es también el sacrificio
de alabanza por medio del cual la Iglesia canta la gloria de Dios en nombre
de toda la creación. Este sacrificio de alabanza sólo es posible
a través de Cristo: él une los fieles a su persona, a su alabanza
y a su intercesión, de manera que el sacrificio de alabanza al Padre
es ofrecido por Cristo y con Cristo para ser aceptado en él.
El memorial sacrificial de Cristo y de su Cuerpo, que
es la Iglesia
1362 La Eucaristía
es el memorial de la Pascua de Cristo, la actualización y la ofrenda
sacramental de su único sacrificio, en la liturgia de la Iglesia que
es su Cuerpo. En todas las plegarias eucarísticas encontramos, tras
las palabras de la institución, una oración llamada anámnesis
o memorial.
1363 En el sentido empleado por la Sagrada Escritura,
el memorial no es solamente el recuerdo de los acontecimientos del pasado,
sino la proclamación de las maravillas que Dios ha realizado en favor
de los hombres (cf Ex 13,3). En la celebración litúrgica, estos
acontecimientos se hacen, en cierta forma, presentes y actuales. De esta
manera Israel entiende su liberación de Egipto: cada vez que es celebrada
la pascua, los acontecimientos del Exodo se hacen presentes a la memoria
de los creyentes a fin de que conformen su vida a estos acontecimientos.
1364 El memorial recibe un sentido nuevo en el Nuevo
Testamento. Cuando la Iglesia celebra la Eucaristía, hace memoria
de la Pascua de Cristo y esta se hace presente: el sacrificio que Cristo
ofreció de una vez para siempre en la cruz, permanece siempre actual
(cf Hb 7,25-27): "Cuantas veces se renueva en el altar el sacrificio de
la cruz, en el que Cristo, nuestra Pascua, fue inmolado, se realiza la obra
de nuestra redención" (LG 3).
1365 Por ser memorial de la Pascua de Cristo, la Eucaristía
es también un sacrificio. El carácter sacrificial de la Eucaristía
se manifiesta en las palabras mismas de la institución: "Esto es
mi Cuerpo que será entregado por vosotros" y "Esta copa es la nueva
Alianza en mi sangre, que será derramada por vosotros" (Lc 22,19-20).
En la Eucaristía, Cristo da el mismo cuerpo que por nosotros entregó
en la cruz, y la sangre misma que "derramó por muchos para remisión
de los pecados" (Mt 26,28).
1366 La Eucaristía es, pues, un sacrificio porque
representa (= hace presente) el sacrificio de la cruz, porque es su memorial
y aplica su fruto:
(Cristo), nuestro Dios y Señor, se ofreció
a Dios Padre una vez por todas, muriendo como intercesor sobre el altar
de la cruz, a fin de realizar para ellos (los hombres) una redención
eterna. Sin embargo, como su muerte no debía poner fin a su sacerdocio
(Hb 7,24.27), en la última Cena, "la noche en que fue entregado" (1
Co 11,23), quiso dejar a la Iglesia, su esposa amada, un sacrificio visible
(como lo reclama la naturaleza humana), donde sería representado el
sacrificio sangriento que iba a realizarse una única vez en la cruz
cuya memoria se perpetuaría hasta el fin de los siglos (1 Co 11,23)
y cuya virtud saludable se aplicaría a la redención de los
pecados que cometemos cada día (Cc. de Trento: DS 1740).
1367 El sacrificio de Cristo y el sacrificio de la Eucaristía
son, pues, un único sacrificio: "Es una y la misma víctima,
que se ofrece ahora por el ministerio de los sacerdotes, que se ofreció
a si misma entonces sobre la cruz. Sólo difiere la manera de ofrecer":
(CONCILIUM TRIDENTINUM, Sess. 22a., Doctrina de ss. Missae sacrificio, c.
2: DS 1743) "Y puesto que en este divino sacrificio que se realiza en la
Misa, se contiene e inmola incruentamente el mismo Cristo que en el altar
de la cruz "se ofreció a sí mismo una vez de modo cruento";
…este sacrificio [es] verdaderamente propiciatorio" (Ibid).
1368 La Eucaristía es igualmente el sacrificio
de la Iglesia. La Iglesia, que es el Cuerpo de Cristo, participa en la ofrenda
de su Cabeza. Con él, ella se ofrece totalmente. Se une a su intercesión
ante el Padre por todos los hombres. En la Eucaristía, el sacrificio
de Cristo es también el sacrificio de los miembros de su Cuerpo.
La vida de los fieles, su alabanza, su sufrimiento, su oración y
su trabajo se unen a los de Cristo y a su total ofrenda, y adquieren así
un valor nuevo. El sacrificio de Cristo, presente sobre el altar, da a todas
alas generaciones de cristianos la posibilidad de unirse a su ofrenda.
En las catacumbas, la Iglesia es con frecuencia representada
como una mujer en oración, los brazos extendidos en actitud de orante.
Como Cristo que extendió los brazos sobre la cruz, por él,
con él y en él, la Iglesia se ofrece e intercede por todos
los hombres.
1369 Toda la Iglesia se une a la ofrenda y a la intercesión
de Cristo. Encargado del ministerio de Pedro en la Iglesia, el Papa es asociado
a toda celebración de la Eucaristía en la que es nombrado
como signo y servidor de la unidad de la Iglesia universal. El obispo del
lugar es siempre responsable de la Eucaristía, incluso cuando es
presidida por un presbítero; el nombre del obispo se pronuncia en
ella para significar su presidencia de la Iglesia particular en medio del
presbiterio y con la asistencia de los diáconos. La comunidad intercede
también por todos los ministros que, por ella y con ella, ofrecen
el sacrificio eucarístico:
Que sólo sea considerada como legítima
la eucaristía que se hace bajo la presidencia del obispo o de quien
él ha señalado para ello (S. Ignacio de Antioquía, Smyrn.
8,1).
Por medio del ministerio de los presbíteros,
se realiza a la perfección el sacrificio espiritual de los fieles
en unión con el sacrificio de Cristo, único Mediador. Este,
en nombre de toda la Iglesia, por manos de los presbíteros, se ofrece
incruenta y sacramentalmente en la Eucaristía, hasta que el Señor
venga (PO 2).
1370 A la ofrenda de Cristo se unen no sólo los
miembros que están todavía aquí abajo, sino también
los que están ya en la gloria del cielo: La Iglesia ofrece el sacrificio
eucarístico en comunión con la santísima Virgen María
y haciendo memoria de ella así como de todos los santos y santas.
En la Eucaristía, la Iglesia, con María, está como al
pie de la cruz, unida a la ofrenda y a la intercesión de Cristo.
1371 El sacrificio eucarístico es también
ofrecido por los fieles difuntos "que han muerto en Cristo y todavía
no están plenamente purificados" (Cc. de Trento: DS 1743), para que
puedan entrar en la luz y la paz de Cristo:
Enterrad este cuerpo en cualquier parte; no os preocupe
más su cuidado; solamente os ruego que, dondequiera que os hallareis,
os acordéis de mi ante el altar del Señor (S. Mónica,
antes de su muerte, a S. Agustín y su hermano; Conf. 9,9,27).
A continuación oramos (en la anáfora)
por los santos padres y obispos difuntos, y en general por todos los que
han muerto antes que nosotros, creyendo que será de gran provecho
para las almas, en favor de las cuales es ofrecida la súplica, mientras
se halla presente la santa y adorable víctima...Presentando a Dios
nuestras súplicas por los que han muerto, aunque fuesen pecadores,...
presentamos a Cristo inmolado por nuestros pecados, haciendo propicio para
ellos y para nosotros al Dios amigo de los hombres (s. Cirilo de Jerusalén,
Cateq. mist. 5, 9.10).
1372 S. Agustín ha resumido admirablemente esta
doctrina que nos impulsa a una participación cada vez más
completa en el sacrificio de nuestro Redentor que celebramos en la Eucaristía:
Esta ciudad plenamente rescatada, es decir, la asamblea
y la sociedad de los santos, es ofrecida a Dios como un sacrificio universal
por el Sumo Sacerdote que, bajo la forma de esclavo, llegó a ofrecerse
por nosotros en su pasión, para hacer de nosotros el cuerpo de una
tan gran Cabeza...Tal es el sacrificio de los cristianos: "siendo muchos,
no formamos más que un sólo cuerpo en Cristo" (Rm 12,5). Y
este sacrificio, la Iglesia no cesa de reproducirlo en el Sacramento del
altar bien conocido de los fieles, donde se muestra que en lo que ella ofrece
se ofrece a sí misma (civ. 10,6).
La presencia de Cristo por el poder de su Palabra y
del Espíritu Santo
1373 "Cristo Jesús
que murió, resucitó, que está a la derecha de Dios
e intercede por nosotros" (Rm 8,34), está presente de múltiples
maneras en su Iglesia (cf LG 48): en su Palabra, en la oración de
su Iglesia, "allí donde dos o tres estén reunidos en mi nombre"
(Mt 18,20), en los pobres, los enfermos, los presos (Mt 25,31-46), en los
sacramentos de los que él es autor, en el sacrificio de la misa y
en la persona del ministro. Pero, "sobre todo, (está presente) bajo
las especies eucarísticas" (SC 7).
1374 El modo de presencia de Cristo bajo las especies
eucarísticas es singular. Eleva la eucaristía por encima de
todos los sacramentos y hace de ella "como la perfección de la vida
espiritual y el fin al que tienden todos los sacramentos" (S. Tomás
de A., s.th. 3, 73, 3). En el santísimo sacramento de la Eucaristía
están "contenidos verdadera, real y substancialmente" el Cuerpo y la
Sangre junto con el alma y la divinidad de nuestro Señor Jesucristo,
y, por consiguiente, Cristo entero" (Cc. de Trento: DS 1651). "Esta presencia
se denomina `real', no a título exclusivo, como si las otras presencias
no fuesen `reales', sino por excelencia, porque es substancial, y por ella
Cristo, Dios y hombre, se hace totalmente presente" (MF 39).
1375 Mediante la conversión del pan y del vino
en su Cuerpo y Sangre, Cristo se hace presente en este sacramento. Los Padres
de la Iglesia afirmaron con fuerza la fe de la Iglesia en la eficacia de
la Palabra de Cristo y de la acción del Espíritu Santo para
obrar esta conversión. Así, S. Juan Crisóstomo declara
que:
No es el hombre quien hace que las cosas ofrecidas se
conviertan en Cuerpo y Sangre de Cristo, sino Cristo mismo que fue crucificado
por nosotros. El sacerdote, figura de Cristo, pronuncia estas palabras,
pero su eficacia y su gracia provienen de Dios. Esto es mi Cuerpo, dice.
Esta palabra transforma las cosas ofrecidas (Prod. Jud. 1,6).
Y S. Ambrosio dice respecto a esta conversión:
Estemos bien persuadidos
de que esto no es lo que la naturaleza ha producido, sino lo que la bendición
ha consagrado, y de que la fuerza de la bendición supera a la de la
naturaleza, porque por la bendición la naturaleza misma resulta cambiada...La
palabra de Cristo, que pudo hacer de la nada lo que no existía, ¿no
podría cambiar las cosas existentes en lo que no eran todavía?
Porque no es menos dar a las cosas su naturaleza primera que cambiársela
(myst. 9,50.52).
1376 El Concilio de Trento resume la fe católica
cuando afirma: "Porque Cristo, nuestro Redentor, dijo que lo que ofrecía
bajo la especie de pan era verdaderamente su Cuerpo, se ha mantenido siempre
en la Iglesia esta convicción, que declara de nuevo el Santo Concilio:
por la consagración del pan y del vino se opera el cambio de toda
la substancia del pan en la substancia del Cuerpo de Cristo nuestro Señor
y de toda la substancia del vino en la substancia de su sangre; la Iglesia
católica ha llamado justa y apropiadamente a este cambio transubstanciación"
(DS 1642).
1377 La presencia eucarística de Cristo comienza
en el momento de la consagración y dura todo el tiempo que subsistan
las especies eucarísticas. Cristo está todo entero presente
en cada una de las especies y todo entero en cada una de sus partes, de
modo que la fracción del pan no divide a Cristo (cf Cc. de Trento:
DS 1641).
1378 El culto de la Eucaristía. En la liturgia
de la misa expresamos nuestra fe en la presencia real de Cristo bajo las especies
de pan y de vino, entre otras maneras, arrodillándonos o inclinándonos
profundamente en señal de adoración al Señor. "La Iglesia
católica ha dado y continua dando este culto de adoración que
se debe al sacramento de la Eucaristía no solamente durante la misa,
sino también fuera de su celebración: conservando con el mayor
cuidado las hostias consagradas, presentándolas a los fieles para
que las veneren con solemnidad, llevándolas en procesión" (MF
56).
1379 El Sagrario (tabernáculo) estaba primeramente
destinado a guardar dignamente la Eucaristía para que pudiera ser
llevada a los enfermos y ausentes fuera de la misa. Por la profundización
de la fe en la presencia real de Cristo en su Eucaristía, la Iglesia
tomó conciencia del sentido de la adoración silenciosa del
Señor presente bajo las especies eucarísticas. Por eso, el
sagrario debe estar colocado en un lugar particularmente digno de la iglesia;
debe estar construido de tal forma que subraye y manifieste la verdad de
la presencia real de Cristo en el santo sacramento.
1380 Es grandemente admirable que Cristo haya querido
hacerse presente en su Iglesia de esta singular manera. Puesto que Cristo
iba a dejar a los suyos bajo su forma visible, quiso darnos su presencia sacramental;
puesto que iba a ofrecerse en la cruz por muestra salvación, quiso
que tuviéramos el memorial del amor con que nos había amado
"hasta el fin" (Jn 13,1), hasta el don de su vida. En efecto, en su presencia
eucarística permanece misteriosamente en medio de nosotros como quien
nos amó y se entregó por nosotros (cf Ga 2,20), y se queda
bajo los signos que expresan y comunican este amor:
La Iglesia y el mundo tienen una gran necesidad del
culto eucarístico. Jesús nos espera en este sacramento del
amor. No escatimemos tiempo para ir a encontrarlo en la adoración,
en la contemplación llena de fe y abierta a reparar las faltas graves
y delitos del mundo. No cese nunca nuestra adoración. (Juan Pablo
II, lit. Dominicae Cenae, 3).
1381 "La presencia del verdadero Cuerpo de Cristo y de
la verdadera Sangre de Cristo en este sacramento, `no se conoce por los
sentidos, dice S. Tomás, sino solo por la fe , la cual se apoya en
la autoridad de Dios'. Por ello, comentando el texto de S. Lucas 22,19:
`Esto es mi Cuerpo que será entregado por vosotros', S. Cirilo declara:
`No te preguntes si esto es verdad, sino acoge más bien con fe las
palabras del Señor, porque él, que es la Verdad, no miente"
(S. Tomás de Aquino, s.th. 3,75,1, citado por Pablo VI, MF 18):
Adoro te devote, latens Deitas,
Quae sub his figuris vere latitas:
Tibi se cor meum totum subjicit,
Quia te contemplans totum deficit.
Visus, gustus, tactus in te fallitur,
Sed auditu solo tuto creditur:
Credo quidquod dixit Dei Filius:
Nil hoc Veritatis verbo verius.
(Adórote devotamente, oculta Deidad,
que bajo estas sagradas especies te ocultas verdaderamente:
A ti mi corazón totalmente se somete,
pues al contemplarte, se siente desfallecer por completo.
La vista, el tacto, el gusto, son aquí falaces;
sólo con el oído se llega a tener fe segura.
Creo todo lo que ha dicho el Hijo de Dios,
nada más verdadero que esta palabra de Verdad.)
VI EL BANQUETE PASCUAL
1382 La misa es,
a la vez e inseparablemente, el memorial sacrificial en que se perpetúa
el sacrificio de la cruz, y el banquete sagrado de la comunión en
el Cuerpo y la Sangre del Señor. Pero la celebración del sacrificio
eucarístico está totalmente orientada hacia la unión
íntima de los fieles con Cristo por medio de la comunión. Comulgar
es recibir a Cristo mismo que se ofrece por nosotros.
1383 El altar, en torno al cual la Iglesia se reúne
en la celebración de la Eucaristía, representa los dos aspectos
de un mismo misterio: el altar del sacrificio y la mesa del Señor,
y esto, tanto más cuanto que el altar cristiano es el símbolo
de Cristo mismo, presente en medio de la asamblea de sus fieles, a la vez
como la víctima ofrecida por nuestra reconciliación y como
alimento celestial que se nos da. "¿Qué es, en efecto, el altar
de Cristo sino la imagen del Cuerpo de Cristo?", dice S. Ambrosio (sacr.
5,7), y en otro lugar: "El altar representa el Cuerpo (de Cristo), y el Cuerpo
de Cristo está sobre el altar" (sacr. 4,7). La liturgia expresa esta
unidad del sacrificio y de la comunión en numerosas oraciones. Así,
la Iglesia de Roma ora en su anáfora:
Te pedimos humildemente, Dios todopoderoso, que esta
ofrenda sea llevada a tu presencia hasta el altar del cielo, por manos de
tu ángel, para que cuantos recibimos el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo,
al participar aquí de este altar, seamos colmados de gracia y bendición.
“Tomad y comed todos de él”: la comunión
1384 El Señor
nos dirige una invitación urgente a recibirle en el sacramento de
la Eucaristía: "En verdad en verdad os digo: si no coméis la
carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tendréis
vida en vosotros" (Jn 6,53).
1385 Para responder a esta invitación, debemos
prepararnos para este momento tan grande y santo. S. Pablo exhorta a
un examen de conciencia: "Quien coma el pan o beba el cáliz del Señor
indignamente, será reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor.
Examínese, pues, cada cual, y coma entonces del pan y beba del cáliz.
Pues quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propio castigo"
( 1 Co 11,27-29). Quien tiene conciencia de estar en pecado grave debe recibir
el sacramento de la Reconciliación antes de acercarse a comulgar.
1386 Ante la grandeza de este sacramento, el fiel sólo
puede repetir humildemente y con fe ardiente las palabras del Centurión
(cf Mt 8,8): "Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero
una palabra tuya bastará para sanarme". En la Liturgia de S. Juan
Crisóstomo, los fieles oran con el mismo espíritu:
Hazme comulgar hoy en tu cena mística, oh Hijo
de Dios. Porque no diré el secreto a tus enemigos ni te daré
el beso de Judas. Sino que, como el buen ladrón, te digo: Acuérdate
de mí, Señor, en tu Reino.
1387 Para prepararse convenientemente a recibir este
sacramento, los fieles deben observar el ayuno prescrito por la Iglesia
(cf CIC can. 919). Por la actitud corporal (gestos, vestido) se manifiesta
el respeto, la solemnidad, el gozo de ese momento en que Cristo se hace nuestro
huésped.
1388 Es conforme al sentido mismo de la Eucaristía
que los fieles, con las debidas disposiciones (cf CIC, can. 916), comulguen
cuando participan en la misa (cf CIC, can 917. Los fieles, en el mismo día,
pueden recibir la Santísima Eucaristía sólo una segunda
vez: Cf PONTIFICIA COMMISSIO CODICI IURIS CANONICI AUTHENTICE INTERPRETANDO,
Responsa ad proposita dubia, 1: AAS 76 (1984) 746): "Se recomienda especialmente
la participación más perfecta en la misa, recibiendo los fieles,
después de la comunión del sacerdote, del mismo sacrificio,
el cuerpo del Señor" (SC 55).
1389 La Iglesia obliga a los fieles a participar los
domingos y días de fiesta en la divina liturgia (cf OE 15) y a recibir
al menos una vez al año la Eucaristía, si es posible en tiempo
pascual (cf CIC, can. 920), preparados por el sacramento de la Reconciliación.
Pero la Iglesia recomienda vivamente a los fieles recibir la santa Eucaristía
los domingos y los días de fiesta, o con más frecuencia aún,
incluso todos los días.
1390 Gracias a la presencia sacramental de Cristo bajo
cada una de las especies, la comunión bajo la sola especie de pan
ya hace que se reciba todo el fruto de gracia propio de la Eucaristía.
Por razones pastorales, esta manera de comulgar se ha establecido legítimamente
como la más habitual en el rito latino. "La comunión tiene
una expresión más plena por razón del signo cuando se
hace bajo las dos especies. Ya que en esa forma es donde más perfectamente
se manifiesta el signo del banquete eucarístico" (IGMR 240). Es la
forma habitual de comulgar en los ritos orientales.
Los frutos de la comunión
1391 La comunión
acrecienta nuestra unión con Cristo. Recibir la Eucaristía
en la comunión da como fruto principal la unión íntima
con Cristo Jesús. En efecto, el Señor dice: "Quien come mi
Carne y bebe mi Sangre habita en mí y yo en él" (Jn 6,56).
La vida en Cristo encuentra su fundamento en el banquete eucarístico:
"Lo mismo que me ha enviado el Padre, que vive, y yo vivo por el Padre,
también el que me coma vivirá por mí" (Jn 6,57):
Cuando en las fiestas del Señor los fieles reciben
el Cuerpo del Hijo, proclaman unos a otros la Buena Nueva de que se dan
las arras de la vida, como cuando el ángel dijo a María de
Magdala: "¡Cristo ha resucitado!" He aquí que ahora también
la vida y la resurrección son comunicadas a quien recibe a Cristo
(Fanqîth, Oficio siriaco de Antioquía, vol. I, Commun, 237
a-b).
1392 Lo que el alimento material produce en nuestra vida
corporal, la comunión lo realiza de manera admirable en nuestra vida
espiritual. La comunión con la Carne de Cristo resucitado, vivificada
por el Espíritu Santo y vivificante (PO 5), conserva, acrecienta
y renueva la vida de gracia recibida en el Bautismo. Este crecimiento de
la vida cristiana necesita ser alimentado por la comunión eucarística,
pan de nuestra peregrinación, hasta el momento de la muerte, cuando
nos sea dada como viático.
1393 La comunión nos separa del pecado. El Cuerpo
de Cristo que recibimos en la comunión es "entregado por nosotros",
y la Sangre que bebemos es "derramada por muchos para el perdón de
los pecados". Por eso la Eucaristía no puede unirnos a Cristo sin
purificarnos al mismo tiempo de los pecados cometidos y preservarnos de futuros
pecados:
"Cada vez que lo recibimos, anunciamos la muerte del
Señor" (1 Co 11,26). Si anunciamos la muerte del Señor, anunciamos
también el perdón de los pecados . Si cada vez que su Sangre
es derramada, lo es para el perdón de los pecados, debo recibirle siempre,
para que siempre me perdone los pecados. Yo que peco siempre, debo tener
siempre un remedio (S. Ambrosio, sacr. 4, 28).
1394 Como el alimento corporal sirve para restaurar la
pérdida de fuerzas, la Eucaristía fortalece la caridad que,
en la vida cotidiana, tiende a debilitarse; y esta caridad vivificada borra
los pecados veniales (cf Cc. de Trento: DS 1638). Dándose a nosotros,
Cristo reaviva nuestro amor y nos hace capaces de romper los lazos desordenados
con las criaturas y de arraigarnos en él:
Porque Cristo murió por nuestro amor, cuando
hacemos conmemoración de su muerte en nuestro sacrificio, pedimos
que venga el Espíritu Santo y nos comunique el amor; suplicamos fervorosamente
que aquel mismo amor que impulsó a Cristo a dejarse crucificar por
nosotros sea infundido por el Espíritu Santo en nuestro propios corazones,
con objeto de que consideremos al mundo como crucificado para nosotros,
y sepamos vivir crucificados para el mundo...y, llenos de caridad, muertos
para el pecado vivamos para Dios (S. Fulgencio de Ruspe, Fab. 28,16-19).
1395 Por la misma caridad que enciende en nosotros, la
Eucaristía nos preserva de futuros pecados mortales. Cuanto más
participamos en la vida de Cristo y más progresamos en su amistad,
tanto más difícil se nos hará romper con él
por el pecado mortal. La Eucaristía no está ordenada al perdón
de los pecados mortales. Esto es propio del sacramento de la Reconciliación.
Lo propio de la Eucaristía es ser el sacramento de los que están
en plena comunión con la Iglesia.
1396 La unidad del Cuerpo místico: La Eucaristía
hace la Iglesia. Los que reciben la Eucaristía se unen más
estrechamente a Cristo. Por ello mismo, Cristo los une a todos los fieles
en un solo cuerpo: la Iglesia. La comunión renueva, fortifica, profundiza
esta incorporación a la Iglesia realizada ya por el Bautismo. En el
Bautismo fuimos llamados a no formar más que un solo cuerpo (cf 1
Co 12,13). La Eucaristía realiza esta llamada: "El cáliz de
bendición que bendecimos ¿no es acaso comunión con la
sangre de Cristo? y el pan que partimos ¿no es comunión con
el Cuerpo de Cristo? Porque aun siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo
somos, pues todos participamos de un solo pan" (1 Co 10,16-17):
Si vosotros mismos sois Cuerpo y miembros de Cristo,
sois el sacramento que es puesto sobre la mesa del Señor, y recibís
este sacramento vuestro. Respondéis "Amén" (es decir, "sí",
"es verdad") a lo que recibís, con lo que, respondiendo, lo reafirmáis.
Oyes decir "el Cuerpo de Cristo", y respondes "amén". Por lo tanto,
se tú verdadero miembro de Cristo para que tu "amén" sea también
verdadero (S. Agustín, serm. 272).
1397 La Eucaristía entraña un compromiso
en favor de los pobres: Para recibir en la verdad el Cuerpo y la Sangre
de Cristo entregados por nosotros debemos reconocer a Cristo en los más
pobres, sus hermanos (cf Mt 25,40):
Has gustado la sangre del Señor y no reconoces
a tu hermano. Deshonras esta mesa, no juzgando digno de compartir tu alimento
al que ha sido juzgado digno de participar en esta mesa. Dios te ha liberado
de todos los pecados y te ha invitado a ella. Y tú, aún así,
no te has hecho más misericordioso (S. Juan Crisóstomo, hom.
in 1 Co 27,4).
1398 La Eucaristía y la unidad de los cristianos.
Ante la grandeza de esta misterio, S. Agustín exclama: "O sacramentum
pietatis! O signum unitatis! O vinculum caritatis!" ("¡Oh sacramento
de piedad, oh signo de unidad, oh vínculo de caridad!", Ev. Jo. 26,13;
cf SC 47). Cuanto más dolorosamente se hacen sentir las divisiones
de la Iglesia que rompen la participación común en la mesa
del Señor, tanto más apremiantes son las oraciones al Señor
para que lleguen los días de la unidad completa de todos los que
creen en él.
1399 Las Iglesias orientales que no están en plena
comunión con la Iglesia católica celebran la Eucaristía
con gran amor. "Mas como estas Iglesias, aunque separadas, tienen verdaderos
sacramentos, y sobre todo, en virtud de la sucesión apostólica,
el sacerdocio y la Eucaristía, con los que se unen aún más
con nosotros con vínculo estrechísimo" (UR 15). Una cierta
comunión in sacris, por tanto, en la Eucaristía, "no solamente
es posible, sino que se aconseja...en circunstancias oportunas y aprobándolo
la autoridad eclesiástica" (UR 15, cf CIC can. 844,3).
1400 Las comunidades eclesiales nacidas de la Reforma,
separadas de la Iglesia católica, "sobre todo por defecto del sacramento
del orden, no han conservado la sustancia genuina e íntegra del Misterio
eucarístico" (UR 22). Por esto, para la Iglesia católica,
la intercomunión eucarística con estas comunidades no es posible.
Sin embargo, estas comunidades eclesiales "al conmemorar en la Santa Cena
la muerte y la resurrección del Señor, profesan que en la
comunión de Cristo se significa la vida, y esperan su venida gloriosa"
(UR 22).
1401 Si, a juicio del ordinario, se presenta una necesidad
grave, los ministros católicos pueden administrar los sacramentos
(eucaristía, penitencia, unción de los enfermos) a cristianos
que no están en plena comunión con la Iglesia católica,
pero que piden estos sacramentos con deseo y rectitud: en tal caso se precisa
que profesen la fe católica respecto a estos sacramentos y estén
bien dispuestos (cf CIC, can. 844,4).
VII LA EUCARISTIA, "PIGNUS FUTURAE GLORIAE"
1402 En una antigua
oración, la Iglesia aclama el misterio de la Eucaristía: "O
sacrum convivium in quo Christus sumitur. Recolitur memoria passionis eius;
mens impletur gratia et futurae gloriae nobis pignus datur" ("¡Oh sagrado
banquete, en que Cristo es nuestra comida; se celebra el memorial de su pasión;
el alma se llena de gracia, y se nos da la prenda de la gloria futura!").
Si la Eucaristía es el memorial de la Pascua del Señor y si
por nuestra comunión en el altar somos colmados "de toda bendición
celestial y gracia" (MR, Canon Romano 96: "Supplices te rogamus"), la Eucaristía
es también la anticipación de la gloria celestial.
1403 En la última cena, el Señor mismo
atrajo la atención de sus discípulos hacia el cumplimiento
de la Pascua en el reino de Dios: "Y os digo que desde ahora no beberé
de este fruto de la vid hasta el día en que lo beba con vosotros,
de nuevo, en el Reino de mi Padre" (Mt 26,29; cf. Lc 22,18; Mc 14,25). Cada
vez que la Iglesia celebra la Eucaristía recuerda esta promesa y su
mirada se dirige hacia "el que viene" (Ap 1,4). En su oración, implora
su venida: "Maran atha" (1 Co 16,22), "Ven, Señor Jesús" (Ap
22,20), "que tu gracia venga y que este mundo pase" (Didaché 10,6).
1404 La Iglesia sabe que, ya ahora, el Señor viene
en su Eucaristía y que está ahí en medio de nosotros.
Sin embargo, esta presencia está velada. Por eso celebramos la Eucaristía
"expectantes beatam spem et adventum Salvatoris nostri Jesu Christi" ("Mientras
esperamos la gloriosa venida de Nuestro Salvador Jesucristo", Embolismo
después del Padre Nuestro; cf Tt 2,13), pidiendo entrar "en tu reino,
donde esperamos gozar todos juntos de la plenitud eterna de tu gloria; allí
enjugarás las lágrimas de nuestros ojos, porque, al contemplarte
como tú eres, Dios nuestro, seremos para siempre semejantes a ti
y cantaremos eternamente tus alabanzas, por Cristo, Señor Nuestro"
(MR, Plegaria Eucarística 3, 128: oración por los difuntos).
1405 De esta gran esperanza, la de los cielos nuevos
y la tierra nueva en los que habitará la justicia (cf 2 P 3,13),
no tenemos prenda más segura, signo más manifiesto que la Eucaristía.
En efecto, cada vez que se celebra este misterio, "se realiza la obra de
nuestra redención" (LG 3) y "partimos un mismo pan que es remedio
de inmortalidad, antídoto para no morir, sino para vivir en Jesucristo
para siempre" (S. Ignacio de Antioquía, Eph 20,2).
RESUMEN
1406 Jesús
dijo: "Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá
para siempre...el que come mi Carne y bebe mi Sangre, tiene vida eterna...permanece
en mí y yo en él" (Jn 6, 51.54.56).
1407 La Eucaristía es el corazón y la cumbre
de la vida de la Iglesia, pues en ella Cristo asocia su Iglesia y todos
sus miembros a su sacrificio de alabanza y acción de gracias ofrecido
una vez por todas en la cruz a su Padre; por medio de este sacrificio derrama
las gracias de la salvación sobre su Cuerpo, que es la Iglesia.
1408 La celebración eucarística comprende
siempre: la proclamación de la Palabra de Dios, la acción
de gracias a Dios Padre por todos sus beneficios, sobre todo por el don
de su Hijo, la consagración del pan y del vino y la participación
en el banquete litúrgico por la recepción del Cuerpo y de
la Sangre del Señor: estos elementos constituyen un solo y mismo
acto de culto.
1409 La Eucaristía es el memorial de la Pascua
de Cristo, es decir, de la obra de la salvación realizada por la vida,
la muerte y la resurrección de Cristo, obra que se hace presente
por la acción litúrgica.
1410 Es Cristo mismo, sumo sacerdote y eterno de la nueva
Alianza, quien, por el ministerio de los sacerdotes, ofrece el sacrificio
eucarístico. Y es también el mismo Cristo, realmente presente
bajo las especies del pan y del vino, la ofrenda del sacrificio eucarístico.
1411 Sólo los presbíteros válidamente
ordenados pueden presidir la Eucaristía y consagrar el pan y el vino
para que se conviertan en el Cuerpo y la Sangre del Señor.
1412 Los signos esenciales del sacramento eucarístico
son pan de trigo y vino de vid, sobre los cuales es invocada la bendición
del Espíritu Santo y el presbítero pronuncia las palabras
de la consagración dichas por Jesús en la última cena:
"Esto es mi Cuerpo entregado por vosotros...Este es el cáliz de mi
Sangre..."
1413 Por la consagración se realiza la transubstanciación
del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Bajo las especies
consagradas del pan y del vino, Cristo mismo, vivo y glorioso, está
presente de manera verdadera, real y substancial, con su Cuerpo, su Sangre,
su alma y su divinidad (cf Cc. de Trento: DS 1640; 1651).
1414 En cuanto sacrificio, la Eucaristía es ofrecida
también en reparación de los pecados de los vivos y los difuntos,
y para obtener de Dios beneficios espirituales o temporales.
1415 El que quiere recibir a Cristo en la Comunión
eucarística debe hallarse en estado de gracia. Si uno tiene conciencia
de haber pecado mortalmente no debe acercarse a la Eucaristía sin
haber recibido previamente la absolución en el sacramento de la Penitencia.
1416 La Sagrada Comunión del Cuerpo y de la Sangre
de Cristo acrecienta la unión del comulgante con el Señor,
le perdona los pecados veniales y lo preserva de pecados graves. Puesto que
los lazos de caridad entre el comulgante y Cristo son reforzados, la recepción
de este sacramento fortalece la unidad de la Iglesia, Cuerpo místico
de Cristo.
1417 La Iglesia recomienda vivamente a los fieles que
reciban la sagrada comunión cuando participan en la celebración
de la Eucaristía; y les impone la obligación de hacerlo al menos
una vez al año.
1418 Puesto que Cristo mismo está presente en
el Sacramento del Altar es preciso honrarlo con culto de adoración.
"La visita al Santísimo Sacramento es una prueba de gratitud, un
signo de amor y un deber de adoración hacia Cristo, nuestro Señor"
(MF).
1419 Cristo, que pasó de este mundo al Padre,
nos da en la Eucaristía la prenda de la gloria que tendremos junto
a él: la participación en el Santo Sacrificio nos identifica
con su Corazón, sostiene nuestras fuerzas a lo largo del peregrinar
de esta vida, nos hace desear la Vida eterna y nos une ya desde ahora a
la Iglesia del cielo, a la Santa Virgen María y a todos los santos.
CAPITULO SEGUNDO: LOS SACRAMENTOS DE CURACION
1420 Por los sacramentos
de la iniciación cristiana, el hombre recibe la vida nueva de Cristo.
Ahora bien, esta vida la llevamos en "vasos de barro" (2 Co 4,7). Actualmente
está todavía "escondida con Cristo en Dios" (Col 3,3). Nos
hallamos aún en "nuestra morada terrena" (2 Co 5,1), sometida al
sufrimiento, a la enfermedad y a la muerte. Esta vida nueva de hijo de Dios
puede ser debilitada e incluso perdida por el pecado.
1421 El Señor Jesucristo, médico de nuestras
almas y de nuestros cuerpos, que perdonó los pecados al paralítico
y le devolvió la salud del cuerpo (cf Mc 2,1-12), quiso que su Iglesia
continuase, en la fuerza del Espíritu Santo, su obra de curación
y de salvación, incluso en sus propios miembros. Este es finalidad
de los dos sacramentos de curación: del sacramento de la Penitencia
y de la Unción de los enfermos.
Artículo 4 EL SACRAMENTO DE
LA PENITENCIA
Y DE LA RECONCILIACION
1422 "Los que se
acercan al sacramento de la penitencia obtienen de la misericordia de Dios
el perdón de los pecados cometidos contra El y, al mismo tiempo,
se reconcilian con la Iglesia, a la que ofendieron con sus pecados. Ella
les mueve a conversión con su amor, su ejemplo y sus oraciones" (LG
11).
I EL NOMBRE DE ESTE SACRAMENTO
1423 Se le denomina
sacramento de conversión porque realiza sacramentalmente la llamada
de Jesús a la conversión (cf Mc 1,15), la vuelta al Padre
(cf Lc 15,18) del que el hombre se había alejado por el pecado.
Se denomina sacramento de la Penitencia porque consagra
un proceso personal y eclesial de conversión, de arrepentimiento
y de reparación por parte del cristiano pecador.
1424 Es llamado sacramento de la confesión porque
la declaración o manifestación, la confesión de los
pecados ante el sacerdote, es un elemento esencial de este sacramento. En
un sentido profundo este sacramento es también una "confesión",
reconocimiento y alabanza de la santidad de Dios y de su misericordia para
con el hombre pecador.
Se le llama sacramento del perdón porque, por
la absolución sacramental del sacerdote, Dios concede al penitente
"el perdón y la paz" (OP, fórmula de la absolución).
Se le denomina sacramento de reconciliación porque
otorga al pecador el amor de Dios que reconcilia: "Dejaos reconciliar con
Dios" (2 Co 5,20). El que vive del amor misericordioso de Dios está
pronto a responder a la llamada del Señor: "Ve primero a reconciliarte
con tu hermano" (Mt 5,24).
II POR QUÉ
UN SACRAMENTO DE LA RECONCILIACION
DESPUES DEL BAUTISMO
1425 "Habéis sido lavados, habéis sido
santificados, habéis sido justificados en el nombre del Señor
Jesucristo y por el Espíritu de nuestro Dios" (1 Co 6,11). Es preciso
darse cuenta de la grandeza del don de Dios que se nos hace en los sacramentos
de la iniciación cristiana para comprender hasta qué punto
el pecado es algo que no cabe en aquél que "se ha revestido de Cristo"
(Ga 3,27). Pero el apóstol S. Juan dice también: "Si decimos:
`no tenemos pecado', nos engañamos y la verdad no está en
nosotros" (1 Jn 1,8). Y el Señor mismo nos enseñó a
orar: "Perdona nuestras ofensas" (Lc 11,4) uniendo el perdón mutuo
de nuestras ofensas al perdón que Dios concederá a nuestros
pecados.
1426 La conversión a Cristo, el nuevo nacimiento
por el Bautismo, el don del Espíritu Santo, el Cuerpo y la Sangre
de Cristo recibidos como alimento nos han hecho "santos e inmaculados ante
él" (Ef 1,4), como la Iglesia misma, esposa de Cristo, es "santa e
inmaculada ante él" (Ef 5,27). Sin embargo, la vida nueva recibida
en la iniciación cristiana no suprimió la fragilidad y la debilidad
de la naturaleza humana, ni la inclinación al pecado que la tradición
llama concupiscencia, y que permanece en los bautizados a fin de que sirva
de prueba en ellos en el combate de la vida cristiana ayudados por la gracia
de Dios (cf DS 1515). Esta lucha es la de la conversión con
miras a la santidad y la vida eterna a la que el Señor no cesa de
llamarnos (cf DS 1545; LG 40).
III LA CONVERSION DE LOS BAUTIZADOS
1427 Jesús
llama a la conversión. Esta llamada es una parte esencial del anuncio
del Reino: "El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca;
convertíos y creed en la Buena Nueva" (Mc 1,15). En la predicación
de la Iglesia, esta llamada se dirige primeramente a los que no conocen todavía
a Cristo y su Evangelio. Así, el Bautismo es el lugar principal de
la conversión primera y fundamental. Por la fe en la Buena Nueva
y por el Bautismo (cf. Hch 2,38) se renuncia al mal y se alcanza la salvación,
es decir, la remisión de todos los pecados y el don de la vida nueva.
1428 Ahora bien, la llamada de Cristo a la conversión
sigue resonando en la vida de los cristianos. Esta segunda conversión
es una tarea ininterrumpida para toda la Iglesia que "recibe en su propio
seno a los pecadores" y que siendo "santa al mismo tiempo que necesitada
de purificación constante,busca sin cesar la penitencia y la renovación"
(LG 8). Este esfuerzo de conversión no es sólo una obra humana.
Es el movimiento del "corazón contrito" (Sal 51,19), atraído
y movido por la gracia (cf Jn 6,44; 12,32) a responder al amor misericordioso
de Dios que nos ha amado primero (cf 1 Jn 4,10).
1429 De ello da testimonio la conversión de S.
Pedro tras la triple negación de su Maestro. La mirada de infinita
misericordia de Jesús provoca las lágrimas del arrepentimiento
(Lc 22,61) y, tras la resurrección del Señor, la triple afirmación
de su amor hacia él (cf Jn 21,15-17). La segunda conversión
tiene también una dimensión comunitaria. Esto aparece en la
llamada del Señor a toda la Iglesia: "¡Arrepiéntete!"
(Ap 2,5.16).
S. Ambrosio dice acerca de las dos conversiones que,
en la Iglesia, "existen el agua y las lágrimas: el agua del Bautismo
y las lágrimas de la Penitencia" (Ep. 41,12).
IV LA PENITENCIA INTERIOR
1430 Como ya en
los profetas, la llamada de Jesús a la conversión y a la penitencia
no mira, en primer lugar, a las obras exteriores "el saco y la ceniza", los
ayunos y las mortificaciones, sino a la conversión del corazón,
la penitencia interior. Sin ella, las obras de penitencia permanecen estériles
y engañosas; por el contrario, la conversión interior impulsa
a la expresión de esta actitud por medio de signos visibles, gestos
y obras de penitencia (cf Jl 2,12-13; Is 1,16-17; Mt 6,1-6. 16-18).
1431 La penitencia interior es una reorientación
radical de toda la vida, un retorno, una conversión a Dios con todo
nuestro corazón, una ruptura con el pecado, una aversión del
mal, con repugnancia hacia las malas acciones que hemos cometido. Al mismo
tiempo, comprende el deseo y la resolución de cambiar de vida con
la esperanza de la misericordia divina y la confianza en la ayuda de su gracia.
Esta conversión del corazón va acompañada de dolor
y tristeza saludables que los Padres llamaron "animi cruciatus" (aflicción
del espíritu), "compunctio cordis" (arrepentimiento del corazón)
(cf Cc. de Trento: DS 1676-1678; 1705; Catech. R. 2, 5, 4).
1432 El corazón del hombre es rudo y endurecido.
Es preciso que Dios dé al hombre un corazón nuevo (cf Ez 36,26-27).
La conversión es primeramente una obra de la gracia de Dios
que hace volver a él nuestros corazones: "Conviértenos, Señor,
y nos convertiremos" (Lc 5,21). Dios es quien nos da la fuerza para comenzar
de nuevo. Al descubrir la grandeza del amor de Dios, nuestro corazón
se estremece ante el horror y el peso del pecado y comienza a temer ofender
a Dios por el pecado y verse separado de él. El corazón humano
se convierte mirando al que nuestros pecados traspasaron (cf Jn 19,37; Za
12,10).
Tengamos los ojos fijos en la sangre de Cristo y comprendamos
cuán preciosa es a su Padre, porque, habiendo sido derramada para
nuestra salvación, ha conseguido para el mundo entero la gracia del
arrepentimiento (S. Clem. Rom. Cor 7,4).
1433 Después de Pascua, el Espíritu Santo
"convence al mundo en lo referente al pecado" (Jn 16, 8-9), a saber, que
el mundo no ha creído en el que el Padre ha enviado. Pero este mismo
Espíritu, que desvela el pecado, es el Consolador (cf Jn 15,26) que
da al corazón del hombre la gracia del arrepentimiento y de la conversión
(cf Hch 2,36-38; Juan Pablo II, DeV 27-48).
V DIVERSAS FORMAS DE PENITENCIA EN LA VIDA CRISTIANA
1434 La penitencia
interior del cristiano puede tener expresiones muy variadas. La Escritura
y los Padres insisten sobre todo en tres formas: el ayuno, la oración,
la limosna (cf. Tb 12,8; Mt 6,1-18), que expresan la conversión
con relación a sí mismo, con relación a Dios y con relación
a los demás. Junto a la purificación radical operada por el
Bautismo o por el martirio, citan, como medio de obtener el perdón
de los pecados, los esfuerzos realizados para reconciliarse con el prójimo,
las lágrimas de penitencia, la preocupación por la salvación
del prójimo (cf St 5,20), la intercesión de los santos y la
práctica de la caridad "que cubre multitud de pecados" (1 P 4,8).
1435 La conversión se realiza en la vida cotidiana
mediante gestos de reconciliación, la atención a los pobres,
el ejercicio y la defensa de la justicia y del derecho (Am 5,24; Is 1,17),
por el reconocimiento de nuestras faltas ante los hermanos, la corrección
fraterna, la revisión de vida, el examen de conciencia, la dirección
espiritual, la aceptación de los sufrimientos, el padecer la persecución
a causa de la justicia. Tomar la cruz cada día y seguir a Jesús
es el camino más seguro de la penitencia (cf Lc 9,23).
1436 Eucaristía y Penitencia. La conversión
y la penitencia diarias encuentran su fuente y su alimento en la Eucaristía,
pues en ella se hace presente el sacrificio de Cristo que nos reconcilió
con Dios; por ella son alimentados y fortificados los que viven de la vida
de Cristo; "es el antídoto que nos libera de nuestras faltas cotidianas
y nos preserva de pecados mortales" (Cc. de Trento: DS 1638).
1437 La lectura de la Sagrada Escritura, la oración
de la Liturgia de las Horas y del Padre Nuestro, todo acto sincero de culto
o de piedad reaviva en nosotros el espíritu de conversión
y de penitencia y contribuye al perdón de nuestros pecados.
1438 Los tiempos y los días de penitencia a lo
largo del año litúrgico (el tiempo de Cuaresma, cada viernes
en memoria de la muerte del Señor) son momentos fuertes de la práctica
penitencial de la Iglesia (cf SC 109-110; CIC can. 1249-1253; CCEO 880-883).
Estos tiempos son particularmente apropiados para los ejercicios espirituales,
las liturgias penitenciales, las peregrinaciones como signo de penitencia,
las privaciones voluntarias como el ayuno y la limosna, la comunicación
cristiana de bienes (obras caritativas y misioneras).
1439 El proceso de la conversión y de la penitencia
fue descrito maravillosamente por Jesús en la parábola llamada
"del hijo pródigo", cuyo centro es "el Padre misericordioso" (Lc
15,11-24): la fascinación de una libertad ilusoria, el abandono de
la casa paterna; la miseria extrema en que el hijo se encuentra tras haber
dilapidado su fortuna; la humillación profunda de verse obligado
a apacentar cerdos, y peor aún, la de desear alimentarse de las algarrobas
que comían los cerdos; la reflexión sobre los bienes perdidos;
el arrepentimiento y la decisión de declararse culpable ante su padre,
el camino del retorno; la acogida generosa del padre; la alegría del
padre: todos estos son rasgos propios del proceso de conversión. El
mejor vestido, el anillo y el banquete de fiesta son símbolos de esta
vida nueva, pura, digna, llena de alegría que es la vida del hombre
que vuelve a Dios y al seno de su familia, que es la Iglesia. Sólo
el corazón de Cristo que conoce las profundidades del amor de su Padre,
pudo revelarnos el abismo de su misericordia de una manera tan llena de simplicidad
y de belleza.
VI EL SACRAMENTO DE LA PENITENCIA
Y DE LA RECONCILIACION
1440 El pecado es,
ante todo, ofensa a Dios, ruptura de la comunión con él. Al
mismo tiempo, atenta contra la comunión con la Iglesia. Por eso la
conversión implica a la vez el perdón de Dios y la reconciliación
con la Iglesia, que es lo que expresa y realiza litúrgicamente el
sacramento de la Penitencia y de la Reconciliación (cf LG 11).
Sólo Dios perdona el pecado
1441 Sólo
Dios perdona los pecados (cf Mc 2,7). Porque Jesús es el Hijo de
Dios, dice de sí mismo: "El Hijo del hombre tiene poder de perdonar
los pecados en la tierra" (Mc 2,10) y ejerce ese poder divino: "Tus pecados
están perdonados" (Mc 2,5; Lc 7,48). Más aún, en virtud
de su autoridad divina, Jesús confiere este poder a los hombres
(cf Jn 20,21-23) para que lo ejerzan en su nombre.
1442 Cristo quiso que toda su Iglesia, tanto en su oración
como en su vida y su obra, fuera el signo y el instrumento del perdón
y de la reconciliación que nos adquirió al precio de su sangre.
Sin embargo, confió el ejercicio del poder de absolución al
ministerio apostólico, que está encargado del "ministerio
de la reconciliación" (2 Cor 5,18). El apóstol es enviado
"en nombre de Cristo", y "es Dios mismo" quien, a través de él,
exhorta y suplica: "Dejaos reconciliar con Dios" (2 Co 5,20).
Reconciliación con la Iglesia
1443 Durante su
vida pública, Jesús no sólo perdonó los pecados,
también manifestó el efecto de este perdón: a los pecadores
que son perdonados los vuelve a integrar en la comunidad del pueblo de Dios,
de donde el pecado los había alejado o incluso excluido. Un signo
manifiesto de ello es el hecho de que Jesús admite a los pecadores
a su mesa, más aún, él mismo se sienta a su mesa, gesto
que expresa de manera conmovedora, a la vez, el perdón de Dios (cf
Lc 15) y el retorno al seno del pueblo de Dios (cf Lc 19,9).
1444 Al hacer partícipes a los apóstoles
de su propio poder de perdonar los pecados, el Señor les da también
la autoridad de reconciliar a los pecadores con la Iglesia. Esta dimensión
eclesial de su tarea se expresa particularmente en las palabras solemnes
de Cristo a Simón Pedro: "A ti te daré las llaves del Reino
de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos,
y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos" (Mt
16,19). "Está claro que también el Colegio de los Apóstoles,
unido a su Cabeza (cf Mt 18,18; 28,16-20), recibió la función
de atar y desatar dada a Pedro (cf Mt 16,19)" LG 22).
1445 Las palabras atar y desatar significan: aquel a
quien excluyáis de vuestra comunión, será excluido
de la comunión con Dios; aquel a quien que recibáis de nuevo
en vuestra comunión, Dios lo acogerá también en la
suya. La reconciliación con la Iglesia es inseparable de la reconciliación
con Dios.
El sacramento del perdón
1446 Cristo instituyó
el sacramento de la Penitencia en favor de todos los miembros pecadores
de su Iglesia, ante todo para los que, después del Bautismo, hayan
caído en el pecado grave y así hayan perdido la gracia bautismal
y lesionado la comunión eclesial. El sacramento de la Penitencia
ofrece a éstos una nueva posibilidad de convertirse y de recuperar
la gracia de la justificación. Los Padres de la Iglesia presentan
este sacramento como "la segunda tabla (de salvación) después
del naufragio que es la pérdida de la gracia" (Tertuliano, paen. 4,2;
cf Cc. de Trento: DS 1542).
1447 A lo largo de los siglos la forma concreta, según
la cual la Iglesia ha ejercido este poder recibido del Señor ha variado
mucho. Durante los primeros siglos, la reconciliación de los cristianos
que habían cometido pecados particularmente graves después
de su Bautismo (por ejemplo, idolatría, homicidio o adulterio), estaba
vinculada a una disciplina muy rigurosa, según la cual los penitentes
debían hacer penitencia pública por sus pecados, a menudo,
durante largos años, antes de recibir la reconciliación. A
este "orden de los penitentes" (que sólo concernía a ciertos
pecados graves) sólo se era admitido raramente y, en ciertas regiones,
una sola vez en la vida. Durante el siglo VII, los misioneros irlandeses,
inspirados en la tradición monástica de Oriente, trajeron a
Europa continental la práctica "privada" de la Penitencia, que no
exigía la realización pública y prolongada de obras
de penitencia antes de recibir la reconciliación con la Iglesia. El
sacramento se realiza desde entonces de una manera más secreta
entre el penitente y el sacerdote. Esta nueva práctica preveía
la posibilidad de la reiteración del sacramento y abría así
el camino a una recepción regular del mismo. Permitía integrar
en una sola celebración sacramental el perdón de los pecados
graves y de los pecados veniales. A grandes líneas, esta es la forma
de penitencia que la Iglesia practica hasta nuestros días.
1448 A través de los cambios que la disciplina
y la celebración de este sacramento han experimentado a lo largo de
los siglos, se descubre una misma estructura fundamental. Comprende dos
elementos igualmente esenciales: por una parte, los actos del hombre que
se convierte bajo la acción del Espíritu Santo, a saber, la
contrición, la confesión de los pecados y la satisfacción;
y por otra parte, la acción de Dios por ministerio de la Iglesia.
Por medio del obispo y de sus presbíteros, la Iglesia en nombre de
Jesucristo concede el perdón de los pecados, determina la modalidad
de la satisfacción, ora también por el pecador y hace penitencia
con él. Así el pecador es curado y restablecido en la comunión
eclesial.
1449 La fórmula de absolución en uso en
la Iglesia latina expresa el elemento esencial de este sacramento: el Padre
de la misericordia es la fuente de todo perdón. Realiza la reconciliación
de los pecadores por la Pascua de su Hijo y el don de su Espíritu,
a través de la oración y el ministerio de la Iglesia:
Dios, Padre misericordioso, que reconcilió consigo
al mundo por la muerte y la resurrección de su Hijo y derramó
el Espíritu Santo para la remisión de los pecados, te conceda,
por el ministerio de la Iglesia, el perdón y la paz. Y yo te absuelvo
de tus pecados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo
(OP 102).
VII LOS ACTOS DEL PENITENTE
1450 "La penitencia
mueve al pecador a sufrir todo voluntariamente; en su corazón, contrición;
en la boca, confesión; en la obra toda humildad y fructífera
satisfacción" (Catech. R. 2,5,21; cf Cc de Trento: DS 1673) .
La contrición
1451 Entre los actos
del penitente, la contrición aparece en primer lugar. Es "un dolor
del alma y una detestación del pecado cometido con la resolución
de no volver a pecar" (Cc. de Trento: DS 1676).
1452 Cuando brota del amor de Dios amado sobre todas
las cosas, la contrición se llama "contrición perfecta"(contrición
de caridad). Semejante contrición perdona las faltas veniales;
obtiene también el perdón de los pecados mortales si comprende
la firme resolución de recurrir tan pronto sea posible a la confesión
sacramental (cf Cc. de Trento: DS 1677).
1453 La contrición llamada "imperfecta" (o "atrición")
es también un don de Dios, un impulso del Espíritu Santo.
Nace de la consideración de la fealdad del pecado o del temor de
la condenación eterna y de las demás penas con que es amenazado
el pecador. Tal conmoción de la conciencia puede ser el comienzo
de una evolución interior que culmina, bajo la acción de la
gracia, en la absolución sacramental. Sin embargo, por sí
misma la contrición imperfecta no alcanza el perdón de los
pecados graves, pero dispone a obtenerlo en el sacramento de la Penitencia
(cf Cc. de Trento: DS 1678, 1705).
1454 Conviene preparar la recepción de este sacramento
mediante un examen de conciencia hecho a la luz de la Palabra de Dios. Para
esto, los textos más aptos a este respecto se encuentran en el Decálogo
y en la catequesis moral de los evangelios y de las cartas de los apóstoles:
Sermón de la montaña y enseñanzas apostólicas
(Rm 12-15; 1 Co 12-13; Ga 5; Ef 4-6, etc.).
La confesión de los pecados
1455 La confesión
de los pecados, incluso desde un punto de vista simplemente humano, nos
libera y facilita nuestra reconciliación con los demás. Por
la confesión, el hombre se enfrenta a los pecados de que se siente
culpable; asume su responsabilidad y, por ello, se abre de nuevo a Dios y
a la comunión de la Iglesia con el fin de hacer posible un nuevo futuro.
1456 La confesión de los pecados hecha al sacerdote
constituye una parte esencial del sacramento de la penitencia: "En la confesión,
los penitentes deben enumerar todos los pecados mortales de que tienen conciencia
tras haberse examinado seriamente, incluso si estos pecados son muy secretos
y si han sido cometidos solamente contra los dos últimos mandamientos
del Decálogo (cf Ex 20,17; Mt 5,28), pues, a veces, estos pecados
hieren más gravemente el alma y son más peligrosos que los
que han sido cometidos a la vista de todos" (Cc. de Trento: DS 1680):
Cuando los fieles de Cristo se esfuerzan por confesar
todos los pecados que recuerdan, no se puede dudar que están presentando
ante la misericordia divina para su perdón todos los pecados que
han cometido. Quienes actúan de otro modo y callan conscientemente
algunos pecados, no están presentando ante la bondad divina nada
que pueda ser perdonado por mediación del sacerdote. Porque `si el
enfermo se avergüenza de descubrir su llaga al médico, la medicina
no cura lo que ignora' (S. Jerónimo, Eccl. 10,11) (Cc. de Trento:
DS 1680).
1457 Según el mandamiento de la Iglesia "todo
fiel llegado a la edad del uso de razón debe confesar al menos una
vez la año, los pecados graves de que tiene conciencia" (CIC can.
989; cf. DS 1683; 1708). "Quien tenga conciencia de hallarse en pecado grave
que no celebre la misa ni comulgue el Cuerpo del Señor sin acudir
antes a la confesión sacramental a no ser que concurra un motivo grave
y no haya posibilidad de confesarse; y, en este caso, tenga presente que
está obligado a hacer un acto de contrición perfecta, que
incluye el propósito de confesarse cuanto antes" (CIC, can. 916;
cf Cc. de Trento: DS 1647; 1661; CCEO can. 711). Los niños deben
acceder al sacramento de la penitencia antes de recibir por primera vez
la sagrada comunión (CIC can.914).
1458 Sin ser estrictamente necesaria, la confesión
de los pecados veniales, sin embargo, se recomienda vivamente por la Iglesia
(cf Cc. de Trento: DS 1680; CIC 988,2). En efecto, la confesión habitual
de los pecados veniales ayuda a formar la conciencia, a luchar contra las
malas inclinaciones, a dejarse curar por Cristo, a progresar en la vida
del Espíritu. Cuando se recibe con frecuencia, mediante este sacramento,
el don de la misericordia del Padre, el creyente se ve impulsado a ser él
también misericordioso (cf Lc 6,36):
El que confiesa sus pecados actúa ya con Dios.
Dios acusa tus pecados, si tú también te acusas, te unes a
Dios. El hombre y el pecador, son por así decirlo, dos realidades:
cuando oyes hablar del hombre, es Dios quien lo ha hecho; cuando oyes hablar
del pecador, es el hombre mismo quien lo ha hecho. Destruye lo que tú
has hecho para que Dios salve lo que él ha hecho...Cuando comienzas
a detestar lo que has hecho, entonces tus obras buenas comienzan porque reconoces
tus obras malas. El comienzo de las obras buenas es la confesión
de las obras malas. Haces la verdad y vienes a la Luz (S. Agustín,
ev. Ioa. 12,13).
La satisfacción
1459 Muchos pecados
causan daño al prójimo. Es preciso hacer lo posible para repararlo
(por ejemplo, restituir las cosas robadas, restablecer la reputación
del que ha sido calumniado, compensar las heridas). La simple justicia exige
esto. Pero además el pecado hiere y debilita al pecador mismo, así
como sus relaciones con Dios y con el prójimo. La absolución
quita el pecado, pero no remedia todos los desórdenes que el pecado
causó (cf Cc. de Trento: DS 1712). Liberado del pecado, el pecador
debe todavía recobrar la plena salud espiritual. Por tanto, debe
hacer algo más para reparar sus pecados: debe "satisfacer" de manera
apropiada o "expiar" sus pecados. Esta satisfacción se llama también
"penitencia".
1460 La penitencia que el confesor impone debe tener
en cuenta la situación personal del penitente y buscar su bien espiritual.
Debe corresponder todo lo posible a la gravedad y a la naturaleza de los
pecados cometidos. Puede consistir en la oración, en ofrendas, en
obras de misericordia, servicios al prójimo, privaciones voluntarias,
sacrificios, y sobre todo, la aceptación paciente de la cruz que debemos
llevar. Tales penitencias ayudan a configurarnos con Cristo que, el Unico
que expió nuestros pecados (Rm 3,25; 1 Jn 2,1-2) una vez por todas.
Nos permiten llegar a ser coherederos de Cristo resucitado, "ya que sufrimos
con él" (Rm 8,17; cf Cc. de Trento: DS 1690):
Pero nuestra satisfacción, la que realizamos
por nuestros pecados, sólo es posible por medio de Jesucristo: nosotros
que, por nosotros mismos, no podemos nada, con la ayuda "del que nos fortalece,
lo podemos todo" (Flp 4,13). Así el hombre no tiene nada de que pueda
gloriarse sino que toda "nuestra gloria" está en Cristo...en quien
satisfacemos "dando frutos dignos de penitencia" (Lc 3,8) que reciben su
fuerza de él, por él son ofrecidos al Padre y gracias a él
son aceptados por el Padre (Cc. de Trento: DS 1691).
VIII EL MINISTRO DE ESTE SACRAMENTO
1461 Puesto que
Cristo confió a sus apóstoles el ministerio de la reconciliación
(cf Jn 20,23; 2 Co 5,18), los obispos, sus sucesores, y los presbíteros,
colaboradores de los obispos, continúan ejerciendo este ministerio.
En efecto, los obispos y los presbíteros, en virtud del sacramento
del Orden, tienen el poder de perdonar todos los pecados "en el nombre del
Padre y del Hijo y del Espíritu Santo".
1462 El perdón de los pecados reconcilia con Dios
y también con la Iglesia. El obispo, cabeza visible de la Iglesia
par ticular, es considerado, por tanto, con justo título, desde los
tiempos antiguos como el que tiene principalmente el poder y el ministerio
de la reconciliación: es el moderador de la disciplina penitencial
(LG 26). Los presbíteros, sus colaboradores, lo ejercen en la medida
en que han recibido la tarea de administrarlo sea de su obispo (o de un superior
religioso) sea del Papa, a través del derecho de la Iglesia (cf CIC
can 844; 967-969, 972; CCEO can. 722,3-4).
1463 Ciertos pecados particularmente graves están
sancionados con la excomunión, la pena eclesiástica más
severa, que impide la recepción de los sacramentos y el ejercicio
de ciertos actos eclesiásticos (cf CIC, can. 1331; CCEO, can. 1431.
1434), y cuya absolución, por consiguiente, sólo puede ser
concedida, según el derecho de la Iglesia, al Papa, al obispo del
lugar, o a sacerdotes autorizados por ellos (cf CIC can. 1354-1357; CCEO
can. 1420). En caso de peligro de muerte, todo sacerdote, aun el que carece
de la facultad de oír confesiones, puede absolver de cualquier pecado
(cf CIC can. 976; para la absolución de los pecados, CCEO can. 725)
y de toda excomunión.
1464 Los sacerdotes deben alentar a los fieles a acceder
al sacramento de la penitencia y deben mostrarse disponibles a celebrar
este sacramento cada vez que los cristianos lo pidan de manera razonable
(cf CIC can. 986; CCEO, can 735; PO 13).
1465 Cuando celebra el sacramento de la Penitencia, el
sacerdote ejerce el ministerio del Buen Pastor que busca la oveja perdida,
el del Buen Samaritano que cura las heridas, del Padre que espera al Hijo
pródigo y lo acoge a su vuelta, del justo Juez que no hace acepción
de personas y cuyo juicio es a la vez justo y misericordioso. En una palabra,
el sacerdote es el signo y el instrumento del amor misericordioso de Dios
con el pecador.
1466 El confesor no es dueño, sino el servidor
del perdón de Dios. El ministro de este sacramento debe unirse a la
intención y a la caridad de Cristo (cf PO 13). Debe tener un conocimiento
probado del comportamiento cristiano, experiencia de las cosas humanas, respeto
y delicadeza con el que ha caído; debe amar la verdad, ser fiel al
magisterio de la Iglesia y conducir al penitente con paciencia hacia su curación
y su plena madurez. Debe orar y hacer penitencia por él confiándolo
a la misericordia del Señor.
1467 Dada la delicadeza y la grandeza de este ministerio
y el respeto debido a las personas, la Iglesia declara que todo sacerdote
que oye confesiones está obligado a guardar un secreto absoluto sobre
los pecados que sus penitentes le han confesado, bajo penas muy severas
(CIC can. 1388,1; CCEO can. 1456). Tampoco puede hacer uso de los conocimientos
que la confesión le da sobre la vida de los penitentes. Este secreto,
que no admite excepción, se llama "sigilo sacramental", porque lo
que el penitente ha manifestado al sacerdote queda "sellado" por el sacramento.
IX LOS EFECTOS DE ESTE SACRAMENTO
1468 "Toda la virtud
de la penitencia reside en que nos restituye a la gracia de Dios y nos une
con él con profunda amistad" (Catech. R. 2, 5, 18). El fin y el efecto
de este sacramento son, pues, la reconciliación con Dios. En los
que reciben el sacramento de la Penitencia con un corazón contrito
y con una disposición religiosa, "tiene como resultado la paz y la
tranquilidad de la conciencia, a las que acompaña un profundo consuelo
espiritual" (Cc. de Trento: DS 1674). En efecto, el sacramento de la reconciliación
con Dios produce una verdadera "resurrección espiritual", una restitución
de la dignidad y de los bienes de la vida de los hijos de Dios, el más
precioso de los cuales es la amistad de Dios (Lc 15,32).
1469 Este sacramento reconcilia con la Iglesia al penitente.
El pecado menoscaba o rompe la comunión fraterna. El sacramento de
la Penitencia la repara o la restaura. En este sentido, no cura solamente
al que se reintegra en la comunión eclesial, tiene también
un efecto vivificante sobre la vida de la Iglesia que ha sufrido por el pecado
de uno de sus miembros (cf 1 Co 12,26). Restablecido o afirmado en la comunión
de los santos, el pecador es fortalecido por el intercambio de los bienes
espirituales entre todos los miembros vivos del Cuerpo de Cristo, estén
todavía en situación de peregrinos o que se hallen ya en la
patria celestial (cf LG 48-50):
Pero hay que añadir que tal reconciliación
con Dios tiene como consecuencia, por así decir, otras reconciliaciones
que reparan las rupturas causadas por el pecado: el penitente perdonado
se reconcilia consigo mismo en el fondo más íntimo de su propio
ser, en el que recupera la propia verdad interior; se reconcilia con los
hermanos, agredidos y lesionados por él de algún modo; se reconcilia
con la Iglesia, se reconcilia con toda la creación (RP 31).
1470 En este sacramento, el pecador, confiándose
al juicio misericordioso de Dios, anticipa en cierta manera el juicio al
que será sometido al fin de esta vida terrena. Porque es ahora, en
esta vida, cuando nos es ofrecida la elección entre la vida y la muerte,
y sólo por el camino de la conversión podemos entrar en el
Reino del que el pecado grave nos aparta (cf 1 Co 5,11; Ga 5,19-21; Ap 22,15).
Convirtiéndose a Cristo por la penitencia y la fe, el pecador pasa
de la muerte a la vida "y no incurre en juicio" (Jn 5,24)
X LAS INDULGENCIAS
1471 La doctrina
y la práctica de las indulgencias en la Iglesia están estrechamente
ligadas a los efectos del sacramento de la Penitencia (Pablo VI, const.
ap. "Indulgentiarum doctrina", normas 1-3).
Qué son las indulgencias
"La indulgencia
es la remisión ante Dios de la pena temporal por los pecados, ya
perdonados, en cuanto a la culpa, que un fiel dispuesto y cumpliendo determinadas
condiciones consigue por mediación de la Iglesia, la cual, como administradora
de la redención, distribuye y aplica con autoridad el tesoro de las
satisfacciones de Cristo y de los santos".
"La indulgencia es parcial o plenaria según libere
de la pena temporal debida por los pecados en parte o totalmente"
"Todo fiel puede lucrar para sí mismo o aplicar
por los difuntos, a manera de sufragio, las indulgencias tanto parciales
como plenarias" (CIC, can. 992-994)
Las penas del pecado
1472 Para entender
esta doctrina y esta práctica de la Iglesia es preciso recordar que
el pecado tiene una doble consecuencia. El pecado grave nos priva de la
comunión con Dios y por ello nos hace incapaces de la vida eterna,
cuya privación se llama la "pena eterna" del pecado. Por otra parte,
todo pecado, incluso venial, entraña apego desordenado a las criaturas
que tienen necesidad de purificación, sea aquí abajo, sea después
de la muerte, en el estado que se llama Purgatorio. Esta purificación
libera de lo que se llama la "pena temporal" del pecado. Estas dos penas
no deben ser concebidas como una especie de venganza, infligida por Dios
desde el exterior, sino como algo que brota de la naturaleza misma del pecado.
Una conversión que procede de una ferviente caridad puede llegar a
la total purificación del pecador, de modo que no subsistiría
ninguna pena (Cc. de Trento: DS 1712-13; 1820).
1473 El perdón del pecado y la restauración
de la comunión con Dios entrañan la remisión de las
penas eternas del pecado. Pero las penas temporales del pecado permanecen.
El cristiano debe esforzarse, soportando pacientemente los sufrimientos y
las pruebas de toda clase y, llegado el día, enfrentándose
serenamente con la muerte, por aceptar como una gracia estas penas temporales
del pecado; debe aplicarse, tanto mediante las obras de misericordia y de
caridad, como mediante la oración y las distintas prácticas
de penitencia, a despojarse completamente del "hombre viejo" y a revestirse
del "hombre nuevo" (cf. Ef 4,24).
En la comunión de los santos
1474 El cristiano
que quiere purificarse de su pecado y santificarse con ayuda de la gracia
de Dios no se encuentra sólo. "La vida de cada uno de los hijos de
Dios está ligada de una manera admirable, en Cristo y por Cristo,
con la vida de todos los otros hermanos cristianos, en la unidad sobrenatural
del Cuerpo místico de Cristo, como en una persona mística"
(Pablo VI, Const. Ap. "Indulgentiarum doctrina", 5).
1475 En la comunión de los santos, por consiguiente,
"existe entre los fieles -tanto entre quienes ya son bienaventurados
como entre los que expían en el purgatorio o los que que peregrinan
todavía en la tierra- un constante vínculo de amor y un abundante
intercambio de todos los bienes" (Pablo VI, ibid). En este intercambio admirable,
la santidad de uno aprovecha a los otros, más allá del daño
que el pecado de uno pudo causar a los demás. Así, el recurso
a la comunión de los santos permite al pecador contrito estar antes
y más eficazmente purificado de las penas del pecado.
1476 Estos bienes espirituales de la comunión
de los santos, los llamamos también el tesoro de la Iglesia, "que
no es suma de bienes, como lo son las riquezas materiales acumuladas en el
transcurso de los siglos, sino que es el valor infinito e inagotable que
tienen ante Dios las expiaciones y los méritos de Cristo nuestro
Señor, ofrecidos para que la humanidad quedara libre del pecado y
llegase a la comunión con el Padre. Sólo en Cristo, Redentor
nuestro, se encuentran en abundancia las satisfacciones y los méritos
de su redención (cf Hb 7,23-25; 9, 11-28)" (Pablo VI, Const. Ap.
"Indulgentiarum doctrina", ibid).
1477 "Pertenecen igualmente a este tesoro el precio verdaderamente
inmenso, inconmensurable y siempre nuevo que tienen ante Dios las oraciones
y las buenas obras de la Bienaventurada Virgen María y de todos
los santos que se santificaron por la gracia de Cristo, siguiendo sus pasos,
y realizaron una obra agradable al Padre, de manera que, trabajando en su
propia salvación, cooperaron igualmente a la salvación de
sus hermanos en la unidad del Cuerpo místico" (Pablo VI, ibid).
Obtener la indulgencia de Dios por medio
de la Iglesia
1478 Las indulgencias
se obtienen por la Iglesia que, en virtud del poder de atar y desatar que
le fue concedido por Cristo Jesús, interviene en favor de un cristiano
y le abre el tesoro de los méritos de Cristo y de los santos para
obtener del Padre de la misericordia la remisión de las penas temporales
debidas por sus pecados. Por eso la Iglesia no quiere solamente acudir en
ayuda de este cristiano, sino también impulsarlo a hacer a obras
de piedad, de penitencia y de caridad (cf Pablo VI, ibid. 8; Cc. de Trento:
DS 1835).
1479 Puesto que los fieles difuntos en vía de
purificación son también miembros de la misma comunión
de los santos, podemos ayudarles, entre otras formas, obteniendo para ellos
indulgencias, de manera que se vean libres de las penas temporales debidas
por sus pecados.
XI LA CELEBRACION DEL SACRAMENTO DE LA PENITENCIA
1480 Como todos
los sacramentos, la Penitencia es una acción litúrgica. Ordinariamente
los elementos de su celebración son: saludo y bendición del
sacerdote, lectura de la Palabra de Dios para iluminar la conciencia y suscitar
la contrición, y exhortación al arrepentimiento; la confesión
que reconoce los pecados y los manifiesta al sacerdote; la imposición
y la aceptación de la penitencia; la absolución del sacerdote;
alabanza de acción de gracias y despedida con la bendición
del sacerdote.
1481 La liturgia bizantina posee expresiones diversas
de absolución, en forma deprecativa, que expresan admirablemente el
misterio del perdón: "Que el Dios que por el profeta Natán perdonó
a David cuando confesó sus pecados, y a Pedro cuando lloró
amargamente y a la pecadora cuando derramó lágrimas sobre sus
pies, y al publicano, y al pródigo, que este mismo Dios, por medio
de mí, pecador, os perdone en esta vida y en la otra y que os haga
comparecer sin condenaros en su temible tribunal. El que es bendito por los
siglos de los siglos. Amén."
1482 El sacramento de la penitencia puede también
celebrarse en el marco de una celebración comunitaria, en la que
los penitentes se preparan a la confesión y juntos dan gracias por
el perdón recibido. Así la confesión personal de los
pecados y la absolución individual están insertadas en una
liturgia de la Palabra de Dios, con lecturas y homilía, examen de
conciencia dirigido en común, petición comunitaria del perdón,
rezo del Padrenuestro y acción de gracias en común. Esta celebración
comunitaria expresa más claramente el carácter eclesial de
la penitencia. En todo caso, cualquiera que sea la manera de su celebración,
el sacramento de la Penitencia es siempre, por su naturaleza misma, una acción
litúrgica, por tanto, eclesial y pública (cf SC 26-27).
1483 En casos de necesidad grave se puede recurrir a
la celebración comunitaria de la reconciliación con confesión
general y absolución general. Semejante necesidad grave puede presentarse
cuando hay un peligro inminente de muerte sin que el sacerdote o los sacerdotes
tengan tiempo suficiente para oír la confesión de cada penitente.
La necesidad grave puede existir también cuando, teniendo en cuenta
el número de penitentes, no hay bastantes confesores para oír
debidamente las confesiones individuales en un tiempo razonable, de manera
que los penitentes, sin culpa suya, se verían privados durante largo
tiempo de la gracia sacramental o de la sagrada comunión. En este
caso, los fieles deben tener, para la validez de la absolución, el
propósito de confesar individualmente sus pecados graves en su debido
tiempo (CIC can. 962,1). Al obispo diocesano corresponde juzgar si existen
las condiciones requeridas para la absolución general (CIC can. 961,2).
Una gran concurrencia de fieles con ocasión de grandes fiestas o de
peregrinaciones no constituyen por su naturaleza ocasión de la referida
necesidad grave.
1484 "La confesión individual e íntegra
y la absolución continúan siendo el único modo ordinario
para que los fieles se reconcilien con Dios y la Iglesia, a no ser que una
imposibilidad física o moral excuse de este modo de confesión"
(OP 31). Y esto se establece así por razones profundas. Cristo actúa
en cada uno de los sacramentos. Se dirige personalmente a cada uno de los
pecadores: "Hijo, tus pecados están perdonados" (Mc 2,5); es el médico
que se inclina sobre cada uno de los enfermos que tienen necesidad de él
(cf Mc 2,17) para curarlos; los restaura y los devuelve a la comunión
fraterna. Por tanto, la confesión personal es la forma más
significativa de la reconciliación con Dios y con la Iglesia.
RESUMEN
1485 En la tarde
de Pascua, el Señor Jesús se mostró a sus apóstoles
y les dijo: "Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis
los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les
quedan retenidos" (Jn 20, 22-23).
1486 El perdón de los pecados cometidos después
del Bautismo es concedido por un sacramento propio llamado sacramento de
la conversión, de la confesión, de la penitencia o de la reconciliación.
1487 Quien peca lesiona el honor de Dios y su amor, su
propia dignidad de hombre llamado a ser hijo de Dios y el bien espiritual
de la Iglesia, de la que cada cristiano debe ser una piedra viva.
1488 A los ojos de la fe, ningún mal es más
grave que el pecado y nada tiene peores consecuencias para los pecadores
mismos, para la Iglesia y para el mundo entero.
1489 Volver a la comunión con Dios, después
de haberla perdido por el pecado, es un movimiento que nace de la gracia
de Dios, rico en misericordia y deseoso de la salvación de los hombres.
Es preciso pedir este don precioso para sí mismo y para los demás.
1490 El movimiento de retorno a Dios, llamado conversión
y arrepentimiento, implica un dolor y una aversión respecto a los
pecados cometidos, y el propósito firme de no volver a pecar. La conversión,
por tanto, mira al pasado y al futuro; se nutre de la esperanza en la misericordia
divina.
1491 El sacramento de la Penitencia está constituido
por el conjunto de tres actos realizados por el penitente, y por la absolución
del sacerdote. Los actos del penitente son: el arrepentimiento, la confesión
o manifestación de los pecados al sacerdote y el propósito
de realizar la reparación y las obras de penitencia.
1492 El arrepentimiento (llamado también contrición)
debe estar inspirado en motivaciones que brotan de la fe. Si el arrepentimiento
es concebido por amor de caridad hacia Dios, se le llama "perfecto"; si
está fundado en otros motivos se le llama "imperfecto".
1493 El que quiere obtener la reconciliación con
Dios y con la Iglesia debe confesar al sacerdote todos los pecados graves
que no ha confesado aún y de los que se acuerda tras examinar cuidadosamente
su conciencia. Sin ser necesaria, de suyo, la confesión de las faltas
veniales está recomendada vivamente por la Iglesia.
1494 El confesor impone al penitente el cumplimiento
de ciertos actos de "satisfacción" o de "penitencia", para reparar
el daño causado por el pecado y restablecer los hábitos propios
del discípulo de Cristo.
1495 Sólo los sacerdotes que han recibido de la
autoridad de la Iglesia la facultad de absolver pueden ordinariamente perdonar
los pecados en nombre de Cristo.
1496 Los efectos espirituales del sacramento de la Penitencia
son:
- la reconciliación con Dios por la que el penitente
recupera la gracia;
- la reconciliación con la Iglesia;
- la remisión de la pena eterna contraída
por los pecados mortales;
- la remisión, al menos en parte, de las penas
temporales, consecuencia del pecado;
- la paz y la serenidad de la conciencia, y el
consuelo espiritual;
- el acrecentamiento de las fuerzas espirituales para
el combate cristiano.
1497 La confesión individual e integra de los
pecados graves seguida de la absolución es el único medio
ordinario para la reconciliación con Dios y con la Iglesia.
1498 Mediante las indulgencias, los fieles pueden alcanzar
para sí mismos y también para las almas del Purgatorio la
remisión de las penas temporales, consecuencia de los pecados.
Artículo 5 LA UNCION DE LOS
ENFERMOS
1499 "Con la sagrada unción de los enfermos y
con la oración de los presbíteros, toda la Iglesia entera
encomienda a os enfermos al Señor sufriente y glorificado para que
los alivie y los salve. Incluso los anima a unirse libremente a la pasión
y muerte de Cristo; y contribuir, así, al bien del Pueblo de Dios"
(LG 11).
I FUNDAMENTOS EN LA ECONOMIA DE LA SALVACION
La enfermedad en la vida humana
1500 La enfermedad
y el sufrimiento se han contado siempre entre los problemas más graves
que aquejan la vida humana. En la enfermedad, el hombre experimenta su impotencia,
sus límites y su finitud. Toda enfermedad puede hacernos entrever
la muerte.
1501 La enfermedad puede conducir a la angustia, al repliegue
sobre sí mismo, a veces incluso a la desesperación y a la
rebelión contra Dios. Puede también h acer a la persona más
madura, ayudarla a discernir en su vida lo que no es esencial para volverse
hacia lo que lo es. Con mucha frecuencia, la enfermedad empuja a una búsqueda
de Dios, un retorno a él.
El enfermo ante Dios
1502 El hombre del
Antiguo Testamento vive la enfermedad de cara a Dios. Ante Dios se lamenta
por su enfermedad (cf Sal 38) y de él, que es el Señor de
la vida y de la muerte, implora la curación (cf Sal 6,3; Is 38).
La enfermedad se convierte en camino de conversión (cf Sal 38,5;
39,9.12) y el perdón de Dios inaugura la curación (cf Sal
32,5; 107,20; Mc 2,5-12). Israel experimenta que la enfermedad, de una manera
misteriosa, se vincula al pecado y al mal; y que la fidelidad a Dios, según
su Ley, devuelve la vida: "Yo, el Señor, soy el que te sana" (Ex 15,26).
El profeta entreve que el sufrimiento puede tener también un sentido
redentor por los pecados de los demás (cf Is 53,11). Finalmente,
Isaías anuncia que Dios hará venir un tiempo para Sión
en que perdonará toda falta y curará toda enfermedad (cf Is
33,24).
Cristo, médico
1503 La compasión
de Cristo hacia los enfermos y sus numerosas curaciones de dolientes de toda
clase (cf Mt 4,24) son un signo maravilloso de que "Dios ha visitado a su
pueblo" (Lc 7,16) y de que el Reino de Dios está muy cerca. Jesús
no tiene solamente poder para curar, sino también de perdonar los
pecados (cf Mc 2,5-12): vino a curar al hombre entero, alma y cuerpo; es
el médico que los enfermos necesitan (Mc 2,17). Su compasión
hacia todos los que sufren llega hasta identificarse con ellos: "Estuve enfermo
y me visitasteis" (Mt 25,36). Su amor de predilección para con los
enfermos no ha cesado, a lo largo de los siglos, de suscitar la atención
muy particular de los cristianos hacia todos los que sufren en su cuerpo
y en su alma. Esta atención dio origen a infatigables esfuerzos por
aliviar a los que sufren.
1504 A menudo Jesús pide a los enfermos que crean
(cf Mc 5,34.36; 9,23). Se sirve de signos para curar: saliva e imposición
de manos (cf Mc 7,32-36; 8, 22-25), barro y ablución (cf Jn 9,6s).
Los enfermos tratan de tocarlo (cf Mc 1,41; 3,10; 6,56) "pues salía
de él una fuerza que los curaba a todos" (Lc 6,19). Así, en
los sacramentos, Cristo continúa "tocándonos" para sanarnos.
1505 Conmovido por tantos sufrimientos, Cristo no sólo
se deja tocar por los enfermos, sino que hace suyas sus miserias: "El tomó
nuestras flaquezas y cargó con nuestras enfermedades" (Mt 8,17; cf
Is 53,4). No curó a todos los enfermos. Sus curaciones eran signos
de la venida del Reino de Dios. Anunciaban una curación más
radical: la victoria sobre el pecado y la muerte por su Pascua. En la Cruz,
Cristo tomó sobre sí todo el peso del mal (cf Is 53,4-6) y
quitó el "pecado del mundo" (Jn 1,29), del que la enfermedad no es
sino una consecuencia. Por su pasión y su muerte en la Cruz, Cristo
dio un sentido nuevo al sufrimiento: desde entonces éste nos configura
con él y nos une a su pasión redentora.
“Sanad a los enfermos...”
1506 Cristo
invita a sus discípulos a seguirle tomando a su vez su cruz (cf Mt
10,38). Siguiéndole adquieren una nueva visión sobre la enfermedad
y sobre los enfermos. Jesús los asocia a su vida pobre y humilde.
Les hace participar de su ministerio de compasión y de curación:
"Y, yéndose de allí, predicaron que se convirtieran; expulsaban
a muchos demonios, y ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban"
(Mc 6,12-13).
1507 El Señor resucitado renueva este envío
("En mi nombre...impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán
bien"; Mc 16,17-18) y lo confirma con los signos que la Iglesia realiza
invocando su nombre (cf. Hch 9,34; 14,3). Estos signos manifiestan de una
manera especial que Jesús es verdaderamente "Dios que salva" (cf
Mt 1,21; Hch 4,12).
1508 El Espíritu Santo da a algunos un carisma
especial de curación (cf 1 Co 12,9.28.30) para manifestar la fuerza
de la gracia del Resucitado. Sin embargo, ni siquiera las oraciones más
fervorosas obtienen la curación de todas las enfermedades. Así
S. Pablo aprende del Señor que "mi gracia te basta, que mi fuerza se
muestra perfecta en la flaqueza" (2 Co 12,9), y que los sufrimientos que tengo
que padecer, tienen como sentido lo siguiente: "completo en mi carne lo que
falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia"
(Col 1,24).
1509 "¡Sanad a los enfermos!" (Mt 10,8). La Iglesia
ha recibido esta tarea del Señor e intenta realizarla tanto mediante
los cuidados que proporciona a los enfermos como por la oración de
intercesión con la que los acompaña. Cree en la presencia
vivificante de Cristo, médico de las almas y de los cuerpos. Esta
presencia actúa particularmente a través de los sacramentos,
y de manera especial por la Eucaristía, pan que da la vida eterna
(cf Jn 6,54.58) y cuya conexión con la salud corporal insinúa
S. Pablo (cf 1 Co 11,30).
1510 No obstante la Iglesia apostólica tuvo un
rito propio en favor de los enfermos, atestiguado por Santiago: "Está
enfermo alguno de vosotros? Llame a los presbíteros de la Iglesia,
que oren sobre él y le unjan con óleo en el nombre del Señor.
Y la oración de la fe salvará al enfermo, y el Señor
hará que se levante, y si hubiera cometido pecados, le serán
perdonados" (St 5,14-15). La Tradición ha reconocido en este rito
uno de los siete sacramentos de la Iglesia (cf DS 216; 1324-1325; 1695-1696;
1716-1717).
Un sacramento de los enfermos
1511 La Iglesia
cree y confiesa que, entre los siete sacramentos, existe un sacramento especialmente
destinado a reconfortar a los atribulados por la enfermedad: la Unción
de los enfermos:
Esta unción santa de los enfermos fue instituida
por Cristo nuestro Señor como un sacramento del Nuevo Testamento,
verdadero y propiamente dicho, insinuado por Mc (cf.Mc 6,13), y recomendado
a los fieles y promulgado por Santiago, apóstol y hermano del Señor
[cf. St 5,14-15] (Cc. de Trento: DS 1695).
1512 En la tradición litúrgica, tanto en
Oriente como en Occidente, se poseen desde la antigüedad testimonios
de unciones de enfermos practicadas con aceite bendito. En el transcurso
de los siglos, la Unción de los enfermos fue conferida, cada vez más
exclusivamente, a los que estaban a punto de morir. A causa de esto, había
recibido el nombre de "Extremaunción". A pesar de esta evolución,
la liturgia nunca dejó de orar al Señor a fin de que el enfermo
pudiera recobrar su salud si así convenía a su salvación
(cf. DS 1696).
1519 La Constitución apostólica "Sacram
Unctionem Infirmorum" del 30 de Noviembre de 1972, de conformidad con el Concilio
Vaticano II (cf SC 73) estableció que, en adelante, en el rito romano,
se observara lo que sigue:
El sacramento de la Unción de los enfermos se
administra a los gravemente enfermos ungiéndolos en la frente y en
las manos con aceite de oliva debidamente bendecido o, según las circunstancias,
con otro aceite de plantas, y pronunciando una sola vez estas palabras:
"per istam sanctam unctionem et suam piissimam misericordiam adiuvet te
Dominus gratia spiritus sancti ut a peccatis liberatum te salvet atque propitius
allevet" ("Por esta santa Unción, y por su bondadosa misericordia
te ayude el Señor con la gracia del Espíritu Santo, para que,
libre de tus pecados, te conceda la salvación y te conforte en tu
enfermedad", cf. CIC, can. 847,1).
II QUIEN RECIBE Y QUIEN ADMINISTRA ESTE SACRAMENTO
En caso de grave enfermedad ...
1514 La unción
de los enfermos "no es un sacramento sólo para aquellos que están
a punto de morir. Por eso, se considera tiempo oportuno para recibirlo cuando
el fiel empieza a estar en peligro de muerte por enfermedad o vejez" (SC
73; cf CIC, can. 1004,1; 1005; 1007; CCEO, can. 738).
1515 Si un enfermo que recibió la unción
recupera la salud, puede, en caso de nueva enfermedad grave, recibir de
nuevo este sacramento. En el curso de la misma enfermedad, el sacramento
puede ser reiterado si la enfermedad se agrava. Es apropiado recibir la Unción
de los enfermos antes de una operación importante. Y esto mismo
puede aplicarse a las personas de edad edad avanzada cuyas fuerzas se debilitan.
"...llame a los presbíteros de la Iglesia"
1516 Solo los sacerdotes
(obispos y presbíteros) son ministros de la unción de los
enfermos (cf Cc. de Trento: DS 1697; 1719; CIC, can. 1003; CCEO. can. 739,1).
Es deber de los pastores instruir a los fieles sobre los beneficios de este
sacramento. Los fieles deben animar a los enfermos a llamar al sacerdote
para recibir este sacramento. Y que los enfermos se preparen para recibirlo
en buenas disposiciones, con la ayuda de su pastor y de toda la comunidad
eclesial a la cual se invita a acompañar muy especialmente a los
enfermos con sus oraciones y sus atenciones fraternas.
III LA CELEBRACION DEL SACRAMENTO
1517 Como en todos
los sacramentos, la unción de los enfermos se celebra de forma litúrgica
y comunitaria (cf SC 27), que tiene lugar en familia, en el hospital o en
la iglesia, para un solo enfermo o para un grupo de enfermos. Es muy conveniente
que se celebre dentro de la Eucaristía, memorial de la Pascua del
Señor. Si las circunstancias lo permiten, la celebración del
sacramento puede ir precedida del sacramento de la Penitencia y seguida del
sacramento de la Eucaristía. En cuanto sacramento de la Pascua de
Cristo, la Eucaristía debería ser siempre el último
sacramento de la peregrinación terrenal, el "viático" para
el "paso" a la vida eterna.
1518 Palabra y sacramento forman un todo inseparable.
La Liturgia de la Palabra, precedida de un acto de penitencia, abre la celebración.
Las palabras de Cristo y el testimonio de los apóstoles suscitan
la fe del enfermo y de la comunidad para pedir al Señor la fuerza
de su Espíritu.
1519 La celebración del sacramento comprende principalmente
estos elementos: "los presbíteros de la Iglesia" (St 5,14) imponen
-en silencio- las manos a los enfermos; oran por los enfermos en la fe de
la Iglesia (cf St 5,15); es la epíclesis propia de este sacramento;
luego ungen al enfermo con óleo bendecido, si es posible, por el
obispo.
Estas acciones litúrgicas indican la gracia que
este sacramento confiere a los enfermos.
IV EFECTOS DE LA CELEBRACION DE ESTE SACRAMENTO
1520 Un don particular
del Espíritu Santo. La gracia primera de este sacramento es un gracia
de consuelo, de paz y de ánimo para vencer las dificultades propias
del estado de enfermedad grave o de la fragilidad de la vejez. Esta gracia
es un don del Espíritu Santo que renueva la confianza y la fe en Dios
y fortalece contra las tentaciones del maligno, especialmente tentación
de desaliento y de angustia ante la muerte (cf. Hb 2,15). Esta asistencia
del Señor por la fuerza de su Espíritu quiere conducir al enfermo
a la curación del alma, pero también a la del cuerpo, si tal
es la voluntad de Dios (cf Cc. de Florencia: DS 1325). Además, "si
hubiera cometido pecados, le serán perdonados" (St 5,15; cf Cc. de
Trento: DS 1717).
1521 La unión a la Pasión de Cristo.
Por la gracia de este sacramento, el enfermo recibe la fuerza y el don de
unirse más íntimamente a la Pasión de Cristo: en cierta
manera es consagrado para dar fruto por su configuración con la Pasión
redentora del Salvador. El sufrimiento, secuela del pecado original, recibe
un sentido nuevo, viene a ser participación en la obra salvífica
de Jesús.
1522 Una gracia eclesial. Los enfermos que reciben este
sacramento, "uniéndose libremente a la pasión y muerte de
Cristo, contribuyen al bien del Pueblo de Dios" (LG 11). Cuando celebra
este sacramento, la Iglesia, en la comunión de los santos, intercede
por el bien del enfermo. Y el enfermo, a su vez, por la gracia de este sacramento,
contribuye a la santificación de la Iglesia y al bien de todos los
hombres por los que la Iglesia sufre y se ofrece, por Cristo, a Dios Padre.
1523 Una preparación para el último tránsito.
Si el sacramento de la unción de los enfermos es concedido a todos
los que sufren enfermedades y dolencias graves, lo es con mayor razón
"a los que están a punto de salir de esta vida" ("in exitu viae constituti";
Cc. de Trento: DS 1698), de manera que se la llamado también "sacramentum
exeuntium" ("sacramento de los que parten", ibid.). La Unción de
los enfermos acaba de conformarnos con la muerte y a la resurrección
de Cristo, como el Bautismo había comenzado a hacerlo. Es la última
de las sagradas unciones que jalonan toda la vida cristiana; la del Bautismo
había sellado en nosotros la vida nueva; la de la Confirmación
nos había fortalecido para el combate de esta vida. Esta última
unción ofrece al término de nuestra vida terrena un sólido
puente levadizo para entrar en la Casa del Padre defendiéndose en
los últimos combates (cf ibid.: DS 1694).
El Viático, último sacramento
del cristiano
1524 A los que van
a dejar esta vida, la Iglesia ofrece, además de la Unción
de los enfermos, la Eucaristía como viático. Recibida en este
momento del paso hacia el Padre, la Comunión del Cuerpo y la Sangre
de Cristo tiene una significación y una importancia particulares.
Es semilla de vida eterna y poder de resurrección, según las
palabras del Señor: "El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene
vida eterna, y yo le resucitaré el último día" (Jn
6,54). Puesto que es sacramento de Cristo muerto y resucitado, la Eucaristía
es aquí sacramento del paso de la muerte a la vida, de este mundo
al Padre (Jn 13,1).
1525 Así, como los sacramentos del Bautismo, de
la Confirmación y de la Eucaristía constituyen una unidad
llamada "los sacramentos de la iniciación cristiana", se puede decir
que la Penitencia, la Santa Unción y la Eucaristía, en cuanto
viático, constituyen, cuando la vida cristiana toca a su fin, "los
sacramentos que preparan para entrar en la Patria" o los sacramentos que
cierran la peregrinación.
RESUMEN
1526 "¿Está
enfermo alguno entre vosotros? Llame a los presbíteros de la Iglesia,
que oren sobre él y le unjan con óleo en el nombre del Señor.
Y la oración de la fe salvará al enfermo, y el Señor
hará que se levante, y si hubiera cometidos pecados, le serán
perdonados" (St 5,14-15).
1527 El sacramento de la Unción de los enfermos
tiene por fin conferir una gracia especial al cristiano que experimenta
las dificultades inherentes al estado de enfermedad grave o de vejez.
1528 El tiempo oportuno para recibir la Santa Unción
llega ciertamente cuando el fiel comienza a encontrarse en peligro de muerte
por causa de enfermedad o de vejez.
1529 Cada vez que un cristiano cae gravemente enfermo
puede recibir la Santa Unción, y también cuando, después
de haberla recibido, la enfermedad se agrava.
1530 Sólo los sacerdotes (presbíteros y
obispos) pueden administrar el sacramento de la Unción de los enfermos;
para conferirlo emplean óleo bendecido por el Obispo, o, en caso necesario,
por el mismo presbítero que celebra.
1531 Lo esencial de la celebración de este sacramento
consiste en la unción en la frente y las manos del enfermo (en el
rito romano) o en otras partes del cuerpo (en Oriente), unción acompañada
de la oración litúrgica del sacerdote celebrante que pide
la gracia especial de este sacramento.
1532 La gracia especial del sacramento de la Unción
de los enfermos tiene como efectos:
– la unión del enfermo a la Pasión de
Cristo, para su bien y el de toda la Iglesia;
– el consuelo, la paz y el ánimo para soportar
cristianamente los sufrimientos de la enfermedad o de la vejez;
– el perdón de los pecados si el enfermo no ha
podido obtenerlo por el sacramento de la penitencia;
– el restablecimiento de la salud corporal, si conviene
a la salud espiritual;
826 la preparación para el paso a la vida eterna.
CAPITULO TERCERO: LOS SACRAMENTOS AL SERVICIO DE LA COMUNIDAD
1533. El Bautismo,
la Confirmación y la Eucaristía son los sacramentos de la
iniciación cristiana. Fundamentan la vocación común
de todos los discípulos de Cristo, que es vocación a la santidad
y a la misión de evangelizar el mundo. Confieren las gracias necesarias
para vivir según el Espíritu en esta vida de peregrinos en
marcha hacia la patria.
1534 Otros dos sacramentos, el Orden y el Matrimonio,
están ordenados a la salvación de los demás. Contribuyen
ciertamente a la propia salvación, pero esto lo hacen mediante el servicio
que prestan a los demás. Confieren una misión particular en
la Iglesia y sirven a la edificación del Pueblo de Dios.
1535 En estos sacramentos, los que fueron ya consagrados
por el Bautismo y la Confirmación (LG 10) para el sacerdocio común
de todos los fieles, pueden recibir consagraciones particulares. Los que
reciben el sacramento del orden son consagrados para "en el nombre de Cristo
ser los pastores de la Iglesia con la palabra y con la gracia de Dios" (LG
11). Por su parte, "los cónyuges cristianos, son fortificados y como
consagrados para los deberes y dignidad de su estado por este sacramento
especial" (GS 48,2).
Artículo 6 EL SACRAMENTO DEL
ORDEN
1536 El Orden es
el sacramento gracias al cual la misión confiada por Cristo a sus
Apóstoles sigue siendo ejercida en la Iglesia hasta el fin de los
tiempos: es, pues, el sacramento del ministerio apostólico. Comprende
tres grados: el episcopado, el presbiterado y el diaconado.
(Sobre la institución y la misión del
ministerio apostólico por Cristo ya se ha tratado en la primera parte.
Aquí sólo se trata de la realidad sacramental mediante la
que se transmite este ministerio)
I EL NOMBRE DE SACRAMENTO DEL ORDEN
1537 La palabra
Orden designaba, en la antigüedad romana, cuerpos constituidos en sentido
civil, sobre todo el cuerpo de los que gobiernan. Ordinatio designa la integración
en un ordo. En la Iglesia hay cuerpos constituidos que la Tradición,
no sin fundamentos en la Sagrada Escritura (cf Hb 5,6; 7,11; Sal 110,4),
llama desde los tiempos antiguos con el nombre de taxeis (en griego), de
ordines (en latín): así la liturgia habla del ordo episcoporum,
del ordo presbyterorum, del ordo diaconorum. También reciben este
nombre de ordo otros grupos: los catecúmenos, las vírgenes,
los esposos, las viudas...
1538 La integración en uno de estos cuerpos de
la Iglesia se hacía por un rito llamado ordinatio, acto religioso y
litúrgico que era una consagración, una bendición o
un sacramento. Hoy la palabra ordinatio está reservada al acto sacramental
que incorpora al orden de los obispos, de los presbíteros y de los
diáconos y que va más allá de una simple elección,
designación, delegación o institución por la comunidad,
pues confiere un don del Espíritu Santo que permite ejercer un
"poder sagrado" (sacra potestas; cf LG 10) que sólo puede venir de
Cristo, a través de su Iglesia. La ordenación también
es llamada consecratio porque es un "poner a parte" y un "investir" por Cristo
mismo para su Iglesia. La imposición de manos del obispo, con la oración
consecratoria, constituye el signo visible de esta consagración.
II EL SACRAMENTO DEL ORDEN
EN LA ECONOMIA DE LA SALVACION
El sacerdocio de la Antigua Alianza
1539 El pueblo elegido
fue constituido por Dios como "un reino de sacerdotes y una nación
consagrada" (Ex 19,6; cf Is 61,6). Pero dentro del pueblo de Israel, Dios
escogió una de las doce tribus, la de Leví, para el servicio
litúrgico (cf. Nm 1,48-53); Dios mismo es la parte de su herencia
(cf. Jos 13,33). Un rito propio consagró los orígenes del
sacerdocio de la Antigua Alianza (cf Ex 29,1-30; Lv 8). En ella los sacerdotes
fueron establecidos "para intervenir en favor de los hombres en lo que se
refiere a Dios para ofrecer dones y sacrificios por los pecados" (Hb 5,1).
1540 Instituido para anunciar la palabra de Dios (cf
Ml 2,7-9) y para restablecer la comunión con Dios mediante los sacrificios
y la oración, este sacerdocio de la Antigua Alianza, sin embargo,
era incapaz de realizar la salvación, por lo cual tenía necesidad
de repetir sin cesar los sacrificios, y no podía alcanzar una santificación
definitiva (cf. Hb 5,3; 7,27; 10,1-4), que sólo podría alcanzada
por el sacrificio de Cristo.
1541 No obstante, la liturgia de la Iglesia ve en el
sacerdocio de Aarón y en el servicio de los levitas, así como
en la institución de los setenta "ancianos" (cf Nm 11,24-25), prefiguraciones
del ministerio ordenado de la Nueva Alianza. Por ello, en el rito latino
la Iglesia se dirige a Dios en la oración consecratoria de la ordenación
de los obispos de la siguiente manera:
Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo...has
establecido las reglas de la Iglesia: elegiste desde el principio un pueblo
santo, descendiente de Abraham , y le diste reyes y sacerdotes que cuidaran
del servicio de tu santuario...
1542 En la ordenación de presbíteros, la
Iglesia ora:
Señor, Padre Santo...en la Antigua Alianza se
fueron perfeccionando a través de los signos santos los grados del
sacerdocio...cuando a los sumos sacerdotes, elegidos para regir el pueblo,
les diste compañeros de menor orden y dignidad, para que les ayudaran
como colaboradores...multiplicaste el espíritu de Moisés, comunicándolo
a los setenta varones prudentes con los cuales gobernó fácilmente
un pueblo numeroso. Así también transmitiste a los hijos de
Aarón la abundante plenitud otorgada a su padre.
1543 Y en la oración consecratoria para la ordenación
de diáconos, la Iglesia confiesa:
Dios Todopoderoso...tú haces crecer a la Iglesia...la
edificas como templo de tu gloria...así estableciste que hubiera
tres órdenes de ministros para tu servicio, del mismo modo que en
la Antigua Alianza habías elegido a los hijos de Leví para
que sirvieran al templo, y, como herencia, poseyeran una bendición
eterna.
El único sacerdocio de Cristo
1544 Todas las prefiguraciones
del sacerdocio de la Antigua Alianza encuentran su cumplimiento en Cristo
Jesús, "único mediador entre Dios y los hombres" (1 Tm 2,5).
Melquisedec, "sacerdote del Altísimo" (Gn 14,18), es considerado por
la Tradición cristiana como una prefiguración del sacerdocio
de Cristo, único "Sumo Sacerdote según el orden de Melquisedec"
(Hb 5,10; 6,20), "santo, inocente, inmaculado" (Hb 7,26), que, "mediante
una sola oblación ha llevado a la perfección para siempre a
los santificados" (Hb 10,14), es decir, mediante el único sacrificio
de su Cruz.
1545 El sacrificio redentor de Cristo es único,
realizado una vez por todas. Y por esto se hace presente en el sacrificio
eucarístico de la Iglesia. Lo mismo acontece con el único
sacerdocio de Cristo: se hace presente por el sacerdocio ministerial sin
que con ello se quebrante la unicidad del sacerdocio de Cristo: "Et ideo
solus Christus est verus sacerdos, alii autem ministri eius" ("Y por eso
sólo Cristo es el verdadero sacerdote; los demás son ministros
suyos", S. Tomás de A. Hebr. VII, 4).
Dos modos de participar en el único sacerdocio
de Cristo
1546 Cristo, sumo
sacerdote y único mediador, ha hecho de la Iglesia "un Reino de sacerdotes
para su Dios y Padre" (Ap 1,6; cf. Ap 5,9-10; 1 P 2,5.9). Toda la comunidad
de los creyentes es, como tal, sacerdotal. Los fieles ejercen su sacerdocio
bautismal a través de su participación, cada uno según
su vocación propia, en la misión de Cristo, Sacerdote, Profeta
y Rey. Por los sacramentos del Bautismo y de la Confirmación los
fieles son "consagrados para ser...un sacerdocio santo" (LG 10).
1547 El sacerdocio ministerial o jerárquico de
los obispos y de los presbíteros, y el sacerdocio común de todos
los fieles, "aunque su diferencia es esencial y no sólo en grado,
están ordenados el uno al otro; ambos, en efecto, participan, cada
uno a su manera, del único sacerdocio de Cristo" (LG 10). ¿En
qué sentido? Mientras el sacerdocio común de los fieles se
realiza en el desarrollo de la gracia bautismal (vida de fe, de esperanza
y de caridad, vida según el Espíritu), el sacerdocio ministerial
está al servicio del sacerdocio común, en orden al desarrollo
de la gracia bautismal de todos los cristianos. Es uno de los medios por
los cuales Cristo no cesa de construir y de conducir a su Iglesia. Por esto
es transmitido mediante un sacramento propio, el sacramento del Orden.
In persona Christi Capitis...
1548 En el servicio
eclesial del ministro ordenado es Cristo mismo quien está presente
a su Iglesia como Cabeza de su cuerpo, Pastor de su rebaño, sumo sacerdote
del sacrificio redentor, Maestro de la Verdad. Es lo que la Iglesia expresa
al decir que el sacerdote, en virtud del sacramento del Orden, actúa
"in persona Christi Capitis" (cf LG 10; 28; SC 33; CD 11; PO 2,6):
El ministro posee en verdad el papel del mismo Sacerdote,
Cristo Jesús. Si, ciertamente, aquel es asimilado al Sumo Sacerdote,
por la consagración sacerdotal recibida, goza de la facultad de actuar
por el poder de Cristo mismo a quien representa (virtute ac persona ipsius
Christi) (Pío XII, enc. Mediator Dei).
"Christus est fons totius sacerdotii; nan sacerdos legalis
erat figura ipsius, sacerdos autem novae legis in persona ipsius operatur"
("Cristo es la fuente de todo sacerdocio, pues el sacerdote de la antigua
ley era figura de EL, y el sacerdote de la nueva ley actúa en representación
suya" (S. Tomás de A., s.th. 3, 22, 4).
1549 Por el ministerio ordenado, especialmente por el
de los obispos y los presbíteros, la presencia de Cristo como cabeza
de la Iglesia se hace visible en medio de la comunidad de los creyentes.
Según la bella expresión de San Ignacio de Antioquía,
el obispo es typos tou Patros, es imagen viva de Dios Padre (Trall. 3,1;
cf Magn. 6,1).
1550 Esta presencia de Cristo en el ministro no
debe ser entendida como si éste estuviese exento de todas las flaquezas
humanas, del afán de poder, de errores, es decir del pecado. No todos
los actos del ministro son garantizado s de la misma manera por la fuerza
del Espíritu Santo. Mientras que en los sacramentos esta garantía
es dada de modo que ni siquiera el pecado del ministro puede impedir el
fruto de la gracia, existen muchos otros actos en que la condición
humana del ministro deja huellas que no son siempre el signo de la fidelidad
al evangelio y que pueden dañar por consiguiente a la fecundidad apostólica
de la Iglesia.
1551 Este sacerdocio es ministerial. "Esta Función,
que el Señor confió a los pastores de su pueblo, es
un verdadero servicio" (LG 24). Está enteramente referido a Cristo
y a los hombres. Depende totalmente de Cristo y de su sacerdocio único,
y fue instituido en favor de los hombres y de la comunidad de la Iglesia.
El sacramento del Orden comunica "un poder sagrado", que no es otro que
el de Cristo. El ejercicio de esta autoridad debe, por tanto, medirse según
el modelo de Cristo, que por amor se hizo el último y el servidor
de todos (cf. Mc 10,43-45; 1 P 5,3). "El Señor dijo claramente que
la atención prestada a su rebaño era prueba de amor a él"
(S. Juan Crisóstomo, sac. 2,4; cf. Jn 21,15-17)
“En nombre de toda la Iglesia”
1552 El sacerdocio
ministerial no tiene solamente por tarea representar a Cristo –Cabeza
de la Iglesia– ante la asamblea de los fieles, actúa también
en nombre de toda la Iglesia cuando presenta a Dios la oración de
la Iglesia (cf SC 33) y sobre todo cuando ofrece el sacrificio eucarístico
(cf LG 10).
1553 "En nombre de toda la Iglesia", expresión
que no quiere decir que los sacerdotes sean los delegados de la comunidad.
La oración y la ofrenda de la Iglesia son inseparables de la oración
y la ofrenda de Cristo, su Cabeza. Se trata siempre del culto de Cristo
en y por su Iglesia. Es toda la Iglesia, cuerpo de Cristo, la que ora y
se ofrece, per ipsum et cum ipso et in ipso, en la unidad del Espíritu
Santo, a Dios Padre. Todo el cuerpo, caput et membra, ora y se ofrece, y
por eso quienes, en este cuerpo, son específicamente sus ministros,
son llamados ministros no sólo de Cristo, sino también de
la Iglesia. El sacerdocio ministerial puede representar a la Iglesia porque
representa a Cristo.
III LOS TRES GRADOS DEL SACRAMENTO DEL ORDEN
1554 "El ministerio
eclesiástico, instituido por Dios, está ejercido en diversos
órdenes que ya desde antiguo reciben los nombres de obispos, presbíteros
y diáconos" (LG 28). La doctrina católica, expresada en la
liturgia, el magisterio y la práctica constante de la Iglesia, reconocen
que existen dos grados de participación ministerial en el sacerdocio
de Cristo: el episcopado y el presbiterado. El diaconado está destinado
a ayudarles y a servirles. Por eso, el término "sacerdos" designa,
en el uso actual, a los obispos y a los presbíteros, pero no a los
diáconos. Sin embargo, la doctrina católica enseña
que los grados de participación sacerdotal (episcopado y presbiterado)
y el grado de servicio (diaconado) son los tres conferidos por un acto sacramental
llamado "ordenación", es decir, por el sacramento del Orden:
Que todos reverencien a los diáconos como a Jesucristo,
como también al obispo, que es imagen del Padre, y a los presbíteros
como al senado de Dios y como a la asamblea de los apóstoles: sin
ellos no se puede hablar de Iglesia (S. Ignacio de Antioquía, Trall.
3,1)
La ordenación episcopal, plenitud del sacramento
del Orden
1555 "Entre los
diversos ministerios que existen en la Iglesia, ocupa el primer lugar el
ministerio de los obispos que, que a través de una sucesión
que se remonta hasta el principio, son los transmisores de la semilla apostólica"
(LG 20).
1556 "Para realizar estas funciones tan sublimes, los
Apóstoles se vieron enriquecidos por Cristo con la venida especial
del Espíritu Santo que descendió sobre ellos. Ellos mismos comunicaron
a sus colaboradores, mediante la imposición de las manos, el don espiritual
que se ha transmitido hasta nosotros en la consagración de los obispos"
(LG 21).
1557 El Concilio Vaticano II "enseña que por la
consagración episcopal se recibe la plenitud del sacramento del Orden.
De hecho se le llama, tanto en la liturgia de la Iglesia como en los Santos
Padres, `sumo sacerdocio' o `cumbre del ministerio sagrado'" (ibid.).
1558 "La consagración episcopal confiere, junto
con la función de santificar, también las funciones de enseñar
y gobernar... En efecto...por la imposición de las manos y por las
palabras de la consagración se confiere la gracia del Espíritu
Santo y queda marcado con el carácter sagrado. En consecuencia, los
obispos, de manera eminente y visible, hacen las veces del mismo Cristo,
Maestro, Pastor y Sacerdote, y actúan en su nombre (in eius persona
agant)" (ibid.). "El Espíritu Santo que han recibido ha hecho de los
obispos los verdaderos y auténticos maestros de la fe, pontífices
y pastores" (CD 2).
1559 "Uno queda constituido miembro del Colegio episcopal
en virtud de la consagración episcopal y por la comunión jerárquica
con la Cabeza y con los miembros del Colegio" (LG 22). El carácter
y la naturaleza colegial del orden episcopal se manifiestan, entre otras
cosas, en la antigua práctica de la Iglesia que quiere que para la
consagración de un nuevo obispo participen varios obispos (cf ibid.).
Para la ordenación legítima de un obispo se requiere hoy una
intervención especial del Obispo de Roma por razón de su cualidad
de vínculo supremo visible de la comunión de las Iglesias particulares
en la Iglesia una y de garante de libertad de la misma.
1560 Cada obispo tiene, como vicario de Cristo, el oficio
pastoral de la Iglesia particular que le ha sido confiada, pero al mismo
tiempo tiene colegialmente con todos sus hermanos en el episcopado
la solicitud de todas las Iglesias: "Más si todo obispo es propio
solamente de la porción de grey confiada a sus cuidados, su cualidad
de legítimo sucesor de los apóstoles por institución
divina, le hace solidariamente responsable de la misión apostólica
de la Iglesia" (Pío XII, Enc. Fidei donum, 11; cf LG 23; CD 4,36-37;
AG 5.6.38).
1561 Todo lo que se ha dicho explica por qué
la Eucaristía celebrada por el obispo tiene una significación
muy especial como expresión de la Iglesia reunida en torno al altar
bajo la presidencia de quien representa visiblemente a Cristo, Buen Pastor
y Cabeza de su Iglesia (cf SC 41; LG 26).
La ordenación de los presbíteros - cooperadores
de los obispos
1562 "Cristo, a
quien el Padre santificó y envió al mundo, hizo a los obispos
partícipes de su misma consagración y misión por medio
de los Apóstoles de los cuales son sucesores. Estos han confiado
legítimamente la función de su ministerio en diversos grados
a diversos sujetos en la Iglesia" (LG 28). "La función ministerial
de los obispos, en grado subordinado, fue encomendada a los presbíteros
para que, constituidos en el orden del presbiterado, fueran los colaboradores
del Orden episcopal para realizar adecuadamente la misión apostólica
confiada por Cristo" (PO 2).
1563 "El ministerio de los presbíteros, por estar
unido al Orden episcopal, participa de la autoridad con la que el propio
Cristo construye, santifica y gobierna su Cuerpo. Por eso el sacerdocio de
los presbíteros supone ciertamente los sacramentos de la iniciación
cristiana. Se confiere, sin embargo, por aquel sacramento peculiar que, mediante
la unción del Espíritu Santo, marca a los sacerdotes con un
carácter especial. Así quedan identificados con Cristo Sacerdote,
de tal manera que puedan actuar como representantes de Cristo Cabeza" (PO
2).
1564 "Los presbíteros, aunque no tengan la plenitud
del sacerdocio y dependan de los obispos en el ejercicio de sus poderes,
sin embargo están unidos a éstos en el honor del sacerdocio
y, en virtud del sacramento del Orden, quedan consagrados como verdaderos
sacerdotes de la Nueva Alianza, a imagen de Cristo, sumo y eterno Sacerdote
(Hb 5,1-10; 7,24; 9,11-28), para anunciar el Evangelio a los fieles, para
dirigirlos y para celebrar el culto divino" (LG 28).
1565 En virtud del sacramento del Orden, los presbíteros
participan de la universalidad de la misión confiada por Cristo a
los apóstoles. El don espiritual que recibieron en la ordenación
los prepara, no para una misión limitada y restringida, "sino para
una misión amplísima y universal de salvación `hasta
los extremos del mundo'" (PO 10), "dispuestos a predicar el evangelio por
todas partes" (OT 20).
1566 "Su verdadera función sagrada la ejercen
sobre todo en el culto o en la comunión eucarística. En ella,
actuando en la persona de Cristo y proclamando su Misterio, unen la ofrenda
de los fieles al sacrificio de su Cabeza; actualizan y aplican en el sacrificio
de la misa, hasta la venida del Señor, el único Sacrificio
de la Nueva Alianza: el de Cristo, que se ofrece al Padre de una vez para
siempre como hostia inmaculada" (LG 28). De este sacrificio único,
saca su fuerza todo su ministerio sacerdotal (cf PO 2).
1567 "Los presbíteros, como colaboradores diligentes
de los obispos y ayuda e instrumento suyos, llamados para servir al Pueblo
de Dios, forman con su obispo un único presbiterio, dedicado a diversas
tareas. En cada una de las comunidades locales de fieles hacen presente
de alguna manera a su obispo, al que están unidos con confianza y
magnanimidad; participan en sus funciones y preocupaciones y las llevan
a la práctica cada día" (LG 28). Los presbíteros sólo
pueden ejercer su ministerio en dependencia del obispo y en comunión
con él. La promesa de obediencia que hacen al obispo en el momento
de la ordenación y el beso de paz del obispo al fin de la liturgia
de la ordenación significa que el obispo los considera como sus colaboradores,
sus hijos, sus hermanos y sus amigos y que a su vez ellos le deben amor y
obediencia.
1568 "Los presbíteros, instituidos por la ordenación
en el orden del presbiterado, están unidos todos entre sí
por la íntima fraternidad del sacramento. Forman un único
presbiterio especialmente en la diócesis a cuyo servicio se dedican
bajo la dirección de su obispo" (PO 8). La unidad del presbiterio
encuentra una expresión litúrgica en la costumbre de que los
presbíteros impongan a su vez las manos, después del obispo,
durante el rito de la ordenación.
La ordenación de los diáconos, “en orden
al ministerio”
1569 "En el grado
inferior de la jerarquía están los diácon os, a los
que se les imponen las 'para realizar un servicio y no para ejercer el sacerdocio'"
(LG 29; cf CD 15). En la ordenación al diaconado, sólo el
obispo impone las manos , significando así que el diácono
está especialmente vinculado al obispo en las tareas de su "diaconía"
(cf S. Hipólito, trad. ap. 8).
1570 Los diáconos participan de una manera especial
en la misión y la gracia de Cristo (cf LG 41; AA 16). El sacramento
del Orden los marco con un sello (carácter) que nadie puede hacer
desaparecer y que los configura con Cristo que se hizo "diácono",
es decir, el servidor de todos (cf Mc 10,45; Lc 22,27; S. Policarpo, Ep 5,2).
Corresponde a los diáconos, entre otras cosas, asistir al obispo y
a los presbíteros en la celebración de los divinos misterios
sobre todo de la Eucaristía y en la distribución de la misma,
asistir a la celebración del matrimonio y bendecirlo, proclamar el
evangelio y predicar, presidir las exequias y entregarse a los diversos servicios
de la caridad (cf LG 29; cf. SC 35,4; AG 16).
1571 Desde el Concilio Vaticano II, la Iglesia latina
ha restablecido el diaconado "como un grado particular dentro de la jerarquía"
(LG 29), mientras que las Iglesias de Oriente lo habían mantenido
siempre. Este diaconado permanente, que puede ser conferido a hombres casados,
constituye un enriquecimiento importante para la misión de la Iglesia.
En efecto, es apropiado y útil que hombres que realizan en la Iglesia
un ministerio verdaderamente diaconal, ya en la vida litúrgica y pastoral,
ya en las obras sociales y caritativas, "sean fortalezcan por la imposición
de las manos transmitida ya desde los Apóstoles y se unan más
estrechamente al servicio del altar, para que cumplan con mayor eficacia
su ministerio por la gracia sacramental del diaconado" (AG 16).
IV LA CELEBRACION DE ESTE SACRAMENTO
1572 La celebración
de la ordenación de un obispo, de presbíteros o de diáconos,
por su importancia para la vida de la Iglesia particular, exige el mayor
concurso posible de fieles. Tendrá lugar preferentemente el domingo
y en la catedral, con una solemnidad adaptada a las circunstancias. Las tres
ordenaciones, del obispo, del presbítero y del diácono, tienen
el mismo dinamismo. El lugar propio de su celebración es dentro de
la Eucaristía.
1573 El rito esencial del sacramento del Orden está
constituido, para los tres grados, por la imposición de manos del
obispo sobre la cabeza del ordenando así como por una oración
consecratoria específica que pide a Dios la efusión del Espíritu
Santo y de sus dones apropiados al ministerio para el cual el candidato es
ordenado (cf Pío XII, const. ap. Sacramentum Ordinis, DS 3858).
1574 Como en todos los sacramentos, ritos complementarios
rodean la celebración. Estos varían notablemente en las distintas
tradiciones litúrgicas, pero tienen en común la expresión
de múltiples aspectos de la gracia sacramental. Así, en el
rito latino, los ritos iniciales - la presentación y elección
del ordenando, la alocución del obispo, el interrogatorio del ordenando,
las letanías de los santos - ponen de relieve que la elección
del candidato se hace conforme al uso de la Iglesia y preparan el acto solemne
de la consagración; después de ésta varios ritos vienen
a expresar y completar de manera simbólica el misterio que se ha
realizado: para el obispo y el presbítero la unción con el
santo crisma, signo de la unción especial del Espíritu Santo
que hace fecundo su ministerio; la entrega del libro de los evangelios,
del anillo, de la mitra y del báculo al obispo en señal de
su misión apostólica de anuncio de la palabra de Dios, de
su fidelidad a la Iglesia, esposa de Cristo, de su cargo de pastor del rebaño
del Señor; entrega al presbítero de la patena y del cáliz,
"la ofrenda del pueblo santo" que es llamado a presentar a Dios; la entrega
del libro de los evangelios al diácono que acaba de recibir la misión
de anunciar el evangelio de Cristo.
V EL MINISTRO DE ESTE SACRAMENTO
1575 Fue Cristo
quien eligió a los apóstoles y les hizo partícipes
de su misión y su autoridad. Elevado a la derecha del Padre, no abandona
a su rebaño, sino que lo guarda por medio de los apóstoles
bajo su constante protección y lo dirige también mediante estos
mismos pastores que continúan hoy su obra (cf MR, Prefacio de Apóstoles).
Por tanto, es Cristo "quien da" a unos el ser apóstoles, a otros pastores
(cf. Ef 4,11). Sigue actuando por medio de los obispos (cf LG 21).
1576 Dado que el sacramento del Orden es el sacramento
del ministerio apostólico, corresponde a los obispos, en cuanto sucesores
de los apóstoles, transmitir "el don espiritual" (LG 21), "la semilla
apostólica" (LG 20). Los obispos válidamente ordenados, es
decir, que están en la línea de la sucesión apostólica,
confieren válidamente los tres grados del sacramento del Orden (cf
DS 794 y 802; CIC, can. 1012; CCEO, can. 744; 747).
VI QUIEN PUEDE RECIBIR ESTE SACRAMENTO
1577 "Sólo
el varón (vir ) bautizado recibe válidamente la sagrada ordenación"
(CIC, can 1024). El Señor Jesús eligió a hombres (viri)
para formar el colegio de los doce apóstoles (cf Mc 3,14-19; Lc 6,12-16),
y los apóstoles hicieron lo mismo cuando eligieron a sus colaboradores
(1 Tm 3,1-13; 2 Tm 1,6; Tt 1,5-9) que les sucederían en su tarea
(S.Clemente Romano Cor, 42,4; 44,3). El colegio de los obispos, con quienes
los presbíteros están unidos en el sacerdocio, hace presente
y actualiza hasta el retorno de Cristo el colegio de los Doce. La Iglesia
se reconoce vinculada por esta decisión del Señor. Esta es
la razón por la que las mujeres no reciben la ordenación
(cf Juan Pablo II, MD 26-27; CDF decl. "Inter insigniores": AAs 69 [1977]
98-116).
1578 Nadie tiene derecho a recibir el sacramento
del Orden. En efecto, nadie se arroga para sí mismo este oficio.
Al sacramento se es llamado por Dios (cf Hb 5,4). Quien cree reconocer las
señales de la llamada de Dios al ministerio ordenado, debe someter
humildemente su deseo a la autoridad de la Iglesia a la que corresponde
la responsabilidad y el derecho de llamar a recibir este sacramento. Como
toda gracia, el sacramento sólo puede ser recibido como un don inmerecido.
1579 Todos los ministros ordenados de la Iglesia latina,
exceptuados los diáconos permanentes, son ordinariamente elegidos
entre hombres creyentes que viven como célibes y que tienen la voluntad
de guardar el celibato "por el Reino de los cielos" (Mt 19,12). Llamados
a consagrarse totalmente al Señor y a sus "cosas" (cf 1 Co 7,32),
se entregan enteramente a Dios y a los hombres. El celibato es un signo de
esta vida nueva al servicio de la cual es consagrado el ministro de la Iglesia;
aceptado con un corazón alegre, anuncia de modo radiante el Reino
de Dios (cf PO 16).
1580 En las Iglesias Orientales, desde hace siglos está
en vigor una disciplina distinta: mientras los obispos son elegidos únicamente
entre los célibes, hombres casados pueden ser ordenados diáconos
y presbíteros. Esta práctica es considerada como legítima
desde tiempos remotos; estos presbíteros ejercen un ministerio fructuoso
en el seno de sus comunidades (cf PO 16). Por otra parte, el celibato de
los presbíteros goza de gran honor en las Iglesias Orientales, y son
numerosos los presbíteros que lo escogen libremente por el Reino de
Dios. En Oriente como en Occidente, quien recibe el sacramento del Orden
no puede contraer matrimonio.
VII LOS EFECTOS DEL SACRAMENTO DEL ORDEN
El carácter indeleble
1581 Este sacramento
configura con Cristo mediante una gracia especial del Espíritu Santo
a fin de servir de instrumento de Cristo en favor de su Iglesia. Por la ordenación
recibe la capacidad de actuar como representante de Cristo, Cabeza de la
Iglesia, en su triple función de sacerdote, profeta y rey.
1582 Como en el caso del Bautismo y de la Confirmación,
esta participación en la misión de Cristo es concedida de
una vez para siempre. El sacramento del Orden confiere también un
carácter espiritual indeleble y no puede ser reiterado ni ser conferido
para un tiempo determinado (cf Cc. de Trento: DS 1767; LG 21.28.29; PO 2).
1583 Un sujeto válidamente ordenado puede ciertamente,
por causas graves, ser liberado de las obligaciones y las funciones vinculadas
a la ordenación, o se le puede impedir ejercerlas (cf CIC, can. 290-293;
1336,1, nn 3º y 5º; 1338,2), pero no puede convertirse de nuevo
en laico en sentido estricto (cf. CC. de Trento: DS 1774) porque el carácter
impreso por la ordenación es para siempre. La vocación y la
misión recibidas el día de su ordenación, lo marcan
de manera permanente.
1584 Puesto que en último término es Cristo
quien actúa y realiza la salvación a través del ministro
ordenado, la indignidad de éste no impide a Cristo actuar (cf Cc.
de Trento: DS 1612; 1154). S. Agustín lo dice con firmeza:
En cuanto al ministro orgulloso, hay que colocarlo con
el diablo. Sin embargo, el don de Crist o no por ello es profanado: lo que
llega a través de él conserva su pureza, lo que pasa por él
permanece limpio y llega a la tierra fértil...En efecto, la virtud
espiritual del sacramento es semejante a la luz: los que deben ser iluminados
la reciben en su pureza y, si atraviesa seres manchados, no se mancha (Ev.
Ioa. 5, 15).
La gracia del Espíritu Santo
1585 La gracia del
Espíritu Santo propia de este sacramento es la de ser configurado
con Cristo Sacerdote, Maestro y Pastor, de quien el ordenado es constituido
ministro.
1586 Para el obispo, es en primer lugar una gracia