CATECISMO
DE LA IGLESIA CATÓLICA
Prólogo
"PADRE, esta es la vida
eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero y a tu enviado
Jesucristo" (Jn 17,3). "Dios, nuestro Salvador... quiere que todos los hombres
se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad" (1 Tim 2,3-4). "No
hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos
salvarnos" (Hch 4,12), sino el nombre de JESUS.
I. LA VIDA DEL HOMBRE: CONOCER Y AMAR A DIOS
1 Dios, infinitamente
Perfecto y Bienaventurado en sí mismo, en un designio de pura bondad
ha creado libremente al hombre para que tenga parte en su vida bienaventurada.
Por eso, en todo tiempo y en todo lugar, está cerca del hombre. Le
llama y le ayuda a buscarlo, a conocerle y a amarle con todas sus fuerzas.
Convoca a todos los hombres, que el pecado dispersó, a la unidad
de su familia, la Iglesia. Lo hace mediante su Hijo que envió como
Redentor y Salvador al llegar la plenitud de los tiempos. En él y
por él, llama a los hombres a ser, en el Espíritu Santo, sus
hijos de adopción, y por tanto los herederos de su vida bienaventurada.
2 Para que esta llamada resuene en toda la tierra, Cristo
envió a los apóstoles que había escogido, dándoles
el mandato de anunciar el evangelio: "Id, pues, y haced discípulos
a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo
y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo
lo que yo os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días
hasta el fin del mundo" (Mt 28,19-20). Fortalecidos con esta misión,
los apóstoles "salieron a predicar por todas partes, colaborando
el Señor con ellos y confirmando la Palabra con las señales
que la acompañaban" (Mc 16,20).
3 Quienes con la ayuda de Dios han acogido el llamamiento
de Cristo y han respondido libremente a ella, se sienten por su parte urgidos
por el amor de Cristo a anunciar por todas partes en el mundo la Buena Nueva.
Este tesoro recibido de los apóstoles ha sido guardado fielmente
por sus sucesores. Todos los fieles de Cristo son llamados a transmitirlo
de generación en generación, anunciando la fe, viviéndola
en la comunión fraterna y celebrándola en la liturgia y en
la oración (cf. Hch 2,42).
II TRANSMITIR LA FE: LA CATEQUESIS
4 Muy pronto se llamó
catequesis al conjunto de los esfuerzos realizados en la Iglesia para
hacer discípulos, para ayudar a los hombres a creer que Jesús
es el Hijo de Dios a fin de que, por la fe, tengan la vida en su nombre,
y para educarlos e instruirlos en esta vida y construir así el Cuerpo
de Cristo (cf. Juan Pablo II, CT 1,2).
5 En su sentido más restringido, "globalmente,
se puede considerar aquí que la catequesis es una educación
en la fe de los niños, de los jóvenes y adultos que comprende
especialmente una enseñanza de la doctrina cristiana, dada generalmente
de modo orgánico y sistemático con miras a iniciarlos en la
plenitud de la vida cristiana" (CT 18).
6 Sin confundirse con ellos, la catequesis se articula
dentro de un cierto número de elementos de la misión pastoral
de la Iglesia, que tienen un aspecto catequético, que preparan para
la catequesis o que derivan de ella: primer anuncio del Evangelio o predicación
misionera para suscitar la fe; búsqueda de razones para creer; experiencia
de vida cristiana: celebración de los sacramentos; integración
en la comunidad eclesial; testimonio apostólico y misionero (cf.
CT 18).
7 "La catequesis está unida íntimamente
a toda la vida de la Iglesia. No sólo la extensión geográfica
y el aumento numérico de la Iglesia, sino también y más
aún su crecimiento interior, su correspondencia con el designio de
Dios dependen esencialmente de ella" (CT 13).
8 Los periodos de renovación de la Iglesia son
también tiempos fuertes de la catequesis. Así, en la gran época
de los Padres de la Iglesia, vemos a santos obispos consagrar una parte importante
de su ministerio a la catequesis. Es la época de S. Cirilo de Jerusalén
y de S. Juan Crisóstomo, de S. Ambrosio y de S. Agustín, y
de muchos otros Padres cuyas obras catequéticas siguen siendo modelos.
9 El ministerio de la catequesis saca energías
siempre nuevas de los Concilios. El Concilio de Trento constituye a este respecto
un ejemplo digno de ser destacado: dio a la catequesis una prioridad en sus
constituciones y sus decretos; de él nació el Catecismo Romano
que lleva también su nombre y que constituye una obra de primer orden
como resumen de la doctrina cristiana; este Concilio suscitó en la
Iglesia una organización notable de la catequesis; promovió,
gracias a santos obispos y teólogos como S. Pedro Canisio, S. Carlos
Borromeo, S. Toribio de Mogrovejo, S. Roberto Belarmino, la publicación
de numerosos catecismos.
10 No es extraño, por ello, que, en el dinamismo
del Concilio Vaticano segundo (que el Papa Pablo VI consideraba como el
gran catecismo de los tiempos modernos), la catequesis de la Iglesia haya
atraído de nuevo la atención. El "Directorio general de la
catequesis" de 1971, las sesiones del Sínodo de los Obispos consagradas
a la evangelización (1974) y a la catequesis (1977), las exhortaciones
apostólicas correspondientes, "Evangelii nuntiandi" (1975) y "Catechesi
tradendae" (1979), dan testimonio de ello. La sesión extraordinaria
del Sínodo de los Obispos de 1985 pidió "que sea redactado
un catecismo o compendio de toda la doctrina católica tanto sobre
la fe como sobre la moral" (Relación final II B A 4). El santo Padre,
Juan Pablo II, hizo suyo este deseo emitido por el Sínodo de los
Obispos reconociendo que "responde totalmente a una verdadera necesidad
de la Iglesia universal y de las Iglesias particulares" (Discurso del 7
de Diciembre de 1985). El Papa dispuso todo lo necesario para que se realizara
la petición de los padres sinodales.
III FIN Y DESTINATARIOS DE ESTE CATECISMO
11 Este catecismo
tiene por fin presentar una exposición orgánica y sintética
de los contenidos esenciales y fundamentales de la doctrina católica
tanto sobre la fe como sobre la moral, a la luz del Concilio Vaticano II
y del conjunto de la Tradición de la Iglesia. Sus fuentes principales
son la Sagrada Escritura, los Santos Padres, la Liturgia y el Magisterio
de la Iglesia. Está destinado a servir "como un punto de referencia
para los catecismos o compendios que sean compuestos en los diversos países"
(Sínodo de los Obispos 1985. Relación final II B A 4).
12 Este catecismo está destinado principalmente
a los responsables de la catequesis: en primer lugar a los Obispos, en cuanto
doctores de la fe y pastores de la Iglesia. Les es ofrecido como instrumento
en la realización de su tarea de enseñar al Pueblo de Dios.
A través de los obispos se dirige a los redactores de catecismos,
a los sacerdotes y a los catequistas. Será también de útil
lectura para todos los demás fieles cristianos.
IV LA ESTRUCTURA DE ESTE CATECISMO
13 El plan de este
catecismo se inspira en la gran tradición de los catecismos los cuales
articulan la catequesis en torno a cuatro "pilares": la profesión
de la fe bautismal (el Símbolo), los Sacramentos de la fe, la vida
de fe (los Mandamientos), la oración del creyente (el Padre Nuestro).
Primera parte: la profesión de la fe
14 Los que por la
fe y el Bautismo pertenecen a Cristo deben confesar su fe bautismal delante
de los hombres (cf. Mt 10,32; Rom 10,9). Para esto, el Catecismo expone
en primer lugar en qué consiste la Revelación por la que Dios
se dirige y se da al hombre, y la fe, por la cual el hombre responde a Dios
(Sección primera). El Símbolo de la fe resume los dones que
Dios hace al hombre como Autor de todo bien, como Redentor, como Santificador
y los articula en torno a los "tres capítulos" de nuestro Bautismo
-la fe en un solo Dios: el Padre Todopoderoso, el Creador; y Jesucristo,
su Hijo, nuestro Señor y Salvador; y el Espíritu Santo, en
la Santa Iglesia (Sección segunda).
Segunda parte: Los sacramentos de la fe
15 La segunda parte
del catecismo expone cómo la salvación de Dios, realizada una
vez por todas por Cristo Jesús y por el Espíritu Santo, se
hace presente en las acciones sagradas de la liturgia de la Iglesia (Sección
primera), particularmente en los siete sacramentos (Sección segunda).
Tercera parte: La vida de fe
16 La tercera parte
del catecismo presenta el fin último del hombre, creado a imagen de
Dios: la bienaventuranza, y los caminos para llegar a ella: mediante un
obrar recto y libre, con la ayuda de la ley y de la gracia de Dios (Sección
primera); mediante un obrar que realiza el doble mandamiento de la caridad,
desarrollado en los diez Mandamientos de Dios (Sección segunda).
Cuarta parte: La oración en la vida de la fe
17 La última
parte del Catecismo trata del sentido y la importancia de la oración
en la vida de los creyentes (Sección primera). Se cierra con un breve
comentario de las siete peticiones de la oración del Señor
(Sección segunda). En ellas, en efecto, encontramos la suma de los
bienes que debemos esperar y que nuestro Padre celestial quiere concedernos.
V INDICACIONES PRACTICAS PARA EL USO
DE ESTE CATECISMO
18 Este Catecismo
está concebido como una exposición orgánica de toda
la fe católica. Es preciso, por tanto, leerlo como una unidad. Numerosas
referencias en el interior del texto y el índice analítico
al final del volumen permiten ver cada tema en su vinculación con
el conjunto de la fe.
19 Con frecuencia, los textos de la Sagrada Escritura
no son citados literalmente, sino indicando sólo la referencia (mediante
cf). Para una inteligencia más profunda de esos pasajes, es preciso
recurrir a los textos mismos. Estas referencias bíblicas son un instrumento
de trabajo para la catequesis.
20 Cuando, en ciertos pasajes, se emplea letra pequeña,
con ello se indica que se trata de puntualizaciones de tipo histórico,
apologético o de exposiciones doctrinales complementarias.
21 Las citas, en letra pequeña, de fuentes patrísticas,
litúrgicas, magisteriales o hagiográficas tienen como fin
enriquecer la exposición doctrinal. Con frecuencia estos textos han
sido escogidos con miras a un uso directamente catequético.
22 Al final de cada unidad temática, una serie
de textos breves resumen en fórmulas condensadas lo esencial de la
enseñanza. Estos "resúmenes" tienen como finalidad ofrecer sugerencias
para fórmulas sintéticas y memorizables en la catequesis de
cada lugar.
VI LAS ADAPTACIONES NECESARIAS
23 El acento de este
Catecismo se pone en la exposición doctrinal. Quiere, en efecto, ayudar
a profundizar el conocimiento de la fe. Por lo mismo está orientado
a la maduración de esta fe, su enraizamiento en la vida y su irradiación
en el testimonio (cf. CT 20-22; 25).
24 Por su misma finalidad, este Catecismo no se propone
dar una respuesta adaptada, tanto en el contenido cuanto en el método,
a las exigencias que dimanan de las diferentes culturas, de edades, de la
vida espiritual, de situaciones sociales y eclesiales de aquellos a quienes
se dirige la catequesis. Estas indispensables adaptaciones corresponden
a catecismos propios de cada lugar, y más aún a aquellos que
toman a su cargo instruir a los fieles:
El que enseña debe "hacerse todo a todos" (1 Cor 9,22), para ganarlos
a todos para Jesucristo...¡Sobre todo que no se imagine que le ha
sido confiada una sola clase de almas, y que, por consiguiente, le es l
ícito enseñar y formar igualmente a todos los fieles en la
verdadera piedad, con un único método y siempre el mismo!
Que sepa bien que unos son, en Jesucristo, como niños recién
nacidos, otros como adolescentes, otros finalmente como poseedores ya de
todas sus fuerzas... Los que son llamados al ministerio de la predicación
deben, al transmitir la enseñanza del misterio de la fe y de las
reglas de las costumbres, acomodar sus palabras al espíritu y a la
inteligencia de sus oyentes (Catech. R., Prefacio, 11).
25 Por encima de todo la Caridad. Para concluir esta
presentación es oportuno recordar el principio pastoral que enuncia
el Catecismo Romano:
Toda la finalidad de la doctrina y de la enseñanza debe ser puesta
en el amor que no acaba. Porque se puede muy bien exponer lo que es preciso
creer, esperar o hacer; pero sobre todo se debe siempre hacer aparecer el
Amor de Nuestro Señor a fin de que cada uno comprenda que todo acto
de virtud perfectamente cristiano no tiene otro origen que el Amor, ni otro
término que el Amor (Catech. R., Prefacio, 10).
Primera Parte
La profesión de la fe
PRIMERA SECCION
"CREO"-"CREEMOS"
26 Cuando profesamos
nuestra fe, comenzamos diciendo: "Creo" o "Creemos". Antes de exponer la
fe de la Iglesia tal como es confesada en el Credo, celebrada en la Liturgia,
vivida en la práctica de los Mandamientos y en la oración,
nos preguntamos qué significa "creer". La fe es la respuesta del
hombre a Dios que se revela y se entrega a él, dando al mismo tiempo
una luz sobreabundante al hombre que busca el sentido último de su
vida. Por ello consideramos primeramente esta búsqueda del hombre
(capítulo primero), a continuación la Revelación divina,
por la cual Dios viene al encuentro del hombre (capítulo segundo).
y finalmente la respuesta de la fe (capítulo tercero).
CAPITULO PRIMERO:
EL HOMBRE ES "CAPAZ"
DE DIOS
I. EL DESEO DE DIOS
27 El deseo de Dios
está inscrito en el corazón del hombre, porque el hombre ha
sido creado por Dios y para Dios; y Dios no cesa de atraer hacia sí
al hombre hacia sí, y sólo en Dios encontrará el hombre
la verdad y la dicha que no cesa de buscar:
La razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación
del hombre a la comunión con Dios. El hombre es invitado al diálogo
con Dios desde su nacimiento; pues no existe sino porque, creado por Dios
por amor, es conservado siempre por amor; y no vive plenamente según
la verdad si no reconoce libremente aquel amor y se entrega a su Creador
(GS 19,1).
28 De múltiples maneras, en su historia, y hasta
el día de hoy, los hombres han expresado a su búsqueda de
Dios por medio de sus creencias y sus comportamientos religiosos (oraciones,
sacrificios, cultos, meditaciones, etc.). A pesar de las ambigüedades
que pueden entrañar, estas formas de expresión son tan universales
que se puede llamar al hombre un ser religioso:
El creó, de un solo principio, todo el linaje humano, para que habitase
sobre toda la faz de la tierra y determinó con exactitud el tiempo
y los límites del lugar donde habían de habitar, con el fin
de que buscasen a Dios, para ver si a tientas le buscaban y le hallaban;
por más que no se encuentra lejos de cada uno de nosotros; pues en
él vivimos, nos movemos y existimos (Hch 17,26-28).
29 Pero esta "unión íntima y vital con
Dios" (GS 19,1) puede ser olvidada, desconocida e incluso rechazada explícitamente
por el hombre. Tales actitudes pueden tener orígenes muy diversos
(cf. GS 19-21): la rebelión contra el mal en el mundo, la ignorancia
o la indiferencia religiosas, los afanes del mundo y de las riquezas (cf.
Mt 13,22), el mal ejemplo de los creyentes, las corrientes del pensamiento
hostiles a la religión, y finalmente esa actitud del hombre pecador
que, por miedo, se oculta de Dios (cf. Gn 3,8-10) y huye ante su llamada
(cf. Jon 1,3).
30 "Se alegre el corazón de los que buscan a Dios"
(Sal 105,3). Si el hombre puede olvidar o rechazar a Dios, Dios no cesa
de llamar a todo hombre a buscarle para que viva y encuentre la dicha. Pero
esta búsqueda exige del hombre todo el esfuerzo de su inteligencia,
la rectitud de su voluntad, "un corazón recto", y también el
testimonio de otros que le enseñen a buscar a Dios.
Tú eres grande, Señor, y muy digno de alabanza: grande es
tu poder, y tu sabiduría no tiene medida. Y el hombre, pequeña
parte de tu creación, pretende alabarte, precisamente el hombre que,
revestido de su condición mortal, lleva en sí el testimonio
de su pecado y el testimonio de que tú resistes a los soberbios.
A pesar de todo, el hombre, pequeña parte de tu creación,
quiere alabarte. Tú mismo le incitas a ello, haciendo que encuentre
sus delicias en tu alabanza, porque nos has hecho para ti y nuestro corazón
está inquieto mientras no descansa en ti (S. Agustín, conf.
1,1,1).
II LAS VIAS DE ACCESO AL CONOCIMIENTO DE DIOS
31 Creado a imagen
de Dios, llamado a conocer y amar a Dios, el hombre que busca a Dios descubre
ciertas "vías" para acceder al conocimiento de Dios. Se las llama
también "pruebas de la existencia de Dios", no en el sentido de las
pruebas propias de las ciencias naturales, sino en el sentido de "argumentos
convergentes y convincentes" que permiten llegar a verdaderas certezas.
Estas "vías" para acercarse a Dios tienen como punto de partida
la creación: el mundo material y la persona humana.
32 El mundo: A partir del movimiento y del devenir, de
la contingencia, del orden y de la belleza del mundo se puede conocer a
Dios como origen y fin del universo.
S.Pablo afirma refiriéndose a los paganos: "Lo que de Dios se puede
conocer, está en ellos manifiesto: Dios se lo manifestó. Porque
lo invisible de Dios, desde la creación del mundo se deja ver a la
inteligencia a través de sus obras: su poder eterno y su divinidad"
(Rom 1,19-20; cf. Hch 14,15.17; 17,27-28; Sb 13,1-9).
Y S. Agustín: "Interroga a la belleza de la tierra, interroga a
la belleza del mar, interroga a la belleza del aire que se dilata y se difunde,
interroga a la belleza del cielo...interroga a todas estas realidades. Todas
te responde: Ve, nosotras somos bellas. Su belleza es una profesión
("confessio"). Estas bellezas sujetas a cambio, ¿quién las
ha hecho sino la Suma Belleza ("Pulcher"), no sujeto a cambio?" (serm. 241,2).
33 El hombre: Con su apertura a la verdad y a la belleza,
con su sentido del bien moral, con su libertad y la voz de su conciencia,
con su aspiración al infinito y a la dicha, el hombre se interroga
sobre la existencia de Dios. En estas aperturas, percibe signos de su alma
espiritual. La "semilla de eternidad que lleva en sí, al ser irreductible
a la sola materia" (GS 18,1; cf. 14,2), su alma, no puede tener origen más
que en Dios.
34 El mundo y el hombre atestiguan que no tienen en ellos
mismos ni su primer principio ni su fin último, sino que participan
de Aquel que es el Ser en sí, sin origen y sin fin. Así, por
estas diversas "vías", el hombre puede acceder al conocimiento de
la existencia de una realidad que es la causa primera y el fin último
de todo, "y que todos llaman Dios" (S. Tomás de A., s.th. 1,2,3).
35 Las facultades del hombre lo hacen capaz de conocer
la existencia de un Dios personal. Pero para que el hombre pueda entrar
en su intimidad, Dios ha querido revelarse al hombre y darle la gracia de
poder acoger en la fe esa revelación en la fe. Sin embargo, las pruebas
de la existencia de Dios pueden disponer a la fe y ayudar a ver que la fe
no se opone a la razón humana.
III EL CONOCIMIENTO DE DIOS SEGUN LA IGLESIA
36 "La santa Iglesia,
nuestra madre, mantiene y enseña que Dios, principio y fin de todas
las cosas, puede ser conocido con certeza mediante la luz natural de la
razón humana a partir de las cosas creadas" (Cc. Vaticano I: DS 3004;
cf. 3026; Cc. Vaticano II, DV 6). Sin esta capacidad, el hombre no podría
acoger la revelación de Dios. El hombre tiene esta capacidad porque
ha sido creado "a imagen de Dios" (cf. Gn 1,26).
37 Sin embargo, en las condiciones históricas
en que se encuentra, el hombre experimenta muchas dificultades para conocer
a Dios con la sola luz de su razón:
A pesar de que la razón humana, hablando simplemente, pueda verdaderamente
por sus fuerzas y su luz naturales, llegar a un conocimiento verdadero y
cierto de un Dios personal, que protege y gobierna el mundo por su providencia,
así como de una ley natural puesta por el Creador en nuestras almas,
sin embargo hay muchos obstáculos que impiden a esta misma razón
usar eficazmente y con fruto su poder natural; porque las verdades que se
refieren a Dios y a los hombres sobrepasan absolutamente el orden de las
cosas sensibles y cuando deben traducirse en actos y proyectarse en la vida
exigen que el hombre se entregue y renuncie a sí mismo. El espíritu
humano, para adquirir semejantes verdades, padece dificultad por parte de
los sentidos y de la imaginación, así como de los malos deseos
nacidos del pecado original. De ahí procede que en semejantes materias
los hombres se persuadan fácilmente de la falsedad o al menos de la
incertidumbre de las cosas que no quisieran que fuesen verdaderas (Pío
XII, enc. "Humani Generis": DS 3875).
38 Por esto el hombre necesita ser iluminado por la revelación
de Dios, no solamente acerca de lo que supera su entendimiento, sino también
sobre "las verdades religiosas y morales que de suyo no son inaccesibles
a la razón, a fin de que puedan ser, en el estado actual del género
humano, conocidas de todos sin dificultad, con una certeza firme y sin mezcla
de error" (ibid., DS 3876; cf. Cc Vaticano I: DS 3005; DV 6; S. Tomás
de A., s.th. 1,1,1).
IV ¿COMO HABLAR DE DIOS?
39 Al defender la
capacidad de la razón humana para conocer a Dios, la Iglesia expresa
su confianza en la posibilidad de hablar de Dios a todos los hombres y con
todos los hombres. Esta convicción está en la base de su diálogo
con las otras religiones, con la filosofía y las ciencias, y también
con los no creyentes y los ateos.
40 Puesto que nuestro conocimiento de Dios es limitado,
nuestro lenguaje sobre Dios lo es también. No podemos nombrar a Dios
sino a partir de las criaturas, y según nuestro modo humano limitado
de conocer y de pensar.
41 Todas las criaturas poseen una cierta semejanza con
Dios, muy especialmente el hombre creado a imagen y semejanza de Dios. Las
múltiples perfecciones de las criaturas (su verdad, su bondad, su
belleza) reflejan, por tanto, la perfección infinita de Dios. Por
ello, podemos nombrar a Dios a partir de las perfecciones de sus criaturas,
"pues de la grandeza y hermosura de las criaturas se llega, por analogía,
a contemplar a su Autor" (Sb 13,5).
42 Dios transciende toda criatura. Es preciso, pues,
purificar sin cesar nuestro lenguaje de todo lo que tiene de limitado, de
expresión por medio de imágenes, de imperfecto, para no confundir
al Dios "inefable, incomprensible, invisible, inalcanzable" (Anáfora
de la Liturgia de San Juan Crisóstomo) con nuestras representaciones
humanas. Nuestras palabras humanas quedan siempre más acá
del Misterio de Dios.
43 Al hablar así de Dios, nuestro lenguaje se
expresa ciertamente de modo humano, pero capta realmente a Dios mismo, sin
poder, no obstante, expresarlo en su infinita simplicidad. Es preciso recordar,
en efecto, que "entre el Creador y la criatura no se puede señalar
una semejanza tal que la diferencia entre ellos no sea mayor todavía"
(Cc. Letrán IV: DS 806), y que "nosotros no podemos captar de Dios
lo que él es, sino solamente lo que no es y cómo los otros
seres se sitúan con relación a él" (S. Tomás
de A., s. gent. 1,30).
RESUMEN
44 El hombre es por
naturaleza y por vocación un ser religioso. Viniendo de Dios y yendo
hacia Dios, el hombre no vive una vida plenamente humana si no vive libremente
su vínculo con Dios.
45 El hombre está hecho para vivir en comunión
con Dios, en quien encuentra su dicha."Cuando yo me adhiera a ti con todo
mi ser, no habrá ya para mi penas ni pruebas, y viva, toda llena
de ti, será plena" (S. Agustín, conf. 10,28,39).
46 Cuando el hombre escucha el mensaje de las criaturas
y la voz de su conciencia, entonces puede alcanzar a certeza de la existencia
de Dios, causa y fin de todo.
47 La Iglesia enseña que el Dios único
y verdadero, nuestro Creador y Señor, puede ser conocido con certeza
por sus obras, gracias a la luz natural de la razón humana (cf. Cc.Vaticano
I: DS 3026).
48 Nosotros podemos realmente nombrar a Dios partiendo
de las múltiples perfecciones de las criaturas, semejanzas del Dios
infinitamente perfecto, aunque nuestro lenguaje limitado no agote su misterio.
49 "Sin el Creador la criatura se diluye" (GS 36). He
aquí por qué los creyentes saben que son impulsados por el amor
de Cristo a llevar la luz del Dios vivo a los que no le conocen o le rechazan.
CAPITULO SEGUNDO
DIOS AL ENCUENTRO
DEL HOMBRE
50 Mediante la razón
natural, el hombre puede conocer a Dios con certeza a partir de sus obras.
Pero existe otro orden de conocimiento que el hombre no puede de ningún
modo alcanzar por sus propias fuerzas, el de la Revelación divina
(cf. Cc. Vaticano I: DS 3015). Por una decisión enteramente libre,
Dios se revela y se da al hombre. Lo hace revelando su misterio, su designio
benevolente que estableció desde la eternidad en Cristo en favor de
todos los hombres. Revela plenamente su designio enviando a su Hijo amado,
nuestro Señor Jesucristo, y al Espíritu Santo.
Artículo 1 LA REVELACION DE DIOS
I DIOS REVELA SU DESIGNIO AMOROSO
51 "Dispuso Dios en
su sabiduría revelarse a sí mismo y dar a conocer el misterio
de su voluntad, mediante el cual los hombres, por medio de Cristo, Verbo
encarnado, tienen acceso al Padre en el Espíritu Santo y se hacen
consortes de la naturaleza divina" (DV 2).
52 Dios, que "habita una luz inaccesible" (1 Tm 6,16)
quiere comunicar su propia vida divina a los hombres libremente creados por
él, para hacer de ellos, en su Hijo único, hijos adoptivos (cf.
Ef 1,4-5). Al revelarse a sí mismo, Dios quiere hacer a los hombres
capaces de responderle, de conocerle y de amarle más allá de
lo que ellos serían capaces por sus propias fuerzas.
53 El designio divino de la revelación se realiza
a la vez "mediante acciones y palabras", íntimamente ligadas entre
sí y que se esclarecen mutuamente (DV 2). Este designio comporta
una "pedagogía divina" particular: Dios se comunica gradualmente
al hombre, lo prepara por etapas para acoger la Revelación sobrenatural
que hace de sí mismo y que culminará en la Persona y la misión
del Verbo encarnado, Jesucristo.
S. Ireneo de Lyon habla en varias ocasiones de esta pedagogía divina
bajo la imagen de un mutuo acostumbrarse entre Dios y el hombre: "El Verbo
de Dios ha habitado en el hombre y se ha hecho Hijo del hombre para acostumbrar
al hombre a comprender a Dios y para acostumbrar a Dios a habitar en el
hombre, según la voluntad del Padre" (haer. 3,20,2; cf. por ejemplo
17,1; 4,12,4; 21,3).
II LAS ETAPAS DE LA REVELACION
Desde el origen, Dios se da a conocer
54 "Dios, creándolo
todo y conservándolo por su Verbo, da a los hombres testimonio perenne
de sí en las cosas creadas, y, queriendo abrir el camino de la salvación
sobrenatural, se manifestó, además, personalmente a nuestros
primeros padres ya desde el principio" (DV 3). Los invitó a una comunión
íntima con él revistiéndolos de una gracia y de una
justicia resplandecientes.
55 Esta revelación no fue interrumpida por el
pecado de nuestros primeros padres. Dios, en efecto, "después de
su caída alentó en ellos la esperanza de la salvación
con la promesa de la redención, y tuvo incesante cuidado del género
humano, para dar la vida eterna a todos los que buscan la salvación
con la perseverancia en las buenas obras" (DV 3).
Cuando por desobediencia perdió tu amistad, no lo abandonaste al
poder de la muerte...Reiteraste, además, tu alianza a los hombres (MR,
Plegaria eucarística IV,118).
La alianza con Noé
56 Una vez rota la
unidad del género humano por el pecado, Dios decide desde el comienzo
salvar a la humanidad a través de una serie de etapas. La Alianza
con Noé después del diluvio (cf. Gn 9,9) expresa el principio
de la Economía divina con las "naciones", es decir con los hombres
agrupados "según sus países, cada uno según su lengua,
y según sus clanes" (Gn 10,5; cf. 10,20-31).
57 Este orden a la vez cósmico, social y religioso
de la pluralidad de las naciones (cf. Hch 17,26-27), está destinado
a limitar el orgullo de una humanidad caída que, unánime en
su perversidad (cf. Sb 10,5), quisiera hacer por sí misma su unidad
a la manera de Babel (cf. Gn 11,4-6). Pero, a causa del pecado (cf. Rom
1,18-25), el politeísmo así como la idolatría de la
nación y de su jefe son una amenaza constante de vuelta al paganismo
para esta economía aún no definitiva.
58 La alianza con Noé permanece en vigor mientras
dura el tiempo de las naciones (cf. Lc 21,24), hasta la proclamación
universal del evangelio. La Biblia venera algunas grandes figuras de las
"naciones", como "Abel el justo", el rey-sacerdote Melquisedec (cf. Gn 14,18),
figura de Cristo (cf. Hb 7,3), o los justos "Noé, Daniel y Job" (Ez
14,14). De esta manera, la Escritura expresa qué altura de santidad
pueden alcanzar los que viven según la alianza de Noé en la
espera de que Cristo "reúna en uno a todos los hijos de Dios dispersos"
(Jn 11,52).
Dios elige a Abraham
59 Para reunir a la
humanidad dispersa, Dios elige a Abraham llamándolo "fuera de su
tierra, de su patria y de su casa" (Gn 12,1), para hacer de él "Abraham",
es decir, "el padre de una multitud de naciones" (Gn 17,5): "En ti serán
benditas todas las naciones de la tierra" (Gn 12,3 LXX; cf. Ga 3,8).
60 El pueblo nacido de Abraham será el depositario
de la promesa hecha a los patriarcas, el pueblo de la elección (cf.
Rom 11,28), llamado a preparar la reunión un día de todos
los hijos de Dios en la unidad de loa Iglesia (cf. Jn 11,52; 10,16); ese
pueblo será la raíz en la que serán injertados los
paganos hechos creyentes (cf. Rom 11,17-18.24).
61 Los patriarcas, los profetas y otros personajes del
Antiguo Testamento han sido y serán siempre venerados como santos
en todas las tradiciones litúrgicas de la Iglesia.
Dios forma a su pueblo Israel
62 Después
de la etapa de los patriarcas, Dios constituyó a Israel como su pueblo
salvándolo de la esclavitud de Egipto. Estableció con él
la alianza del Sinaí y le dio por medio de Moisés su Ley,
para que lo reconociese y le sirviera como al único Dios vivo y verdadero,
Padre providente y juez justo, y para que esperase al Salvador prometido
(cf. DV 3).
63 Israel es el pueblo sacerdotal de Dios (cf. Ex 19,6),
el que "lleva el Nombre del Señor" (Dt 28,10). Es el pueblo de aquellos
"a quienes Dios habló primero" (MR, Viernes Santo 13: oración
universal VI), el pueblo de los "hermanos mayores" en la fe de Abraham.
64 Por los profetas, Dios forma a su pueblo en la esperanza
de la salvación, en la espera de una Alianza nueva y eterna destinada
a todos los hombres (cf. Is 2,2-4), y que será grabada en los corazones
(cf. Jr 31,31-34; Hb 10,16). Los profetas anuncian una redención
radical del pueblo de Dios, la purificación de todas sus infidelidades
(cf. Ez 36), una salvación que incluirá a todas las naciones
(cf. Is 49,5-6; 53,11). Serán sobre todo los pobres y los humildes
del Señor (cf. So 2,3) quienes mantendrán esta esperanza. Las
mujeres santas como Sara, Rebeca, Raquel, Miriam, Débora, Ana, Judit
y Ester conservaron viva la esperanza de la salvación de Israel. De
ellas la figura más pura es María (cf. Lc 1,38).
III CRISTO JESUS-"MEDIADOR Y PLENITUD
DE TODA LA REVELACION" (DV 2)
Dios ha dicho todo en su Verbo
65 "De una manera
fragmentaria y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros
Padres por medio de los Profetas; en estos últimos tiempos nos ha
hablado por su Hijo" (Hb 1,1-2). Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre, es
la Palabra única, perfecta e insuperable del Padre. En El lo dice
todo, no habrá otra palabra más que ésta. S. Juan de
la Cruz, después de otros muchos, lo expresa de manera luminosa,
comentando Hb 1,1-2:
Porque en darnos, como nos dio a su Hijo, que es una Palabra suya, que
no tiene otra, todo nos lo habló junto y de una vez en esta sola
Palabra, y no tiene más que hablar; porque lo que hablaba antes en
partes a los profetas ya lo ha hablado en el todo, dándonos al Todo,
que es su Hijo. Por lo cual, el que ahora quisiese preguntar a Dios, o querer
alguna visión o revelación, no sólo haría una
necedad, sino haría agravio a Dios, no poniendo los ojos totalmente
en Cristo, sin querer otra alguna cosa o novedad (San Juan de la Cruz, Subida
al monte Carmelo 2,22,3-5: Biblioteca Mística Carmelitana, v. 11
(Burgos 1929), p. 184.).
No habrá otra revelación
66 "La economía
cristiana, como alianza nueva y definitiva, nunca cesará y no hay
que esperar ya ninguna revelación pública antes de la gloriosa
manifestación de nuestro Señor Jesucristo" (DV 4). Sin embargo,
aunque la Revelación esté acabada, no está completamente
explicitada; corresponderá a la fe cristiana comprender gradualmente
todo su contenido en el transcurso de los siglos.
67 A lo largo de los siglos ha habido revelaciones llamadas
"privadas", algunas de las cuales han sido reconocidas por la autoridad
de la Iglesia. Estas, sin embargo, no pertenecen al depósito de la
fe. Su función no es la de "mejorar" o "completar" la Revelación
definitiva de Cristo, sino la de ayudar a vivirla más plenamente
en una cierta época de la historia. Guiado por el Magisterio de la
Iglesia, el sentir de los fieles (sensus fidelium) sabe discernir y acoger
lo que en estas revelaciones constituye una llamada auténtica de Cristo
o de sus santos a la Iglesia.
La fe cristiana no puede aceptar "revelaciones" que pretenden superar o
corregir la Revelación de la que Cristo es la plenitud. Es el caso
de ciertas Religiones no cristianas y también de ciertas sectas recientes
que se fundan en semejantes "revelaciones".
RESUMEN
68 Por amor, Dios
se ha revelado y se ha entregado al hombre. De este modo da una respuesta
definitiva y sobreabundante a las cuestiones que el hombre se plantea sobre
el sentido y la finalidad de su vida.
69 Dios se ha revelado al hombre comunicándole
gradualmente su propio Misterio mediante obras y palabras.
70 Más allá del testimonio que Dios da
de sí mismo en las cosas creadas, se manifestó a nuestros
primeros padres. Les habló y, después de la caída,
les prometió la salvación (cf. Gn 3,15), y les ofreció
su alianza.
71 Dios selló con Noé una alianza eterna
entre El y todos los seres vivientes (cf. Gn 9,16). Esta alianza durará
tanto como dure el mundo.
72 Dios eligió a Abraham y selló una alianza
con él y su descendencia. De él formó a su pueblo,
al que reveló su ley por medio de Moisés. Lo preparó
por los profetas para acoger la salvación destinada a toda la humanidad.
73 Dios se ha revelado plenamente enviando a su propio
Hijo, en quien ha establecido su alianza para siempre. El Hijo es la Palabra
definitiva del Padre, de manera que no habrá ya otra Revelación
después de El.
Artículo 2 LA TRANSMISION DE
LA
REVELACION DIVINA
74 Dios "quiere que
todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad" ( 1
Tim 2,4), es decir, al conocimiento de Cristo Jesús (cf. Jn 14,6).
Es preciso, pues, que Cristo sea anunciado a todos los pueblos y a todo
s los hombres y que así la Revelación llegue hasta los confines
del mundo:
Dios quiso que lo que había revelado para salvación de todos
los pueblos se conservara por siempre íntegro y fuera transmitido
a todas las edades (DV 7).
I LA TRADICION APOSTOLICA
75 "Cristo nuestro
Señor, plenitud de la revelación, mandó a los Apóstoles
predicar a todos los hombres el Evangelio como fuente de toda verdad salvadora
y de toda norma de conducta, comunicándoles así los bienes
divinos: el Evangelio prometido por los profetas, que el mismo cumplió
y promulgó con su boca" (DV 7).
La predicación apostólica...
76 La transmisión del evangelio, según
el mandato del Señor, se hizo de dos maneras:
oralmente: "los apóstoles, con su predicación, sus ejemplos,
sus instituciones, transmitieron de palabra lo que habían aprendido
de las obras y palabras de Cristo y lo que el Espíritu Santo les
enseñó";
por escrito: "los mismos apóstoles y otros de su generación
pusieron por escrito el mensaje de la salvación inspirados por el
Espíritu Santo" (DV 7).
… continuada en la sucesión apostólica
77 "Para que este Evangelio se conservara siempre vivo
y entero en la Iglesia, los apóstoles nombraron como sucesores a
los obispos, 'dejándoles su cargo en el magisterio'" (DV 7). En efecto,
"la predicación apostólica, expresada de un modo especial
en los libros sagrados, se ha de conservar por transmisión continua
hasta el fin de los tiempos" (DV 8).
78 Esta transmisión viva, llevada a cabo en el
Espíritu Santo es llamada la Tradición en cuanto distinta de
la Sagrada Escritura, aunque estrechamente ligada a ella. Por ella, "la Iglesia
con su enseñanza, su vida, su culto, conserva y transmite a todas las
edades lo que es y lo que cree" (DV 8). "Las palabras de los Santos Padres
atestiguan la presencia viva de esta Tradición, cuyas riquezas van
pasando a loa práctica y a la vida de la Iglesia que cree y ora" (DV
8).
79 Así, la comunicación que el Padre ha
hecho de sí mismo por su Verbo en el Espíritu Santo sigue presente
y activa en la Iglesia: "Dios, que habló en otros tiempos, sigue
conservando siempre con la Esposa de su Hijo amado; así el Espíritu
Santo, por quien la voz viva del Evangelio resuena en la Iglesia, y por
ella en el mundo entero, va introduciendo a los fieles en la verdad plena
y hace que habite en ellos intensamente la palabra de Cristo" (DV 8).
II LA RELACION ENTRE LA TRADICION
Y LA SAGRADA ESCRITURA
Una fuente común...
80 La Tradición
y la Sagrada Escritura "están íntimamente unidas y compenetradas.
Porque surgiendo ambas de la misma fuente, se funden en cierto modo y tienden
a un mismo fin" (DV 9). Una y otra hacen presente y fecundo en la Iglesia
el misterio de Cristo que ha prometido estar con los suyos "para siempre
hasta el fin del mundo" (Mt 28,20).
… dos modos distintos de transmisión
81 "La Sagrada Escritura es la palabra de Dios, en cuanto
escrita por inspiración del Espíritu Santo".
"La Tradición recibe la palabra de Dios, encomendada por Cristo
y el Espíritu Santo a los apóstoles, y la transmite íntegra
a los sucesores; para que ellos, iluminados por el Espíritu
de la verdad, la conserven, la expongan y la difundan fielmente en su predicación"
82 De ahí resulta que la Iglesia, a la cual está
confiada la transmisión y la interpretación de la Revelación
"no saca exclusivamente de la Escritura la certeza de todo lo revelado.
Y así se han de recibir y respetar con el mismo espíritu de
devoción" (DV 9).
Tradición apostólica y tradiciones eclesiales
83 La Tradición
de que hablamos aquí es la que viene de los apóstoles y transmite
lo que estos recibieron de las enseñanzas y del ejemplo de Jesús
y lo que aprendieron por el Espíritu Santo. En efecto, la primera
generación de cristianos no tenía aún un Nuevo Testamento
escrito, y el Nuevo Testamento mismo atestigua el proceso de la Tradición
viva.
Es preciso distinguir de ella las "tradiciones" teológicas, disciplinares,
litúrgicas o devocionales nacidas en el transcurso del tiempo en
las Iglesias locales. Estas constituyen formas particulares en las que la
gran Tradición recibe expresiones adaptadas a los diversos lugares
y a las diversas épocas. Sólo a la luz de la gran Tradición
aquellas pueden ser mantenidas, modificadas o también abandonadas
bajo la guía del Magisterio de la Iglesia.
III LA INTERPRETACION DEL DEPOSITO DE LA FE
El depósito de la fe confiado a la totalidad
de la Iglesia
84 "El depósito
sagrado" (cf. 1 Tm 6,20; 2 Tm 1,12-14) de la fe (depositum fidei), contenido
en la Sagrada Tradición y en la Sagrada Escritura fue confiado por
los apóstoles al conjunto de la Iglesia. "Fiel a dicho depósito,
el pueblo cristiano entero, unido a sus pastores, persevera siempre en la
doctrina apostólica y en la unión, en la eucaristía
y la oración, y así se realiza una maravillosa concordia de
pastores y fieles en conservar, practicar y profesar la fe recibida" (DV
10).
El Magisterio de la Iglesia
85 "El oficio de interpretar
auténticamente la palabra de Dios, oral o escritura, ha sido encomendado
sólo al Magisterio vivo de la Iglesia, el cual lo ejercita en nombre
de Jesucristo" (DV 10), es decir, a los obispos en comunión con el
sucesor de Pedro, el obispo de Roma.
86 "El Magisterio no está por encima de la palabra
de Dios, sino a su servicio, para enseñar puramente lo transmitido,
pues por mandato divino y con la asistencia del Espíritu Santo, lo
escucha devotamente, lo custodia celosamente, lo explica fielmente; y de
este único depósito de la fe saca todo lo que propone como
revelado por Dios para ser creído" (DV 10).
87 Los fieles, recordando la palabra de Cristo a sus
Apóstoles: "El que a vosotros escucha a mi me escucha" (Lc 10,16;
cf. LG 20), reciben con docilidad las enseñanzas y directrices que
sus pastores les dan de diferentes formas.
Los dogmas de la fe
88 El Magisterio de
la Iglesia ejerce plenamente la autoridad que tiene de Cristo cuando define
dogmas, es decir, cuando propone, de una forma que obliga al pueblo cristiano
a una adhesión irrevocable de fe, verdades contenidas en la Revelación
divina o también cuando propone de manera definitiva verdades que
tienen con ellas un vínculo necesario.
89 Existe un vínculo orgánico entre nuestra
vida espiritual y los dogmas. Los dogmas son luces en el camino de nuestra
fe, lo iluminan y lo hacen seguro. De modo inverso, si nuestra vida es recta,
nuestra inteligencia y nuestro corazón estarán abiertos para
acoger la luz de los dogmas de la fe (cf. Jn 8,31-32).
90 Los vínculos mutuos y la coherencia de los
dogmas pueden ser hallados en el conjunto de la Revelación del Misterio
de Cristo (cf. Cc. Vaticano I: DS 3016: "nexus mysteriorum"; LG 25). "Existe
un orden o `jerarquía' de las verdades de la doctrina católica,
puesto que es diversa su conexión con el fundamento de la fe cristiana"
(UR 11)
El sentido sobrenatural de la fe
91 Todos los fieles
tienen parte en la comprensión y en la transmisión de la verdad
revelada. Han recibido la unción del Espíritu Santo que los
instruye (cf. 1 Jn 2,20.27) y los conduce a la verdad completa (cf. Jn 16,13).
92 "La totalidad de los fieles ... no puede equivocarse
en la fe. Se manifiesta esta propiedad suya, tan peculiar, en el sentido
sobrenatural de la fe de todo el pueblo: cuando 'desde los obispos hasta
el último de los laicos cristianos' muestran estar totalmente de acuerdo
en cuestiones de fe y de moral" (LG 12).
93 "El Espíritu de la verdad suscita y sostiene
este sentido de la fe. Con él, el Pueblo de Dios, bajo la dirección
del magisterio...se adhiere indefectiblemente a la fe transmitida a los
santos de una vez para siempre, la profundiza con un juicio recto y la aplica
cada día más plenamente en la vida" (LG 12).
El crecimiento en la inteligencia de la fe
94 Gracias a la asistencia
del Espíritu Santo, la inteligencia tanto de las realidades como
de las palabras del depósito de la fe puede crecer en la vida de
la Iglesia:
– "Cuando los fieles las contemplan y estudian repasándolas en su
corazón" (DV 8); es en particular la investigación teológica
quien debe " profundizar en el conocimiento de la verdad revelada" (GS 62,7;
cfr. 44,2; DV 23; 24; UR 4).
– Cuando los fieles "comprenden internamente los misterios que viven" (DV
8); "Divina eloquia cum legente crescunt" (S.Gregorio Magno, Homilía
sobre Ez 1,7,8: PL 76, 843 D).
– "Cuando las proclaman los obispos, sucesores de los apóstoles
en el carisma de la verdad" (DV 8).
95 "La Tradición, la Escritura y el Magisterio
de la Iglesia, según el plan prudente de Dios, están unidos
y ligados, de modo que ninguno puede subsistir sin los otros; los tres, cada
uno según su carácter, y bajo la acción del único
Espíritu Santo, contribuyen eficazmente a la salvación de
las almas" (DV 10,3).
RESUMEN
96 Lo que Cristo confió
a los apóstoles, estos lo transmitieron por su predicación
y por escrito, bajo la inspiración del Espíritu Santo, a todas
las generaciones hasta el retorno glorioso de Cristo.
97 "La Tradición y la Sagrada Escritura constituyen
el depósito sagrado de la palabra de Dios" (DV 10), en el cual, como
en un espejo, la Iglesia peregrinante contempla a Dios, fuente de todas
sus riquezas.
98 "La Iglesia con su enseñanza, su vida, su culto,
conserva y transmite a todas las edades lo que es y lo que cree" (DV 8).
99 En virtud de su sentido sobrenatural de la fe, todo
el Pueblo de Dios no cesa de acoger el don de la Revelación divina,
de penetrarla más profundamente y de vivirla de modo más pleno.
100 El oficio de interpretar auténticamente la
Palabra de Dios ha sido confiado únicamente al Magisterio de la Iglesia,
al Papa y a los obispos en comunión con él.
Artículo 3: LA SAGRADA ESCRITURA
I CRISTO, PALABRA ÚNICA DE LA SAGRADA ESCRITURA
101 En la condescendencia
de su bondad, Dios, para revelarse a los hombres, les habla en palabras
humanas: "La palabra de Dios, expresada en lenguas humanas, se hace semejante
al lenguaje humano, como la Palabra del eterno Padre asumiendo nuestra débil
condición humana, se hizo semejante a los hombres " (DV 13).
102 A través de todas las palabras de la Sagrada
Escritura, Dios dice sólo una palabra, su Verbo único, en
quien él se dice en plenitud (cf. Hb 1,1-3):
Recordad que es una misma Palabra de Dios la que se extiende en todas las
escrituras, que es un mismo Verbo que resuena en la boca de todos los escritores
sagrados, el que, siendo al comienzo Dios junto a Dios, no necesita sílabas
porque no está sometido al tiempo (S. Agustín, Psal. 103,4,1).
103 Por esta razón, la Iglesia ha venerado siempre
las divinas Escrituras como venera también el Cuerpo del Señor.
No cesa de presentar a los fieles el Pan de vida que se distribuye en la
mesa de la Palabra de Dios y del Cuerpo de Cristo (cf. DV 21).
104 En la Sagrada Escritura, la Iglesia encuentra sin
cesar su alimento y su fuerza (cf. DV 24), porque, en ella, no recibe solamente
una palabra humana, sino lo que es realmente: la Palabra de Dios (cf. 1
Ts 2,13). "En los libros sagrados, el Padre que está en el cielo
sale amorosamente al encuentro de sus hijos para conversar con ellos" (DV
21).
II INSPIRACION Y VERDAD DE LA SAGRADA ESCRITURA
105 Dios es el autor
de la Sagrada Escritura. "Las verdades reveladas por Dios, que se contienen
y manifiestan en la Sagrada Escritura, se consignaron por inspiración
del Espíritu Santo".
"La santa Madre Iglesia, fiel a la base de los apóstoles, reconoce
que todos los libros del Antiguo y del Nuevo Testamento, con todas sus partes,
son sagrados y canónicos, en cuanto que, escritos por inspiración
del Espíritu Santo, tienen a Dios como autor, y como tales han sido
confiados a la Iglesia" (DV 11).
106 Dios ha inspirado a los autores humanos de los libros
sagrados. "En la composición de los libros sagrados, Dios se valió
de hombres elegidos, que usaban de todas sus facultades y talentos; de este
modo obrando Dios en ellos y por ellos, como verdaderos autores, pusieron
por escrito todo y sólo lo que Dios quería" (DV 11).
107 Los libros inspirados enseñan la verdad. "Como
todo lo que afirman los hagiógrafos, o autores inspirados, lo afirma
el Espíritu Santo, se sigue que los libros sagrados enseñan
sólidamente, fielmente y sin error la verdad que Dios hizo consignar
en dichos libros para salvación nuestra" (DV 11).
108 Sin embargo, la fe cristiana no es una "religión
del Libro". El cristianismo es la religión de la "Palabra" de Dios,
"no de un verbo escrito y mudo, sino del Verbo encarnado y vivo" (S. Bernardo,
hom. miss. 4,11). Para que las Escrituras no queden en letra muerta, es
preciso que Cristo, Palabra eterna del Dios vivo, por el Espíritu
Santo, nos abra el espíritu a la inteligencia de las mismas (cf.
Lc 24,45).
III EL ESPÍRITU SANTO, INTÉRPRETE DE LA
ESCRITURA
109 En la Sagrada
Escritura, Dios habla al hombre a la manera de los hombres. Por tanto, para
interpretar bien la Escritura, es preciso estar atento a lo que los autores
humanos quisieron verdaderamente afirmar y a lo que Dios quiso manifestarnos
mediante sus palabras (cf. DV 12,1).
110 Para descubrir la intención de los autores
sagrados es preciso tener en cuenta las condiciones de su tiempo y de su cultura,
los "géneros literarios" usados en aquella época, las maneras
de sentir, de hablar y de narrar en aquel tiempo. "Pues la verdad se presenta
y se enuncia de modo diverso en obras de diversa índole histórica,
en libros proféticos o poéticos, o en otros géneros
literarios" (DV 12,2).
111 Pero, dado que la Sagrada Escritura es inspirada,
hay otro principio de la recta interpretación , no menos importante
que el precedente, y sin el cual la Escritura sería letra muerta: "La
Escritura se ha de leer e interpretar con el mismo Espíritu con que
fue escrita" (DV 12,3).
El Concilio Vaticano II señala tres criterios para una interpretación
de la Escritura conforme al Espíritu que la inspiró (cf. DV
12,3):
112 1. Prestar una gran atención "al contenido
y a la unidad de toda la Escritura". En efecto, por muy diferentes que
sean los libros que la componen, la Escritura es una en razón de la
unidad del designio de Dios , del que Cristo Jesús es el centro y
el corazón, abierto desde su Pascua (cf. Lc 24,25-27. 44-46).
El corazón (cf. Sal 22,15) de Cristo designa la sagrada Escritura
que hace conocer el corazón de Cristo. Este corazón estaba
cerrado antes de la Pasión porque la Escritura era oscura. Pero la
Escritura fue abierta después de la Pasión, porque los que
en adelante tienen inteligencia de ella consideran y disciernen de qué
manera deben ser interpretadas las profecías (S. Tomás de A.
Expos. in Ps 21,11).
113 2. Leer la Escritura en "la Tradición viva
de toda la Iglesia". Según un adagio de los Padres, "sacra Scriptura
pincipalius est in corde Ecclesiae quam in materialibus instrumentis scripta"
("La Sagrada Escritura está más en el corazón de la
Iglesia que en la materialidad de los libros escritos"). En efecto, la Iglesia
encierra en su Tradición la memoria viva de la Palabra de Dios, y
el Espíritu Santo le da la interpretación espiritual de la
Escritura ("...secundum spiritualem sensum quem Spiritus donat Ecclesiae":
Orígenes, hom. in Lev. 5,5).
114 3. Estar atento "a la analogía de la fe" (cf.
Rom 12,6). Por "analogía de la fe" entendemos la cohesión
de las verdades de la fe entre sí y en el proyecto total de la Revelación.
El sentido de la Escritura
115 Según una
antigua tradición, se pueden distinguir dos sentidos de la Escritura:
el sentido literal y el sentido espiritual; este último se subdivide
en sentido alegórico, moral y anagógico. La concordancia profunda
de los cuatro sentidos asegura toda su riqueza a la lectura viva de la Escritura
en la Iglesia.
116 El sentido literal. Es el sentido significado por
las palabras de la Escritura y descubierto por la exégesis que sigue
las reglas de la justa interpretación. "Omnes sensus (sc. sacrae Scripturae)
fundentur super litteralem" (S. Tomás de Aquino., s.th. 1,1,10, ad
1) Todos los sentidos de la Sagrada Escritura se fundan sobre el sentido
literal.
117 El sentido espiritual. Gracias a la unidad del designio
de Dios, no solamente el texto de la Escritura, sino también las
realidades y los acontecimientos de que habla pueden ser signos.
El sentido alegórico. Podemos adquirir una comprensión más
profunda de los acontecimientos reconociendo su significación en
Cristo; así, el paso del Mar Rojo es un signo de la victoria de Cristo
y por ello del Bautismo (cf. 1 Cor 10,2).
El sentido moral. Los acontecimientos narrados en la Escritura pueden conducirnos
a un obrar justo. Fueron escritos "para nuestra instrucción" (1 Cor
10,11; cf. Hb 3-4,11).
El sentido anagógico. Podemos ver realidades y acontecimientos en
su significación eterna, que nos conduce (en griego: "anagoge") hacia
nuestra Patria. Así, la Iglesia en la tierra es signo de la Jerusalén
celeste (cf. Ap 21,1-22,5).
118 Un dístico medieval resume la significación
de los cuatro sentidos:
"Littera gesta docet, quid credas allegoria,
Moralis quid agas, quo tendas anagogia" (AGUSTÍN DE DACIA, Rotulus
pugillaris, I: ed. A. Walz: Angelicum 6 (1929), 256.
119 "A los exegetas toca aplicar estas normas en su trabajo
para ir penetrando y exponiendo el sentido de la Sagrada Escritura, de modo
que con dicho estudio pueda madurar el juicio de la Iglesia. Todo lo dicho
sobre la interpretación de la Escritura queda sometido al juicio
definitivo de la Iglesia, que recibió de Dios el encargo y el oficio
de conservar e interpretar la palabra de Dios" (DV 12,3).
Ego vero Evangelio non credere, nisi me catholicae Ecclesiae commoveret
auctoritas (S. Agustín, fund. 5,6).
IV EL CANON DE LAS ESCRITURAS
120 La Tradición
apostólica hizo discernir a la Iglesia qué escritos
constituyen la lista de los Libros Santos (cf. DV 8,3). Esta lista integral
es llamada "Canon" de las Escrituras. Comprende para el Antiguo Testamento
46 escritos (45 si se cuentan Jr y Lm como uno solo), y 27 para el Nuevo
(cf. DS 179; 1334-1336; 1501-1504):
Génesis, Exodo, Levítico, Números, Deuteronomio, Josué,
Jueces, Rut, los dos libros de Samuel, los dos libros de los Reyes, los
dos libros de las Crónicas, Esdras y Nehemías, Tobías,
Judit, Ester, los dos libros de los Macabeos, Job, los Salmos, los Proverbios,
el Eclesiastés, el Cantar de los Cantares, la Sabiduría, el
Eclesiástico, Isaías, Jeremías, las Lamentaciones,
Baruc, Ezequiel, Daniel, Oseas, Joel, Amós, Abdías, Jonás
Miqueas, Nahúm , Habacuc, Sofonías, Ageo, Zacarías,
Malaquías para el Antiguo Testamento; los Evangelios de Mateo, de
Marcos, de Lucas y de Juan, los Hechos de los Apóstoles, las cartas
de Pablo a los Romanos, la primera y segunda a los Corintios, a los Gálatas,
a los Efesios, a los Filipenses, a los Colosenses, la primera y la segunda
a los Tesalonicenses, la primera y la segunda a Timoteo, a Tito, a Filemón,
la carta a los Hebreos, la carta de Santiago, la primera y la segunda de
Pedro, las tres cartas de Juan, la carta de Judas y el Apocalipsis para
el Nuevo Testamento.
El Antiguo Testamento
121 El Antiguo Testamento
es una parte de la Sagrada Escritura de la que no se puede prescindir. Sus
libros son libros divinamente inspirados y conservan un valor permanente
(cf. DV 14), porque la Antigua Alianza no ha sido revocada.
122 En efecto, "el fin principal de la economía
antigua era preparar la venida de Cristo, redentor universal". "Aunque contienen
elementos imperfectos y pasajeros", los libros del Antiguo Testamento dan
testimonio de toda la divina pedagogía del amor salvífico
de Dios: "Contienen enseñanzas sublimes sobre Dios y una sabiduría
salvadora acerca del hombre, encierran tesoros de oración y esconden
el misterio de nuestra salvación" (DV 15).
123 Los cristianos veneran el Antiguo Testamento como
verdadera Palabra de Dios. La Iglesia ha rechazado siempre vigorosamente la
idea de prescindir del Antiguo Testamento so pretexto de que el Nuevo lo
habría hecho caduco (marcionismo).
El Nuevo Testamento
124 "La palabra de
Dios, que es fuerza de Dios para ala salvación del que cree, se encuentra
y despliega su fuerza de modo privilegiado en el Nuevo Testamento" (DV 17).
Estos escritos nos ofrecen la verdad definitiva de la Revelación
divina. Su objeto central es Jesucristo, el Hijo de Dios encarnado, sus
obras, sus enseñanzas, su pasión y su glorificación,
así como los comienzos de su Iglesia bajo la acción del Espíritu
Santo (cf. DV 20).
125 Los evangelios son el corazón de todas las
Escrituras "por ser el testimonio principal de la vida y doctrina de la Palabra
hecha carne, nuestro Salvador" (DV 18).
126 En la formación de los evangelios se pueden
distinguir tres etapas:
1. La vida y la enseñanza de Jesús. La Iglesia mantiene firmemente
que los cuatro evangelios, "cuya historicidad afirma sin vacilar, comunican
fielmente lo que Jesús, Hijo de Dios, viviendo entre los hombres,
hizo y enseñó realmente para ala salvación de ellos,
hasta el día en que fue levantado al cielo" (DV
19).
2. La tradición oral. "Los apóstoles ciertamente después
de la ascensión del Señor predicaron a sus oyentes lo que
El había dicho y obrado, con aquella crecida inteligencia de que
ellos gozaban, amaestrados por los acontecimientos gloriosos de Cristo y
por la luz del Espíritu de verdad" (DV 19).
3. Los evangelios escritos. Los autores sagrados escribieron los cuatro
Evangelios escogiendo algunas cosas de las muchas que ya se transmitían
de palabra o por escrito, sintetizando otras, o explicándolas atendiendo
a la condición de las Iglesias, conservando por fin la forma de proclamación,
de manera que siempre nos comunicaban la verdad sincera acerca de Jesús"
(DV 19).
127 El Evangelio cuadriforme ocupa en la Iglesia un lugar
único; de ello dan testimonio la veneración de que lo rodea
la liturgia y el atractivo incomparable que ha ejercido en todo tiempo sobre
los santos:
No hay ninguna doctrina que sea mejor, más preciosa y más
espléndida que el texto del evangelio. Ved y retened lo que nuestro
Señor y Maestro, Cristo, ha enseñado mediante sus palabras y
realizado mediante sus obras (Santa Cesárea la Joven, Rich. ).
Es sobre todo el Evangelio lo que me ocupa durante mis oraciones; en él
encuentro todo lo que es necesario a mi pobre alma. En él descubro
siempre nuevas luces, sentidos escondidos y misteriosos (Santa Teresa del
Niño Jesús, ms. auto. A 83v).
La unidad del Antiguo y del Nuevo Testamento
128 La Iglesia, ya
en los tiempos apostólicos (cf. 1 Cor 10,6.11; Hb 10,1; 1 Pe 3,21),
y después constantemente en su tradición, esclareció
la unidad del plan divino en los dos Testamentos gracias a la tipología.
Esta reconoce en las obras de Dios en la Antigua Alianza prefiguraciones
de lo que Dios realizó en la plenitud de los tiempos en la persona
de su Hijo encarnado.
129 Los cristianos, por tanto, leen el Antiguo Testamento
a la luz de Cristo muerto y resucitado. Esta lectura tipológica manifiesta
el contenido inagotable del Antiguo Testamento. Ella no debe hacer olvidar
que el Antiguo Testamento conserva su valor propio de revelación
que nuestro Señor mismo reafirmó (cf. Mc 12,29-31). Por otra
parte, el Nuevo Testamento exige ser leído también a la luz
del Antiguo. La catequesis cristiana primitiva recurrirá constantemente
a él (cf. 1 Cor 5,6-8; 10,1-11). Según un viejo adagio, el
Nuevo Testamento está escondido en el Antiguo, mientras que el Antiguo
se hace manifiesto en el Nuevo: "Novum in Vetere latet et in Novo Vetus
patet" (S. Agustín, Hept. 2,73; cf. DV 16).
130 La tipología significa un dinamismo que se
orienta al cumplimiento del plan divino cuando "Dios sea todo en todos" (1
Cor 15,28). Así la vocación de los patriarcas y el Exodo de
Egipto, por ejemplo, no pierden su valor propio en el plan de Dios por el
hecho de que son al mismo tiempo etapas intermedias.
V LA SAGRADA ESCRITURA EN LA VIDA DE LA IGLESIA
131 "Es tan grande
el poder y la fuerza de la palabra de Dios, que constituye sustento y vigor
de la Iglesia, firmeza de fe para sus hijos, alimento del alma, fuente límpida
y perenne de vida espiritual" (DV 21). "Los fieles han de tener fácil
acceso a la Sagrada Escritura" (DV 22).
132 "La Escritura debe ser el alma de la teología.
El ministerio de la palabra, que incluye la predicación pastoral,
la catequesis, toda la instrucción cristiana y en puesto privilegiado,
la homilía, recibe de la palabra de la Escritura alimento saludable
y por ella da frutos de santidad" (DV 24).
133 La Iglesia "recomienda insistentemente a todos los
fieles...la lectura asidua de la Escritura para que adquieran 'la ciencia
suprema de Jesucristo' (Flp 3,8), 'pues desconocer la Escritura es desconocer
a Cristo' (S. Jerónimo)" (DV 25).
RESUMEN
134 Toda la Escritura divina es un libro y este libro
es Cristo, "porque toda la Escritura divina habla de Cristo, y toda la Escritura
divina se cumple en Cristo" (Hugo de San Víctor, De arca Noe 2,8:
PL 176, 642; cf. Ibid., 2,9: PL 176, 642-643).
135 "La sagrada Escritura contiene la palabra de Dios
y, en cuanto inspirada, es realmente palabra de Dios" (DV 24).
136 Dios es el Autor de la Sagrada Escritura porque inspira
a sus autores humanos: actúa en ellos y por ellos. Da así
la seguridad de que sus escritos enseñan sin error la verdad salvífica
(cf. DV 11).
137 La interpretación de las Escrituras inspiradas
debe estar sobre todo atenta a lo que Dios quiere revelar por medio de los
autores sagrados para nuestra salvación. Lo que viene del Espíritu
sólo es plenamente percibido por la acción del Espíritu
(Cf Orígenes, hom. in Ex. 4,5).
138 La Iglesia recibe y venera como inspirados los cuarenta
y seis libros del Antiguo Testamento y los veintisiete del Nuevo.
139 Los cuatro evangelios ocupan un lugar central, pues
su centro es Cristo Jesús.
140 La unidad de los dos Testamentos se deriva de la
unidad del plan de Dios y de su Revelación. El Antiguo Testamento
prepara el Nuevo mientras que éste da cumplimiento al Antiguo; los
dos se esclarecen mutuamente; los dos son verdadera Palabra de Dios.
141 "La Iglesia siempre ha venerado la Sagrada Escritura,
como lo ha hecho con el Cuerpo de Cristo" (DV 21): aquellas y éste
alimentan y rigen toda la vida cristiana. "Para mis pies antorcha es tu
palabra, luz para mi sendero" (Sal 119,105; Is 50,4).
CAPÍTULO TERCERO: LA RESPUESTA DEL HOMBRE A DIOS
142 Por su revelación,
"Dios invisible habla a los hombres como amigo, movido por su gran amor
y mora con ellos para invitarlos a la comunicación consigo y recibirlos
en su compañía" (DV 2). La respuesta adecuada a esta invitación
es la fe.
143 Por la fe, el hombre somete completamente su inteligencia
y su voluntad a Dios. Con todo su ser, el hombre da su asentimiento a Dios
que revela (cf. DV 5). La Sagrada Escritura llama "obediencia de la fe"
a esta respuesta del hombre a Dios que revela (cf. Rom 1,5; 16,26).
Artículo 1 CREO
I LA OBEDIENCIA DE LA FE
144 Obedecer ("ob-audire")
en la fe, es someterse libremente a la palabra escuchada, porque su verdad
está garantizada por Dios, la Verdad misma. De esta obediencia, Abraham
es el modelo que nos propone la Sagrada Escritura. La Virgen María
es la realización más perfecta de la misma.
Abraham, "el padre de todos los creyentes"
145 La carta a los Hebreos, en el gran elogio de la fe
de los antepasados insiste particularmente en la fe de Abraham: "Por la
fe, Abraham obedeció y salió para el lugar que había
de recibir en herencia, y salió sin saber a dónde iba" (Hb
11,8; cf. Gn 12,1-4). Por la fe, vivió como extranjero y peregrino
en la Tierra prometida (cf. Gn 23,4). Por la fe, a Sara se otorgó
el concebir al hijo de la promesa. Por la fe, finalmente, Abraham ofreció
a su hijo único en sacrificio (cf. Hb 11,17).
146 Abraham realiza así la definición de
la fe dada por la carta a los Hebreos: "La fe es garantía de lo que
se espera; la prueba de las realidades que no se ven" (Hb 11,1). "Creyó
Abraham en Dios y le fue reputado como justicia" (Rom 4,3; cf. Gn 15,6).
Gracias a esta "fe poderosa" (Rom 4,20), Abraham vino a ser "el padre de
todos los creyentes" (Rom 4,11.18; cf. Gn 15,15).
147 El Antiguo Testamento es rico en testimonios acerca
de esta fe. La carta a los Hebreos proclama el elogio de la fe ejemplar
de los antiguos, por la cual "fueron alabados" (Hb 11,2.39). Sin embargo,
"Dios tenía ya dispuesto algo mejor": la gracia de creer en su Hijo
Jesús, "el que inicia y consuma la fe" (Hb 11,40; 12,2).
María : "Dichosa la que ha creído"
148 La Virgen María
realiza de la manera más perfecta la obediencia de la fe. En la fe,
María acogió el anuncio y la promesa que le traía el
ángel Gabriel, creyendo que "nada es imposible para Dios" (Lc 1,37;
cf. Gn 18,14) y dando su asentimiento: "He aquí la esclava del Señor;
hágase en mí según tu palabra" (Lc 1,38). Isabel la
saludó: "¡Dichosa la que ha creído que se cumplirían
las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!" (Lc 1,45). Por
esta fe todas las generaciones la proclamarán bienaventurada (cf.
Lc 1,48).
149 Durante toda su vida, y hasta su última prueba
(cf. Lc 2,35), cuando Jesús, su hijo, murió en la cruz, su
fe no vaciló. María no cesó de creer en el "cumplimiento"
de la palabra de Dios. Por todo ello, la Iglesia venera en María
la realización más pura de la fe.
II "YO SE EN QUIEN TENGO PUESTA MI FE"
(2 Tim 1,12)
Creer solo en Dios
150 La fe es ante
todo una adhesión personal del hombre a Dios; es al mismo tiempo
e inseparablemente el asentimiento libre a toda la verdad que Dios ha revelado.
En cuanto adhesión personal a Dios y asentimiento a la verdad que
él ha revelado, la fe cristiana difiere de la fe en una persona humana.
Es justo y bueno confiarse totalmente a Dios y creer absolutamente lo que
él dice. Sería vano y errado poner una fe semejante en una
criatura (cf. Jr 17,5-6; Sal 40,5; 146,3-4).
Creer en Jesucristo, el Hijo de Dios
151 Para el cristiano,
creer en Dios es inseparablemente creer en aquel que él ha enviado,
"su Hijo amado", en quien ha puesto toda su complacencia (Mc 1,11). Dios
nos ha dicho que les escuchemos (cf. Mc 9,7). El Señor mismo dice
a sus discípulos: "Creed en Dios, creed también en mí"
(Jn 14,1). Podemos creer en Jesucristo porque es Dios, el Verbo hecho carne:
"A Dios nadie le ha visto jamás: el Hijo único, que está
en el seno del Padre, él lo ha contado" (Jn 1,18). Porque "ha visto
al Padre" (Jn 6,46), él es único en conocerlo y en poderlo
revelar (cf. Mt 11,27).
Creer en el Espíritu Santo
152 No se puede creer
en Jesucristo sin tener parte en su Espíritu. Es el Espíritu
Santo quien revela a los hombres quién es Jesús. Porque "nadie
puede decir: 'Jesús es Señor' sino bajo la acción del
Espíritu Santo" (1 Cor 12,3). "El Espíritu todo lo sondea,
hasta las profundidades de Dios...Nadie conoce lo íntimo de Dios,
sino el Espíritu de Dios" (1 Cor 2,10-11). Sólo Dios conoce
a Dios enteramente. Nosotros creemos en el Espíritu Santo porque
es Dios.
La Iglesia no cesa de confesar su fe en un solo Dios, Padre, Hijo y Espíritu
Santo.
III LAS CARACTERISTICAS DE LA FE
La fe es una gracia
153 Cuando San Pedro
confiesa que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios vivo, Jesús
le declara que esta revelación no le ha venido "de la carne y de la
sangre, sino de mi Padre que está en los cielos" (Mt 16,17; cf. Ga
1,15; Mt 11,25). La fe es un don de Dios, una virtud sobrenatural infundida
por él, "Para dar esta respuesta de la fe es necesaria la gracia de
Dios, que se adelanta y nos ayuda, junto con el auxilio interior del Espíritu
Santo, que mueve el corazón, lo dirige a Dios, abre los ojos del espíritu
y concede `a todos gusto en aceptar y creer la verdad'" (DV 5).
La fe es un acto humano
154 Sólo es
posible creer por la gracia y los auxilios interiores del Espíritu
Santo. Pero no es menos cierto que creer es un acto auténticamente
humano. No es contrario ni a la libertad ni a la inteligencia del hombre
depositar la confianza en Dios y adherirse a las verdades por él
reveladas. Ya en las relaciones humanas no es contrario a nuestra propia
dignidad creer lo que otras personas nos dicen sobre ellas mismas y sobre
sus intenciones, y prestar confianza a sus promesas (como, por ejemplo,
cuando un hombre y una mujer se casan), para entrar así en comunión
mutua. Por ello, es todavía menos contrario a nuestra dignidad "presentar
por la fe la sumisión plena de nuestra inteligencia y de nuestra
voluntad al Dios que revela" (Cc. Vaticano I: DS 3008) y entrar así
en comunión íntima con El.
155 En la fe, la inteligencia y la voluntad humanas cooperan
con la gracia divina: "Creer es un acto del entendimiento que asiente a
la verdad divina por imperio de la voluntad movida por Dios mediante la
gracia" (S. Tomás de A., s.th. 2-2, 2,9; cf. Cc. Vaticano I: DS 3010).
La fe y la inteligencia
156 El motivo de creer
no radica en el hecho de que las verdades reveladas aparezcan como verdaderas
e inteligibles a la luz de nuestra razón natural. Creemos "a causa
de la autoridad de Dios mismo que revela y que no puede engañarse
ni engañarnos". "Sin embargo, para que el homenaje de nuestra fe
fuese conforme a la razón, Dios ha querido que los auxilios interiores
del Espíritu Santo vayan acompañados de las pruebas exteriores
de su revelación" (ibid., DS 3009). Los milagros de Cristo y de los
santos (cf. Mc 16,20; Hch 2,4), las profecías, la propagación
y la santidad de la Iglesia, su fecundidad y su estabilidad "son signos ciertos
de la revelación, adaptados a la inteligencia de todos", "motivos
de credibilidad que muestran que el asentimiento de la fe no es en modo alguno
un movimiento ciego del espíritu" (Cc. Vaticano I: DS 3008-10).
157 La fe es cierta, más cierta que todo conocimiento
humano, porque se funda en la Palabra misma de Dios, que no puede mentir.
Ciertamente las verdades reveladas pueden parecer oscuras a la razón
y a la experiencia humanas, pero "la certeza que da la luz divina es mayor
que la que da la luz de la razón natural" (S. Tomás de Aquino,
s.th. 2-2, 171,5, obj.3). "Diez mil dificultades no hacen una sola duda"
(J.H. Newman, apol.).
158 "La fe trata de comprender" (S. Anselmo, prosl. proem.):
es inherente a la fe que el creyente desee conocer mejor a aquel en quien
ha puesto su fe, y comprender mejor lo que le ha sido revelado; un conocimiento
más penetrante suscitará a su vez una fe mayor, cada vez más
encendida de amor. La gracia de la fe abre "los ojos del corazón"
(Ef 1,18) para una inteligencia viva de los contenidos de la Revelación,
es decir, del conjunto del designio de Dios y de los misterios de la fe,
de su conexión entre sí y con Cristo, centro del Misterio revelado.
Ahora bien, "para que la inteligencia de la Revelación sea más
profunda, el mismo Espíritu Santo perfecciona constantemente la fe
por medio de sus dones" (DV 5). Así, según el adagio de S.
Agustín (serm. 43,7,9), "creo para comprender y comprendo para creer
mejor".
159 Fe y ciencia. "A pesar de que la fe esté por
encima de la razón, jamás puede haber desacuerdo entre ellas.
Puesto que el mismo Dios que revela los misterios y comunica la fe ha hecho
descender en el espíritu humano la luz de la razón, Dios no
podría negarse a sí mismo ni lo verdadero contradecir jamás
a lo verdadero" (Cc. Vaticano I: DS 3017). "Por eso, la investigación
metódica en todas las disciplinas, si se procede de un modo realmente
científico y según las normas morales, nuca estará
realmente en oposición con la fe, porque las realidades profanas
y las realidades de fe tienen su origen en el mismo Dios. Más aún,
quien con espíritu humilde y ánimo constante se esfuerza por
escrutar lo escondido de las cosas, aun sin saberlo, está como guiado
por la mano de Dios, que, sosteniendo todas las cosas, hace que sean lo
que son" (GS 36,2).
La libertad de la fe
160 "El hombre, al
creer, debe responder voluntariamente a Dios; nadie debe estar obligado
contra su voluntad a abrazar la fe. En efecto, el acto de fe es voluntario
por su propia naturaleza" (DH 10; cf. CIC, can.748,2). "Ciertamente, Dios
llama a los hombres a servirle en espíritu y en verdad. Por ello,
quedan vinculados por su conciencia, pero no coaccionados...Esto se hizo
patente, sobre todo, en Cristo Jesús" (DH 11). En efecto, Cristo
invitó a la fe y a la conversión, él no forzó
jamás a nadie jamás. "Dio testimonio de la verdad, pero no
quiso imponerla por la fuerza a los que le contradecían. Pues su
reino...crece por el amor con que Cristo, exaltado en la cruz, atrae a los
hombres hacia Él" (DH 11).
La necesidad de la fe
161 Creer en Cristo
Jesús y en aquél que lo envió para salvarnos es necesario
para obtener esa salvación (cf. Mc 16,16; Jn 3,36; 6,40 e.a.). "Puesto
que `sin la fe... es imposible agradar a Dios' (Hb 11,6) y llegar a participar
en la condición de sus hijos, nadie es justificado sin ella y nadie,
a no ser que `haya perseverado en ella hasta el fin' (Mt 10,22; 24,13), obtendrá
la vida eterna" (Cc. Vaticano I: DS 3012; cf. Cc. de Trento: DS 1532).
La perseverancia en la fe
162 La fe es un don
gratuito que Dios hace al hombre. Este don inestimable podemos perderlo;
S. Pablo advierte de ello a Timoteo: "Combate el buen combate, conservando
la fe y la conciencia recta; algunos, por haberla rechazado, naufragaron
en la fe" (1 Tm 1,18-19). Para vivir, crecer y perseverar hasta el fin en
la fe debemos alimentarla con la Palabra de Dios; debemos pedir al Señor
que la aumente (cf. Mc 9,24; Lc 17,5; 22,32); debe "actuar por la caridad"
(Ga 5,6; cf. St 2,14-26), ser sostenida por la esperanza (cf. Rom 15,13)
y estar enraizada en la fe de la Iglesia.
La fe, comienzo de la vida eterna
163 La fe nos hace
gustar de antemano el gozo y la luz de la visión beatífica,
fin de nuestro caminar aquí abajo. Entonces veremos a Dios "cara
a cara" (1 Cor 13,12), "tal cual es" (1 Jn 3,2). La fe es pues ya el comienzo
de la vida eterna:
Mientras que ahora contemplamos las bendiciones de la fe como el reflejo
en un espejo, es como si poseyéramos ya las cosas maravillosas de
que nuestra fe nos asegura que gozaremos un día ( S. Basilio, Spir.
15,36; cf. S. Tomás de A., s.th. 2-2,4,1).
164 Ahora, sin embargo, "caminamos en la fe y no en la
visión" (2 Cor 5,7), y conocemos a Dios "como en un espejo, de una
manera confusa,...imperfecta" (1 Cor 13,12). Luminosa por aquel en quien
cree, la fe es vivida con frecuencia en la oscuridad. La fe puede ser puesta
a prueba. El mundo en que vivimos parece con frecuencia muy lejos de lo que
la fe nos asegura; las experiencias del mal y del sufrimiento, de las injusticias
y de la muerte parecen contradecir la buena nueva, pueden estremecer la
fe y llegar a ser para ella una tentación.
165 Entonces es cuando debemos volvernos hacia
los testigos de la fe: Abraham, que creyó, "esperando contra toda
esperanza" (Rom 4,18); la Virgen María que, en "la peregrinación
de la fe" (LG 58), llegó hasta la "noche de la fe" (Juan Pablo II,
R Mat 18) participando en el sufrimiento de su Hijo y en la noche de su
sepulcro; y tantos otros testigos de la fe: "También nosotros, teniendo
en torno nuestro tan gran nube de testigos, sacudamos todo lastre y el pecado
que nos asedia, y corramos con fortaleza la prueba que se nos propone, fijos
los ojos en Jesús, el que inicia y consuma la fe" (Hb 12,1-2).
Artículo 2 CREEMOS
166 La fe es un acto
personal: la respuesta libre del hombre a la iniciativa de Dios que se revela.
Pero la fe no es un acto aislado. Nadie puede creer solo, como nadie puede
vivir solo. Nadie se ha dado la fe a sí mismo, como nadie se ha dado
la vida a sí mismo. El creyente ha recibido la fe de otro, debe transmitirla
a otro. Nuestro amor a Jesús y a los hombres nos impulsa a hablar
a otros de nuestra fe. Cada creyente es como un eslabón en la gran
cadena de los creyentes. Yo no puedo creer sin ser sostenido por la fe de
los otros, y por mi fe yo contribuyo a sostener la fe de los otros.
167 "Creo" (Símbolo de los Apóstoles):
Es la fe de la Iglesia profesada personalmente por cada creyente, principalmente
en su bautismo. "Creemos" (Símbolo de Nicea-Constantinopla, en el
original griego): Es la fe de la Iglesia confesada por los obispos reunidos
en Concilio o, más generalmente, por la asamblea litúrgica
de los creyentes. "Creo", es también la Iglesia, nuestra Madre, que
responde a Dios por su fe y que nos enseña a decir: "creo", "creemos".
I "MIRA, SEÑOR, LA FE DE TU IGLESIA"
168 La Iglesia es
la primera que cree, y así conduce, alimenta y sostiene mi fe. La
Iglesia es la primera que, en todas partes, confiesa al Señor ("Te
per orbem terrarum sancta confitetur Ecclesia", cantamos en el Te Deum),
y con ella y en ella somos impulsados y llevados a confesar también
: "creo", "creemos". Por medio de la Iglesia recibimos la fe y la vida nueva
en Cristo por el bautismo. En el Ritual Romanum, el ministro del bautismo
pregunta al catecúmeno: "¿Qué pides a la Iglesia de
Dios?" Y la respuesta es: "La fe". "¿Qué te da la fe?" "La
vida eterna".
169 La salvación viene solo de Dios; pero
puesto que recibimos la vida de la fe a través de la Iglesia, ésta
es nuestra madre: "Creemos en la Iglesia como la madre de nuestro nuevo
nacimiento, y no en la Iglesia como si ella fuese el autor de nuestra salvación"
(Fausto de Riez, Spir. 1,2). Porque es nuestra madre, es también
la educadora de nuestra fe.
II EL LENGUAJE DE LA FE
170 No creemos en
las fórmulas, sino en las realidades que estas expresan y que la
fe nos permite "tocar". "El acto (de fe) del creyente no se detiene en el
enunciado, sino en la realidad (enunciada)" (S. Tomás de A., s.th.
2-2, 1,2, ad 2). Sin embargo, nos acercamos a estas realidades con la ayuda
de las formulaciones de la fe. Estas permiten expresar y transmitir la fe,
celebrarla en comunidad, asimilarla y vivir de ella cada vez más.
171 La Iglesia, que es "columna y fundamento de la verdad"
(1 Tim 3,15), guarda fielmente "la fe transmitida a los santos de
una vez para siempre" (Judas 3). Ella es la que guarda la memoria de las
Palabras de Cristo, la que transmite de generación en generación
la confesión de fe de los Apóstoles. Como una madre que enseña
a sus hijos a hablar y con ello a comprender y a comunicar, la Iglesia, nuestra
Madre, nos enseña el lenguaje de la fe para introducirnos en la inteligencia
y la vida de la fe.
III UNA SOLA FE
172 Desde siglos,
a través de muchas lenguas, culturas, pueblos y naciones, la Iglesia
no cesa de confesar su única fe, recibida de un solo Señor,
transmitida por un solo bautismo, enraizada en la convicción de que
todos los hombres no tienen más que un solo Dios y Padre (cf. Ef 4,4-6).
S. Ireneo de Lyon, testigo de esta fe, declara:
173 "La Iglesia, en efecto, aunque dispersada por el
mundo entero hasta los confines de la tierra, habiendo recibido de los apóstoles
y de sus discípulos la fe... guarda (esta predicación y esta
fe) con cuidado, como no habitando más que una sola casa, cree en
ella de una manera idéntica, como no teniendo más que una sola
alma y un solo corazón, las predica, las enseña y las transmite
con una voz unánime, como no poseyendo más que una sola boca"
(haer. 1, 10,1-2).
174 "Porque, si las lenguas difieren a través
del mundo, el contenido de la Tradición es uno e idéntico.
Y ni las Iglesias establecidas en Germania tienen otro fe u otra Tradición,
ni las que están entre los Iberos, ni las que están entre
los Celtas, ni las de Oriente, de Egipto, de Libia, ni las que están
establecidas en el centro el mundo..." (ibid.). "El mensaje de la Iglesia
es, pues, verídico y sólido, ya que en ella aparece un solo
camino de salvación a través del mundo entero" (ibid. 5,20,1).
175 "Esta fe que hemos recibido de la Iglesia, la guardamos
con cuidado, porque sin cesar, bajo la acción del Espíritu
de Dios, como un contenido de gran valor encerrado en un vaso excelente,
rejuvenece y hace rejuvenecer el vaso mismo que la contiene" (ibid., 3,24,1).
RESUMEN
176 La fe es una adhesión
personal del hombre entero a Dios que se revela. Comprende una adhesión
de la inteligencia y de la voluntad a la Revelación que Dios ha hecho
de sí mismo mediante sus obras y sus palabras.
177 "Creer" entraña, pues, una doble referencia:
a la persona y a la verdad; a la verdad por confianza en la persona que
la atestigua.
178 No debemos creer en ningún otro que no sea
Dios, Padre, Hijo, y Espíritu Santo.
179 La fe es un don
sobrenatural de Dios. Para creer, el hombre necesita los auxilios interiores
del Espíritu Santo.
180 "Creer" es un acto humano, consciente y libre, que
corresponde a la dignidad de la persona humana.
181 "Creer" es un acto eclesial. La fe de la Iglesia
precede, engendra, conduce y alimenta nuestra fe. La Iglesia es la madre
de todos los creyentes. "Nadie puede tener a Dios por Padre si no tiene a
la Iglesia por madre" (S. Cipriano, unit. eccl.: PL 4,503A).
182 "Creemos todas aquellas cosas que se contienen en
la palabra de Dios escrita o transmitida y son propuestas por la Iglesia...
para ser creídas como divinamente reveladas" (Pablo VI, SPF 20).
183 La fe es necesaria para la salvación. El Señor
mismo lo afirma: "El que crea y sea bautizado, se salvará; el que
no crea, se condenará" (Mc 16,16).
184 "La fe es un gusto anticipado del conocimiento que
nos hará bienaventurados en la vida futura" (S. Tomás de A.,
comp. 1,2).
EL CREDO
Símbolo de los Apóstoles
Credo
de Nicea-Constantinopla
Creo en Dios,
Creo en un solo Dios,
Padre Todopoderoso,
Padre Todopoderoso,
Creador del cielo y de la tierra.
Creador del cielo y de la tierra, de
todo lo visible y lo invisible.
Creo en Jesucristo, su único Hijo, Creo
en un solo Señor, Jesucristo,
Nuestro Señor,
Hijo único de Dios,
nacido del Padre antes de todos los
siglos: Dios de Dios, Luz de Luz,
Dios verdadero de Dios verdadero,
engendrado, no creado,
de la misma naturaleza del Padre,
por quien todo fue hecho;
que por nosotros, los hombres, y
por nuestra salvación bajó del cielo,
que fue concebido por obra y
y por obra del Espíritu Santo se
gracia del Espíritu Santo,
encarnó de María,
la Virgen, y se
nació de Santa María Virgen,
hizo hombre;
padeció bajo el poder de Poncio
y por nuestra causa fue crucihcado
Pilato
en tiempos de Poncio Pilato;
fue crucificado,
padeció
muerto y sepultado,
y fue sepultado,
descendió a los infiernos,
y resucitó al tercer día,
según las
al tercer día resucitó de entre
Escrituras,
los muertos,
subió a los cielos
y
subió al cielo,
y está sentado a la derecha
y está sentado a la derecha del Padre;
de Dios, Padre todopoderoso.
Desde allí ha de venir a
y de nuevo vendrá con gloria para
juzgar a vivos y muertos.
juzgar a vivos y muertos,
y su reino no tendrá fin.
Creo en el Espíritu Santo,
Creo en el Espíritu Santo,
Señor
y dador de vida,
que
procede del Padre y del Hijo,
que
con el Padre y el Hijo recibe
una misma adoración y gloria,
y que habló por los profetas.
La santa Iglesia católica,
Creo en la Iglesia, que es una,
la comunión de los santos,
santa, católica y apostólica.
Confieso
que hay un solo Bautismo
el perdón de los pecados,
para el perdón de los pecados.
la resurrección de la carne
Espero la resurrección de los muertos
y la vida eterna.
y
la vida del mundo futuro.
Amén.
Amén.
SEGUNDA SECCION
LA PROFESION DE LA FE CRISTIANA
LOS SIMBOLOS DE LA FE
185 Quien dice "Yo
creo", dice "Yo me adhiero a lo que nosotros creemos". La comunión
en la fe necesita un lenguaje común de la fe, normativo para todos
y que nos una en la misma confesión de fe.
186 Desde su origen, la Iglesia apostólica expresó
y transmitió su propia fe en fórmulas breves y normativas
para todos (cf. Rom 10,9; 1 Cor 15,3-5; etc.). Pero muy pronto, la Iglesia
quiso también recoger lo esencial de su fe en resúmenes orgánicos
y articulados destinados obre todo a los candidatos al bautismo:
Esta síntesis de la fe no ha sido hecha según las opiniones
humanas, sino que de toda la Escritura ha s ido recogido lo que hay en ella
de más importante, para dar en su integridad la única enseñanza
de la fe. Y como el grano de mostaza contiene en un grano muy pequeño
gran número de ramas, de igual modo este resumen de la fe encierra
en pocas palabras todo el conocimiento de la verdadera piedad contenida
en el Antiguo y el Nuevo Testamento (S. Cirilo de Jerusalén, catech.
ill. 5,12).
187 Se llama a estas síntesis de la fe "profesiones
de fe" porque resumen la fe que profesan los cristianos. Se les llama "Credo"
por razón de que en ellas la primera palabra es normalmente : "Creo".
Se les denomina igualmente "símbolos de la fe".
188 La palabra griego "symbolon" significaba la mitad
de un objeto partido (por ejemplo, un sello) que se presentaban como una señal
para darse a conocer. Las partes rotas se ponían juntas para verificar
la identidad del portador. El "símbolo de la fe" es, pues, un signo
de identificación y de comunión entre los creyentes. "Symbolon"
significa también recopilación, colección o sumario.
El "símbolo de la fe" es la recopilación de las principales
verdades de la fe. De ahí el hecho de que sirva de punto de referencia
primero y fundamental de la catequesis.
189 La primera "profesión de fe" se hace en el
Bautismo. El "símbolo de la fe" es ante todo el símbolo bautismal.
Puesto que el Bautismo es dado "en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu
Santo" (Mt 28,19), las verdades de fe profesadas en el Bautismo son articuladas
según su referencia a las tres personas de la Santísima Trinidad.
190 El Símbolo se divide, por tanto, en tres partes:
"primero habla de la primera Persona divina y de la obra admirable de la
creación; a continuación, de la segunda Persona divina y del
Misterio de la Redención de los hombres; finalmente, de la tercera
Persona divina, fuente y principio de nuestra santificación" (Catech.
R. 1,1,3). Son "los tres capítulos de nuestro sello (bautismal)" (S.
Ireneo, dem. 100).
191 "Estas tres partes son distintas aunque están
ligadas entre sí. Según una comparación empleada con
frecuencia por los Padres, las llamamos artículos. De igual modo,
en efecto, que en nuestros miembros hay ciertas articulaciones que los distinguen
y los separan, así también, en esta profesión de fe,
se ha dado con propiedad y razón el nombre de artículos a
las verdades que debemos creer en particular y de una manera distinta" (Catch.R.
1,1,4). Según una antigua tradición, atestiguada ya por S.
Ambrosio, se acostumbra a enumerar doce artículos del Credo, simbolizando
con el número de los doce apóstoles el conjunto de la fe apostólica
(cf.symb. 8).
192 A lo largo de los siglos, en respuesta a las necesidades
de diferentes épocas, han sido numerosas las profesiones o símbolos
de la fe: los símbolos de las diferentes Iglesias apostólicas
y antiguas (cf. DS 1-64), el Símbolo "Quicumque", llamado de S. Atanasio
(cf. DS 75-76), las profesiones de fe de ciertos Concilios (Toledo: DS 525-541;
Letrán: DS 800-802; Lyon: DS 851-861; Trento: DS 1862-1870) o de
ciertos Papas, como la "fides Damasi" (cf. DS 71-72) o el "Credo del Pueblo
de Dios" (SPF) de Pablo VI (1968).
193 Ninguno de los símbolos de las diferentes
etapas de la vida de la Iglesia puede ser considerado como superado e inútil.
Nos ayudan a captar y profundizar hoy la fe de siempre a través de
los diversos resúmenes que de ella se han hecho.
Entre todos los símbolos de la fe, dos ocupan un lugar muy particular
en la vida de la Iglesia:
194 El Símbolo de los Apóstoles, llamado
así porque es considerado con justicia como el resumen fiel de la
fe de los apóstoles.
195 Es el antiguo símbolo bautismal de la Iglesia
de Roma. Su gran autoridad le viene de este hecho: "Es el símbolo
que guarda la Iglesia romana, la que fue sede de Pedro, el primero de los
apóstoles, y a la cual él llevó la doctrina común"
(S. Ambrosio, symb. 7).
El Símbolo llamado de Nicea-Constantinopla debe su gran autoridad
al hecho de que es fruto de los dos primeros Concilios ecuménicos
(325 y 381). Sigue siendo todavía hoy el símbolo común
a todas las grandes Iglesias de Oriente y Occidente.
196 Nuestra exposición de la fe seguirá
el Símbolo de los Apóstoles, que constituye, por así
decirlo, "el más antiguo catecismo romano". No obstante, la exposición
será completada con referencias constantes al Símbolo de Nicea-Constantinopla,
que con frecuencia es más explícito y más detallado.
197 Como en el día de nuestro Bautismo, cuando
toda nuestra vida fue confiada "a la regla de doctrina" (Rom 6,17), acogemos
el Símbolo de esta fe nuestra que da la vida. Recitar con fe el Credo
es entrar en comunión con Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo,
es entrar también en comunión con toda la Iglesia que nos
transmite la fe y en el seno de la cual creemos:
Este Símbolo es el sello espiritual, es la meditación de
nuestro corazón y el guardián siempre presente, es, con toda
certeza, el tesoro de nuestra alma (S. Ambrosio, symb. 1).
CAPITULO PRIMERO
CREO EN DIOS PADRE
198 Nuestra profesión
de fe comienza por Dios, porque Dios es "el Primero y el Ultimo" (Is 44,6),
el Principio y el Fin de todo. El Credo comienza por Dios Padre, porque el
Padre es la Primera Persona Divina de la Santísima Trinidad; nuestro
Símbolo se inicia con la creación del Cielo y de la tierra,
ya que la creación es el comienzo y el fundamento de todas las obras
de Dios.
Artículo 1: "CREO EN DIOS, PADRE
TODOPODEROSO, CREADOR
DEL CIELO Y DE
LA TIERRA"
Párrafo 1 CREO EN DIOS
199 "Creo en Dios":
Esta primera afirmación de la profesión de fe es también
la más fundamental. Todo el Símbolo habla de Dios, y si habla
también del hombre y del mundo, lo hace por relación a Dios.
Todos los artículos del Credo dependen del primero, así como
los mandamientos son explicitaciones del primero. Los demás artículos
nos hacen conocer mejor a Dios tal como se reveló progresivamente
a los hombres. "Los fieles hacen primero profesión de creer en Dios"
(Catech.R. 1,2,2).
I "CREO EN UN SOLO DIOS"
200 Con estas palabras
comienza el Símbolo de Nicea-Constantinopla. La confesión
de la unicidad de Dios, que tiene su raíz en la Revelación
Divina en la Antigua Alianza, es inseparable de la confesión de la
existencia de Dios y asimismo también fundamental. Dios es Unico:
no hay más que un solo Dios: "La fe cristiana confiesa que hay un
solo Dios, por naturaleza, por substancia y por esencia" (Catech.R., 1,2,2).
201 A Israel, su elegido, Dios se reveló como
el Unico: "Escucha Israel: el Señor nuestro Dios es el único
Señor. Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón,
con toda tu alma y con toda tu fuerza" (Dt 6,4-5). Por los profetas, Dios
llama a Israel y a todas las naciones a volverse a él, el Unico: "Volveos
a mí y seréis salvados, confines todos de la tierra, porque
yo soy Dios, no existe ningún otro...ante mí se doblará
toda rodilla y toda lengua jurará diciendo: ¡Sólo en
Dios hay victoria y fuerza!" (Is 45,22-24; cf. Flp 2,10-11).
202 Jesús mismo confirma que Dios es "el único
Señor" y que es preciso amarle con todo el corazón, con toda
el alma, con todo el espíritu y todas las fuerzas (cf. Mc 12,29-30).
Deja al mismo tiempo entender que él mismo es "el Señor" (cf.
Mc 12,35-37). Confesar que "Jesús es Señor" es lo propio de
la fe cristiana. Esto no es contrario a la fe en el Dios Unico. Creer en
el Espíritu Santo, "que es Señor y dador de vida", no introduce
ninguna división en el Dios único:
Creemos firmemente y afirmamos sin ambages que hay un solo verdadero Dios,
inmenso e inmutable, incomprensible, todopoderoso e inefable, Padre, Hijo
y Espíritu Santo: Tres Personas, pero una Esencia, una Substancia
o Naturaleza absolutamente simple (Cc. de Letrán IV: DS 800).
II DIOS REVELA SU NOMBRE
203 A su pueblo Israel
Dios se reveló dándole a conocer su Nombre. El nombre expresa
la esencia, la identidad de la persona y el sentido de su vida. Dios tiene
un nombre. No es una fuerza anónima. Comunicar su nombre es darse
a conocer a los otros. Es, en cierta manera, comunicarse a sí mismo
haciéndose accesible, capaz de ser más íntimamente
conocido y de ser invocado personalmente.
204 Dios se reveló progresivamente y bajo diversos
nombres a su pueblo, pero la revelación del Nombre Divino, hecha
a Moisés en la teofanía de la zarza ardiente, en el umbral
del Exodo y de la Alianza del Sinaí, demostró ser la revelación
fundamental tanto para la Antigua como para la Nueva Alianza.
El Dios vivo
205 Dios llama a Moisés
desde una zarza que arde sin consumirse. Dios dice a Moisés: "Yo
soy el Dios de tus padres, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios
de Jacob" (Ex 3,6). Dios es el Dios de los padres. El que había llamado
y guiado a los patriarcas en sus peregrinaciones. Es el Dios fiel y compasivo
que se acuerda de ellos y de sus promesas; viene para librar a sus descendientes
de la esclavitud. Es el Dios que más allá del espacio y del
tiempo lo puede y lo quiere, y que pondrá en obra toda su Omnipotencia
para este designio.
"Yo soy el que soy"
Moisés dijo a Dios: Si voy a
los hijos de Israel y les digo: `El Dios de vuestros padres me ha enviado
a vosotros'; cuando me pregunten: `¿Cuál es su nombre?', ¿qué
les responderé?" Dijo Dios a Moisés: "Yo soy el que soy".
Y añadió: "Así dirás a los hijos de Israel:
`Yo soy' me ha enviado a vosotros"...Este es ni nombre para siempre, por
él seré invocado de generación en generación"
(Ex 3,13-15).
206 Al revelar su nombre misterioso de YHWH, "Yo soy
el que es" o "Yo soy el que soy" o también "Yo soy el que Yo soy",
Dios dice quién es y con qué nombre se le debe llamar. Este
Nombre Divino es misterioso como Dios es Misterio. Es a la vez un Nombre
revelado y como la resistencia a tomar un nombre propio, y por esto mismo
expresa mejor a Dios como lo que él es, infinitamente por encima de
todo lo que podemos comprender o decir: es el "Dios escondido" (Is 45,15),
su nombre es inefable (cf. Jc 13,18), y es el Dios que se acerca a los hombres.
207 Al revelar su nombre, Dios revela, al mismo tiempo,
su fidelidad que es de siempre y para siempre, valedera para el pasado ("Yo
soy el Dios de tus padres", Ex 3,6) como para el porvenir ("Yo estaré
contigo", Ex 3,12). Dios que revela su nombre como "Yo soy" se revela como
el Dios que está siempre allí, presente junto a su pueblo
para salvarlo.
208 Ante la presencia atrayente y misteriosa de Dios,
el hombre descubre su pequeñez. Ante la zarza ardiente, Moisés
se quita las sandalias y se cubre el rostro (cf. Ex 3,5-6) delante de la
Santidad Divina. Ante la gloria del Dios tres veces santo, Isaías
exclama: "¡ Ay de mí, que estoy perdido, pues soy un hombre
de labios impuros!" (Is 6,5). Ante los signos divinos que Jesús realiza,
Pedro exclama: "Aléjate de mí, Señor, que soy un hombre
pecador" (Lc 5,8). Pero porque Dios es santo, puede perdonar al hombre que
se descubre pecador delante de él: "No ejecutaré el ardor de
mi cólera...porque soy Dios, no hombre; en medio de ti yo el Santo"
(Os 11,9). El apóstol Juan dirá igualmente: "Tranquilizaremos
nuestra conciencia ante él, en caso de que nos condene nuestra conciencia,
pues Dios es mayor que nuestra conciencia y conoce todo" (1 Jn 3,19-20).
209 Por respeto a su santidad el pueblo de Israel no
pronuncia el Nombre de Dios. En la lectura de la Sagrada Escritura, el Nombre
revelado es sustituido por el título divino "Señor" ("Adonai",
en griego "Kyrios"). Con este título será aclamada la divinidad
de Jesús: "Jesús es Señor".
"Dios misericordioso y clemente"
210 Tras el pecado
de Israel, que se apartó de Dios para adorar al becerro de oro (cf.
Ex 32), Dios escucha la intercesión de Moisés y acepta marchar
en medio de un pueblo infiel, manifestando así su amor (cf. Ex 33,12-17).
A Moisés, que pide ver su gloria, Dios le responde: "Yo haré
pasar ante tu vista toda mi bondad (belleza) y pronunciaré delante
de ti el nombre de YHWH" (Ex 33,18-19). Y el Señor pasa delante de
Moisés, y proclama: "YHWH, YHWH, Dios misericordioso y clemente,
tardo a la cólera y rico en amor y fidelidad" (Ex 34,5-6). Moisés
confiesa entonces que el Señor es un Dios que perdona (cf. Ex 34,9).
211 El Nombre Divino "Yo soy" o "El es" expresa la fidelidad
de Dios que, a pesar de la infidelidad del pecado de los hombres y del castigo
que merece, "mantiene su amor por mil generaciones" (Ex 34,7). Dios revela
que es "rico en misericordia" (Ef 2,4) llegando hasta dar su propio Hijo.
Jesús, dando su vida para librarnos del pecado, revelará que
él mismo lleva el Nombre divino: "Cuando hayáis levantado
al Hijo del hombre, entonces sabréis que Yo soy" (Jn 8,28)
Solo Dios ES
212 En el transcurso
de los siglos, la fe de Israel pudo desarrollar y profundizar las riquezas
contenidas en la revelación del Nombre divino. Dios es único;
fuera de él no hay dioses (cf. Is 44,6). Dios transciende el mundo
y la historia. El es quien ha hecho el cielo y la tierra: "Ellos perecen,
mas tú quedas, todos ellos como la ropa se desgastan...pero tú
siempre el mismo, no tienen fin tus años" (Sal 102,27-28). En él
"no hay cambios ni sombras de rotaciones" (St 1,17). El es "El que es",
desde siempre y para siempre y por eso permanece siempre fiel a sí
mismo y a sus promesas.
213 Por tanto, la revelación del Nombre inefable
"Yo soy el que soy" contiene la verdad que sólo Dios ES. En este
mismo sentido, ya la traducción de los Setenta y, siguiéndola,
la Tradición de la Iglesia han entendido el Nombre divino: Dios es
la plenitud del Ser y de toda perfección, sin origen y sin fin. Mientras
todas las criaturas han recibido de él todo su ser y su poseer. El
solo es su ser mismo y es por sí mismo todo lo que es.
III DIOS, "EL QUE ES", ES VERDAD Y AMOR
214 Dios, "El que
es", se reveló a Israel como el que es "rico en amor y fidelidad"
(Ex 34,6). Estos dos términos expresan de forma condensada las riquezas
del Nombre divino. En todas sus obras, Dios muestra su benevolencia, su
bondad, su gracia, su amor; pero también su fiabilidad, su constancia,
su fidelidad, su verdad. "Doy gracias a tu nombre por tu amor y tu verdad"
(Sal 138,2; cf. Sal 85,11). El es la Verdad, porque "Dios es Luz, en él
no hay tiniebla alguna" (1 Jn 1,5); él es "Amor", como lo enseña
el apóstol Juan (1 Jn 4,8).
Dios es la Verdad
215 "Es verdad el
principio de tu palabra, por siempre, todos tus justos juicios" (Sal 119,160).
"Ahora, mi Señor Dios, tú eres Dios, tus palabras son verdad"
(2 S 7,28); por eso las promesas de Dios se realizan siempre (cf. Dt 7,9).
Dios es la Verdad misma, sus palabras no pueden engañar. Por ello
el hombre se puede entregar con toda confianza a la verdad y a la fidelidad
de la palabra de Dios en todas las cosas. El comienzo del pecado y de la
caída del hombre fue una mentira del tentador que indujo a dudar de
la palabra de Dios, de su benevolencia y de su fidelidad.
216 La verdad de Dios es su sabiduría que rige
todo el orden de la creación y del gobierno del mundo ( cf.Sb 13,1-9).
Dios, único Creador del cielo y de la tierra (cf. Sal 115,15), es
el único que puede dar el conocimiento verdadero de todas las cosas
creadas en su relación con El (cf. Sb 7,17-21).
217 Dios es también verdadero cuando se revela:
La enseñanza que viene de Dios es "una doctrina de verdad" (Ml 2,6).
Cuando envíe su Hijo al mundo, será para "dar testimonio de
la Verdad" (Jn 18,37): "Sabemos que el Hijo de Dios ha venido y nos ha dado
inteligencia para que conozcamos al Verdadero" (1 Jn 5,20; cf. Jn 17,3).
Dios es Amor
218 A lo largo de
su historia, Israel pudo descubrir que Dios sólo tenía una
razón para revelársele y escogerlo entre todos los pueblos
como pueblo suyo: su amor gratuito (cf. Dt 4,37; 7,8; 10,15). E Israel comprendió,
gracias a sus profetas, que también por amor Dios no cesó
de salvarlo (cf. Is 43,1-7) y de perdonarle su infidelidad y sus pecados
(cf. Os 2).
219 El amor de Dios a Israel es comparado al amor de
un padre a su hijo (Os 11,1). Este amor es más fuerte que el amor
de una madre a sus hijos (cf. Is 49,14-15). Dios ama a su Pueblo más
que un esposo a su amada (Is 62,4-5); este amor vencerá incluso las
peores infidelidades (cf. Ez 16; Os 11); llegará hasta el don más
precioso: "Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único"
(Jn 3,16).
220 El amor de Dios es "eterno" (Is 54,8). "Porque los
montes se correrán y las colinas se moverán, mas mi amor de
tu lado no se apartará" (Is 54,10). "Con amor eterno te he amado:
por eso he reservado gracia para ti" (Jr 31,3).
221 Pero S. Juan irá todavía más
lejos al afirmar: "Dios es Amor" (1 Jn 4,8.16); el ser mismo de Dios es Amor.
Al enviar en la plenitud de los tiempos a su Hijo único y al Espíritu
de Amor, Dios revela su secreto más íntimo (cf. 1 Cor 2,7-16;
Ef 3,9-12); él mismo es una eterna comunicación de amor: Padre,
Hijo y Espíritu Santo, y nos ha destinado a participar en Él.
IV CONSECUENCIAS DE LA FE EN EL DIOS UNICO
222 Creer en Dios,
el Unico, y amarlo con todo el ser tiene consecuencias inmensas para toda
nuestra vida:
223 Es reconocer la grandeza y la majestad de Dios: "sí,
Dios es tan grande que supera nuestra ciencia" (Jb 36,26). Por esto Dios
debe ser "el primer servido" (Santa Juan de Arco).
224 Es vivir en acción de gracias: Si Dios es
el Unico, todo lo que somos y todo lo que poseemos vienen de él:
"¿Qué tienes que no hayas recibido?" (1 Co 4,7). "¿Cómo
pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?" (Sal 116,12).
225 Es reconocer la unidad y la verdadera dignidad de
todos los hombres: Todos han sido hechos "a imagen y semejanza de Dios" (Gn
1,26).
226 Es usar bien de las cosas creadas: La fe en Dios,
el Unico, nos lleva a usar de todo lo que no es él en la medida en
que nos acerca a él, y a separarnos de ello en la medida en que nos
aparta de Él (cf. Mt 5,29-30; 16, 24; 19,23-24):
Señor mío y Dios mío, quítame todo lo que me
aleja de ti. Señor mío y Dios mío, dame todo lo que
me acerca a ti. Señor mío y Dios mío, despójame
de mi mismo para darme todo a ti (S. Nicolás de Flüe, oración).
227 Es confiar en Dios en todas las circunstancias, incluso
en la adversidad. Una oración de Santa Teresa de Jesús lo
expresa admirablemente:
Nada te turbe
/ Nada te espante
Todo se pasa /
Dios no se muda
La paciencia todo
lo alcanza /
quien a Dios tiene/Nada le falta:
Sólo Dios basta
(poes. 30)
RESUMEN
228 "Escucha, Israel,
el Señor nuestro Dios es el Unico Señor..." (Dt 6,4; Mc 12,29).
"Es absolutamente necesario que el Ser supremo sea único, es decir,
sin igual...Si Dios no es único, no es Dios" (Tertuliano, Marc. 1,3).
229 La fe en Dios nos mueve a volvernos solo a El como
a nuestro primer origen y nuestro fin último;, y a no preferirle
a nada ni sustituirle con nada.
230 Dios al revelarse sigue siendo Misterio inefable:
"Si lo comprendieras, no sería Dios" (S. Agustín, serm. 52,6,16).
231 El Dios de nuestra fe se ha revelado como El que
es; se ha dado a conocer como "rico en amor y fidelidad" (Ex 34,6). Su Ser
mismo es Verdad y Amor.
Párrafo 2 EL PADRE
I "EN EL NOMBRE
DEL PADRE Y DEL HIJO
Y DEL ESPIRITU
SANTO"
232 Los cristianos
son bautizados "en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo"
(Mt 28,19). Antes responden "Creo" a la triple pregunta que les pide confesar
su fe en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu: "Fides omnium christianorum
in Trinitate consistit" ("La fe de todos los cristianos se cimenta en la
Santísima Trinidad") (S. Cesáreo de Arlés, symb.).
233 Los cristianos son bautizados en "el nombre" del
Padre y del Hijo y del Espíritu Santo y no en "los nombres" de estos
(cf. Profesión de fe del Papa Vigilio en 552: DS 415), pues no hay
más que un solo Dios, el Padre todopoderoso y su Hijo único
y el Espíritu Santo: la Santísima Trinidad.
234 El misterio de la Santísima Trinidad es el
misterio central de la fe y de la vida cristiana. Es el misterio de Dios en
sí mismo. Es, pues, la fuente de todos los otros misterios de la fe;
es la luz que los ilumina. Es la enseñanza más fundamental y
esencial en la "jerarquía de las verdades de fe" (DCG 43). "Toda la
historia de la salvación no es otra cosa que la historia del camino
y los medios por los cuales el Dios verdadero y único, Padre, Hijo
y Espíritu Santo, se revela, reconcilia consigo a los hombres, apartados
por el pecado, y se une con ellos" (DCG 47).
235 En este párrafo, se expondrá brevemente
de qué manera es revelado el misterio de la Bienaventurada Trinidad
(I), cómo la Iglesia ha formulado la doctrina de la fe sobre este
misterio (II), y finalmente cómo, por las misiones divinas del Hijo
y del Espíritu Santo, Dios Padre realiza su "designio amoroso" de
creación, de redención, y de santificación (III).
236 Los Padres de la Iglesia distinguen entre la "Theologia"
y la "Oikonomia", designando con el primer término el misterio de
la vida íntima del Dios-Trinidad, con el segundo todas las obras de
Dios por las que se revela y comunica su vida. Por la "Oikonomia" nos es
revelada la "Theologia"; pero inversamente, es la "Theologia", quien esclarece
toda la "Oikonomia". Las obras de Dios revelan quién es en sí
mismo; e inversamente, el misterio de su Ser íntimo ilumina la inteligencia
de todas sus obras. Así sucede, analógicamente, entre las
personas humanas, La persona se muestra en su obrar y a medida que conocemos
mejor a una persona, mejor comprendemos su obrar.
237 La Trinidad es un misterio de fe en sentido estricto,
uno de los "misterios escondidos en Dios, que no pueden ser conocidos si
no son revelados desde lo alto" (Cc. Vaticano I: DS 3015. Dios, ciertamente,
ha dejado huellas de su ser trinitario en su obra de Creación y en
su Revelación a lo largo del Antiguo Testamento. Pero la intimidad
de su Ser como Trinidad Santa constituye un misterio inaccesible a la sola
razón e incluso a la fe de Israel antes de la Encarnación
del Hijo de Dios y el envío del Espíritu Santo.
II LA REVELACION DE DIOS COMO TRINIDAD
El Padre revelado por el Hijo
238 La invocación
de Dios como "Padre" es conocida en muchas religiones. La divinidad es con
frecuencia considerada como "padre de los dioses y de los hombres". En Israel,
Dios es llamado Padre en cuanto Creador del mundo (Cf. Dt 32,6; Ml 2,10).
Pues aún más, es Padre en razón de la alianza y del
don de la Ley a Israel, su "primogénito" (Ex 4,22). Es llamado también
Padre del rey de Israel (cf. 2 S 7,14). Es muy especialmente "el Padre de
los pobres", del huérfano y de la viuda, que están bajo su
protección amorosa (cf. Sal 68,6).
239 Al designar a Dios con el nombre de "Padre", el lenguaje
de la fe indica principalmente dos aspectos: que Dios es origen primero
de todo y autoridad transcendente y que es al mismo tiempo bondad y solicitud
amorosa para todos sus hijos. Esta ternura paternal de Dios puede ser expresada
también mediante la imagen de la maternidad (cf. Is 66,13; Sal 131,2)
que indica más expresivamente la inmanencia de Dios, la intimidad
entre Dios y su criatura. El lenguaje de la fe se sirve así de la
experiencia humana de los padres que son en cierta manera los primeros representantes
de Dios para el hombre. Pero esta experiencia dice también que los
padres humanos son falibles y que pueden desfigurar la imagen de la paternidad
y de la maternidad. Conviene recordar, entonces, que Dios transciende la
distinción humana de los sexos. No es hombre ni mujer, es Dios. Transciende
también la paternidad y la maternidad humanas (cf. Sal 27,10), aunque
sea su origen y medida (cf. Ef 3,14; Is 49,15): Nadie es padre como
lo es Dios.
240 Jesús ha revelado que Dios es "Padre" en un
sentido nuevo: no lo es sólo en cuanto Creador; Él es eternamente
Padre en relación a su Hijo único, el cual eternamente es
Hijo sólo en relación a su Padre: "Nadie conoce al Hijo sino
el Padre, ni al Padre le conoce nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo
se lo quiera revelar" (Mt 11,27).
241 Por eso los apóstoles confiesan a Jesús
como "el Verbo que en el principio estaba junto a Dios y que era Dios" (Jn
1,1), como "la imagen del Dios invisible" (Col 1,15), como "el resplandor
de su gloria y la impronta de su esencia" Hb 1,3).
242 Después de ellos, siguiendo la tradición
apostólica, la Iglesia confesó en el año 325 en el
primer concilio ecuménico de Nicea que el Hijo es "consubstancial"
al Padre, es decir, un solo Dios con él. El segundo concilio ecuménico,
reunido en Constantinopla en el año 381, conservó esta expresión
en su formulación del Credo de Nicea y confesó "al Hijo Unico
de Dios, engendrado del Padre antes de todos los siglos, luz de luz, Dios
verdadero de Dios verdadero, engendrado no creado, consubstancial al Padre"
(DS 150).
El Padre y el Hijo revelados por el Espíritu
243 Antes de su Pascua,
Jesús anuncia el envío de "otro Paráclito" (Defensor),
el Espíritu Santo. Este, que actuó ya en la Creación
(cf. Gn 1,2) y "por los profetas" (Credo de Nicea-Constantinopla), estará
ahora junto a los discípul os y en ellos (cf. Jn 14,17), para enseñarles
(cf. Jn 14,16) y conducirlos "hasta la verdad completa" (Jn 16,13). El Espíritu
Santo es revelado así como otra persona divina con relación
a Jesús y al Padre.
244 El origen eterno del Espíritu se revela en
su misión temporal. El Espíritu Santo es enviado a los Apóstoles
y a la Iglesia tanto por el Padre en nombre del Hijo, como por el Hijo en
persona, una vez que vuelve junto al Padre (cf. Jn 14,26; 15,26; 16,14).
El envío de la persona del Espíritu tras la glorificación
de Jesús (cf. Jn 7,39), revela en plenitud el misterio de la Santa
Trinidad.
245 La fe apostólica relativa al Espíritu
fue confesada por el segundo Concilio ecuménico en el año
381 en Constantinopla: "Creemos en el Espíritu Santo, Señor
y dador de vida, que procede del Padre" (DS 150). La Iglesia reconoce así
al Padre como "la fuente y el origen de toda la divinidad" (Cc. de Toledo
VI, año 638: DS 490). Sin embargo, el origen eterno del Espíritu
Santo está en conexión con el del Hijo: "El Espíritu
Santo, que es la tercera persona de la Trinidad, es Dios, uno e igual al
Padre y al Hijo, de la misma sustancia y también de la misma naturaleza:
Por eso, no se dice que es sólo el Espíritu del Padre, sino
a la vez el espíritu del Padre y del Hijo" (Cc. de Toledo XI, año
675: DS 527). El Credo del Concilio de Constantinopla (año 381) confiesa:
"Con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria" (DS
150).
246 La tradición latina del Credo confiesa que
el Espíritu "procede del Padre y del Hijo (filioque)". El Concilio
de Florencia, en el año 1438, explicita: "El Espíritu Santo
tiene su esencia y su ser a la vez del Padre y del Hijo y procede eternamente
tanto del Uno como del Otro como de un solo Principio y por una sola espiración...Y
porque todo lo que pertenece al Padre, el Padre lo dio a su Hijo único,
al engendrarlo, a excepción de su ser de Padre, esta procesión
misma del Espíritu Santo a partir del Hijo, éste la tiene
eternamente de su Padre que lo engendró eternamente" (DS 1300-1301).
247 La afirmación del filioque no figuraba en
el símbolo confesado el año 381 en Constantinopla. Pero sobre
la base de una antigua tradición latina y alejandrina, el Papa S.
León la había ya confesado dogmáticamente el año
447 (cf. DS 284) antes incluso que Roma conociese y recibiese el año
451, en el concilio de Calcedonia, el símbolo del 381. El uso de esta
fórmula en el Credo fue poco a poco admitido en la liturgia latina
(entre los siglos VIII y XI). La introducción del Filioque en el Símbolo
de Nicea-Constantinopla por la liturgia latina constituye, todavía
hoy, un motivo de no convergencia con las Iglesias ortodoxas.
248 La tradición oriental expresa en primer lugar
el carácter de origen primero del Padre por relación al Espíritu
Santo. Al confesar al Espíritu como "salido del Padre" (Jn 15,26),
esa tradición afirma que este procede del Padre por el Hijo (cf.
AG 2). La tradición occidental expresa en primer lugar la comunión
consubstancial entre el Padre y el Hijo diciendo que el Espíritu
procede del Padre y del Hijo (Filioque). Lo dice "de manera legítima
y razonable" (Cc. de Florencia, 1439: DS 1302), porque el orden eterno de
las personas divinas en su comunión consubstancial implica que el
Padre sea el origen primero del Espíritu en tanto que "principio sin
principio" (DS 1331), pero también que, en cuanto Padre del Hijo Unico,
sea con él "el único principio de que procede el Espíritu
Santo" (Cc. de Lyon II, 1274: DS 850). Esta legítima complementariedad,
si no se desorbita, no afecta a la identidad de la fe en la realidad del
mismo misterio confesado.
III LA SANTISIMA TRINIDAD EN LA DOCTRINA DE LA FE
La formación del dogma trinitario
249 La verdad revelada
de la Santa Trinidad ha estado desde los orígenes en la raíz
de la fe viva de la Iglesia, principalmente en el acto del bautismo. Encuentra
su expresión en la regla de la fe bautismal, formulada en la predicación,
la catequesis y la oración de la Iglesia. Estas formulaciones se
encuentran ya en los escritos apostólicos, como este saludo recogido
en la liturgia eucarística: "La gracia del Señor Jesucristo,
el amor de Dios Padre y la comunión del Espíritu Santo sean
con todos vosotros" (2 Co 13,13; cf. 1 Cor 12,4-6; Ef 4,4-6).
250 Durante los primeros siglos, la Iglesia formula más
explícitamente su fe trinitaria tanto para profundizar su propia
inteligencia de la fe como para defenderla contra los errores que la deformaban.
Esta fue la obra de los Concilios antiguos, ayudados por el trabajo teológico
de los Padres de la Iglesia y sostenidos por el sentido de la fe del pueblo
cristiano.
251 Para la formulación del dogma de la Trinidad,
la Iglesia debió crear una terminología propia con ayuda de
nociones de origen filosófico: "substancia", "persona" o "hipóstasis",
"relación", etc. Al hacer esto, no sometía la fe a una sabiduría
humana, sino que daba un sentido nuevo, sorprendente, a estos términos
destinados también a significar en adelante un Misterio inefable,
"infinitamente más allá de todo lo que podemos concebir según
la medida humana" (Pablo VI, SPF 2).
252 La Iglesia utiliza el término "substancia"
(traducido a veces también por "esencia" o por "naturaleza") para designar
el ser divino en su unidad; el término "persona" o "hipóstasis"
para designar al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo en su distinción
real entre sí; el término "relación" para designar
el hecho de que su distinción reside en la referencia de cada uno
a los otros.
El dogma de la Santísima Trinidad
253 La Trinidad es
una. No confesamos tres dioses sino un solo Dios en tres personas: "la Trinidad
consubstancial" (Cc. Constantinopla II, año 553: DS 421). Las personas
divinas no se reparten la única divinidad, sino que cada una de ellas
es enteramente Dios: "El Padre es lo mismo que es el Hijo, el Hijo lo mismo
que es el Padre, el Padre y el Hijo lo mismo que el Espíritu Santo,
es decir, un solo Dios por naturaleza" (Cc. de Toledo XI, año 675:
DS 530). "Cada una de las tres personas es esta realidad, es decir, la substancia,
la esencia o la naturaleza divina" (Cc. de Letrán IV, año
1215: DS 804).
254 Las personas divinas son realmente distintas entre
si. "Dios es único pero no solitario" (Fides Damasi: DS 71). "Padre",
"Hijo", Espíritu Santo" no son simplemente nombres que designan modalidades
del ser divino, pues son realmente distintos entre sí: "El que es
el Hijo no es el Padre, y el que es el Padre no es el Hijo, ni el Espíritu
Santo el que es el Padre o el Hijo" (Cc. de Toledo XI, año 675: DS
530). Son distintos entre sí por sus relaciones de origen: "El Padre
es quien engendra, el Hijo quien es engendrado, y el Espíritu Santo
es quien procede" (Cc. Letrán IV, año 1215: DS 804). La Unidad
divina es Trina.
255 Las personas divinas son relativas unas a otras.
La distinción real de las personas entre sí, porque no divide
la unidad divina, reside únicamente en las relaciones que las refieren
unas a otras: "En los nombres relativos de las personas, el Padre es referido
al Hijo, el Hijo lo es al Padre, el Espíritu Santo lo es a los dos;
sin embargo, cuando se habla de estas tres personas considerando las relaciones
se cree en una sola naturaleza o substancia" (Cc. de Toledo XI, año
675: DS 528). En efecto, "todo es uno (en ellos) donde no existe oposición
de relación" (Cc. de Florencia, año 1442: DS 1330). "A causa
de esta unidad, el Padre está todo en el Hijo, todo en el Espíritu
Santo; el Hijo está todo en el Padre, todo en el Espíritu
Santo; el Espíritu Santo está todo en el Padre, todo en el
Hijo" (Cc. de Florencia 1442: DS 1331).
256 A los catecúmenos de Constantinopla, S. Gregorio
Nacianceno, llamado también "el Teólogo", confía este
resumen de la fe trinitaria:
Ante todo, guardadme este buen depósito,
por el cual vivo y combato, con el cual quiero morir, que me hace soportar
todos los males y despreciar todos los placeres: quiero decir la profesión
de fe en el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo. Os la confío
hoy. Por ella os introduciré dentro de poco en el agua y os sacaré
de ella. Os la doy como compañera y patrona de toda vuestra vida.
Os doy una sola Divinidad y Poder, que existe Una en los Tres, y contiene
los Tres de una manera distinta. Divinidad sin distinción de substancia
o de naturaleza, sin grado superior que eleve o grado inferior que abaje...Es
la infinita connaturalidad de tres infinitos. Cada uno, considerado en sí
mismo, es Dios todo entero...Dios los Tres considerados en conjunto...No
he comenzado a pensar en la Unidad cuando ya la Trinidad me baña con
su esplendor. No he comenzado a pensar en la Trinidad cuando ya la unidad
me posee de nuevo...(0r. 40,41: PG 36,417).
IV LAS OBRAS DIVINAS Y LAS MISIONES TRINITARIAS
257 "O lux beata Trinitas
et principalis Unitas!" ("¡Oh Trinidad, luz bienaventurada y unidad
esencial!") (LH, himno de vísperas) Dios es eterna beatitud, vida
inmortal, luz sin ocaso. Dios es amor: Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Dios quiere comunicar libremente la gloria de su vida bienaventurada. Tal
es el "designio benevolente" (Ef 1,9) que concibió antes de la creación
del mundo en su Hijo amado, "predestinándonos a la adopción
filial en él" (Ef 1,4-5), es decir, "a reproducir la imagen de su
Hijo" (Rom 8,29) gracias al "Espíritu de adopción filial"
(Rom 8,15). Este designio es una "gracia dada antes de todos los siglos"
(2 Tm 1,9-10), nacido inmediatamente del amor trinitario. Se despliega en
la obra de la creación, en toda la historia de la salvación
después de la caída, en las misiones del Hijo y del Espíritu,
cuya prolongación es la misión de la Iglesia (cf. AG 2-9).
258 Toda la economía divina es la obra común
de las tres personas divinas. Porque la Trinidad, del mismo modo que tiene
una sola y misma naturaleza, así también tiene una sola y
misma operación (cf. Cc. de Constantinopla, año 553: DS 421).
"El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo no son tres principios de
las criaturas, sino un solo principio" (Cc. de Florencia, año 1442:
DS 1331). Sin embargo, cada persona divina realiza la obra común
según su propiedad personal. Así la Iglesia confiesa, siguiendo
al Nuevo Testamento (cf. 1 Co 8,6): "uno es Dios y Padre de quien proceden
todas las cosas, un solo el Señor Jesucristo por el cual son todas
las cosas, y uno el Espíritu Santo en quien son todas las cosas (Cc.
de Constantinopla II: DS 421). Son, sobre todo, las misiones divinas de
la Encarnación del Hijo y del don del Espíritu Santo las que
manifiestan las propiedades de las personas divinas.
259 Toda la economía divina, obra a la vez común
y personal, da a conocer la propiedad de las personas divinas y su naturaleza
única. Así, toda la vida cristiana es comunión con
cada una de las personas divinas, sin separarlas de ningún modo.
El que da gloria al Padre lo hace por el Hijo en el Espíritu Santo;
el que sigue a Cristo, lo hace porque el Padre lo atrae (cf. Jn 6,44) y
el Espíritu lo mueve (cf. Rom 8,14).
260 El fin último de toda la economía divina
es la entrada de las criaturas en la unidad perfecta de la Bienaventurada
Trinidad (cf. Jn 17,21-23). Pero desde ahora somos llamados a ser habitados
por la Santísima Trinidad: "Si alguno me ama -dice el Señor-
guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él,
y haremos morada en él" (Jn 14,23).
Dios mío, Trinidad que adoro, ayúdame
a olvidarme enteramente de mí mismo para establecerme en ti, inmóvil
y apacible como si mi alma estuviera ya en la eternidad; que nada pueda
turbar mi paz, ni hacerme salir de ti, mi inmutable, sino que cada minuto
me lleve más lejos en la profundidad de tu Misterio. Pacifica mi
alma. Haz de ella tu cielo, tu morada amada y el lugar de tu reposo. Que
yo no te deje jamás solo en ella, sino que yo esté allí
enteramente, totalmente despierta en mi fe, en adoración, entregada
sin reservas a tu acción creadora (Oración de la Beata Isabel
de la Trinidad).
RESUMEN
261 El misterio de
la Santísima Trinidad es el misterio central de la fe y de la vida
cristiana. Sólo Dios puede dárnoslo a conocer revelándose
como Padre, Hijo y Espíritu Santo.
262 La Encarnación del Hijo de Dios revela que
Dios es el Padre eterno, y que el Hijo es consubstancial al Padre, es decir,
que es en él y con él el mismo y único Dios.
263 La misión del Espíritu Santo, enviado
por el Padre en nombre del Hijo (cf. Jn 14,26) y por el Hijo "de junto al
Padre" (Jn 15,26), revela que él es con ellos el mismo Dios único.
"Con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria".
264 "El Espíritu Santo procede del Padre en cuanto
fuente primera y, por el don eterno de este al Hijo, del Padre y del Hijo
en comunión" (S. Agustín, Trin. 15,26,47).
265 Por la gracia del bautismo "en el nombre del Padre
y del Hijo y del Espíritu Santo" somos llamados a participar en la
vida de la Bienaventurada Trinidad, aquí abajo en la oscuridad de
la fe y, después de la muerte, en la luz eterna (cf. Pablo VI, SPF
9).
266 "La fe católica es esta: que veneremos un
Dios en la Trinidad y la Trinidad en la unidad, no confundiendo las personas,
ni separando las substancias; una es la persona del Padre, otra la del Hijo,
otra la del Espíritu Santo; pero del Padre y del Hijo y del Espíritu
Santo una es la divinidad, igual la gloria, coeterna la majestad" (Symbolum
"Quicumque").
267 Las personas divinas, inseparables en lo su ser,
son también inseparables en su obrar. Pero en la única operación
divina cada una manifiesta lo que le es propio en la Trinidad, sobre todo
en las misiones divinas de la Encarnación del Hijo y del don del
Espíritu Santo.
Párrafo 3 EL TODOPODEROSO
268 De todos los atributos
divinos, sólo la omnipotencia de Dios es nombrada en el Símbolo:
confesarla tiene un gran alcance para nuestra vida. Creemos que es esa omnipotencia
universal, porque Dios, que ha creado todo (cf. Gn 1,1; Jn 1,3), rige todo
y lo puede todo; es amorosa, porque Dios es nuestro Padre (cf. Mt 6,9); es
misteriosa, porque sólo la fe puede descubrirla cuando "se manifiesta
en la debilidad" (2 Co 12,9; cf. 1 Co 1,18).
"Todo lo que El quiere, lo hace" (Sal 115,3)
269 Las Sagradas Escrituras
confiesan con frecuencia el poder universal de Dios. Es llamado "el Poderoso
de Jacob" (Gn 49,24; Is 1,24, etc.), "el Señor de los ejércitos",
"el Fuerte, el Valeroso" (Sal 24,8-10). Si Dios es Todopoderoso "en el cielo
y en la tierra" (Sal 135,6), es porque él los ha hecho. Por
tanto, nada ale es imposible (cf. Jr 32,17; Lc 1,37) y dispone a su voluntad
de su obra (cf. Jr 27,5); es el Señor del universo, cuyo orden ha
establecido, que le permanece enteramente sometido y disponible; es el Señor
de la historia: gobierna los corazones y los acontecimientos según
su voluntad (cf. Est 4,17b; Pr 21,1; Tb 13,2): "El actuar con inmenso poder
siempre está en tu mano. ¿Quién podrá resistir
la fuerza de tu brazo?" (Sb 11,21).
"Te compadeces de todos porque lo puedes todo" (Sb 11,23)
269 Dios es el Padre
todopoderoso. Su paternidad y su poder se esclarecen mutuamente. Muestra,
en efecto, su omnipotencia paternal por la manera como cuida de nuestras
necesidades (cf. Mt 6,32); por la adopción filial que nos da ("Yo
seré para vosotros padre, y vosotros seréis para mí
hijos e hijas, dice el Señor todopoderoso": 2 Co 6,18); finalmente,
por su misericordia infinita, pues muestra su poder en el más alto
grado perdonando libremente los pecados.
270 La omnipotencia divina no es en modo alguno arbitraria:
"En Dios el poder y la esencia, la voluntad y la inteligencia, la sabiduría
y la justicia son una sola cosa, de suerte que nada puede haber en el poder
divino que no pueda estar en la justa voluntad de Dios o en su sabia inteligencia"
(S. Tomás de A., s.th. 1,25,5, ad 1).
El misterio de la aparente impotencia de Dios
272 La fe en Dios
Padre Todopoderoso puede ser puesta a prueba por la experiencia del mal
y del sufrimiento. A veces Dios puede parecer ausente e incapaz de impedir
el mal. Ahora bien, Dios Padre ha revelado su omnipotencia de la manera
más misteriosa en el anonadamiento voluntario y en la Resurrección
de su Hijo, por los cuales ha vencido el mal. Así, Cristo crucificado
es "poder de Dios y sabiduría de Dios. Porque la necedad divina es
más sabia que la sabiduría de los hombres, y la debilidad
divina, más fuerte que la fuerza de los hombres" (1 Co 2, 24-25).
En la Resurrección y en la exaltación de Cristo es donde el
Padre "desplegó el vigor de su fuerza" y manifestó "la soberana
grandeza de su poder para con nosotros, los creyentes" (Ef 1,19-22).
273 Sólo la fe puede adherir a las vías
misteriosas de la omnipotencia de Dios. Esta fe se gloría de sus debilidades
con el fin de atraer sobre sí el poder de Cristo (cf. 2 Co 12,9; Flp
4,13). De esta fe, la Virgen María es el modelo supremo: ella creyó
que "nada es imposible para Dios" (Lc 1,37) y pudo proclamar las grandezas
del Señor: "el Poderoso ha hecho en mi favor maravillas, Santo es
su nombre" (Lc1,49).
274 "Nada es, pues, más propio para afianzar nuestra
Fe y nuestra Esperanza que la convicción profundamente arraigada
en nuestras almas de que nada es imposible para Dios. Porque todo lo que
(el Credo) propondrá luego a nuestra fe, las cosas más grandes,
las más incomprensibles, así como las más elevadas
por encima de las leyes ordinarias de la naturaleza, en la medida en que
nuestra razón tenga la idea de la omnipotencia divina, las admitirá
fácilmente y sin vacilación alguna" (Catech. R. 1,2,13).
RESUMEN
275 Con Job, el justo,
confesamos: "Sé que eres Todopoderoso: lo que piensas, lo puedes
realizar" (Job 42,2).
276 Fiel al testimonio de la Escritura, la Iglesia dirige
con frecuencia su oración al "Dios todopoderoso y eterno" ("omnipotens
sempiterne Deus..."), creyendo firmemente que "nada es imposible para Dios"
(Gn 18,14; Lc 1,37; Mt 19,26).
277 Dios manifiesta su omnipotencia convirtiéndonos
de nuestros pecados y restableciéndonos en su amistad por la gracia
("Deus, qui omnipotentiam tuam parcendo maxime et miserando manifestas..."
-"Oh Dios, que manifiestas especialmente tu poder con el perdón y
la misericordia..."- : MR, colecta del Dom XXVI).
278 De no ser por nuestra fe en que el amor de Dios es
todopoderoso, ¿cómo creer que el Padre nos ha podido crear,
el Hijo rescatar, el Espíritu Santo santificar?
Párrafo 4 EL CREADOR
279 "En el principio,
Dios creó el cielo y la tierra" (Gn 1,1). Con estas palabras solemnes
comienza la Sagrada Escritura. El Símbolo de la fe las recoge confesando
a Dios Padre Todopoderoso como "el Creador del cielo y de la tierra", "del
universo visible e invisible". Hablaremos, pues, primero del Creador, luego
de su creación, finalmente de la caída del pecado de la que
Jesucristo, el Hijo de Dios, vino a levantarnos.
280 La creación es el fundamento de "todos los
designios salvíficos de Dios", "el comienzo de la historia de la salvación"
(DCG 51), que culmina en Cristo. Inversamente, el Misterio de Cristo es
la luz decisiva sobre el Misterio de la creación; revela el fin en
vista del cual, "al principio, Dios creó el cielo y la tierra" (Gn
1,1): desde el principio Dios preveía la gloria de la nueva creación
en Cristo (cf. Rom 8,18-23).
281 Por esto, las lecturas de la Noche Pascual, celebración
de la creación nueva en Cristo, comienzan con el relato de la creación;
de igual modo, en la liturgia bizantina, el relato de la creación
constituye siempre la primera lectura de las vigilias de las grandes fiestas
del Señor. Según el testimonio de los antiguos, la instrucción
de los catecúmenos para el bautismo sigue el mismo camino (cf. Aeteria,
pereg. 46; S. Agustín, catech. 3,5).
I LA CATEQUESIS SOBRE LA CREACION
282 La catequesis
sobre la Creación reviste una importancia capital. Se refiere a los
fundamentos mismos de la vida humana y cristiana: explicita la respuesta
de la fe cristiana a la pregunta básica que los hombres de todos
los tiempos se han formulado: "¿De dónde venimos?" "¿A
dónde vamos?" "¿Cuál es nuestro origen?" "¿Cuál
es nuestro fin?" "¿De dónde viene y a dónde va todo
lo que existe?" Las dos cuestiones, la del origen y la del fin, son inseparables.
Son decisivas para el sentido y la orientación de nuestra vida y
nuestro obrar.
283 La cuestión sobre los orígenes del
mundo y del hombre es objeto de numerosas investigaciones científicas
que han enriquecido magníficamente nuestros conocimientos sobre la
edad y las dimensiones del cosmos, el devenir de las formas vivientes, la
aparición del hombre. Estos descubrimientos nos invitan a admirar
más la grandeza del Creador, a darle gracias por todas sus obras
y por la inteligencia y la sabiduría que da a los sabios e investigadores.
Con Salomón, estos pueden decir: "Fue él quien me concedió
el conocimiento verdadero de cuanto existe, quien me dio a conocer la estructura
del mundo y las propiedades de los elementos...porque la que todo lo hizo,
la Sabiduría, me lo enseñó" (Sb 7,17-21).
284 El gran interés que despiertan a estas investigaciones
está fuertemente estimulado por una cuestión de otro orden,
y que supera el dominio propio de las ciencias naturales. No se trata sólo
de saber cuándo y cómo ha surgido materialmente el cosmos,
ni cuando apareció el hombre, sino más bien de descubrir cuál
es el sentido de tal origen: si está gobernado por el azar, un destino
ciego, una necesidad anónima, o bien por un Ser transcendente, inteligente
y bueno, llamado Dios. Y si el mundo procede de la sabiduría y de
la bondad de Dios, ¿por qué existe el mal? ¿de dónde
viene? ¿quién es responsable de él? ¿dónde
está la posibilidad de liberarse del mal?
285 Desde sus comienzos, la fe cristiana se ha visto
confrontada a respuestas distintas de las suyas sobre la cuestión
de los orígenes. Así, en las religiones y culturas antiguas
encontramos numerosos mitos referentes a los orígenes. Algunos filósofos
han dicho que todo es Dios, que el mundo es Dios, o que el devenir del mundo
es el devenir de Dios (panteísmo); otros han dicho que el mundo es
una emanación necesaria de Dios, que brota de esta fuente y retorna
a ella ; otros han afirmado incluso la existencia de dos principios eternos,
el Bien y el Mal, la Luz y las Tinieblas, en lucha permanente (dualismo,
maniqueísmo); según algunas de estas concepciones, el mundo
(al menos el mundo material) sería malo, producto de una caída,
y por tanto que se ha de rechazar y superar (gnosis); otros admiten que el
mundo ha sido hecho por Dios, pero a la manera de un relojero que, una vez
hecho, lo habría abandonado a él mismo (deísmo); otros,
finalmente, no aceptan ningún origen transcendente del mundo, sino
que ven en él el puro juego de una materia que ha existido siempre
(materialismo). Todas estas tentativas dan testimonio de la permanencia y
de la universalidad de la cuestión de los orígenes. Esta búsqueda
es inherente al hombre.
286 La inteligencia humana puede ciertamente encontrar
ya una respuesta a la cuestión de los orígenes. En efecto,
la existencia de Dios Creador puede ser conocida con certeza por sus obras
gracias a la luz de la razón humana (DS: 3026), aunque este conocimiento
es con frecuencia oscurecido y desfigurado por el error. Por eso la fe viene
a confirmar y a esclarecer la razón para la justa inteligencia de
esta verdad: "Por la fe, sabemos que el universo fue formado por la palabra
de Dios, de manera que lo que se ve resultase de lo que no aparece" (Hb 11,3).
287 La verdad en la creación es tan importante
para toda la vida humana que Dios, en su ternura, quiso revelar a su pueblo
todo lo que es saludable conocer a este respecto. Más allá del
conocimiento natural que todo hombre puede tener del Creador (cf. Hch 17,24-29;
Rom 1,19-20), Dios reveló progresivamente a Israel el misterio de
la creación. El que eligió a los patriarcas, el que hizo salir
a Israel de Egipto y que, al escoger a Israel, lo creó y formó
(cf. Is 43,1), se revela como aquel a quien pertenecen todos los pueblos de
la tierra y la tierra entera, como el único Dios que "hizo el cielo
y la tierra" (Sal 115,15;124,8;134,3).
288 Así, la revelación de la creación
es inseparable de la revelación y de la realización de la
Alianza del Dios único, con su Pueblo. La creación es revelada
como el primer paso hacia esta Alianza, como el primero y universal testimonio
del amor todopoderoso de Dios (cf. Gn 15,5; Jr 33,19-26). Por eso, la verdad
de la creación se expresa con un vigor creciente en el mensaje de
los profetas (cf. Is 44,24), en la oración de los salmos (cf. Sal
104) y de la liturgia, en la reflexión de la sabiduría (cf.
Pr 8,22-31) del Pueblo elegido.
289 Entre todas las palabras de la Sagrada Escritura
sobre la creación, los tres primeros capítulos del Génesis
ocupan un lugar único. Desde el punto de vista literario, estos textos
pueden tener diversas fuentes. Los autores inspirados los han colocado al
comienzo de la Escritura de suerte que expresa, en su lenguaje solemne,
las verdades de la creación, de su origen y de su fin en Dios, de
su orden y de su bondad, de la vocación del hombre, finalmente, del
drama del pecado y de la esperanza de la salvación. Leídas
a la luz e Cristo, en la unidad de la Sagrada Escritura y en la Tradición
viva de la Iglesia, estas palabras siguen siendo la fuente principal para
la catequesis de los Misterios del "comienzo": creación, caída,
promesa de la salvación.
II LA CREACION: OBRA DE LA SANTISIMA TRINIDAD
290 "En el principio,
Dios creó el cielo y la tierra": tres cosas se afirman en estas primeras
palabras de la Escritura: el Dios eterno ha dado principio a todo lo que
existe fuera de él. El solo es creador (el verbo "crear" -en hebreo
"bara"-tiene siempre por sujeto a Dios). La totalidad de lo que existe (expresada
por la fórmula "el cielo y la tierra") depende de aquel que le da
el ser.
291 "En el principio existía el Verbo... y el
Verbo era Dios...Todo fue hecho por él y sin él nada ha sido
hecho" (Jn 1,1-3). El Nuevo Testamento revela que Dios creó todo
por el Verbo Eterno, su Hijo amado. "En el fueron creadas todas las cosas,
en los cielos y en la tierra...todo fue creado por él y para él,
él existe con anterioridad a todo y todo tiene en él su consistencia"
(Col 1, 16-17). La fe de la Iglesia afirma también la acción
creadora del Espíritu Santo: él es el "dador de vida" (Símbolo
de Nicea-Constantinopla), "el Espíritu Creador" ("Veni, Creator Spiritus"),
la "Fuente de todo bien" (Liturgia bizantina, tropario de vísperas
de Pentecostés).
292 La acción creadora del Hijo y del Espíritu,
insinuada en el Antiguo Testamento (cf. Sal 33,6;104,30; Gn 1,2-3), revelada
en la Nueva Alianza, inseparablemente una con la del Padre, es claramente
afirmada por la regla de fe de la Iglesia: "Sólo existe un Dios...:
es el Padre, es Dios, es el Creador, es el Autor, es el Ordenador. Ha hecho
todas las cosas por sí mismo, es decir, por su Verbo y por
su Sabiduría" (S. Ireneo, haer. 2,30,9), "por el Hijo y el Espíritu",
que son como "sus manos" (ibid., 4,20,1). La creación es la
obra común de la Santísima Trinidad.
III “EL MUNDO HA SIDO CREADO PARA LA GLORIA
DE DIOS”
293 Es una verdad
fundamental que la Escritura y la Tradición no cesan de enseñar
y de celebrar: "El mundo ha sido creado para la gloria de Dios" (Cc. Vaticano
I: DS 3025). Dios ha creado todas las cosas, explica S. Buenaventura, "non
propter gloriam augendam, sed propter gloriam manifestandam et propter gloriam
suam communicandam" ("no para aumentar su gloria, sino para manifestarla
y comunicarla") (sent. 2,1,2,2,1). Porque Dios no tiene otra razón
para crear que su amor y su bondad: "Aperta manu clave amoris creaturae
prodierunt" ("Abierta su mano con la llave del amor surgieron las criaturas")
(S. Tomás de A. sent. 2, prol.) Y el Concilio Vaticano primero explica:
En su bondad y por su fuerza todopoderosa, no para aumentar
su bienaventuranza, ni para adquirir su perfección, sino para manifestarla
por los bienes que otorga a sus criaturas, el solo verdadero Dios, en su
libérrimo designio , en el comienzo del tiempo, creó de la
nada a la vez una y otra criatura, la espiritual y la corporal (DS 3002).
294 La gloria de Dios consiste en que se realice esta
manifestación y esta comunicación de su bondad para las cuales
el mundo ha sido creado. Hacer de nosotros "hijos adoptivos por medio de Jesucristo,
según el beneplácito de su voluntad, para alabanza de
la gloria de su gracia" (Ef 1,5-6): "Porque la gloria de Dios es el hombre
vivo, y la vida del hombre es la visión de Dios: si ya la revelación
de Dios por la creación procuró la vida a todos los seres que
viven en la tierra, cuánto más la manifestación del
Padre por el Verbo procurará la vida a los que ven a Dios" (S. Ireneo,
haer. 4,20,7). El fin último de la creación es que Dios , "Creador
de todos los seres, se hace por fin `todo en todas las cosas' (1 Co 15,28),
procurando al mismo tiempo su gloria y nuestra felicidad" (AG 2).
IV EL MISTERIO DE LA CREACION
Dios crea por sabiduría y por amor
295 Creemos que Dios creó el mundo según
su sabiduría (cf. Sb 9,9). Este no es producto de una necesidad cualquiera,
de un destino ciego o del azar. Creemos que procede de la voluntad libre
de Dios que ha querido hacer participar a las criaturas de su ser, de su
sabiduría y de su bondad: "Porque tú has creado todas las cosas;
por tu voluntad lo que no existía fue creado" (Ap 4,11). "¡Cuán
numerosas son tus obras, Señor! Todas las has hecho con sabiduría"
(Sal 104,24 "Bueno es el Señor para con todos, y sus ternuras sobre
todas sus obras" (Sal 145,9).
Dios crea “de la nada”
296 Creemos que Dios
no necesita nada preexistente ni ninguna ayuda para crear (cf. Cc. Vaticano
I: DS 3022). La creación tampoco es una emanación necesaria
de la substancia divina (cf. Cc. Vaticano I: DS 3023-3024). Dios crea libremente
" de la nada" (DS 800; 3025):
¿Qué tendría de extraordinario
si Dios hubiera sacado el mundo de una materia preexistente? Un artífice
humano, cuando se le da un material, hace de él todo lo que quiere.
Mientras que el poder de Dios se muestra precisamente cuando parte de la
nada para hacer todo lo que quiere (S. Teófilo de Antioquía,
Autol. 2,4).
297 La fe en la creación "de la nada" está
atestiguada en la Escritura como una verdad llena de promesa y de esperanza.
Así la madre de los siete hijos macabeos los alienta al martirio:
Yo no sé cómo aparecisteis en mis entrañas,
ni fui yo quien os regaló el espíritu y la vida, ni tampoco
organicé yo los elementos de cada uno. Pues así el Creador
del mundo, el que modeló al hombre en su nacimiento y proyectó
el origen de todas las cosas, os devolverá el espíritu y la
vida con misericordia, porque ahora no miráis por vosotros mismos
a causa de sus leyes...Te ruego, hijo, que mires al cielo y a la tierra y,
al ver todo lo que hay en ellos, sepas que a partir de la nada lo hizo Dios
y que también el género humano ha llegado así a la existencia
(2 M 7,22-23.28).
298 Puesto que Dios puede crear de la nada, puede por
el Espíritu Santo dar la vida del alma a los pecadores creando en ellos
un corazón puro (cf. Sal 51,12), y la vida del cuerpo a los difuntos
mediante la Resurrección. El "da la vida a los muertos y llama a las
cosas que no son para que sean" (Rom 4,17). Y puesto que, por su Palabra,
pudo hacer resplandecer la luz en las tinieblas (cf. Gn 1,3), puede también
dar la luz de la fe a los que lo ignoran (cf. 2 Co 4,6).
Dios crea un mundo ordenado y bueno
299 Porque Dios crea
con sabiduría, la creación está ordenada: "Tú
todo lo dispusiste con medida, número y peso" (Sb 11,20). Creada
en y por el Verbo eterno, "imagen del Dios invisible" (Col 1,15), la creación
está destinada, dirigida al hombre, imagen de Dios (cf. Gn 1,26),
llamado a una relación personal con Dios. Nuestra inteligencia, participando
en la luz del Entendimiento divino, puede entender lo que Dios nos dice
por su creación (cf. Sal 19,2-5), ciertamente no sin gran esfuerzo
y en un espíritu de humildad y de respeto ante el Creador y su obra
(cf. Jb 42,3). Salida de la bondad divina, la creación participa
en esa bondad ("Y vio Dios que era bueno...muy bueno": Gn 1,4.10.12.18.21.31).
Porque la creación es querida por Dios como un don dirigido al hombre,
como una herencia que le es destinada y confiada. La Iglesia ha debido, en
repetidas ocasiones, defender la bondad de la creación, comprendida
la del mundo material (cf. DS 286; 455-463; 800; 1333; 3002).
Dios transciende la creación y está presente
en ella
300 Dios es infinitamente
más grande que todas sus obras (cf. Si 43,28): "Su majestad es más
alta que los cielos" (Sal 8,2), "su grandeza no tiene medida" (Sal 145,3).
Pero porque es el Creador soberano y libre, causa primera de todo lo que
existe, está presente en lo más íntimo de sus criaturas:
"En el vivimos, nos movemos y existimos" (Hch 17,28). Según las palabras
de S. Agustín, Dios es "superior summo meo et interior intimo meo"
("Dios está por encima de lo más alto que hay en mí
y está en lo más hondo de mi intimidad") (conf. 3,6,11).
Dios mantiene y conduce la creación
301 Realizada la creación, Dios
no abandona su criatura a ella misma. No sólo le da el ser y el existir,
sino que la mantiene a cada instante en el ser, le da el obrar y la lleva
a su término. Reconocer esta dependencia completa con respecto al
Creador es fuente de sa¬biduría y de libertad, de gozo y de confianza:
Amas a todos los seres y nada de lo que hiciste aborreces pues, si algo
odiases, no lo hubieras creado. Y ¿cómo podría subsistir
cosa que no hubieses querido? ¿Cómo se conservaría si
no la hubieses llamado? Mas tú todo lo perdonas porque todo es tuyo,
Señor que amas la vida (Sb 11, 24 26).
V DIOS REALIZA SU DESIGNIO: LA DIVINA PROVIDENCIA
302 La creación
tiene su bondad y su perfección propias, pero no salió plenamente
acabada de las manos del Creador. Fue creada "en estado de vía" ("In
statu viae") hacia una perfección última to¬davía
por alcanzar, a la que Dios la destinó. Llamamos divina providencia
a las disposiciones por las que Dios conduce la obra de su creación
hacia esta perfección:
Dios guarda y gobierna por su providencia todo lo que creó, "alcanzando
con fuerza de un extremo al otro del mundo y disponiéndolo todo con
dulzura" (Sb 8, 1). Porque "todo está desnudo y patente a sus ojos"
(Hb 4, 13), incluso lo que la acción libre de las criaturas producirá
(Cc. Vaticano I: DS 3003).
303 El testimonio de la Escritura es unánime:
la solicitud de la divina providencia es concreta e inmediata; tiene cuidado
de todo, de las cosas más pequeñas hasta los grandes acontecimientos
del mundo y de la historia. Las Sagradas Escrituras afirman con fuerza la
soberanía absoluta de Dios en el curso de los aconteci¬mientos:
"Nuestro Dios en los cielos y en la tierra, todo cuanto le place lo realiza"
(Sal 115, 3); y de Cristo se dice: "si él abre, nadie puede cerrar;
si él cierra, nadie puede abrir" (Ap 3, 7); "hay mu¬chos proyectos
en el corazón del hombre, pero sólo el plan de Dios se realiza"
(Pr 19, 21).
304 Así vemos al Espíritu Santo, autor principal de la Sagrada
Escritura atribuir con frecuencia a Dios acciones sin mencionar causas segundas.
Esto no es "una manera de hablar" primitiva, sino un modo profundo de recordar
la primacía de Dios y su señorío absoluto sobre la
historia y el mundo (cf Is 10, 5 15; 45, 5 7; Dt 32, 39; Si 11, 14) y de
educar así para la confianza en E1. La oración de los salmos
es la gran escuela de esta confianza (cf Sal 22; 32; 35; 103; 138).
305 Jesús pide un abandono filial en la providencia del Padre celestial
que cuida de las más pequeñas necesidades de sus hijos: "No
andéis, pues, preocupados diciendo: ¿qué vamos a comer?
¿qué vamos a beber?... Ya sabe vuestro Padre celestial que
tenéis necesidad de todo eso. Buscad primero su Reino y su justicia,
y todas esas cosas se os darán por añadidura" (Mt 6, 31 33;
cf 10, 29 31).
La providencia y las causas segundas
306 Dios es el Señor soberano
de su designio. Pero para su realización se sirve también
del concurso de las criaturas. Esto no es un signo de debilidad, sino de
la grandeza y bondad de Dios Todopoderoso. Porque Dios no da solamente a
sus criaturas la existencia, les da también la dignidad de actuar
por sí mismas, de ser causas y principios unas de otras y de cooperar
así a la realización de su designio.
307 Dios concede a los hombres incluso poder participar libremente en su
providencia confiándoles la responsabilidad de "someter'' la tierra
y dominarla (cf Gn 1, 26 28). Dios da así a los hombres el ser causas
inteligentes y libres para completar la obra de la Creación, para
perfeccionar su armonía para su bien y el de sus prójimos.
Los hombres, cooperadores a menudo inconscientes de la voluntad divina, pueden
entrar libremente en el plan divino no sólo por su acciones y sus
oraciones, sino también por sus sufrimientos (cf Col I, 24) Entonces
llegan a ser plenamente "colaboradores de Dios" (1 Co 3, 9; 1 Ts 3, 2) y
de su Reino (cf Col 4, 11).
308 Es una verdad inseparable de la fe en Dios Creador: Dios actúa
en las obras de sus criaturas. Es la causa primera que opera en y por las
causas segundas: "Dios es quien obra en vosotros el querer y el obrar, como
bien le parece" (Flp 2, 13; cf 1 Co 12, 6). Esta verdad, lejos de disminuir
la dignidad de la criatura, la realza. Sacada de la nada por el poder, la
sabiduría y la bondad de Dios, no puede nada si está separada
de su origen, porque "sin el Creador la criatura se diluye" (GS 36, 3);
menos aún puede ella alcanzar su fin último sin la ayuda de
la gracia (cf Mt 19, 26; Jn 15, 5; Flp 4, 13).
La providencia y el escándalo del mal
309 Si Dios Padre Todopoderoso, Creador
del mundo ordenado y bueno, tiene cuidado de todas sus criaturas, ¿por
qué existe el mal? A esta pregunta tan apremiante como inevitable,
tan dolorosa como misteriosa no se puede dar una respuesta simple. El conjunto
de la fe cristiana constituye la respuesta a esta pregunta: la bondad de
la creación, el drama del pecado, el amor paciente de Dios que sale
al encuentro del hombre con sus Alianzas, con la Encarnación redentora
de su Hijo, con el don del Espíritu, con la congregación de
la Iglesia, con la fuerza de los sacramentos, con la llamada a una vida bienaventurada
que las criaturas son invitadas a aceptar libremente, pero a la cual, también
libremente, por un misterio terrible, pueden negarse o rechazar. No hay un
rasgo del mensaje cristiano que no sea en parte una respuesta a la cuestión
del mal.
310 Pero ¿por qué Dios no creó un mundo tan perfecto
que en él no pudiera existir ningún mal? En su poder Infinito,
Dios podría siempre crear algo mejor (cf S. Tomás de A., s.
th. I, 25, 6). Sin embargo, en su sabiduría y bondad Infinitas, Dios
quiso libremente crear un mundo ``en estado de vía" hacia su perfección
última. Este devenir trae consigo en el designio de Dios, junto con
la aparición de ciertos seres, la desaparición de otros; junto
con lo más perfecto lo menos perfecto; junto con las construcciones
de la naturaleza también las destrucciones. Por tanto, con el bien
físico existe también el mal físico, mientras la creación
no haya alcanzado su perfecciGn (cf S. Tomás de A., s. gent. 3, 71).
311 Los ángeles y los hombres, criaturas inteligentes y libres,
deben caminar hacia su destino último por elección libre y
amor de preferencia. Por ello pueden desviarse. De hecho pecaron. Y fue
así como el mal moral entró en el mundo, incomparablemente
más grave que el mal físico. Dios no es de ninguna manera,
ni directa ni indirectamente, la causa del mal moral, (cf S. Agustín,
lib. 1, 1, 1; S. Tomás de A., s. th. 1 2, 79, 1). Sin embargo, lo
permite, respetando la libertad de su criatura, y, misteriosamente, sabe
sacar de él el bien:
Porque el Dios Todopoderoso... por ser soberanamente bueno, no permitiría
jamás que en sus obras existiera algún mal, si El no fuera
suficientemente poderoso y bueno para hacer surgir un bien del mismo mal
(S. Agustín, enchir. 11, 3).
312 Así, con el tiempo, se
puede descubrir que Dios, en su pro¬videncia todopoderosa, puede sacar
un bien de las consecuencias de un mal, incluso moral, causado por sus criaturas:
"No fuisteis vosotros, dice José a sus hermanos, los que me enviasteis
acá, sino Dios... aunque vosotros pensasteis hacerme daño,
Dios lo pensó para bien, para hacer sobrevivir... un pueblo numeroso"
(Gn 45, 8;50, 20; cf Tb 2, 12 18 Vg.). Del mayor mal moral que ha sido co¬metido
jamás, el rechazo y la muerte del Hijo de Dios, causado por los pecados
de todos los hombres, Dios, por la superabundancia de su gracia (cf Rm 5,
20), sacó el mayor de los bienes: la glorificación de Cristo
y nuestra Redención. Sin embargo, no por esto el mal se convierte
en un bien.
313 "Todo coopera al bien de los que aman a Dios" (Rm 8, 28). E1 testimonio
de los santos no cesa de confirmar esta verdad:
Así Santa Catalina de Siena dice a "los que se escandalizan y se
rebelan por lo que les sucede": "Todo procede del amor, todo está ordenado
a la salvación del hombre, Dios no hace nada que no sea con este fin"
(dial.4, 138).
Y Santo Tomás Moro, poco antes de su martirio, consuela a su hija:
"Nada puede pasarme que Dios no quiera. Y todo lo que El quiere, por muy
malo que nos parezca, es en realidad lo mejor" (carta).
Y Juliana de Norwich: "Yo comprendí, pues, por la gracia de Dios,
que era preciso mantenerme firmemente en la fe y creer con no menos firmeza
que todas las cosas serán para bien..." "Thou shalt see thyself that
all MANNER of thing shall be well " (rev.32).
314 Creemos firmemente que Dios es
el Señor del mundo y de la historia. Pero los caminos de su providencia
nos son con fre¬cuencia desconocidos. Sólo al final, cuando tenga
fin nuestro conocimiento parcial, cuando veamos a Dios "cara a cara" (1
Co 13, 12), nos serán plenamente conocidos los caminos por los cuales,
incluso a través de los dramas del mal y del pecado, Dios habrá
conducido su creación hasta el reposo de ese Sabbat (cf Gn 2, 2)
definitivo, en vista del cual creó el cielo y la tierra.
RESUMEN
315
En la creación del mundo y del hombre, Dios ofreció el primero
y universal testimonio de su amor todopoderoso y de su sabiduría,
el primer anuncio de su "designio bene¬volente" que encuentra su fin
en la nueva creación en Cristo.
316 Aunque la obra de la creación
se atribuya particularmen¬te al Padre, es igualmente verdad de fe que
el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son el principio único
e indivisi¬ble de la creación.
317 Sólo Dios ha creado el
universo, libremente, sin ninguna ayuda.
318 Ninguna criatura tiene el poder
Infinito que es necesario para "crear" en el sentido propio de la palabra,
es decir, de producir y de dar el ser a lo que no lo tenía en modo
alguno (llamar a la existencia de la nada) (cf DS 3624).
319 Dios creó el mundo para
manifestar y comunicar su glo¬ria. La gloria para la que Dios creó
a sus criaturas con¬siste en que tengan parte en su verdad, su bondad
y su be¬lleza.
320 Dios, que ha creado el universo,
lo mantiene en la existen¬cia por su Verbo, "el Hijo que sostiene todo
con su pala¬bra poderosa" (Hb 1, 3) y por su Espirita Creador que da
la vida.
321 La divina providencia consiste
en las disposiciones por las que Dios conduce con sabiduría y amor
todas las cria¬turas hasta su fin último.
322 Cristo nos invita al abandono
filial en la providencia de nuestro Padre celestial (cf Mt 6, 26 34) y el
apóstol S. Pe¬dro insiste: "Confiadle todas vuestras preocupaciones
pues él cuida de vosotros" (I P 5, 7; cf Sal 55, 23).
323 La providencia divina actúa
también por la acción de las criaturas. A los seres humanos
Dios les concede cooperar libremente en sus designios.
324 La permisión divina del
mal físico y del mal moral es mis¬terio que Dios esclarece por
su Hijo, Jesucristo, muerto y resucitado para vencer el mal. La fe nos da
la certeza de que Dios no permitiría el mal si no hiciera salir el
bien del mal mismo, por caminos que nosotros sólo conecere¬mos
plenamente en la vida eterna.
Parrafo 5 EL CIELO Y LA TIERRA
325 El Símbolo de los Apóstoles
profesa que Dios es "el Creador del cielo y de la tierra", y el Símbolo
de Nicea Constantinopla explicita: "...de todo lo visible y lo invisible".
326 En la Sagrada Escritura, la expresión "cielo y tierra" significa:
todo lo que existe, la creación entera. Indica también el
vínculo que, en el interior de la creación, a la vez une y
distingue cielo y tierra: "La tierra", es el mundo de los hombres (cf Sal
115, 16). "E1 cielo" o "los cielos" puede designar el firmamento (cf Sal
19, 2), pero también el "lugar" propio de Dios: "nuestro Padre que
está en los cielos" (Mt 5, 16; cf Sal 115, 16), y por consiguiente
también el "cielo", que es la gloria escatológica. Finalmente,
la palabra "cielo" indica el "lugar" de las criaturas espirituales
los ángeles que rodean a Dios.
327 La profesión de fe del IV Concilio de Letrán afirma que
Dios, "al comienzo del tiempo, creó a la vez de la nada una y otra
criatura, la espiritual y la corporal, es decir, la angélica y la
mundana; luego, la criatura humana, que participa de las dos realidades,
pues está compuesta de espíritu y de cuerpo" (DS 800; cf DS
3002 y SPF 8).
I LOS ANGELES
La existencia de los ángeles, una verdad de fe
328 La existencia de seres espirituales,
no corporales, que la Sagrada Escritura llama habitualmente ángeles,
es una verdad de fe. E1 testimonio de la Escritura es tan claro como la
unanimidad de la Tradición.
Quiénes son los ángeles
329 S. Agustín dice respecto
a ellos: "Angelus officii nomen est, non naturae. Quaeris numen huins naturae,
spiritus est; quaeris officium, ángelus est: ex eo quad est, spiritus
est, ex eo quod agit, ángelus" ("El nombre de ángel indica
su oficio, no su naturaleza. Si preguntas por su naturaleza, te diré
que es un espíritu; si preguntas por lo que hace, te diré que
es un ángel") (Psal. 103, 1, 15). Con todo su ser, los ángeles
son servidores y mensajeros de Dios. Porque contemplan "constantemente el
rostro de mi Padre que está en los cielos" (Mt 18, 10), son "agentes
de sus órdenes, atentos a la voz de su palabra" (Sal 103, 20).
330 En tanto que criaturas puramente espirituales, tienen inteligencia
y voluntad: son criaturas personales (cf Pío XII: DS 3891) e inmortales
(cf Lc 20, 36). Superan en perfección a todas las criaturas visibles.
El resplandor de su gloria da testimonio de ello (cf Dn 10, 9 12).
Cristo "con todos sus ángeles"
331 Cristo es el centro del mundo de
los ángeles. Los ángeles le pertenecen: "Cuando el Hijo del
hombre venga en su gloria acompañado de todos sus ángeles..."
(Mt 25, 31). Le pertenecen porque fueron creados por y para E1: "Porque en
él fueron creadas todas las cosas, en los cielos y en la tierra, las
visibles y las invisibles, los Tronos, las Dominaciones, los Principados,
las Potestades: todo fue creado por él y para él" (Col 1, 16).
Le pertenecen más aún porque los ha hecho mensajeros de su
designio de salvación: "¿Es que no son todos ellos espíritus
servidores con la misión de asistir a los que han de heredar la salvación?"
(Hb 1, 14).
332 Desde la creación (cf Jb 38, 7, donde los ángeles son
llamados "hijos de Dios") y a lo largo de toda la historia de la salvación,
los encontramos, anunciando de lejos o de cerca, esa salvación y
sirviendo al designio divino de su realización: cierran el paraíso
terrenal (cf Gn 3, 24), protegen a Lot (cf Gn 19), salvan a Agar y a su
hijo (cf Gn 21, 17), detienen la mano de Abraham (cf Gn 22, 11), la ley
es comunicada por su ministerio (cf Hch 7,53), conducen el pueblo de Dios
(cf Ex 23, 20 23), anuncian nacimientos (cf Jc 13) y vocaciones (cf Jc 6,
11 24; Is 6, 6), asisten a los profetas (cf 1 R 19, 5), por no citar más
que algunos ejemplos. Finalmente, el ángel Gabriel anuncia el nacimiento
del Precursor y el de Jesús (cf Lc 1, 11.26).
333 De la Encarnación a la Ascensión, la vida del Verbo encarnado
está rodeada de la adoración y del servicio de los ángeles.
Cuando Dios introduce "a su Primogénito en el mundo, dice: 'adórenle
todos los ángeles de Dios"' (Hb 1, 6). Su cántico de alabanza
en el nacimiento de Cristo no ha cesado de resonar en la alabanza de la
Iglesia: "Gloria a Dios..." (Lc 2, 14). Protegen la infancia de Jesús
(cf Mt 1, 20; 2, 13.19), sirven a Jesús en el desierto (cf Mc 1,
12; Mt 4, 11), lo reconfortan en la agonía (cf Lc 22, 43), cuando
E1 habría podido ser salvado por ellos de la mano de sus enemigos
(cf Mt 26, 53) como en otro tiempo Israel (cf 2 M 10, 29 30; 11,8). Son
también los ángeles quienes "evangelizan" (Lc 2, 10) anunciando
la Buena Nueva de la Encarnación (cf Lc 2, 8 14), y de la Resurrección
(cf Mc 16, 5 7) de Cristo. Con ocasión de la segunda venida de Cristo,
anunciada por los ángeles (cf Hb 1, 10 11), éstos estarán
presentes al servicio del juicio del Señor (cf Mt 13, 41; 25, 31
; Lc 12, 8 9).
Los ángeles en la vida de la Iglesia
334 De aquí que toda la vida
de la Iglesia se beneficie de la ayuda misteriosa y poderosa de los ángeles
(cf Hch 5, 18 20; 8, 26 29; 10, 3 8; 12, 6 11; 27, 23 25).
335 En su liturgia, la Iglesia se une a los ángeles para adorar
al Dios tres veces santo (cf MR, "Sanctus"); invoca su asistencia (así
en el "In Paradisum deducant te angeli..." ("Al Paraíso te lleven
los ángeles...") de la liturgia de difuntos, o también en el
"Himno querubínico" de la liturgia bizantina) y celebra más
particularmente la memoria de ciertos ángeles (S. Miguel, S. Gabriel,
S. Rafael, los ángeles custodios).
336 Desde su comienzo (cf Mt 18, 10) a la muerte (cf Lc 16, 22), la vida
humana está rodeada de su custodia (cf Sal 34, 8; 91, 1013) y de
su intercesión (cf Jb 33, 23 24; Za 1,12; Tb 12, 12). "Cada fiel
tiene a su lado un ángel como protector y pastor para conducirlo
a la vida" (S. Basilio, Eun. 3, 1). Desde esta tierra, la vida cristiana
participa, por la fe, en la sociedad bienaventurada de los ángeles
y de los hombres, unidos en Dios.
II EL MUNDO VISIBLE
337 Dios mismo es quien ha creado el
mundo visible en toda su riqueza, su diversidad y su orden. La Escritura
presenta la obra del Creador simbólicamente como una secuencia de
seis días "de trabajo" divino que terminan en el "reposo" del día
séptimo (Gn 1, 1 2,4). El texto sagrado enseña, a propósito
de la creación, verdades reveladas por Dios para nuestra salvación
(cf DV 11) que permiten "conocer la naturaleza íntima de todas las
criaturas, su valor y su ordenación a la alabanza divina" (LG 36).
338 Nada existe que no deba su existencia a Dios creador. El mundo comenzó
cuando fue sacado de la nada por la palabra de Dios; todos los seres existentes,
toda la naturaleza, toda la historia humana están enraizados en este
acontecimiento primordial: es el origen gracias al cual el mundo es constituido,
y el tiempo ha comenzado (cf S. Agustín, Gen. Man. 1, 2, 4).
339 Toda criatura posee su bondad y su perfección propias. Para
cada una de las obras de los "seis días" se dice: "Y vio Dios que
era bueno". "Por la condición misma de la creación, todas
las cosas están dotadas de firmeza, verdad y bondad propias y de
un orden" (GS 36, 2). Las distintas criaturas, queridas en su ser propio,
reflejan, cada una a su manera, un rayo de la sabiduría y de la bondad
Infinitas de Dios. Por esto, el hombre debe respetar la bondad propia de
cada criatura para evitar un uso desordenado de las cosas, que desprecie
al Creador y acarrce consecuencias nefastas para los hombres y para su ambiente.
340 La interdependencia de las criaturas es querida por Dios. E1 sol y
la luna, el cedro y la florecilla, el águila y el gorrión:
las innumerables diversidades y desigualdades significan que ninguna criatura
se basta a sí misma, que no existen sino en dependencia unas de otras,
para complementarse y servirse mutuamente.
341 La belleza del universo: el orden y la armonía del mundo creado
derivan de la diversidad de los seres y de las relaciones que entre ellos
existen. El hombre las descubre progresivamente como leyes de la naturaleza
que causan la admiración de los sabios. La belleza de la creación
refleja la Infinita belleza del Creador. Debe inspirar el respeto y la sumisión
de la inteligencia del hombre y de su voluntad.
342 La jerarquía de las criaturas está expresada por el orden
de los "seis días", que va de lo menos perfecto a lo más perfecto.
Dios ama todas sus criaturas (cf Sal 145, 9), cuida de cada una, incluso
de los pajarillos. Pero Jesús dice: "Vosotros valéis más
que muchos pajarillos" (Lc 12, 6 7), o también: "¡Cuánto
más vale un hombre que una oveja!" (Mt 12, 12).
343 El hombre es la cumbre de la obra de la creación. El relato
inspirado lo expresa distinguiendo netamente la creación del hombre
y la de las otras criaturas (cf Gn 1, 26).
344 Existe una solidaridad entre todas
las criaturas por el hecho de que todas tienen el mismo Creador, y que todas
están ordenadas a su gloria:
Loado seas por toda criatura, mi Señor, y en especial loado por
el hermano Sol, que alumbra, y abre el día, y es bello en su esplendor
y lleva por los cielos noticia de su autor.
Y por la hermana agua, preciosa en su candor, que es útil, casta,
humilde: ¡loado mi Señor!
Y por la hermana tierra que es toda bendición, la hermana madre
tierra, que da en toda ocasión las hierbas y los frutos y flores
de color, y nos sustenta y rige: ¡loado mi Señor!
Servidle con ternura y humilde corazón, agradeced sus dones, cantad
su creación. Las criaturas todas, load a mi Señor. Amén.
(S. Francisco de Asís, Cántico de las criaturas.)
345 El Sabbat, culminación de
la obra de los "seis días". El texto sagrado dice que "Dios concluyó
en el séptimo día la obra que había hecho" y que así
"el cielo y la tierra fueron acabados"; Dios, en el séptimo día,
"descansó", santificó y bendijo este día (Gn 2, 1 3).
Estas palabras inspiradas son ricas en enseñanzas salvíficas:
346 En la creación Dios puso un fundamento y unas leyes que permanecen
estables (cf Hb 4, 3 4), en los cuales el creyente podrá apoyarse
con confianza, y que son para él el signo y garantía de la
fidelidad inquebrantable de la Alianza de Dios (cf Jr 31, 35 37, 33, 19 26).
Por su parte el hombre deberá permanecer fiel a este fundamento y
respetar las leyes que el Creador ha inscrito en la creación.
347 La creación está hecha con miras al Sabbat y, por tanto,
al culto y a la adoración de Dios. El culto está inscrito
en el orden de la creación (cf Gn 1, 14). "Operi Dei nihil praeponatur"
("Nada se anteponga a la dedicación a Dios"), dice la regla de S.
Benito, indicando así el recto orden de las preocupaciones humanas.
348 El Sabbat pertenece al corazón de la ley de Israel. Guardar
los mandamientos es corresponder a la sabiduría y a la voluntad de
Dios, expresadas en su obra de creación.
349 El octavo día. Pero para nosotros ha surgido un nuevo día:
el día de la Resurrección de Cristo. El séptimo día
acaba la primera creación. Y el octavo día comienza la nueva
creación. Así, la obra de la creación culmina en una
obra todavía más grande: la Redención. La primera creación
encuentra su sentido y su cumbre en la nueva creación en Cristo,
cuyo esplendor sobrepasa el de la primera (cf MR, vigilia pascual 24, oración
después de la primera lectura).
RESUMEN
350
Los ángeles son criaturas espirituales que glorifican a Dios sin
cesar y que sirven sus designios salv/ficos con las otras criaturas: "Ad
omnia bona nostra cooperantur an¬geli" ("Los ángeles cooperan
en toda obra buena que ha¬cemos") (S. Tomás de A., s. th . 1,
114, 3, ad 3).
351 Los ángeles rodean a Cristo,
su Señor. Le sirven particu¬larmente en el cumplimiento de su
misión salvífica para con los hombres.
352 La Iglesia venera a los ángeles
que la ayudan en su pere¬grinar terrestre y protegen a todo ser humano.
353 Dios quiso la diversidad de sus
criaturas y la bondad pe¬culiar de cada una, su interdependencia y su
orden. Desti¬nó todas las criaturas materiales al bien del género
huma¬no. El hombre, y toda la creación a través de él,
está des¬tinado a la gloria de Dios.
354 Respetar las leyes inscritas en
la creación y las relaciones que derivan de la naturaleza de las
cosas es un principio de sabiduría y un fundamento de la moral.
Párrafo 6 EL HOMBRE
355 "Dios creó
al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó, hombre y mujer los
creó" (Gn 1,27). El hombre ocupa un lugar único en la creación:
"está hecho a imagen de Dios" (I); en su propia naturaleza une el
mundo espiritual y el mundo material (II); es creado "hombre y mujer" (III);
Dios lo estableció en la amistad con él. (IV).
I "A IMAGEN DE DIOS"
356 De todas las criaturas
visibles sólo el hombre es "capaz de conocer y amar a su Creador"
(GS 12,3); es la "única criatura en la tierra a la que Dios ha amado
por sí misma" (GS 24,3); sólo él está llamado
a participar, por el conocimiento y el amor, en la vida de Dios. Para este
fin ha sido creado y ésta es la razón fundamental de su dignidad:
¿Qué cosa, o quién, te ruego, fue
el motivo de que establecieras al hombre en semejante dignidad? Ciertamente,
nada que no fuera el amor inextinguible con el que contemplaste a tu criatura
en ti mismo y te dejaste cautivar de amor por ella. Por amor lo creaste,
por amor le diste un ser capaz de gustar tu Bien eterno (S. Catalina de Siena,
Diálogo 4,13).
357 Por haber sido hecho a imagen de Dios, el ser humano
tiene la dignidad de persona; no es solamente algo, sino alguien. Es capaz
de conocerse, de poseerse y de darse libremente y entrar en comunión
con otras personas; y es llamado, por la gracia, a una alianza con su Creador,
a ofrecerle una respuesta de fe y de amor que ningún otro ser puede
dar en su lugar.
358 Dios creó todo para el hombre (cf. Gs 12,1;
24,3; 39,1), pero el hombre fue creado para servir y amar a Dios y para
ofrecerle toda la creación:
¿Cuál es, pues, el ser que va a venir
a la existencia rodeado de semejante consideración? Es el hombre,
grande y admirable figura viviente, más precioso a los ojos de Dios
que la creación entera; es el hombre, para él existen el cielo
y la tierra y el mar y la totalidad de la creación, y Dios ha dado
tanta importancia a su salvación que no ha perdonado a su Hijo único
por él. Porque Dios no ha cesado de hacer todo lo posible para que
el hombre subiera hasta él y se sentara a su derecha (S. Juan Crisóstomo,
In Gen. Sermo 2,1).
359 "Realmente, el el misterio del hombre sólo
se esclarece en el misterio del Verbo encarnado" (GS 22,1):
San Pablo nos dice que dos hombres dieron origen al
género humano, a saber, Adán y Cristo...El primer hombre,
Adán, fue un ser animado; el último Adán, un espíritu
que da vida. Aquel primer Adán fue creado por el segundo, de quien
recibió el alma con la cual empezó a vivir... El segundo Adán
es aquel que, cuando creó al primero, colocó en él
su divina imagen. De aquí que recibiera su naturaleza y adoptara su
mismo nombre, para que aquel a quien había formado a su misma imagen
no pereciera. El primer Adán es, en realidad, el nuevo Adán;
aquel primer Adán tuvo principio, pero este último Adán
no tiene fin. Por lo cual, este último es, realmente, el primero,
como él mismo afirma: "Yo soy el primero y yo soy el último".
(S. Pedro Crisólogo, serm. 117).
360 Debido a la comunidad de origen, el género
humano forma una unidad. Porque Dios "creó, de un solo principio, todo
el linaje humano" (Hch 17,26; cf. Tb 8,6):
Maravillosa visión que nos hace contemplar el
género humano en la unidad de su origen en Dios ...: en la unidad de
su naturaleza, compuesta de igual modo en todos de un cuerpo material y de
un alma espiritual; en la unidad de su fin inmediato y de su misión
en el mundo; en la unidad de su morada: la tierra, cuyos bienes todos los
hombres, por derecho natural, pueden usar para sostener y desarrollar la vida;
en la unidad de su fin sobrenatural: Dios mismo a quien todos deben tender;
en la unidad de los medios para alcanzar este fin; ... en la unidad de su
rescate realizado para todos por Cristo (Pío XII, Enc. "Summi Pontificatus"
3; cf. NA 1).
361 "Esta ley de solidaridad humana y de caridad (ibid.),
sin excluir la rica variedad de las personas, las culturas y los pueblos,
nos asegura que todos los hombres son verdaderamente hermanos.
II “CORPORE ET ANIMA UNUS”
362 La persona humana,
creada a imagen de Dios, es un ser a la vez corporal y espiritual. El relato
bíblico expresa esta realidad con un lenguaje simbólico cuando
afirma que "Dios formó al hombre con polvo del suelo e insufló
en sus narices aliento de vida y resultó el hombre un ser viviente"
(Gn 2,7). Por tanto, el hombre en su totalidad es querido por Dios.
363 A menudo, el término alma designa en
la Sagrada Escritura la vida humana (cf. Mt 16,25-26; Jn 15,13)
o toda la persona humana (cf. Hch 2,41). Pero designa también
lo que hay de más íntimo en el hombre (cf. Mt 26,38; Jn 12,27)
y de más valor en él (cf. Mt 10,28; 2 M 6,30), aquello por
lo que es particularmente imagen de Dios: "alma" significa el principio espiritual
en el hombre
364 El cuerpo del hombre participa de la dignidad de
la "imagen de Dios": es cuerpo humano precisamente porque está animado
por el alma espiritual, y es toda la persona humana la que está destinada
a ser, en el Cuerpo de Cristo, el Templo del Espíritu (cf. 1 Co 6,19-20;
15,44-45):
Uno en cuerpo y alma, el hombre, por su misma condición
corporal, reúne en sí los elementos del mundo material, de
tal modo que, por medio de él, éstos alcanzan su cima y elevan
la voz para la libre alabanza del Creador. Por consiguiente, no es lícito
al hombre despreciar la vida corporal, sino que, por el contrario, tiene
que considerar su cuerpo bueno y digno de honra, ya que ha sido creado por
Dios y que ha de resucitar en el último día (GS 14,1).
365 La unidad del alma y del cuerpo es tan profunda que
se debe considerar al alma como la "forma" del cuerpo (cf. Cc. de Vienne,
año 1312, DS 902); es decir, gracias al alma espiritual, la materia
que integra el cuerpo es un cuerpo humano y viviente; en el hombre, el espíritu
y la materia no son dos naturalezas unidas, sino que su unión constituye
una única naturaleza.
366 La Iglesia enseña que cada alma espiritual
es directamente creada por Dios (cf. Pío XII, Enc. Humani generis,
1950: DS 3896; Pablo VI, SPF 8) -no es "producida" por los padres-, y que
es inmortal (cf. Cc. de Letrán V, año 1513: DS 1440): no perece
cuando se separa del cuerpo en la muerte, y se unirá de nuevo al cuerpo
en la resurrección final.
367 A veces se acostumbra a distinguir entre alma y espíritu.
Así S. Pablo ruega para que nuestro "ser entero, el espíritu,
el alma y el cuerpo" sea conservado sin mancha hasta la venida del Señor
(1 Ts 5,23). La Iglesia enseña que esta distinción no introduce
una dualidad en el alma (Cc. de Constantinopla IV, año 870: DS 657).
"Espíritu" significa que el hombre está ordenado desde su
creación a su fin sobrenatural (Cc. Vaticano I: DS 3005; cf. GS 22,5),
y que su alma es capaz de ser elevada gratuitamente a la comunión
con Dios (cf. Pío XII, Humani generis, año 1950: DS 3891).
368 La tradición espiritual de la Iglesia también
presenta el corazón en su sentido bíblico de "lo más
profundo del ser" (Jr 31,33), donde la persona se decide o no por Dios (cf.
Dt 6,5; 29,3;Is 29,13; Ez 36,26; Mt 6,21; Lc 8,15; Rm 5,5).
III “HOMBRE Y MUJER LOS CREO”
Igualdad y diferencia queridas por Dios
369 El hombre y la
mujer son creados, es decir, son queridos por Dios: por una parte, en una
perfecta igualdad en tanto que personas humanas, y por otra, en su ser respectivo
de hombre y de mujer. "Ser hombre", "ser mujer" es una realidad buena y querida
por Dios: el hombre y la mujer tienen una dignidad que nunca se pierde, que
viene inmediatamente de Dios su creador (cf. Gn 2,7.22). El hombre y la mujer
son, con la misma dignidad, "imagen de Dios". En su "ser-hombre" y su "ser-mujer"
reflejan la sabiduría y la bondad del Creador.
370 Dios no es, en modo alguno, a imagen del hombre.
No es ni hombre ni mujer. Dios es espíritu puro, en el cual no hay
lugar para la diferencia de sexos. Pero las "perfecciones" del hombre y
de la mujer reflejan algo de la infinita perfección de Dios: las
de una madre (cf. Is 49,14-15; 66,13; Sal 131,2-3) y las de un padre y esposo
(cf. Os 11,1-4; Jr 3,4-19).
“El uno para el otro”, “una unidad de dos”
371 Creados a la vez,
el hombre y la mujer son queridos por Dios el uno para el otro. La Palabra
de Dios nos lo hace entender mediante diversos acentos del texto sagrado.
"No es bueno que el hombre esté solo. Voy a hacerle una ayuda adecuada"
(Gn 2,18). Ninguno de los animales es "ayuda adecuada" para el hombre (Gn
2,19-20). La mujer, que Dios "forma" de la costilla del hombre y presenta
a éste, despierta en él un grito de admiración, una
exclamación de amor y de comunión: "Esta vez sí que
es hueso de mis huesos y carne de mi carne" (Gn 2,23). El hombre descubre
en la mujer como un otro "yo", de la misma humanidad.
372 El hombre y la mujer están hechos "el uno
para el otro": no que Dios los haya hecho "a medias" e "incompletos"; los
ha creado para una comunión de personas, en la que cada uno puede
ser "ayuda" para el otro porque son a la vez iguales en cuanto personas
("hueso de mis huesos...") y complementarios en cuanto masculino y femenino.
En el matrimonio, Dios los une de manera que, formando "una sola carne"
(Gn 2,24), puedan transmitir la vida humana: "Sed fecundos y multiplicaos
y llenad la tierra" (Gn 1,28). Al trasmitir a sus descendientes la vida
humana, el hombre y la mujer, como esposos y padres, cooperan de una manera
única en la obra del Creador (cf. GS 50,1).
373 En el plan de Dios, el hombre y la mujer están
llamados a "someter" la tierra (Gn 1,28) como "administradores" de Dios.
Esta soberanía no debe ser un dominio arbitrario y destructor. A imagen
del Creador, "que ama todo lo que existe" (Sb 11,24), el hombre y la mujer
son llamados a participar en la Providencia divina respecto a las otras
cosas creadas. De ahí su responsabilidad frente al mundo que Dios
les ha confiado.
IV EL HOMBRE EN EL PARAISO
374 El primer hombre
fue no solamente creado bueno, sino también constituido en
la amistad con su creador y en armonía consigo mismo y con
la creación en torno a él; amistad y armonía tales
que no serán superadas más que por la gloria de la nueva creación
en Cristo.
375 La Iglesia, interpretando de manera auténtica
el simbolismo del lenguaje bíblico a la luz del Nuevo Testamento
y de la Tradición, enseña que nuestros primeros padres Adán
y Eva fueron constituidos en un estado "de sant idad y de justicia original"
(Cc. de Trento: DS 1511). Esta gracia de la santidad original era una "participación
de la vida divina" (LG 2).
376 Por la irradiación de esta gracia, todas las
dimensiones de la vida del hombre estaban fortalecidas. Mientras permaneciese
en la intimidad divina, el hombre no debía ni morir (cf. Gn 2,17;
3,19) ni sufrir (cf. Gn 3,16). La armonía interior de la persona humana,
la armonía entre el hombre y la mujer, y, por último, la armonía
entre la primera pareja y toda la creación constituía el estado
llamado "justicia original".
377 El "dominio" del mundo que Dios había concedido
al hombre desde el comienzo, se realizaba ante todo dentro del hombre mismo
como dominio de sí. El hombre estaba íntegro y ordenado en
todo su ser por estar libre de la triple concupiscencia (cf. 1 Jn 2,16),
que lo somete a los placeres de los sentidos, a la apetencia de los bienes
terrenos y a la afirmación de sí contra los imperativos de
la razón.
378 Signo de la familiaridad con Dios es el hecho de
que Dios lo coloca en el jardín (cf. Gn 2,8). Vive allí "para
cultivar la tierra y guardarla" (Gn 2,15): el trabajo no le es penoso (cf.
Gn 3,17-19), sino que es la colaboración del hombre y de la mujer
con Dios en el perfeccionamiento de la creación visible.
379 Toda esta armonía de la justicia original,
prevista para el hombre por designio de Dios, se perderá por el pecado
de nuestros primeros padres.
RESUMEN
380 "A imagen tuya
creaste al hombre y le encomendaste el universo entero, para que, sirviéndote
sólo a ti, su Creador, dominara todo lo creado" (MR, Plegaria eucarística
IV, 118).
381 El hombre es predestinado a reproducir la imagen
del Hijo de Dios hecho hombre -"imagen del Dios invisible" (Col 1,15)-,
para que Cristo sea el primogénito de una multitud de hermanos y de
hermanas (cf. Ef 1,3-6; Rm 8,29).
382 El hombre es "corpore et anima unus" ("una unidad
de cuerpo y alma") (GS 14,1). La doctrina de la fe afirma que el alma espiritual
e inmortal es creada de forma inmediata por Dios.
383 "Dios no creó al hombre solo: en efecto, desde
el principio `los creó hombre y mujer' (Gn 1,27). Esta asociación
constituye la primera forma de comunión entre personas" (GS 12,4).
384 La revelación nos da a conocer el estado de
santidad y de justicia originales del hombre y la mujer antes del pecado:
de su amistad con Dios nacía la felicidad de su existencia en el
paraíso.
Párrafo 7 LA CAIDA
385 Dios es infinitamente
bueno y todas sus obras son buenas. Sin embargo, nadie escapa a la experiencia
del sufrimiento, de los males en la naturaleza -que aparecen como ligados
a los límites propios de las criaturas-, y sobre todo a la cuestión
del mal moral. ¿De dónde viene el mal? "Quaerebam unde malum
et non erat exitus" ("Buscaba el origen del mal y no encontraba solución")
dice S. Agustín (conf. 7,7.11), y su propia búsqueda dolorosa
sólo encontrará salida en su conversión al Dios vivo.
Porque "el misterio de la iniquidad" (2 Ts 2,7) sólo se esclarece
a la luz del "Misterio de la piedad" (1 Tm 3,16). La revelación del
amor divino en Cristo ha manifestado a la vez la extensión del mal
y la sobreabundancia de la gracia (cf. Rm 5,20). Debemos, por tanto, examinar
la cuestión del origen del mal fijando la mirada de nuestra fe en
el que es su único Vencedor (cf. Lc 11,21-22; Jn 16,11; 1 Jn 3,8).
I DONDE ABUNDO EL PECADO, SOBREABUNDO
LA GRACIA
La realidad del pecado
386 El pecado está
presente en la historia del hombre: sería vano intentar ignorarlo
o dar a esta oscura realidad otros nombres. Para intentar comprender lo
que es el pecado, es preciso en primer lugar reconocer el vínculo
profundo del hombre con Dios, porque fuera de esta relación, el mal
del pecado no es desenmascarado en su verdadera identidad de rechazo y oposición
a Dios, aunque continúe pesando sobre la vida del hombre y sobre
la historia.
387 La realidad del pecado, y más particularmente
del pecado de los orígenes, sólo se esclarece a la luz de
la Revelación divina. Sin el conocimiento que ésta nos da
de Dios no se puede reconocer claramente el pecado, y se siente la tentación
de explicarlo únicamente como un defecto de crecimiento, como una
debilidad sicológica, un error, la consecuencia necesaria de una estructura
social inadecuada, etc. Sólo en el conocimiento del designio de Dios
sobre el hombre se comprende que el pecado es un abuso de la libertad que
Dios da a las personas creadas para que puedan amarle y amarse mutuamente.
El pecado original - una verdad esencial de la fe
388 Con el desarrollo
de la Revelación se va iluminando también la realidad del
pecado. Aunque el Pueblo de Dios del Antiguo Testamento conoció de
alguna manera la condición humana a la luz de la historia de la caída
narrada en el Génesis, no podía alcanzar el significado último
de esta historia que sólo se manifiesta a la luz de la Muerte y de
la Resurrección de Jesucristo (cf. Rm 5,12-21). Es preciso conocer
a Cristo como fuente de la gracia para conocer a Adán como fuente
del pecado. El Espíritu-Paráclito, enviado por Cristo resucitado,
es quien vino "a convencer al mundo en lo referente al pecado" (Jn 16,8)
revelando al que es su Redentor.
389 La doctrina del pecado original es, por así
decirlo, "el reverso" de la Buena Nueva de que Jesús es el Salvador
de todos los hombres, que todos necesitan salvación y que la salvación
es ofrecida a todos gracias a Cristo. La Iglesia, que tiene el sentido de
Cristo (cf. 1 Cor 2,16) sabe bien que no se puede lesionar la revelación
del pecado original sin atentar contra el Misterio de Cristo.
Para leer el relato de la caída
390 El relato de la
caída (Gn 3) utiliza un lenguaje hecho de imágenes, pero afirma
un acontecimiento primordial, un hecho que tuvo lugar al comienzo
de la historia del hombre (cf. GS 13,1). La Revelación nos da
la certeza de fe de que toda la historia humana está marcada por el
pecado original libremente cometido por nuestros primeros padres (cf. Cc.
de Trento: DS 1513; Pío XII: DS 3897; Pablo VI, discurso 11 Julio
1966).
II LA CAIDA DE LOS ANGELES
391 Tras la elección
desobediente de nuestros primeros padr es se halla una voz seductora, opuesta
a Dios (cf. Gn 3,1-5) que, por envidia, los hace caer en la muerte (cf.
Sb 2,24). La Escritura y la Tradición de la Iglesia ven en este ser
un ángel caído, llamado Satán o diablo (cf. Jn 8,44;
Ap 12,9). La Iglesia enseña que primero fue un ángel bueno,
creado por Dios. "Diabolus enim et alii daemones a Deo quidem natura creati
sunt boni, sed ipsi per se facti sunt mali" ("El diablo y los otros demonios
fueron creados por Dios con una naturaleza buena, pero ellos se hicieron
a sí mismos malos") (Cc. de Letrán IV, año 1215: DS
800).
392 La Escritura habla de un pecado de estos ángeles
(2 P 2,4). Esta "caída" consiste en la elección libre de estos
espíritus creados que rechazaron radical e irrevocablemente a Dios
y su Reino. Encontramos un reflejo de esta rebelión en las palabras
del tentador a nuestros primeros padres: "Seréis como dioses" (Gn
3,5). El diablo es "pecador desde el principio" (1 Jn 3,8), "padre de la
mentira" (Jn 8,44).
393 Es el carácter irrevocable de su elección,
y no un defecto de la infinita misericordia divina lo que hace que el pecado
de los ángeles no pueda ser perdonado. "No hay arrepentimiento para
ellos después de la caída, como no hay arrepentimiento para
los hombres después de la muerte" (S. Juan Damasceno, f.o. 2,4: PG
94, 877C).
394 La Escritura atestigua la influencia nefasta de aquel
a quien Jesús llama "homicida desde el principio" (Jn 8,44) y que
incluso intentó apartarlo de la misión recibida del Padre (cf.
Mt 4,1-11). "El Hijo de Dios se manifestó para deshacer las obras
del diablo" (1 Jn 3,8). La más grave en consecuencias de estas obras
ha sido la seducción mentirosa que ha inducido al hombre a desobedecer
a Dios.
395 Sin embargo, el poder de Satán no es infinito.
No es más que una criatura, poderosa por el hecho de ser espíritu
puro, pero siempre criatura: no puede impedir la edificación del
Reino de Dios. Aunque Satán actúe en el mundo por odio contra
Dios y su Reino en Jesucristo, y aunque su acción cause graves daños
-de naturaleza espiritual e indirectamente incluso de naturaleza física-en
cada hombre y en la sociedad, esta acción es permitida por la divina
providencia que con fuerza y dulzura dirige la historia del hombre y del
mundo. El que Dios permita la actividad diabólica es un gran misterio,
pero "nosotros sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de
los que le aman" (Rm 8,28)
III EL PECADO ORIGINAL
La prueba de la libertad
396 Dios creó
al hombre a su imagen y lo estableció en su amistad. Criatura espiritual,
el hombre no puede vivir esta amistad más que en la forma de libre
sumisión a Dios. Esto es lo que expresa la prohibición hecha
al hombre de comer del árbol del conocimiento del bien y del mal,
"porque el día que comieres de él, morirás" (Gn 2,17).
"El árbol del conocimiento del bien y del mal" evoca simbólicamente
el límite infranqueable que el hombre en cuanto criatura debe reconocer
libremente y respetar con confianza. El hombre depende del Creador, está
sometido a las leyes de la Creación y a las normas morales que regulan
el uso de la libertad.
El primer pecado del hombre
397 El hombre, tentado
por el diablo, dejó morir en su corazón la confianza hacia
su creador (cf. Gn 3,1-11) y, abusando de su libertad, desobedeció
al mandamiento de Dios. En esto consistió el primer pecado del hombre
(cf. Rm 5,19). En adelante, todo pecado será una desobediencia a
Dios y una falta de confianza en su bondad.
398 En este pecado, el hombre se prefirió a sí
mismo en lugar de Dios, y por ello despreció a Dios: hizo elección
de sí mismo contra Dios, contra las exigencias de su estado de criatura
y, por tanto, contra su propio bien. El hombre, constituido en un estado
de santidad, estaba destinado a ser plenamente "divinizado" por Dios en la
gloria. Por la seducción del diablo quiso "ser como Dios" (cf. Gn
3,5), pero "sin Dios, antes que Dios y no según Dios" (S. Máximo
Confesor, ambig.).
399 La Escritura muestra las consecuencias dramáticas
de esta primera desobediencia. Adán y Eva pierden inmediatamente
la gracia de la santidad original (cf. Rm 3,23). Tienen miedo del Dios (cf.
Gn 3,9-10) de quien han concebido una falsa imagen, la de un Dios celoso
de sus prerrogativas (cf. Gn 3,5).
400 La armonía en la que se encontraban, establecida
gracias a la justicia original, queda destruida; el dominio de las facultades
espirituales del alma sobre el cuerpo se quiebra (cf. Gn 3,7); la unión
entre el hombre y la mujer es sometida a tensiones (cf. Gn 3,11-13); sus
relaciones estarán marcadas por el deseo y el dominio (cf. Gn 3,16).
La armonía con la creación se rompe; la creación visible
se hace para el hombre extraña y hostil (cf. Gn 3,17.19). A causa
del hombre, la creación es sometida "a la servidumbre de la corrupción"
(Rm 8,21). Por fin, la consecuencia explícitamente anunciada para
el caso de desobediencia (cf. Gn 2,17), se realizará: el hombre "volverá
al polvo del que fue formado" (Gn 3,19). La muerte hace su entrada en la
historia de la humanidad (cf. Rm 5,12).
401 Desde este primer pecado, una verdadera invasión
de pec ado inunda el mundo: el fratricidio cometido por Caín en Abel
(cf. Gn 4,3-15); la corrupción universal, a raíz del pecado
(cf. Gn 6,5.12; Rm 1,18-32); en la historia de Israel, el pecado se manifiesta
frecuentemente, sobre todo como una infidelidad al Dios de la Alianza y
como transgresión de la Ley de Moisés; e incluso tras la Redención
de Cristo, entre los cristianos, el pecado se manifiesta, entre los cristianos,
de múltiples maneras (cf. 1 Co 1-6; Ap 2-3). La Escritura y la Tradición
de la Iglesia no cesan de recordar la presencia y la universalidad del pecado
en la historia del hombre:
Lo que la revelación divina nos enseña
coincide con la misma experiencia. Pues el hombre, al examinar su corazón,
se descubre también inclinado al mal e inmerso en muchos males que
no pueden proceder de su Creador, que es bueno. Negándose con frecuencia
a reconocer a Dios como su principio, rompió además el orden
debido con respecto a su fin último y, al mismo tiempo, toda su ordenación
en relación consigo mismo, con todos los otros hombres y con todas
las cosas creadas (GS 13,1).
Consecuencias del pecado de Adán para la humanidad
402 Todos los hombres
están implicados en el pecado de Adán. S. Pablo lo afirma:
"Por la desobediencia de un solo hombre, todos fueron constituidos pecadores"
(Rm 5,19): "Como por un solo hombre entró el pecado en el mundo y
por el pecado la muerte y así la muerte alcanzó a todos los
hombres, por cuanto todos pecaron..." (Rm 5,12). A la universalidad del pecado
y de la muerte, el Apóstol opone la universalidad de la salvación
en Cristo: "Como el delito de uno solo atrajo sobre todos los hombres la
condenación, así también la obra de justicia de uno
solo (la de Cristo) procura a todos una justificación que da la vida"
(Rm 5,18).
403 Siguiendo a S. Pablo, la Iglesia ha enseñado
siempre que la inmensa miseria que oprime a los hombres y su inclinación
al mal y a la muerte no son comprensibles sin su conexión con el
pecado de Adán y con el hecho de que nos ha transmitido un pecado
con que todos nacemos afectados y que es "muerte del alma" (Cc. de Trento:
DS 1512). Por esta certeza de fe, la Iglesia concede el Bautismo para la
remisión de los pecados incluso a los niños que no han cometido
pecado personal (Cc. de Trento: DS 1514).
404 ¿Cómo el pecado de Adán vino
a ser el pecado de todos sus descendientes? Todo el género humano es
en Adán "sicut unum corpus unius hominis" ("Como el cuerpo único
de un único hombre") (S. Tomás de A., mal. 4,1). Por esta
"unidad del género humano", todos los hombres están implicados
en el pecado de Adán, como todos están implicados en la justicia
de Cristo. Sin embargo, la transmisión del pecado original es un misterio
que no podemos comprender plenamente. Pero sabemos por la Revelación
que Adán había recibido la santidad y la justicia originales
no para él solo sino para toda la naturaleza humana: cediendo al
tentador, Adán y Eva cometen un pecado personal, pero este pecado
afecta a la naturaleza humana, que transmitirán en un estado caído
(cf. Cc. de Trento: DS 1511-12). Es un pecado que será transmitido
por propagación a toda la humanidad, es decir, por la transmisión
de una naturaleza humana privada de la santidad y de la justicia originales.
Por eso, el pecado original es llamado "pecado" de manera análoga:
es un pecado "contraído", "no cometido", un estado y no un acto.
405 Aunque propio de cada uno (cf. Cc. de Trento: DS
1513), el pecado original no tiene, en ningún descendiente de Adán,
un carácter de falta personal. Es la privación de la santidad
y de la justicia originales, pero la naturaleza humana no está totalmente
corrompida: está herida en sus propias fuerzas naturales, sometida
a la ignorancia, al sufrimiento y al imperio de la muerte e inclinada al
pecado (esta inclinación al mal es llamada "concupiscencia"). El Bautismo,
dando la vida de la gracia de Cristo, borra el pecado original y devuelve
el hombre a Dios, pero las consecuencias para la naturaleza, debilitada
e inclinada al mal, persisten en el hombre y lo llaman al combate espiritual.
406 La doctrina de la Iglesia sobre la transmisión
del pecado original fue precisada sobre todo en el siglo V, en particular
bajo el impulso de la reflexión de S. Agustín contra el pelagianismo,
y en el siglo XVI, en oposición a la Reforma protestante. Pelagio
sostenía que el hombre podía, por la fuerza natural de su voluntad
libre, sin la ayuda necesaria de la gracia de Dios, llevar una vida moralmente
buena: así reducía la influencia de la falta de Adán
a la de un mal ejemplo. Los primeros reformadores protestantes, por el contrario,
enseñaban que el hombre estaba radicalmente pervertido y su libertad
anulada por el pecado de los orígenes; identificaban el pecado heredado
por cada hombre con la tendencia al mal ("concupiscentia"), que sería
insuperable. La Iglesia se pronunció especialmente sobre el sentido
del dato revelado respecto al pecado original en el II Concilio de Orange
en el año 529 (cf. DS 371-72) y en el Concilio de Trento, en el año
1546 (cf. DS 1510-1516).
Un duro combate...
407 La doctrina sobre
el pecado original -vinculada a la de la Redención de Cristo- proporciona
una mirada de discernimiento lúcido sobre la situación del
hombre y de su obrar en el mundo. Por el pecado de los primeros padres, el
diablo adquirió un cierto dominio sobre el hombre, aunque éste
permanezca libre. El pecado original entraña "la servidumbre bajo
el poder del que poseía el imperio de la muerte, es decir, del diablo"
(Cc. de Trento: DS 1511, cf. Hb 2,14). Ignorar que el hombre posee una naturaleza
herida, inclinada al mal, da lugar a graves errores en el dominio de la
educación, de la política, de la acción social (cf.
CA 25) y de las costumbres.
408 Las consecuencias del pecado original y de todos
los pecados personales de los hombres confieren al mundo en su conjunto
una condición pecadora, que puede ser designada con la expresión
de S. Juan: "el pecado del mundo" (Jn 1,29). Mediante esta expresión
se significa también la influencia negativa que ejercen sobre las
personas las situaciones comunitarias y las estructuras sociales que son
fruto de los pecados de los hombres (cf. RP 16).
409 Esta situación dramática del mundo
que "todo entero yace en poder del maligno" (1 Jn 5,19; cf. 1 P 5,8), hace
de la vida del hombre un combate:
A través de toda la historia del hombre se extiend
e una dura batalla contra los poderes de las tinieblas que, iniciada ya
desde el origen del mundo, durará hasta el último día
según dice el Señor. Inserto en esta lucha, el hombre debe
combatir continuamente para adherirse al bien, y no sin grandes trabajos,
con la ayuda de la gracia de Dios, es capaz de lograr la unidad en sí
mismo (GS 37,2).
IV “NO LO ABANDONASTE AL PODER DE LA MUERTE”
410 Tras la caída,
el hombre no fue abandonado por Dios. Al contrario, Dios lo llama (cf. Gn
3,9) y le anuncia de modo misterioso la victoria sobre el mal y el levantamiento
de su caída (cf. Gn 3,15). Este pasaje del Génesis ha sido
llamado "Protoevangelio", por ser el primer anuncio del Mesías redentor,
anuncio de un combate entre la serpiente y la Mujer, y de la victoria final
de un descendiente de ésta.
411 La tradición cristiana ve en este pasaje un
anuncio del "nuevo Adán" (cf. 1 Co 15,21-22.45) que, por su "obediencia
hasta la muerte en la Cruz" (Flp 2,8) repara con sobreabundancia la descendencia
de Adán (cf. Rm 5,19-20). Por otra parte, numerosos Padres y doctores
de la Iglesia ven en la mujer anunciada en el "protoevangelio" la madre
de Cristo, María, como "nueva Eva". Ella ha sido la que, la primera
y de una manera única, se benefició de la victoria sobre el
pecado alcanzada por Cristo: fue preservada de toda mancha de pecado original
(cf. Pío IX: DS 2803) y, durante toda su vida terrena, por una gracia
especial de Dios, no cometió ninguna clase de pecado (cf. Cc. de
Trento: DS 1573).
412 Pero, ¿por qué Dios no impidió
que el primer hombre pecara? S. León Magno responde: "La gracia inefable
de Cristo nos ha dado bienes mejores que los que nos quitó la envidia
del demonio" (serm. 73,4). Y S. Tomás de Aquino: "Nada se opone a
que la naturaleza humana haya sido destinada a un fin más alto después
de pecado. Dios, en efecto, permite que los males se hagan para sacar de
ellos un mayor bien. De ahí las palabras de S. Pablo: `Donde abundó
el pecado, sobreabundó la gracia' (Rm 5,20). Y el canto del Exultet:
`¡Oh feliz culpa que mereció tal y tan grande Redentor!'" (s.th.
3,1,3, ad 3).
RESUMEN
413 "No fue Dios quien
hizo la muerte ni se recrea en la destrucción de los vivientes...por
envidia del diablo entró la muerte en el mundo" (Sb 1,13; 2,24).
414 Satán o el diablo y los otros demonios son
ángeles caídos por haber rechazado libremente servir a Dios
y su designio. Su opción contra Dios es definitiva. Intentan asociar
al hombre en su rebelión contra Dios.
415 "Constituido por Dios en la justicia, el hombre,
sin em bargo, persuadido por el Maligno, abusó de su libertad, desde
el comienzo de la historia, levantándose contra Dios e intentando
alcanzar su propio fin al margen de Dios" (GS 13,1).
416 Por su pecado, Adán, en cuanto primer hombre,
perdió la santidad y la justicia originales que
había recibido de Dios no solamente para él, sino para todos
los humanos.
417 Adán y Eva transmitieron a su descendencia
la naturaleza humana herida por su primer pecado, privada por tanto de la
santidad y la justicia originales. Esta privación es llamada "pecado
original".
418 Como consecuencia del pecado original, la naturaleza
humana quedó debilitada en sus fuerzas, sometida a la ignorancia,
al sufrimiento y al dominio de la muerte, e inclinada al pecado (inclinación
llamada "concupisc encia").
419 "Mantenemos, pues, siguiendo el concilio de Trento,
que el pecado original se transmite, juntamente con la naturaleza humana,
`por propagación, no por imitación' y que `se halla como propio
en cada uno'" (Pablo VI, SPF 16).
420 La victoria sobre el pecado obtenida por Cristo nos
ha dado bienes mejores que los que nos quitó el pecado: "Donde abundó
el pecado, sobreabundó la gracia" (Rm 5,20).
421 "El mundo que los fieles cristianos creen creado
y conservado por el amor del creador, colocado ciertamente bajo la esclavitud
del pecado, pero liberado por Cristo crucificado y resucitado, una vez que
fue quebrantado el poder del Maligno..." (GS 2,2).
CAPITULO SEGUNDO: CREO EN JESUCRISTO, HIJO UNICO DE DIOS
La Buena Nueva: Dios ha enviado a su Hijo
422. "Pero, al llegar
la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer,
nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para
que recibiéramos la filiación adoptiva" (Ga 4, 4-5). He aquí
"la Buena Nueva de Jesucristo, Hijo de Dios" (Mc 1, 1): Dios ha visitado
a su pueblo (cf. Lc 1, 68), ha cumplido las promesas hechas a Abraham y
a su descendencia (cf. Lc 1, 55); lo ha hecho más allá de toda
expectativa: El ha enviado a su "Hijo amado" (Mc 1, 11).
423 Nosotros creemos y confesamos que Jesús de
Nazaret, nacido judío de una hija de Israel, en Belén en el
tiempo del rey Herodes el Grande y del emperador César Augusto; de
oficio carpintero, muerto crucificado en Jerusalén, bajo el procurador
Poncio Pilato, durante el reinado del emperador Tiberio, es el Hijo eterno
de Dios hecho hombre, que ha "salido de Dios" (Jn 13, 3), "bajó del
cielo" (Jn 3, 13; 6, 33), "ha venido en carne" (1 Jn 4, 2), porque "la Palabra
se hizo carne, y puso su morada entre nosotros, y hemos visto su gloria, gloria
que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad...
Pues de su plenitud hemos recibido todos, y gracia por gracia" (Jn 1, 14.
16).
424 Movidos por la gracia del Espíritu Santo y
atraídos por el Padre nosotros creemos y confesamos
a propósito de Jesús: "Tú eres el Cristo, el Hijo de
Dios vivo" (Mt 16, 16). Sobre la roca de esta fe, confesada por San Pedro,
Cristo ha construido su Iglesia (cf. Mt 16, 18; San León Magno, serm.
4, 3;51, 1;62, 2;83, 3).
"Anunciar... la inescrutable riqueza de Cristo" (Ef
3, 8)
425 La transmisión
de la fe cristiana es ante todo el anuncio de Jesucristo para llevar a la
fe en el. Desde el principio, los primeros discípulos ardieron en
deseos de anunciar a Cristo: "No podemos nosotros dejar de hablar de lo que
hemos visto y oído" (Hch 4, 20). Y ellos mismos invitan a los hombres
de todos los tiempos a entrar en la alegría de su comunión
con Cristo:
Lo que existía desde el principio, lo que hemos
oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y
tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de vida, -pues la Vida se manifestó,
y nosotros la hemos visto y damos testimonio y os anunciamos la vida eterna,
que estaba con el Padre y se nos manifestó- lo que hemos visto y
oído, os lo anunciamos, para que también vosotros estéis
en comunión con nosotros. Y nosotros estamos en comunión con
el Padre y con su Hijo, Jesucristo. Os escribimos esto para que vuestro
gozo sea completo (1 Jn 1, 1-4).
En el centro de la catequesis: Cristo
426 "En el centro
de la catequesis encontramos esencialmente una Persona, la de Jesús
de Nazaret, Unigénito del Padre, que ha sufrido y ha muerto por nosotros
y que ahora, resucitado, vive para siempre con nosotros... Catequizar es
... descubrir en la Persona de Cristo el designio eterno de Dios... Se trata
de procurar comprender el significado de los gestos y de las palabras de
Cristo, los signos realizados por El mismo" (CT 5). El fin de la catequesis:
"conducir a la comunión con Jesucristo: sólo El puede conducirnos
al amor del Padre en el Espíritu y hacernos partícipes de la
vida de la Santísima Trinidad". (ibid.).
427 "En la catequesis lo que se enseña es a Cristo,
el Verbo encarnado e Hijo de Dios y todo lo demás en referencia a
El; el único que enseña es Cristo, y cualquier otro lo hace
en la medida en que es portavoz suyo, permitiendo que Cristo enseñe
por su boca... Todo catequista debería poder aplicarse a sí
mismo la misteriosa palabra de Jesús: 'Mi doctrina no es mía,
sino del que me ha enviado' (Jn 7, 16)" (ibid., 6)
428 El que está llamado a "enseñar a Cristo"
debe por tanto, ante todo, buscar esta "ganancia sublime que es el conocimiento
de Cristo"; es necesario "aceptar perder todas las cosas ... para ganar
a Cristo, y ser hallado en él" y "conocerle a él, el poder
de su resurrección y la comunión en sus padecimientos hasta
hacerme semejante a él en su muerte, tratando de llegar a la resurrección
de entre los muertos" (Flp 3, 8-11).
429 De este conocimiento amoroso de Cristo es de donde
brota el deseo de anunciarlo, de "evangelizar", y de llevar a otros al "sí"
de la fe en Jesucristo. Y al mismo tiempo se hace sentir la necesidad de
conocer siempre mejor esta fe. Con este fin, siguiendo el orden del Símbolo
de la fe, presentaremos en primer lugar los principales títulos de
Jesús: Cristo, Hijo de Dios, Señor (Artículo
2). El Símbolo confiesa a continuación los principales misterios
de la vida de Cristo: los de su encarnación (Artículo 3),
los de su Pascua (Artículos 4 y 5), y, por último, los de
su glorificación (Artículos 6 y 7).
Artículo 2 “Y EN JESUCRISTO,
SU UNICO HIJO,
NUESTRO SEÑOR”
I JESUS
430 Jesús quiere
decir en hebreo: "Dios salva". En el momento de la anunciación, el
ángel Gabriel le dio como nombre propio el nombre de Jesús
que expresa a la vez su identidad y su misión (cf. Lc 1, 31). Ya que
"¿Quién puede perdonar pecados, sino sólo Dios?"(Mc
2, 7), es él quien, en Jesús, su Hijo eterno hecho hombre
"salvará a su pueblo de sus pecados" (Mt 1, 21). En Jesús,
Dios recapitula así toda la historia de la salvación en favor
de los hombres.
431 En la historia de la salvación, Dios no se
ha contentado con librar a Israel de "la casa de servidumbre" (Dt 5, 6) haciéndole
salir de Egipto. El lo salva además de su pecado. Puesto que el pecado
es siempre una ofensa hecha a Dios (cf. Sal 51, 6), sólo el es quien
puede absolverlo (cf. Sal 51, 12). Por eso es por lo que Israel tomando
cada vez más conciencia de la universalidad del pecado, ya no podrá
buscar la salvación más que en la invocación del Nombre
de Dios Redentor (cf. Sal 79, 9).
432 El nombre de Jesús significa que el Nombre
mismo de Dios está presente en la persona de su Hijo (cf. Hch 5, 41;
3 Jn 7) hecho hombre para la redención universal y definitiva de los
pecados. El es el Nombre divino, el único que trae la salvación
(cf. Jn 3, 18; Hch 2, 21) y de ahora en adelante puede ser invocado por todos
porque se ha unido a todos los hombres por la Encarnación (cf. Rm
10, 6-13) de tal forma que "no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres
por el que nosotros debamos salvarnos" (Hch 4, 12; cf. Hch 9, 14; St 2,
7).
433 El Nombre de Dios Salvador era invocado una sola
vez al año por el sumo sacerdote para la expiación de los
pecados de Israel, cuando había asperjado el propiciatorio del Santo
de los Santos con la sangre del sacrificio (cf. Lv 16, 15-16; Si 50, 20;
Hb 9, 7). El propiciatorio era el lugar de la presencia de Dios (cf. Ex
25, 22; Lv 16, 2; Nm 7, 89; Hb 9, 5). Cuando San Pablo dice de Jesús
que "Dios lo exhibió como instrumento de propiciación por su
propia sangre" (Rm 3, 25) significa que en su humanidad "estaba Dios reconciliando
al mundo consigo" (2 Co 5, 19).
434 La Resurrección de Jesús glorifica
el nombre de Dios Salvador (cf. Jn 12, 28) porque de ahora en adelante,
el Nombre de Jesús es el que manifiesta en plenitud el poder soberano
del "Nombre que está sobre todo nombre" (Flp 2, 9). Los espíritus
malignos temen su Nombre (cf. Hch 16, 16-18; 19, 13-16) y en su nombre los
discípulos de Jesús hacen milagros (cf. Mc 16, 17) porque
todo lo que piden al Padre en su Nombre, él se lo concede (Jn 15,
16).
435 El Nombre de Jesús está en el corazón
de la plegaria cristiana. Todas las oraciones litúrgicas se acaban
con la fórmula "Per Dominum Nostrum Jesum Christum..." ("Por Nuestro
Señor Jesucristo..."). El "Avemaría" culmina en "y bendito
es el fruto de tu vientre, Jesús". La oración del corazón,
en uso en oriente, llamada "oración a Jesús" dice: "Jesucristo,
Hijo de Dios, Señor ten piedad de mí, pecador". Numerosos
cristianos mueren, como Santa Juana de Arco, teniendo en sus labios una
única palabra: "Jesús".
II CRISTO
436 Cristo viene de
la traducción griega del término hebreo "Mesías" que
quiere decir "ungido". No pasa a ser nombre propio de Jesús sino
porque él cumple perfectamente la misión divina que esa palabra
significa. En efecto, en Israel eran ungidos en el nombre de Dios los que
le eran consagrados para una misión que habían recibido de
él. Este era el caso de los reyes (cf. 1 S 9, 16; 10, 1; 16, 1. 12-13;
1 R 1, 39), de los sacerdotes (cf. Ex 29, 7; Lv 8, 12) y, excepcionalmente,
de los profetas (cf. 1 R 19, 16). Este debía ser por excelencia el
caso del Mesías que Dios enviaría para instaurar definitivamente
su Reino (cf. Sal 2, 2; Hch 4, 26-27). El Mesías debía ser
ungido por el Espíritu del Señor (cf. Is 11, 2) a la vez como
rey y sacerdote (cf. Za 4, 14; 6, 13) pero también como profeta (cf.
Is 61, 1; Lc 4, 16-21). Jesús cumplió la esperanza mesiánica
de Israel en su triple función de sacerdote, profeta y rey.
437 El ángel anunció a los pastores el
nacimiento de Jesús como el del Mesías prometido a Israel:
"Os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo
Señor" (Lc 2, 11). Desde el principio él es "a quien el Padre
ha santificado y enviado al mundo"(Jn 10, 36), concebido como "santo" (Lc
1, 35) en el seno virginal de María. José fue llamado por
Dios para "tomar consigo a María su esposa" encinta "del que fue
engendrado en ella por el Espíritu Santo" (Mt 1, 20) para que Jesús
"llamado Cristo" nazca de la esposa de José en la descendencia mesiánica
de David (Mt 1, 16; cf. Rm 1, 3; 2 Tm 2, 8; Ap 22, 16).
438 La consagración mesiánica de Jesús
manifiesta su misión divina. "Por otra parte eso es lo que significa
su mismo nombre, porque en el nombre de Cristo está sobre entendido
El que ha ungido, El que ha sido ungido y la Unción misma con la
que ha sido ungido: El que ha ungido, es el Padre. El que ha sido ungido,
es el Hijo, y lo ha sido en el Espíritu que es la Unción" (S.
Ireneo de Lyon, haer. 3, 18, 3). Su eterna consagración mesiánica
fue revelada en el tiempo de su vida terrena en el momento de su bautismo
por Juan cuando "Dios le ungió con el Espíritu Santo y con
poder"(Hch 10, 38) "para que él fuese manifestado a Israel" (Jn 1,
31) como su Mesías. Sus obras y sus palabras lo dieron a conocer como
"el santo de Dios" (Mc 1, 24; Jn 6, 69; Hch 3, 14).
439 Numerosos judíos e incluso ciertos paganos
que compartían su esperanza reconocieron en Jesús los rasgos
fundamentales del mesiánico "hijo de David" prometido por Dios a Israel
(cf. Mt 2, 2; 9, 27; 12, 23; 15, 22; 20, 30; 21, 9. 15). Jesús aceptó
el título de Mesías al cual tenía derecho (cf. Jn 4,
25-26;11, 27), pero no sin reservas porque una parte de sus contemporáneos
lo comprendían según una concepción demasiado humana
(cf. Mt 22, 41-46), esencialmente política (cf. Jn 6, 15; Lc 24,
21).
440 Jesús acogió la confesión de
fe de Pedro que le reconocía como el Mesías anunciándole
la próxima pasión del Hijo del Hombre (cf. Mt 16, 23). Reveló
el auténtico contenido de su realeza mesiánica en la identidad
transcendente del Hijo del Hombre "que ha bajado del cielo" (Jn 3, 13; cf.
Jn 6, 62; Dn 7, 13) a la vez que en su misión redentora como Siervo
sufriente: "el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir
y a dar su vida como rescate por muchos" (Mt 20, 28; cf. Is 53, 10-12). Por
esta razón el verdadero sentido de su realeza no se ha manifestado
más que desde lo alto de la Cruz (cf. Jn 19, 19-22; Lc 23, 39-43).
Solamente después de su resurrección su realeza mesiánica
podrá ser proclamada por Pedro ante el pueblo de Dios: "Sepa, pues,
con certeza toda la casa de Israel que Dios ha constituido Señor
y Cristo a este Jesús a quien vosotros habéis crucificado"
(Hch 2, 36).
III HIJO UNICO DE DIOS
441 Hijo de Dios,
en el Antiguo Testamento, es un título dado a los ángeles
(cf. Dt 32, 8; Jb 1, 6), al pueblo elegido (cf. Ex 4, 22;Os 11, 1; Jr 3,
19; Si 36, 11; Sb 18, 13), a los hijos de Israel (cf. Dt 14, 1; Os 2, 1)
y a sus reyes (cf. 2 S 7, 14; Sal 82, 6). Significa entonces una filiación
adoptiva que establece entre Dios y su criatura unas relaciones de una intimidad
particular. Cuando el Rey-Mesías prometido es llamado "hijo de Dios"
(cf. 1 Cro 17, 13; Sal 2, 7), no implica necesariamente, según el
sentido literal de esos textos, que sea más que humano. Los que designaron
así a Jesús en cuanto Mesías de Israel (cf. Mt 27, 54),
quizá no quisieron decir nada más (cf. Lc 23, 47).
442 No ocurre así con Pedro cuando confiesa a
Jesús como "el Cristo, el Hijo de Dios vivo" (Mt 16, 16) porque este
le responde con solemnidad "no te ha revelado esto ni la carne ni la sangre,
sino mi Padre que está en los cielos" (Mt 16, 17). Paralelamente Pablo
dirá a propósito de su conversión en el camino de Damasco:
"Cuando Aquél que me separó desde el seno de mi madre y me
llamó por su gracia, tuvo a bien revelar en mí a su Hijo para
que le anunciase entre los gentiles..." (Ga 1,15-16). "Y en seguida se puso
a predicar a Jesús en las sinagogas: que él era el Hijo
de Dios" (Hch 9, 20). Este será, desde el principio (cf. 1 Ts 1,
10), el centro de la fe apostólica (cf. Jn 20, 31) profesada en primer
lugar por Pedro como cimiento de la Iglesia (cf. Mt 16, 18).
443 Si Pedro pudo reconocer el carácter transcendente
de la filiación divina de Jesús Mesías es porque éste
lo dejó entender claramente. Ante el Sanedrín, a la pregunta
de sus acusadores: "Entonces, ¿tú eres el Hijo de Dios?",
Jesús ha respondido: "Vosotros lo decís: yo soy" (Lc 22, 70;
cf. Mt 26, 64; Mc 14, 61). Ya mucho antes, El se designó como
el "Hijo" que conoce al Padre (cf. Mt 11, 27; 21, 37-38), que es distinto
de los "siervos" que Dios envió antes a su pueblo (cf. Mt 21, 34-36),
superior a los propios ángeles (cf. Mt 24, 36). Distinguió
su filiación de la de sus discípulos, no diciendo jamás
"nuestro Padre" (cf. Mt 5, 48; 6, 8; 7, 21; Lc 11, 13) salvo para ordenarles
"vosotros, pues, orad así: Padre Nuestro" (Mt 6, 9); y subrayó
esta distinción: "Mi Padre y vuestro Padre" (Jn 20, 17).
444 Los Evangelios narran en dos momentos solemnes, el
bautismo y la transfiguración de Cristo, que la voz del Padre lo
designa como su "Hijo amado" (Mt 3, 17; 17, 5). Jesús se designa
a sí mismo como "el Hijo Unico de Dios" (Jn 3, 16) y afirma mediante
este título su preexistencia eterna (cf. Jn 10, 36). Pide la fe en
"el Nombre del Hijo Unico de Dios" (Jn 3, 18). Esta confesión cristiana
aparece ya en la exclamación del centurión delante de Jesús
en la cruz: "Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios" (Mc 15, 39), porque
solamente en el misterio pascual donde el creyente puede alcanzar el sentido
pleno del título "Hijo de Dios".
445 Después de su Resurrección, su filiación
divina aparece en el poder de su humanidad glorificada: "Constituido Hijo
de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por su Resurrección
de entre los muertos" (Rm 1, 4; cf. Hch 13, 33). Los apóstoles podrán
confesar "Hemos visto su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único,
lleno de gracia y de verdad "(Jn 1, 14).
IV SEÑOR
446 En la traducción
griega de los libros del Antiguo Testamento, el nombre inefable con el cual
Dios se reveló a Moisés (cf. Ex 3, 14), YHWH, es traducido
por "Kyrios" ["Señor"]. Señor se convierte desde entonces
en el nombre más habitual para designar la divinidad misma del Dios
de Israel. El Nuevo Testamento utiliza en este sentido fuerte el título
"Señor" para el Padre, pero lo emplea también, y aquí
está la novedad, para Jesús reconociéndolo como Dios
(cf. 1 Co 2,8).
447 El mismo Jesús se atribuye de forma velada
este título cuando discute con los fariseos sobre el sentido del Salmo
109 (cf. Mt 22, 41-46; cf. también Hch 2, 34-36; Hb 1, 13), pero
también de manera explícita al dirigirse a sus apóstoles
(cf. Jn 13, 13). A lo largo de toda su vida pública sus actos de
dominio sobre la naturaleza, sobre las enfermedades, sobre los demonios,
sobre la muerte y el pecado, demostraban su soberanía divina.
448 Con mucha frecuencia, en los Evangelios, hay personas
que se dirigen a Jesús llamándole "Señor". Este título
expresa el respeto y la confianza de los que se acercan a Jesús y
esperan de él socorro y curación (cf. Mt 8, 2; 14, 30; 15,
22, etc.). Bajo la moción del Espíritu Santo, expresa el reconocimiento
del misterio divino de Jesús (cf. Lc 1, 43; 2, 11). En el encuentro
con Jesús resucitado, se convierte en adoración: "Señor
mío y Dios mío" (Jn 20, 28). Entonces toma una connotación
de amor y de afecto que quedará como propio de la tradición
cristiana: "¡Es el Señor!" (Jn 21, 7).
449 Atribuyendo a Jesús el título divino
de Señor, las primeras confesiones de fe de la Iglesia afirman desde
el principio (cf. Hch 2, 34-36) que el poder, el honor y la gloria debidos
a Dios Padre convienen también a Jesús (cf. Rm 9, 5; Tt 2,
13; Ap 5, 13) porque el es de "condición divina" (Flp 2, 6) y el Padre
manifestó esta soberanía de Jesús resucitándolo
de entre los muertos y exaltándolo a su gloria (cf. Rm 10, 9;1 Co
12, 3; Flp 2,11).
450 Desde el comienzo de la historia cristiana, la afirmación
del señorío de Jesús sobre el mundo y sobre la historia
(cf. Ap 11, 15) significa también reconocer que el hombre no debe
someter su libertad personal, de modo absoluto, a ningún poder terrenal
sino sólo a Dios Padre y al Señor Jesucristo: César
no es el "Señor" (cf. Mc 12, 17; Hch 5, 29). " La Iglesia cree.. que
la clave, el centro y el fin de toda historia humana se encuentra en su Señor
y Maestro" (GS 10, 2; cf. 45, 2).
451 La oración cristiana está marcada por
el título "Señor", ya sea en la invitación a la oración
"el Señor esté con vosotros", o en su conclusión "por
Jesucristo nuestro Señor" o incluso en la exclamación llena
de confianza y de esperanza: "Maran atha" ("¡el Señor viene!")
o "Maran atha" ("¡Ven, Señor!") (1 Co 16, 22): "¡Amén!
¡ven, Señor Jesús!" (Ap 22, 20).
RESUMEN
452 El nombre de Jesús
significa "Dios salva". El niño nacido de la Virgen María
se llama "Jesús" "porque él salvará a su pueblo de
sus pecados" (Mt 1, 21); "No hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres
por el que nosotros debamos salvarnos" ((...) Hch 4, 12).
453 El nombre de Cristo significa "Ungido", "Mesías".
Jesús es el Cristo porque "Dios le ungió con el Espíritu
Santo y con poder" (Hch 10, 38). Era "el que ha de venir" (Lc 7, 19), el
objeto de "la esperanza de Israel"(Hch 28, 20).
454 El nombre de Hijo de Dios significa la relación
única y eterna de Jesucristo con Dios su Padre: el es el Hijo único
del Padre (cf. Jn 1, 14. 18; 3, 16. 18) y él mismo es Dios (cf. Jn
1, 1). Para ser cristiano es necesario creer que Jesucristo es el Hijo de
Dios (cf. Hch 8, 37; 1 Jn 2, 23).
455 El nombre de Señor significa la soberanía
divina. Confesar o invocar a Jesús como Señor es creer en
su divinidad "Nadie puede decir: "¡Jesús es Señor!"
sino por influjo del Espíritu Santo"(1 Co 12, 3).
Artículo 3 "JESUCRISTO FUE
CONCEBIDO
POR OBRA Y GRACIA
DEL
ESPIRITU SANTO
Y NACIO
DE SANTA MARIA
VIRGEN"
Párrafo 1 EL HIJO DE DIOS SE
HIZO HOMBRE
I POR QUE EL VERBO SE HIZO CARNE
456 Con el Credo Niceno-Constantinopolitano
respondemos co nfesando: "Por nosotros los hombres y por nuestra salvación
bajó del cielo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó
de María la Virgen y se hizo hombre".
457 El Verbo se encarnó para salvarnos reconciliándonos
con Dios: "Dios nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación
por nuestros pecados" (1 Jn 4, 10)."El Padre envió a su Hijo para
ser salvador del mundo" (1 Jn 4, 14). "El se manifestó para quitar
los pecados" (1 Jn 3, 5):
Nuestra naturaleza enferma exigía ser sanada;
desgarrada, ser restablecida; muerta, ser resucitada. Habíamos perdida
la posesión del bien, era necesario que se nos devolviera. Encerrados
en las tinieblas, hacia falta que nos llegara la luz; estando cautivos, esperábamos
un salvador; prisioneros, un socorro; esclavos, un libertador. ¿No
tenían importancia estos razonamientos? ¿No merecían
conmover a Dios hasta el punto de hacerle bajar hasta nuestra naturaleza
humana para visitarla ya que la humanidad se encontraba en un estado tan
miserable y tan desgraciado? (San Gregorio de Nisa, or. catech. 15).
458 El Verbo se encarnó para que nosotros conociésemos
así el amor de Dios: "En esto se manifestó el amor que Dios
nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único para
que vivamos por medio de él" (1 Jn 4, 9). "Porque tanto amó
Dio s al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea
en él no perezca, sino que tenga vida eterna" (Jn 3, 16).
459 El Verbo se encarnó para ser nuestro modelo
de santidad: "Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí ...
"(Mt 11, 29). "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre
sino por mí" (Jn 14, 6). Y el Padre, en el monte de la transfiguración,
ordena: "Escuchadle" (Mc 9, 7;cf. Dt 6, 4-5). El es, en efecto, el modelo
de las bienaventuranzas y la norma de la ley nueva: "Amaos los unos a los
otros como yo os he amado" (Jn 15, 12). Este amor tiene como consecuencia
la ofrenda efectiva de sí mismo (cf. Mc 8, 34).
460 El Verbo se encarnó para hacernos "partícipes
de la naturaleza divina" (2 P 1, 4): "Porque tal es la razón por
la que el Verbo se hizo hombre, y el Hijo de Dios, Hijo del hombre: Para
que el hombre al entrar en comunión con el Verbo y al recibir así
la filiación divina, se convirtiera en hijo de Dios" (S. Ireneo,
haer., 3, 19, 1). "Porque el Hijo de Dios se hizo hombre para hacernos Dios"
(S. Atanasio, Inc., 54, 3). "Unigenitus Dei Filius, suae divinitatis volens
nos esse participes, naturam nostram assumpsit, ut homines deos faceret
factus homo" ("El Hijo Unigénito de Dios, queriendo hacernos participantes
de su divinidad, asumió nuestra naturaleza, para que, habiéndose
hecho hombre, hiciera dioses a los hombres") (Santo Tomás de
A., opusc 57 in festo Corp. Chr., 1).
II LA ENCARNACION
461 Volviendo a tomar
la frase de San Juan ("El Verbo se encarnó": Jn 1, 14), la Iglesia
llama "Encarnación" al hecho de que el Hijo de Dios haya asumido
una naturaleza humana para llevar a cabo por ella nuestra salvación.
En un himno citado por S. Pablo, la Iglesia canta el misterio de la Encarnación:
Tened entre vosotros los mismos sentimientos que tuvo
Cristo: el cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente
el ser igual a Dios, sino que se despojó de sí mismo tomando
condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres y
apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo,
obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz. (Flp 2, 5-8; cf. LH, cántico
de vísperas del sábado).
462 La carta a los Hebreos habla del mismo misterio:
Por eso, al entrar en este mundo, [Cristo] dice: No
quisiste sacrificio y oblación; pero me has formado un cuerpo. Holocaustos
y sacrificios por el pecado no te agradaron. Entonces dije: ¡He aquí
que vengo ... a hacer, oh Dios, tu voluntad! (Hb 10, 5-7, citando Sal 40,
7-9 LXX).
463 La fe en la verdadera encarnación del Hijo
de Dios es el signo distintivo de la fe cristiana: "Podréis conocer
en esto el Espíritu de Dios: todo espíritu que confiesa a Jesucristo,
venido en carne, es de Dios" (1 Jn 4, 2). Esa es la alegre convicción
de la Iglesia desde sus comienzos cuando canta "el gran misterio de la piedad":
"El ha sido manifestado en la carne" (1 Tm 3, 16).
III VERDADERO DIOS Y VERDADERO HOMBRE
464 El acontecimiento
único y totalmente singular de la Encarnación del Hijo de
Dios no significa que Jesucristo sea en parte Dios y en parte hombre, ni
que sea el resultado de una mezcla confusa entre lo divino y lo humano.
El se hizo verdaderamente hombre sin dejar de ser verdaderamente Dios. Jesucristo
es verdadero Dios y verdadero hombre. La Iglesia debió defender y
aclarar esta verdad de fe durante los primeros siglos frente a unas herejías
que la falseaban.
465 Las primeras herejías negaron menos la divinidad
de Jesucristo que su humanidad verdadera (docetismo gnóstico). Desde
la época apostólica la fe cristiana insistió en la
verdadera encarnación del Hijo de Dios, "venido en la carne" (cf.
1 Jn 4, 2-3; 2 Jn 7). Pero desde el siglo III, la Iglesia tuvo que afirmar
frente a Pablo de Samosata, en un concilio reunido en Antioquía,
que Jesucristo es hijo de Dios por naturaleza y no por adopción.
El primer concilio ecuménico de Nicea, en el año 325, confesó
en su Credo que el Hijo de Dios es "engendrado, no creado, de la misma substancia
['homoousios'] que el Padre" y condenó a Arrio que afirmaba que "el
Hijo de Dios salió de la nada" (DS 130) y que sería "de una
substancia distinta de la del Padre" (DS 126).
466 La herejía nestoriana veía en Cristo
una persona humana junto a la persona divina del Hijo de Dios. Frente a
ella S. Cirilo de Alejandría y el tercer concilio ecuménico
reunido en Efeso, en el año 431, confesaron que "el Verbo, al unirse
en su persona a una carne animada por un alma racional, se hizo hombre"
(DS 250). La humanidad de Cristo no tiene más sujeto que la persona
divina del Hijo de Dios que la ha asumido y hecho suya desde su concepción.
Por eso el concilio de Efeso proclamó en el año 431 que María
llegó a ser con toda verdad Madre de Dios mediante la concepción
humana del Hijo de Dios en su seno: "Madre de Dios, no porque el Verbo de
Dios haya tomado de ella su naturaleza divina, sino porque es de ella, de
quien tiene el cuerpo sagrado dotado de un alma racional, unido a la persona
del Verbo, de quien se dice que el Verbo nació según la carne"
(DS 251).
467 Los monofisitas afirmaban que la naturaleza humana
había dejado de existir como tal en Cristo al ser asumida por
su persona divina de Hijo de Dios. Enfrentado a esta herejía, el
cuarto concilio ecuménico, en Calcedonia, confesó en el año
451:
Siguiendo, pues, a los Santos Padres, enseñamos
unánimemente que hay que confesar a un solo y mismo Hijo y Señor
nuestro Jesucristo: perfecto en la divinidad, y perfecto en la humanidad;
verdaderamente Dios y verdaderamente hombre compuesto de alma racional y
cuerpo; consustancial con el Padre según la divinidad, y consustancial
con nosotros según la humanidad, `en todo semejante a nosotros, excepto
en el pecado' (Hb 4, 15); nacido del Padre antes de todos los siglos
según la divinidad; y por nosotros y por nuestra salvación,
nacido en los últimos tiempos de la Virgen María, la Madre
de Dios, según la humanidad. Se ha de reconocer a un solo y mismo
Cristo Señor, Hijo único en dos naturalezas, sin confusión,
sin cambio, sin división, sin separación. La diferencia de
naturalezas de ningún modo queda suprimida por su unión, sino
que quedan a salvo las propiedades de cada una de las naturalezas y confluyen
en un solo sujeto y en una sola persona (DS 301-302).
468 Después del concilio de Calcedonia, algunos
concibieron la naturaleza humana de Cristo como una especie de sujeto personal.
Contra éstos, el quinto concilio ecuménico, en Constantinopla
el año 553 confesó a propósito de Cristo: "No hay más
que una sola hipóstasis [o persona], que es nuestro Señor
Jesucristo, uno de la Trinidad" (DS 424). Por tanto, todo en la humanidad
de Jesucristo debe ser atribuído a su persona divina como a su propio
sujeto (cf. ya Cc. Efeso: DS 255), no solamente los milagros sino
también los sufrimientos (cf. DS 424) y la misma muerte: "El que
ha sido crucificado en la carne, nuestro Señor Jesucristo, es verdadero
Dios, Señor de la gloria y uno de la santísima Trinidad" (DS
432).
469 La Iglesia confiesa así que Jesús es
inseparablemente verdadero Dios y verdadero hombre. El es verdaderamente
el Hijo de Dios que se ha hecho hombre, nuestro hermano, y eso sin dejar
de ser Dios, nuestro Señor:
"Id quod fuit remansit et quod non fuit assumpsit" ("Permaneció
en lo que era y asumió lo que no era"), canta la liturgia romana
(LH, antífona de laudes del primero de enero; cf. S. León
Magno, serm. 21, 2-3). Y la liturgia de S. Juan Crisóstomo proclama
y canta: "Oh Hijo Unico y Verbo de Dios, siendo inmortal te has dignado
por nuestra salvación encarnarte en la santa Madre de Dios, y siempre
Virgen María, sin mutación te has hecho hombre, y has
sido crucificado. Oh Cristo Dios, que por tu muerte has aplastado la muerte,
que eres Uno de la Santa Trinidad, glorificado con el Padre y el Santo Espíritu,
sálvanos! (Tropario "O monoghenis").
IV COMO ES HOMBRE EL HIJO DE DIOS
470 Puesto que en
la unión misteriosa de la Encarnación "la naturaleza humana
ha sido asumida, no absorbida" (GS 22, 2), la Iglesia ha llegado a confesar
con el correr de los siglos, la plena realidad del alma humana, con sus operaciones
de inteligencia y de voluntad, y del cuerpo humano de Cristo. Pero paralelamente,
ha tenido que recordar en cada ocasión que la naturaleza humana de
Cristo pertenece propiamente a la persona divina del Hijo de Dios que la
ha asumido. Todo lo que es y hace en ella pertenece a "uno de la Trinidad".
El Hijo de Dios comunica, pues, a su humanidad su propio modo personal de
existir en la Trinidad. Así, en su alma como en su cuerpo, Cristo
expresa humanamente las costumbres divinas de la Trinidad (cf. Jn 14,
9-10):
El Hijo de Dios... trabajó con manos de hombre,
pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre,
amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María,
se hizo verdaderamente uno de nosotros, en todo semejante a nosotros, excepto
en el pecado (GS 22, 2).
El alma y el conocimiento humano de Cristo
471 Apolinar de Laodicea
afirmaba que en Cristo el Verbo había sustituído al alma o
al espíritu. Contra este error la Iglesia confesó que el Hijo
eterno asumió también un alma racional humana (cf. DS 149).
472 Este alma humana que el Hijo de Dios asumió
está dotada de un verdadero conocimiento humano. Como tal, éste
no podía ser de por sí ilimitado: se desenvolvía en
las condiciones históricas de su existencia en el espacio y en el
tiempo. Por eso el Hijo de Dios, al hacerse hombre, quiso progresar "en sabiduría,
en estatura y en gracia" (Lc 2, 52) e igualmente adquirir aquello que en
la condición humana se adquiere de manera experimental (cf. Mc 6,
38; 8, 27; Jn 11, 34; etc.). Eso ... correspondía a la realidad de
su anonadamiento voluntario en "la condición de esclavo" (Flp 2, 7).
473 Pero, al mismo tiempo, este conocimiento verdaderamente
humano del Hijo de Dios expresaba la vida divina de su persona (cf. S. Gregorio
Magno, ep 10,39: DS 475). "La naturaleza humana del Hijo de Dios, no por
ella m isma sino por su unión con el Verbo, conocía y manifestaba
en ella todo lo que conviene a Dios" (S. Máximo el Confesor, qu.
dub. 66 ). Esto sucede ante todo en lo que se refiere al conocimiento íntimo
e inmediato que el Hijo de Dios hecho hombre tiene de su Padre (cf. Mc 14,
36; Mt 11, 27; Jn 1, 18; 8, 55; etc.). El Hijo, en su conocimiento humano,
demostraba también la penetración divina que tenía
de los pensamientos secretos del corazón de los hombres (cf Mc 2,
8; Jn 2, 25; 6, 61; etc.).
474 Debido a su unión con la Sabiduría
divina en la persona del Verbo encarnado, el conocimiento humano de Cristo
gozaba en plenitud de la ciencia de los designios eternos que había
venido a revelar (cf. Mc 8,31; 9,31; 10, 33-34; 14,18-20. 26-30). Lo que
reconoce ignorar en este campo (cf. Mc 13,32), declara en otro lugar no
tener misión de revelarlo (cf. Hch 1, 7).
La voluntad humana de Cristo
475 De manera paralela,
la Iglesia confesó en el sexto concilio ecuménico (Cc. de
Constantinopla III en el año 681) que Cristo posee dos voluntades
y dos operaciones naturales, divinas y humanas, no opuestas, sino cooperantes,
de forma que el Verbo hecho carne, en su obediencia al Padre, ha querido
humanamente todo lo que ha decidido divinamente con el Padre y el Espíritu
Santo para nuestra salvación (cf. DS 556-559). La voluntad humana
de Cristo "sigue a su voluntad divina sin hacerle resistencia ni oposición,
sino todo lo contrario estando subordinada a esta voluntad omnipotente"
(DS 556).
El verdadero cuerpo de Cristo
476 Como el Verbo
se hizo carne asumiendo una verdadera humanidad, el cuerpo de Cristo era
limitado (cf. Cc. de Letrán en el año 649: DS 504). Por eso
se puede "pintar la faz humana de Jesús (Ga 3,2). El séptimo
Concilio ecuménico (Cc. de Nicea II, en el año 787: DS 600-603)
la Iglesia reconoció que es legítima su representación
en imágenes sagradas.
477 Al mismo tiempo, la Iglesia siempre ha admitido que,
en el cuerpo de Jesús, Dios "que era invisible en su naturaleza se
hace visible" (Prefacio de Navidad). En efecto, las particularidades individuales
del cuerpo de Cristo expresan la persona divina del Hijo de Dios. El ha
hecho suyos los rasgos de su propio cuerpo humano hasta el punto de que,
pintados en una imagen sagrada, pueden ser venerados porque el creyente
que venera su imagen, "venera a la persona representada en ella" (Cc. Nicea
II: DS 601).
El Corazón del Verbo encarnado
478 Jesús,
durante su vida, su agonía y su pasión nos ha conocido y amado
a todos y a cada uno de nosotros y se ha entregado por cada uno de nosotros:
"El Hijo de Dios me amó y se entregó a sí mismo por
mí" (Ga 2, 20). Nos ha amado a todos con un corazón humano.
Por esta razón, el sagrado Corazón de Jesús, traspasado
por nuestros pecados y para nuestra salvación (cf. Jn 19, 34), "es
considerado como el principal indicador y símbolo...del amor con que
el divino Redentor ama continuamente al eterno Padre y a todos los hombres"
(Pio XII, Enc."Haurietis aquas": DS 3924; cf. DS 3812).
RESUMEN
479 En el momento
establecido por Dios, el Hijo único del Padre, la Palabra eterna,
es decir, el Verbo e Imagen substancial del Padre, se hizo carne: sin perder
la naturaleza divina asumió la naturaleza humana.
480 Jesucristo es
verdadero Dios y verdadero hombre en la unidad de su Persona divina; por
esta razón él es el único Mediador entre Dios y los
hombres.
481 Jesucristo posee
dos naturalezas, la divina y la humana, no confundidas, sino unidas en la
única Persona del Hijo de Dios.
482 Cristo, siendo verdadero Dios y verdadero hombre,
tien e una inteligencia y una voluntad humanas, perfectamente de acuerdo y
sometidas a su inteligencia y a su voluntad divinas que tiene en común
con el Padre y el Espíritu Santo.
483 La encarnación es, pues, el misterio de la
admirable unión de la naturaleza divina y de la naturaleza humana en
la única Persona del Verbo.
Párrafo 2 “... CONCEBIDO POR
OBRA Y GRACIA DEL
ESPIRITU SANTO,
NACIO DE SANTA
MARIA VIRGEN”
I CONCEBIDO POR OBRA Y GRACIA DEL ESPIRITU
SANTO ...
484 La anunciación
a María inaugura la plenitud de "los tiempos"(Gal 4, 4), es decir
el cumplimiento de las promesas y de los preparativos. María es invitada
a concebir a aquel en quien habitará "corporalmente la plenitud de
la divinidad" (Col 2, 9). La respuesta divina a su "¿Cómo
será esto, puesto que no conozco varón?" (Lc 1, 34) se dio
mediante el poder del Espíritu: "El Espíritu Santo vendrá
sobre ti" (Lc 1, 35).
485 La misión del Espíritu Santo está
siempre unida y ordenada a la del Hijo (cf. Jn 16, 14-15). El Espíritu
Santo fue enviado para santificar el seno de la Virgen María y fecundarla
por obra divina, él que es "el Señor que da la vida", haciendo
que ella conciba al Hijo eterno del Padre en una humanidad tomada de la
suya.
486 El Hijo único del Padre, al ser concebido
como hombre en el seno de la Virgen María es "Cristo", es decir,
el ungido por el Espíritu Santo (cf. Mt 1, 20; Lc 1, 35), desde el
principio de su existencia humana, aunque su manifestación no tuviera
lugar sino progresivamente: a los pastores (cf. Lc 2,8-20), a los magos (cf.
Mt 2, 1-12), a Juan Bautista (cf. Jn 1, 31-34), a los discípulos (cf.
Jn 2, 11). Por tanto, toda la vida de Jesucristo manifestará "cómo
Dios le ungió con el Espíritu Santo y con poder" (Hch 10, 38).
II ... NACIDO DE LA VIRGEN MARIA
487 Lo que la fe católica
cree acerca de María se funda en lo que cree acerca de Cristo, pero
lo que enseña sobre María ilumina a su vez la fe en Cristo.
La predestinación de María
488 "Dios envió
a su Hijo" (Ga 4, 4), pero para "formarle un cuerpo" (cf. Hb 10, 5)
quiso la libre cooperación de una criatura. Para eso desde toda la
eternidad, Dios escogió para ser la Madre de su Hijo, a una hija
de Israel, una joven judía de Nazaret en Galilea, a "una virgen desposada
con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la
virgen era María" (Lc 1, 26-27):
El Padre de las misericordias quiso que el consentimiento
de la que estaba predestinada a ser la Madre precediera a la encarnación
para que, así como una mujer contribuyó a la muerte, así
también otra mujer contribuyera a la vida (LG 56; cf. 61).
489 A lo largo de toda la Antigua Alianza, la misión
de María fue preparada por la misión de algunas santas
mujeres. Al principio de todo está Eva: a pesar de su desobediencia,
recibe la promesa de una descendencia que será vencedora del Maligno
(cf. Gn 3, 15) y la de ser la Madre de todos los vivientes (cf. Gn 3, 20).
En virtud de esta promesa, Sara concibe un hijo a pesar de su edad avanzada
(cf. Gn 18, 10-14; 21,1-2). Contra toda expectativa humana, Dios escoge
lo que era tenido por impotente y débil (cf. 1 Co 1, 27) para mostrar
la fidelidad a su promesa: Ana, la madre de Samuel (cf. 1 S 1), Débora,
Rut, Judit, y Ester, y muchas otras mujeres. María "sobresale entre
los humildes y los pobres del Señor, que esperan de él con
confianza la salvación y la acogen. Finalmente, con ella, excelsa
Hija de Sión, después de la larga espera de la promesa, se
cumple el plazo y se inaugura el nuevo plan de salvación" (LG 55).
La Inmaculada Concepción
490 Para ser la Madre
del Salvador, María fue "dotada por Dios con dones a la medida de
una misión tan importante" (LG 56). El ángel Gabriel en el
momento de la anunciación la saluda como "llena de gracia" (Lc 1,
28). En efecto, para poder dar el asentimiento libre de su fe al anuncio
de su vocación era preciso que ella estuviese totalmente poseída
por la gracia de Dios
491 A lo largo de los siglos, la Iglesia ha tomado conciencia
de que María "llena de gracia" por Dios (Lc 1, 28) había sido
redimida desde su concepción. Es lo que confiesa el dogma de la Inmaculada
Concepción, proclamado en 1854 por el Papa Pío IX:
... la bienaventurada Virgen María fue preservada
inmune de toda la mancha de pecado original en el primer instante de su
concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente,
en atención a los méritos de Jesucristo Salvador del género
humano (DS 2803).
492 Esta "resplandeciente santidad del todo singular"
de la que ella fue "enriquecida desde el primer instante de su concepción"
(LG 56), le viene toda entera de Cristo: ella es "redimida de la manera
más sublime en atención a los méritos de su Hijo" (LG
53). El Padre la ha "bendecido con toda clase de bendiciones espirituales,
en los cielos, en Cristo" (Ef 1, 3) más que a ninguna otra persona
creada. El la ha elegido en él antes de la creación del mundo
para ser santa e inmaculada en su presencia, en el amor (cf. Ef 1, 4).
493 Los Padres de la tradición oriental llaman
a la Madre de Dios "la Toda Santa" ("Panagia"), la celebran como inmune de
toda mancha de pecado y como plasmada por el Espíritu Santo y hecha
una nueva criatura" (LG 56). Por la gracia de Dios, María ha permanecido
pura de todo pecado personal a lo largo de toda su vida.
"Hágase en mí según tu palabra
..."
494 Al anuncio de
que ella dará a luz al "Hijo del Altísimo" sin conocer varón,
por la virtud del Espíritu Santo (cf. Lc 1, 28-37), María
respondió por "la obediencia de la fe" (Rm 1, 5), segura de que "nada
hay imposible para Dios": "He aquí la esclava del Señor: hágase
en mí según tu palabra" (Lc 1, 37-38). Así dando su
consentimiento a la palabra de Dios, María llegó a ser Madre
de Jesús y , aceptando de todo corazón la voluntad divina
de salvación, sin que ningún pecado se lo impidiera, se entregó
a sí misma por entero a la persona y a la obra de su Hijo, para servir,
en su dependencia y con él, por la gracia de Dios, al Misterio de
la Redención (cf. LG 56):
Ella, en efecto, como dice S. Ireneo, "por su obediencia
fue causa de la salvación propia y de la de todo el género
humano". Por eso, no pocos Padres antiguos, en su predicación, coincidieron
con él en afirmar "el nudo de la desobediencia de Eva lo desató
la obediencia de María. Lo que ató la virgen Eva por su falta
de fe lo desató la Virgen María por su fe". Comparándola
con Eva, llaman a María `Madre de los vivientes' y afirman con mayor
frecuencia: "la muerte vino por Eva, la vida por María". (LG. 56).
La maternidad divina de María
495 Llamada en los
Evangelios "la Madre de Jesús"(Jn 2, 1; 19, 25; cf. Mt 13, 55, etc.),
María es aclamada bajo el impulso del Espíritu como "la madre
de mi Señor" desde antes del nacimiento de su hijo (cf Lc 1, 43).
En efecto, aquél que ella concibió como hombre, por obra del
Espíritu Santo, y que se ha hecho verdaderamente su Hijo según
la carne, no es otro que el Hijo eterno del Padre, la segunda persona de
la Santísima Trinidad. La Iglesia confiesa que María es verdaderamente
Madre de Dios ["Theotokos"] (cf. DS 251).
La virginidad de María
496 Desde las primeras
formulaciones de la fe (cf. DS 10-64), la Iglesia ha confesado que Jesús
fue concebido en el seno de la Virgen María únicamente por
el poder del Espíritu Santo, afirmando también el aspecto
corporal de este suceso: Jesús fue concebido "absque semine ex Spiritu
Sancto" (Cc Letrán, año 649; DS 503), esto es, sin elemento
humano, por obra del Espíritu Santo. Los Padres ven en la concepción
virginal el signo de que es verdaderamente el Hijo de Dios el que ha venido
en una humanidad como la nuestra:
Así, S. Ignacio de Antioquía (comienzos
del siglo II): "Estáis firmemente convencidos acerca de que nuestro
Señor es verdaderamente de la raza de David según la carne
(cf. Rm 1, 3), Hijo de Dios según la voluntad y el poder de Dios (cf.
Jn 1, 13), nacido verdaderamente de una virgen, ...Fue verdaderamente clavado
por nosotros en su carne bajo Poncio Pilato ... padeció verdaderamente,
como también resucitó verdaderamente" (Smyrn. 1-2).
497 Los relatos evangélicos (cf. Mt 1, 18-25;
Lc 1, 26-38) presentan la concepción virginal como una obra divina
que sobrepasa toda comprensión y toda posibilidad humanas (cf. Lc
1, 34): "Lo concebido en ella viene del Espíritu Santo", dice el
ángel a José a propósito de María, su desposada
(Mt 1, 20). La Iglesia ve en ello el cumplimiento de la promesa divina hecha
por el profeta Isaías: "He aquí que la virgen concebirá
y dará a luz un Hijo" (Is 7, 14 según la traducción
griega de Mt 1, 23).
498 A veces ha desconcertado el silencio del Evangelio
de S. Marcos y de las cartas del Nuevo Testamento sobre la concepción
virginal de María. También se ha podido plantear si no se
trataría en este caso de leyendas o de construcciones teológicas
sin pretensiones históricas. A lo cual hay que responder: La fe en
la concepción virginal de Jesús ha encontrado viva oposición,
burlas o incomprensión por parte de los no creyentes, judíos
y paganos (cf. S. Justino, Dial 99, 7; Orígenes, Cels. 1, 32, 69;
entre otros); no ha tenido su origen en la mitología pagana ni en
una adaptación de las ideas de su tiempo. El sentido de este misterio
no es accesible más que a la fe que lo ve en ese "nexo que reúne
entre sí los misterios" (DS 3016), dentro del conjunto de los Misterios
de Cristo, desde su Encarnación hasta su Pascua. S. Ignacio de Antioquía
da ya testimonio de este vínculo: "El príncipe de este mundo
ignoró la virginidad de María y su parto, así como la
muerte del Señor: tres misterios resonantes que se realizaron en el
silencio de Dios" (Eph. 19, 1;cf. 1 Co 2, 8).
María, la "siempre Virgen"
499 La profundización de la fe en la maternidad
virginal ha llevado a la Iglesia a confesar la virginidad real y perpetua
de María (cf. DS 427) incluso en el parto del Hijo de Dios hecho
hombre (cf. DS 291; 294; 442; 503; 571; 1880). En efecto, el nacimiento
de Cristo "lejos de disminuir consagró la integridad virginal" de
su madre (LG 57). La liturgia de la Iglesia celebra a María como
la "Aeiparthenos", la "siempre-virgen" (cf. LG 52).
500 A esto se objeta a veces que la Escritura menciona
unos hermanos y hermanas de Jesús (cf. Mc 3, 31-55; 6, 3; 1 Co 9,
5; Ga 1, 19). La Iglesia siempre ha entendido estos pasajes como no referidos
a otros hijos de la Virgen María; en efecto, Santiago y José
"hermanos de Jesús" (Mt 13, 55) son los hijos de una María
discípula de Cristo (cf. Mt 27, 56) que se designa de manera significativa
como "la otra María" (Mt 28, 1). Se trata de parientes próximos
de Jesús, según una expresión conocida del Antiguo Testamento
(cf. Gn 13, 8; 14, 16;29, 15; etc.).
501 Jesús es el Hijo único de María.
Pero la maternidad espiritual de María se extiende (cf. Jn 19, 26-27;
Ap 12, 17) a todos los hombres a los cuales, El vino a salvar: "Dio a luz
al Hijo, al que Dios constituyó el mayor de muchos hermanos (Rom
8,29), es decir, de los creyentes, a cuyo nacimiento y educación
colabora con amor de madre" (LG 63).
La maternidad virginal de María en el designio
de Dios
502 La mirada de la
fe, unida al conjunto de la Revelación, puede descubrir las razones
misteriosas por las que Dios, en su designio salvífico, quiso que
su Hijo naciera de una virgen. Estas razones se refieren tanto a la persona
y a la misión redentora de Cristo como a la aceptación por
María de esta misión para con los hombres.
503 La virginidad de María manifiesta la iniciativa
absoluta de Dios en la Encarnación. Jesús no tiene como Padre
más que a Dios (cf. Lc 2, 48-49). "La naturaleza humana que ha tomado
no le ha alejado jamás de su Padre ...; consubstancial con su Padre
en la divinidad, consubstancial con su Madre en nuestras humanidad, pero
propiamente Hijo de Dios en sus dos naturalezas" (Cc. Friul en el año
796: DS 619).
504 Jesús fue concebido por obra del Espíritu
Santo en el seno de la Virgen María porque El es el Nuevo Adán
(cf. 1 Co 15, 45) que inaugura la nueva creación: "El primer hombre,
salido de la tierra, es terreno; el segundo viene del cielo" (1 Co 15, 47).
La humanidad de Cristo, desde su concepción, está llena del
Espíritu Santo porque Dios "le da el Espíritu sin medida"
(Jn 3, 34). De "su plenitud", cabeza de la humanidad redimida (cf Col 1,
18), "hemos recibido todos gracia por gracia" (Jn 1, 16).
505 Jesús, el nuevo Adán, inaugura por
su concepción virginal el nuevo nacimiento de los hijos de adopción
en el Espíritu Santo por la fe "¿Cómo será eso?"
(Lc 1, 34;cf. Jn 3, 9). La participación en la vida divina no nace
"de la sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de hombre, sino de Dios"
(Jn 1, 13). La acogida de esta vida es virginal porque toda ella es dada
al hombre por el Espíritu. El sentido esponsal de la vocación
humana con relación a Dios (cf. 2 Co 11, 2) se lleva a cabo perfectamente
en la maternidad virginal de María.
506 María es virgen porque su virginidad es el
signo de su fe "no adulterada por duda alguna" (LG 63) y de su entrega total
a la voluntad de Dios (cf. 1 Co 7, 34-35). Su fe es la que le hace llegar
a ser la madre del Salvador: "Beatior est Maria percipiendo fidem Christi
quam concipiendo carnem Christi" ("Más bienaventurada es María
al recibir a Cristo por la fe que al concebir en su seno la carne de Cristo"
(S. Agustín, virg. 3).
507 María es a la vez virgen y madre porque ella
es la figura y la más perfecta realización de la Iglesia (cf.
LG 63): "La Iglesia se convierte en Madre por la palabra de Dios acogida
con fe, ya que, por la predicación y el bautismo, engendra para una
vida nueva e inmortal a los hijos concebidos por el Espíritu Santo
y nacidos de Dios. También ella es virgen que guarda íntegra
y pura la fidelidad prometida al Esposo" (LG 64).
RESUMEN
508 De la descendencia
de Eva, Dios eligió a la Virgen María para ser la Madre de
su Hijo. Ella, "llena de gracia", es "el fruto excelente de la redención"
(SC 103); desde el primer instante de su concepción, fue totalmente
preservada de la mancha del pecado original y permaneció pura de
todo pecado personal a lo largo de toda su vida.
509 María es verdaderamente "Madre de Dios" porque
es la madre del Hijo eterno de Dios hecho hombre, que es Dios mismo.
510 María "fue Virgen al concebir a su Hijo, Virgen
al parir, Virgen durante el embarazo, Virgen después del parto, Virgen
siempre" (S. Agustín, serm. 186, 1): Ella, con todo su ser, es "la
esclava del Señor" (Lc 1, 38).
511 La Virgen María "colaboró por su fe
y obediencia libres a la salvación de los hombres" (LG 56). Ella pronunció
su "fiat" "loco totius humanae naturae" ("ocupando el lugar de toda la naturaleza
humana") (Santo Tomás, s.th. 3, 30, 1 ): Por su obediencia, Ella
se convirtió en la nueva Eva, madre de los vivientes.
Párrafo 3 LOS MISTERIOS DE LA VIDA DE CRISTO
512 Respecto a la
vida de Cristo, el Símbolo de la Fe no habla más que de los
misterios de la Encarnación (concepción y nacimiento) y de
la Pascua (pasión, crucifixión, muerte, sepultura, descenso
a los infiernos, resurrección, ascensión). No dice nada explícitamente
de los misterios de la vida oculta y pública de Jesús, pero
los artículos de la fe referente a la Encarnación y a la Pascua
de Jesús iluminan toda la vida terrena de Cristo. "Todo lo que Jesús
hizo y enseñó desde el principio hasta el día en que
... fue llevado al cielo" (Hch 1, 1-2) hay que verlo a la luz de los misterios
de Navidad y de Pascua.
513 La Catequesis, según las circunstancias, debe
presentar toda la riqueza de los Misterios de Jesús. Aquí
basta indicar algunos elementos comunes a todos los Misteri os de la vida
de Cristo (I), para esbozar a continuación los principales misterios
de la vida oculta (II) y pública (III) de Jesús.
I TODA LA VIDA DE CRISTO ES MISTERIO
514 Muchas de las cosas respecto a Jesús que interesan
a la curiosidad humana no figuran en el Evangelio. Casi nada se dice sobre
su vida en Nazaret, e incluso una gran parte de la vida pública no
se narra (cf. Jn 20, 30). Lo que se ha escrito en los Evangelios lo ha sido
"para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios,
y para que creyendo tengáis vida en su nombre" (Jn 20, 31).
515 Los Evangelios fueron escritos por hombres
que pertenecieron al grupo de los primeros que tuvieron fe (cf. Mc 1, 1; Jn
21, 24) y quisieron compartirla con otros. Habiendo conocido por la fe quién
es Jesús, pudieron ver y hacer ver los rasgos de su Misterio durante
toda su vida terrena. Desde los pañales de su natividad (Lc 2, 7)
hasta el vinagre de su Pasión (cf. Mt 27, 48) y el sudario de su resurrección
(cf. Jn 20, 7), todo en la vida de Jesús es signo de su Misterio.
A través de sus gestos, sus milagros y sus palabras, se ha revelado
que "en él reside toda la plenitud de la Divinidad corporalmente"
(Col 2, 9). Su humanidad aparece así como el "sacramento", es decir,
el signo y el instrumento de su divinidad y de la salvación que trae
consigo: lo que había de visible en su vida terrena conduce al misterio
invisible de su filiación divina y de su misión redentora.
Los rasgos comunes en los Misterios de Jesús
516 Toda la vida
de Cristo es Revelación del Padre: sus palabras y sus obras, sus
silencios y sus sufrimientos, su manera de ser y de hablar. Jesús
puede decir: "Quien me ve a mí, ve al Padre" (Jn 14, 9), y el Padre:
"Este es mi Hijo amado; escuchadle" (Lc 9, 35). Nuestro Señor, al
haberse hecho para cumplir la voluntad del Padre (cf. Hb 10,5-7), nos "manifestó
el amor que nos tiene" (1 Jn 4,9) con los menores rasgos de sus misterios.
517 Toda la vida de Cristo es Misterio de Redención.
La Redención nos viene ante todo por la sangre de la cruz (cf. Ef
1, 7; Col 1, 13-14; 1 P 1, 18-19), pero este misterio está actuando
en toda la vida de Cristo: ya en su Encarnación porque haciéndose
pobre nos enriquece con su pobreza (cf. 2 Co 8, 9); en su vida oculta donde
repara nuestra insumisión mediante su sometimiento (cf. Lc
2, 51); en su palabra que purifica a sus oyentes (cf. Jn 15,3); en sus curaciones
y en sus exorcismos, por las cuales "él tomó nuestras flaquezas
y cargó con nuestras enfermedades" (Mt 8, 17; cf. Is 53, 4); en su
Resurrección, por medio de la cual nos justifica (cf. Rm 4, 25).
518 Toda la vida de Cristo es Misterio de Recapitulación.
Todo lo que Jesús hizo, dijo y sufrió, tuvo como finalidad
restablecer al hombre caído en su vocación primera:
Cuando se encarnó y se hizo hombre, recapituló
en sí mismo la larga historia de la humanidad procurándonos
en su propia historia la salvación de todos, de suerte que lo que
perdimos en Adán, es decir, el ser imagen y semejanza de Dios, lo
recuperamos en Cristo Jesús (S. Ireneo, haer. 3, 18, 1). Por lo demás,
esta es la razón por la cual Cristo ha vivido todas las edades de
la vida humana, devolviendo así a todos los hombres la comunión
con Dios (ibid. 3,18,7; cf. 2, 22, 4).
Nuestra comunión en los Misterios de Jesús
519 Toda la riqueza
de Cristo "es para todo hombre y constituye el bien de cada uno" (RH 11).
Cristo no vivió su vida para sí mismo, sino para nosotros,
desde su Encarnación "por nosotros los hombres y por nuestra salvación"
hasta su muerte "por nuestros pecados" (1 Co 15, 3) y en su Resurrección
para nuestra justificación (Rom 4,25). Todavía ahora, es "nuestro
abogado cerca del Padre" (1 Jn 2, 1), "estando siempre vivo para interceder
en nuestro favor" (Hb 7, 25). Con todo lo que vivió y sufrió
por nosotros de una vez por todas, permanece presente para siempre "ante
el acatamiento de Dios en favor nuestro" (Hb 9, 24).
520 Toda su vida, Jesús se muestra como nuestro
modelo (cf. Rm 15,5; Flp 2, 5): él es el "hombre perfecto" (GS 38)
que nos invita a ser sus discípulos y a seguirle: con su anonadamiento,
nos ha dado un ejemplo que imitar (cf. Jn 13, 15); con su oración
atrae a la oración (cf. Lc 11, 1); con su pobreza, llama a aceptar
libremente la privación y las persecuciones (cf. Mt 5, 11-12).
521 Todo lo que Cristo vivió hace que podamos
vivirlo en El y que El lo viva en nosotros. "El Hijo de Dios con su encarnación
se ha unido en cierto modo con todo hombre"(GS 22, 2). Estamos llamados
a no ser más que una sola cosa con él; nos hace comulgar en
cuanto miembros de su Cuerpo en lo que él vivió en su carne
por nosotros y como modelo nuestro:
Debemos continuar y cumplir en nosotros los estados
y Misterios de Jesús, y pedirle con frecuencia que los realice y
lleve a plenitud en nosotros y en toda su Iglesia ... Porque el Hijo de
Dios tiene el designio de hacer participar y de extender y continuar sus
Misterios en nosotros y en toda su Iglesia por las gracias que él
quiere comunicarnos y por los efectos que quiere obrar en nosotros gracias
a estos Misterios. Y por este medio quiere cumplirlos en nosotros (S. Juan
Eudes, regn.)
II LOS MISTERIOS DE LA INFANCIA
Y DE LA VIDA OCULTA DE JESUS
Los preparativos
522 La venida del
Hijo de Dios a la tierra es un acontecimiento tan inmenso que Dios quiso
prepararlo durante siglos. Ritos y sacrificios, figuras y símbolos
de la "Primera Alianza"(Hb 9,15), todo lo hace converger hacia Cristo; anuncia
esta venida por boca de los profetas que se suceden en Israel. Además,
despierta en el corazón de los paganos una espera, aún confusa,
de esta venida.
523 San Juan Bautista es el precursor (cf. Hch
13, 24) inmediato del Señor, enviado para prepararle el camino (cf.
Mt 3, 3). "Profeta del Altísimo" (Lc 1, 76), sobrepasa a todos los
profetas (cf. Lc 7, 26), de los que es el último (cf.Mt 11, 13), e
inaugura el Evangelio (cf. Hch 1, 22;Lc 16,16); desde el seno de su madre
( cf. Lc 1,41) saluda la venida de Cristo y encuentra su alegría
en ser "el amigo del esposo" (Jn 3, 29) a quien señala como "el Cordero
de Dios que quita el pecado del mundo" (Jn 1, 29). Precediendo a Jesús
"con el espíritu y el poder de Elías" (Lc 1, 17), da testimonio
de él mediante su predicación, su bautismo de conversión
y finalmente con su martirio (cf. Mc 6, 17-29).
524 Al celebrar anualmente la liturgia de Adviento, la
Iglesia actualiza esta espera del Mesías: participando en la larga
preparación de la primera venida del Salvador, los fieles renuevan
el ardiente deseo de su segunda Venida (cf. Ap 22, 17). Celebrando la natividad
y el martirio del Precursor, la Iglesia se une al deseo de éste:
"Es preciso que El crezca y que yo disminuya" (Jn 3, 30).
El Misterio de Navidad
525 Jesús nació
en la humildad de un establo, de una familia pobre (cf. Lc 2, 6-7);
unos sencillos pastores son los primeros testigos del acontecimiento. En
esta pobreza se manifiesta la gloria del cielo (cf. Lc 2, 8-20). La Iglesia
no se cansa de cantar la gloria de esta noche:
La Virgen da hoy
a luz al Eterno
Y la tierra ofrece
una gruta al Inaccesible.
Los ángeles
y los pastores le alaban
Y los magos avanzan
con la estrella.
Porque Tú
has nacido para nosotros,
Niño pequeño,
¡Dios eterno!
(Kontakion, de
Romanos el Melódico)
526 "Hacerse niño"
con relación a Dios es la condición para entrar en el
Reino (cf. Mt 18, 3-4); para eso es necesario abajarse (cf. Mt 23, 12),
hacerse pequeño; más todavía: es necesario "nacer de
lo alto" (Jn 3,7), "nacer de Dios" (Jn 1, 13) para "hacerse hijos de Dios"
(Jn 1, 12). El Misterio de Navidad se realiza en nosotros cuando Cristo
"toma forma" en nosotros (Ga 4, 19). Navidad es el Misterio de este "admirable
intercambio":
O admirabile commercium! El Creador del género
humano, tomando cuerpo y alma, nace de una virgen y, hecho hombre sin concurso
de varón, nos da parte en su divinidad (LH, antífona de la
octava de Navidad).
Los Misterios de la Infancia de Jesús
527 La Circuncisión
de Jesús, al octavo día de su nacimiento (cf. Lc 2, 21) es
señal de su inserción en la descendencia de Abraham, en el
pueblo de la Alianza, de su sometimiento a la Ley (cf. Ga 4, 4) y de su
consagración al culto de Israel en el que participará durante
toda su vida. Este signo prefigura "la circuncisión en Cristo" que
es el Bautismo (Col 2, 11-13).
528 La Epifanía es la manifestación de
Jesús como Mesías de Israel, Hijo de Dios y Salvador del mundo.
Con el bautismo de Jesús en el Jordán y las bodas de Caná
(cf. LH Antífona del Magnificat de las segundas vísperas de
Epifanía), la Epifanía celebra la adoración de Jesús
por unos "magos" venidos de Oriente (Mt 2, 1) En estos "magos", representantes
de religiones paganas de pueblos vecinos, el Evangelio ve las primicias
de las naciones que acogen, por la Encarnación, la Buena Nueva de
la salvación. La llegada de los magos a Jerusalén para "rendir
homenaje al rey de los Judíos" (Mt 2, 2) muestra que buscan en Israel,
a la luz mesiánica de la estrella de David (cf. Nm 24, 17; Ap 22,
16) al que será el rey de las naciones (cf. Nm 24, 17-19). Su venida
significa que los gentiles no pueden descubrir a Jesús y adorarle
como Hijo de Dios y Salvador del mundo sino volviéndose hacia los
judíos (cf. Jn 4, 22) y recibiendo de ellos su promesa mesiánica
tal como está contenida en el Antiguo Testamento (cf. Mt 2, 4-6).
La Epifanía manifiesta que "la multitud de los gentiles entra en la
familia de los patriarcas"(S. León Magno, serm.23 ) y adquiere la
"israelitica dignitas" (MR, Vigilia pascual 26: oración después
de la tercera lectura).
529 La Presentación de Jesús en el templo
(cf.Lc 2, 22-39) lo muestra como el Primogénito que pertenece al
Señor (cf. Ex 13,2.12-13). Con Simeón y Ana toda la expectación
de Israel es la que viene al Encuentro de su Salvador (la tradición
bizantina llama así a este acontecimiento). Jesús es reconocido
como el Mesías tan esperado, "luz de las naciones" y "gloria de Israel",
pero también "signo de contradicción". La espada de dolor predicha
a María anuncia otra oblación, perfecta y única, la
de la Cruz que dará la salvación que Dios ha preparado "ante
todos los pueblos".
530 La Huida a Egipto y la matanza de los inocentes
(cf. Mt 2, 13-18) manifiestan la oposición de las tinieblas a la
luz: "Vino a su Casa, y los suyos no lo recibieron"(Jn 1, 11). Toda la vida
de Cristo estará bajo el signo de la persecución. Los suyos
la comparten con él (cf. Jn 15, 20). Su vuelta de Egipto (cf. Mt
2, 15) recuerda el Exodo (cf. Os 11, 1) y presenta a Jesús
como el liberador definitivo.
Los misterios de la vida oculta de Jesús
531 Jesús
compartió, durante la mayor parte de su vida, la condición
de la inmensa mayoría de los hombres: una vida cotidiana sin aparente
importancia, vida de trabajo manual, vida religiosa judía sometida
a la ley de Dios (cf. Ga 4, 4), vida en la comunidad. De todo este período
se nos dice que Jesús estaba "sometido" a sus padres y que "progresaba
en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y los hombres" (Lc
2, 51-52).
532 Con la sumisión a su madre, y a su padre
legal, Jesús cumple con perfección el cuarto mandamiento.
Es la imagen temporal de su obediencia filial a su Padre celestial. La sumisión
cotidiana de Jesús a José y a María anunciaba y anticipaba
la sumisión del Jueves Santo: "No se haga mi voluntad ..."(Lc 22,
42). La obediencia de Cristo en lo cotidiano de la vida oculta inaugurada
ya la obra de restauración de lo que la desobediencia de Adán
había destruido (cf. Rm 5, 19).
533 La vida oculta de Nazaret permite a todos entrar
en comunión con Jesús a través de los caminos más
ordinarios de la vida humana:
Nazaret es la escuela donde se comienza a entender
la vida de Jesús: la escuela del Evangelio ...Una lección
de silencio ante todo. Que nazca en nosotros la estima del silencio,
esta condición del espíritu admirable e inestimable
... Una lección de vida familiar. Que Nazaret nos enseñe lo
que es la familia, su comunión de amor, su austera y sencilla belleza,
su carácter sagrado e inviolable ... Una lección de trabajo.
Nazaret, oh casa del "Hijo del Carpintero", aquí es donde querríamos
comprender y celebrar la ley severa y redentora del trabajo humano ...; cómo
querríamos, en fin, saludar aquí a todos los trabajadores del
mundo entero y enseñarles su gran modelo, su hermano divino
(Pablo VI, discurso 5 enero 1964 en Nazaret).
534 El hallazgo de Jesús en
el Templo (cf. Lc 2, 41-52) es el único suceso que rompe el silencio
de los Evangelios sobre los años ocultos de Jesús. Jesús
deja entrever en ello el misterio de su consagración total a una
misión derivada de su filiación divina: "¿No sabíais
que me debo a los asuntos de mi Padre?" María y José "no comprendieron"
esta palabra, pero la acogieron en la fe, y María "conservaba cuidadosamente
todas las cosas en su corazón", a lo largo de todos los años
en que Jesús permaneció oculto en el silencio de una vida
ordinaria.
III LOS MISTERIOS DE LA VIDA PUBLICA DE JESUS
El Bautismo de Jesús
535 El comienzo (cf.
Lc 3, 23) de la vida pública de Jesús es su bautismo por Juan
en el Jordán (cf. Hch 1, 22). Juan proclamaba "un bautismo de conversión
para el perdón de los pecados" (Lc 3, 3). Una multitud de pecadores,
publicanos y soldados (cf. Lc 3, 10-14), fariseos y saduceos (cf. Mt 3,
7) y prostitutas (cf. Mt 21, 32) viene a hacerse bautizar por él.
"Entonces aparece Jesús". El Bautista duda. Jesús insiste
y recibe el bautismo. Entonces el Espíritu Santo, en forma de paloma,
viene sobre Jesús, y la voz del cielo proclama que él es "mi
Hijo amado" (Mt 3, 13-17). Es la manifestación ("Epifanía")
de Jesús como Mesías de Israel e Hijo de Dios.
536 El bautismo de Jesús es, por su parte, la
aceptación y la inauguración de su misión de Siervo
doliente. Se deja contar entre los pecadores (cf. Is 53, 12); es ya
"el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo" (Jn 1, 29); anticipa
ya el "bautismo" de su muerte sangrienta (cf Mc 10, 38; Lc 12, 50). Viene
ya a "cumplir toda justicia" (Mt 3, 15), es decir, se somete enteramente
a la voluntad de su Padre: por amor acepta el bautismo de muerte para la
remisión de nuestros pecados (cf. Mt 26, 39). A esta aceptación
responde la voz del Padre que pone toda su complacencia en su Hijo (cf.
Lc 3, 22; Is 42, 1). El Espíritu que Jesús posee en plenitud
desde su concepción viene a "posarse" sobre él (Jn 1, 32-33;
cf. Is 11, 2). De él manará este Espíritu para toda
la humanidad. En su bautismo, "se abrieron los cielos" (Mt 3, 16) que el
pecado de Adán había cerrado; y las aguas fueron santificadas
por el descenso de Jesús y del Espíritu como preludio de la
nueva creación.
537 Por el bautismo, el cristiano se asimila sacramentalmente
a Jesús que anticipa en su bautismo su muerte y su resurrección:
debe entrar en este misterio de rebajamiento humilde y de arrepentimiento,
descender al agua con Jesús, para subir con él, renacer del
agua y del Espíritu para convertirse, en el Hijo, en hijo amado del
Padre y "vivir una vida nueva" (Rm 6, 4):
Enterrémonos con Cristo por el Bautismo, para
resucitar con él; descendamos con él para ser ascendidos con
él; ascendamos con él para ser glorificados con él (S.
Gregorio Nacianc. Or. 40, 9).
Todo lo que aconteció en Cristo nos enseña
que después del baño de agua, el Espíritu Santo desciende
sobre nosotros desde lo alto del cielo y que, adoptados por la Voz del Padre,
llegamos a ser hijos de Dios. (S. Hilario, Mat 2).
Las Tentaciones de Jesús
538 Los Evangelios
hablan de un tiempo de soledad de Jesús en el desierto inmediatamente
después de su bautismo por Juan: "Impulsado por el Espíritu"
al desierto, Jesús permanece allí sin comer durante cuarenta
días; vive entre los animales y los ángeles le servían
(cf. Mc 1, 12-13). Al final de este tiempo, Satanás le tienta tres
veces tratando de poner a prueba su actitud filial hacia Dios. Jesús
rechaza estos ataques que recapitulan las tentaciones de Adán en el
Paraíso y las de Israel en el desierto, y el diablo se aleja de él
"hasta el tiempo determinado" (Lc 4, 13).
539 Los evangelistas indican el sentido salvífico
de este acontecimiento misterioso. Jesús es el nuevo Adán
que permaneció fiel allí donde el primero sucumbió
a la tentación. Jesús cumplió perfectamente la vocación
de Israel: al contrario de los que anteriormente provocaron a Dios durante
cuarenta años por el desierto (cf. Sal 95, 10), Cristo se revela como
el Siervo de Dios totalmente obediente a la voluntad divina. En esto Jesús
es vencedor del diablo; él ha "atado al hombre fuerte" para despojarle
de lo que se había apropiado (Mc 3, 27). La victoria de Jesús
en el desierto sobre el Tentador es un anticipo de la victoria de la Pasión,
suprema obediencia de su amor filial al Padre.
540 La tentación de Jesús manifiesta la
manera que tiene de ser Mesías el Hijo de Dios, en oposición
a la que le propone Satanás y a la que los hombres (cf Mt 16, 21-23)
le quieren atribuir. Es por eso por lo que Cristo venció al Tentador
a favor nuestro: "Pues no tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse
de nuestras flaquezas, sino probado en todo igual que nosotros, excepto
en el pecado" (Hb 4, 15). La Iglesia se une todos los años, durante
los cuarenta días de Cuaresma, al Misterio de Jesús en el
desierto.
"El Reino de Dios está cerca"
541 "Después
que Juan fue preso, marchó Jesús a Galilea; y proclamaba la
Buena Nueva de Dios: El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está
cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva" (Mc 1, 15). "Cristo,
por tanto, para hacer la voluntad del Padre, inauguró en la tierra
el Reino de los cielos" (LG 3). Pues bien, la voluntad del Padre es "elevar
a los hombres a la participación de la vida divina" (LG 2). Lo hace
reuniendo a los hombres en torno a su Hijo, Jesucristo. Esta reunión
es la Iglesia, que es sobre la tierra "el germen y el comienzo de este Reino"
(LG 5).
542 Cristo es el corazón mismo de esta reunión
de los hombres como "familia de Dios". Los convoca en torno a él
por su palabra, por sus señales que manifiestan el reino de Dios,
por el envío de sus discípulos. Sobre todo, él realizará
la venida de su Reino por medio del gran Misterio de su Pascua: su muerte
en la Cruz y su Resurrección. "Cuando yo sea levantado de la tierra,
atraeré a todos hacia mí" (Jn 12, 32). A esta unión
con Cristo están llamados todos los hombres (cf. LG 3).
El anuncio del Reino de Dios
543 Todos los hombres
están llamados a entrar en el Reino. Anunciado en primer lugar a
los hijos de Israel (cf. Mt 10, 5-7), este reino mesiánico está
destinado a acoger a los hombres de todas las naciones (cf. Mt 8, 11; 28,
19). Para entrar en él, es necesario acoger la palabra de Jesús:
La palabra de Dios se compara a una semilla sembrada
en el campo: los que escuchan con fe y se unen al pequeño rebaño
de Cristo han acogido el Reino; después la semilla, por sí
misma, germina y crece hasta el tiempo de la siega (LG 5).
544 El Reino pertenece a los pobres y a los pequeños,
es decir a los que lo acogen con un corazón humilde. Jesús
fue enviado para "anunciar la Buena Nueva a los pobres" (Lc 4, 18; cf. 7,
22). Los declara bienaventurados porque de "ellos es el Reino de los cielos"
(Mt 5, 3); a los "pequeños" es a quienes el Padre se ha dignado revelar
las cosas que ha ocultado a los sabios y prudentes (cf. Mt 11, 25). Jesús,
desde el pesebre hasta la cruz comparte la vida de los pobres; conoce el
hambre (cf. Mc 2, 23-26; Mt 21,18), la sed (cf. Jn 4,6-7; 19,28) y la privación
(cf. Lc 9, 58). Aún más: se identifica con los pobres de todas
clases y hace del amor activo hacia ellos la condición para entrar
en su Reino (cf. Mt 25, 31-46).
545 Jesús invita a los pecadores al banquete
del Reino: "No he venido a llamar a justos sino a pecadores" (Mc 2, 17;
cf. 1 Tim 1, 15). Les invita a la conversión, sin la cual no se puede
entrar en el Reino, pero les muestra de palabra y con hechos la misericordia
sin límites de su Padre hacia ellos (cf. Lc 15, 11-32) y la inmensa
"alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta" (Lc 15,
7). La prueba suprema de este amor será el sacrificio de su propia
vida "para remisión de los pecados" (Mt 26, 28).
546 Jesús llama a entrar en el Reino a través
de las parábolas, rasgo típico de su enseñanza (cf.
Mc 4, 33-34). Por medio de ellas invita al banquete del Reino(cf. Mt 22,
1-14), pero exige también una elección radical para alcanzar
el Reino, es necesario darlo todo (cf. Mt 13, 44-45); las palabras no bastan,
hacen falta obras (cf. Mt 21, 28-32). Las parábolas son como un espejo
para el hombre: ¿acoge la palabra como un suelo duro o como una buena
tierra (cf. Mt 13, 3-9)? ¿Qué hace con los talentos recibidos
(cf. Mt 25, 14-30)? Jesús y la presencia del Reino en este mundo están
secretamente en el corazón de las parábolas. Es preciso entrar
en el Reino, es decir, hacerse discípulo de Cristo para "conocer
los Misterios del Reino de los cielos" (Mt 13, 11). Para los que están
"fuera" (Mc 4, 11), la enseñanza de las parábolas es algo
enigmático (cf. Mt 13, 10-15).
Los signos del Reino de Dios
547 Jesús acompaña
sus palabras con numerosos "milagros, prodigios y signos" (Hch 2, 22) que
manifiestan que el Reino está presente en El. Ellos atestiguan que
Jesús es el Mesías anunciado (cf, Lc 7, 18-23).
548 Los signos que lleva a cabo Jesús testimonian
que el Padre le ha enviado (cf. Jn 5, 36; 10, 25). Invitan a creer en Jesús
(cf. Jn 10, 38). Concede lo que le piden a los que acuden a él con
fe (cf. Mc 5, 25-34; 10, 52; etc.). Por tanto, los milagros fortalecen la
fe en Aquél que hace las obras de su Padre: éstas testimonian
que él es Hijo de Dios (cf. Jn 10, 31-38). Pero también pueden
ser "ocasión de escándalo" (Mt 11, 6). No pretenden satisfacer
la curiosidad ni los deseos mágicos. A pesar de tan evidentes milagros,
Jesús es rechazado por algunos (cf. Jn 11, 47-48); incluso se le
acusa de obrar movido por los demonios (cf. Mc 3, 22).
549 Al liberar a algunos hombres de los males terrenos
del hambre (cf. Jn 6, 5-15), de la injusticia (cf. Lc 19, 8), de la enfermedad
y de la muerte (cf. Mt 11,5), Jesús realizó unos signos mesiánicos;
no obstante, no vino para abolir todos los males aquí abajo (cf.
LC 12, 13. 14; Jn 18, 36), sino a liberar a los hombres de la esclavitud
más grave, la del pecado (cf. Jn 8, 34-36), que es el obstáculo
en su vocación de hijos de Dios y causa de todas sus servidumbres
humanas.
550 La venida del Reino de Dios es la derrota del reino
de Satanás (cf. Mt 12, 26): "Pero si por el Espíritu de Dios
expulso yo los demonios, es que ha llegado a vosotros el Reino de Dios"
(Mt 12, 28). Los exorcismos de Jesús liberan a los hombres del dominio
de los demonios (cf Lc 8, 26-39). Anticipan la gran victoria de Jesús
sobre "el príncipe de este mundo" (Jn 12, 31). Por la Cruz de Cristo
será definitivamente establecido el Reino de Dios: "Regnavit a ligno
Deus" ("Dios reinó desde el madero de la Cruz", himno "Vexilla Regis").
"Las llaves del Reino"
551 Desde el comienzo
de su vida pública Jesús eligió unos hombres en número
de doce para estar con él y participar en su misión (cf. Mc
3, 13-19); les hizo partícipes de su autoridad "y los envió
a proclamar el Reino de Dios y a curar" (Lc 9, 2). Ellos permanecen para
siempre permanecen asociados al Reino de Cristo porque por medio de ellos
dirige su Iglesia:
Yo, por mi parte, dispongo el Reino para vosotros, como
mi Padre lo dispuso para mí, para que comáis y bebáis
a mi mesa en mi Reino y os sentéis sobre tronos para juzgar a las
doce tribus de Israel (Lc 22, 29-30).
552 En el colegio de los doce Simón Pedro ocupa
el primer lugar (cf. Mc 3, 16; 9, 2; Lc 24, 34; 1 Co 15, 5). Jesús
le confía una misión única. Gracias a una revelación
del Padre , Pedro había confesado: "Tú eres el Cristo, el
Hijo de Dios vivo". Entonces Nuestro Señor le declaró: "Tú
eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas
del Hades no prevalecerán contra ella" (Mt 16, 18). Cristo, "Piedra
viva" (1 P 2, 4), asegura a su Iglesia, edificada sobre Pedro la victoria
sobre los poderes de la muerte. Pedro, a causa de la fe confesada por él,
será la roca inquebrantable de la Iglesia. Tendrá la misión
de custodiar esta fe ante todo desfallecimiento y de confirmar en ella a
sus hermanos (cf. Lc 22, 32).
553 Jesús ha confiado a Pedro una autoridad específica:
"A ti te daré las llaves del Reino de los cielos; y lo que ates en
la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra
quedará desatado en los cielos" (Mt 16, 19). El poder de las llaves
designa la autoridad para gobernar la casa de Dios, que es la Iglesia. Jesús,
"el Buen Pastor" (Jn 10, 11) confirmó este encargo después
de su resurrección:"Apacienta mis ovejas" (Jn 21, 15-17). El poder
de "atar y desatar" significa la autoridad para absolver los pecados, pronunciar
sentencias doctrinales y tomar decisiones disciplinares en la Iglesia. Jesús
confió esta autoridad a la Iglesia por el ministerio de los apóstoles
(cf. Mt 18, 18) y particularmente por el de Pedro, el único a quien
él confió explícitamente las llaves del Reino.
Una visión anticipada del Reino: La Transfiguración.
554 A partir del día
en que Pedro confesó que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios
vivo, el Maestro "comenzó a mostrar a sus discípulos que él
debía ir a Jerusalén, y sufrir ... y ser condenado a muerte
y resucitar al tercer día" (Mt 16, 21): Pedro rechazó este
anuncio (cf. Mt 16, 22-23), los otros no lo comprendieron mejor (cf. Mt 17,
23; Lc 9, 45). En este contexto se sitúa el episodio misterioso de
la Transfiguración de Jesús (cf. Mt 17, 1-8 par.: 2 P 1, 16-18),
sobre una montaña, ante tres testigos elegidos por él: Pedro,
Santiago y Juan. El rostro y los vestidos de Jesús se pusieron fulgurantes
como la luz, Moisés y Elías aparecieron y le "hablaban de su
partida, que estaba para cumplirse en Jerusalén" (Lc 9, 31). Una nube
les cubrió y se oyó una voz desde el cielo que decía:
"Este es mi Hijo, mi elegido; escuchadle" (Lc 9, 35).
555 Por un instante, Jesús muestra su gloria divina,
confirmando así la confesión de Pedro. Muestra también
que para "entrar en su gloria" (Lc 24, 26), es necesario pasar por la Cruz
en Jerusalén. Moisés y Elías habían visto la
gloria de Dios en la Montaña; la Ley y los profetas habían
anunciado los sufrimientos del Mesías (cf. Lc 24, 27). La Pasión
de Jesús es la voluntad por excelencia del Padre: el Hijo actúa
como siervo de Dios (cf. Is 42, 1). La nube indica la presencia del Espíritu
Santo: "Tota Trinitas apparuit: Pater in voce; Filius in homine, Spiritus
in nube clara" ("Apareció toda la Trinidad: el Padre en la voz, el
Hijo en el hombre, el Espíritu en la nube luminosa" (Santo Tomás,
s.th. 3, 45, 4, ad 2):
Tú te has transfigurado en la montaña,
y, en la medida en que ellos eran capaces, tus discípulos han contemplado
Tu Gloria, oh Cristo Dios, a fin de que cuando te vieran crucificado comprendiesen
que Tu Pasión era voluntaria y anunciasen al mundo que Tú
eres verdaderamente la irradiación del Padre (Liturgia bizantina,
Kontakion de la Fiesta de la Transfiguración,)
556 En el umbral de la vida pública se sitúa
el Bautismo; en el de la Pascua, la Transfiguración. Por el bautismo
de Jesús "fue manifestado el misterio de la primera regeneración":
nuestro bautismo; la Transfiguración "es es sacramento de la segunda
regeneración": nuestra propia resurrección (Santo Tomás,
s.th. 3, 45, 4, ad 2). Desde ahora nosotros participamos en la Resurrección
del Señor por el Espíritu Santo que actúa en los sacramentos
del Cuerpo de Cristo. La Transfiguración nos concede una visión
anticipada de la gloriosa venida de Cristo "el cual transfigurará
este miserable cuerpo nuestro en un cuerpo glorioso como el suyo" (Flp 3,
21). Pero ella nos recuerda también que "es necesario que pasemos
por muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios" (Hch 14, 22):
Pedro no había comprendido eso cuando deseaba
vivir con Cristo en la montaña (cf. Lc 9, 33). Te ha reservado eso,
oh Pedro, para después de la muerte. Pero ahora, él mismo dice:
Desciende para penar en la tierra, para servir en la tierra, para ser despreciado
y crucificado en la tierra. La Vida desciende para hacerse matar; el Pan desciende
para tener hambre; el Camino desciende para fatigarse andando; la Fuente
desciende para sentir la sed; y tú, ¿vas a negarte a sufrir?
(S. Agustín, serm. 78, 6).
La subida de Jesús a Jerusalén
557 "Como se iban
cumpliendo los días de su asunción, él se afirmó
en su voluntad de ir a Jerusalén" (Lc 9, 51; cf. Jn 13, 1). Por esta
decisión, manifestaba que subía a Jerusalén dispuesto
a morir. En tres ocasiones había repetido el anuncio de su Pasión
y de su Resurrección (cf. Mc 8, 31-33; 9, 31-32; 10, 32-34). Al dirigirse
a Jerusalén dice: "No cabe que un profeta perezca fuera de Jerusalén"
(Lc 13, 33).
558 Jesús recuerda el martirio de los profetas
que habían sido muertos en Jerusalén (cf. Mt 23, 37a). Sin embargo,
persiste en llamar a Jerusalén a reunirse en torno a él: "¡Cuántas
veces he querido reunir a tus hijos, como una gallina reúne a sus
pollos bajo las alas y no habéis querido!" (Mt 23, 37b). Cuando está
a la vista de Jerusalén, llora sobre ella y expresa una vez más
el deseo de su corazón:" ¡Si también tú conocieras
en este día el mensaje de paz! pero ahora está oculto a tus
ojos" (Lc 19, 41-42).
La entrada mesiánica de Jesús en Jerusalén
559 ¿Cómo
va a acoger Jerusalén a su Mesías? Jesús rehuyó
siempre las tentativas populares de hacerle rey (cf. Jn 6, 15), pero elige
el momento y prepara los detalles de su entrada mesiánica en la ciudad
de "David, su Padre" (Lc 1,32; cf. Mt 21, 1-11). Es aclamado como hijo de
David, el que trae la salvación ("Hosanna" quiere decir "¡sálvanos!",
"Danos la salvación!"). Pues bien, el "Rey de la Gloria" (Sal 24,
7-10) entra en su ciudad "montado en un asno" (Za 9, 9): no conquista a la
hija de Sión, figura de su Iglesia, ni por la astucia ni por la violencia,
sino por la humildad que da testimonio de la Verdad (cf. Jn 18, 37). Por
eso los súbditos de su Reino, aquel día fueron los niños
(cf. Mt 21, 15-16; Sal 8, 3) y los "pobres de Dios", que le aclamaban como
los ángeles lo anunciaron a los pastores (cf. Lc 19, 38; 2, 14).
Su aclamación "Bendito el que viene en el nombre del Señor"
(Sal 118, 26), ha sido recogida por la Iglesia en el "Sanctus" de la liturgia
eucarística para introducir al memorial de la Pascua del Señor.
560 La entrada de Jesús en Jerusalén manifiesta
la venida del Reino que el Rey-Mesías llevará a cabo mediante
la Pascua de su Muerte y de su Resurrección. Con su celebración,
el domingo de Ramos, la liturgia de la Iglesia abre la Semana Santa.
RESUMEN
561 "La vida entera
de Cristo fue una continua enseñanza: su silencio, sus milagros, sus
gestos, su oración, su amor al hombre, su predilección por
los pequeños y los pobres, la aceptación total del sacrificio
en la cruz por la salvación del mundo, su resurrección, son
la actuación de su palabra y el cumplimiento de la revelación"
(CT 9).
562 Los discípulos de Cristo deben asemejarse
a él hasta que él crezca y se forme en ellos (cf. Ga 4, 19).
"Por eso somos integrados en los misterios de su vida: con él estamos
identificados, muertos y resucitados hasta que reinemos con él (LG
7).
563 Pastor o mago, nadie puede alcanzar a Dios aquí
abajo sino arrodillándose ante el pesebre de Belén y adorando
a Dios escondido en la debilidad de un niño.
564 Por su sumisión a María y a José,
así como por su humilde trabajo durante largos años en Nazaret,
Jesús nos da el ejemplo de la santidad en la vida cotidiana de la
familia y del trabajo.
565 Desde el comienzo de su vida pública, en su
bautismo, Jesús es el "Siervo" enteramente consagrado a la obra redentora
que llevará a cabo en el "bautismo" de su pasión.
566 La tentación en el desierto muestra a Jesús,
humilde Mesías que triunfa de Satanás mediante su total adhesión
al designio de salvación querido por el Padre.
567 El Reino de los cielos ha sido inaugurado en la tierra
por Cristo. "Se manifiesta a los hombres en las palabras, en las obras y
en la presencia de Cristo" (LG 5). La Iglesia es el germen y el comienzo
de este Reino. Sus llaves son confiadas a Pedro.
568 La Transfiguración de Cristo tiene por finalidad
fortalecer la fe de los Apóstoles ante la proximidad de la Pasión:
la subida a un "monte alto" prepara la subida al Calvario. Cristo, Cabeza
de la Iglesia, manifiesta lo que su cuerpo contiene e irradia en los sacramentos:
"la esperanza de la gloria" (Col 1, 27) (cf. S. León Magno, serm.
51, 3).
569 Jesús ha subido voluntariamente a Jerusalén
sabiendo perfectamente que allí moriría de muerte violenta
a causa de la contradicción de los pecadores (cf. Hb 12,3).
570 La entrada de Jesús en Jerusalén manifiesta
la venida del Reino que el Rey-Mesías, recibido en su ciudad por
los niños y por los humildes de corazón, va a llevar a cabo
por la Pascua de su Muerte y de su Resurrección.
Artículo 4 “JESUCRISTO PADECIO
BAJO EL PODER DE PONCIO PILATO, FUE CRUCIFICADO, MUERTOY SEPULTADO”
571 El Misterio pascual de la Cruz y de la Resurrección
de Cristo está en el centro de la Buena Nueva que los Apóstole
s, y la Iglesia a continuación de ellos, deben anunciar al
mundo. El designio salvador de Dios se ha cumplido de "una vez por todas"
(Hb 9, 26) por la muerte redentora de su Hijo Jesucristo.
572 La Iglesia permanece fiel a "la interpretación
de todas las Escrituras" dada por Jesús mismo, tanto antes como después
de su Pascua: "¿No era necesario que Cristo padeciera eso y entrara
así en su gloria?" (Lc 24, 26-27, 44-45). Los padecimientos de Jesús
han tomado una forma histórica concreta por el hecho de haber sido
"reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas" (Mc 8,
31), que lo "entregaron a los gentiles, para burlarse de él, azotarle
y crucificarle" (Mt 20, 19).
573 Por lo tanto, la fe puede escrutar las circunstancias
de la muerte de Jesús, que han sido transmitidas fielmente por los
Evangelios (cf. DV 19) e iluminadas por otras fuentes históricas,
a fin de comprender mejor el sentido de la Redención.
Párrafo 1 JESUS E ISRAEL
574 Desde los comienzos
del ministerio público de Jesús, fariseos y partidarios de
Herodes, junto con sacerdotes y escribas, se pusieron de acuerdo para perderle
(cf. Mc 3, 6). Por algunas de sus obras (expulsión de demonios, cf.
Mt 12, 24; perdón de los pecados, cf. Mc 2, 7; curaciones en sábado,
cf. 3, 1-6; interpretación original de los preceptos de pureza de
la Ley, cf. Mc 7, 14-23; familiaridad con los publicanos y los pecadores
públicos, (cf. Mc 2, 14-17), Jesús apareció a algunos
malintencionados sospechoso de posesión diabólica (cf. Mc 3,
22; Jn 8, 48; 10, 20). Se le acusa de blasfemo (cf. Mc 2, 7; Jn 5,18; 10,
33) y de falso profetismo (cf. Jn 7, 12; 7, 52), crímenes religiosos
que la Ley castigaba con pena de muerte a pedradas (cf. Jn 8, 59; 10, 31).
575 Muchas de las obras y de las palabras de Jesús
han sido, pues, un "signo de contradicción" (Lc 2, 34) para las autoridades
religiosas de Jerusalén, aquellas a las que el Evangelio de S. Juan
denomina con frecuencia "los Judíos" (cf. Jn 1, 19; 2, 18; 5, 10;
7, 13; 9, 22; 18, 12; 19, 38; 20, 19), más incluso que a la generalidad
del pueblo de Dios (cf. Jn 7, 48-49). Ciertamente, sus relaciones con los
fariseos no fueron solamente polémicas. Fueron unos fariseos los
que le previnieron del peligro que corría (cf. Lc 13, 31). Jesús
alaba a alguno de ellos como al escriba de Mc 12, 34 y come varias
veces en casa de fariseos (cf. Lc 7, 36; 14, 1). Jesús confirma doctrinas
sostenidas por esta élite religiosa del pueblo de Dios: la resurrección
de los muertos (cf. Mt 22, 23-34; Lc 20, 39), las formas de piedad (limosna,
ayuno y oración, cf. Mt 6, 18) y la costumbre de dirigirse a Dios
como Padre, carácter central del mandamiento de amor a Dios y al prójimo
(cf. Mc 12, 28-34).
576 A los ojos de muchos en Israel, Jesús parece
actuar contra las instituciones esenciales del Pueblo elegido:
– Contra el sometimiento a la Ley en la integridad de sus preceptos escritos,
y, para los fariseos, su interpretación por la tradición oral.
– Contra el carácter central del Templo de Jerusalén como
lugar santo donde Dios habita de una manera privilegiada.
– Contra la fe en el Dios único, cuya gloria ningún hombre
puede compartir.
I JESUS Y LA LEY
577 Al comienzo del
Sermón de la montaña, Jesús hace una advertencia solemne
presentando la Ley dada por Dios en el Sinaí con ocasión de
la Primera Alianza, a la luz de la gracia de la Nueva Alianza:
"No penséis que he venido a abolir la Ley y los
Profetas. No he venido a abolir sino a dar cumplimiento. Sí, os lo
aseguro: el cielo y la tierra pasarán antes que pase una i o un ápice
de la Ley sin que todo se haya cumplido. Por tanto, el que quebrante uno
de estos mandamientos menores, y así lo enseñe a los hombres,
será el menor en el Reino de los cielos; en cambio el que los observe
y los enseñe, ese será grande en el Reino de los cielos" (Mt
5, 17-19).
578 Jesús, el Mesías de Israel, por lo
tanto el más grande en el Reino de los cielos, se debía sujetar
a la Ley cumpliéndola en su totalidad hasta en sus menores preceptos,
según sus propias palabras. Incluso es el único en poderlo
hacer perfectamente (cf. Jn 8, 46). Los judíos, según su propia
confesión, jamás han podido cumplir jamás la Ley en
su totalidad, sin violar el menor de sus preceptos (cf. Jn 7, 19; Hch 13,
38-41; 15, 10). Por eso, en cada fiesta anual de la Expiación, los
hijos de Israel piden perdón a Dios por sus transgresiones de la Ley.
En efecto, la Ley constituye un todo y, como recuerda Santiago, "quien observa
toda la Ley, pero falta en un solo precepto, se hace reo de todos" (St 2,
10; cf. Ga 3, 10; 5, 3).
579 Este principio de integridad en la observancia de
la Ley, no sólo en su letra sino también en su espíritu,
era apreciado por los fariseos. Al subrayarlo para Israel, muchos judíos
del tiempo de Jesús fueron conducidos a un celo religioso extremo
(cf. Rm 10, 2), el cual, si no quería convertirse en una casuística
"hipócrita" (cf. Mt 15, 3-7; Lc 11, 39-54) no podía más
que preparar al pueblo a esta intervención inaudita de Dios que será
la ejecución perfecta de la Ley por el único Justo en lugar
de todos los pecadores (cf. Is 53, 11; Hb 9, 15).
580 El cumplimiento perfecto de la Ley no podía
ser sino obra del divino Legislador que nació sometido a la Ley en
la persona del Hijo (cf Ga 4, 4). En Jesús la Ley ya no aparece grabada
en tablas de piedra sino "en el fondo del corazón" (Jr 31, 33) del
Siervo, quien, por "aportar fielmente el derecho" (Is 42, 3), se ha convertido
en "la Alianza del pueblo" (Is 42, 6). Jesús cumplió la Ley
hasta tomar sobre sí mismo "la maldición de la Ley" (Ga 3,
13) en la que habían incurrido los que no "practican todos los preceptos
de la Ley" (Ga 3, 10) porque, ha intervenido su muerte para remisión
de las transgresiones de la Primera Alianza" (Hb 9, 15).
581 Jesús fue considerado por los Judíos
y sus jefes espirituales como un "rabbi" (cf. Jn 11, 28; 3, 2; Mt 22, 23-24,
34-36). Con frecuencia argumentó en el marco de la interpretación
rabínica de la Ley (cf. Mt 12, 5; 9, 12; Mc 2, 23-27; Lc 6, 6-9;
Jn 7, 22-23). Pero al mismo tiempo, Jesús no podía menos que
chocar con los doctores de la Ley porque no se contentaba con proponer su
interpretación entre los suyos, sino que "enseñaba como quien
tiene autoridad y no como sus escribas" (Mt 7, 28-29). La misma Palabra
de Dios, que resonó en el Sinaí para dar a Moisés la
Ley escrita, es la que en él se hace oír de nuevo en el Monte
de las Bienaventuranzas (cf. Mt 5, 1). Esa palabra no revoca la Ley sino
que la perfecciona aportando de modo divino su interpretación definitiva:
"Habéis oído también que se dijo a los antepasados ...
pero yo os digo" (Mt 5, 33-34). Con esta misma autoridad divina, desaprueba
ciertas "tradiciones humanas" (Mc 7, 8) de los fariseos que "anulan la Palabra
de Dios" (Mc 7, 13).
582 Yendo más lejos, Jesús da plenitud
a la Ley sobre la pureza de los alimentos, tan importante en la vida cotidiana
judía, manifestando su sentido "pedagógico" (cf. Ga 3, 24)
por medio de una interpretación divina: "Todo lo que de fuera entra
en el hombre no puede hacerle impuro ... -así declaraba puros todos
los alimentos- ... Lo que sale del hombre, eso es lo que hace impuro al hombre.
Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen las intenciones
malas" (Mc 7, 18-21). Jesús, al dar con autoridad divina la interpretación
definitiva de la Ley, se vio enfrentado a algunos doctores de la Ley que
no recibían su interpretación a pesar de estar garantizada
por los signos divinos con que la acompañaba (cf. Jn 5, 36; 10, 25.
37-38; 12, 37). Esto ocurre, en particular, respecto al problema del sábado:
Jesús recuerda, frecuentemente con argumentos rabínicos (cf.
Mt 2,25-27; Jn 7, 22-24), que el descanso del sábado no se quebranta
por el servicio de Dios (cf. Mt 12, 5; Nm 28, 9) o al prójimo (cf.
Lc 13, 15-16; 14, 3-4) que realizan sus curaciones.
II JESUS Y EL TEMPLO
583 Como los profetas
anteriores a él, Jesús profesó el más profundo
respeto al Templo de Jerusalén. Fue presentado en él por José
y María cuarenta días después de su nacimiento (Lc.
2, 22-39). A la edad de doce años, decidió quedarse en el Templo
para recordar a sus padres que se debía a los asuntos de su Padre
(cf. Lc 2, 46-49). Durante su vida oculta, subió allí todos
los años al menos con ocasión de la Pascua (cf. Lc 2, 41);
su ministerio público estuvo jalonado por sus peregrinaciones a Jerusalén
con motivo de las grandes fiestas judías (cf. Jn 2, 13-14; 5, 1. 14;
7, 1. 10. 14; 8, 2; 10, 22-23).
584 Jesús subió al Templo como al
lugar privilegiado para el encuentro con Dios. El Templo era para él
la casa de su Padre, una casa de oración, y se indigna porque el atrio
exterior se haya convertido en un mercado (Mt 21, 13). Si expulsa a los
mercaderes del Templo es por celo hacia las cosas de su Padre: "no hagáis
de la Casa de mi Padre una casa de mercado. Sus discípulos se acordaron
de que estaba escrito: 'El celo por tu Casa me devorará' (Sal 69,
10)" (Jn 2, 16-17). Después de su Resurrección, los Apóstoles
mantuvieron un respeto religioso hacia el Templo (cf. Hch 2, 46; 3, 1; 5,
20. 21; etc.).
585 Jesús anunció, no obstante, en el
umbral de su Pasión, la ruina de ese espléndido edificio del
cual no quedará piedra sobre piedra (cf. Mt 24, 1-2). Hay aquí
un anuncio de una señal de los últimos tiempos que se van a
abrir con su propia Pascua (cf. Mt 24, 3; Lc 13, 35). Pero esta profecía
pudo ser deformada por falsos testigos en su interrogatorio en casa del sumo
sacerdote (cf. Mc 14, 57-58) y serle reprochada como injuriosa cuando estaba
clavado en la cruz (cf. Mt 27, 39-40).
586 Lejos de haber sido hostil al Templo (cf. Mt 8,
4; 23, 21; Lc 17, 14; Jn 4, 22) donde expuso lo esencial de su enseñanza
(cf. Jn 18, 20), Jesús quiso pagar el impuesto del Templo asociándose
con Pedro (cf. Mt 17, 24-27), a quien acababa de poner como fundamento de
su futura Iglesia (cf. Mt 16, 18). Aún más, se identificó
con el Templo presentándose como la morada definitiva de Dios entre
los hombres (cf. Jn 2, 21; Mt 12, 6). Por eso su muerte corporal (cf. Jn
2, 18-22) anuncia la destrucción del Templo que señalará
la entrada en una nueva edad de la historia de la salvación:"Llega
la hora en que, ni en este monte, ni en Jerusalén adoraréis
al Padre"(Jn 4, 21; cf. Jn 4, 23-24; Mt 27, 51; Hb 9, 11; Ap 21, 22).
III JESUS Y LA FE DE ISRAEL EN EL DIOS UNICO
Y SALVADOR
587 Si la Ley y el
Templo pudieron ser ocasión de "contradicción" (cf. Lc 2,
34) entre Jesús y las autoridades religiosas de Israel, la razón
está en que Jesús, para la redención de los pecados
-obra divina por excelencia- acepta ser verdadera piedra de escándalo
para aquellas autoridades (cf. Lc 20, 17-18; Sal 118, 22).
588 Jesús escandalizó a los fariseos comiendo
con los publicanos y los pecadores (cf. Lc 5, 30) tan familiarmente como
con ellos mismos (cf. Lc 7, 36; 11, 37; 14, 1). Contra algunos de los "que
se tenían por justos y despreciaban a los demás" (Lc 18, 9;
cf. Jn 7, 49; 9, 34), Jesús afirmó: "No he venido a llamar
a conversión a justos, sino a pecadores" (Lc 5, 32). Fue más
lejos todavía al proclamar frente a los fariseos que, siendo el pecado
una realidad universal (cf. Jn 8, 33-36), los que pretenden no tener necesidad
de salvación se ciegan con respecto a sí mismos (cf. Jn 9,
40-41).
589 Jesús escandalizó sobre todo
porque identificó su conducta misericordiosa hacia los pecadores con
la actitud de Dios mismo con respecto a ellos (cf. Mt 9, 13; Os 6, 6). Llegó
incluso a dejar entender que compartiendo la mesa con los pecadores (cf.
Lc 15, 1-2), los admitía al banquete mesiánico (cf. Lc 15,
22-32). Pero es especialmente, al perdonar los pecados, cuando Jesús
puso a las autoridades de Israel ante un dilema. Porque como ellas dicen,
justamente asombradas, "¿Quién puede perdonar los pecados sino
sólo Dios?" (Mc 2, 7). Al perdonar los pecados, o bien Jesús
blasfema porque es un hombre que pretende hacerse igual a Dios (cf. Jn 5,
18; 10, 33) o bien dice verdad y su persona hace presente y revela el Nombre
de Dios (cf. Jn 17, 6-26).
590 Sólo la identidad divina de la persona de
Jesús puede justificar una exigencia tan absoluta como ésta:
"El que no está conmigo está contra mí" (Mt 12, 30);
lo mismo cuando dice que él es "más que Jonás ... más
que Salomón" (Mt 12, 41-42), "más que el Templo" (Mt 12, 6);
cuando recuerda, refiriéndose a que David llama al Mesías su
Señor (cf. Mt 12, 36-37), cuando afirma: "Antes que naciese Abraham,
Yo soy" (Jn 8, 58); e incluso: "El Padre y yo somos una sola cosa" (Jn 10,
30).
591 Jesús pidió a las autoridades religiosas
de Jerusalén creer en él en virtud de las obras de su Padre
que el realizaba (Jn 10, 36-38). Pero tal acto de fe debía pasar
por una misteriosa muerte a sí mismo para un nuevo "nacimiento de
lo alto" (Jn 3, 7) atraído por la gracia divina (cf. Jn 6, 44). Tal
exigencia de conversión frente a un cumplimiento tan sorprendente
de las promesas (cf. Is 53, 1) permite comprender el trágico desprecio
del sanhedrín al estimar que Jesús merecía la muerte
como blasfemo (cf. Mc 3, 6; Mt 26, 64-66). Sus miembros obraban así
tanto por "ignorancia" (cf. Lc 23, 34;Hch 3, 17-18) como por el "endurecimiento"
(Mc 3, 5;Rm 11, 25) de la "incredulidad" (Rm 11, 20).
RESUMEN
592 Jesús no
abolió la Ley del Sinaí, sino que la perfeccionó (cf.
Mt 5, 17-19) de tal modo (cf. Jn 8, 46) que reveló su hondo sentido
(cf. Mt 5, 33) y satisfizo por las transgresiones contra ella (cf. Hb 9,
15).
593 Jesús veneró el Templo subiendo a él
en peregrinación en las fiestas judías y amó con gran
celo esa morada de Dios entre los hombres. El Templo prefigura su Misterio.
Anunciando la destrucción del templo anuncia su propia muerte y la
entrada en una nueva edad de la historia de la salvación, donde su
cuerpo será el Templo definitivo.
594 Jesús realizó obras como el perdón
de los pecados que lo revelaron como Dios Salvador (cf. Jn 5,
16-18). Algunos judíos que no le reconocían como Dios hecho
hombre (cf. Jn 1, 14) veían en él a "un hombre que se hace
Dios" (Jn 10, 33), y lo juzgaron como un blasfemo.
Párrafo 2 JESUS MURIO CRUCIFICADO
I EL PROCESO DE JESUS
Divisiones de las autoridades judías respecto
a Jesús
595 Entre las autoridades
religiosas de Jerusalén, no solamente el fariseo Nicodemo (cf. Jn
7, 50) o el notable José de Arimatea eran en secreto discípulos
de Jesús (cf. Jn 19, 38-39), sino que durante mucho tiempo hubo disensiones
a propósito de El (cf. Jn 9, 16-17; 10, 19-21) hasta el punto de
que en la misma víspera de su pasión, S. Juan pudo decir de
ellos que "un buen número creyó en él", aunque de una
manera muy imperfecta (Jn 12, 42). Eso no tiene nada de extraño si
se considera que al día siguiente de Pentecostés "multitud
de sacerdotes iban aceptando la fe" (Hch 6, 7) y que "algunos de la secta
de los Fariseos ... habían abrazado la fe" (Hch 15, 5) hasta el punto
de que Santiago puede decir a S. Pablo que "miles y miles de judíos
han abrazado la fe, y todos son celosos partidarios de la Ley" (Hch 21, 20).
596 Las autoridades religiosas de Jerusalén no
fueron unánimes en la conducta a seguir respecto de Jesús (cf.
Jn 9, 16; 10, 19). Los fariseos amenazaron de excomunión a los que
le siguieran (cf. Jn 9, 22). A los que temían que "todos creerían
en él; y vendrían los romanos y destruirían nuestro
Lugar Santo y nuestra nación" (Jn 11, 48), el sumo sacerdote Caifás
les propuso profetizando: "Es mejor que muera uno solo por el pueblo y no
que perezca toda la nación" (Jn 11, 49-50). El Sanedrín declaró
a Jesús "reo de muerte" (Mt 26, 66) como blasfemo, pero, habiendo
perdido el derecho a condenar a muerte a nadie (cf. Jn 18, 31), entregó
a Jesús a los romanos acusándole de revuelta política
(cf. Lc 23, 2) lo que le pondrá en paralelo con Barrabás acusado
de "sedición" (Lc 23, 19). Son también las amenazas políticas
las que los sumos sacerdotes ejercen sobre Pilato para que éste
condene a muerte a Jesús (cf. Jn 19, 12. 15. 21).
Los Judíos no son responsables colectivamente
de la muerte de Jesús
597 Teniendo en cuenta
la complejidad histórica manifestada en las narraciones evangélicas
sobre el proceso de Jesús y sea cual sea el pecado personal de los
protagonistas del proceso (Judas, el Sanedrín, Pilato) lo cual solo
Dios conoce, no se puede atribuir la responsabilidad del proceso al conjunto
de los judíos de Jerusalén, a pesar de los gritos de una muchedumbre
manipulada (Cf. Mc 15, 11) y de las acusaciones colectivas contenidas en
las exhortaciones a la conversión después de Pentecostés
(cf. Hch 2, 23. 36; 3, 13-14; 4, 10; 5, 30; 7, 52; 10, 39; 13, 27-28; 1
Ts 2, 14-15). El mismo Jesús perdonando en la Cruz (cf. Lc 23, 34)
y Pedro siguiendo su ejemplo apelan a "la ignorancia" (Hch 3, 17) de los
Judíos de Jerusalén e incluso de sus jefes. Y aún menos,
apoyándose en el grito del pueblo: "¡Su sangre sobre nosotros
y sobre nuestros hijos!" (Mt 27, 25), que significa una fórmula de
ratificación (cf. Hch 5, 28; 18, 6), se podría ampliar esta
responsabilidad a los restantes judíos en el espacio y en el tiempo:
Tanto es así que la Iglesia ha declarado en el
Concilio Vaticano II: "Lo que se perpetró en su pasión no
puede ser imputado indistintamente a todos los judíos que vivían
entonces ni a los judíos de hoy...no se ha de señalar a los
judíos como reprobados por Dios y malditos como si tal cosa se dedujera
de la Sagrada Escritura" (NA 4).
Todos los pecadores fueron los autores de la Pasión
de Cristo
598 La Iglesia, en el magisterio de su fe y en el testimonio
de sus santos no ha olvidado jamás que "los pecadores mismos fueron
los autores y como los instrumentos de todas las penas que soportó
el divino Redentor" (Catech. R. I, 5, 11; cf. Hb 12, 3). Teniendo en cuenta
que nuestros pecados alcanzan a Cristo mismo (cf. Mt 25, 45; Hch 9, 4-5),
la Iglesia no duda en imputar a los cristianos la responsabilidad más
grave en el suplicio de Jesús, responsabilidad con la que ellos con
demasiada frecuencia, han abrumado únicamente a los judíos:
Debemos considerar como culpables de esta horrible falta
a los que continúan recayendo en sus pecados. Ya que son nuestras
malas acciones las que han hecho sufrir a Nuestro Señor Jesucristo
el suplicio de la cruz, sin ninguna duda los que se sumergen en los desórdenes
y en el mal "crucifican por su parte de nuevo al Hijo de Dios y le exponen
a pública infamia (Hb 6, 6). Y es necesario reconocer que nuestro
crimen en este caso es mayor que el de los Judíos. Porque según
el testimonio del Apóstol, "de haberlo conocido ellos no habrían
crucificado jamás al Señor de la Gloria" (1 Co 2, 8). Nosotros,
en cambio, hacemos profesión de conocerle. Y cuando renegamos de
El con nuestras acciones, ponemos de algún modo sobre El nuestras
manos criminales (Catech. R. 1, 5, 11).
Y los demonios no son los que le han crucificado; eres
tú quien con ellos lo has crucificado y lo sigues crucificando todavía,
deleitándote en los vicios y en los pecados (S. Francisco de Asís,
admon. 5, 3).
II LA MUERTE REDENTORA DE CRISTO
EN EL DESIGNIO DIVINO DE SALVACION
"Jesús entregado según el preciso designio
de Dios"
599 La muerte violenta
de Jesús no fue fruto del azar en una desgraciada constelación
de circunstancias. Pertenece al misterio del designio de Dios, como lo explica
S. Pedro a los judíos de Jerusalén ya en su primer discurso
de Pentecostés: "fue entregado según el determinado designio
y previo conocimiento de Dios" (Hch 2, 23). Este lenguaje bíblico
no significa que los que han "entregado a Jesús" (Hch 3, 13) fuesen
solamente ejecutores pasivos de un drama escrito de antemano por Dios.
600 Para Dios todos los momentos del tiempo están
presentes en su actualidad. Por tanto establece su designio eterno de "predestinación"
incluyendo en él la respuesta libre de cada hombre a su gracia: "Sí,
verdaderamente, se han reunido en esta ciudad contra tu santo siervo Jesús,
que tú has ungido, Herodes y Poncio Pilato con las naciones gentiles
y los pueblos de Israel (cf. Sal 2, 1-2), de tal suerte que ellos han cumplido
todo lo que, en tu poder y tu sabiduría, habías predestinado"
(Hch 4, 27-28). Dios ha permitido los actos nacidos de su ceguera (cf. Mt
26, 54; Jn 18, 36; 19, 11) para realizar su designio de salvación
(cf. Hch 3, 17-18).
"Muerto por nuestros pecados según las Escrituras"
601 Este designio
divino de salvación a través de la muerte del "Siervo, el
Justo" (Is 53, 11;cf. Hch 3, 14) había sido anunciado antes en la
Escritura como un misterio de redención universal, es decir, de rescate
que libera a los hombres de la esclavitud del pecado (cf. Is 53, 11-12;
Jn 8, 34-36). S. Pablo profesa en una confesión de fe que dice haber
"recibido" (1 Co 15, 3) que "Cristo ha muerto por nuestros pecados según
las Escrituras" (ibidem: cf. también Hch 3, 18; 7, 52; 13, 29; 26,
22-23). La muerte redentora de Jesús cumple, en particular, la profecía
del Siervo doliente (cf. Is 53, 7-8 y Hch 8, 32-35). Jesús mismo
presentó el sentido de su vida y de su muerte a la luz del Siervo
doliente (cf. Mt 20, 28). Después de su Resurrección dio esta
interpretación de las Escrituras a los discípulos de Emaús
(cf. Lc 24, 25-27), luego a los propios apóstoles (cf. Lc 24, 44-45).
"Dios le hizo pecado por nosotros"
602 En consecuencia,
S. Pedro pudo formular así la fe apostólica en el designio
divino de salvación: "Habéis sido rescatados de la conducta
necia heredada de vuestros padres, no con algo caduco, oro o plata, sino
con una sangre preciosa, como de cordero sin tacha y sin mancilla, Cristo,
predestinado antes de la creación del mundo y manifestado en los
últimos tiempos a causa de vosotros" (1 P 1, 18-20). Los pecados
de los hombres, consecuencia del pecado original, están sancionados
con la muerte (cf. Rm 5, 12; 1 Co 15, 56). Al enviar a su propio Hijo en
la condición de esclavo (cf. Flp 2, 7), la de una humanidad caída
y destinada a la muerte a causa del pecado (cf. Rm 8, 3), Dios "a quien no
conoció pecado, le hizo pecado por nosotros, para que viniésemos
a ser justicia de Dios en él" (2 Co 5, 21).
603 Jesús no conoció la reprobación
como si él mismo hubiese pecado (cf. Jn 8, 46). Pero, en el amor
redentor que le unía siempre al Padre (cf. Jn 8, 29), nos asumió
desde el alejamiento con relación a Dios por nuestro pecado hasta
el punto de poder decir en nuestro nombre en la cruz: "Dios mío,
Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" (Mc 15, 34;
Sal 22,2). Al haberle hecho así solidario con nosotros, pecadores,
"Dios no perdonó ni a su propio Hijo, antes bien le entregó
por todos nosotros" (Rm 8, 32) para que fuéramos "reconciliados con
Dios por la muerte de su Hijo" (Rm 5, 10).
Dios tiene la iniciativa del amor redentor universal
604 Al entregar a
su Hijo por nuestros pecados, Dios manifiesta que su designio sobre nosotros
es un designio de amor benevolente que precede a todo mérito por
nuestra parte: "En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado
a Dios, sino en que El nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación
por nuestros pecados" (1 Jn 4, 10; cf. 4, 19). "La prueba de que Dios nos
ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió
por nosotros" (Rm 5, 8).
605 Jesús ha recordado al final de la parábola
de la oveja perdida que este amor es sin excepción: "De la misma
manera, no es voluntad de vuestro Padre celestial que se pierda uno de estos
pequeños" (Mt 18, 14). Afirma "dar su vida en rescate por muchos"
(Mt 20, 28); este último término no es restrictivo: opone
el conjunto de la humanidad a la única persona del Redentor que se
entrega para salvarla (cf. Rm 5, 18-19). La Iglesia, siguiendo a los Apóstoles
(cf. 2 Co 5, 15; 1 Jn 2, 2), enseña que Cristo ha muerto por todos
los hombres sin excepción: "no hay, ni hubo ni habrá hombre
alguno por quien no haya padecido Cristo" (Cc Quiercy en el año 853:
DS 624).
III CRISTO SE OFRECIO A SU PADRE POR NUESTROS PECADOS
Toda la vida de Cristo es ofrenda al Padre
606 El Hijo de Dios
"bajado del cielo no para hacer su voluntad sino la del Padre que le ha
enviado" (Jn 6, 38), "al entrar en este mundo, dice: ... He aquí
que vengo ... para hacer, oh Dios, tu voluntad ... En virtud de esta voluntad
somos santificados, merced a la oblación de una vez para siempre
del cuerpo de Jesucristo" (Hb 10, 5-10). Desde el primer instante de su
Encarnación el Hijo acepta el designio divino de salvación
en su misión redentora: "Mi alimento es hacer la voluntad del que
me ha enviado y llevar a cabo su obra" (Jn 4, 34). El sacrificio de Jesús
"por los pecados del mundo entero" (1 Jn 2, 2), es la expresión de
su comunión de amor con el Padre: "El Padre me ama porque doy mi vida"
(Jn 10, 17). "El mundo ha de saber que amo al Padre y que obro según
el Padre me ha ordenado" (Jn 14, 31).
607 Este deseo de aceptar el designio de amor redentor
de su Padre anima toda la vida de Jesús (cf. Lc 12,50; 22, 15; Mt
16, 21-23) porque su Pasión redentora es la razón de ser de
su Encarnación: "¡Padre líbrame de esta hora! Pero ¡si
he llegado a esta hora para esto!" (Jn 12, 27). "El cáliz que me
ha dado el Padre ¿no lo voy a beber?" (Jn 18, 11). Y todavía
en la cruz antes de que "todo esté cumplido" (Jn 19, 30), dice: "Tengo
sed" (Jn 19, 28).
"El cordero que quita el pecado del mundo"
608 Juan Bautista,
después de haber aceptado bautizarle en compañía de
los pecadores (cf. Lc 3, 21; Mt 3, 14-15), vio y señaló a
Jesús como el "Cordero de Dios que quita los pecados del mundo" (Jn
1, 29; cf. Jn 1, 36). Manifestó así que Jesús es a
la vez el Siervo doliente que se deja llevar en silencio al matadero (Is
53, 7; cf. Jr 11, 19) y carga con el pecado de las multitudes (cf. Is 53,
12) y el cordero pascual símbolo de la Redención de Israel
cuando celebró la primera Pascua (Ex 12, 3-14;cf. Jn 19, 36; 1 Co
5, 7). Toda la vida de Cristo expresa su misión: "Servir y dar su
vida en rescate por muchos" (Mc 10, 45).
Jesús acepta libremente el amor redentor del
Padre
609 Jesús,
al aceptar en su corazón humano el amor del Padre hacia los hombres,
"los amó hasta el extremo" (Jn 13, 1) porque "Nadie tiene mayor amor
que el que da su vida por sus amigos" (Jn 15, 13). Tanto en el sufrimiento
como en la muerte, su humanidad se hizo el instrumento libre y perfecto
de su amor divino que quiere la salvación de los hombres (cf. Hb
2, 10. 17-18; 4, 15; 5, 7-9). En efecto, aceptó libremente su pasión
y su muerte por amor a su Padre y a los hombres que el Padre quiere salvar:
"Nadie me quita la vida; yo la doy voluntariamente" (Jn 10, 18). De aquí
la soberana libertad del Hijo de Dios cuando él mismo se encamina
hacia la muerte (cf. Jn 18, 4-6; Mt 26, 53).
Jesús anticipó en la cena la ofrenda libre
de su vida
610 Jesús expresó
de forma suprema la ofrenda libre de sí mismo en la cena tomada con
los Doce Apóstoles (cf Mt 26, 20), en "la noche en que fue entregado"(1
Co 11, 23). En la víspera de su Pasión, estando todavía
libre, Jesús hizo de esta última Cena con sus apóstoles
el memorial de su ofrenda voluntaria al Padre (cf. 1 Co 5, 7), por la salvación
de los hombres: "Este es mi Cuerpo que va a ser entregado por vosotros"
(Lc 22, 19). "Esta es mi sangre de la Alianza que va a ser derramada por
muchos para remisión de los pecados" (Mt 26, 28).
611 La Eucaristía que instituyó en este
momento será el "memorial" (1 Co 11, 25) de su sacrificio. Jesús
incluye a los apóstoles en su propia ofrenda y les manda perpetuarla
(cf. Lc 22, 19). Así Jesús instituye a sus apóstoles
sacerdotes de la Nueva Alianza: "Por ellos me consagro a mí mismo para
que ellos sean también consagrados en la verdad" (Jn 17, 19; cf. Cc
Trento: DS 1752, 1764).
La agonía de Getsemaní
612 El cáliz
de la Nueva Alianza que Jesús anticipó en la Cena al ofrecerse
a sí mismo (cf. Lc 22, 20), lo acepta a continuación de manos
del Padre en su agonía de Getsemaní (cf. Mt 26, 42) haciéndose
"obediente hasta la muerte" (Flp 2, 8; cf. Hb 5, 7-8). Jesús ora:
"Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz
.." (Mt 26, 39). Expresa así el horror que representa la muerte para
su naturaleza humana. Esta, en efecto, como la nuestra, está destinada
a la vida eterna; además, a diferencia de la nuestra, está
perfectamente exenta de pecado (cf. Hb 4, 15) que es la causa de la muerte
(cf. Rm 5, 12); pero sobre todo está asumida por la persona divina
del "Príncipe de la Vida" (Hch 3, 15), de "el que vive" (Ap 1, 18;
cf. Jn 1, 4; 5, 26). Al aceptar en su voluntad humana que se haga la voluntad
del Padre (cf. Mt 26, 42), acepta su muerte como redentora para "llevar nuestras
faltas en su cuerpo sobre el madero" (1 P 2, 24).
La muerte de Cristo es el sacrificio único y
definitivo
613 La muerte de Cristo
es a la vez el sacrificio pascual que lleva a cabo la redención definitiva
de los hombres (cf. 1 Co 5, 7; Jn 8, 34-36) por medio del "cordero que quita
el pecado del mundo" (Jn 1, 29; cf. 1 P 1, 19) y el sacrificio de la Nueva
Alianza (cf. 1 Co 11, 25) que devuelve al hombre a la comunión con
Dios (cf. Ex 24, 8) reconciliándole con El por "la sangre derramada
por muchos para remisión de los pecados" (Mt 26, 28;cf. Lv 16, 15-16).
614 Este sacrificio de Cristo es único, da plenitud
y sobrepasa a todos los sacrificios (cf. Hb 10, 10). Ante todo es un don
del mismo Dios Padre: es el Padre quien entrega al Hijo para reconciliarnos
con él (cf. Jn 4, 10). Al mismo tiempo es ofrenda del Hijo de Dios
hecho hombre que, libremente y por amor (cf. Jn 15, 13), ofrece su vida (cf.
Jn 10, 17-18) a su Padre por medio del Espíritu Santo (cf. Hb 9, 14),
para reparar nuestra desobediencia.
Jesús reemplaza nuestra desobediencia por su
obediencia
615 "Como por la desobediencia
de un solo hombre, todos fueron constituidos pecadores, así también
por la obediencia de uno solo todos serán constituidos justos" (Rm
5, 19). Por su obediencia hasta la muerte, Jesús llevó a cabo
la sustitución del Siervo doliente que "se dio a sí mismo
en expiación", "cuando llevó el pecado de muchos", a quienes
"justificará y cuyas culpas soportará" (Is 53, 10-12). Jesús
repara por nuestras faltas y satisface al Padre por nuestros pecados (cf.
Cc de Trento: DS 1529).
En la cruz, Jesús consuma su sacrificio
616 El "amor hasta
el extremo"(Jn 13, 1) es el que confiere su valor de redención y de
reparación, de expiación y de satisfacción al sacrificio
de Cristo. Nos ha conocido y amado a todos en la ofrenda de su vida (cf.
Ga 2, 20; Ef 5, 2. 25). "El amor de Cristo nos apremia al pensar que, si
uno murió por todos, todos por tanto murieron" (2 Co 5, 14). Ningún
hombre aunque fuese el más santo estaba en condiciones de tomar sobre
sí los pecados de todos los hombres y ofrecerse en sacrificio por
todos. La existencia en Cristo de la persona divina del Hijo, que al mismo
tiempo sobrepasa y abraza a todas las personas humanas, y que le constituye
Cabeza de toda la humanidad, hace posible su sacrificio redentor por todos.
617 "Sua sanctissima passione in ligno crucis nobis justif
icationem meruit" ("Por su sacratísima pasión en el madero
de la cruz nos mereció la justificación")enseña el Concilio
de Trento (DS 1529) subrayando el carácter único del sacrificio
de Cristo como "causa de salvación eterna" (Hb 5, 9). Y la Iglesia
venera la Cruz cantando: "O crux, ave, spes unica" ("Salve, oh cruz, única
esperanza", himno "Vexilla Regis").
Nuestra participación en el sacrificio de Cristo
618 La Cruz es el
único sacrificio de Cristo "único mediador entre Dios y los
hombres" (1 Tm 2, 5). Pero, porque en su Persona divina encarnada, "se ha
unido en cierto modo con todo hombre" (GS 22, 2), él "ofrece a todos
la posibilidad de que, en la forma de Dios sólo conocida, se asocien
a este misterio pascual" (GS 22, 5). El llama a sus discípulos a
"tomar su cruz y a seguirle" (Mt 16, 24) porque él "sufrió
por nosotros dejándonos ejemplo para que sigamos sus huellas" (1
P 2, 21). El quiere en efecto asociar a su sacrificio redentor a aquéllos
mismos que son sus primeros beneficiarios(cf. Mc 10, 39; Jn 21, 18-19; Col
1, 24). Eso lo realiza en forma excelsa en su Madre, asociada más
íntimamente que nadie al misterio de su sufrimiento redentor (cf.
Lc 2, 35):
Fuera de la Cruz no hay otra escala
por donde subir al cielo
(Sta. Rosa de Lima, vida)
RESUMEN
619 "Cristo murió por nuestros pecados según
las Escrituras"(1 Co 15, 3).
620 Nuestra salvación
procede de la iniciativa del amor de Dios hacia nosotros porque "El nos
amó y nos envió a su Hijo como propiciación por
nuestros pecados" (1 Jn 4, 10). "En Cristo estaba Dios reconciliando
al mundo consigo" (2 Co 5, 19).
621 Jesús se ofreció libremente por nuestra
salvación. Este don lo significa y lo realiza por anticipado durante
la última cena: "Este es mi cuerpo que va a ser entregado por
vosotros" (Lc 22, 19).
622 La redención de Cristo consiste en que él
"ha venido a dar su vida como rescate por muchos" (Mt 20, 28), es
decir "a amar a los suyos hasta el extremo" (Jn 13, 1) para que ellos fuesen
"rescatados de la conducta necia heredada de sus padres" (1 P 1, 18).
623 Por su obediencia amorosa a su Padre, "hasta la muerte
de cruz" (Flp 2, 8) Jesús cumplió la misión expiatoria
(cf. Is 53, 10) del Siervo doliente que "justifica a muchos cargando
con las culpas de ellos". (Is 53, 11; cf. Rm 5, 19).
Párrafo 3 JESUCRISTO FUE SEPULTADO
624 "Por la gracia
de Dios, gustó la muerte para bien de todos" (Hb 2, 9). En su designio
de salvación, Dios dispuso que su Hijo no solamente "muriese por
nuestros pecados" (1 Co 15, 3) sino también que "gustase la muerte",
es decir, que conociera el estado de muerte, el estado de separación
entre su alma y su cuerpo, durante el tiempo comprendido entre el momento
en que él expiró en la Cruz y el momento en que resucitó
. Este estado de Cristo muerto es el misterio del sepulcro y del descenso
a los infiernos. Es el misterio del Sábado Santo en el que Cristo
depositado en la tumba (cf. Jn 19, 42) manifiesta el gran reposo sabático
de Dios (cf. Hb 4, 4-9) después de realizar (cf. Jn 19, 30) la salvación
de los hombres, que establece en la paz el universo entero (cf. Col 1, 18-20).
El cuerpo de Cristo en el sepulcro
625 La permanencia
de Cristo en el sepulcro constituye el vínculo real entre el estado
pasible de Cristo antes de Pascua y su actual estado glorioso de resucitado.
Es la misma persona de "El que vive" que puede decir: "estuve muerto, pero
ahora estoy vivo por los siglos de los siglos" (Ap 1, 18):
Dios [el Hijo] no impidió a la muerte separar
el alma del cuerpo, según el orden necesario de la natur aleza pero
los reunió de nuevo, uno con otro, por medio de la Resurrección,
a fin de ser El mismo en persona el punto de encuentro de la muerte y de
la vida deteniendo en él la descomposición de la naturaleza
que produce la muerte y resultando él mismo el principio de reunión
de las partes separadas (S. Gregorio Niceno, or. catech. 16).
626 Ya que el "Príncipe de la vida que fue llevado
a la muerte" (Hch 3,15) es al mismo tiempo "el Viviente que ha resucitado"
(Lc 24, 5-6), era necesario que la persona divina del Hijo de Dios haya
continuado asumiendo su alma y su cuerpo separados entre sí por la
muerte:
Por el hecho de que en la muerte de Cristo el alma haya
sido separada de la carne, la persona única no se encontró
dividida en dos personas; porque el cuerpo y el alma de Cristo existieron
por la misma razón desde el principio en la persona del Verbo; y en
la muerte, aunque separados el uno de la otra, permanecieron cada cual con
la misma y única persona del Verbo (S. Juan Damasceno, f.o. 3, 27).
"No dejarás que tu santo vea la corrupción"
627 La muerte de Cristo
fue una verdadera muerte en cuanto que puso fin a su existencia humana terrena.
Pero a causa de la unión que la Persona del Hijo conservó
con su cuerpo, éste no fue un despojo mortal como los demás
porque "no era posible que la muerte lo dominase" (Hch 2, 24) y por eso
de Cristo se puede decir a la vez: "Fue arrancado de la tierra de los vivos"
(Is 53, 8); y: "mi carne reposará en la esperanza de que no abandonarás
mi alma en el Hades ni permitirás que tu santo experimente la corrupción"
(Hch 2,26-27; cf.Sal 16, 9-10). La Resurrección de Jesús "al
tercer día" (1Co 15, 4; Lc 24, 46; cf. Mt 12, 40; Jon 2, 1; Os 6,
2) era el signo de ello, también porque se suponía que la corrupción
se manifestaba a partir del cuarto día (cf. Jn 11, 39).
"Sepultados con Cristo ... "
628 El Bautismo, cuyo
signo original y pleno es la inmersión, significa eficazmente la
bajada del cristiano al sepulcro muriendo al pecado con Cristo para una
nueva vida: "Fuimos, pues, con él sepultados por el bautismo en la
muerte, a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos
por medio de la gloria del Padre, así también nosotros vivamos
una vida nueva" (Rm 6,4; cf Col 2, 12; Ef 5, 26).
RESUMEN
629 Jesús gustó
la muerte para bien de todos (cf. Hb 2, 9). Es verdaderamente el Hijo de
Dios hecho hombre que murió y fue sepultado.
630 Durante el tiempo que Cristo permaneció en
el sepulcro su Persona divina continuó asumiendo tanto su alma como
su cuerpo, separados sin embargo entre sí por causa de la muerte. Por
eso el cuerpo muerto de Cristo "no conoció la corrupción" (Hch
13,37).
Artículo 5 "JESUCRISTO DESCENDIO
A LOS INFIERNOS, AL TERCER DIA RESUCITO DE ENTRE LOS MUERTOS"
631 "Jesús
bajó a las regiones inferiores de la tierra. Este que bajó
es el mismo que subió" (Ef 4, 9-10). El Símbolo de los Apóstoles
confiesa en un mismo artículo de fe el descenso de Cristo a los infiernos
y su Resurrección de los muertos al tercer día, porque es
en su Pascua donde, desde el fondo de la muerte, él hace brotar la
vida:
Christus, filius tuus,
qui, regressus ab inferis,
humano generi serenus illuxit,
et vivit et regnat in saecula saeculorum.
Amen.
(Es Cristo, tu Hijo resucitado,
que, al salir del sepulcro,
brilla sereno para el linaje humano,
y vive y reina glorioso por los siglos
de los siglos.Amén).
(MR, Vigilia pascual 18: Exultet)
Párrafo 1 CRISTO DESCENDIO A LOS INFIERNOS
632 Las frecuentes
afirmaciones del Nuevo Testamento según las cuales Jesús "resucitó
de entre los muertos" (Hch 3, 15; Rm 8, 11; 1 Co 15, 20) presuponen que,
antes de la resurrección, permaneció en la morada de los muertos
(cf. Hb 13, 20). Es el primer sentido que dio la predicación apostólica
al descenso de Jesús a los infiernos; Jesús conoció
la muerte como todos los hombres y se reunió con ellos en la morada
de los muertos. Pero ha descendido como Salvador proclamando la buena nueva
a los espíritus que estaban allí detenidos (cf. 1 P 3,18-19).
633 La Escritura llama infiernos, sheol, o hades (cf.
Flp 2, 10; Hch 2, 24; Ap 1, 18; Ef 4, 9) a la morada de los muertos donde
bajó Cristo después de muerto, porque los que se encontraban
allí estaban privados de la visión de Dios (cf. Sal 6, 6; 88,
11-13). Tal era, en efecto, a la espera del Redentor, el estado de todos los
muertos, malos o justos (cf. Sal 89, 49;1 S 28, 19; Ez 32, 17-32), lo que
no quiere decir que su suerte sea idéntica como lo enseña Jesús
en la parábola del pobre Lázaro recibido en el "seno de Abraham"
(cf. Lc 16, 22-26). "Son precisamente estas almas santas, que esperaban a
su Libertador en el seno de Abraham, a las que Jesucristo liberó cuando
descendió a los infiernos" (Catech. R. 1, 6, 3). Jesús no bajó
a los infiernos para liberar allí a los condenados (cf. Cc. de Roma
del año 745; DS 587) ni para destruir el infierno de la condenación
(cf. DS 1011; 1077) sino para liberar a los justos que le habían precedido
(cf. Cc de Toledo IV en el año 625; DS 485; cf. también Mt
27, 52-53).
634 "Hasta a los muertos ha sido anunciada la Buena Nueva
..." (1 P 4, 6). El descenso a los infiernos es el pleno cumplimiento del
anuncio evangélico de la salvación. Es la última fase
de la misión mesiánica de Jesús, fase condensada en
el tiempo pero inmensamente amplia en su significado real de extensión
de la obra redentora a todos los hombres de todos los tiempos y de todos
los lugares porque todos los que se salvan se hacen partícipes de
la Redención.
635 Cristo, por tanto, bajó a la profundidad de
la muerte (cf. Mt 12, 40; Rm 10, 7; Ef 4, 9) para "que los muertos
oigan la voz del Hijo de Dios y los que la oigan vivan" (Jn 5, 25). Jesús,
"el Príncipe de la vida" (Hch 3, 15) aniquiló "mediante la
muerte al señor de la muerte, es decir, al Diablo y libertó
a cuantos, por temor a la muerte, estaban de por vida sometidos a esclavitud
"(Hb 2, 14-15). En adelante, Cristo resucitado "tiene las llaves de la muerte
y del Hades" (Ap 1, 18) y "al nombre de Jesús toda rodilla se doble
en el cielo, en la tierra y en los abismos" (Flp 2, 10).
Un gran silencio reina hoy en la tierra, un gran silencio
y una gran soledad. Un gran silencio porque el Rey duerme. La tierra ha
temblado y se ha calmado porque Dios se ha dormido en la carne y ha ido
a despertar a los que dormían desde hacía siglos ... Va a
buscar a Adán, nuestro primer Padre, la oveja perdida. Quiere ir
a visitar a todos los que se encuentran en las tinieblas y a la sombra
de la muerte. Va para liberar de sus dolores a Adán encadenado y
a Eva, cautiva con él, El que es al mismo tiempo su Dios y su Hijo...'Yo
soy tu Dios y por tu causa he sido hecho tu Hijo. Levántate, tú
que dormías porque no te he creado para que permanezcas aquí
encadenado en el infierno. Levántate de entre los muertos, yo soy
la vida de los muertos (Antigua homilía para el Sábado Santo).
RESUMEN
636 En la expresión
"Jesús descendió a los infiernos", el símbolo confiesa
que Jesús murió realmente, y que, por su muerte en favor
nuestro, ha vencido a la muerte y al Diablo "Señor de la muerte"
(Hb 2, 14).
637 Cristo muerto, en su alma unida a su persona divina,
descendió a la morada de los muertos. Abrió las puertas del
cielo a los justos que le habían precedido.
Párrafo 2 AL TERCER DIA RESUCITO DE ENTRE LOS
MUERTOS
638 "Os anunciamos
la Buena Nueva de que la Promesa hecha a los padres Dios la ha cumplido en
nosotros, los hijos, al resucitar a Jesús (Hch 13, 32-33). La Resurrección
de Jesús es la verdad culminante de nuestra fe en Cristo, creída
y vivida por la primera comunidad cristiana como verdad central, transmitida
como fundamental por la Tradición, establecida en los documentos del
Nuevo Testamento, predicada como parte esencial del Misterio Pascual al mismo
tiempo que la Cruz:
Cristo resucitó de entre los
muertos.
Con su muerte venció a la
muerte.
A los muertos ha dado la vida.
(Liturgia bizantina,
Tropario de Pascua)
I EL ACONTECIMIENTO HISTORICO Y TRANSCENDENTE
639 El misterio de
la resurrección de Cristo es un acontecimiento real que tuvo manifestaciones
históricamente comprobadas como lo atestigua el Nuevo Testamento.
Ya San Pablo, hacia el año 56, puede escribir a los Corintios: "Porque
os transmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí: que
Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que
fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las
Escrituras; que se apareció a Cefas y luego a los Doce: "(1 Co 15,
3-4). El Apóstol habla aquí de la tradición viva de
la Resurrección que recibió después de su conversión
a las puertas de Damasco (cf. Hch 9, 3-18).
El sepulcro vacío
640 "¿Por qué
buscar entre los muertos al que vive? No está aquí, ha resucitado"
(Lc 24, 5-6). En el marco de los acontecimientos de Pascua, el primer elemento
que se encuentra es el sepulcro vacío. No es en sí una prueba
directa. La ausencia del cuerpo de Cristo en el sepulcro podría explicarse
de otro modo (cf. Jn 20,13; Mt 28, 11-15). A pesar de eso, el sepulcro vacío
ha constituido para todos un signo esencial. Su descubrimiento por los discípulos
fue el primer paso para el reconocimiento del hecho de la Resurrección.
Es el caso, en primer lugar, de las santas mujeres (cf. Lc 24, 3. 22- 23),
después de Pedro (cf. Lc 24, 12). "El discípulo que Jesús
amaba" (Jn 20, 2) afirma que, al entrar en el sepulcro vacío y al
descubrir "las vendas en el suelo"(Jn 20, 6) "vio y creyó" (Jn 20,
8). Eso supone que constató en el estado del sepulcro vacío
(cf.Jn 20, 5-7) que la ausencia del cuerpo de Jesús no había
podido ser obra humana y que Jesús no había vuelto simplemente
a una vida terrenal como había sido el caso de Lázaro (cf.
Jn 11, 44).
Las apariciones del Resucitado
641 María Magdalena
y las santas mujeres, que venían de embalsamar el cuerpo de Jesús
(cf. Mc 16,1; Lc 24, 1) enterrado a prisa en la tarde del Viernes Santo
por la llegada del Sábado (cf. Jn 19, 31. 42) fueron las primeras
en encontrar al Resucitado (cf. Mt 28, 9-10;Jn 20, 11-18).Así las
mujeres fueron las primeras mensajeras de la Resurrección de Cristo
para los propios Apóstoles (cf. Lc 24, 9-10). Jesús se apareció
en seguida a ellos, primero a Pedro, después a los Doce (cf. 1 Co
15, 5). Pedro, llamado a confirmar en la fe a sus hermanos (cf. Lc 22, 31-32),
ve por tanto al Resucitado antes que los demás y sobre su testimonio
es sobre el que la comunidad exclama: "¡Es verdad! ¡El Señor
ha resucitado y se ha aparecido a Simón!" (Lc 24, 34).
642 Todo lo que sucedió en estas jornadas pascuales
compromete a cada uno de los Apóstoles - y a Pedro en particular
- en la construcción de la era nueva que comenzó en
la mañana de Pascua. Como testigos del Resucitado, los apóstoles
son las piedras de fundación de su Iglesia. La fe de la primera
comunidad de creyentes se funda en el testimonio de hombres concretos,
conocidos de los cristianos y, para la mayoría, viviendo entre ellos
todavía. Estos "testigos de la Resurrección de Cristo" (cf.
Hch 1, 22) son ante todo Pedro y los Doce, pero no solamente ellos: Pablo
habla claramente de más de quinientas personas a las que se apareció
Jesús en una sola vez, además de Santiago y de todos los apóstoles
(cf. 1 Co 15, 4-8).
643 Ante estos testimonios es imposible interpretar la
Resurrección de Cristo fuera del orden físico, y no reconocerlo
como un hecho histórico. Sabemos por los hechos que la fe de los
discípulos fue sometida a la prueba radical de la pasión y
de la muerte en cruz de su Maestro, anunciada por él de antemano(cf.
Lc 22, 31-32). La sacudida provocada por la pasión fue tan grande
que los discípulos (por lo menos, algunos de ellos) no creyeron tan
pronto en la noticia de la resurrección. Los evangelios, lejos de
mostrarnos una comunidad arrobada por una exaltación mística,
los evangelios nos presentan a los discípulos abatidos ("la cara sombría":
Lc 24, 17) y asustados (cf. Jn 20, 19). Por eso no creyeron a las santas
mujeres que regresaban del sepulcro y "sus palabras les parecían como
desatinos" (Lc 24, 11; cf. Mc 16, 11. 13). Cuando Jesús se manifiesta
a los once en la tarde de Pascua "les echó en cara su incredulidad
y su dureza de cabeza por no haber creído a quienes le habían
visto resucitado" (Mc 16, 14).
644 Tan imposible les parece la cosa que, incluso puestos
ante la realidad de Jesús resucitado, los discípulos dudan
todavía (cf. Lc 24, 38): creen ver un espíritu (cf. Lc 24,
39). "No acaban de creerlo a causa de la alegría y estaban asombrados"
(Lc 24, 41). Tomás conocerá la misma prueba de la duda (cf.
Jn 20, 24-27) y, en su última aparición en Galilea referida
por Mateo, "algunos sin embargo dudaron" (Mt 28, 17). Por esto la hipótesis
según la cual la resurrección habría sido un "producto"
de la fe (o de la credulidad) de los apóstoles no tiene consistencia.
Muy al contrario, su fe en la Resurrección nació - bajo la
acción de la gracia divina- de la experiencia directa de la realidad
de Jesús resucitado.
El estado de la humanidad resucitada de Cristo
645 Jesús resucitado
establece con sus discípulos relaciones directas mediante el tacto
(cf. Lc 24, 39; Jn 20, 27) y el compartir la comida (cf. Lc
24, 30. 41-43; Jn 21, 9. 13-15). Les invita así a reconocer que él
no es un espíritu (cf. Lc 24, 39) pero sobre todo a que comprueben
que el cuerpo resucitado con el que se presenta ante ellos es el mismo que
ha sido martirizado y crucificado ya que sigue llevando las huellas de su
pasión (cf Lc 24, 40; Jn 20, 20. 27). Este cuerpo auténtico
y real posee sin embargo al mismo tiempo las propiedades nuevas de un cuerpo
glorioso: no está situado en el espacio ni en el tiempo, pero puede
hacerse presente a su voluntad donde quiere y cuando quiere (cf. Mt 28,
9. 16-17; Lc 24, 15. 36; Jn 20, 14. 19. 26; 21, 4) porque su humanidad ya
no puede ser retenida en la tierra y no pertenece ya más que al dominio
divino del Padre (cf. Jn 20, 17). Por esta razón también Jesús
resucitado es soberanamente libre de aparecer como quiere: bajo la apariencia
de un jardinero (cf. Jn 20, 14-15) o "bajo otra figura" (Mc 16, 12) distinta
de la que les era familiar a los discípulos, y eso para suscitar
su fe (cf. Jn 20, 14. 16; 21, 4. 7).
646 La Resurrección de Cristo no fue un retorno
a la vida terrena como en el caso de las resurrecciones que él había
realizado antes de Pascua: la hija de Jairo, el joven de Naim, Lázaro.
Estos hechos eran acontecimientos milagrosos, pero las personas afectadas
por el milagro volvían a tener, por el poder de Jesús, una
vida terrena "ordinaria". En cierto momento, volverán a morir. La
resurrección de Cristo es esencialmente diferente. En su cuerpo resucitado,
pasa del estado de muerte a otra vida más allá del tiempo y
del espacio. En la Resurrección, el cuerpo de Jesús se llena
del poder del Espíritu Santo; participa de la vida divina en el estado
de su gloria, tanto que San Pablo puede decir de Cristo que es "el hombre
celestial" (cf. 1 Co 15, 35-50).
La resurrección como acontecimiento transcendente
647 "¡Qué
noche tan dichosa, canta el 'Exultet' de Pascua, sólo ella conoció
el momento en que Cristo resucitó de entre los muertos!". En efecto,
nadie fue testigo ocular del acontecimiento mismo de la Resurrección
y ningún evangelista lo describe. Nadie puede decir cómo sucedió
físicamente. Menos aún, su esencia más íntima,
el paso a otra vida, fue perceptible a los sentidos. Acontecimiento histórico
demostrable por la señal del sepulcro vacío y por la realidad
de los encuentros de los apóstoles con Cristo resucitado, no por
ello la Resurrección pertenece menos al centro del Misterio de la
fe en aquello que transciende y sobrepasa a la historia. Por eso, Cristo
resucitado no se manifiesta al mundo (cf. Jn 14, 22) sino a sus discípulos,
"a los que habían subido con él desde Galilea a Jerusalén
y que ahora son testigos suyos ante el pueblo" (Hch 13, 31).
II LA RESURRECCION OBRA DE LA SANTISIMA TRINIDAD
648 La Resurrección
de Cristo es objeto de fe en cuanto es una intervención transcendente
de Dios mismo en la creación y en la historia. En ella, las tres
personas divinas actúan juntas a la vez y manifiestan su propia originalidad.
Se realiza por el poder del Padre que "ha resucitado" (cf. Hch 2, 24) a Cristo,
su Hijo, y de este modo ha introducido de manera perfecta su humanidad -
con su cuerpo - en la Trinidad. Jesús se revela definitivamente "Hijo
de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por su resurrección
de entre los muertos" (Rm 1, 3-4). San Pablo insiste en la manifestación
del poder de Dios (cf. Rm 6, 4; 2 Co 13, 4; Flp 3, 10; Ef 1, 19-22; Hb 7,
16) por la acción del Espíritu que ha vivificado la humanidad
muerta de Jesús y la ha llamado al estado glorioso de Señor.
649 En cuanto al Hijo, él realiza su propia Resurrección
en virtud de su poder divino. Jesús anuncia que el Hijo del hombre
deberá sufrir mucho, morir y luego resucitar (sentido activo del
término) (cf. Mc 8, 31; 9, 9-31; 10, 34). Por otra parte, él
afirma explícitamente: "doy mi vida, para recobrarla de nuevo ...
Tengo poder para darla y poder para recobrarla de nuevo" (Jn 10, 17-18).
"Creemos que Jesús murió y resucitó" (1 Te 4, 14).
650 Los Padres contemplan la Resurrección a partir
de la persona divina de Cristo que permaneció unida a su alma y a
su cuerpo separados entre sí por la muerte: "Por la unidad de la naturaleza
divina que permanece presente en cada una de las dos partes del hombre,
éstas se unen de nuevo. Así la muerte se produce por la separación
del compuesto humano, y la Resurrección por la unión de las
dos partes separadas" (San Gregorio Niceno, res. 1; cf.también DS
325; 359; 369; 539).
III SENTIDO Y ALCANCE SALVIFICO DE LA RESURRECCION
651 "Si no resucitó
Cristo, vana es nuestra predicación, vana también vuestra
fe"(1 Co 15, 14). La Resurrección constituye ante todo la confirmación
de todo lo que Cristo hizo y enseñó. Todas las verdades, incluso
las más inaccesibles al espíritu humano, encuentran su justificación
si Cristo, al resucitar, ha dado la prueba definitiva de su autoridad divina
según lo había prometido.
652 La Resurrección de Cristo es cumplimiento
de las promesas del Antiguo Testamento (cf. Lc 24, 26-27. 44-48) y del mismo
Jesús durante su vida terrenal (cf. Mt 28, 6; Mc 16, 7; Lc 24, 6-7).
La expresión "según las Escrituras" (cf. 1 Co 15, 3-4 y el
Símbolo nicenoconstantinopolitano) indica que la Resurrección
de Cristo cumplió estas predicciones.
653 La verdad de la divinidad de Jesús es confirmada
por su Resurrección. El había dicho: "Cuando hayáis
levantado al Hijo del hombre, entonces sabréis que Yo Soy" (Jn 8,
28). La Resurrección del Crucificado demostró que verdaderamente,
él era "Yo Soy", el Hijo de Dios y Dios mismo. San Pablo pudo decir
a los Judíos: "La Promesa hecha a los padres Dios la ha cumplido en
nosotros ... al resucitar a Jesús, como está escrito en el
salmo primero: 'Hijo mío eres tú; yo te he engendrado hoy"
(Hch 13, 32-33; cf. Sal 2, 7). La Resurrección de Cristo está
estrechamente unida al misterio de la Encarnación del Hijo de Dios:
es su plenitud según el designio eterno de Dios.
654 Hay un doble aspecto en el misterio Pascual: por
su muerte nos libera del pecado, por su Resurrección nos abre el
acceso a una nueva vida. Esta es, en primer lugar, la justificación
que nos devuelve a la gracia de Dios (cf. Rm 4, 25) "a fin de que, al igual
que Cristo fue resucitado de entre los muertos ... así también
nosotros vivamos una nueva vida" (Rm 6, 4). Consiste en la victoria sobre
la muerte y el pecado y en la nueva participación en la gracia (cf.
Ef 2, 4-5; 1 P 1, 3). Realiza la adopción filial porque los hombres
se convierten en hermanos de Cristo, como Jesús mismo llama a sus
discípulos después de su Resurrección: "Id, avisad
a mis hermanos" (Mt 28, 10; Jn 20, 17). Hermanos no por naturaleza, sino
por don de la gracia, porque esta filiación adoptiva confiere una
participación real en la vida del Hijo único, la que ha revelado
plenamente en su Resurrección.
655 Por último, la Resurrección de Cristo
- y el propio Cristo resucitado - es principio y fuente de nuestra resurrección
futura: "Cristo resucitó de entre los muertos como primicias de los
que durmieron ... del mismo modo que en Adán mueren todos, así
también todos revivirán en Cristo" (1 Co 15, 20-22). En la
espera de que esto se realice, Cristo resucitado vive en el corazón
de sus fieles. En El los cristianos "saborean los prodigios del mundo futuro"
(Hb 6,5) y su vida es arrastrada por Cristo al seno de la vida divina (cf.
Col 3, 1-3) para que ya no vivan para sí los que viven, sino para
aquél que murió y resucitó por ellos" (2 Co 5, 15).
RESUMEN
656 La fe en la Resurrección
tiene por objeto un acontecimiento a la vez históricamente atestiguado
por los discípulos que se encontraron realmente con el Resucitado,
y misteriosamente transcendente en cuanto entrada de la humanidad de Cristo
en la gloria de Dios.
657 El sepulcro vacío y las vendas en el suelo
significan por sí mismas que el cuerpo de Cristo ha escapado por el
poder de Dios de las ataduras de la muerte y de la corrupción . Preparan
a los discípulos para su encuentro con el Resucitado.
658 Cristo, "el primogénito de entre los muertos"
(Col 1, 18), es el principio de nuestra propia resurrección,
ya desde ahora por la justificación de nuestra alma (cf. Rm 6, 4),
más tarde por la vivificación de nuestro cuerpo (cf. Rm 8,
11).
Artículo 6 “JESUCRISTO SUBIO
A LOS CIELOS,
Y ESTA SENTADO
A LA DERECHA
DE DIOS, PADRE
TODOPODEROSO”
659 "Con esto, el
Señor Jesús, después de hablarles, fue elevado
al Cielo y se sentó a la diestra de Dios" (Mc 16, 19). El Cuerpo
de Cristo fue glorificado desde el instante de su Resurrección como
lo prueban las propiedades nuevas y sobrenaturales, de las que desde entonces
su cuerpo disfruta para siempre (cf.Lc 24, 31; Jn 20, 19. 26). Pero durante
los cuarenta días en los que él come y bebe familiarmente
con sus discípulos (cf. Hch 10, 41) y les instruye sobre el Reino
(cf. Hch 1, 3), su gloria aún queda velada bajo los rasgos de una
humanidad ordinaria (cf. Mc 16,12; Lc 24, 15; Jn 20, 14-15; 21, 4). La última
aparición de Jesús termina con la entrada irreversible de
su humanidad en la gloria divina simbolizada por la nube (cf. Hch 1, 9;
cf. también Lc 9, 34-35; Ex 13, 22) y por el cielo (cf. Lc 24, 51)
donde él se sienta para siempre a la derecha de Dios (cf. Mc 16,
19; Hch 2, 33; 7, 56; cf. también Sal 110, 1). Sólo de manera
completamente excepcional y única, se muestra a Pablo "como un abortivo"
(1 Co 15, 8) en una última aparición que constituye a éste
en apóstol (cf. 1 Co 9, 1; Ga 1, 16).
660 El carácter velado de la gloria del Resucitado
durante este tiempo se transparenta en sus palabras misteriosas a María
Magdalena: "Todavía no he subido al Padre. Vete donde los hermanos
y diles: Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios" (Jn
20, 17). Esto indica una diferencia de manifestación entre la gloria
de Cristo resucitado y la de Cristo exaltado a la derecha del Padre. El
acontecimiento a la vez histórico y transcendente de la Ascensión
marca la transición de una a otra.
661 Esta última etapa permanece estrechamente
unida a la primera es decir, a la bajada desde el cielo realizada en la
Encarnación. Solo el que "salió del Padre" puede "volver al
Padre": Cristo (cf. Jn 16,28). "Nadie ha subido al cielo sino el que bajó
del cielo, el Hijo del hombre" (Jn 3, 13; cf, Ef 4, 8-10). Dejada a sus
fuerzas naturales, la humanidad no tiene acceso a la "Casa del Padre" (Jn
14, 2), a la vida y a la felicidad de Dios. Solo Cristo ha podido abrir este
acceso al hombre, "ha querido precedernos como cabeza nuestra para que nosotros,
miembros de su Cuerpo, vivamos con la ardiente esperanza de seguirlo en
su Reino" (MR, Prefacio de la Ascensión).
662 "Cuando yo sea levantado de la tierra, atraeré
a todos hacia mí"(Jn 12, 32). La elevación en la Cruz significa
y anuncia la elevación en la Ascensión al cielo. Es su comienzo.
Jesucristo, el único Sacerdote de la Alianza nueva y eterna, no "penetró
en un Santuario hecho por mano de hombre, ... sino en el mismo cielo, para
presentarse ahora ante el acatamiento de Dios en favor nuestro" (Hb 9, 24).
En el cielo, Cristo ejerce permanentemente su sacerdocio. "De ahí
que pueda salvar perfectamente a los que por él se llegan a Dios,
ya que está siempre vivo para interceder en su favor"(Hb 7, 25). Como
"Sumo Sacerdote de los bienes futuros"(Hb 9, 11), es el centro y el oficiante
principal de la liturgia que honra al Padre en los cielos (cf. Ap 4, 6-11).
663 Cristo, desde entonces, está sentado a la
derecha del Padre: "Por derecha del Padre entendemos la gloria y el honor
de la divinidad, donde el que existía como Hijo de Dios antes de
todos los siglos como Dios y consubstancial al Padre, está sentado
corporalmente después de que se encarnó y de que su carne
fue glorificada" (San Juan Damasceno, f.o. 4, 2; PG 94, 1104C).
664 Sentarse a la derecha del Padre significa la inauguración
del reino del Mesías, cumpliéndose la visión del profeta
Daniel respecto del Hijo del hombre: "A él se le dio imperio, honor
y reino, y todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron. Su imperio
es un imperio eterno, que nunca pasará, y su reino no será
destruido jamás" (Dn 7, 14). A partir de este momento, los apóstoles
se convirtieron en los testigos del "Reino que no tendrá fin" (Símbolo
de Nicea-Constantinopla).
RESUMEN
665 La ascensión
de Jesucristo marca la entrada definitiva de la humanidad de Jesús
en el dominio celeste de Dios de donde ha de volver (cf. Hch 1, 11), aunque
mientras tanto lo esconde a los ojos de los hombres (cf. Col 3, 3).
666 Jesucristo, cabeza de la Iglesia, nos precede en
el Reino glorioso del Padre para que nosotros, miembros de su cuerpo,
vivamos en la esperanza de estar un día con él eternamente.
667 Jesucristo, habiendo entrado una vez por todas en
el santuario del cielo, intercede sin cesar por nosotros como el mediador
que nos asegura permanentemente la efusión del Espíritu Santo.
Artículo 7 “DESDE ALLI HA DE VENIR A JUZGAR A
VIVOS Y MUERTOS”
I VOLVERA EN GLORIA
Cristo reina ya mediante la Iglesia ...
668 "Cristo murió
y volvió a la vida para eso, para ser Señor de muertos y vivos"
(Rm 14, 9). La Ascensión de Cristo al Cielo significa su participación,
en su humanidad, en el poder y en la autoridad de Dios mismo. Jesucristo
es Señor: Posee todo poder en los cielos y en la tierra. El está
"por encima de todo Principado, Potestad, Virtud, Dominación" porque
el Padre "bajo sus pies sometió todas las cosas"(Ef 1, 20-22). Cristo
es el Señor del cosmos (cf. Ef 4, 10; 1 Co 15, 24. 27-28) y de la
historia. En él, la historia de la humanidad e incluso toda la Creación
encuentran su recapitulación (Ef 1, 10), su cumplimiento transcendente.
669 Como Señor, Cristo es también la cabeza
de la Iglesia que es su Cuerpo (cf. Ef 1, 22). Elevado al cielo y glorificado,
habiendo cumplido así su misión, permanece en la tierra en
su Iglesia. La Redención es la fuente de la autoridad que Cristo,
en virtud del Espíritu Santo, ejerce sobre la Iglesia (cf. Ef 4, 11-13).
"La Iglesia, o el reino de Cristo presente ya en misterio", "constituye
el germen y el comienzo de este Reino en la tierra" (LG 3;5).
670 Desde la Ascensión, el designio de Dios ha
entrado en su consumación. Estamos ya en la "última hora" (1
Jn 2, 18; cf. 1 P 4, 7). "El final de la historia ha llegado ya a nosotros
y la renovación del mundo está ya decidida de manera irrevocable
e incluso de alguna manera real está ya por anticipado en este mundo.
La Iglesia, en efecto, ya en la tierra, se caracteriza por una verdadera
santidad, aunque todavía imperfecta" (LG 48). El Reino de Cristo manifiesta
ya su presencia por los signos milagrosos (cf. Mc 16, 17-18) que acompañan
a su anuncio por la Iglesia (cf. Mc 16, 20).
... esperando que todo le sea sometido
671 El Reino de Cristo,
presente ya en su Iglesia, sin embargo, no está todavía acabado
"con gran poder y gloria" (Lc 21, 27; cf. Mt 25, 31) con el advenimiento
del Rey a la tierra. Este Reino aún es objeto de los ataques de los
poderes del mal (cf. 2 Te 2, 7) a pesar de que estos poderes hayan sido
vencidos en su raíz por la Pascua de Cristo. Hasta que todo
le haya sido sometido (cf. 1 Co 15, 28), y "mientras no haya nuevos
cielos y nueva tierra, en los que habite la justicia, la Iglesia peregrina
lleva en sus sacramentos e instituciones, que pertenecen a este tiempo, la
imagen de este mundo que pasa. Ella misma vive entre las criaturas
que gimen en dolores de parto hasta ahora y que esperan la manifestación
de los hijos de Dios" (LG 48). Por esta razón los cristianos piden,
sobre todo en la Eucaristía (cf. 1 Co 11, 26), que se apresure el
retorno de Cristo (cf. 2 P 3, 11-12) cuando suplican: "Ven, Señor
Jesús" (cf.1 Co 16, 22; Ap 22, 17-20).
672 Cristo afirmó antes de su Ascensión
que aún no era la hora del establecimiento glorioso del Reino mesiánico
esperado por Israel (cf. Hch 1, 6-7) que, según los profetas (cf.
Is 11, 1-9), debía traer a todos los hombres el orden definitivo de
la justicia, del amor y de la paz. El tiempo presente, según el Señor,
es el tiempo del Espíritu y del testimonio (cf Hch 1, 8), pero es
también un tiempo marcado todavía por la "tristeza" (1 Co 7,
26) y la prueba del mal (cf. Ef 5, 16) que afecta también a la Iglesia(cf.
1 P 4, 17) e inaugura los combates de los últimos días (1 Jn
2, 18; 4, 3; 1 Tm 4, 1). Es un tiempo de espera y de vigilia (cf. Mt 25,
1-13; Mc 13, 33-37).
El glorioso advenimiento de Cristo, esperanza de Israel
673 Desde la Ascensión,
el advenimiento de Cristo en la gloria es inminente (cf Ap 22, 20) aun cuando
a nosotros no nos "toca conocer el tiempo y el momento que ha fijado el Padre
con su autoridad" (Hch 1, 7; cf. Mc 13, 32). Este advenimiento escatológico
se puede cumplir en cualquier momento (cf. Mt 24, 44: 1 Te 5, 2), aunque
tal acontecimiento y la prueba final que le ha de preceder estén "retenidos"
en las manos de Dios (cf. 2 Te 2, 3-12).
674 La Venida del Mesías glorioso, en un momento
determinad o de la historia se vincula al reconocimiento del Mesías
por "todo Israel" (Rm 11, 26; Mt 23, 39) del que "una parte está
endurecida" (Rm 11, 25) en "la incredulidad" respecto a Jesús (Rm
11, 20). San Pedro dice a los judíos de Jerusalén después
de Pentecostés: "Arrepentíos, pues, y convertíos para
que vuestros pecados sean borrados, a fin de que del Señor venga
el tiempo de la consolación y envíe al Cristo que os había
sido destinado, a Jesús, a quien debe retener el cielo hasta el tiempo
de la restauración universal, de que Dios habló por boca de
sus profetas" (Hch 3, 19-21). Y San Pablo le hace eco: "si su reprobación
ha sido la reconciliación del mundo ¿qué será
su readmisión sino una resurrección de entre los muertos?"
(Rm 11, 5). La entrada de "la plenitud de los judíos" (Rm 11, 12)
en la salvación mesiánica, a continuación de
"la plenitud de los gentiles (Rm 11, 25; cf. Lc 21, 24), hará al Pueblo
de Dios "llegar a la plenitud de Cristo" (Ef 4, 13) en la cual "Dios será
todo en nosotros" (1 Co 15, 28).
La última prueba de la Iglesia
675 Antes del advenimiento
de Cristo, la Iglesia deberá pasar por una prueba final que sacudirá
la fe de numerosos creyentes (cf. Lc 18, 8; Mt 24, 12). La persecución
que acompaña a su peregrinación sobre la tierra (cf. Lc 21,
12; Jn 15, 19-20) desvelará el "Misterio de iniquidad" bajo la forma
de una impostura religiosa que proporcionará a los hombres una solución
aparente a sus problemas mediante el precio de la apostasía de la
verdad. La impostura religiosa suprema es la del Anticristo, es decir, la
de un seudo-mesianismo en que el hombre se glorifica a sí mismo colocándose
en el lugar de Dios y de su Mesías venido en la carne (cf. 2 Te 2,
4-12; 1Te 5, 2-3;2 Jn 7; 1 Jn 2, 18.22).
676 Esta impostura del Anticristo aparece esbozada ya
en el mundo cada vez que se pretende llevar a cabo la esperanza mesiánica
en la historia, lo cual no puede alcanzarse sino más allá
del tiempo histórico a través del juicio escatológico:
incluso en su forma mitigada, la Iglesia ha rechazado esta falsificación
del Reino futuro con el nombre de milenarismo (cf. DS 3839), sobre todo
bajo la forma política de un mesianismo secularizado, "intrínsecamente
perverso" (cf. Pío XI, "Divini Redemptoris" que condena el "falso
misticismo" de esta "falsificación de la redención de los humildes";
GS 20-21).
677 La Iglesia sólo entrará en la gloria
del Reino a través de esta última Pascua en la que seguirá
a su Señor en su muerte y su Resurrección (cf. Ap 19, 1-9).
El Reino no se realizará, por tanto, mediante un triunfo histórico
de la Iglesia (cf. Ap 13, 8) en forma de un proceso creciente, sino por
una victoria de Dios sobre el último desencadenamiento del mal (cf.
Ap 20, 7-10) que hará descender desde el Cielo a su Esposa (cf. Ap
21, 2-4). El triunfo de Dios sobre la rebelión del mal tomará
la forma de Juicio final (cf. Ap 20, 12) después de la última
sacudida cósmica de este mundo que pasa (cf. 2 P 3, 12-13).
II PARA JUZGAR A VIVOS Y MUERTOS
678 Siguiendo a los
profetas (cf. Dn 7, 10; Joel 3, 4; Ml 3,19) y a Juan Bautista (cf. Mt 3,
7-12), Jesús anunció en su predicación el Juicio del
último Día. Entonces, se pondrán a la luz la conducta
de cada uno (cf. Mc 12, 38-40) y el secreto de los corazones (cf. Lc 12,
1-3; Jn 3, 20-21; Rm 2, 16; 1 Co 4, 5). Entonces será condenada la
incredulidad culpable que ha tenido en nada la gracia ofrecida por Dios (cf
Mt 11, 20-24; 12, 41-42). La actitud con respecto al prójimo
revelará la acogida o el rechazo de la gracia y del amor divino (cf.
Mt 5, 22; 7, 1-5). Jesús dirá en el último día:
"Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños,
a mí me lo hicisteis" (Mt 25, 40).
679 Cristo es Señor de la vida eterna. El pleno
derecho de juzgar definitivamente las obras y los corazones de los hombres
pertenece a Cristo como Redentor del mundo. "Adquirió" este derecho
por su Cruz. El Padre también ha entregado "todo juicio al Hijo"
(Jn 5, 22;cf. Jn 5, 27; Mt 25, 31; Hch 10, 42; 17, 31; 2 Tm 4, 1). Pues
bien, el Hijo no ha venido para juzgar sino para salvar (cf. Jn 3,17) y
para dar la vida que hay en él (cf. Jn 5, 26). Es por el rechazo
de la gracia en esta vida por lo que cada uno se juzga ya a sí mismo
(cf. Jn 3, 18; 12, 48); es retribuido según sus obras (cf. 1 Co 3,
12- 15) y puede incluso condenarse eternamente al rechazar el Espíritu
de amor (cf. Mt 12, 32; Hb 6, 4-6; 10, 26-31).
RESUMEN
680 Cristo, el Señor,
reina ya por la Iglesia, pero todavía no le están sometidas
todas las cosas de este mundo. El triunfo del Reino de Cristo no tendrá
lugar sin un último asalto de las fuerzas del mal.
681 El día del Juicio, al fin del mundo, Cristo
vendrá en la gloria para llevar a cabo el triunfo definitivo del
bien sobre el mal que, como el trigo y la cizaña, habrán crecido
juntos en el curso de la historia.
682 Cristo glorioso, al venir al final de los tiempos
a juzgar a vivos y muertos, revelará la disposición secreta
de los corazones y retribuirá a cada hombre según sus obras
y según su aceptación o su rechazo de la gracia.
CAPITULO TERCERO: CREO EN EL ESPIRITU SANTO
683 "Nadie puede decir:
"¡Jesús es Señor!" sino por influjo del Espíritu
Santo" (1 Co 12, 3). "Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu
de su Hijo que clama ¡Abbá, Padre!" (Ga 4, 6). Este conocimiento
de fe no es posible sino en el Espíritu Santo. Para entrar en contacto
con Cristo, es necesario primeramente haber sido atraído por el Espíritu
Santo. El es quien nos precede y despierta en nosotros la fe. Mediante el
Bautismo, primer sacramento de la fe, la Vida, que tiene su fuente en el
Padre y se nos ofrece por el Hijo, se nos comunica íntima y personalmente
por el Espíritu Santo en la Iglesia:
El Bautismo nos da la gracia del nuevo nacimiento en
Dios Padre por medio de su Hijo en el Espíritu Santo. Porque los que
son portadores del Espíritu de Dios son conducidos al Verbo, es decir
al Hijo; pero el Hijo los presenta al Padre, y el Padre les concede la incorruptibilidad.
Por tanto, sin el Espíritu no es posible ver al Hijo de Dios, y,
sin el Hijo, nadie puede acercarse al Padre, porque el conocimiento
del Padre es el Hijo, y el conocimiento del Hijo de Dios se logra por el
Espíritu Santo (San Ireneo, dem. 7).
684 El Espíritu Santo con su gracia es el "primero"
que nos despierta en la fe y nos inicia en la vida nueva que es: "que te
conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo"
(Jn 17, 3). No obstante, es el "último" en la revelación de
las personas de la Santísima Trinidad . San Gregorio Nacianceno, "el
Teólogo", explica esta progresión por medio de la pedagogía
de la "condescendencia" divina:
El Antiguo Testamento proclamaba muy claramente al Padre,
y más obscuramente al Hijo. El Nuevo Testamento revela al Hijo y
hace entrever la divinidad del Espíritu. Ahora el Espíritu
tiene derecho de ciudadanía entre nosotros y nos da una visión
más clara de sí mismo. En efecto, no era prudente, cuando
todavía no se confesaba la divinidad del Padre, proclamar abiertamente
la del Hijo y, cuando la divinidad del Hijo no era aún admitida,
añadir el Espíritu Santo como un fardo suplementario si empleamos
una expresión un poco atrevida ... Así por avances y progresos
"de gloria en gloria", es como la luz de la Trinidad estalla en resplandores
cada vez más espléndidos (San Gregorio Nacianceno, or. theol.
5, 26).
685 Creer en el Espíritu Santo es, por tanto,
profesar que el Espíritu Santo es una de las personas de la Santísima
Trinidad Santa, consubstancial al Padre y al Hijo, "que con el Padre y el
Hijo recibe una misma adoración gloria" (Símbolo de Nicea-Constantinopla).
Por eso se ha hablado del misterio divino del Espíritu Santo en la
"teología" trinitaria, en tanto que aquí no se tratará
del Espíritu Santo sino en la "Economía" divina.
686 El Espíritu Santo coopera con el Padre y el
Hijo desde el comienzo del Designio de nuestra salvación y hasta
su consumación. Pero es en los "últimos tiempos", inaugurados
con la Encarnación redentora del Hijo, cuando el Espíritu se
revela y nos es dado, cuando es reconocido y acogido como persona. Entonces,
este Designio Divino, que se consuma en Cristo, "primogénito" y Cabeza
de la nueva creación, se realiza en la humanidad por el Espíritu
que nos es dado: la Iglesia, la comunión de los santos, el perdón
de los pecados, la resurrección de la carne, la vida eterna.
Artículo 8 “CREO EN EL ESPIRITU
SANTO”
687 "Nadie conoce
lo íntimo de Dios, sino el Espíritu de Dios" (1 Co 2, 11).
Pues bien, su Espíritu que lo revela nos hace conocer a Cristo, su
Verbo, su Palabra viva, pero no se revela a sí mismo. El que "habló
por los profetas" nos hace oír la Palabra del Padre. Pero a él
no le oímos. No le conocemos sino en la obra mediante la cual nos
revela al Verbo y nos dispone a recibir al Verbo en la fe. El Espíritu
de verdad que nos "desvela" a Cristo "no habla de sí mismo" (Jn 16,
13). Un ocultamiento tan discreto, propiamente divino, explica por qué
"el mundo no puede recibirle, porque no le ve ni le conoce", mientras que
los que creen en Cristo le conocen porque él mora en ellos (Jn 14,
17).
688 La Iglesia, Comunión viviente en la fe de
los apóstoles que ella transmite, es el lugar de nuestro conocimiento
del Espíritu Santo:
– en las Escrituras que El ha inspirado:
– en la Tradición, de la cual los Padres de la Iglesia son testigos
siempre actuales;
– en el Magisterio de la Iglesia, al que El asiste;
– en la liturgia sacramental, a través de sus palabras y sus
símbolos, en donde el Espíritu Santo nos pone en Comunión
con Cristo;
– en la oración en la cual El intercede por nosotros;
– en los carismas y ministerios mediante los que se edifica la Iglesia;
– en los signos de vida apostólica y misionera;
– en el testimonio de los santos, donde El manifiesta su santidad
y continúa la obra de la salvación.
I LA MISION CONJUNTA DEL HIJO Y DEL ESPIRITU
689 Aquel al que el
Padre ha enviado a nuestros corazones, el Espíritu de su Hijo (cf.
Ga 4, 6) es realmente Dios. Consubstancial con el Padre y el Hijo, es inseparable
de ellos, tanto en la vida íntima de la Trinidad como en su don de
amor para el mundo. Pero al adorar a la Santísima Trinidad vivificante,
consubstancial e individible, la fe de la Iglesia profesa también
la distinción de las Personas. Cuando el Padre envía su Verbo,
envía también su aliento: misión conjunta en la que
el Hijo y el Espíritu Santo son distintos pero inseparables. Sin
ninguna duda, Cristo es quien se manifiesta, Imagen visible de Dios invisible,
pero es el Espíritu Santo quien lo revela.
690 Jesús es Cristo, "ungido", porque el Espíritu
es su Unción y todo lo que sucede a partir de la Encarnación
mana de esta plenitud (cf. Jn 3, 34). Cuando por fin Cristo es glorificado
(Jn 7, 39), puede a su vez, de junto al Padre, enviar el Espíritu
a los que creen en él: El les comunica su Gloria (cf. Jn 17, 22),
es decir, el Espíritu Santo que lo glorifica (cf. Jn 16, 14). La misión
conjunta y mutua se desplegará desde entonces en los hijos adoptados
por el Padre en el Cuerpo de su Hijo: la misión del Espíritu
de adopción será unirlos a Cristo y hacerles vivir en él:
La noción de la unción sugiere ...que
no hay ninguna distancia entre el Hijo y el Espíritu. En efecto,
de la misma manera que entre la superficie del cuerpo y la unción
del aceite ni la razón ni los sentidos conocen ningún intermediario,
así es inmediato el contacto del Hijo con el Espíritu... de
tal modo que quien va a tener contacto con el Hijo por la fe tiene que tener
antes contacto necesariamente con el óleo. En efecto, no hay parte
alguna que esté desnuda del Espíritu Santo. Por eso es por
lo que la confesión del Señorío del Hijo se hace en
el Espíritu Santo por aquellos que la aceptan, viniendo el Espíritu
desde todas partes delante de los que se acercan por la fe (San Gregorio
Niceno, Spir. 3, 1).
II EL NOMBRE, LOS APELATIVOS Y LOS SIMBOLOS DEL
ESPIRITU SANTO
El nombre propio del Espíritu Santo
691 "Espíritu
Santo", tal es el nombre propio de Aquél que adoramos y glorificamos
con el Padre y el Hijo. La Iglesia ha recibido este nombre del Señor
y lo profesa en el Bautismo de sus nuevos hijos (cf. Mt 28, 19).
El término "Espíritu" traduce el término
hebreo "Ruah", que en su primera acepción significa soplo, aire,
viento. Jesús utiliza precisamente la imagen sensible del viento
para sugerir a Nicodemo la novedad transcendente del que es personalmente
el Soplo de Dios, el Espíritu divino (Jn 3, 5-8). Por otra parte,
Espíritu y Santo son atributos divinos comunes a las Tres Personas
divinas. Pero, uniendo ambos términos, la Escritura, la Liturgia y
el lenguaje teológico designan la persona inefable del Espíritu
Santo, sin equívoco posible con los demás empleos de los términos
"espíritu" y "santo".
Los apelativos del Espíritu Santo
692 Jesús,
cuando anuncia y promete la Venida del Espíritu Santo, le llama el
"Paráclito", literalmente "aquél que es llamado junto a uno",
"advocatus" (Jn 14, 16. 26; 15, 26; 16, 7). "Paráclito" se traduce
habitualmente por "Consolador", siendo Jesús el primer consolador
(cf. 1 Jn 2, 1). El mismo Señor llama al Espíritu Santo "Espíritu
de Verdad" (Jn 16, 13).
693 Además de su nombre propio, que es el más
empleado en el libro de los Hechos y en las cartas de los apóstoles,
en San Pablo se encuentran los siguientes apelativos: el Espíritu
de la promesa(Ga 3, 14; Ef 1, 13), el Espíritu de adopción
(Rm 8, 15; Ga 4, 6), el Espíritu de Cristo (Rm 8, 11), el Espíritu
del Señor (2 Co 3, 17), el Espíritu de Dios (Rm 8, 9.14; 15,
19; 1 Co 6, 11; 7, 40), y en San Pedro, el Espíritu de gloria (1
P 4, 14).
Los símbolos del Espíritu Santo
694 El agua. El simbolismo
del agua es significativo de la acción del Espíritu Santo
en el Bautismo, ya que, después de la invocación del Espíritu
Santo, ésta se convierte en el signo sacramental eficaz del nuevo
nacimiento: del mismo modo que la gestación de nuestro primer nacimiento
se hace en el agua, así el agua bautismal significa realmente que
nuestro nacimiento a la vida divina se nos da en el Espíritu Santo.
Pero "bautizados en un solo Espíritu", también "hemos bebido
de un solo Espíritu"(1 Co 12, 13): el Espíritu es, pues, también
personalmente el Agua viva que brota de Cristo crucificado (cf. Jn 19, 34;
1 Jn 5, 8) como de su manantial y que en nosotros brota en vida eterna (cf.
Jn 4, 10-14; 7, 38; Ex 17, 1-6; Is 55, 1; Za 14, 8; 1 Co 10, 4; Ap 21, 6;
22, 17).
695 La unción. El simbolismo de la unción
con el óleo es también significativo del Espíritu Santo,
hasta el punto de que se ha convertido en sinónimo suyo (cf. 1 Jn
2, 20. 27; 2 Co 1, 21). En la iniciación cristiana es el signo sacramental
de la Confirmación, llamada justamente en las Iglesias de Oriente
"Crismación". Pero para captar toda la fuerza que tiene, es necesario
volver a la Unción primera realizada por el Espíritu Santo:
la de Jesús. Cristo ["Mesías" en hebreo] significa "Ungido"
del Espíritu de Dios. En la Antigua Alianza hubo "ungidos" del Señor
(cf. Ex 30, 22-32), de forma eminente el rey David (cf. 1 S 16, 13). Pero
Jesús es el Ungido de Dios de una manera única: La humanidad
que el Hijo asume está totalmente "ungida por el Espíritu Santo".
Jesús es constituido "Cristo" por el Espíritu Santo (cf. Lc
4, 18-19; Is 61, 1). La Virgen María concibe a Cristo del Espíritu
Santo quien por medio del ángel lo anuncia como Cristo en su nacimiento
(cf. Lc 2,11) e impulsa a Simeón a ir al Templo a ver al Cristo del
Señor(cf. Lc 2, 26-27); es de quien Cristo está lleno (cf.
Lc 4, 1) y cuyo poder emana de Cristo en sus curaciones y en sus acciones
salvíficas (cf. Lc 6, 19; 8, 46). Es él en fin quien resucita
a Jesús de entre los muertos (cf. Rm 1, 4; 8, 11). Por tanto, constituido
plenamente "Cristo" en su Humanidad victoriosa de la muerte (cf. Hch 2, 36),
Jesús distribuye profusamente el Espíritu Santo hasta
que "los santos" constituyan, en su unión con la Humanidad del Hijo
de Dios, "ese Hombre perfecto ... que realiza la plenitud de Cristo" (Ef
4, 13): "el Cristo total" según la expresión de San Agustín.
696 El fuego. Mientras que el agua significaba el nacimiento
y la fecundidad de la Vida dada en el Espíritu Santo, el fuego simboliza
la energía transformadora de los actos del Espíritu Santo.
El profeta Elías que "surgió como el fuego y cuya palabra abrasaba
como antorcha" (Si 48, 1), con su oración, atrajo el fuego del cielo
sobre el sacrificio del monte Carmelo (cf. 1 R 18, 38-39), figura del fuego
del Espíritu Santo que transforma lo que toca. Juan Bautista, "que
precede al Señor con el espíritu y el poder de Elías"
(Lc 1, 17), anuncia a Cristo como el que "bautizará en el Espíritu
Santo y el fuego" (Lc 3, 16), Espíritu del cual Jesús dirá:
"He venido a traer fuego sobre la tierra y ¡cuánto desearía
que ya estuviese encendido!" (Lc 12, 49). Bajo la forma de lenguas "como
de fuego", como el Espíritu Santo se posó sobre los discípulos
la mañana de Pentecostés y los llenó de él (Hch
2, 3-4). La tradición espiritual conservará este simbolismo
del fuego como uno de los más expresivos de la acción del
Espíritu Santo (cf. San Juan de la Cruz, Llama de amor viva). "No
extingáis el Espíritu"(1 Te 5, 19).
697 La nube y la luz. Estos dos símbolos son inseparables
en las manifestaciones del Espíritu Santo. Desde las teofanías
del Antiguo Testamento, la Nube, unas veces oscura, otras luminosa, revela
al Dios vivo y salvador, tendiendo así un velo sobre la transcendencia
de su Gloria: con Moisés en la montaña del Sinaí (cf.
Ex 24, 15-18), en la Tienda de Reunión (cf. Ex 33, 9-10) y durante
la marcha por el desierto (cf. Ex 40, 36-38; 1 Co 10, 1-2); con Salomón
en la dedicación del Templo (cf. 1 R 8, 10-12). Pues bien, estas
figuras son cumplidas por Cristo en el Espíritu Santo. El es quien
desciende sobre la Virgen María y la cubre "con su sombra" para que
ella conciba y dé a luz a Jesús (Lc 1, 35). En la montaña
de la Transfiguración es El quien "vino en una nube y cubrió
con su sombra" a Jesús, a Moisés y a Elías, a Pedro,
Santiago y Juan, y "se oyó una voz desde la nube que decía:
Este es mi Hijo, mi Elegido, escuchadle" (Lc 9, 34-35). Es, finalmente,
la misma nube la que "ocultó a Jesús a los ojos" de los discípulos
el día de la Ascensión (Hch 1, 9), y la que lo revelará
como Hijo del hombre en su Gloria el Día de su Advenimiento (cf.
Lc 21, 27).
698 El sello es un símbolo cercano al de la unción.
En efecto, es Cristo a quien "Dios ha marcado con su sello" (Jn 6, 27) y
el Padre nos marca también en él con su sello (2 Co 1, 22;
Ef 1, 13; 4, 30). Como la imagen del sello ["sphragis"] indica el carácter
indeleble de la Unción del Espíritu Santo en los sacramentos
del Bautismo, de la Confirmación y del Orden, esta imagen se ha utilizado
en ciertas tradiciones teológicas para expresar el "carácter"
imborrable impreso por estos tres sacramentos, los cuales no pueden ser
reiterados.
699 La mano. Imponiendo las manos Jesús cura a
los enfermos(cf. Mc 6, 5; 8, 23) y bendice a los niños (cf. Mc 10,
16).En su Nombre, los Apóstoles harán lo mismo (cf. Mc 16, 18;
Hch 5, 12; 14, 3). Más aún, mediante la imposición de
manos de los Apóstoles el Espíritu Santo nos es dado (cf. Hch
8, 17-19; 13, 3; 19, 6). En la carta a los Hebreos, la imposición de
las manos figura en el número de los "artículos fundamentales"
de su enseñanza (cf. Hb 6, 2). Este signo de la efusión todopoderosa
del Espíritu Santo, la Iglesia lo ha conservado en sus epíclesis
sacramentales.
700 El dedo. "Por el dedo de Dios expulso yo [Jesús]
los demonios" (Lc 11, 20). Si la Ley de Dios ha sido escrita en tablas de
piedra "por el dedo de Dios" (Ex 31, 18), la "carta de Cristo" entregada
a los Apóstoles "está escrita no con tinta, sino con el Espíritu
de Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en las tablas de carne del corazón"
(2 Co 3, 3). El himno "Veni Creator" invoca al Espíritu Santo como
"digitus paternae dexterae" ("dedo de la diestra del Padre").
701 La paloma. Al final del diluvio (cuyo simbolismo
se refiere al Bautismo), la paloma soltada por Noé vuelve con una
rama tierna de olivo en el pico, signo de que la tierra es habitable de
nuevo(cf. Gn 8, 8-12). Cuando Cristo sale del agua de su bautismo, el Espíritu
Santo, en forma de paloma, baja y se posa sobre él (cf. Mt 3, 16
par.). El Espíritu desciende y reposa en el corazón purificado
de los bautizados. En algunos templos, la santa Reserva eucarística
se conserva en un receptáculo metálico en forma de paloma (el
columbarium), suspendido por encima del altar. El símbolo de la paloma
para sugerir al Espíritu Santo es tradicional en la iconografía
cristiana.
III EL ESPIRITU Y LA PALABRA DE DIOS
EN EL TIEMPO DE LAS PROMESAS
702 Desde el comienzo
y hasta "la plenitud de los tiempos" (Ga 4, 4), la Misión conjunta
del Verbo y del Espíritu del Padre permanece oculta pero activa.
El Espíritu de Dios preparaba entonces el tiempo del Mesías,
y ambos, sin estar todavía plenamente revelados, ya han sido prometidos
a fin de ser esperados y aceptados cuando se manifiesten. Por eso, cuando
la Iglesia lee el Antiguo Testamento (cf. 2 Co 3, 14), investiga en él
(cf. Jn 5, 39-46) lo que el Espíritu, "que habló por los profetas",
quiere decirnos acerca de Cristo.
Por "profetas", la fe de la Iglesia entiende aquí
a todos los que fueron inspirados por el Espíritu Santo en el vivo
anuncio y en la redacción de los Libros Santos, tanto del Antiguo
como del Nuevo Testamento. La tradición judía distingue la
Ley [los cinco primeros libros o Pentateuco], los Profetas [que nosotros
llamamos los libros históricos y proféticos] y los Escritos
[sobre todo sapienciales, en particular los Salmos, cf. Lc 24, 44].
En la Creación
703 La Palabra de
Dios y su Soplo están en el origen del ser y de la vida de toda creatura
(cf. Sal 33, 6; 104, 30; Gn 1, 2; 2, 7; Qo 3, 20-21; Ez 37, 10):
Es justo que el Espíritu Santo reine, santifique
y anime la creación porque es Dios consubstancial al Padre y al Hijo
... A El se le da el poder sobre la vida, porque siendo Dios guarda la creación
en el Padre por el Hijo (Liturgia bizantina, Tropario de maitines, domingos
del segundo modo).
704 "En cuanto al hombre, es con sus propias manos [es
decir, el Hijo y el Espíritu Santo] como Dios lo hizo ... y él
dibujó sobre la carne moldeada su propia forma, de modo que incluso
lo que fuese visible llevase la forma divina" (San Ireneo, dem. 11).
El Espíritu de la promesa
705 Desfigurado por
el pecado y por la muerte, el hombre continua siendo "a imagen de Dios",
a imagen del Hijo, pero "privado de la Gloria de Dios" (Rm 3, 23), privado
de la "semejanza". La Promesa hecha a Abraham inaugura la Economía
de la Salvación, al final de la cual el Hijo mismo asumirá
"la imagen" (cf. Jn 1, 14; Flp 2, 7) y la restaurará en "la semejanza"
con el Padre volviéndole a dar la Gloria, el Espíritu "que
da la Vida".
706 Contra toda esperanza humana, Dios promete a Abraham
una descendencia, como fruto de la fe y del poder del Espíritu Santo
(cf. Gn 18, 1-15; Lc 1, 26-38. 54-55; Jn 1, 12-13; Rm 4, 16-21). En ella
serán bendecidas todas las naciones de la tierra (cf. Gn 12, 3). Esta
descendencia será Cristo (cf. Ga 3, 16) en quien la efusión
del Espíritu Santo formará "la unidad de los hijos de Dios
dispersos" (cf. Jn 11, 52). Comprometiéndose con juramento (cf. Lc
1, 73), Dios se obliga ya al don de su Hijo Amado (cf. Gn 22, 17-19; Rm 8,
32;Jn 3, 16) y al don del "Espíritu Santo de la Promesa, que es prenda
... para redención del Pueblo de su posesión" (Ef 1, 13-14;
cf. Ga 3, 14).
En las Teofanías y en la Ley
707 Las Teofanías
[manifestaciones de Dios] iluminan el camino de la Promesa, desde los Patriarcas
a Moisés y desde Josué hasta las visiones que inauguran la
misión de los grandes profetas. La tradición cristiana siempre
ha reconocido que, en estas Teofanías, el Verbo de Dios se dejaba
ver y oír, a la vez revelado y "cubierto" por la nube del Espíritu
Santo.
708 Esta pedagogía de Dios aparece especialmente
en el don de la Ley (cf. Ex 19-20; Dt 1-11; 29-30), que fue dada como un
"pedagogo" para conducir al Pueblo hacia Cristo (Ga 3, 24). Pero su impotencia
para salvar al hombre privado de la "semejanza" divina y el conocimiento
creciente que ella da del pecado (cf. Rm 3, 20) suscitan el deseo del Espíritu
Santo. Los gemidos de los Salmos lo atestiguan.
En el Reino y en el Exilio
709 La Ley, signo
de la Promesa y de la Alianza, habría debido regir el corazón
y las instituciones del Pueblo salido de la fe de Abraham. "Si de veras
escucháis mi voz y guardáis mi alianza, ... seréis
para mí un reino de sacerdotes y una nación santa" (Ex 19,5-6;
cf. 1 P 2, 9). Pero, después de David, Israel sucumbe a la tentación
de convertirse en un reino como las demás naciones. Pues bien, el
Reino objeto de la promesa hecha a David (cf. 2 S 7; Sal 89; Lc 1, 32-33)
será obra del Espíritu Santo; pertenecerá a los pobres
según el Espíritu.
710 El olvido de la Ley y la infidelidad a la Alianza
llevan a la muerte: el Exilio, aparente fracaso de las Promesas, es en realidad
fidelidad misteriosa del Dios Salvador y comienzo de una restauración
prometida, pero según el Espíritu. Era necesario que el Pueblo
de Dios sufriese esta purificación (cf. Lc 24, 26); el Exilio lleva
ya la sombra de la Cruz en el Designio de Dios, y el Resto de pobres que
vuelven del Exilio es una de la figuras más transparentes de la Iglesia.
La espera del Mesías y de su Espíritu
711 "He aquí
que yo lo renuevo"(Is 43, 19): dos líneas proféticas se van
a perfilar, una se refiere a la espera del Mesías, la otra al anuncio
de un Espíritu nuevo, y las dos convergen en el pequeño Resto,
el pueblo de los Pobres (cf. So 2, 3), que aguardan en la esperanza la "consolación
de Israel" y "la redención de Jerusalén" (cf. Lc 2, 25. 38).
Ya se ha dicho cómo Jesús cumple las profecías
que a él se refieren. A continuación se describen aquellas
en que aparece sobre todo la relación del Mesías y de su Espíritu.
712 Los rasgos del rostro del Mesías esperado
comienzan a aparecer en el Libro del Emmanuel (cf. Is 6, 12) ("cuando Isaías
tuvo la visión de la Gloria" de Cristo: Jn 12, 41), en particular
en Is 11, 1-2:
Saldrá un vástago del
tronco de Jesé,
y un retoño de sus raíces
brotará.
Reposará sobre él el
Espíritu del Señor:
espíritu de sabiduría
e inteligencia,
espíritu de consejo y de fortaleza,
espíritu de ciencia y temor
del Señor.
713 Los rasgos del
Mesías se revelan sobre todo en los Cantos del Siervo (cf. Is 42,
1-9; cf. Mt 12, 18-21; Jn 1, 32-34; después Is 49, 1-6; cf. Mt 3,
17; Lc 2, 32, y en fin Is 50, 4-10 y 52, 13-53, 12). Estos cantos anuncian
el sentido de la Pasión de Jesús, e indican así cómo
enviará el Espíritu Santo para vivificar a la multitud: no
desde fuera, sino desposándose con nuestra "condición de esclavos"
(Flp 2, 7). Tomando sobre sí nuestra muerte, puede comunicarnos su
propio Espíritu de vida.
714 Por eso Cristo inaugura el anuncio de la Buena Nueva
haciendo suyo este pasaje de Isaías (Lc 4, 18-19; cf. Is 61, 1-2):
El Espíritu del Señor
está sobre mí,
porque me ha ungido.
Me ha enviado a anunciar a los pobres
la Buena Nueva,
a proclamar la liberación
a los cautivos
y la vista a los ciegos,
para dar la libertad a los oprimidos
y proclamar un año de gracia
del Señor.
715 Los textos proféticos
que se refieren directamente al envío del Espíritu Santo son
oráculos en los que Dios habla al corazón de su Pueblo en
el lenguaje de la Promesa, con los acentos del "amor y de la fidelidad"
(cf. Ez. 11, 19; 36, 25-28; 37, 1-14; Jr 31, 31-34; y Jl 3, 1-5, cuyo cumplimiento
proclamará San Pedro la mañana de Pentecostés, cf.
Hch 2, 17-21).Según estas promesas, en los "últimos tiempos",
el Espíritu del Señor renovará el corazón de
los hombres grabando en ellos una Ley nueva; reunirá y reconciliará
a los pueblos dispersos y divididos; transformará la primera creación
y Dios habitará en ella con los hombres en la paz.
716 El Pueblo de los "pobres" (cf. So 2, 3; Sal 22, 27;
34, 3; Is 49, 13; 61, 1; etc.), los humildes y los mansos, totalmente entregados
a los designios misteriosos de Dios, los que esperan la justicia, no de
los hombres sino del Mesías, todo esto es, finalmente, la gran obra
de la Misión escondida del Espíritu Santo durante el tiempo
de las Promesas para preparar la venida de Cristo. Esta es la calidad de
corazón del Pueblo, purificado e iluminado por el Espíritu,
que se expresa en los Salmos. En estos pobres, el Espíritu prepara
para el Señor "un pueblo bien dispuesto" (cf. Lc 1, 17).
IV EL ESPIRITU DE CRISTO EN LA PLENITUD DE LOS TIEMPOS
Juan, Precursor, Profeta y Bautista
717 "Hubo un hombre,
enviado por Dios, que se llamaba Juan. (Jn 1, 6). Juan fue "lleno del Espíritu
Santo ya desde el seno de su madre" (Lc 1, 15. 41) por obra del mismo Cristo
que la Virgen María acababa de concebir del Espíritu Santo.
La "visitación" de María a Isabel se convirtió así
en "visita de Dios a su pueblo" (Lc 1, 68).
718 Juan es "Elías que debe venir" (Mt 17, 10-13):
El fuego del Espíritu lo habita y le hace correr delante [como "precursor"]
del Señor que viene. En Juan el Precursor, el Espíritu Santo
culmina la obra de "preparar al Señor un pueblo bien dispuesto" (Lc
1, 17).
719 Juan es "más que un profeta" (Lc 7, 26). En
él, el Espíritu Santo consuma el "hablar por los profetas".
Juan termina el ciclo de los profetas inaugurado por Elías (cf. Mt
11, 13-14). Anuncia la inminencia de la consolación de Israel, es
la "voz" del Consolador que llega (Jn 1, 23; cf. Is 40, 1-3). Como lo hará
el Espíritu de Verdad, "vino como testigo para dar testimonio de
la luz" (Jn 1, 7;cf. Jn 15, 26; 5, 33). Con respecto a Juan, el Espíritu
colma así las "indagaciones de los profetas" y la ansiedad de los
ángeles (1 P 1, 10-12): "Aquél sobre quien veas que baja el
Espíritu y se queda sobre él, ése es el que bautiza
con el Espíritu Santo ... Y yo lo he visto y doy testimonio de que
este es el Hijo de Dios ... He ahí el Cordero de Dios" (Jn 1, 33-36).
720 En fin, con Juan Bautista, el Espíritu Santo,
inaugura, prefigurándolo, lo que realizará con y en Cristo:
volver a dar al hombre la "semejanza" divina. El bautismo de Juan era para
el arrepentimiento, el del agua y del Espíritu será un nuevo
nacimiento (cf. Jn 3, 5).
“Alégrate, llena de gracia”
721 María,
la Santísima Madre de Dios, la siempre Virgen, es la obra maestra
de la Misión del Hijo y del Espíritu Santo en la Plenitud de
los tiempos. Por primera vez en el designio de Salvación y porque
su Espíritu la ha preparado, el Padre encuentra la Morada en donde
su Hijo y su Espíritu pueden habitar entre los hombres. Por ello,
los más bellos textos sobre la sabiduría, la tradición
de la Iglesia los ha entendido frecuentemente con relación a María
(cf. Pr 8, 1-9, 6; Si 24): María es cantada y representada en la Liturgia
como el trono de la "Sabiduría".
En ella comienzan a manifestarse las "maravillas de
Dios", que el Espíritu va a realizar en Cristo y en la Iglesia:
722 El Espíritu Santo preparó a María
con su gracia . Convenía que fuese "llena de gracia" la madre de
Aquél en quien "reside toda la Plenitud de la Divinidad corporalmente"
(Col 2, 9). Ella fue concebida sin pecado, por pura gracia, como la más
humilde de todas las criaturas, la más capaz de acoger el don inefable
del Omnipotente. Con justa razón, el ángel Gabriel la saluda
como la "Hija de Sión": "Alégrate" (cf. So 3, 14; Za 2, 14).
Cuando ella lleva en sí al Hijo eterno, es la acción de gracias
de todo el Pueblo de Dios, y por tanto de la Iglesia, esa acción
de gracias que ella eleva en su cántico al Padre en el Espíritu
Santo (cf. Lc 1, 46-55).
723 En María el Espíritu Santo realiza
el designio benevolente del Padre. La Virgen concibe y da a luz al Hijo
de Dios por obra del Espíritu Santo. Su virginidad se convierte en
fecundidad única por medio del poder del Espíritu y de la
fe (cf. Lc 1, 26-38; Rm 4, 18-21; Ga 4, 26-28).
724 En María, el Espíritu Santo manifiesta
al Hijo del Padre hecho Hijo de la Virgen. Ella es la zarza ardiente de
la teofanía definitiva: llena del Espíritu Santo, presenta
al Verbo en la humildad de su carne dándolo a conocer a los pobres
(cf. Lc 2, 15-19) y a las primicias de las naciones (cf. Mt 2, 11).
725 En fin, por medio de María, el Espíritu
Santo comienza a poner en Comunión con Cristo a los hombres "objeto
del amor benevolente de Dios" (cf. Lc 2, 14), y los humildes son siempre
los primeros en recibirle: los pastores, los magos, Simeón y Ana,
los esposos de Caná y los primeros discípulos.
726 Al término de esta Misión del Espíritu,
María se convierte en la "Mujer", nueva Eva "madre de los vivientes",
Madre del "Cristo total" (cf. Jn 19, 25-27). Así es como ella está
presente con los Doce, que "perseveraban en la oración, con un mismo
espíritu" (Hch 1, 14), en el amanecer de los "últimos tiempos"
que el Espíritu va a inaugurar en la mañana de Pentecostés
con la manifestación de la Iglesia.
Cristo Jesús
727 Toda la Misión
del Hijo y del Espíritu Santo en la plenitud de los tiempos
se resume en que el Hijo es el Ungido del Padre desde su Encarnación:
Jesús es Cristo, el Mesías.
Todo el segundo capítulo del Símbolo de
la fe hay que leerlo a la luz de esto. Toda la obra de Cristo es misión
conjunta del Hijo y del Espíritu Santo. Aquí se mencionará
solamente lo que se refiere a la promesa del Espíritu Santo hecha
por Jesús y su don realizado por el Señor glorificado.
728 Jesús no revela plenamente el Espíritu
Santo hasta que él mismo no ha sido glorificado por su Muerte y su
Resurrección. Sin embargo, lo sugiere poco a poco, incluso en su
enseñanza a la muchedumbre, cuando revela que su Carne será
alimento para la vida del mundo (cf. Jn 6, 27. 51.62-63). Lo sugiere también
a Nicodemo (cf. Jn 3, 5-8), a la Samaritana (cf. Jn 4, 10. 14. 23-24) y
a los que participan en la fiesta de los Tabernáculos (cf. Jn 7,
37-39). A sus discípulos les habla de él abiertamente a propósito
de la oración (cf. Lc 11, 13) y del testimonio que tendrán
que dar (cf. Mt 10, 19-20).
729 Solamente cuando ha llegado la Hora en que va a ser
glorificado Jesús promete la venida del Espíritu Santo, ya
que su Muerte y su Resurrección serán el cumplimiento de la
Promesa hecha a los Padres (cf. Jn 14, 16-17. 26; 15, 26; 16, 7-15; 17, 26):
El Espíritu de Verdad, el otro Paráclito, será dado
por el Padre en virtud de la oración de Jesús; será
enviado por el Padre en nombre de Jesús; Jesús lo enviará
de junto al Padre porque él ha salido del Padre. El Espíritu
Santo vendrá, nosotros lo conoceremos, estará con nosotros
para siempre, permanecerá con nosotros; nos lo enseñará
todo y nos recordará todo lo que Cristo nos ha dicho y dará
testimonio de él; nos conducirá a la verdad completa y glorificará
a Cristo. En cuanto al mundo lo acusará en materia de pecado, de justicia
y de juicio.
730 Por fin llega la Hora de Jesús (cf. Jn 13,
1; 17, 1): Jesús entrega su espíritu en las manos del Padre
(cf. Lc 23, 46; Jn 19, 30) en el momento en que por su Muerte es vencedor
de la muerte, de modo que, "resucitado de los muertos por la Gloria del Padre"
(Rm 6, 4), enseguida da a sus discípulos el Espíritu Santo
dirigiendo sobre ellos su aliento (cf. Jn 20, 22). A partir de esta hora,
la misión de Cristo y del Espíritu se convierte en la misión
de la Iglesia: "Como el Padre me envió, también yo os envío"
(Jn 20, 21; cf. Mt 28, 19; Lc 24, 47-48; Hch 1, 8).
V EL ESPIRITU Y LA IGLESIA EN LOS ULTIMOS TIEMPOS
Pentecostés
731 El día
de Pentecostés (al término de las siete semanas pascuales),
la Pascua de Cristo se consuma con la efusión del Espíritu
Santo que se manifiesta, da y comunica como Persona divina: desde su plenitud,
Cristo, el Señor (cf. Hch 2, 36), derrama profusamente el Espíritu.
732 En este día se revela plenamente la Santísima
Trinidad. Desde ese día el Reino anunciado por Cristo está
abierto a todos los que creen en El: en la humildad de la carne y en la fe,
participan ya en la Comunión de la Santísima Trinidad. Con
su venida, que no cesa, el Espíritu Santo hace entrar al mundo en
los "últimos tiempos", el tiempo de la Iglesia, el Reino ya heredado,
pero todavía no consumado:
Hemos visto la verdadera Luz, hemos recibido el
Espíritu celestial, hemos encontrado la verdadera fe: adoramos la
Trinidad indivisible porque ella nos ha salvado (Liturgia bizantina, Tropario
de Vísperas de Pentecostés; empleado también en las
liturgias eucarísticas después de la comunión)
El Espíritu Santo, El Don de Dios
733 "Dios es Amor"
(1 Jn 4, 8. 16) y el Amor que es el primer don, contiene todos los
demás. Este amor "Dios lo ha derramado en nuestros corazones por
el Espíritu Santo que nos ha sido dado" (Rm 5, 5).
734 Puesto que hemos muerto, o al menos, hemos sido heridos
por el pecado, el primer efecto del don del Amor es la remisión de
nuestros pecados. La Comunión con el Espíritu Santo (2 Co
13, 13) es la que, en la Iglesia, vuelve a dar a los bautizados la semejanza
divina perdida por el pecado.
735 El nos da entonces las "arras" o las "primicias"
de nuestra herencia (cf. Rm 8, 23; 2 Co 1, 21): la Vida misma de la Santísima
Trinidad que es amar "como él nos ha amado" (cf. 1 Jn 4, 11-12).
Este amor (la caridad de 1 Co 13) es el principio de la vida nueva en Cristo,
hecha posible porque hemos "recibido una fuerza, la del Espíritu Santo"
(Hch 1, 8).
736 Gracias a este poder del Espíritu Santo los
hijos de Dios pueden dar fruto. El que nos ha injertado en la Vid verdadera
hará que demos "el fruto del Espíritu que es caridad, alegría,
paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, templanza"(Ga
5, 22-23). "El Espíritu es nuestra Vida": cuanto más renunciamos
a nosotros mismos (cf. Mt 16, 24-26), más "obramos también
según el Espíritu" (Ga 5, 25):
Por la comunión con él, el Espíritu
Santo nos hace espirituales, nos restablece en el Paraíso, nos lleva
al Reino de los cielos y a la adopción filial, nos da la confianza
de llamar a Dios Padre y de participar en la gracia de Cristo, de ser llamado
hijo de la luz y de tener parte en la gloria eterna (San Basilio, Spir.
15,36).
El Espíritu Santo y la Iglesia
737 La misión
de Cristo y del Espíritu Santo se realiza en la Iglesia, Cuerpo de
Cristo y Templo del Espíritu Santo. Esta misión conjunta asocia
desde ahora a los fieles de Cristo en su Comunión con el Padre en
el Espíritu Santo: El Espíritu Santo prepara a los hombres,
los previene por su gracia, para atraerlos hacia Cristo. Les manifiesta
al Señor resucitado, les recuerda su palabra y abre su mente para
entender su Muerte y su Resurrección. Les hace presente el Misterio
de Cristo, sobre todo en la Eucaristía para reconciliarlos, para
conducirlos a la Comunión con Dios, para que den "mucho fruto" (Jn
15, 5. 8. 16).
738 Así, la misión de la Iglesia no se
añade a la de Cristo y del Espíritu Santo, sino que es su
sacramento: con todo su ser y en todos sus miembros ha sido enviada para
anunciar y dar testimonio, para actualizar y extender el Misterio de la
Comunión de la Santísima Trinidad (esto será el objeto
del próximo artículo):
Todos nosotros que hemos recibido el mismo y único
espíritu, a saber, el Espíritu Santo, nos hemos fundido entre
nosotros y con Dios ya que por mucho que nosotros seamos numerosos separadamente
y que Cristo haga que el Espíritu del Padre y suyo habite en cada
uno de nosotros, este Espíritu único e indivisible lleva por
sí mismo a la unidad a aquellos que son distintos entre sí
... y hace que todos aparezcan como una sola cosa en él . Y de la
misma manera que el poder de la santa humanidad de Cristo hace que todos
aquellos en los que ella se encuentra formen un solo cuerpo, pienso que también
de la misma manera el Espíritu de Dios que habita en todos, único
e indivisible, los lleva a todos a la unidad espiritual (San Cirilo de Alejandría,
Jo 12).
739 Puesto que el Espíritu Santo es la Unción
de Cristo, es Cristo, Cabeza del Cuerpo, quien lo distribuye entre sus miembros
para alimentarlos, sanarlos, organizarlos en sus funciones mutuas, vivificarlos,
enviarlos a dar testimonio, asociarlos a su ofrenda al Padre y a su intercesión
por el mundo entero. Por medio de los sacramentos de la Iglesia, Cristo
comunica su Espíritu, Santo y Santificador, a los miembros de su
Cuerpo (esto será el objeto de la segunda parte del Catecismo).
740 Estas "maravillas de Dios", ofrecidas a los creyentes
en los Sacramentos de la Iglesia, producen sus frutos en la vida nueva,
en Cristo, según el Espíritu (esto será el objeto de
la tercera parte del Catecismo).
741 "El Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza.
Pues nosotros no sabemos pedir como conviene; mas el Espíritu mismo
intercede por nosotros con gemidos inefables" (Rm 8, 26). El Espíritu
Santo, artífice de las obras de Dios, es el Maestro de la oración
(esto será el objeto de la cuarta parte del Catecismo).
RESUMEN
742 "La prueba de
que sois hijos es que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu
de su Hijo que clama:Abba, Padre" (Ga 4, 6).
743 Desde el comienzo y hasta de la consumación
de los tiempos, cuando Dios envía a su Hijo, envía siempre
a su Espíritu: la misión de ambos es conjunta e inseparable.
744 En la plenitud de los tiempos, el Espíritu
Santo realiza en María todas las preparaciones para la venida de Cristo
al Pueblo de Dios. Mediante la acción del Espíritu Santo en
ella, el Padre da al mundo el Emmanue l, "Dios con nosotros" (Mt 1, 23).
745 El Hijo de Dios es consagrado Cristo [Mesías]
mediante la Unción del Espíritu Santo en su Encarnación
(cf. Sal 2, 6-7).
746 Por su Muerte y su Resurrección, Jesús
es constituído Señor y Cristo en la gloria (Hch 2, 36). De
su plenitud derrama el Espíritu Santo sobre los Apóstoles y
la Iglesia.
747 El Espíritu Santo que Cristo, Cabeza, derrama
sobre sus miembros, construye, anima y santifica a la Iglesia. Ella es el
sacramento de la Comunión de la Santísima Trinidad con los
hombres.
Articulo 9 “CREO EN LA SANTA IGLESIA
CATOLICA”
748 "Cristo es la
luz de los pueblos. Por eso, este sacrosanto Sínodo, reunido en el
Espíritu Santo, desea vehementemente iluminar a todos los hombres
con la luz de Cristo, que resplandece sobre el rostro de la Iglesia, anunciando
el evangelio a todas las criaturas". Con estas palabras comienza la "Constitución
dogmática sobre la Iglesia" del Concilio Vaticano II. Así,
el Concilio muestra que el artículo de la fe sobre la Iglesia depende
enteramente de los artículos que se refieren a Cristo Jesús.
La Iglesia no tiene otra luz que la de Cristo; ella es, según una
imagen predilecta de los Padres de la Iglesia, comparable a la luna cuya
luz es reflejo del sol.
749 El artículo sobre la Iglesia depende enteramente
también del que le precede, sobre el Espíritu Santo. "En efecto,
después de haber mostrado que el Espíritu Santo es la fuente
y el dador de toda santidad, confesamos ahora que es El quien ha dotado
de santidad a la Iglesia" (Catech. R. 1, 10, 1). La Iglesia, según
la expresión de los Padres, es el lugar "donde florece el Espíritu"
(San Hipóli to, t.a. 35).
750 Creer que la Iglesia es "Santa" y "Católica",
y que es "Una" y "Apostólica" (como añade el Símbolo
nicenoconstantinopolitano) es inseparable de la fe en Dios, Padre, Hijo
y Espíritu Santo. En el Símbolo de los Apóstoles, hacemos
profesión de creer que existe una Iglesia Santa ("Credo ... Ecclesiam"),
y no de creer en la Iglesia para no confundir a Dios con sus obras y para
atribuir claramente a la bondad de Dios todos los dones que ha puesto en
su Iglesia (cf. Catech. R. 1, 10, 22).
Párrafo 1 LA IGLESIA EN EL
DESIGNIO DE DIOS
I LOS NOMBRES Y LAS IMAGENES DE LA IGLESIA
751 La palabra "Iglesia"
["ekklèsia", del griego "ek-kalein" - "llamar fuera"] significa "convocación".
Designa asambleas del pueblo (cf. Hch 19, 39), en general de carácter
religioso. Es el término frecuentemente utilizado en el texto griego
del Antiguo Testamento para designar la asamblea del pueblo elegido en la
presencia de Dios, sobre todo cuando se trata de la asamblea del Sinaí,
en donde Israel recibió la Ley y fue constituido por Dios como su
pueblo santo (cf. Ex 19). Dándose a sí misma el nombre de "Iglesia",
la primera comunidad de los que creían en Cristo se reconoce heredera
de aquella asamblea. En ella, Dios "convoca" a su Pueblo desde todos
los confines de la tierra. El término "Kiriaké", del que se
deriva las palabras "church" en inglés, y "Kirche" en alemán,
significa "la que pertenece al Señor".
752 En el lenguaje cristiano, la palabra "Iglesia" designa
no sólo la asamblea litúrgica (cf. 1 Co 11, 18; 14, 19. 28.
34. 35), sino también la comunidad local (cf. 1 Co 1, 2; 16, 1) o
toda la comunidad universal de los creyentes (cf. 1 Co 15, 9; Ga 1, 13; Flp
3, 6). Estas tres significaciones son inseparables de hecho. La "Iglesia"
es el pueblo que Dios reúne en el mundo entero. La Iglesia de Dios
existe en las comunidades locales y se realiza como asamblea litúrgica,
sobre todo eucarística. La Iglesia vive de la Palabra y del Cuerpo
de Cristo y de esta manera viene a ser ella misma Cuerpo de Cristo.
Los símbolos de la Iglesia
753 En la Sagrada
Escritura encontramos multitud de imágenes y de figuras relacionadas
entre sí, mediante las cuales la revelación habla del Misterio
inagotable de la Iglesia. Las imágenes tomadas del Antiguo Testamento
constituyen variaciones de una idea de fondo, la del "Pueblo de Dios". En
el Nuevo Testamento (cf. Ef 1, 22; Col 1, 18), todas estas imágenes
adquieren un nuevo centro por el hecho de que Cristo viene a ser "la Cabeza"
de este Pueblo (cf. LG 9) el cual es desde entonces su Cuerpo. En torno
a este centro se agrupan imágenes "tomadas de la vida de los pastores,
de la agricultura, de la construcción, incluso de la familia y del
matrimonio" (LG 6).
754 "La Iglesia, en efecto, es el redil cuya puerta única
y necesaria es Cristo(Jn 10, 1-10). Es también el rebaño cuy
pastor será el mismo Dios, como él mismo anunció (cf.
Is 40, 11; Ez 34, 11-31). Aunque son pastores humanos quien es gobiernan
a las ovejas, sin embargo es Cristo mismo el que sin cesar las guía
y alimenta; El, el Buen Pastor y Cabeza de los pastores (cf. Jn 10, 11; 1
P 5, 4), que dio su vida por las ovejas (cf. Jn 10, 11-15)".
755 "La Iglesia es labranza o campo de Dios (1 Co 3,
9). En este campo crece el antiguo olivo cuya raíz santa fueron los
patriarcas y en el que tuvo y tendrá lugar la reconciliación
de los judíos y de los gentiles (Rm 11, 13-26). El labrador del cielo
la plantó como viña selecta (Mt 21, 33-43 par.; cf. Is 5, 1-7).
La verdadera vid es Cristo, que da vida y fecundidad a a los sarmientos,
es decir, a nosotros, que permanecemos en él por medio de la Iglesia
y que sin él no podemos hacer nada (Jn 15, 1-5)".
756 "También muchas veces a la Iglesia se la llama
construcción de Dios (1 Co 3, 9). El Señor mismo se comparó
a la piedra que desecharon los constructores, pero que se convirtió
en la piedra angular (Mt 21, 42 par.; cf. Hch 4, 11; 1 P 2, 7; Sal 118,
22). Los apóstoles construyen la Iglesia sobre ese fundamento (cf.
1 Co 3, 11), que le da solidez y cohesión. Esta construcción
recibe diversos nombres: casa de Dios: casa de Dios (1 Tim 3, 15)
en la que habita su familia, habitación de Dios en el Espíritu
(Ef 2, 19-22), tienda de Dios con los hombres (Ap 21, 3), y sobre todo,
templo santo. Representado en los templos de piedra, los Padres cantan sus
alabanzas, y la liturgia, con razón, lo compara a la ciudad santa,
a la nueva Jerusalén. En ella, en efecto, nosotros como piedras vivas
entramos en su construcción en este mundo (cf. 1 P 2, 5). San Juan
ve en el mundo renovado bajar del cielo, de junto a Dios, esta ciudad santa
arreglada como una esposa embellecidas para su esposo (Ap 21, 1-2)".
757 "La Iglesia que es llamada también "la Jerusalén
de arriba" y "madre nuestra" (Ga 4, 26; cf. Ap 12, 17), y se la describe
como la esposa inmaculada del Cordero inmaculado (Ap 19, 7; 21, 2. 9; 22,
17). Cristo `la amó y se entregó por ella para santificarla'
(Ef 5, 25-26); se unió a ella en alianza indisoluble, `la alimenta
y la cuida' (Ef 5, 29) sin cesar" (LG 6).
II ORIGEN, FUNDACION Y MISION DE LA IGLESIA
758 Para penetrar
en el Misterio de la Iglesia, conviene primeramente contemplar su origen
dentro del designio de la Santísima Trinidad y su realización
progresiva en la historia.
Un designio nacido en el corazón del Padre
759 "El Padre eterno
creó el mundo por una decisión totalmente libre y misteriosa
de su sabiduría y bondad. Decidió elevar a los hombres a la
participación de la vida divina" a la cual llama a todos los hombres
en su Hijo: "Dispuso convocar a los creyentes en Cristo en la santa Iglesia".
Esta "familia de Dios" se constituye y se realiza gradualmente a lo largo
de las etapas de la historia humana, según las disposiciones del Padre:
en efecto, la Iglesia ha sido "prefigurada ya desde el origen del mundo y
preparada maravillosamente en la historia del pueblo de Israel y en la Antigua
Alianza; se constituyó en los últimos tiempos, se manifestó
por la efusión del Espíritu y llegará gloriosamente
a su plenitud al final de los siglos" (LG 2).
La Iglesia, prefigurada desde el origen del mundo
760 "El mundo fue
creado en orden a la Iglesia" decían los cristianos de los primeros
tiempos (Hermas, vis.2, 4,1; cf. Arístides, apol. 16, 6; Justino,
apol. 2, 7). Dios creó el mundo en orden a la comunión en
su vida divina, "comunión" que se realiza mediante la "convocación"
de los hombres en Cristo, y esta "convocación" es la Iglesia. La
Iglesia es la finalidad de todas las cosas (cf. San Epifanio, haer. 1,1,5),
e incluso las vicisitudes dolorosas como la caída de los ángeles
y el pecado del hombre, no fueron permitidas por Dios más que como
ocasión y medio de desplegar toda la fuerza de su brazo, toda la medida
del amor que quería dar al mundo:
Así como la voluntad de Dios es un acto y se
llama mundo, así su intención es la salvación de los
hombres y se llama Iglesia (Clemente de Alej. paed. 1, 6).
La Iglesia, preparada en la Antigua Alianza
761 La reunión
del pueblo de Dios comienza en el instante en que el pecado destruye la
comunión de los hombres con Dios y la de los hombres entre sí.
La reunión de la Iglesia es por así decirlo la reacción
de Dios al caos provocado por el pecado. Esta reunificación se realiza
secretamente en el seno de todos los pueblos: "En cualquier nación
el que le teme [a Dios] y practica la justicia le es grato" (Hch 10, 35;
cf LG 9; 13; 16).
762 La preparación lejana de la reunión
del pueblo de Dios comienza con la vocación de Abraham, a quien Dios
promete que llegará a ser Padre de un gran pueblo (cf Gn 12, 2; 15,
5-6). La preparación inmediata comienza con la elección de Israel
como pueblo de Dios (cf Ex 19, 5-6; Dt 7, 6). Por su elección, Israel
debe ser el signo de la reunión futura de todas las naciones (cf Is
2, 2-5; Mi 4, 1-4). Pero ya los profetas acusan a Israel de haber roto la
alianza y haberse comportado como una prostituta (cf Os 1; Is 1, 2-4; Jr
2; etc.). Anuncian, pues, una Alianza nueva y eterna (cf. Jr 31, 31-34; Is
55, 3). "Jesús instituyó esta nueva alianza" (LG 9).
La Iglesia - instituida por Cristo Jesús
763 Corresponde al
Hijo realizar el plan de Salvación de su Padre, en la plenitud de
los tiempos; ese es el motivo de su "misión" (cf. LG 3; AG 3). "El
Señor Jesús comenzó su Iglesia con el anuncio de la
Buena Noticia, es decir, de la llegada del Reino de Dios prometido desde
hacía siglos en las Escrituras" (LG 5). Para cumplir la voluntad
del Padre, Cristo inauguró el Reino de los cielos en la tierra. La
Iglesia es el Reino de Cristo "presente ya en misterio" (LG 3).
764 "Este Reino se manifiesta a los hombres en las palabras,
en las obras y en la presencia de Cristo" (LG 5). Acoger la palabra de Jesús
es acoger "el Reino" (ibid.). El germen y el comienzo del Reino son el "pequeño
rebaño" (Lc 12, 32), de los que Jesús ha venido a convocar
en torno suyo y de los que él mismo es el pastor (cf. Mt 10, 16; 26,
31; Jn 10, 1-21). Constituyen la verdadera familia de Jesús (cf. Mt
12, 49). A los que reunió así en torno suyo, les enseñó
no sólo una nueva "manera de obrar", sino también una oración
propia (cf. Mt 5-6).
765 El Señor Jesús dotó a su comunidad
de una estructura que permanecerá hasta la plena consumación
del Reino. Ante todo está la elección de los Doce con Pedro
como su Cabeza (cf. Mc 3, 14-15); puesto que representan a las doce tribus
de Israel (cf. Mt 19, 28; Lc 22, 30), ellos son los cimientos de la nueva
Jerusalén (cf. Ap 21, 12-14). Los Doce (cf. Mc6, 7) y los otros discípulos
(cf. Lc 10,1-2) participan en la misión de Cristo, en su poder, y
también en su suerte (cf. Mt 10, 25; Jn 15, 20). Con todos estos actos,
Cristo prepara y edifica su Iglesia.
766 Pero la Iglesia ha nacido principalmente del don
total de Cristo por nuestra salvación, anticipado en la institución
de la Eucaristía y realizado en la Cruz. "El agua y la sangre que
brotan del costado abierto de Jesús crucificado son signo de este
comienzo y crecimiento" (LG 3 ."Pues del costado de Cristo dormido en la
cruz nació el sacramento admirable de toda la Iglesia" (SC 5). Del
mismo modo que Eva fue formada del costado de Adán adormecido, así
la Iglesia nació del corazón traspasado de Cristo muerto en
la Cruz (cf. San Ambrosio, Luc 2, 85-89).
La Iglesia, manifestada por el Espíritu Santo
767 "Cuando el Hijo
terminó la obra que el Padre le encargó realizar en la tierra,
fue enviado el Espíritu Santo el día de Pentecostés
para que santificara continuamente a la Iglesia" (LG 4). Es entonces cuando
"la Iglesia se manifestó públicamente ante la multitud; se
inició la difusión del evangelio entre los pueblos mediante
la predicación" (AG 4). Como ella es "convocatoria" de salvación
para todos los hombres, la Iglesia, por su misma naturaleza, misionera enviada
por Cristo a todas las naciones para hacer de ellas discípulos suyos
(cf. Mt 28, 19-20; AG 2,5-6).
768 Para realizar su misión, el Espíritu
Santo "la construye y dirige con diversos dones jerárquicos y carismáticos"
LG 4). "La Iglesia, enriquecida con los dones de su Fundador y guardando
fielmente sus mandamientos del amor, la humildad y la renuncia, recibe la
misión de anunciar y establecer en todos los pueblos el Reino de Cristo
y de Dios. Ella constituye el germen y el comienzo de este Reino en la tierra"
(LG 5).
La Iglesia, consumada en la gloria
769 La Iglesia "sólo
llegará a su perfección en la gloria del cielo" (LG 48), cuando
Cristo vuelva glorioso. Hasta ese día, "la Iglesia avanza en su peregrinación
a través de las persecuciones del mundo y de los consuelos de Dios"
(San Agustín, civ. 18, 51;cf. LG 8). Aquí abajo, ella se sabe
en exilio, lejos del Señor (cf. 2Co 5, 6; LG 6), y aspira al advenimimento
pleno del Reino, "y espera y desea con todas sus fuerzas reunirse con su
Rey en la gloria" (LG 5). La consumación de la Iglesia en la gloria,
y a través de ella la del mundo, no sucederá sin grandes pruebas.
Solamente entonces, "todos los justos desde Adán, `desde el justo
Abel hasta el último de los elegidos' se reunirán con el Padre
en la Iglesia universal" (LG 2).
III EL MISTERIO DE LA IGLESIA
770 La Iglesia está
en la historia, pero al mismo tiempo la transciende. Solamente "con los
ojos de la fe" (Catech. R. 1,10, 20) se puede ver al mismo tiempo en esta
realidad visible una realidad espiritual, portadora de vida divina.
La Iglesia, a la vez visible y espiritual
771 "Cristo, el único
Mediador, estableció en este mundo su Iglesia santa, comunidad de
fe, esperanza y amor, como un organismo visible. La mantiene aún
sin cesar para comunicar por medio de ella a todos la verdad y la gracia".
La Iglesia es a la vez:
– "sociedad dotada de órganos jerárquicos y el Cuerpo Místico
de Cristo;
– el grupo visible y la comunidad espiritual
– la Iglesia de la tierra y la Iglesia llena de bienes del cielo".
Estas dimensiones
juntas constituyen "una realidad compleja, en la que están unidos
el elemento divino y el humano" (LG 8):
Es propio de la Iglesia "ser a la vez humana y divina,
visible y dotada de elementos invisibles, entregada a la acción y
dada a la contemplación, presente en el mundo y, sin embargo, peregrina.
De modo que en ella lo humano esté ordenado y subordinado a lo divino,
lo visible a lo invisible, la acción a la contemplación y
lo presente a la ciudad futura que buscamos" (SC 2).
¡Qué humildad y qué sublimidad!
Es la tienda de Cadar y el santuario de Dios; una tienda terrena y un palacio
celestial; una casa modestísima y una aula regia; un cuerpo mortal
y un templo luminoso; la despreciada por los soberbios y la esposa de Cristo.
Tiene la tez morena pero es hermosa, hijas de Jerusalén. El trabajo
y el dolor del prolongado exilio la han deslucido, pero también la
hermosa su forma celestial (San Bernardo, Cant. 27, 14).
La Iglesia, Misterio de la unión de los hombres
con Dios
772 En la Iglesia
es donde Cristo realiza y revela su propio misterio como la finalidad de
designio de Dios: "recapitular todo en El" (Ef 1, 10). San Pablo llama "gran
misterio" (Ef 5, 32) al desposorio de Cristo y de la Iglesia. Porque la Iglesia
se une a Cristo como a su esposo (cf. Ef 5, 25-27), por eso se convierte
a su vez en Misterio (cf. Ef 3, 9-11). Contemplando en ella el Misterio,
San Pablo escribe: el misterio "es Cristo en vosotros, la esperanza de la
gloria" (Col 1, 27)
773 En la Iglesia esta comunión de los hombres
con Dios por "la caridad que no pasará jamás"(1 Co 13, 8) es
la finalidad que ordena todo lo que en ella es medio sacramental ligado a
este mundo que pasa (cf. LG 48). "Su estructura está totalmente ordenada
a la santidad de los miembros de Cristo. Y la santidad se aprecia en función
del 'gran Misterio' en el que la Esposa responde con el don del amor al
don del Esposo" (MD 27). María nos precede a todos en la santidad
que es el Misterio de la Iglesia como la "Esposa sin tacha ni arruga" (Ef
5, 27). Por eso la dimensión mariana de la Iglesia precede a su dimensión
petrina" (ibid.).
La Iglesia, sacramento universal de la salvación
774 La palabra griega
"mysterion" ha sido traducida en latín por dos términos: "mysterium"
y "sacramentum". En la interpretación posterior, el término
"sacramentum" expresa mejor el signo visible de la realidad oculta de la
salvación, indicada por el término "mysterium". En este sentido,
Cristo es El mismo el Misterio de la salvación: "Non est enim aliud
Dei mysterium, nisi Christus" ("No hay otro misterio de Dios fuera de Cristo")
(San Agustín, ep. 187, 34). La obra salvífica de su humanidad
santa y santificante es el sacramento de la salvación que se manifiesta
y actúa en los sacramentos de la Iglesia (que las Iglesias de Oriente
llaman también "los santos Misterios"). Los siete sacramentos son
los signos y los instrumentos mediante los cuales el Espíritu Santo
distribuye la gracia de Cristo, que es la Cabeza, en la Iglesia que
es su Cuerpo. La Iglesia contiene por tanto y comunica la gracia invisible
que ella significa. En este sentido analógico ella es llamada "sacramento".
775 "La Iglesia es en Cristo como un sacramento o signo
e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de
todo el género humano "(LG 1): Ser el sacramento de la unión
íntima de los hombres con Dios es el primer fin de la Iglesia. Como
la comunión de los hombres radica en la unión con Dios, la
Iglesia es también el sacramento de la unidad del género humano.
Esta unidad ya está comenzada en ella porque reúne hombres
"de toda nación, raza, pueblo y lengua" (Ap 7, 9); al mismo tiempo,
la Iglesia es "signo e instrumento" de la plena realización de esta
unidad que aún está por venir.
776 Como sacramento, la Iglesia es instrumento de Cristo.
Ella es asumida por Cristo "como instrumento de redención universal"
(LG 9), "sacramento universal de salvación" (LG 48), por medio del
cual Cristo "manifiesta y realiza al mismo tiempo el misterio del amor de
Dios al hombre" (GS 45, 1). Ella "es el proyecto visible del amor de Dios
hacia la humanidad" (Pablo VI, discurso 22 junio 1973) que quiere "que todo
el género humano forme un único Pueblo de Dios, se una en
un único Cuerpo de Cristo, se coedifique en un único templo
del Espíritu Santo" (AG 7; cf. LG 17).
RESUMEN
777 La palabra "Iglesia"
significa "convocación". Designa la asamblea de aquellos a quienes
convoca la palabra de Dios para formar el Pueblo de Dios y que, alimentados
con el Cuerpo de Cristo, se convierten ellos mismos en Cuerpo de Cristo.
778 La Iglesia es a la vez camino y término del
designio de Dios: prefigurada en la creación, preparada en la Antigua
Alianza, fundada por las palabras y las obras de Jesucristo, realizada por
su Cruz redentora y su Resurrección, se manifiesta como misterio
de salvación por la efusión del Espíritu Santo. Quedará
consumada en la gloria del cielo como asamblea de todos los redimidos de
la tierra (cf. Ap 14,4).
779 La Iglesia es a la vez visible y espiritual, sociedad
jerárquica y Cuerpo Místico de Cristo. Es una, formada por
un doble elemento humano y divino. Ahí está su Misterio que
sólo la fe puede aceptar.
780 La Iglesia es, en este mundo, el sacramento de la
salvación, el signo y el instrumento de la Comunión con Dios
y entre los hombres.
Párrafo 2
LA IGLESIA, PUEBLO DE DIOS, CUERPO DE CRISTO,
TEMPLO DEL ESPIRITU
SANTO
I LA IGLESIA, PUEBLO DE DIOS
781 "En todo tiempo
y lugar ha sido grato a Dios el que le teme y practica la justicia. Sin
embargo, quiso santificar y salvar a los hombres no individualmente y aislados,
sin conexión entre sí, sino hacer de ellos un pueblo para
que le conociera de verdad y le sirviera con una vida santa. Eligió,
pues, a Israel para pueblo suyo, hizo una alianza con él y lo fue
educando poco a poco. Le fue revelando su persona y su plan a lo largo de
su historia y lo fue santificando. Todo esto, sin embargo, sucedió
como preparación y figura de su alianza nueva y perfecta que iba
a realizar en Cristo..., es decir, el Nuevo Testamento en su sangre convocando
a las gentes de entre los judíos y los gentiles para que se unieran,
no según la carne, sino en el Espíritu" (LG 9).
Las características del Pueblo de Dios
782 El Pueblo de Dios
tiene características que le distinguen claramente de todos
los grupos religiosos, étnicos, políticos o culturales de
la Historia:
– Es el Pueblo de Dios: Dios no pertenece en propiedad a ningún
pueblo. Pero El ha adquirido para sí un pueblo de aquellos que antes
no eran un pueblo: "una raza elegida, un sacerdocio real, una nación
santa" (1 P 2, 9).
– Se llega a ser miembro de este cuerpo no por el nacimiento físico,
sino por el "nacimiento de arriba", "del agua y del Espíritu" (Jn
3, 3-5), es decir, por la fe en Cristo y el Bautismo.
– Este pueblo tiene por jefe [cabeza] a Jesús el Cristo [Ungido,
Mesías]: porque la misma Unción, el Espíritu Santo fluye
desde la Cabeza al Cuerpo, es "el Pueblo mesiánico".
– "La identidad de este Pueblo, es la dignidad y la libertad de los hijos
de Dios en cuyos corazones habita el Espíritu Santo como en un templo".
– "Su ley, es el mandamiento nuevo: amar como el mismo Cristo mismo nos
amó (cf. Jn 13, 34)". Esta es la ley "nueva" del Espíritu Santo
(Rm 8,2; Ga 5, 25).
– Su misión es ser la sal de la tierra y la luz del mundo (cf. Mt
5, 13-16). "Es un germen muy seguro de unidad, de esperanza y de salvación
para todo el género humano".
– "Su destino es el Reino de Dios, que el mismo comenzó en este
mundo, que ha de ser extendido hasta que él mismo lo lleve también
a su perfección" (LG 9).
Un pueblo sacerdotal, profético y real
783 Jesucristo es
aquél a quien el Padre ha ungido con el Espíritu Santo y lo
ha constituido "Sacerdote, Profeta y Rey". Todo el Pueblo de Dios participa
de estas tres funciones de Cristo y tiene las responsabilidades de misión
y de servicio que se derivan de ellas (cf.RH 18-21).
784 Al entrar en el Pueblo de Dios por la fe y el Bautismo
se participa en la vocación única de este Pueblo: en su vocación
sacerdotal: "Cristo el Señor, Pontífice tomado de entre los
hombres, ha hecho del nuevo pueblo `un reino de sacerdotes para Dios, su
Padre'. Los bautizados, en efecto, por el nuevo nacimiento y por la unción
del Espíritu Santo, quedan consagrados como casa espiritual y sacerdocio
santo" (LG 10).
785 "El pueblo santo de Dios participa también
del carácter profético de Cristo". Lo es sobre todo por el sentido
sobrenatural de la fe que es el de todo el pueblo, laicos y jerarquía,
cuando "se adhiere indefectiblemente a la fe transmitida a los santos de
una vez para siempre" (LG 12) y profundiza en su comprensión y se
hace testigo de Cristo en medio de este mundo.
786 El Pueblo de Dios participa, por último, en
la función regia de Cristo". Cristo ejerce su realeza atrayendo a
sí a todos los hombres por su muerte y su resurrección (cf.
Jn 12, 32). Cristo, Rey y Señor del universo, se hizo el servidor
de todos, no habiendo "venido a ser servido, sino a servir y dar su vida
en rescate por muchos" (Mt 20, 28). Para el cristiano, "servir es reinar"
(LG 36), particularmente "en los pobres y en los que sufren" donde descubre
"la imagen de su Fundador pobre y sufriente" (LG 8). El pueblo de Dios realiza
su "dignidad regia" viviendo conforme a esta vocación de servir con
Cristo.
De todos los que han nacido de nuevo en Cristo, el signo
de la cruz hace reyes, la unción del Espíritu Santo los consagra
como sacerdotes, a fin de que, puesto aparte el servicio particular de nuestro
ministerio, todos los cristianos espirituales y que usan de su razón
se reconozcan miembros de esta raza de reyes y participantes de la función
sacerdotal. ¿Qué hay, en efecto, más regio para un
alma que gobernar su cuerpo en la sumisión a Dios? Y ¿qué
hay más sacerdotal que consagrar a Dios una conciencia pura y ofrecer
en el altar de su corazón las víctimas sin mancha de la piedad?
(San León Magno, serm. 4, 1).
II LA IGLESIA, CUERPO DE CRISTO
La Iglesia es comunión con Jesús
787 Desde el comienzo,
Jesús asoció a sus discípulos a su vida (cf. Mc. 1,16-20;
3, 13-19); les reveló el Misterio del Reino (cf. Mt 13, 10-17); les
dio parte en su misión, en su alegría (cf. Lc 10, 17-20) y
en sus sufrimientos (cf. Lc 22, 28-30). Jesús habla de una comunión
todavía más íntima entre él y los que le sigan:
"Permaneced en Mí, como yo en vosotros ... Yo soy la vid y vosotros
los sarmientos" (Jn 15, 4-5). Anuncia una comunión misteriosa y real
entre su propio cuerpo y el nuestro: "Quien come mi carne y bebe mi sangre
permanece en Mí y Yo en él" (Jn 6, 56).
788 Cuando fueron privados los discípulos de su
presencia visible, Jesús no los dejó huérfanos (cf.
Jn 14, 18). Les prometió quedarse con ellos hasta el fin de los tiempos
(cf. Mt 28, 20), les envió su Espíritu (cf. Jn 20, 22; Hch
2, 33). Por eso, la comunión con Jesús se hizo en cierto modo
más intensa: "Por la comunicación de su Espíritu a sus
hermanos, reunidos de todos los pueblos, Cristo los constituye místicamente
en su cuerpo" (LG 7).
789 La comparación de la Iglesia con el cuerpo
arroja un rayo de luz sobre la relación íntima entre la Iglesia
y Cristo. No está solamente reunida en torno a El: siempre está
unificada en El, en su Cuerpo. Tres aspectos de la Iglesia-Cuerpo de Cristo
se han de resaltar más específicamente: la unidad de todos
los miembros entre sí por su unión con Cristo; Cristo Cabeza
del Cuerpo; la Iglesia, Esposa de Cristo.
“Un solo cuerpo”
790 Los creyentes
que responden a la Palabra de Dios y se hacen miembros del Cuerpo de Cristo,
quedan estrechamente unidos a Cristo: "La vida de Cristo se comunica a a
los creyentes, que se unen a Cristo, muerto y glorificado, por medio de
los sacramentos de una manera misteriosa pero real" (LG 7). Esto es particularmente
verdad en el caso del Bautismo por el cual nos unimos a la muerte y a la
Resurrección de Cristo (cf. Rm 6, 4-5; 1 Co 12, 13), y en el caso
de la Eucaristía, por la cual, "compartimos realmente el Cuerpo del
Señor, que nos eleva hasta la comunión con él y entre
nosotros" (LG 7).
791 La unidad del cuerpo no ha abolido la diversidad
de los miembros: "En la construcción del cuerpo de Cristo existe
una diversidad de miembros y de funciones. Es el mismo Espíritu el
que, según su riqueza y las necesidades de los ministerios, distribuye
sus diversos dones para el bien de la Iglesia". La unidad del Cuerpo místico
produce y estimula entre los fieles la caridad: "Si un miembro sufre, todos
los miembros sufren con él; si un miembro es honrado, todos los miembros
se alegran con él" (LG 7). En fin, la unidad del Cuerpo místico
sale victoriosa de todas las divisiones humanas: "En efecto, todos los bautizados
en Cristo os habéis revestido de Cristo: ya no hay judío ni
griego; ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois
uno en Cristo Jesús" (Ga 3, 27-28).
Cristo, Cabeza de este Cuerpo
792 Cristo "es la
Cabeza del Cuerpo que es la Iglesia" (Col 1, 18). Es el Principio de la
creación y de la redención. Elevado a la gloria del Padre,
"él es el primero en todo" (Col 1, 18), principalmente en la Iglesia
por cuyo medio extiende su reino sobre todas las cosas:
793 El nos une a su Pascua: Todos los miembros tienen
que esforzarse en asemejarse a él "hasta que Cristo esté formad
o en ellos" (Ga 4, 19). "Por eso somos integrados en los misterios de su
vida ..., nos unimos a sus sufrimientos como el cuerpo a su cabeza. Sufrimos
con él para ser glorificados con él" (LG 7).
794 El provee a nuestro crecimiento (cf. Col 2, 19):
Para hacernos crecer hacia él, nuestra Cabeza (cf. Ef 4, 11-16),
Cristo distribuye en su cuerpo, la Iglesia, los dones y los servicios mediante
los cuales nos ayudamos mutuamente en el camino de la salvación.
795 Cristo y la Iglesia son, por tanto, el "Cristo total"
["Christus totus"]. La Iglesia es una con Cristo. Los santos tienen conciencia
muy viva de esta unidad:
Felicitémonos y demos gracias por lo que hemos
llegado a ser, no solamente cristianos sino el propio Cristo. ¿Comprendéis,
hermanos, la gracia que Dios nos ha hecho al darnos a Cristo como Cabeza?
Admiraos y regocijaos, hemos sido hechos Cristo. En efecto, ya que El es
la Cabeza y nosotros somos los miembros, el hombre todo entero es El y nosotros
... La plenitud de Cristo es, pues, la Cabeza y los miembros: ¿Qué
quiere decir la Cabeza y los miembros? Cristo y la Iglesia (San Agustín,
ev. Jo. 21, 8).
Redemptor noster unam se personam cum sancta Ecclesia,
quam assumpsit, exhibuit ("Nuestro Redentor muestra que forma una sola persona
con la Iglesia que El asumió") (San Gregorio Magno, mor. praef.1,6,4).
Caput et membra, quasi una persona mystica ("La Cabeza
y los miembros, como si fueran una sola persona mística") (Santo
Tomás de Aquino, s.th. 3, 42, 2, ad 1).
Una palabra de Santa Juana de Arco a sus jueces
resume la fe de los santos doctores y expresa el buen sentido del creyente:
"De Jesucristo y de la Iglesia, me parece que es todo uno y que no es necesario
hacer una dificultad de ello" (Juana de Arco, proc.).
La Iglesia es la Esposa de Cristo
796 La unidad de Cristo
y de la Iglesia, Cabeza y miembros del Cuerpo, implica también la
distinción de ambos en una relación personal. Este aspecto
es expresado con frecuencia mediante la imagen del Esposo y de la
Esposa. El tema de Cristo esposo de la Iglesia fue preparado por los profetas
y anunciado por Juan Bautista (cf. Jn 3, 29). El Señor se designó
a sí mismo como "el Esposo" (Mc 2, 19; cf. Mt 22, 1-14; 25, 1-13).
El apóstol presenta a la Iglesia y a cada fiel, miembro de su Cuerpo,
como una Esposa "desposada" con Cristo Señor para "no ser con él
más que un solo Espíritu" (cf. 1 Co 6,15-17; 2 Co 11,2). Ella
es la Esposa inmaculada del Cordero inmaculado (cf. Ap 22,17; Ef 1,4; 5,27),
a la que Cristo "amó y por la que se entregó a fin de santificarla"
(Ef 5,26), la que él se asoció mediante una Alianza eterna
y de la que no cesa de cuidar como de su propio Cuerpo (cf. Ef 5,29):
He ahí el Cristo total, cabeza y cuerpo, un solo
formado de muchos ... Sea la cabeza la que hable, sean los miembros, es
Cristo el que habla. Habla en el papel de cabeza ["ex persona capitis"]
o en el de cuerpo ["ex persona corporis"]. Según lo que está
escrito: "Y los dos se harán una sola carne. Gran misterio es éste,
lo digo respecto a Cristo y la Iglesia."(Ef 5,31-32) Y el Señor mismo
en el evangelio dice: "De manera que ya no son dos sino una sola carne"
(Mt 19,6). Como lo habéis visto bien, hay en efecto dos personas
diferentes y, no obstante, no forman más que una en el abrazo conyugal
... Como cabeza él se llama "esposo" y como cuerpo "esposa" (San
Agustín, psalm. 74, 4:PL 36, 948-949).
III LA IGLESIA, TEMPLO DEL ESPIRITU SANTO
797 "Quod est spiritus
noster, id est anima nostra, ad membra nostra, hoc est Spiritus Sanctus ad
membra Christi, ad corpus Christi, quod est Ecclesia" ("Lo que nuestro espíritu,
es decir, nuestra alma, es para nuestros miembros, eso mismo es el Espíritu
Santo para los miembros de Cristo, para el Cuerpo de Cristo que es la Iglesia")
(San Agustín, serm. 267, 4). "A este Espíritu de Cristo, como
a principio invisible, ha de atribuirse también el que todas las
partes del cuerpo estén íntimamente unidas, tanto entre sí
como con su excelsa Cabeza, puesto que está todo él en la Cabeza,
todo en el Cuerpo, todo en cada uno de los miembros" (Pío XII: "Mystici
Corporis": DS 3808). El Espíritu Santo hace de la Iglesia "el Templo
del Dios vivo" (2 Co 6, 16; cf. 1 Co 3, 16-17;Ef 2,21):
En efecto, es a la misma Iglesia, a la que ha sido confiado
el "Don de Dios ...Es en ella donde se ha depositado la comunión
con Cristo, es decir el Espíritu Santo, arras de la incorruptibilidad,
confirmación de nuestra fe y escala de nuestra ascensión
hacia Dios ...Porque allí donde está la Iglesia, allí
está también el Espíritu de Dios; y allí donde
está el Espíritu de Dios, está la Iglesia y toda gracia.
(San Ireneo, haer. 3, 24, 1).
798 El Espíritu Santo es "el principio de toda
acción vital y verdaderamente saludable en todas las partes del cuerpo"
(Pío XII, "Mystici Corporis": DS 3808). Actúa de múltiples
maneras en la edificación de todo el Cuerpo en la caridad(cf. Ef 4,
16): por la Palabra de Dios, "que tiene el poder de construir el edificio"
(Hch 20, 32), por el Bautismo mediante el cual forma el Cuerpo de Cristo (cf.
1 Co 12, 13); por los sacramentos que hacen crecer y curan a los miembros
de Cristo; por "la gracia concedida a los apóstoles" que "entre estos
dones destaca" (LG 7), por las virtudes que hacen obrar según el bien,
y por las múltiples gracias especiales [llamadas "carismas"] mediante
las cuales los fieles quedan "preparados y dispuestos a asumir diversas tareas
o ministerios que contribuyen a renovar y construir más y más
la Iglesia" (LG 12; cf. AA 3).
Los carismas
799 Extraordinarios
o sencillos y humildes, los carismas son gracias del Espíritu Santo,
que tienen directa o indirectamente, una utilidad eclesial; los carismas
están ordenados a la edificación de la Iglesia, al bien de
los hombres y a las necesidades del mundo.
800 Los carismas se han de acoger con reconocimiento
por el que los recibe, y también por todos los miembros de la Iglesia.
En efecto, son una maravillosa riqueza de gracia para la vitalidad apostólica
y para la santidad de todo el Cuerpo de Cristo; los carismas constituyen
tal riqueza siempre que se trate de dones que provienen verdaderamente del
Espíritu Santo y que se ejerzan de modo plenamente conforme a los
impulsos auténticos de este mismo Espíritu, es decir, según
la caridad, verdadera medida de los carismas (cf. 1 Co 13).
801 Por esta razón aparece siempre necesario el
discernimiento de carismas. Ningún carisma dispensa de la referencia
y de la sumisión a los Pastores de la Iglesia. "A ellos compete sobre
todo no apagar el Espíritu, sino examinarlo todo y quedarse con lo
bueno" (LG 12), a fin de que todos los carismas cooperen, en su diversidad
y complementariedad, al "bien común" (cf. 1 Co 12, 7) (cf. LG 30;
CL, 24).
RESUMEN
802 "Cristo Jesús se entregó por nosotros
a fin de rescatarnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo
que fuese suyo" (Tt 2, 14).
803 "Vosotros sois linaje elegido, sacerdocio real, nación
santa, pueblo adquirido" (1 P 2, 9).
804 Se entra en el Pueblo de Dios por la fe y el Bautismo.
"Todos los hombres están invitados al Pueblo de Dios" (LG 13), a
fin de que, en Cristo, "los hombres constituyan una sola familia y un único
Pueblo de Dios"(AG 1).
805 La Iglesia es el Cuerpo de Cristo. Por el Espíritu
y su acción en los sacramentos, sobre todo en la Eucaristía,
Cristo muerto y resucitado constituye la comunidad de los creyentes como
Cuerpo suyo.
806 En la unidad de este cuerpo hay diversidad de miembros
y de funciones. Todos los miembros están unidos unos a otros, particularmente
a los que sufren, a los pobres y perseguidos.
807 La Iglesia es este Cuerpo del que Cristo es la Cabeza:
vive de El, en El y por El: El vive con ella y en ella.
808 La Iglesia es la Esposa de Cristo: la ha amado y
se ha entregado por ella. La ha purificado por medio de su sangre. Ha hecho
de ella la Madre fecunda de todos los hijos de Dios.
809 La Iglesia es el Templo del Espíritu Santo.
El Espíritu es como el alma del Cuerpo Místico, principio
de su vida, de la unidad en la diversidad y de la riqueza de sus dones y
carismas.
810 "Así toda la Iglesia aparece como el pueblo
unido `por la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo' (San
Cipriano)" (LG 4).
Párrafo 3 LA IGLESIA ES UNA, SANTA, CATÓLICA
Y APOSTÓLICA
811 "Esta es la única
Iglesia de Cristo, de la que confesamos en el Credo que es una, santa, católica
y apostólica" (LG 8). Estos cuatro atributos, inseparablemente unidos
entre sí (cf DS 2888), indican rasgos esenciales de la Iglesia y
de su misión. La Iglesia no los tiene por ella misma; es Cristo,
quien, por el Espíritu Santo, da a la Iglesia el ser una, santa,
católica y apostólica, y Él es también quien
la llama a ejercitar cada una de estas cualidades.
812 Sólo la fe puede reconocer que la Iglesia
posee estas propiedades por su origen divino. Pero sus manifestaciones históricas
son signos que hablan también con claridad a la razón humana.
Recuerda el Concilio Vaticano I: "La Iglesia por sí misma es un grande
y perpetuo motivo de credibilidad y un testimonio irrefutable de su misión
divina a causa de su admirable propagación, de su eximia santidad,
de su inagotable fecundidad en toda clase de bienes, de su unidad universal
y de su invicta estabilidad" (DS 3013).
I LA IGLESIA ES UNA
"El sagrado Misterio de la Unidad de la Iglesia" (UR
2)
813 La Iglesia es
una debido a su origen: "El modelo y principio supremo de este misterio es
la unidad de un solo Dios Padre e Hijo en el Espíritu Santo, en la
Trinidad de personas" (UR 2). La Iglesia es una debido a su Fundador: "Pues
el mismo Hijo encarnado, Príncipe de la paz, por su cruz reconcilió
a todos los hombres con Dios... restituyendo la unidad de todos en un solo
pueblo y en un solo cuerpo" (GS 78, 3). La Iglesia es una debido a su "alma":
"El Espíritu Santo que habita en los creyentes y llena y gobierna
a toda la Iglesia, realiza esa admirable comunión de fieles y une
a todos en Cristo tan íntimamente que es el Principio de la unidad
de la Iglesia" (UR 2). Por tanto, pertenece a la esencia misma de la Iglesia
ser una:
¡Qué sorprendente misterio! Hay un solo Padre del universo,
un solo Logos del universo y también un solo Espíritu Santo,
idéntico en todas partes; hay también una sola virgen hecha
madre, y me gusta llamarla Iglesia (Clemente de Alejandría, paed.
1, 6, 42).
813 Desde el principio, esta Iglesia una se presenta,
no obstante, con una gran diversidad que procede a la vez de la variedad de
los dones de Dios y de la multiplicidad de las personas que los reciben.
En la unidad del Pueblo de Dios se reúnen los diferentes pueblos
y culturas. Entre los miembros de la Iglesia existe una diversidad de dones,
cargos, condiciones y modos de vida; "dentro de la comunión eclesial,
existen legítimamente las Iglesias particulares con sus propias tradiciones"
(LG 13). La gran riqueza de esta diversidad no se opone a la unidad de la
Iglesia. No obstante, el pecado y el peso de sus consecuencias amenazan
sin cesar el don de la unidad. También el apóstol debe exhortar
a "guardar la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz"
(Ef 4, 3).
815 ¿Cuáles son estos vínculos de
la unidad? "Por encima de todo esto revestíos del amor, que es el
vínculo de la perfección" (Col 3, 14). Pero la unidad de la
Iglesia peregrina está asegurada por vínculos visibles de comunión:
- la profesión de una misma fe recibida de los
apóstoles;
- la celebración común del culto divino,
sobre todo de los sacramentos;
- la sucesión apostólica por el sacramento
del orden, que conserva la concordia fraterna de la familia de Dios (cf
UR 2; LG 14; CIC, can. 205).
816 "La única Iglesia de Cristo..., Nuestro Salvador,
después de su resurrección, la entregó a Pedro para
que la pastoreara. Le encargó a él y a los demás apóstoles
que la extendieran y la gobernaran... Esta Iglesia, constituida y ordenada
en este mundo como una sociedad, subsiste en ["subsistit in"] la Iglesia
católica, gobernada por el sucesor de Pedro y por los obispos en comunión
con él" (LG 8).
El decreto sobre Ecumenismo del Concilio Vaticano II explicita: "Solamente
por medio de la Iglesia católica de Cristo, que es auxilio general
de salvación, puede alcanzarse la plenitud total de los medios de
salvación. Creemos que el Señor confió todos los bienes
de la Nueva Alianza a un único colegio apostólico presidido
por Pedro, para constituir un solo Cuerpo de Cristo en la tierra, al cual
deben incorporarse plenamente los que de algún modo pertenecen ya
al Pueblo de Dios" (UR 3).
Las heridas de la unidad
817 De hecho, "en esta una y única Iglesia de
Dios, aparecieron ya desde los primeros tiempos algunas escisiones que el
apóstol reprueba severamente como condenables; y en siglos posteriores
surgieron disensiones más amplias y comunidades no pequeñas
se separaron de la comunión plena con la Iglesia católica y,
a veces, no sin culpa de los hombres de ambas partes" (UR 3). Tales rupturas
que lesionan la unidad del Cuerpo de Cristo (se distingue la herejía,
la apostasía y el cisma [cf CIC can. 751]) no se producen sin el pecado
de los hombres:
Ubi peccata sunt, ibi est multitudo, ibi schismata, ibi haereses, ibi discussiones.
Ubi autem virtus, ibi singularitas, ibi unio, ex quo omnium credentium erat
cor unum et anima una ("Donde hay pecados, allí hay desunión,
cismas, herejías, discusiones. Pero donde hay virtud, allí
hay unión, de donde resultaba que todos los creyentes tenían
un solo corazón y una sola alma" Orígenes, hom. in Ezech. 9,
1).
818 Los que nacen hoy en las comunidades surgidas de
tales rupturas "y son instruidos en la fe de Cristo, no pueden ser acusados
del pecado de la separación y la Iglesia católica los abraza
con respeto y amor fraternos... justificados por la fe en el bautismo, se
han incorporado a Cristo; por tanto, con todo derecho se honran con el nombre
de cristianos y son reconocidos con razón por los hijos de la Iglesia
católica como hermanos en el Señor" (UR 3).
819 Además, "muchos elementos de santificación
y de verdad" (LG 8) existen fuera de los límites visibles de la Iglesia
católica: "la palabra de Dios escrita, la vida de la gracia, la fe,
la esperanza y la caridad y otros dones interiores del Espíritu Santo
y los elementos visibles" (UR 3; cf LG 15). El Espíritu de Cristo
se sirve de estas Iglesias y comunidades eclesiales como medios de salvación
cuya fuerza viene de la plenitud de gracia y de verdad que Cristo ha confiado
a la Iglesia católica. Todos estos bienes provienen de Cristo y conducen
a Él (cf UR 3) y de por sí impelen a "la unidad católica"
(LG 8).
Hacia la unidad
820 Aquella unidad
"que Cristo concedió desde el principio a la Iglesia... creemos que
subsiste indefectible en la Iglesia católica y esperamos que crezca
hasta la consumación de los tiempos" (UR 4). Cristo da permanentemente
a su Iglesia el don de la unidad, pero la Iglesia debe orar y trabajar siempre
para mantener, reforzar y perfeccionar la unidad que Cristo quiere para
ella. Por eso Cristo mismo rogó en la hora de su Pasión, y
no cesa de rogar al Padre por la unidad de sus discípulos: "Que todos
sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos sean
también uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has
enviado" (Jn 17, 21). El deseo de volver a encontrar la unidad de todos los
cristianos es un don de Cristo y un llamamiento del Espíritu Santo
(cf UR 1).
821 Para responder adecuadamente a este llamamiento se
exige:
— una renovación permanente de la Iglesia en una
fidelidad mayor a su vocación. Esta renovación es el alma
del movimiento hacia la unidad (UR 6);
— la conversión del corazón para "llevar
una vida más pura, según el Evangelio" (cf UR 7), porque la
infidelidad de los miembros al don de Cristo es la causa de las divisiones;
— la oración en común, porque "esta conversión
del corazón y santidad de vida, junto con las oraciones privadas
y públicas por la unidad de los cristianos, deben considerarse como
el alma de todo el movimiento ecuménico, y pueden llamarse con razón
ecumenismo espiritual" (cf UR 8);
— el fraterno conocimiento recíproco (cf UR 9);
— la formación ecuménica de los fieles
y especialmente de los sacerdotes (cf UR 10);
— el diálogo entre los teólogos y los encuentros
entre los cristianos de diferentes Iglesias y comunidades (cf UR 4, 9, 11);
— la colaboración entre cristianos en los diferentes
campos de servicio a los hombres (cf UR 12).
822 "La preocupación por el restablecimiento de
la unión atañe a la Iglesia entera, tanto a los fieles como
a los pastores" (cf UR 5). Pero hay que ser "conocedor de que este santo
propósito de reconciliar a todos los cristianos en la unidad de la
única Iglesia de Jesucristo excede las fuerzas y la capacidad humana".
Por eso hay que poner toda la esperanza "en la oración de Cristo por
la Iglesia, en el amor del Padre para con nosotros, y en el poder del Espíritu
Santo" (UR 24).
II LA IGLESIA ES SANTA
823 "La fe confiesa
que la Iglesia... no puede dejar de ser santa. En efecto, Cristo, el Hijo
de Dios, a quien con el Padre y con el Espíritu se proclama 'el solo
santo', amó a su Iglesia como a su esposa. Él se entregó
por ella para santificarla, la unió a sí mismo como su propio
cuerpo y la llenó del don del Espíritu Santo para gloria de
Dios" (LG 39). La Iglesia es, pues, "el Pueblo santo de Dios" (LG 12), y
sus miembros son llamados "santos" (cf Hch 9, 13; 1 Co 6, 1; 16, 1).
824 La Iglesia, unida a Cristo, está santificada
por Él; por Él y con Él, ella también ha sido
hecha santificadora. Todas las obras de la Iglesia se esfuerzan en conseguir
"la santificación de los hombres en Cristo y la glorificación
de Dios" (SC 10). En la Iglesia es en donde está depositada "la plenitud
total de los medios de salvación" (UR 3). Es en ella donde "conseguimos
la santidad por la gracia de Dios" (LG 48).
825 "La Iglesia, en efecto, ya en la tierra se caracteriza
por una verdadera santidad, aunque todavía imperfecta" (LG 48). En
sus miembros, la santidad perfecta está todavía por alcanzar:
"Todos los cristianos, de cualquier estado o condición, están
llamados cada uno por su propio camino, a la perfección de la santidad,
cuyo modelo es el mismo Padre" (LG 11).
826 La caridad es el alma de la santidad a la que todos
están llamados: "dirige todos los medios de santificación,
los informa y los lleva a su fin" (LG 42):
Comprendí que si la Iglesia tenía un cuerpo, compuesto por
diferentes miembros, el más necesario, el más noble de todos
no le faltaba, comprendí que la Iglesia tenía un corazón,
que este corazón estaba ARDIENDO DE AMOR. Comprendí que el
Amor solo hacía obrar a los miembros de la Iglesia, que si el Amor
llegara a apagarse, los Apóstoles ya no anunciarían el Evangelio,
los Mártires rehusarían verter su sangre... Comprendí
que EL AMOR ENCERRABA TODAS LAS VOCACIONES. QUE EL AMOR ERA TODO, QUE ABARCABA
TODOS LOS TIEMPOS Y TODOS LOS LUGARES... EN UNA PALABRA, QUE ES ¡ETERNO!
(Santa Teresa del Niño Jesús, ms. autob. B 3v).
827 "Mientras que Cristo, santo, inocente, sin mancha,
no conoció el pecado, sino que vino solamente a expiar los pecados
del pueblo, la Iglesia, abrazando en su seno a los pecadores, es a la vez
santa y siempre necesitada de purificación y busca sin cesar la conversión
y la renovación" (LG 8; cf UR 3; 6). Todos los miembros de la Iglesia,
incluso sus ministros, deben reconocerse pecadores (cf 1 Jn 1, 8-10). En
todos, la cizaña del pecado todavía se encuentra mezclada con
la buena semilla del Evangelio hasta el fin de los tiempos (cf Mt 13, 24-30).
La Iglesia, pues, congrega a pecadores alcanzados ya por la salvación
de Cristo, pero aún en vías de santificación:
La Iglesia es, pues, santa aunque abarque en su seno pecadores; porque
ella no goza de otra vida que de la vida de la gracia; sus miembros, ciertamente,
si se alimentan de esta vida se santifican; si se apartan de ella, contraen
pecados y manchas del alma, que impiden que la santidad de ella se difunda
radiante. Por lo que se aflige y hace penitencia por aquellos pecados, teniendo
poder de librar de ellos a sus hijos por la sangre de Cristo y el don del
Espíritu Santo (SPF 19).
828 Al canonizar a ciertos fieles, es decir, al proclamar
solemnemente que esos fieles han practicado heroicamente las virtudes y
han vivido en la fidelidad a la gracia de Dios, la Iglesia reconoce el poder
del Espíritu de santidad, que está en ella, y sostiene la esperanza
de los fieles proponiendo a los santos como modelos e intercesores (cf LG
40; 48-51). "Los santos y las santas han sido siempre fuente y origen de
renovación en las circunstancias más difíciles de la
historia de la Iglesia" (CL 16, 3). En efecto, "la santidad de la Iglesia
es el secreto manantial y la medida infalible de su laboriosidad apostólica
y de su ímpetu misionero" (CL 17, 3).
829 "La Iglesia en la Santísima Virgen llegó
ya a la perfección, sin mancha ni arruga. En cambio, los creyentes
se esfuerzan todavía en vencer el pecado para crecer en la santidad.
Por eso dirigen sus ojos a María" (LG 65): en ella, la Iglesia es
ya enteramente santa.
III LA IGLESIA ES CATOLICA
Qué quiere decir "católica"
830 La palabra "católica"
significa "universal" en el sentido de "según la totalidad" o "según
la integridad". La Iglesia es católica en un doble sentido:
Es católica porque Cristo está presente
en ella. "Allí donde está Cristo Jesús, está
la Iglesia Católica" (San Ignacio de Antioquía, Smyrn. 8, 2).
En ella subsiste la plenitud del Cuerpo de Cristo unido a su Cabeza (cf Ef
1, 22-23), lo que implica que ella recibe de Él "la plenitud de los
medios de salvación" (AG 6) que Él ha querido: confesión
de fe recta y completa, vida sacramental íntegra y ministerio ordenado
en la sucesión apostólica. La Iglesia, en este sentido fundamental,
era católica el día de Pentecostés (cf AG 4) y lo será
siempre hasta el día de la Parusía.
831 Es católica porque ha sido enviada por Cristo
en misión a la totalidad del género humano (cf Mt 28, 19):
Todos los hombres están invitados al Pueblo de Dios. Por eso este
pueblo, uno y único, ha de extenderse por todo el mundo a través
de todos los siglos, para que así se cumpla el designio de Dios,
que en el principio creó una única naturaleza humana y decidió
reunir a sus hijos dispersos... Este carácter de universalidad, que
distingue al pueblo de Dios, es un don del mismo Señor. Gracias a
este carácter, la Iglesia Católica tiende siempre y eficazmente
a reunir a la humanidad entera con todos sus valores bajo Cristo como Cabeza,
en la unidad de su Espíritu (LG 13).
Cada una de las Iglesias particulares es "católica"
832 "Esta Iglesia de Cristo está verdaderamente
presente en todas las legítimas comunidades locales de fieles, unidas
a sus pastores. Estas, en el Nuevo Testamento, reciben el nombre de Iglesias...
En ellas se reúnen los fieles por el anuncio del Evangelio de Cristo
y se celebra el misterio de la Cena del Señor... En estas comunidades,
aunque muchas veces sean pequeñas y pobres o vivan dispersas, está
presente Cristo, quien con su poder constituye a la Iglesia una, santa,
católica y apostólica" (LG 26).
833 Se entiende por Iglesia particular, que es en primer
lugar la diócesis (o la eparquía), una comunidad de fieles
cristianos en comunión en la fe y en los sacramentos con su obispo
ordenado en la sucesión apostólica (cf CD 11; CIC can. 368-369;
CCEO, cán. 117, § 1. 178. 311, § 1. 312). Estas Iglesias
particulares están "formadas a imagen de la Iglesia Universal. En
ellas y a partir de ellas existe la Iglesia católica, una y única"
(LG 23).
834 Las Iglesias particulares son plenamente católicas
gracias a la comunión con una de ellas: la Iglesia de Roma "que preside
en la caridad" (San Ignacio de Antioquía, Rom. 1, 1). "Porque con
esta Iglesia en razón de su origen más excelente debe necesariamente
acomodarse toda Iglesia, es decir, los fieles de todas partes" (San Ireneo,
haer. 3, 3, 2; citado por Cc. Vaticano I: DS 3057). "En efecto, desde la
venida a nosotros del Verbo encarnado, todas las Iglesias cristianas de todas
partes han tenido y tienen a la gran Iglesia que está aquí
[en Roma] como única base y fundamento porque, según las mismas
promesas del Salvador, las puertas del infierno no han prevalecido jamás
contra ella" (San Máximo el Confesor, opusc.).
835 "Guardémonos bien de concebir la Iglesia universal
como la suma o, si se puede decir, la federación más o menos
anómala de Iglesias particulares esencialmente diversas. En el pensamiento
del Señor es la Iglesia, universal por vocación y por misión,
la que, echando sus raíces en la variedad de terrenos culturales,
sociales, humanos, toma en cada parte del mundo aspectos, expresiones externas
diversas" (EN 62). La rica variedad de disciplinas eclesiásticas,
de ritos litúrgicos, de patrimonios teológicos y espirituales
propios de las Iglesias locales "con un mismo objetivo muestra muy claramente
la catolicidad de la Iglesia indivisa" (LG 23).
Quién pertenece a la Iglesia católica
836 "Todos los hombres, por tanto, están invitados
a esta unidad católica del Pueblo de Dios... A esta unidad pertenecen
de diversas maneras o a ella están destinados los católicos,
los demás cristianos e incluso todos los hombres en general llamados
a la salvación por la gracia de Dios" (LG 13).
937 "Están plenamente incorporados a la sociedad
que es la Iglesia aquellos que, teniendo el Espíritu de Cristo, aceptan
íntegramente su constitución y todos los medios de salvación
establecidos en ella y están unidos, dentro de su estructura visible,
a Cristo, que la rige por medio del Sumo Pontífice y de los obispos,
mediante los lazos de la profesión de la fe, de los sacramentos,
del gobierno eclesiástico y de la comunión. No se salva, en
cambio, el que no permanece en el amor, aunque esté incorporado a
la Iglesia, pero está en el seno de la Iglesia con el 'cuerpo', pero
no con el 'corazón"' (LG 14).
938 "La Iglesia se siente unida por muchas razones con
todos los que se honran con el nombre de cristianos a causa del bautismo,
aunque no profesan la fe en su integridad o no conserven la unidad de la
comunión bajo el sucesor de Pedro" (LG 15). "Los que creen en Cristo
y han recibido ritualmente el bautismo están en una cierta comunión,
aunque no perfecta, con la Iglesia católica" (UR 3). Con las Iglesias
ortodoxas, esta comunión es tan profunda "que le falta muy poco para
que alcance la plenitud que haría posible una celebración común
de la Eucaristía del Señor" (Pablo VI, discurso 14 diciembre
1975; cf UR 13-18).
La Iglesia y los no cristianos
839 "Los que todavía no han recibido el Evangelio
también están ordenados al Pueblo de Dios de diversas maneras"
(LG 16):
La relación de la Iglesia con el pueblo judío.
La Iglesia, Pueblo de Dios en la Nueva Alianza, al escrutar su propio misterio,
descubre su vinculación con el pueblo judío (cf NA 4) "a quien
Dios ha hablado primero" (MR, Viernes Santo 13: oración universal
VI). A diferencia de otras religiones no cristianas la fe judía ya
es una respuesta a la revelación de Dios en la Antigua Alianza. Pertenece
al pueblo judío "la adopción filial, la gloria, las alianzas,
la legislación, el culto, las promesas y los patriarcas; de todo
lo cual procede Cristo según la carne" (cf Rm 9, 4-5), "porque los
dones y la vocación de Dios son irrevocables" (Rm 11, 29).
840 Por otra parte, cuando se considera el futuro, el
Pueblo de Dios de la Antigua Alianza y el nuevo Pueblo de Dios tienden hacia
fines análogos: la espera de la venida (o el retorno) del Mesías;
pues para unos, es la espera de la vuelta del Mesías, muerto y resucitado,
reconocido como Señor e Hijo de Dios; para los otros, es la venida
del Mesías cuyos rasgos permanecen velados hasta el fin de los tiempos,
espera que está acompañada del drama de la ignorancia o del
rechazo de Cristo Jesús.
841 Las relaciones de la Iglesia con los musulmanes.
"El designio de salvación comprende también a los que reconocen
al Creador. Entre ellos están, ante todo, los musulmanes, que profesan
tener la fe de Abraham y adoran con nosotros al Dios único y misericordioso
que juzgará a los hombres al fin del mundo" (LG 16; cf NA 3).
842 El vínculo de la Iglesia con las religiones
no cristianas es en primer lugar el del origen y el del fin comunes del
género humano:
Todos los pueblos forman una única comunidad y tienen un mismo origen,
puesto que Dios hizo habitar a todo el género humano sobre la entera
faz de la tierra; tienen también un único fin último,
Dios, cuya providencia, testimonio de bondad y designios de salvación
se extienden a todos hasta que los elegidos se unan en la Ciudad Santa (NA
1).
843 La Iglesia reconoce en las otras religiones la búsqueda "todavía
en sombras y bajo imágenes", del Dios desconocido pero próximo
ya que es Él quien da a todos vida, el aliento y todas las cosas
y quiere que todos los hombres se salven. Así, la Iglesia aprecia
todo lo bueno y verdadero, que puede encontrarse en las diversas religiones,
"como una preparación al Evangelio y como un don de aquel que ilumina
a todos los hombres, para que al fin tengan la vida" (LG 16; cf NA 2; EN
53).
844 Pero, en su comportamiento religioso, los hombres
muestran también límites y errores que desfiguran en ellos la
imagen de Dios:
Con demasiada frecuencia los hombres, engañados por el Maligno,
se pusieron a razonar como personas vacías y cambiaron el Dios verdadero
por un ídolo falso, sirviendo a las criaturas en vez de al Creador.
Otras veces, viviendo y muriendo sin Dios en este mundo, están expuestos
a la desesperación más radical (LG 16).
845 El Padre quiso convocar a toda la humanidad en la
Iglesia de su Hijo para reunir de nuevo a todos sus hijos que el pecado había
dispersado y extraviado. La Iglesia es el lugar donde la humanidad debe
volver a encontrar su unidad y su salvación. Ella es el "mundo reconciliado"
(San Agustín, serm. 96, 7-9). Es, además, este barco que "pleno
dominicae crucis velo Sancti Spiritus flatu in hoc bene navigat mundo" ("con
su velamen que es la cruz de Cristo, empujado por el Espíritu Santo,
navega bien en este mundo") (San Ambrosio, virg. 18, 188); según
otra imagen estimada por los Padres de la Iglesia, está prefigurada
por el Arca de Noé que es la única que salva del diluvio (cf
1 P 3, 20-21).
"Fuera de la Iglesia no hay salvación"
846 ¿Cómo entender esta afirmación
tantas veces repetida por los Padres de la Iglesia? Formulada de modo positivo
significa que toda salvación viene de Cristo-Cabeza por la Iglesia
que es su Cuerpo:
El santo Sínodo... basado en la Sagrada Escritura y en la Tradición,
enseña que esta Iglesia peregrina es necesaria para la salvación.
Cristo, en efecto, es el único Mediador y camino de salvación
que se nos hace presente en su Cuerpo, en la Iglesia. Él, al inculcar
con palabras, bien explícitas, la necesidad de la fe y del bautismo,
confirmó al mismo tiempo la necesidad de la Iglesia, en la que entran
los hombres por el bautismo como por una puerta. Por eso, no podrían
salvarse los que sabiendo que Dios fundó, por medio de Jesucristo,
la Iglesia católica como necesaria para la salvación, sin
embargo, no hubiesen querido entrar o perseverar en ella (LG 14).
847 Esta afirmación no se refiere a los que, sin
culpa suya, no conocen a Cristo y a su Iglesia:
Los que sin culpa suya no conocen el Evangelio de Cristo y su Iglesia,
pero buscan a Dios con sincero corazón e intentan en su vida, con
la ayuda de la gracia, hacer la voluntad de Dios, conocida a través
de lo que les dice su conciencia, pueden conseguir la salvación eterna
(LG 16; cf DS 3866-3872).
848 "Aunque Dios, por caminos conocidos sólo por
Él, puede llevar a la fe, 'sin la que es imposible agradarle' (Hb
11, 6), a los hombres que ignoran el Evangelio sin culpa propia, corresponde,
sin embargo, a la Iglesia la necesidad y, al mismo tiempo, el derecho sagrado
de evangelizar" (AG 7).
La misión, exigencia de la catolicidad de la
Iglesia
849 El mandato misionero. "La Iglesia, enviada por Dios
a las gentes para ser 'sacramento universal de salvación', por exigencia
íntima de su misma catolicidad, obedeciendo al mandato de su Fundador
se esfuerza por anunciar el Evangelio a todos los hombres" (AG 1): "Id,
pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas
en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles
a guardar todo lo que yo os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros
todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28, 19-20).
850 El origen la finalidad de la misión. El mandato
misionero del Señor tiene su fuente última en el amor eterno
de la Santísima Trinidad: "La Iglesia peregrinante es, por su propia
naturaleza, misionera, puesto que tiene su origen en la misión del
Hijo y la misión del Espíritu Santo según el plan de
Dios Padre" (AG 2). E;i fin último de la misión no es otro
que hacer participar a los hombres en la comunión que existe entre
el Padre y el Hijo en su Espíritu de amor (cf Juan Pablo II, RM 23).
851 El motivo de la misión. Del amor de Dios por
todos los hombres la Iglesia ha sacado en todo tiempo la obligación
y la fuerza de su impulso misionero: "porque el amor de Cristo nos apremia..."
(2 Co 5, 14; cf AA 6; RM 11). En efecto, "Dios quiere que todos los hombres
se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad" (1 Tm 2, 4). Dios
quiere la salvación de todos por el conocimiento de la verdad. La
salvación se encuentra en la verdad. Los que obedecen a la moción
del Espíritu de verdad están ya en el camino de la salvación;
pero la Iglesia a quien esta verdad ha sido confiada, debe ir al encuentro
de los que la buscan para ofrecérsela. Porque cree en el designio
universal de salvación, la Iglesia debe ser misionera.
852 Los caminos de la misión. "El Espíritu
Santo es en verdad el protagonista de toda la misión eclesial" (RM
21). Él es quien conduce la Iglesia por los caminos de la misión.
Ella "continúa y desarrolla en el curso de la historia la misión
del propio Cristo, que fue enviado a evangelizar a los pobres... impulsada
por el Espíritu Santo, debe avanzar por el mismo camino por el que
avanzó Cristo; esto es, el camino de la pobreza, la obediencia, el
servicio y la inmolación de sí mismo hasta la muerte, de la
que surgió victorioso por su resurrección" (AG 5). Es así
como la "sangre de los mártires es semilla de cristianos" (Tertuliano,
apol. 50).
853 Pero en su peregrinación, la Iglesia experimenta
también "hasta qué punto distan entre sí el mensaje
que ella proclama y la debilidad humana de aquellos a quienes se confía
el Evangelio" (GS 43, 6). Sólo avanzando por el camino "de la conversión
y la renovación" (LG 8; cf 15) y "por el estrecho sendero de Dios"
(AG 1) es como el Pueblo de Dios puede extender el reino de Cristo (cf RM
12-20). En efecto, "como Cristo realizó la obra de la redención
en la persecución, también la Iglesia está llamada
a seguir el mismo camino para comunicar a los hombres los frutos de la salvación"
(LG 8).
854 Por su propia misión, "la Iglesia... avanza
junto con toda la humanidad y experimenta la misma suerte terrena del mundo,
y existe como fermento y alma de la sociedad humana, que debe ser renovada
en Cristo y transformada en familia de Dios" (GS 40, 2). El esfuerzo misionero
exige entonces la paciencia. Comienza con el anuncio del Evangelio a los
pueblos y a los grupos que aún no creen en Cristo (cf RM 42-47), continúa
con el establecimiento de comunidades cristianas, "signo de la presencia
de Dios en el mundo" (AG lS), y en la fundación de Iglesias locales
(cf RM 48-49); se implica en un proceso de inculturación para así
encarnar el Evangelio en las culturas de los pueblos (cf RM 52-54), en este
proceso no faltarán también los fracasos. "En cuanto se refiere
a los hombres, grupos y pueblos, solamente de forma gradual los toca y los
penetra y de este modo los incorpora a la plenitud católica" (AG
6).
855 La misión de la Iglesia reclama el esfuerzo
hacia la unidad de los cristianos (cf RM 50). En efecto, "las divisiones
entre los cristianos son un obstáculo para que la Iglesia lleve a
cabo la plenitud de la catolicidad que le es propia en aquellos hijos que,
incorporados a ella ciertamente por el bautismo, están, sin embargo,
separados de su plena comunión. Incluso se hace más difícil
para la propia Iglesia expresar la plenitud de la catolicidad bajo todos
los aspectos en la realidad misma de la vida" (UR 4).
856 La tarea misionera implica un diálogo respetuoso
con los que todavía no aceptan el Evangelio (cf RM 55). Los creyentes
pueden sacar provecho para sí mismos de este diálogo aprendiendo
a conocer mejor "cuanto de verdad y de gracia se encontraba ya entre las
naciones, como por una casi secreta presencia de Dios" (AG 9). Si ellos anuncian
la Buena Nueva a los que la desconocen, es para consolidar, completar y elevar
la verdad y el bien que Dios ha repartido entre los hombres y los pueblos,
y para purificarlos del error y del mal "para gloria de Dios, confusión
del diablo y felicidad del hombre" (AG 9).
IV LA IGLESIA ES APOSTÓLICA
857 La Iglesia es
apostólica porque está fundada sobre los apóstoles,
y esto en un triple sentido:
- Fue y permanece edificada sobre "el fundamento de los apóstoles"
(Ef 2, 20; Hch 21, 14), testigos escogidos y enviados en misión por
el mismo Cristo (cf Mt 28, 16-20; Hch 1, 8; 1 Co 9, 1; 15, 7-8; Ga 1, l;
etc.).
- Guarda y transmite, con la ayuda del Espíritu Santo que habita
en ella, la enseñanza (cf Hch 2, 42), el buen depósito, las
sanas palabras oídas a los apóstoles (cf 2 Tm 1, 13-14).
- Sigue siendo enseñada, santificada y dirigida por los apóstoles
hasta la vuelta de Cristo gracias a aquellos que les suceden en su ministerio
pastoral: el colegio de los obispos, "a los que asisten los presbíteros
juntamente con el sucesor de Pedro y Sumo Pastor de la Iglesia" (AG 5):
Porque no abandonas nunca a tu rebaño, sino que, por medio de los
santos pastores, lo proteges y conservas, y quieres que tenga siempre por
guía la palabra de aquellos mismos pastores a quienes tu Hijo dio
la misión de anunciar el Evangelio (MR, Prefacio de los apóstoles).
La misión de los apóstoles
858 Jesús es el enviado del Padre. Desde el comienzo
de su ministerio, "llamó a los que él quiso, y vinieron donde
él. Instituyó Doce para que estuvieran con él y para
enviarlos a predicar" (Mc 3, 13-14). Desde entonces, serán sus "enviados"
[es lo que significa la palabra griega "apostoloi"]. En ellos continúa
su propia misión: "Como el Padre me envió, también
yo os envío" (Jn 20, 21; cf 13, 20; 17, 18). Por tanto su ministerio
es la continuación de la misión de Cristo: "Quien a vosotros
recibe, a mí me recibe", dice a los Doce (Mt 10, 40; cf Lc 10, 16).
859 Jesús los asocia a su misión recibida
del Padre: como "el Hijo no puede hacer nada por su cuenta" (Jn 5, 19.30),
sino que todo lo recibe del Padre que le ha enviado, así, aquellos
a quienes Jesús envía no pueden hacer nada sin Él (cf
Jn 15, 5) de quien reciben el encargo de la misión y el poder para
cumplirla. Los apóstoles de Cristo saben por tanto que están
calificados por Dios como "ministros de una nueva alianza" (2 Co 3, 6),
"ministros de Dios" (2 Co 6, 4), "embajadores de Cristo" (2 Co 5, 20), "servidores
de Cristo y administradores de los misterios de Dios" (1 Co 4, 1).
860 En el encargo dado a los apóstoles hay un
aspecto intransmisible: ser los testigos elegidos de la Resurrección
del Señor y los fundamentos de la Iglesia. Pero hay también
un aspecto permanente de su misión. Cristo les ha prometido permanecer
con ellos hasta el fin de los tiempos (cf Mt 28, 20). "Esta misión
divina confiada por Cristo a los apóstoles tiene que durar hasta
el fin del mundo, pues el Evangelio que tienen que transmitir es el principio
de toda la vida de la Iglesia. Por eso los apóstoles se preocuparon
de instituir... sucesores" (LG 20).
Los obispos sucesores de los apóstoles
861 "Para que continuase después de su muerte
la misión a ellos confiada, encargaron mediante una especie de testamento
a sus colaboradores más inmediatos que terminaran y consolidaran
la obra que ellos empezaron. Les encomendaron que cuidaran de todo el rebaño
en el que el Espíritu Santo les había puesto para ser los
pastores de la Iglesia de Dios. Nombraron, por tanto, de esta manera a algunos
varones y luego dispusieron que, después de su muerte, otros hombres
probados les sucedieran en el ministerio" (LG 20; cf San Clemente Romano,
Cor. 42; 44).
862 "Así como permanece el ministerio confiado
personalmente por el Señor a Pedro, ministerio que debía ser
transmitido a sus sucesores, de la misma manera permanece el ministerio de
los apóstoles de apacentar la Iglesia, que debe ser elegido para siempre
por el orden sagrado de los obispos". Por eso, la Iglesia enseña que
"por institución divina los obispos han sucedido a los apóstoles
como pastores de la Iglesia. El que los escucha, escucha a Cristo; el que,
en cambio, los desprecia, desprecia a Cristo y al que lo envió" (LG
20).
El apostolado
863 Toda la Iglesia
es apostólica mientras permanezca, a través de los sucesores
de San Pedro y de los apóstoles, en comunión de fe y de vida
con su origen. Toda la Iglesia es apostólica en cuanto que ella es
"enviada" al mundo entero; todos los miembros de la Iglesia, aunque de diferentes
maneras, tienen parte en este envío. "La vocación cristiana,
por su misma naturaleza, es también vocación al apostolado".
Se llama "apostolado" a "toda la actividad del Cuerpo Místico" que
tiende a "propagar el Reino de Cristo por toda la tierra" (AA 2).
864 "Siendo Cristo, enviado por el Padre, fuente y origen
del apostolado de la Iglesia", es evidente que la fecundidad del apostolado,
tanto el de los ministros ordenados como el de los laicos, depende de su
unión vital con Cristo (cf Jn 15, 5; AA 4). Según sean las
vocaciones, las interpretaciones de los tiempos, los dones variados del Espíritu
Santo, el apostolado toma las formas más diversas. Pero es siempre
la caridad, conseguida sobre todo en la Eucaristía, "que es como el
alma de todo apostolado" (AA 3).
865 La Iglesia es una, santa, católica y apostólica
en su identidad profunda y última, porque en ella existe ya y será
consumado al fin de los tiempos "el Reino de los cielos", "el Reino de Dios"
(cf Ap 19, 6), que ha venido en la persona de Cristo y que crece misteriosamente
en el corazón de los que le son incorporados hasta su plena manifestación
escatológica. Entonces todos los hombres rescatados por él,
hechos en él "santos e inmaculados en presencia de Dios en el Amor"
(Ef 1, 4), serán reunidos como el único Pueblo de Dios, "la
Esposa del Cordero" (Ap 21, 9), "la Ciudad Santa que baja del Cielo de junto
a Dios y tiene la gloria de Dios" (Ap 21, 10-11); y "la muralla de la ciudad
se asienta sobre doce piedras, que llevan los nombres de los doce apóstoles
del Cordero" (Ap 21, 14).
RESUMEN
866 La Iglesia es
una: tiene un solo Señor; confiesa una sola fe, nace de un solo Bautismo,
no forma más que un solo Cuerpo, vivificado por un solo Espíritu,
orientado a una única esperanza (cf Ef 4, 3-5) a cuyo término
se superarán todas las divisiones.
867 La Iglesia es santa: Dios santísimo es su
autor; Cristo, su Esposo, se entregó por ella para santificarla;
el Espíritu de santidad la vivifica. Aunque comprenda pecadores,
ella es "ex maculatis immaculata" ("inmaculada aunque compuesta de pecadores").
En los santos brilla su santidad; en María es ya la enteramente santa.
868 La Iglesia es católica: Anuncia la totalidad
de la fe; lleva en sí y administra la plenitud de los medios de salvación;
es enviada a todos los pueblos; se dirige a todos los hombres; abarca todos
los tiempos; "es, por su propia naturaleza, misionera" (AG 2).
869 La Iglesia es apostólica: Está edificada
sobre sólidos cimientos: "los doce apóstoles del Cordero"
(Ap 21, 14); es indestructible (cf Mt 16, 18); se mantiene infaliblemente
en la verdad: Cristo la gobierna por medio de Pedro y los demás apóstoles,
presentes en sus sucesores, el Papa y el colegio de los obispos.
870 "La única Iglesia de Cristo, de la que confesamos
en el Credo que es una, santa, católica y apostólica... subsiste
en la Iglesia católica, gobernada por el sucesor de Pedro y por los
obispos en comunión con él. Sin duda, fuera de su estructura
visible pueden encontrarse muchos elementos de santificación y de
verdad " (LG 8).
Párrafo 4 LOS FIELES DE CRISTO:
JERARQUIA, LAICOS,
VIDA CONSAGRADA
871 "Son fieles cristianos
quienes, incorporados a Cristo por el bautismo, se integran en el Pueblo
de Dios y, hechos partícipes a su modo por esta razón de la
función sacerdotal, profética y real de Cristo, cada uno según
su propia condición, son llamados a desempeñar la misión
que Dios encomendó cumplir a la Iglesia en el mundo" (CIC, can. 204,
1; cf. LG 31).
872 "Por su regeneración en Cristo, se da entre
todos los fieles una verdadera igualdad en cuanto a la dignidad y acción,
en virtud de la cual todos, según su propia condición y oficio,
cooperan a la edificación del Cuerpo de Cristo" (CIC can. 208; cf.
LG 32).
873 Las mismas diferencias que el Señor quiso
poner entre los miembros de su Cuerpo sirven a su unidad y a su misión.
Porque "hay en la Iglesia diversidad de ministerios, pero unidad de misión.
A los Apóstoles y sus sucesores les confirió Cristo la función
de enseñar, santificar y gobernar en su propio nombre y autoridad.
Pero también los laicos, partícipes de la función sacerdotal,
profética y real de Cristo, cumplen en la Iglesia y en el mundo la
parte que les corresponde en la misión de todo el Pueblo de Dios"
(AA 2). En fin, "en esos dos grupos [jerarquía y laicos], hay fieles
que por la profesión de los consejos evangélicos ... se consagran
a Dios y contribuyen a la misión salvífica de la Iglesia según
la manera peculiar que les es propia" (CIC can. 207, 2).
I LA CONSTITUCION JERARQUICA DE LA IGLESIA
Razón del ministerio eclesial
874 El mismo Cristo
es la fuente del ministerio en la Iglesia. El lo ha instituido, le ha dado
autoridad y misión, orientación y finalidad:
Cristo el Señor, para dirigir al Pueblo de Dios
y hacerle progresar siempre, instituyó en su Iglesia diversos ministerios
que está ordenados al bien de todo el Cuerpo. En efecto, los ministros
que posean la sagrada potestad están al servicio de sus hermanos
para que todos los que son miembros del Pueblo de Dios...lleguen a la salvación
(LG 18).
875 "¿Cómo creerán en aquél
a quien no han oído? ¿cómo oirán sin que se
les predique? y ¿cómo predicarán si no son enviados?"
(Rm 10, 14-15). Nadie, ningún individuo ni ninguna comunidad, puede
anunciarse a sí mismo el Evangelio. "La fe viene de la predicación"
(Rm 10, 17). Nadie se puede dar a sí mismo el mandato ni la misión
de anunciar el Evangelio. El enviado del Señor habla y obra no con
autoridad propia, sino en virtud de la autoridad de Cristo; no como miembro
de la comunidad, sino hablando a ella en nombre de Cristo. Nadie puede conferirse
a sí mismo la gracia, ella debe ser dada y ofrecida. Eso supone ministros
de la gracia, autorizados y habilitados por parte de Cristo. De El los obispos
y los presbíteros reciben la misión y la facultad (el "poder
sagrado") de actuar in persona Christi Capitis, los diáconos las
fuerzas para servir al pueblo de Dios en la "diaconía" de la liturgia,
de la palabra y de la caridad, en comunión con el Obispo y su presbiterio.
Este ministerio, en el cual los enviados de Cristo hacen y dan, por don
de Dios, lo que ellos, por sí mismos, no pueden hacer ni dar, la
tradición de la Iglesia lo llama "sacramento". El ministerio de la
Iglesia se confiere por medio de un sacramento específico.
876 El carácter de servicio del ministerio eclesial
está intrínsecamente ligado a la naturaleza sacramental. En
efecto, enteramente dependiente de Cristo que da misión y autoridad,
los ministros son verdaderamente "esclavos de Cristo" (Rm 1, 1), a
imagen de Cristo que, libremente ha tomado por nosotros "la forma de esclavo"
(Flp 2, 7). Como la palabra y la gracia de la cual son ministros no son de
ellos, sino de Cristo que se las ha confiado para los otros, ellos se harán
libremente esclavos de todos (cf. 1 Co 9, 19).
877 De igual modo es propio de la naturaleza sacramental
del ministerio eclesial tener un carácter colegial . En efecto, desde
el comienzo de su ministerio, el Señor Jesús instituyó
a los Doce, "semilla del Nuevo Israel, a la vez que el origen de la jerarquía
sagrada" (AG 5). Elegidos juntos, también fueron enviados juntos,
y su unidad fraterna estará al servicio de la comunión fraterna
de todos los fieles; será como un reflejo y un testimonio de la comunión
de las Personas divinas (cf. Jn 17, 21-23). Por eso, todo obispo ejerce
su ministerio en el seno del colegio episcopal, en comunión con el
obispo de Roma, sucesor de San Pedro y jefe del colegio; los presbíteros
ejercen su ministerio en el seno del presbiterio de la diócesis, bajo
la dirección de su obispo.
878 Por último, es propio también
de la naturaleza sacramental del ministerio eclesial tener carácter
personal. Cuando los ministros de Cristo actúan en comunión,
actúan siempre también de manera personal. Cada uno ha sido
llamado personalmente ("Tú sígueme", Jn 21, 22;cf. Mt 4,19.
21; Jn 1,43) para ser, en la misión común, testigo personal,
que es personalmente portador de la responsabilidad ante Aquél que
da la misión, que actúa "in persona Christi" y en favor de personas
: "Yo te bautizo en el nombre del Padre ..."; "Yo te perdono...".
879 Por lo tanto, en la Iglesia, el ministerio sacramental
es un servicio ejercitado en nombre de Cristo y tiene una índole
personal y una forma colegial. Esto se verifica en los vínculos entre
el colegio episcopal y su jefe, el sucesor de San Pedro, y en la relación
entre la responsabilidad pastoral del obispo en su Iglesia particular y
la común solicitud del colegio episcopal hacia la Iglesia Universal.
El colegio episcopal y su cabeza, el Papa
880 Cristo, al instituir
a los Doce, "formó una especie de Colegio o grupo estable y eligiendo
de entre ellos a Pedro lo puso al frente de él" (LG 19). "Así
como, por disposición del Señor, San Pedro y los demás
Apóstoles forman un único Colegio apostólico, por análogas
razones están unidos entre sí el Romano Pontífice,
sucesor de Pedro, y los obispos, sucesores de los Apóstoles "(LG
22; cf. CIC, can 330).
881 El Señor hizo de Simón, al que dio
el nombre de Pedro, y solamente de él, la piedra de su Iglesia. Le
entregó las llaves de ella (cf. Mt 16, 18-19); lo instituyó
pastor de todo el rebaño (cf. Jn 21, 15-17). "Está claro que
también el Colegio de los Apóstoles, unido a su Cabeza, recibió
la función de atar y desatar dada a Pedro" (LG 22). Este oficio pastoral
de Pedro y de los demás apóstoles pertenece a los cimientos
de la Iglesia. Se continúa por los obispos bajo el primado del Papa.
882 El Papa, obispo de Roma y sucesor de San Pedro, "es
el principio y fundamento perpetuo y visible de unidad, tanto de los obispos
como de la muchedumbre de los fieles "(LG 23). "El Pontífice Romano,
en efecto, tiene en la Iglesia, en virtud de su función de Vicario
de Cristo y Pastor de toda la Iglesia, la potestad plena, suprema y universal,
que puede ejercer siempre con entera libertad" (LG 22; cf. CD 2. 9).
883 "El Colegio o cuerpo episcopal no tiene ninguna autoridad
si no se le considera junto con el Romano Pontífice, sucesor de Pedro,
como Cabeza del mismo"". Como tal, este colegio es "también sujeto
de la potestad suprema y plena sobre toda la Iglesia" que "no se puede ejercer...a
no ser con el consentimiento del Romano Pontífice" (LG 22; cf. CIC,
can. 336).
884 La potestad del Colegio de los Obispos sobre toda
la Iglesia se ejerce de modo solemne en el Concilio Ecuménico "(CIC
can 337, 1). "No existe concilio ecuménico si el sucesor de Pedro no
lo ha aprobado o al menos aceptado como tal "(LG 22).
885 "Este colegio, en cuanto compuesto de muchos, expresa
la diversidad y la unidad del Pueblo de Dios; en cuanto reunido bajo una
única Cabeza, expresa la unidad del rebaño de Dios " (LG 22).
886 "Cada uno de los obispos, por su parte, es el principio
y fundamento visible de unidad en sus Iglesias particulares" (LG 23). Como
tales ejercen "su gobierno pastoral sobre la porción del Pueblo de
Dios que le ha sido confiada" (LG 23), asistidos por los presbíteros
y los diáconos. Pero, como miembros del colegio episcopal,
cada uno de ellos participa de la solicitud por todas las Iglesias (cf.
CD 3), que ejercen primeramente "dirigiendo bien su propia Iglesia, como
porción de la Iglesia universal", contribuyen eficazmente "al Bien
de todo el Cuerpo místico que es también el Cuerpo de las
Iglesias" (LG 23). Esta solicitud se extenderá particularmente a los
pobres (cf. Ga 2, 10), a los perseguidos por la fe y a los misioneros que
trabajan por toda la tierra.
887 Las Iglesias particulares vecinas y de cultura homogénea
forman provincias eclesiásticas o conjuntos más vastos llamados
patriarcados o regiones (cf. Canon de los Apóstoles 34). Los obispos
de estos territorios pueden reunirse en sínodos o concilios provinciales.
"De igual manera, hoy día, las Conferencias Episcopales pueden prestar
una ayuda múltiple y fecunda para que el afecto colegial se traduzca
concretamente en la práctica"" (LG 23).
La misión de enseñar
888 Los obispos con
los presbíteros, sus colaboradores, "tienen como primer deber el
anunciar a todos el Evangelio de Dios" (PO 4), según la orden del
Señor (cf. Mc 16, 15). Son "los predicadores del Evangelio que llevan
nuevos discípulos a Cristo. Son también los maestros auténticos,
por estar dotados de la autoridad de Cristo" (LG 25).
889 Para mantener a la Iglesia en la pureza de la fe
transmitida por los apóstoles, Cristo, que es la Verdad, quiso conferir
a su Iglesia una participación en su propia infalibilidad. Por medio
del "sentido sobrenatural de la fe", el Pueblo de Dios "se une indefectiblemente
a la fe", bajo la guía del Magisterio vivo de la Iglesia (cf. LG 12;
DV 10).
890 La misión del Magisterio está ligada
al carácter definitivo de la Alianza instaurada por Dios en Cristo
con su Pueblo; debe protegerlo de las desviaciones y de los fallos, y garantizarle
la posibilidad objetiva de profesar sin error la fe auténtica. El
oficio pastoral del Magisterio está dirigido, así, a velar
para que el Pueblo de Dios permanezca en la verdad que libera. Para cumplir
este servicio, Cristo ha dotado a los pastores con el carisma de infalibilidad
en materia de fe y de costumbres. El ejercicio de este carisma puede revestir
varias modalidades:
891 "El Romano Pontífice, Cabeza del Colegio episcopal,
goza de esta infalibilidad en virtud de su ministerio cuando, como Pastor
y Maestro supremo de todos los fieles que confirma en la fe a sus hermanos,
proclama por un acto definitivo la doctrina en cuestiones de fe y moral...
La infalibilidad prometida a la Iglesia reside también en el Cuerpo
episcopal cuando ejerce el magisterio supremo con el sucesor de Pedro",
sobre todo en un Concilio ecuménico (LG 25; cf. Vaticano I: DS 3074).
Cuando la Iglesia propone por medio de su Magisterio supremo que algo se
debe aceptar "como revelado por Dios para ser creído" (DV 10) y como
enseñanza de Cristo, "hay que aceptar sus definiciones con la obediencia
de la fe" (LG 25). Esta infalibilidad abarca todo el depósito de la
Revelación divina (cf. LG 25).
892 La asistencia divina es también concedida
a los sucesores de los apóstoles, cuando enseñan en comunión
con el sucesor de Pedro (y, de una manera particular, al obispo de Roma,
Pastor de toda la Iglesia), aunque, sin llegar a una definición infalible
y sin pronunciarse de una "manera definitiva", proponen, en el ejercicio
del magisterio ordinario, una enseñanza que conduce a una mejor inteligencia
de la Revelación en materia de fe y de costumbres. A esta enseñanza
ordinaria, los fieles deben "adherirse...con espíritu de obediencia
religiosa" (LG 25) que, aunque distinto del asentimiento de la fe, es una
prolongación de él.
La misión de santificar
893 El obispo "es
el `administrador de la gracia del sumo sacerdocio'" (LG 26), en particular
en la Eucaristía que él mismo ofrece, o cuya oblación
asegura por medio de los presbíteros, sus colaboradores. Porque la
Eucaristía es el centro de la vida de la Iglesia particular. El obispo
y los presbíteros santifican la Iglesia con su oración y su
trabajo, por medio del ministerio de la palabra y de los sacramentos. La
santifican con su ejemplo, "no tiranizando a los que os ha tocado cuidar,
sino siendo modelos de la grey" (1 P 5, 3). Así es como llegan "a
la vida eterna junto con el rebaño que les fue confiado"(LG 26).
La misión de gobernar
894 "Los obispos,
como vicarios y legados de Cristo, gobiernan las Iglesias particulares que
se les han confiado, no sólo con sus proyectos, con sus consejos y
con ejemplos, sino también con su autoridad y potestad sagrada "(LG
27), que deben, no obstante, ejercer para edificar con espíritu de
servicio que es el de su Maestro (cf. Lc 22, 26-27).
895 "Esta potestad, que desempeñan personalmente
en nombre de Cristo, es propia, ordinaria e inmediata. Su ejercicio, sin
embargo, está regulado en último término por la suprema
autoridad de la Iglesia "(LG 27). Pero no se debe considerar a los obispos
como vicarios del Papa, cuya autoridad ordinaria e inmediata sobre toda la
Iglesia no anula la de ellos, sino que, al contrario, la confirma y tutela.
Esta autoridad debe ejercerse en comunión con toda la Iglesia bajo
la guía del Papa.
896 El Buen Pastor será el modelo y la "forma"
de la misión pastoral del obispo. Consciente de sus propias debilidades,
el obispo "puede disculpar a los ignorantes y extraviados. No debe negarse
nunca a escuchar a sus súbditos, a a los que cuida como verdaderos
hijos ... Los fieles, por su parte, deben estar unidos a su obispo como
la Iglesia a Cristo y como Jesucristo al Padre" (LG 27):
Seguid todos al obispo como Jesucristo (sigue) a su
Padre, y al presbiterio como a los apóstoles; en cuanto a los diáconos,
respetadlos como a la ley de Dios. Que nadie haga al margen del obispo nada
en lo que atañe a la Iglesia (San Ignacio de Antioquía, Smyrn.
8,1).
II LOS FIELES LAICOS
897 "Por laicos se
entiende aquí a todos los cristianos, excepto los miembros del orden
sagrado y del estado religioso reconocido en la Iglesia. Son, pues, los
cristianos que están incorporados a Cristo por el bautismo, que forman
el Pueblo de Dios y que participan de las funciones de Cristo. Sacerdote,
Profeta y Rey. Ellos realizan, según su condición, la misión
de todo el pueblo cristiano en la Iglesia y en el mundo" (LG 31).
La vocación de los laicos
898 "Los laicos tienen
como vocación propia el buscar el Reino de Dios ocupándose
de las realidades temporales y ordenándolas según Dios...
A ellos de manera especial les corresponde iluminar y ordenar todas las
realidades temporales, a las que están estrechamente unidos, de tal
manera que éstas lleguen a ser según Cristo, se desarrollen
y sean para alabanza del Creador y Redentor" (LG 31).
899 La iniciativa de los cristianos laicos es particularmente
necesaria cuando se trata de descubrir o de idear los medios para que las
exigencias de la doctrina y de la vida cristianas impregnen las realidades
sociales, políticas y económicas. Esta iniciativa es un elemento
normal de la vida de la Iglesia:
Los fieles laicos se encuentran en la línea más
avanzada de la vida de la Iglesia; por ellos la Iglesia es el principio
vital de la sociedad. Por tanto ellos, especialmente, deben tener
conciencia, cada vez más clara, no sólo de pertenecer a la
Iglesia, sino de ser la Iglesia; es decir, la comunidad de los fieles sobre
la tierra bajo la guía del Jefe común, el Papa, y de los Obispos
en comunión con él. Ellos son la Iglesia (Pío XII,
discurso 20 Febrero 1946; citado por Juan Pablo II, CL 9).
900 Como todos los fieles, los laicos están encargados
por Dios del apostolado en virtud del bautismo y de la confirmación
y por eso tienen la obligación y gozan del derecho, individualmente
o agrupados en asociaciones, de trabajar para que el mensaje divino de salvación
sea conocido y recibido por todos los hombres y en toda la tierra; esta
obligación es tanto más apremiante cuando sólo por
medio de ellos los demás hombres pueden oír el Evangelio y
conocer a Cristo. En las comunidades eclesiales, su acción es tan
necesaria que, sin ella, el apostolado de los pastores no puede obtener en
la mayoría de las veces su plena eficacia (cf. LG 33).
La participación de los laicos en la misión
sacerdotal de Cristo
901 "Los laicos, consagrados
a Cristo y ungidos por el Espíritu Santo, están maravillosamente
llamados y preparados para producir siempre los frutos más abundantes
del Espíritu. En efecto, todas sus obras, oraciones, tareas apostólicas,
la vida conyugal y familiar, el trabajo diario, el descanso espiritual y
corporal, si se realizan en el Espíritu, incluso las molestias de
la vida, si se llevan con paciencia, todo ello se convierte en sacrificios
espirituales agradables a Dios por Jesucristo, que ellos ofrecen con toda
piedad a Dios Padre en la celebración de la Eucaristía uniéndolos
a la ofrenda del cuerpo del Señor. De esta manera, también
los laicos, como adoradores que en todas partes llevan una conducta sana,
consagran el mundo mismo a Dios" (LG 34; cf. LG 10).
902 De manera particular,los padres participan de la
misión de santificación "impregnando de espíritu cristiano
la vida conyugal y procurando la educación cristiana de los hijos"
(CIC, can. 835, 4).
903 Los laicos, si tienen las cualidades requeridas,
pueden ser admitidos de manera estable a los ministerios de lectores y de
acólito (cf. CIC, can. 230, 1). "Donde lo aconseje la necesidad de
la Iglesia y no haya ministros, pueden también los laicos, aunque
no sean lectores ni acólitos, suplirles en algunas de sus funciones,
es decir, ejercitar el ministerio de la palabra, presidir las oraciones
litúrgicas, administrar el bautismo y dar la sagrada Comunión,
según las prescripciones del derecho" (CIC, can. 230, 3).
Su participación en la misión profética
de Cristo
904 "Cristo,... realiza
su función profética ... no sólo a través de
la jerarquía ... sino también por medio de los laicos. El
los hace sus testigos y les da el sentido de la fe y la gracia de la palabra"
(LG 35).
Enseñar a alguien para traerlo a la fe es tarea
de todo predicador e incluso de todo creyente (Sto. Tomás de A.,
STh III, 71. 4 ad 3).
905 Los laicos cumplen también su misión
profética evangelizando, con "el anuncio de Cristo comunicado con
el testimonio de la vida y de la palabra". En los laicos, esta evangelización
"adquiere una nota específica y una eficacia particular por el hecho
de que se realiza en las condiciones generales de nuestro mundo" (LG 35):
Este apostolado no consiste sólo en el testimonio
de vida; el verdadero apostolado busca ocasiones para anunciar a Cristo
con su palabra, tanto a los no creyentes ... como a los fieles (AA 6; cf.
AG 15).
906 Los fieles laicos que sean capaces de ello y que
se formen para ello también pueden prestar su colaboración
en la formación catequética (cf. CIC, can. 774, 776, 780),
en la enseñanza de las ciencias sagradas (cf. CIC,can. 229), en los
medios de comunicación social (cf. CIC, can 823, 1).
907 "Tienen el derecho, y a veces incluso el deber, en
razón de su propio conocimiento, competencia y prestigio, de manifestar
a los Pastores sagrados su opinión sobre aquello que pertenece al
bien de la Iglesia y de manifestarla a los demás fieles, salvando
siempre la integridad de la fe y de las costumbres y la reverencia hacia
los Pastores, habida cuenta de la utilidad común y de la dignidad
de las personas" (CIC, can. 212, 3).
Su participación en la misión real de
Cristo
908 Por su obediencia
hasta la muerte (cf. Flp 2, 8-9), Cristo ha comunicado a sus discípulos
el don de la libertad regia, "para que vencieran en sí mismos, con
la apropia renuncia y una vida santa, al reino del pecado" (LG 36).
El que somete su propio cuerpo y domina su alma, sin
dejarse llevar por las pasiones es dueño de sí mismo: Se puede
llamar rey porque es capaz de gobernar su propia persona; Es libre e independiente
y no se deja cautivar por una esclavitud culpable (San Ambrosio, Psal. 118,
14, 30: PL 15, 1403A).
909 "Los laicos, además, juntando también
sus fuerzas, han de sanear las estructuras y las condiciones del mundo,
de tal forma que, si algunas de sus costumbres incitan al pecado, todas
ellas sean conformes con las normas de la justicia y favorezcan en vez de
impedir la práctica de las virtudes. Obrando así, impregnarán
de valores morales toda la cultura y las realizaciones humanas" (LG 36).
910 "Los seglares también pueden sentirse llamados
o ser llamados a colaborar con sus Pastores en el servicio de la comunidad
eclesial, para el crecimiento y la vida de ésta, ejerciendo ministerios
muy diversos según la gracia y los carismas que el Señor quiera
concederles" (EN 73).
911 En la Iglesia, "los fieles laicos pueden cooperar
a tenor del derecho en el ejercicio de la potestad de gobierno" (CIC, can.
129, 2). Así, con su presencia en los Concilios particulares (can.
443, 4), los Sínodos diocesanos (can. 463, 1 y 2), los Consejos pastorales
(can. 511; 536); en el ejercicio de la tarea pastoral de una parroquia (can.
517, 2); la colaboración en los Consejos de los asuntos económicos
(can. 492, 1; 536); la participación en los tribunales eclesiásticos
(can. 1421, 2), etc.
912 Los fieles han de "aprender a distinguir cuidadosamente
entre los derechos y deberes que tienen como miembros de la Iglesia y los
que les corresponden como miembros de la sociedad humana. Deben esforzarse
en integrarlos en buena armonía, recordando que en cualquier cuestión
temporal han de guiarse por la conciencia cristiana. En efecto, ninguna
actividad humana, ni siquiera en los asuntos temporales, puede sustraerse
a la soberanía de Dios" (LG 36).
913 "Así, todo laico, por el simple hecho de haber
recibido sus dones, es a la vez testigo e instrumento vivo de la misión
de la Iglesia misma `según la medida del don de Cristo'" (LG 33).
III LA VIDA CONSAGRADA
914 "El estado de
vida que consiste en la profesión de los consejos evangélicos,
aunque no pertenezca a la estructura de la Iglesia, pertenece, sin embargo,
sin discusión a su vida y a su santidad" (LG 44).
Consejos evangélicos, vida consagrada
915 Los consejos evangélicos
están propuestos en su multiplicid ad a todos los discípulos
de Cristo. La perfección de la caridad a la cual son llamados todos
los fieles implica, para quienes asumen libremente el llamamiento a la vida
consagrada, la obligación de practicar la castidad en el celibato
por el Reino, la pobreza y la obediencia. La profesión de estos consejos
en un estado de vida estable reconocido por la Iglesia es lo que caracteriza
la "vida consagrada" a Dios (cf. LG 42-43; PC 1).
916 El estado de vida consagrada aparece por consiguiente
como una de las maneras de vivir una consagración "más íntima"
que tiene su raíz en el bautismo y se dedica totalmente a Dios (cf.
PC 5). En la vida consagrada, los fieles de Cristo se proponen, bajo la
moción del Espíritu Santo, seguir más de cerca a Cristo,
entregarse a Dios amado por encima de todo y, persiguiendo la perfección
de la caridad en el servicio del Reino, significar y anunciar en la Iglesia
la gloria del mundo futuro (cf. CIC, can. 573).
Un gran árbol, múltiples ramas
917 "El resultado
ha sido una especie de árbol en el campo de Dios, maravilloso y lleno
de ramas, a partir de una semilla puesta por Dios. Han crecido, en efecto,
diversas formas de vida, solitaria o comunitaria, y diversas familias religiosas
que se desarrollan para el progreso de sus miembros y para el bien de todo
el Cuerpo de Cristo" (LG 43).
918 "Desde los comienzos de la Iglesia hubo hombres y
mujeres que intentaron, con la práctica de los consejos evangélicos,
seguir con mayor libertad a Cristo e imitarlo con mayor precisión.
Cada uno a su manera, vivió entregado a Dios. Muchos, por inspiración
del Espíritu Santo, vivieron en la soledad o fundaron familias religiosas,
que la Iglesia reconoció y aprobó gustosa con su autoridad"
(PC 1).
919 Los obispos se esforzarán siempre en discernir
los nuevos dones de vida consagrada confiados por el Espíritu Santo
a su Iglesia; la aprobación de nuevas formas de vida consagrada está
reservada a la Sede Apostólica (cf. CIC, can. 605).
La vida eremítica
920 Sin profesar siempre
públicamente los tres consejos evangélicos, los ermitaños,
"con un apartamiento más estricto del mundo, el silencio de la soledad,
la oración asidua y la penitencia, dedican su vida a la alabanza
de Dios y salvación del mundo" (CIC, can. 603 1).
921 Los eremitas presentan a los demás ese aspecto
interior del misterio de la Iglesia que es la intimidad personal con Cristo.
Oculta a los ojos de los hombres, la vida del eremita es predicación
silenciosa de Aquél a quien ha entregado su vida, porque El es todo
para él. En este caso se trata de un llamamiento particular a encontrar
en el desierto, en el combate espiritual, la gloria del Crucificado.
Las vírgenes y las viudas consagradas
922 Desde los tiempos
apostólicos, vírgenes (Cf. 1 Co 7, 34-36) y viudas cristianas
(Cf. Vita consecrata, 7) llamadas por el Señor para consagrarse a
El enteramente (cf. 1 Co 7, 34-36) con una libertad mayor de corazón,
de cuerpo y de espíritu, han tomado la decisión, aprobada
por la Iglesia, de vivir en estado de virginidad o de castidad perpetua
"a causa del Reino de los cielos" (Mt 19, 12).
923 "Formulando el propósito santo de seguir más
de cerca a Cristo, [las vírgenes] son consagradas a Dios por el Obispo
diocesano según el rito litúrgico aprobado, celebran desposorios
místicos con Jesucristo, Hijo de Dios, y se entregan al servicio
de la Iglesia" (CIC, can. 604, 1). Por medio este rito solemne ("Consecratio
virginum", "Consagración de vírgenes"), "la virgen es constituida
en persona consagrada" como "signo transcendente del amor de la Iglesia
hacia Cristo, imagen escatológica de esta Esposa del Cielo y de la
vida futura" (Ordo Cons. Virg., Praenot. 1).
924 "Semejante a otras formas de vida consagrada" (CIC,
can. 604), el orden de las vírgenes sitúa a la mujer que vive
en el mundo (o a la monja) en el ejercicio de la oración, de la penitencia,
del servicio a los hermanos y del trabajo apostólico, según
el estado y los carismas respectivos ofrecidos a cada una (OCV., Praenot.
2). Las vírgenes consagradas pueden asociarse para guardar su propósito
con mayor fidelidad (CIC, can. 604, 2).
La vida religiosa
925 Nacida en Oriente
en los primeros siglos del cristianismo (cf. UR 15) y vivida en los institutos
canónicamente erigidos por la Iglesia (cf. CIC, can. 573), la vida
religiosa se distingue de las otras formas de vida consagrada por el aspecto
cultual, la profesión pública de los consejos evangélicos,
la vida fraterna llevada en común, y por el testimonio dado de la
unión de Cristo y de la Iglesia (cf. CIC, can. 607).
926 La vida religiosa nace del misterio de la Iglesia.
Es un don que la Iglesia recibe de su Señor y que ofrece como un
estado de vida estable al fiel llamado por Dios a la profesión de
los consejos. Así la Iglesia puede a la vez manifestar a Cristo y
reconocerse como Esposa del Salvador. La vida religiosa está invitada
a significar, bajo estas diversas formas, la caridad misma de Dios, en el
lenguaje de nuestro tiempo.
927 Todos los religiosos, exentos o no (cf. CIC, can.
591), se encuentran entre los colaboradores del obispo diocesano en su misión
pastoral (cf. CD 33-35). La implantación y la expansión misionera
de la Iglesia requieren la presencia de la vida religiosa en todas sus formas
"desde el período de implantación de la Iglesia" (AG 18, 40).
"La historia da testimonio de los grandes méritos de las familias
religiosas en la propagación de la fe y en la formación de
las nuevas iglesias: desde las antiguas Instituciones monásticas,
las Ordenes medievales y hasta las Congregaciones modernas" (Juan Pablo II,
RM 69).
Los institutos seculares
928 "Un instituto
secular es un instituto de vida consagrada en el cual los fieles, viviendo
en el mundo, aspiran a la perfección de la caridad, y se dedican
a procurar la santificación del mundo sobre todo desde dentro de
él" (CIC can. 710).
929 Por medio de una "vida perfectamente y enteramente
consagrada a [esta] santificación" (Pío XII, const. ap. "Provida
Mater"), los miembros de estos institutos participan en la tarea de evangelización
de la Iglesia, "en el mundo y desde el mundo", donde su presencia obra a
la manera de un "fermento" (PC 11). Su "testimonio de vida cristiana" mira
a "ordenar según Dios las realidades temporales y a penetrar el mundo
con la fuerza del Evangelio". Mediante vínculos sagrados, asumen
los consejos evangélicos y observan entre sí la comunión
y la fraternidad propias de su "modo de vida secular" (CIC, can. 713, 2).
Las sociedades de vida apostólica
930 Junto a las diversas
formas de vida consagrada se encuentran "las sociedades de vida apostólica,
cuyos miembros, sin votos religiosos, buscan el fin apostólico propio
de la sociedad y, llevando vida fraterna en común, según el
propio modo de vida, aspiran a la perfección de la caridad por la
observancia de las constituciones. Entre éstas, existen sociedades
cuyos miembros abrazan los consejos evangélicos mediante un vínculo
determinado por las constituciones" (CIC, can. 731, 1 y 2).
Consagración y misión: anunciar el Rey
que viene
931 Aquel que por
el bautismo fue consagrado a Dios, entregándose a él como al
sumamente amado, se consagra, de esta manera, aún más íntimamente
al servicio divino y se entrega al bien de la Iglesia. Mediante el estado
de consagración a Dios, la Iglesia manifiesta a Cristo y muestra cómo
el Espíritu Santo obra en ella de modo admirable. Por tanto, los que
profesan los consejos evangélicos tienen como primera misión
vivir su consagración. Pero "ya que por su misma consagración
se dedican al servicio de la Iglesia están obligados a contribuir
de modo especial a la tarea misionera, según el modo propio de su
instituto" (CIC 783; cf. RM 69).
932 En la Iglesia que es como el sacramento, es decir,
el signo y el instrumento de la vida de Dios, la vida consagrada aparece
como un signo particular del misterio de la Redención. Seguir e imitar
a Cristo "desde más cerca", manifestar "más claramente" su
anonadamiento, es encontrarse "más profundamente" presente, en el
corazón de Cristo, con sus contemporáneos. Porque los que siguen
este camino "más estrecho" estimulan con su ejemplo a sus hermanos;
les dan este testimonio admirable de "que sin el espíritu de las bienaventuranzas
no se puede transformar este mundo y ofrecerlo a Dios" (LG 31).
933 Sea público este testimonio, como en el estado
religioso, o más discreto, o incluso secreto, la venida de Cristo
es siempre para todos los consagrados el origen y la meta de su vida:
El Pueblo de Dios, en efecto, no tiene aquí una
ciudad permanente, sino que busca la futura. Por eso el estado religioso...manifiesta
también mucho mejor a todos los creyentes los bienes del cielo, ya
presentes en este mundo. También da testimonio de la vida nueva y
eterna adquirida por la redención de Cristo y anuncia ya la resurrección
futura y la gloria del Reino de los cielos (LG 44).
RESUMEN
934 "Por institución
divina, entre los fieles hay en la Iglesia ministros sagrados, que en el
derecho se denomi nan clérigos; los demás se llaman laicos".
Hay, por otra parte, fieles que perteneciendo a uno de ambos grupos, por
la profesión de los consejos evangélicos, se consagran a Dios
y sirven así a la misión de la Iglesia (CIC, can. 207, 1,
2).
935 Para anunciar su fe y para implantar su Reino, Cristo
envía a sus apóstoles y a sus sucesores. El les da parte en
su misión. De El reciben el poder de obrar en su nombre.
936 El Señor hizo de San Pedro el fundamento visible
de su Iglesia. Le dio las llaves de ella. El obispo de la Iglesia de Roma,
sucesor de San Pedro, es la "cabeza del Colegio de los Obispos, Vicario
de Cristo y Pastor de la Iglesia universal en la tierra" (CIC, can. 331).
937 El Papa "goza, por institución divina, de
una potestad suprema, plena, inmediata y universal para cuidar las almas"
(CD 2).
938 Los obispos, instituidos por el Espíritu Santo,
suceden a los apóstoles. "Cada uno de los obispos, por su parte,
es el principio y fundamento visible de unidad en sus Iglesias particulares"
(LG 23).
939 Los obispos, ayudados por los presbíteros,
sus colaboradores, y por los diáconos, los obispos tienen la misión
de enseñar auténticamente la fe, de celebrar el culto divino,
sobre todo la Eucaristía, y de dirigir su Iglesia como verdaderos
pastores. A su misión pertenece también el cuidado de todas
las Iglesias, con y bajo el Papa.
940 "Siendo propio del estado de los laicos vivir en
medio del mundo y de los negocios temporales, Dios les llama a que movidos
por el espíritu cristiano, ejerzan su apostolado en el mundo a manera
de fermento" (AA 2).
941 Los laicos participan en el sacerdocio de Cristo:
cada vez más unidos a El, despliegan la gracia del Bautismo y la de
la Confirmación a través de todas las dimensiones de la vida
personal, familiar, social y eclesial y realizan así el llamamiento
a la santidad dirigido a todos los bautizados.
942 Gracias a su misión profética, los
laicos, "están llamados a ser testigos de Cristo en todas las cosas,
también en el interior de la sociedad humana" (GS 43, 4).
943 Debido a su misión regia, los laicos tienen
el poder de arrancar al pecado su dominio sobre sí mismos y sobre
el mundo por medio de su abnegación y santidad de vida (cf. LG 36).
944 La vida consagrada a Dios se caracteriza por la profesión
pública de los consejos evangélicos de pobreza, castidad y
obediencia en un estado de vida estable reconocido por la Iglesia.
945 Entregado a Dios supremamente amado, aquél
a quien el Bautismo ya había destinado a El, se encuentra en el estado
de vida consagrada, más íntimamente comprometido en el servicio
divino y dedicado al bien de toda la Iglesia.
Párrafo 5 LA COMUNION DE LOS
SANTOS
946 Después
de haber confesado "la Santa Iglesia católica", el Símbolo
de los Apóstoles añade "la comunión de los santos".
Este artículo es, en cierto modo, una explicitación del anterior:
"¿Qué es la Iglesia, sino la asamblea de todos los santos?"
(Nicetas, symb. 10). La comunión de los santos es precisamente la
Iglesia.
947 "Como todos los creyentes forman un solo cuerpo,
el bien de los unos se comunica a los otros ... Es, pues, necesario creer
que existe una comunión de bienes en la Iglesia. Pero el miembro
más importante es Cristo, ya que El es la cabeza ... Así,
el bien de Cristo es comunicado a todos los miembros, y esta comunicación
se hace por los sacramentos de la Iglesia" (Santo Tomás, symb.10).
"Como esta Iglesia está gobernada por un solo y mismo Espíritu,
todos los bienes que ella ha recibido forman necesariamente un fondo común"
(Catech. R. 1, 10, 24).
948 La expresión "comunión de los santos"
tiene entonces dos significados estrechamente relacionados: "comunión
en las cosas santas ['sancta']" y "comunión entre las personas santas
['sancti']".
"Sancta sanctis" [lo que es santo para los que son santos]
es lo que se proclama por el celebrante en la mayoría de las liturgias
orientales en el momento de la elevación de los santos Dones antes
de la distribución de la comunión. Los fieles ["sancti"] se
alimentan con el cuerpo y la sangre de Cristo ["sancta"] para crecer en
la comunión con el Espíritu Santo ["Koinônia"] y comunicarla
al mundo.
I LA COMUNION DE LOS BIENES ESPIRITUALES
949 En la comunidad
primitiva de Jerusalén, los discípulos "acudían asiduamente
a la enseñanza de los apóstoles, a la comunión, a la
fracción del pan y a las oraciones" (Hch 2, 42):
La comunión en la fe. La fe de los fieles es
la fe de la Iglesia recibida de los Apóstoles, tesoro de vida que
se enriquece cuando se comparte.
950 La comunión de los sacramentos. “El fruto
de todos los Sacramentos pertenece a todos. Porque los Sacramentos, y sobre
todo el Bautismo que es como la puerta por la que los hombres entran en la
Iglesia, son otros tantos vínculos sagrados que unen a todos y los
ligan a Jesucristo. La comunión de los santos es la comunión
de los sacramentos ... El nombre de comunión puede aplicarse a cada
uno de ellos, porque cada uno de ellos nos une a Dios ... Pero este nombre
es más propio de la Eucaristía que de cualquier otro, porque
ella es la que lleva esta comunión a su culminación” (Catech.
R. 1, 10, 24).
951 La comunión de los carismas : En la comunión
de la Iglesia, el Espíritu Santo "reparte gracias especiales entre
los fieles" para la edificación de la Iglesia (LG 12). Pues bien,
"a cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para
provecho común" (1 Co 12, 7).
952 “Todo lo tenían en común” (Hch
4, 32): "Todo lo que posee el verdadero cristiano debe considerarlo como
un bien en común con los demás y debe estar dispuesto y ser
diligente para socorrer al necesitado y la miseria del prójimo" (Catech.
R. 1, 10, 27). El cristiano es un administrador de los bienes del Señor
(cf. Lc 16, 1, 3).
953 La comunión de la caridad : En la "comunión
de los santos" "ninguno de nosotros vive para sí mismo; como tampoco
muere nadie para sí mismo" (Rm 14, 7). "Si sufre un miembro, todos
los demás sufren con él. Si un miembro es honrado, todos los
demás toman parte en su gozo. Ahora bien, vosotros sois el cuerpo
de Cristo, y sus miembros cada uno por su parte" (1 Co 12, 26-27). "La caridad
no busca su interés" (1 Co 13, 5; cf. 10, 24). El menor de
nuestros actos hecho con caridad repercute en beneficio de todos, en esta
solidaridad entre todos los hombres, vivos o muertos, que se funda en la
comunión de los santos. Todo pecado daña a esta comunión.
II LA COMUNION ENTRE LA IGLESIA DEL CIELO
Y LA DE LA TIERRA
954 Los tres estados
de la Iglesia. "Hasta que el Señor venga en su esplendor con todos
sus ángeles y, destruida la muerte, tenga sometido todo, sus discípulos,
unos peregrinan en la tierra; otros, ya difuntos, se purifican; mientras
otros están glorificados, contemplando `claramente a Dios mismo, uno
y trino, tal cual es'" (LG 49):
Todos, sin embargo, aunque en grado y modo diversos,
participamos en el mismo amor a Dios y al prójimo y cantamos en mismo
himno de alabanza a nuestro Dios. En efecto, todos los de Cristo, que tienen
su Espíritu, forman una misma Iglesia y están unidos entre sí
en él (LG 49).
955 "La unión de los miembros de la Iglesia peregrina
con los hermanos que durmieron en la paz de Cristo de ninguna manera se
interrumpe. Más aún, según la constante fe de la Iglesia,
se refuerza con la comunicación de los bienes espirituales" (LG 49).
956 La intercesión de los santos. "Por el hecho
de que los del cielo están más íntimamente unidos
con Cristo, consolidan más firmemente a toda la Iglesia en la santidad...no
dejan de interceder por nosotros ante el Padre. Presentan por medio del
único Mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, los
méritos que adquirieron en la tierra... Su solicitud fraterna ayuda,
pues, mucho a nuestra debilidad" (LG 49):
No lloréis, os seré más útil
después de mi muerte y os ayudaré más eficazmente que
durante mi vida (Santo Domingo, moribundo, a sus hermanos, cf. Jordán
de Sajonia, lib 43).
Pasaré mi cielo haciendo el bien sobre la tierra
(Santa Teresa del Niño Jesús, verba).
957 La comunión con los santos. "No veneramos
el recuerdo de los del cielo tan sólo como modelos nuestros, sino,
sobre todo, para que la unión de toda la Iglesia en el Espíritu
se vea reforzada por la práctica del amor fraterno. En efecto, así
como la unión entre los cristianos todavía en camino nos lleva
más cerca de Cristo, así la comunión con los santos
nos une a Cristo, del que mana, como de Fuente y Cabeza, toda la gracia y
la vida del Pueblo de Dios" (LG 50):
Nosotros adoramos a Cristo porque es el Hijo de Dios:
en cuanto a los mártires, los amamos como discípulos e imitadores
del Señor, y es justo, a causa de su devoción incomparable
hacia su rey y maestro; que podamos nosotros, también nosotros, ser
sus compañeros y sus condiscípulos (San Policarpo, mart. 17).
958 La comunión con los difuntos. "La Iglesia
peregrina, perfectamente consciente de esta comunión de todo el Cuerpo
místico de Jesucristo, desde los primeros tiempos del cristianismo
honró con gran piedad el recuerdo de los difuntos y también
ofreció por ellos oraciones `pues es una idea santa y provechosa
orar por los difuntos para que se vean libres de sus pecados' (2 M 12, 45)"
(LG 50). Nuestra oración por ellos puede no solamente ayudarles sino
también hacer eficaz su intercesión en nuestro favor.
959 ... en la única familia de Dios. "Todos los
hijos de Dios y miembros de una misma familia en Cristo, al unirnos en el
amor mutuo y en la misma alabanza a la Santísima Trinidad, estamos
respondiendo a la íntima vocación de la Iglesia" (LG 51).
RESUMEN
960 La Iglesia es
"comunión de los santos": esta expresión designa primeramente
las "cosas santas" ["sancta"], y ante todo la Eucaristía, "que significa
y al mismo tiempo realiza la unidad de los creyentes, que forman un solo
cuerpo en Cristo" (LG 3)
961 Este término designa también la comunión
entre las "personas santas" ["sancti"] en Cristo que ha "muerto por todos",
de modo que lo que cada uno hace o sufre en y por Cristo da fruto para todos.
114 "Creemos en la comunión de todos los fieles
cristianos, es decir, de los que peregrinan en la tierra, de los que se
purifican después de muertos y de los que gozan de la bienaventuranza
celeste, y que todos se unen en una sola Iglesia; y creemos igualmente que
en esa comunión está a nuestra disposición el amor misericordioso
de Dios y de sus santos, que siempre ofrecen oídos atentos a nuestras
oraciones" (SPF 30).
Párrafo 6 MARIA, MADRE
DE CRISTO, MADRE DE LA IGLESIA
963 Después
de haber hablado del papel de la Virgen María en el Misterio de Cristo
y del Espíritu, conviene considerar ahora su lugar en el Misterio
de la Iglesia. "Se la reconoce y se la venera como verdadera Madre de Dios
y del Redentor... más aún, `es verdaderamente la madre de los
miembros (de Cristo) porque colaboró con su amor a que nacieran en
la Iglesia los creyentes, miembros de aquella cabeza'(S. Agustín,
virg. 6)" (LG 53). "...María, Madre de Cristo, Madre de la Iglesia"
(Pablo VI discurso 21 de noviembre 1964).
I LA MATERNIDAD DE MARIA RESPECTO DE LA IGLESIA
Totalmente unida a su Hijo...
964 El papel de María
con relación a la Iglesia es inseparable de su unión con Cristo,
deriva directamente de ella. "Esta unión de la Madre con el Hijo
en la obra de la salvación se manifiesta desde el momento de la concepción
virginal de Cristo hasta su muerte" (LG 57). Se manifiesta particularmente
en la hora de su pasión:
La Bienaventurada Virgen avanzó en la peregrinación
de la fe y mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz.
Allí, por voluntad de Dios, estuvo de pie, sufrió intensamente
con su Hijo y se unió a su sacrificio con corazón de Madre
que, llena de amor, daba su consentimiento a la inmolación de su
Hijo como víctima. Finalmente, Jesucristo, agonizando en la cruz,
la dio como madre al discípulo con estas palabras: ‘Mujer, ahí
tienes a tu hijo’ (Jn 19, 26-27)" (LG 58).
965 Después de la Ascensión de su Hijo,
María "estuvo presente en los comienzos de la Iglesia con sus oraciones"
(LG 69). Reunida con los apóstoles y algunas mujeres, "María
pedía con sus oraciones el don del Espíritu, que en la Anunciación
la había cubierto con su sombra" (LG 59).
... también en su Asunción ...
966 "Finalmente, la
Virgen Inmaculada, preservada libre de toda mancha de pecado original, terminado
el curso de su vida en la tierra, fue llevada a la gloria del cielo y elevada
al trono por el Señor como Reina del universo, para ser conformada
más plenamente a su Hijo, Señor de los Señores y vencedor
del pecado y de la muerte" (LG 59; cf. la proclamación del dogma
de la Asunción de la Bienaventurada Virgen María por el Papa
Pío XII en 1950: DS 3903). La Asunción de la Santísima
Virgen constituye una participación singular en la Resurrección
de su Hijo y una anticipación de la resurrección de los demás
cristianos:
En tu parto has conservado la virginidad, en tu dormición
no has abandonado el mundo, oh Madre de Dios: tú te has reunido con
la fuente de la Vida, tú que concebiste al Dios vivo y que, con tus
oraciones, librarás nuestras almas de la muerte (Liturgia bizantina,
Tropario de la fiesta de la Dormición [15 de agosto]).
... ella es nuestra Madre en el orden de la gracia
967 Por su total adhesión
a la voluntad del Padre, a la obra re dentora de su Hijo, a toda moción
del Espíritu Santo, la Virgen María es para la Iglesia el
modelo de la fe y de la caridad. Por eso es "miembro muy eminente y del
todo singular de la Iglesia" (LG 53), incluso constituye "la figura" ["typus"]
de la Iglesia (LG 63).
968 Pero su papel con relación a la Iglesia y
a toda la humanidad va aún más lejos. "Colaboró de
manera totalmente singular a la obra del Salvador por su fe, esperanza y
ardiente amor, para restablecer la vida sobrenatural de los hombres. Por
esta razón es nuestra madre en el orden de la gracia" (LG 61).
969 "Esta maternidad de María perdura sin cesar
en la economía de la gracia, desde el consentimiento que dio fielmente
en la Anunciación, y que mantuvo sin vacilar al pie de la cruz, hasta
la realización plena y definitiva de todos los escogidos. En efecto,
con su asunción a los cielos, no abandonó su misión
salvadora, sino que continúa procurándonos con su múltiple
intercesión los dones de la salvación eterna... Por eso la
Santísima Virgen es invocada en la Iglesia con los títulos
de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora" (LG 62).
970 "La misión maternal de María para con
los hombres de ninguna manera disminuye o hace sombra a la única
mediación de Cristo, sino que manifiesta su eficacia. En efecto,
todo el influjo de la Santísima Virgen en la salvación de
los hombres ... brota de la sobreabundancia de los méritos de Cristo,
se apoya en su mediación, depende totalmente de ella y de ella saca
toda su eficacia" (LG 60). "Ninguna creatura puede ser puesta nunca en el
mismo orden con el Verbo encarnado y Redentor. Pero, así como en el
sacerdocio de Cristo participan de diversa manera tanto los ministros como
el pueblo creyente, y así como la única bondad de Dios se difunde
realmente en las criaturas de distintas maneras, así también
la única mediación del Redentor no excluye, sino que suscita
en las criaturas una colaboración diversa que participa de la única
fuente" (LG 62).
II EL CULTO A LA SANTISIMA VIRGEN
971 "Todas las generaciones
me llamarán bienaventurada" (Lc 1, 48): "La piedad de la Iglesia
hacia la Santísima Virgen es un elemento intrínseco del culto
cristiano" (MC 56). La Santísima Virgen "es honrada con razón
por la Iglesia con un culto especial. Y, en efecto, desde los tiempos más
antiguos, se venera a la Santísima Virgen con el título de
`Madre de Dios', bajo cuya protección se acogen los fieles suplicantes
en todos sus peligros y necesidades... Este culto... aunque del todo singular,
es esencialmente diferente del culto de adoración que se da al Verbo
encarnado, lo mismo que al Padre y al Espíritu Santo, pero lo favorece
muy poderosamente" (LG 66); encuentra su expresión en las fiestas
litúrgicas dedicadas a la Madre de Dios (cf. SC 103) y en la oración
mariana, como el Santo Rosario, "síntesis de todo el Evangelio" (cf.
Pablo VI, MC 42).
III MARIA, ICONO ESCATOLOGICO DE LA IGLESIA
972 Después
de haber hablado de la Iglesia, de su origen, de su misión y de su
destino, no se puede concluir mejor que volviendo la mirada a María
para contemplar en ella lo que es la Iglesia en su Misterio, en su "peregrinación
de la fe", y lo que será al final de su marcha, donde le espera, "para
la gloria de la Santísima e indivisible Trinidad", "en comunión
con todos los santos" (LG 69), aquella a quien la Iglesia venera como la
Madre de su Señor y como su propia Madre:
Entre tanto, la Madre de Jesús, glorificada ya
en los cielos en cuerpo y alma, es la imagen y comienzo de la Iglesia que
llegará a su plenitud en el siglo futuro. También en este
mundo, hasta que llegue el día del Señor, brilla ante el Pueblo
de Dios en Marcha, como señal de esperanza cierta y de consuelo (LG
68)
RESUMEN
973 Al pronunciar
el "fiat" de la Anunciación y al dar su consentimiento al Misterio
de la Encarnación, María col abora ya en toda la obra que debe
llevar a cabo su Hijo. Ella es madre allí donde El es Salvador y Cabeza
del Cuerpo místico.
974 La Santísima Virgen María, cumplido
el curso de su vida terrena, fue llevada en cuerpo y alma a la gloria del
cielo, en donde ella participa ya en la gloria de la resurrección de
su Hijo, anticipando la resurrección de todos los miembros de su Cuerpo.
975 "Creemos que la Santísima Madre de Dios, nueva
Eva, Madre de la Iglesia, continúa en el cielo ejercitando su oficio
materno con respecto a los miembros de Cristo (SPF 15).
Artículo10 "CREO EN EL PERDON
DE LOS PECADOS"
976 El Símbolo
de los Apóstoles vincula la fe en el perdón de los pecados
a la fe en el Espíritu Santo, pero también a la fe en la Iglesia
y en la comunión de los santos. Al dar el Espíritu Santo a
su apóstoles, Cristo resucitado les confirió su propio poder
divino de perdonar los pecados: "Recibid el Espíritu Santo. A quienes
perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis,
les quedan retenidos" (Jn 20, 22-23).
(La IIª parte del Catecismo tratará explícitamente
del perdón de los pecados por el Bautismo, el Sacramento de la Penitencia
y los demás sacramentos, sobre todo la Eucaristía. Aquí
basta con evocar brevemente, por tanto, algunos datos básicos).
I UN SOLO BAUTISMO PARA EL PERDON DE LOS PECADOS
977 Nuestro Señor
vinculó el perdón de los pecados a la fe y al Bautismo: "Id
por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación.
El que crea y sea bautizado se salvará" (Mc 16, 15-16). El Bautismo
es el primero y principal sacramento del perdón de los pecados porque
nos une a Cristo muerto por nuestros pecados y resucitado para nuestra justificación
(cf. Rm 4, 25), a fin de que "vivamos también una vida nueva" (Rm
6, 4).
978 "En el momento en que hacemos nuestra primera profesión
de Fe, al recibir el santo Bautismo que nos purifica, es tan pleno y tan
completo el perdón que recibimos, que no nos queda absolutamente nada
por borrar, sea de la falta original, sea de las faltas cometidas por nuestra
propia voluntad, ni ninguna pena que sufrir para expiarlas... Sin embargo,
la gracia del Bautismo no libra a la persona de todas las debilidades de
la naturaleza. Al contrario, todavía nosotros tenemos que combatir
los movimientos de la concupiscencia que no cesan de llevarnos al mal" (Catech.
R. 1, 11, 3).
979 En este combate contra la inclinación al mal,
¿quién será lo suficientemente valiente y vigilante
para evitar toda herida del pecado? "Si, pues, era necesario que la Iglesia
tuviese el poder de perdonar los pecados, también hacía falta
que el Bautismo no fuese para ella el único medio de servirse de las
llaves del Reino de los cielos, que había recibido de Jesucristo;
era necesario que fuese capaz de perdonar los pecados a todos los penitentes,
incluso si hubieran pecado hasta en el último momento de su vida"
(Catech. R. 1, 11, 4).
980 Por medio del sacramento de la penitencia el bautizado
puede reconciliarse con Dios y con la Iglesia:
Los padres tuvieron razón en llamar a la penitencia
"un bautismo laborioso" (San Gregorio Nac., Or. 39. 17). Para los que han
caído después del Bautismo, es necesario para la salvación
este sacramento de la penitencia, como lo es el Bautismo para quienes aún
no han sido regenerados (Cc de Trento: DS 1672).
II EL PODER DE LAS LLAVES
981 Cristo, después
de su Resurrección envió a sus apóstoles a predicar
"en su nombre la conversión para perdón de los pecados a todas
las naciones" (Lc 24, 47). Este "ministerio de la reconciliación"
(2 Co 5, 18), no lo cumplieron los apóstoles y sus sucesores anunciando
solamente a los hombres el perdón de Dios merecido para nosotros
por Cristo y llamándoles a la conversión y a la fe, sino comunicándoles
también la remisión de los pecados por el Bautismo y reconciliándolos
con Dios y con la Iglesia gracias al poder de las llaves recibido de Cristo:
La Iglesia ha recibido las llaves del Reino de los cielos,
a fin de que se realice en ella la remisión de los pecados por la
sangre de Cristo y la acción del Espíritu Santo. En esta Iglesia
es donde revive el alma, que estaba muerta por los pecados, a fin de vivir
con Cristo, cuya gracia nos ha salvado (San Agustín, serm. 214, 11).
982 No hay ninguna falta por grave que sea que la Iglesia
no pueda perdonar. "No hay nadie, tan perverso y tan culpable, que no deba
esperar con confianza su perdón siempre que su arrepentimiento sea
sincero" (Catech. R. 1, 11, 5). Cristo, que ha muerto por todos los hombres,
quiere que, en su Iglesia, estén siempre abiertas las puertas del
perdón a cualquiera que vuelva del pecado (cf. Mt 18, 21-22).
983 La catequesis se esforzará por avivar y nutrir
en los fieles la fe en la grandeza incomparable del don que Cristo resucitado
ha hecho a su Iglesia: la misión y el poder de perdonar verdaderamente
los pecados, por medio del ministerio de los apóstoles y de sus sucesores:
El Señor quiere que sus discípulos tengan
un poder inmenso: quiere que sus pobres servidores cumplan en su nombre
todo lo que había hecho cuando estaba en la tierra (San Ambrosio,
poenit. 1, 34).
Los sacerdotes han recibido un poder que Dios no ha
dado ni a los ángeles, ni a los arcángeles... Dios sanciona
allá arriba todo lo que los sacerdotes hagan aquí abajo (San
Juan Crisóstomo, sac. 3, 5).
Si en la Iglesia no hubiera remisión de los pecados,
no habría ninguna esperanza, ninguna expectativa de una vida eterna
y de una liberación eterna. Demos gracias a Dios que ha dado a la
Iglesia semejante don (San Agustín, serm. 213, 8).
RESUMEN
984 El Credo relaciona
"el perdón de los pecados" con la profesión de fe en el Espíritu
Santo. En efecto, Cristo resucitado confió a los apóstoles
el poder de perdonar los pecados cuando les dio el Espíritu Santo.
985 El Bautismo es el primero y principal sacramento
para el perdón de los pecados: nos une a Cristo muerto y resucitado
y nos da el Espíritu Santo.
986 Por voluntad de Cristo, la Iglesia posee el poder
de perdonar los pecados de los bautizados y ella lo ejerce de forma habitual
en el sacramento de la penitencia por medio de los obispos y de los presbíteros.
987 "En la remisión de los pecados, los sacerdotes
y los sacramentos son meros instrumentos de los que quiere servirse nuestro
Señor Jesucristo, único autor y dispensador de nuestra salvación,
para borrar nuestras iniquidades y darnos la gracia de la justificación"
(Catech. R. 1, 11, 6).
Artículo 11 "CREO EN LA RESURRECCION
DE LA CARNE"
988 El Credo cristiano
–profesión de nuestra fe en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo,
y en su acción creadora, salvadora y santificadora– culmina en la
proclamación de la resurrección de los muertos al fin de los
tiempos, y en la vida eterna.
989 Creemos firmemente, y así lo esperamos, que
del mismo modo que Cristo ha resucitado verdaderamente de entre los muertos,
y que vive para siempre, igualmente los justos después de su muerte
vivirán para siempre con Cristo resucitado y que El los resucitará
en el último día (cf. Jn 6, 39-40). Como la suya, nuestra
resurrección será obra de la Santísima Trinidad:
Si el Espíritu de Aquél que resucitó
a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, Aquél que
resucitó a Jesús de entre los muertos dará también
la vida a vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que habita en
vosotros (Rm 8, 11; cf. 1 Ts 4, 14; 1 Co 6, 14; 2 Co 4, 14; Flp 3, 10-11).
990 El término "carne" designa al hombre en su
condición de debilidad y de mortalidad (cf. Gn 6, 3; Sal 56, 5; Is
40, 6). La "resurrección de la carne" significa que, después
de la muerte, no habrá solamente vida del alma inmortal, sino que también
nuestros "cuerpos mortales" (Rm 8, 11) volverán a tener vida.
991 Creer en la resurrección de los muertos ha
sido desde sus comienzos un elemento esencial de la fe cristiana. "La resurrección
de los muertos es esperanza de los cristianos; somos cristianos por creer
en ella" (Tertuliano, res. 1.1):
¿Cómo andan diciendo algunos entre vosotros
que no hay resurrección de muertos? Si no hay resurrección
de muertos, tampoco Cristo resucitó. Y si no resucitó Cristo,
vana es nuestra predicación, vana también vuestra fe... ¡Pero
no! Cristo resucitó de entre los muertos como primicias de los que
durmieron (1 Co 15, 12-14. 20).
I LA RESURRECCION DE CRISTO Y LA NUESTRA
Revelación progresiva de la Resurrección
992 La resurrección
de los muertos fue revelada progresivamente por Dios a su Pueblo. La esperanza
en la resurrección corporal de los muertos se impuso como una consecuencia
intrínseca de la fe en un Dios creador del hombre todo entero, alma
y cuerpo. El creador del cielo y de la tierra es también Aquél
que mantiene fielmente su Alianza con Abraham y su descendencia. En esta
doble perspectiva comienza a expresarse la fe en la resurrección.
En sus pruebas, los mártires Macabeos confiesan:
El Rey del mundo a nosotros que morimos por sus leyes,
nos resucitará a una vida eterna (2 M 7, 9). Es preferible morir
a manos de los hombres con la esperanza que Dios otorga de ser resucitados
de nuevo por él (2 M 7, 14; cf. 7, 29; Dn 12, 1-13).
993 Los fariseos (cf. Hch 23, 6) y muchos contemporáneos
del Señor (cf. Jn 11, 24) esperaban la resurrección. Jesús
la enseña firmemente. A los saduceos que la niegan responde: "Vosotros
no conocéis ni las Escrituras ni el poder de Dios, vosotros estáis
en el error" (Mc 12, 24). La fe en la resurrección descansa en la
fe en Dios que "no es un Dios de muertos sino de vivos" (Mc 12, 27).
994 Pero hay más: Jesús liga la fe en la
resurrección a la fe en su propia persona: "Yo soy la resurrección
y la vida" (Jn 11, 25). Es el mismo Jesús el que resucitará
en el último día a quienes hayan creído en él.
(cf. Jn 5, 24-25; 6, 40) y hayan comido su cuerpo y bebido su sangre (cf.
Jn 6, 54). En su vida pública ofrece ya un signo y una prenda de
la resurrección devolviendo la vida a algunos muertos (cf. Mc 5,
21-42; Lc 7, 11-17; Jn 11), anunciando así su propia Resurrección
que, no obstante, será de otro orden. De este acontecimiento único,
El habla como del "signo de Jonás" (Mt 12, 39), del signo del Templo
(cf. Jn 2, 19-22): anuncia su Resurrección al tercer día después
de su muerte (cf. Mc 10, 34).
995 Ser testigo de Cristo es ser "testigo de su Resurrección"
(Hch 1, 22; cf. 4, 33), "haber comido y bebido con El después de
su Resurrección de entre los muertos" (Hch 10, 41). La esperanza
cristiana en la resurrección está totalmente marcada por los
encuentros con Cristo resucitado. Nosotros resucitaremos como El, con El,
por El.
996 Desde el principio, la fe cristiana en la resurrección
ha encontrado incomprensiones y oposiciones (cf. Hch 17, 32; 1 Co 15, 12-13).
"En ningún punto la fe cristiana encue ntra más contradicción
que en la resurrección de la carne" (San Agustín, psal. 88,
2, 5). Se acepta muy comúnmente que, después de la muerte,
la vida de la persona humana continúa de una forma espiritual. Pero
¿cómo creer que este cuerpo tan manifiestamente mortal pueda
resucitar a la vida eterna?
Cómo resucitan los muertos
997 ¿Qué
es resucitar? En la muerte, separación del alma y el cuerpo, el cuerpo
del hombre cae en la corrupción, mientras que su alma va al encuentro
con Dios, en espera de reunirse con su cuerpo glorificado. Dios en su omnipotencia
dará definitivamente a nuestros cuerpos la vida incorruptible uniéndolos
a nuestras almas, por la virtud de la Resurrección de Jesús.
998 ¿Quién resucitará? Todos los
hombres que han muerto:"los que hayan hecho el bien resucitarán para
la vida, y los que hayan hecho el mal, para la condenación" (Jn 5,
29; cf. Dn 12, 2).
999 ¿Cómo? Cristo resucitó con su
propio cuerpo: "Mirad mis manos y mis pies; soy yo mismo" (Lc 24, 39); pero
El no volvió a una vida terrenal. Del mismo modo, en El "todos resucitarán
con su propio cuerpo, que tienen ahora" (Cc de Letrán IV: DS 801),
pero este cuerpo será "transfigurado en cuerpo de gloria" (Flp 3,
21), en "cuerpo espiritual" (1 Co 15, 44):
Pero dirá alguno: ¿cómo resucitan
los muertos? ¿Con qué cuerpo vuelven a la vida? ¡Necio!
Lo que tú siembras no revive si no muere. Y lo que tú siembras
no es el cuerpo que va a brotar, sino un simple grano..., se siembra corrupción,
resucita incorrupción; ... los muertos resucitarán incorruptibles.
En efecto, es necesario que este ser corruptible se revista de incorruptibilidad;
y que este ser mortal se revista de inmortalidad (1 Cor 15,35-37. 42. 53).
1000 Este "cómo" sobrepasa nuestra imaginación
y nuestro entendimiento; no es accesible más que en la fe. Pero nuestra
participación en la Eucaristía nos da ya un anticipo de la
transfiguración de nuestro cuerpo por Cristo:
Así como el pan que viene de la tierra, después
de haber recibido la invocación de Dios, ya no es pan ordinario,
sino Eucaristía, constituida por dos cosas, una terrena y otra celestial,
así nuestros cuerpos que participan en la eucaristía ya no
son corruptibles, ya que tienen la esperanza de la resurrección (San
Ireneo de Lyon, haer. 4, 18, 4-5).
1001 ¿Cuándo? Sin duda en el "último
día" (Jn 6, 39-40. 44. 54; 11, 24); "al fin del mundo" (LG 48). En
efecto, la resurrección de los muertos está íntimamente
asociada a la Parusía de Cristo:
El Señor mismo, a la orden dada por la voz de
un arcángel y por la trompeta de Dios, bajará del cielo, y los
que murieron en Cristo resucitarán en primer lugar (1 Ts 4,
16).
Resucitados con Cristo
1002 Si es verdad
que Cristo nos resucitará en "el último día", también
lo es, en cierto modo, que nosotros ya hemos resucitado con Cristo. En efecto,
gracias al Espíritu Santo, la vida cristiana en la tierra es, desde
ahora, una participación en la muerte y en la Resurrección
de Cristo:
Sepultados con él en el bautismo, con él
también habéis resucitado por la fe en la acción de
Dios, que le resucitó de entre los muertos... Así pues, si
habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está
Cristo sentado a la diestra de Dios (Col 2, 12; 3, 1).
1003 Unidos a Cristo por el Bautismo, los creyentes participan
ya realmente en la vida celestial de Cristo resucitado (cf. Flp 3, 20),
pero esta vida permanece "escondida con Cristo en Dios" (Col 3, 3) "Con
El nos ha resucitado y hecho sentar en los cielos con Cristo Jesús"
(Ef 2, 6). Alimentados en la Eucaristía con su Cuerpo, nosotros pertenecemos
ya al Cuerpo de Cristo. Cuando resucitemos en el último día
también nos "manifestaremos con El llenos de gloria" (Col 3, 4).
1004 Esperando este día, el cuerpo y el alma del
creyente participan ya de la dignidad de ser "en Cristo"; donde se basa
la exigencia del respeto hacia el propio cuerpo, y también hacia
el ajeno, particularmente cuando sufre:
El cuerpo es para el Señor y el Señor
para el cuerpo. Y Dios, que resucitó al Señor, nos resucitará
también a nosotros mediante su poder. ¿No sabéis que
vuestros cuerpos son miembros de Cristo?... No os pertenecéis...
Glorificad, por tanto, a Dios en vuestro cuerpo.(1 Co 6, 13-15. 19-20).
II MORIR EN CRISTO JESUS
1005 Para resucitar
con Cristo, es necesario morir con Cristo, es necesario "dejar este cuerpo
para ir a morar cerca del Señor" (2 Co 5,8). En esta "partida" (Flp
1,23) que es la muerte, el alma se separa del cuerpo. Se reunirá
con su cuerpo el día de la resurrección de los muertos (cf.
SPF 28).
La muerte
1006 "Frente a la
muerte, el enigma de la condición humana alcanza su cumbre" (GS 18).
En un sentido, la muerte corporal es natural, pero por la fe sabemos que
realmente es "salario del pecado" (Rm 6, 23;cf. Gn 2, 17). Y para los que
mueren en la gracia de Cristo, es una participación en la muerte
del Señor para poder participar también en su Resurrección
(cf. Rm 6, 3-9; Flp 3, 10-11).
1007 La muerte es el final de la vida terrena. Nuestras
vidas están medidas por el tiempo, en el curso del cual cambiamos,
envejecemos y como en todos los seres vivos de la tierra, al final aparece
la muerte como terminación normal de la vida. Este aspecto de la
muerte da urgencia a nuestras vidas: el recuerdo de nuestra mortalidad sirve
también par hacernos pensar que no contamos más que con un
tiempo limitado para llevar a término nuestra vida:
Acuérdate de tu Creador en tus días mozos,
... mientras no vuelva el polvo a la tierra, a lo que era, y el espíritu
vuelva a Dios que es quien lo dio (Qo 12, 1. 7).
1008 La muerte es consecuencia del pecado. Intérprete
auténtico de las afirmaciones de la Sagrada Escritura (cf. Gn 2,
17; 3, 3; 3, 19; Sb 1, 13; Rm 5, 12; 6, 23) y de la Tradición, el
Magisterio de la Iglesia enseña que la muerte entró en el
mundo a causa del pecado del hombre (cf. DS 1511). Aunque el hombre poseyera
una naturaleza mortal, Dios lo destinaba a no morir. Por tanto, la muerte
fue contraria a los designios de Dios Creador, y entró en el mundo
como consecuencia del pecado (cf. Sb 2, 23-24). "La muerte temporal de la
cual el hombre se habría liberado si no hubiera pecado" (GS 18),
es así "el último enemigo" del hombre que debe ser vencido
(cf. 1 Co 15, 26).
1009 La muerte fue transformada por Cristo. Jesús,
el Hijo de Dios, sufrió también la muerte, propia de la condición
h umana. Pero, a pesar de su angustia frente a ella (cf. Mc 14, 33-34; Hb
5, 7-8), la asumió en un acto de sometimiento total y libre a la
voluntad del Padre.La obediencia de Jesús transformó la maldición
de la muerte en bendición (cf. Rm 5, 19-21).
El sentido de la muerte
cristiana
1010 Gracias a Cristo, la muerte cristiana tiene un sentido
positivo. "Para mí, la vida es Cristo y morir una ganancia" (Flp
1, 21). "Es cierta esta afirmación: si hemos muerto con él,
también viviremos con él" (2 Tm 2, 11). La novedad esencial
de la muerte cristiana está ahí: por el Bautismo, el cristiano
está ya sacramentalmente "muerto con Cristo", para vivir una vida
nueva; y si morimos en la gracia de Cristo, la muerte física consuma
este "morir con Cristo" y perfecciona así nuestra incorporación
a El en su acto redentor:
Para mí es mejor morir en (eis) Cristo Jesús
que reinar de un extremo a otro de la tierra. Lo busco a El, que ha muerto
por nosotros; lo quiero a El, que ha resucitado por nosotros. Mi parto se
aproxima ...Dejadme recibir la luz pura; cuando yo llegue allí, seré
un hombre (San Ignacio de Antioquía, Rom. 6, 1-2).
1011 En la muerte Dios llama al hombre hacia Sí.
Por eso, el cristiano puede experimentar hacia la muerte un deseo semejante
al de San Pablo: "Deseo partir y estar con Cristo" (Flp 1, 23); y puede
transformar su propia muerte en un acto de obediencia y de amor hacia el
Padre, a ejemplo de Cristo (cf. Lc 23, 46):
Mi deseo terreno ha desaparecido; ... hay en mí
un agua viva que murmura y que dice desde dentro de mí "Ven al Padre"
(San Ignacio de Antioquía, Rom. 7, 2).
Yo quiero ver a Dios y para verlo es necesario morir
(Santa Teresa de Jesús, vida 1).
Yo no muero, entro en la vida (Santa Teresa del Niño
Jesús, verba).
1012 La visión
cristiana de la muerte (cf. 1 Ts 4, 13-14) se expresa de modo privilegiado
en la liturgia de la Iglesia:
La vida de los que en ti creemos, Señor, no termina,
se transforma; y, al deshacerse nuestra morada terrenal, adquirimos una
mansión eterna en el cielo.(MR, Prefacio de difuntos).
1013 La muerte es el fin de la peregrinación terrena
del hombre, del tiempo de gracia y de misericordia que Dios le ofrece para
realizar su vida terrena según el designio divino y para decidir
su último destino. Cuando ha tenido fin "el único curso de
nuestra vida terrena" (LG 48), ya no volveremos a otras vidas terrenas.
"Está establecido que los hombres mueran una sola vez" (Hb 9, 27).
No hay "reencarnación" después de la muerte.
1014 La Iglesia nos anima a prepararnos para la hora
de nuestra muerte ("De la muerte repentina e imprevista, líbranos
Señor": antiguas Letanías de los santos), a pedir a
la Madre de Dios que interceda por nosotros "en la hora de nuestra muerte"
(Ave María), y a confiarnos a San José, Patrono de la buena
muerte:
Habrías de ordenarte en toda cosa como si luego
hubieses de morir. Si tuvieses buena conciencia no temerías mucho
la muerte. Mejor sería huir de los pecados que de la muerte. Si hoy
no estás aparejado, ¿cómo lo estarás mañana?
(Imitación de Cristo 1, 23, 1).
Y por la hermana muerte, ¡loado
mi Señor!
Ningún viviente escapa de
su persecución;
¡ay si en pecado grave sorprende
al pecador!
¡Dichosos los que cumplen la
voluntad de Dios!
(San Francisco
de Asís, cant.)
RESUMEN
1015 "Caro salutis
est cardo" ("La carne es soporte de la salvación") (Tertuliano, res.,
8, 2). Creemos en Dios que es el creador de la carne; creemos en el Verbo
hecho carne para rescatar la carne; creemos en la resurrección de
la carne, perfección de la creación y de la redención
de la carne.
1016 Por la muerte, el alma se separa del cuerpo, pero
en la resurrección Dios devolverá la vida incorruptible a
nuestro cuerpo transformado reuniéndolo con nuestra alma. Así
como Cristo ha resucitado y vive para siempre, todos nosotros resucitaremos
en el último día.
1017 "Creemos en la verdadera resurrección de
esta carne que poseemos ahora" (DS 854). No obstante, se siembra en el sepulcro
un cuerpo corruptible, resucita un cuerpo incorruptible (cf. 1 Co 15, 42),
un "cuerpo espiritual" (1 Co 15, 44).
1018 Como consecuencia del pecado original, el hombre
debe sufrir "la muerte corporal, de la que el hombre se habría liberado,
si no hubiera pecado" (GS 18).
1019 Jesús, el Hijo de Dios, sufrió libremente
la muerte por nosotros en una sumisión total y libre a la voluntad
de Dios, su Padre. Por su muerte venció a la muerte, abriendo así
a todos los hombres la posibilidad de la salvación.
Artículo 12 “CREO EN LA VIDA
ETERNA”
1020 El cristiano
que une su propia muerte a la de Jesús ve la muerte como una ida
hacia El y la entrada en la vida eterna. Cuando la Iglesia dice por última
vez las palabras de perdón de la absolución de Cristo sobre
el cristiano moribundo, lo sella por última vez con una unción
fortificante y le da a Cristo en el viático como alimento para el
viaje. Le habla entonces con una dulce seguridad:
Alma cristiana, al salir de este mundo, marcha en el
nombre de Dios Padre Todopoderoso, que te creó, en el nombre de Jesucristo,
Hijo de Dios vivo, que murió por ti, en el nombre del Espíritu
Santo, que sobre ti descendió. Entra en el lugar de la paz y que
tu morada esté junto a Dios en Sión, la ciudad santa, con
Santa María Virgen, Madre de Dios, con San José y todos los
ángeles y santos. ... Te entrego a Dios, y, como criatura suya, te
pongo en sus manos, pues es tu Hacedor, que te formó del polvo de
la tierra. Y al dejar esta vida, salgan a tu encuentro la Virgen María
y todos los ángeles y santos. ... Que puedas contemplar cara a cara
a tu Redentor... (OEx. "Commendatio animae").
I EL JUICIO PARTICULAR
1021 La muerte pone
fin a la vida del hombre como tiempo abierto a la aceptación o rechazo
de la gracia divina manifestada en Cristo (cf. 2 Tm 1, 9-10). El Nuevo Testamento
habla del juicio principalmente en la perspectiv a del encuentro final con
Cristo en su segunda venida; pero también asegura reiteradamente la
existencia de la retribución inmediata después de la muerte
de cada uno con consecuencia de sus obras y de su fe. La parábola
del pobre Lázaro (cf. Lc 16, 22) y la palabra de Cristo en la Cruz
al buen ladrón (cf. Lc 23, 43), así como otros textos del Nuevo
Testamento (cf. 2 Co 5,8; Flp 1, 23; Hb 9, 27; 12, 23) hablan de un último
destino del alma (cf. Mt 16, 26) que puede ser diferente para unos y para
otros.
1022 Cada hombre, después de morir, recibe
en su alma inmortal su retribución eterna en un juicio particular
que refiere su vida a Cristo, bien a través de una purificación
(cf. Cc de Lyon: DS 857-858; Cc de Florencia: DS 1304-1306; Cc de Trento:
DS 1820), bien para entrar inmediatamente en la bienaventuranza del cielo
(cf. Benedicto XII: DS 1000-1001; Juan XXII: DS 990), bien para condenarse
inmediatamente para siempre (cf. Benedicto XII: DS 1002).
A la tarde te examinarán en el amor (San Juan
de la Cruz, dichos 64).
II EL CIELO
1023 Los que mueren
en la gracia y la amistad de Dios y están perfectamente purificados,
viven para siempre con Cristo. Son para siempre semejantes a Dios, porque
lo ven "tal cual es" (1 Jn 3, 2), cara a cara (cf. 1 Co 13, 12; Ap 22, 4):
Definimos con la autoridad apostólica: que, según
la disposición general de Dios, las almas de todos los santos ...
y de todos los demás fieles muertos después de recibir el bautismo
de Cristo en los que no había nada que purificar cuando murieron;...
o en caso de que tuvieran o tengan algo que purificar, una vez que estén
purificadas después de la muerte ... aun antes de la reasunción
de sus cuerpos y del juicio final, después de la Ascensión
al cielo del Salvador, Jesucristo Nuestro Señor, estuvieron, están
y estarán en el cielo, en el reino de los cielos y paraíso
celestial con Cristo, admitidos en la compañía de los ángeles.
Y después de la muerte y pasión de nuestro Señor Jesucristo
vieron y ven la divina esencia con una visión intuitiva y cara a
cara, sin mediación de ninguna criatura (Benedicto XII: DS 1000;
cf. LG 49).
1024 Esta vida perfecta con la Santísima Trinidad,
esta comunión de vida y de amor con Ella, con la Virgen María,
los ángeles y todos los bienaventurados se llama "el cielo" . El
cielo es el fin último y la realización de las aspiraciones
más profundas del hombre, el estado supremo y definitivo de dicha.
1025 Vivir en el cielo es "estar con Cristo" (cf. Jn
14, 3; Flp 1, 23; 1 Ts 4,17). Los elegidos viven "en El", aún más,
tienen allí, o mejor, encuentran allí su verdadera identidad,
su propio nombre (cf. Ap 2, 17):
Pues la vida es estar con Cristo; donde está
Cristo, allí está la vida, allí está el reino
(San Ambrosio, Luc. 10,121).
1026 Por su muerte y su Resurrección Jesucristo
nos ha "abierto" el cielo. La vida de los bienaventurados consiste en la
plena posesión de los frutos de la redención realizada por
Cristo quien asocia a su glorificación celestial a aquellos que han
creído en El y que han permanecido fieles a su voluntad. El cielo
es la comunidad bienaventurada de todos los que están perfectamente
incorporados a El.
1027 Estes misterio de comunión bienaventurada
con Dios y con todos los que están en Cristo sobrepasa toda comprensión
y toda representación. La Escritura nos habla de ella en imágenes:
vida, luz, paz, banquete de bodas, vino del reino, casa del Padre, Jerusalén
celeste, paraíso: "Lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó,
ni al corazón del hombre llegó, lo que Dios preparó
para los que le aman" (1 Co 2, 9).
1028 A causa de su transcendencia, Dios no puede ser
visto tal cual es más que cuando El mismo abre su Misterio a la contemplación
inmediata del hombre y le da la capacidad para ello. Esta contemplación
de Dios en su gloria celestial es llamada por la Iglesia "la visión
beatífica":
¡Cuál no será tu gloria y tu dicha!:
Ser admitido a ver a Dios, tener el honor de participar en las alegrías
de la salvación y de la luz eterna en compañía de Cristo,
el Señor tu Dios, ...gozar en el Reino de los cielos en compañía
de los justos y de los amigos de Dios, las alegrías de la inmortalidad
alcanzada (San Cipriano, ep. 56,10,1).
1029 En la gloria del cielo, los bienaventurados continúan
cumpliendo con alegría la voluntad de Dios con relación a
los demás hombres y a la creación entera. Ya reinan con Cristo;
con El "ellos reinarán por los siglos de los siglos' (Ap 22, 5; cf.
Mt 25, 21.23).
III LA PURIFICACION FINAL O PURGATORIO
1030 Los que mueren
en la gracia y en la amistad de Dios, pero imperfectamente purificados,
aunque están seguros de su eterna salvación, sufren después
de su muerte una purificación, a fin de obtener la santidad necesaria
para entrar en la alegría del cielo.
1031 La Iglesia llama Purgatorio a esta purificación
final de los elegidos que es completamente distinta del castigo de los condenados.
La Iglesia ha formulado la doctrina de la fe relativa al Purgatorio sobre
todo en los Concilios de Florencia (cf. DS 1304) y de Trento (cf. DS 1820:
1580). La tradición de la Iglesia, haciendo referencia a ciertos
textos de la Escritura (por ejemplo 1 Co 3, 15; 1 P 1, 7) habla de un fuego
purificador:
Respecto a ciertas faltas ligeras, es necesario creer
que, antes del juicio, existe un fuego purificador, según lo que
afirma Aquél que es la Verdad, al decir que si alguno ha pronunciado
una blasfemia contra el Espíritu Santo, esto no le será perdonado
ni en este siglo, ni en el futuro (Mt 12, 31). En esta frase podemos entender
que algunas faltas pueden ser perdonadas en este siglo, pero otras en el
siglo futuro (San Gregorio Magno, dial. 4, 39).
1032 Esta enseñanza se apoya también en
la práctica de la oración por los difuntos, de la que ya habla
la Escritura: "Por eso mandó [Judas Macabeo] hacer este sacrificio
expiatorio en favor de los muertos, para que quedaran liberados del pecado"
(2 M 12, 46). Desde los primeros tiempos, la Iglesia ha honrado la memoria
de los difuntos y ha ofrecido sufragios en su favor, en particular el sacrificio
eucarístico (cf. DS 856), para que, una vez purificados, puedan llegar
a la visión beatífica de Dios. La Iglesia también recomienda
las limosnas, las indulgencias y las obras de penitencia en favor de los
difuntos:
Llevémosles socorros y hagamos su conmemoración.
Si los hijos de Job fueron purificados por el sacrificio de su Padre (cf.
Jb 1, 5), ¿por qué habríamos de dudar de que nuestras
ofrendas por los muertos les lleven un cierto consuelo? No dudemos, pues,
en socorrer a los que han partido y en ofrecer nuestras plegarias por ellos
(San Juan Crisóstomo, hom. in 1 Cor 41, 5).
IV EL INFIERNO
1033 Salvo que elijamos
libremente amarle no podemos estar unidos con Dios. Pero no podemos amar
a Dios si pecamos gravemente contra El, contra nuestro prójimo o
contra nosotros mismos: "Quien no ama permanece en la muerte. Todo el que
aborrece a su hermano es un asesino; y sabéis que ningún asesino
tiene vida eterna permanente en él" (1 Jn 3, 15). Nuestro Señor
nos advierte que estaremos separados de El si no omitimos socorrer las necesidades
graves de los pobres y de los pequeños que son sus hermanos (cf.
Mt 25, 31-46). Morir en pecado mortal sin estar arrepentido ni acoger el
amor misericordioso de Dios, significa permanecer separados de El para siempre
por nuestra propia y libre elección. Este estado de autoexclusión
definitiva de la comunión con Dios y con los bienaventurados es lo
que se designa con la palabra "infierno".
1034 Jesús habla con frecuencia de la "gehenna"
y del "fuego que nunca se apaga" (cf. Mt 5,22.29; 13,42.50; Mc 9,43-48)
reservado a los que, hasta el fin de su vida rehusan creer y convertirse
, y donde se puede perder a la vez el alma y el cuerpo (cf. Mt 10, 28). Jesús
anuncia en términos graves que "enviará a sus ángeles
que recogerán a todos los autores de iniquidad..., y los arrojarán
al horno ardiendo" (Mt 13, 41-42), y que pronunciará la condenación:"
¡Alejaos de Mí malditos al fuego eterno!" (Mt 25, 41).
1035 La enseñanza de la Iglesia afirma la existencia
del infierno y su eternidad. Las almas de los que mueren en estado de pecado
mortal descienden a los infiernos inmediatamente después de la muerte
y allí sufren las penas del infierno, "el fuego eterno" (cf. DS 76;
409; 411; 801; 858; 1002; 1351; 1575; SPF 12). La pena principal del infierno
consiste en la separación eterna de Dios en quien únicamente
puede tener el hombre la vida y la felicidad para las que ha sido creado
y a las que aspira.
1036 Las afirmaciones de la Escritura y las enseñanzas
de la Iglesia a propósito del infierno son un llamamiento a la responsabilidad
con la que el hombre debe usar de su libertad en relación con su
destino eterno. Constituyen al mismo tiempo un llamamiento apremiante a
la conversión: "Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la
puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos
los que entran por ella; mas ¡qué estrecha la puerta y qué
angosto el camino que lleva a la Vida!; y pocos son los que la encuentran"
(Mt 7, 13-14) :
Como no sabemos ni el día ni la hora, es necesario,
según el consejo del Señor, estar continuamente en vela. Así,
terminada la única carrera que es nuestra vida en la tierra,
mereceremos entrar con él en la boda y ser contados entre los santos
y no nos mandarán ir, como siervos malos y perezosos, al fuego eterno,
a las tinieblas exteriores, donde `habrá llanto y rechinar de dientes'
(LG 48).
1037 Dios no predestina a nadie a ir al infierno (cf
DS 397; 1567); para que eso suceda es necesaria una aversión voluntaria
a Dios (un pecado mortal), y persistir en él hasta el final. En la
liturgia eucarística y en las plegari as diarias de los fieles, la
Iglesia implora la misericordia de Dios, que "quiere que nadie perezca,
sino que todos lleguen a la conversión" (2 P 3, 9):
Acepta, Señor, en tu bondad, esta ofrenda de
tus siervos y de toda tu familia santa, ordena en tu paz nuestros días,
líbranos de la condenación eterna y cuéntanos entre
tus elegidos (MR Canon Romano 88)
V EL JUICIO FINAL
1038 La resurrección
de todos los muertos, "de los justos y de los pecadores" (Hch 24, 15), precederá
al Juicio final. Esta será "la hora en que todos los que estén
en los sepulcros oirán su voz y los que hayan hecho el bien resucitarán
para la vida, y los que hayan hecho el mal, para la condenación"
(Jn 5, 28-29). Entonces, Cristo vendrá "en su gloria acompañado
de todos sus ángeles,... Serán congregadas delante de él
todas las naciones, y él separará a los unos de los otros,
como el pastor separa las ovejas de las cabras. Pondrá las ovejas
a su derecha, y las cabras a su izquierda... E irán estos a un castigo
eterno, y los justos a una vida eterna." (Mt 25, 31. 32. 46).
1039 Frente a Cristo, que es la Verdad, será puesta
al desnudo definitivamente la verdad de la relación de cada hombre
con Dios (cf. Jn 12, 49). El Juicio final revelará hasta sus últimas
consecuencias lo que cada uno haya hecho de bien o haya dejado de hacer
durante su vida terrena:
Todo el mal que hacen los malos se registra
- y ellos no lo saben. El día en que "Dios no se callará"
(Sal 50, 3) ... Se volverá hacia los malos: "Yo había colocado
sobre la tierra, dirá El, a mis pobrecitos para vosotros. Yo, su
cabeza, gobernaba en el cielo a la derecha de mi Padre -pero en la tierra
mis miembros tenían hambre. Si hubierais dado a mis miembros
algo, eso habría subido hasta la cabeza. Cuando coloqué a
mis pequeñuelos en la tierra, los constituí comisionados vuestros
para llevar vuestras buenas obras a mi tesoro: como no habéis depositado
nada en sus manos, no poseéis nada en Mí" (San Agustín,
serm. 18, 4, 4).
1040 El Juicio final sucederá cuando vuelva Cristo
glorioso. Sólo el Padre conoce el día y la hora en que tendrá
lugar; sólo El decidirá su advenimiento. Entonces, El pronunciará
por medio de su Hijo Jesucristo, su palabra definitiva sobre toda la historia.
Nosotros conoceremos el sentido último de toda la obra de la creación
y de toda la economía de la salvación, y comprenderemos los
caminos admirables por los que Su Providencia habrá conducido todas
las cosas a su fin último. El juicio final revelará que la
justicia de Dios triunfa de todas las injusticias cometidas por sus criaturas
y que su amor es más fuerte que la muerte (cf. Ct 8, 6).
1041 El mensaje del Juicio final llama a la conversión
mientras Dios da a los hombres todavía "el tiempo favorable, el tiempo
de salvación" (2 Co 6, 2). Inspira el santo temor de Dios. Compromete
para la justicia del Reino de Dios. Anuncia la "bienaventurada esperanza"
(Tt 2, 13) de la vuelta del Señor que "vendrá para ser glorificado
en sus santos y admirado en todos los que hayan creído" (2 Ts 1,
10).
VI LA ESPERANZA DE LOS CIELOS NUEVOS
Y DE LA TIERRA NUEVA
1042 Al fin de los
tiempos el Reino de Dios llegará a su plenitud. Después del
juicio final, los justos reinarán para siempre con Cristo, glorificados
en cuerpo y alma, y el mismo universo será renovado:
La Iglesia ... sólo llegará a su perfección
en la gloria del cielo...cuando llegue el tiempo de la restauración
universal y cuando, con la humanidad, también el universo entero,
que está íntimamente unido al hombre y que alcanza su meta
a través del hombre, quede perfectamente renovado en Cristo (LG 48)
1043 La Sagrada Escritura llama "cielos nuevos y tierra
nueva" a esta renovación misteriosa que trasformará la humanidad
y el mundo (2 P 3, 13; cf. Ap 21, 1). Esta será la realización
definitiva del designio de Dios de "hacer que todo tenga a Cristo por Cabeza,
lo que está en los cielos y lo que está en la tierra" (Ef
1, 10).
1044 En este "universo nuevo" (Ap 21, 5), la Jerusalén
celestial, Dios tendrá su morada entre los hombres. "Y enjugará
toda lágrima de su ojos, y no habrá ya muerte ni habrá
llanto, ni gritos ni fatigas, porque el mundo viejo ha pasado" (Ap 21, 4;cf.
21, 27).
1045 Para el hombre esta consumación será
la realización final de la unidad del género humano, querida
por Dios desde la creación y de la que la Iglesia peregrina era "como
el sacramento" (LG 1). Los que estén unidos a Cristo formarán
la comunidad de los rescatados, la Ciudad Santa de Dios (Ap 21, 2), "la
Esposa del Cordero" (Ap 21, 9). Ya no será herida por el pecado,
las manchas (cf. Ap 21, 27), el amor propio, que destruyen o hieren la comunidad
terrena de los hombres. La visión beatífica, en la que Dios
se manifestará de modo inagotable a los elegidos, será la
fuente inmensa de felicidad, de paz y de comunión mutua.
1046 En cuanto al cosmos, la Revelación afirma
la profunda comunidad de destino del mundo material y del hombre:
Pues la ansiosa espera de la creación desea vivamente
la revelación de los hijos de Dios ... en la esperanza de ser liberada
de la servidumbre de la corrupción ... Pues sabemos que la creación
entera gime hasta el presente y sufre dolores de parto. Y no sólo
ella; también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu,
nosotros mismos gemimos en nuestro interior anhelando el rescate de nuestro
cuerpo (Rm 8, 19-23).
1047 Así pues, el universo visible también
está destinado a ser transformado, "a fin de que el mundo mismo restaurado
a su primitivo estado, ya sin ningún obstáculo esté
al servicio de los justos", participando en su glorificación en Jesucristo
resucitado (San Ireneo, haer. 5, 32, 1).
1048 "Ignoramos el momento de la consumación
de la tierra y de la humanidad, y no sabemos cómo se transformará
el universo. Ciertamente, la figura de este mundo, deformada por el pecado,
pasa, pero se nos enseña que Dios ha preparado una nueva morada y
una nueva tierra en la que habita la justicia y cuya bienaventuranza llenará
y superará todos los deseos de paz que se levantan en los corazones
de los hombres"(GS 39, 1).
1049 "No obstante, la espera de una tierra nueva no debe
debilitar, sino más bien avivar la preocupación de cultivar
esta tierra, donde crece aquel cuerpo de la nueva familia humana, que puede
ofrecer ya un cierto esbozo del siglo nuevo. Por ello, aunque hay que distinguir
cuidadosamente el progreso terreno del crecimiento del Reino de Cristo,
sin embargo, el primero, en la medida en que puede contribuir a ordenar
mejor la sociedad humana, interesa mucho al Reino de Dios" (GS 39, 2).
1050 "Todos estos frutos buenos de nuestra naturaleza
y de nuestra diligencia, tras haberlos propagado por la tierra en el Espíritu
del Señor y según su mandato, los encontramos después
de nuevo, limpios de toda mancha, iluminados y transfigurados cuando Cristo
entregue al Padre el reino eterno y universal" (GS 39, 3; cf. LG 2). Dios
será entonces "todo en todos" (1 Co 15, 22), en la vida eterna:
La vida subsistente y verdadera es el Padre que, por
el Hijo y en el Espíritu Santo, derrama sobre todos sin excepción
los dones celestiales. Gracias a su misericordia, nosotros también,
hombres, hemos recibido la promesa indefectible de la vida eterna (San Cirilo
de Jerusalén, catech. ill. 18, 29).
RESUMEN
1051 Al morir cada
hombre recibe en su alma inmortal su retribución eterna en un juicio
particular por Cristo, juez de vivos y de muertos.
1052 "Creemos que las almas de todos aquellos que mueren
en la gracia de Cristo... constituyen el Pueblo de Dios después de
la muerte, la cual será destruida totalmente el día de la
Resurrección, en el que estas almas se unirán con sus cuerpos"
(SPF 28).
1053 "Creemos que la multitud de aquellas almas que con
Jesús y María se congregan en el paraíso, forma la
Iglesia celestial, donde ellas, gozando de la bienaventuranza eterna, ven
a Dios como El es, y participan también, ciertamente en grado y modo
diverso, juntamente con los santos ángeles, en el gobierno divino
de las cosas, que ejerce Cristo glorificado, como quiera que interceden por
nosotros y con su fraterna solicitud ayudan grandemente a nuestra flaqueza"
(SPF 29).
1054 Los que mueren en la gracia y la amistad de Dios,
pero imperfectamente purificados, aunque están seguros de su salvación
eterna, sufren una purificación después de su muerte, a fin
de obtener la santidad necesaria para entrar en el gozo de Dios.
1055 En virtud de la "comunión de los santos",
la Iglesia encomienda los difuntos a la misericordia de Dios y ofrece sufragios
en su favor, en particular el santo sacrificio eucarístico.
1056 Siguiendo las enseñanzas de Cristo, la Iglesia
advierte a los fieles de la "triste y lamentable realidad de la muerte
eterna" (DCG 69), llamada también "infierno".
1057 La pena principal del infierno consiste en la separación
eterna de Dios en quien solamente puede tener el hombre la vida y la felicidad
para las cuales ha sido creado y a las cuales aspira.
1058 La Iglesia ruega para que nadie se pierda: "Jamás
permitas, Señor, que me separe de ti". Si bien es verdad que nadie
puede salvarse a sí mismo, también es cierto que "Dios quiere
que todos los hombres se salven" (1 Tm 2, 4) y que para El "todo es posible"
(Mt 19, 26).
1059 "La misma santa Iglesia romana cree y firmemente
confiesa que todos los hombres comparecerán con sus cuerpos en el día
del juicio ante el tribunal de Cristo para dar cuenta de sus propias acciones
(DS 859; cf. DS 1549).
1060 Al fin de los tiempos, el Reino de Dios llegará
a su plenitud. Entonces, los justos reinarán con Cristo para siempre,
glorificados en cuerpo y alma, y el mismo universo material será
transformado. Dios será entonces "todo en todos" (1 Co 15, 28), en
la vida eterna.
“AMEN”
1061 El Credo, como
el último libro de la Sagrada Escritura (cf. Ap 22, 21), se termina
con la palabra hebrea Amen. Se encuentra también frecuentemente al
final de las oraciones del Nuevo Testamento. Igualmente, la Iglesia termina
sus oraciones con un "Amen".
1062 En hebreo, "Amén" pertenece a la misma raíz
que la palabra "creer". Esta raíz expresa la solidez, la fiabilidad,
la fidelidad. Así se comprende por qué el "Amén" puede
expresar tanto la fidelidad de Dios hacia nosotros como nuestra confianza
en El.
1063 En el profeta Isaías se encuentra la expresión
"Dios de verdad", literalmente "Dios del Amén", es decir, el Dios
fiel a sus promesas: "Quien desee ser bendecido en la tierra, deseará
serlo en el Dios del Amén" (Is 65, 16). Nuestro Señor emplea
con frecuencia el término "Amen" (cf. Mt 6, 2. 5. 16), a veces en
forma duplicada (cf. Jn 5, 19) para subrayar la fiabilidad de su enseñanza,
su Autoridad fundada en la Verdad de Dios.
1064 Así pues, el "Amén" final del Credo
recoge y confirma su primera palabra: "Creo". Creer es decir "Amén"
a las palabras, a las promesas, a los mandamientos de Dios, es fiarse totalmente
de El que es el Amén de amor infinito y de perfecta fidelidad. La
vida cristiana de cada día será también el "Amén"
al "Creo" de la Profesión de fe de nuestro Bautismo:
Que tu símbolo sea para ti como un espejo. Mírate
en él: para ver si crees todo lo que declaras creer. Y regocíjate
todos los días en tu fe (San Agustín, serm. 58, 11, 13: PL
38,399).
1065 Jesucristo mismo es el "Amén" (Ap 3, 14).
Es el "Amén" definitivo del amor del Padre hacia nosotros; asume y
completa nuestro "Amén" al Padre: "Todas las promesas hechas por Dios
han tenido su `sí' en él; y por eso decimos por él 'Amén'
a la gloria de Dios" (2 Co 1, 20):
Por El, con El y en El,
A ti, Dios Padre omnipotente
en la unidad del Espíritu
Santo,
todo honor y toda gloria,
por los siglos de los siglos.
AMEN.
Segunda Parte: La celebración del misterio cristiano
Razón de ser de la liturgia
1066. En el Símbolo
de la fe, la Iglesia confiesa el misterio de la Santísima Trinidad
y su "designio benevolente" (Ef 1,9) sobre toda la creación: El Padre
realiza el "misterio de su voluntad" dando a su Hijo Amado y al Espíritu
Santo para la salvación del mundo y para la gloria de su Nombre. Tal
es el Misterio de Cristo (cf Ef 3,4), revelado y realizado en la historia
según un plan, una "disposición" sabiamente ordenada que S.
Pablo llama "la economía del Misterio" (Ef 3,9) y que la tradición
patrística llamará "la Economía del Verbo encarnado"
o "la Economía de la salvación".
1067 "Cristo el Señor realizó esta obra
de la redención humana y de la perfecta glorificación de Dios,
preparada por las maravillas que Dios hizo en el pueblo de la Antigua Alianza,
principalmente por el misterio pascual de su bienaventurada pasión,
de su resurrección de entre los muertos y de su gloriosa ascensión.
Por este misterio, `con su muerte destruyó nuestra muerte y con su
resurrección restauró nuestra vida'. Pues del costado de Cristo
dormido en la cruz nació el sacramento admirable de toda la Iglesia"
(SC 5). Por eso, en la liturgia, la Iglesia celebra principalmente el Misterio
pascual por el que Cristo realizó la obra de nuestra salvación.
1068 Es el Misterio de Cristo lo que la Iglesia anuncia
y celebra en su liturgia a fin de que los fieles vivan de él y den
testimonio del mismo en el mundo:
En efecto, la liturgia, por medio de la cual "se ejerce
la obra de nuestra redención", sobre todo en el divino sacrificio
de la Eucaristía, contribuye mucho a que los fieles, en su vida, expresen
y manifiesten a los demás el misterio de Cristo y la naturaleza genuina
de la verdadera Iglesia (SC 2).
Significación de la palabra "Liturgia"
1069 La palabra "Liturgia"
significa originariamente "obra o quehacer público", "servicio de
parte de y en favor del pueblo". En la tradición cristiana quiere
significar que el Pueblo de Dios toma parte en "la obra de Dios" (cf. Jn
17,4). Por la liturgia, Cristo, nuestro Redentor y Sumo Sacerdote, continúa
en su Iglesia, con ella y por ella, la obra de nuestra redención.
1070 La palabra "Liturgia" en el Nuevo Testamento es
empleada para designar no solamente la celebración del culto divino
(cf Hch 13,2; Lc 1,23), sino también el anuncio del Evangelio (cf.
Rm 15,16; Flp 2,14-17. 30) y la caridad en acto (cf Rm 15,27; 2 Co 9,12;
Flp 2,25). En todas estas situaciones se trata del servicio de Dios y de
los hombres. En la celebración litúrgica, la Iglesia es servidora,
a imagen de su Señor, el único "Liturgo" (cf Hb 8,2 y 6),
del cual ella participa en su sacerdocio, es decir, en el culto, anuncio
y servicio de la caridad:
Con razón se considera la liturgia como el ejercicio
de la función sacerdotal de Jesucristo en la que, mediante signos
sensibles, se significa y se realiza, según el modo propio de cada
uno, la santificación del hombre y, así, el Cuerpo místico
de Cristo, esto es, la Cabeza y sus miembros, ejerce el culto público.
Por ello, toda celebración litúrgica, como obra de Cristo sacerdote
y de su Cuerpo, que es la Iglesia, es acción sagrada por excelencia
cuya eficacia, con el mismo título y en el mismo grado, no la iguala
ninguna otra acción de la Iglesia (SC 7).
La liturgia como fuente de Vida
1071 La Liturgia,
obra de Cristo, es también una acción de su Iglesia. Realiza
y manifiesta la Iglesia como signo visible de la comunión entre Dios
y de los hombres por Cristo. Introduce a los fieles en la Vida nueva de la
comunidad. Implica una participación "consciente, activa y fructífera"
de todos (SC 11).
1072 "La sagrada liturgia no agota toda la acción
de la Iglesia" (SC 9): debe ser precedida por la evangelización,
la fe y la conversión; sólo así puede dar sus frutos
en la vida de los fieles: la Vida nueva según el Espíritu,
el compromiso en la misión de la Iglesia y el servicio de su unidad.
Oración y Liturgia
1073 La Liturgia es
también participación en la oración de Cristo, dirigida
al Padre en el Espíritu Santo. En ella toda oración cristiana
encuentra su fuente y su término. Por la liturgia el hombre interior
es enraizado y fundado (cf Ef 3,16-17) en "el gran amor con que el Padre
nos amó" (Ef 2,4) en su Hijo Amado. Es la misma "maravilla de Dios"
que es vivida e interiorizada por toda oración, "en todo tiempo, en
el Espíritu" (Ef 6,18)
Catequesis y Liturgia
1074 "La Liturgia
es la cumbre a la que tiende la acción de la Iglesia y, al mismo
tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza" (SC 10). Por tanto, es el
lugar privilegiado de la catequesis del Pueblo de Dios. "La cateq uesis
está intrínsecamente unida a toda la acción litúrgica
y sacramental, porque es en los sacramentos, y sobre todo en la Eucaristía,
donde Jesucristo actúa en plenitud para la transformación
de los hombres" (CT 23).
1075 La catequesis litúrgica pretende introducir
en el Misterio de Cristo ( es "mistagogia"), procediendo de lo visible a
lo invisible, del signo a lo significado, de los "sacramentos" a los "misterios".
Esta modalidad de catequesis corresponde hacerla a los catecismos locales
y regionales. El presente catecismo, que quiere ser un servicio para toda
la Iglesia, en la diversidad de sus ritos y sus culturas (cf SC 3-4), enseña
lo que es fundamental y común a toda la Iglesia en lo que se refiere
a la Liturgia en cuanto misterio y celebración (primera sección),
y a los siete sacramentos y los sacramentales (segunda sección).
PRIMERA SECCION: LA ECONOMIA SACRAMENTAL
1076 El día
de Pentecostés, por la efusión del Espíritu Santo,
la Iglesia se manifiesta al mundo (cf SC 6; LG 2). El don del Espíritu
inaugura un tiempo nuevo en la "dispensación del Misterio": el tiempo
de la Iglesia, durante el cual Cristo manifiesta, hace presente y comunica
su obra de salvación mediante la Liturgia de su Iglesia, "hasta que
él venga" (1 Co 11,26). Durante este tiempo de la Iglesia, Cristo
vive y actúa en su Iglesia y con ella ya de una manera nueva, la
propia de este tiempo nuevo. Actúa por los sacramentos; esto es lo
que la Tradición común de Oriente y Occidente llama "la Economía
sacramental"; esta consiste en la comunicación (o "dispensación")
de los frutos del Misterio pascual de Cristo en la celebración de
la liturgia "sacramental" de la Iglesia.
Por ello es preciso explicar primero esta "dispensación
sacramental" (capítulo primero). Así aparecerán más
clarame nte la naturaleza y los aspectos esenciales de la celebración
litúrgica (capítulo segundo).
CAPITULO PRIMERO: EL MISTERIO PASCUAL EN EL TIEMPO DE LA IGLESIA
Artículo 1: LA LITURGIA, OBRA DE LA SANTISIMA
TRINIDAD
I. EL PADRE, FUENTE Y FIN DE LA LITURGIA
1077. "Bendito sea
el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido
con toda clase de bendiciones espirituales, en los cielos, en Cristo; por
cuanto nos ha elegido en él antes de la creación del mundo,
para ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor; eligiéndonos
de antemano para ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo, según
el beneplácito de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia
con la que nos agració en el Amado" (Ef 1,3-6).
1078 Bendecir es una acción divina que da la vida
y cuya fuente es el Padre. Su bendición es a la vez palabra y don
("bene-dictio", "eu-logia"). Aplicado al hombre, este término significa
la adoración y la entrega a su Creador en la acción de gracias.
1079 Desde el comienzo y hasta la consumación
de los tiempos, toda la obra de Dios es bendición. Desde el poema
litúrgico de la primera creación hasta los cánticos
de la Jerusalén celestial, los autores inspirados anuncian el designio
de salvación como una inmensa bendición divina.
1080 Desde el comienzo, Dios bendice a los seres vivos,
especialmente al hombre y la mujer. La alianza con Noé y con todos
los seres animados renueva esta bendición de fecundidad, a pesar
del pecado del hombre por el cual la tierra queda "maldita". Pero es a partir
de Abraham cuando la bendición divina penetra en la historia humana,
que se encaminaba hacia la muerte, para hacerla volver a la vida, a su fuente:
por la fe del "padre de los creyentes" que acoge la bendición se
inaugura la historia de la salvación.
1081 Las bendiciones divinas se manifiestan en acontecimientos
maravillosos y salvadores: el nacimiento de Isaac, la salida de Egipto (Pascua
y Exodo), el don de la Tierra prometida, la elección de David, la
Presencia de Dios en el templo, el exilio purificador y el retorno de un
"pequeño resto". La Ley, los Profetas y los Salmos que tejen la liturgia
del Pueblo elegido recuerdan a la vez estas bendiciones divinas y responden
a ellas con las bendiciones de alabanza y de acción de gracias.
1082 En la Liturgia de la Iglesia, la bendición
divina es plenamente revelada y comunicada: el Padre es reconocido y adorado
como la fuente y el fin de todas las bendiciones de la Creación y
de la Salvación; en su Verbo, encarnado, muerto y resucitado por nosotros,
nos colma de sus bendiciones y por él derrama en nuestros corazones
el Don que contiene todos los dones: el Espíritu Santo.
1083 Se comprende, por tanto, que en cuanto respuesta
de fe y de amor a las "bendiciones espirituales" con que el Padre nos enriquece,
la liturgia cristiana tiene una doble dimensión. Por una parte, la
Iglesia, unida a su Señor y "bajo la acción el Espíritu
Santo" (Lc 10,21), bendice al Padre "por su Don inefable" (2 Co 9,15) mediante
la adoración, la alabanza y la acción de gracias. Por otra
parte, y hasta la consumación del designio de Dios, la Iglesia no
cesa de presentar al Padre "la ofrenda de sus propios dones" y de implorar
que el Espíritu Santo venga sobre esta ofrenda, sobre ella misma,
sobre los fieles y sobre el mundo entero, a fin de que por la comunión
en la muerte y en la resurrección de Cristo-Sacerdote y por el poder
del Espíritu estas bendiciones divinas den frutos de vida "para alabanza
de la gloria de su gracia" (Ef 1,6).
II LA OBRA DE CRISTO EN LA LITURGIA
Cristo glorificado...
1084 "Sentado a la
derecha del Padre" y derramando el Espíritu Santo sobre su Cuerpo
que es la Iglesia, Cristo actúa ahora por medio de los sacramentos,
instituidos por él para comunicar su gracia. Los sacramentos son
signos sensibles (palabras y acciones), accesibles a nuestra humanidad actual.
Realizan eficazmente la gracia que significan en virtud de la acción
de Cristo y por el poder del Espíritu Santo.
1085 En la Liturgia de la Iglesia, Cristo significa y
realiza principalmente su misterio pascual. Durante su vida terrestre Jesús
anunciaba con su enseñanza y anticipaba con sus actos el misterio
pascual. Cuando llegó su Hora (cf Jn 13,1; 17,1), vivió el
único acontecimiento de la historia que no pasa: Jesús muere,
es sepultado, resucita de entre los muertos y se sienta a la derecha del
Padre "una vez por todas" (Rm 6,10; Hb 7,27; 9,12). Es un acontecimiento
real, sucedido en nuestra historia, pero absolutamente singular: todos los
demás acontecimientos suceden una vez, y luego pasan y son absorbidos
por el pasado. El misterio pascual de Cristo, por el contrario, no puede
permanecer solamente en el pasado, pues por su muerte destruyó a la
muerte, y todo lo que Cristo es y todo lo que hizo y padeció por los
hombres participa de la eternidad divina y domina así todos los tiempos
y en ellos se mantiene permanentemente presente. El acontecimiento de la
Cruz y de la Resurrección permanece y atrae todo hacia la Vida.
...desde la Iglesia de los Apóstoles...
1086 "Por esta razón,
como Cristo fue enviado por el Padre, él mismo envió también
a los Apóstoles, llenos del Espíritu Santo, no sólo
para que, al predicar el Evangelio a toda criatura, anunciaran que el Hijo
de Dios, con su muerte y resurrección, nos ha liberado del poder de
Satanás y de la muerte y nos ha conducido al reino del Padre, sino
también para que realizaran la obra de salvación que anunciaban
mediante el sacrificio y los sacramentos en torno a los cuales gira toda
la vida litúrgica" (SC 6)
1087 Así, Cristo resucitado, dando el Espíritu
Santo a los Apóstoles, les confía su poder de santificación
(cf Jn 20,21-23); se convierten en signos sacramentales de Cristo. Por el
poder del mismo Espíritu Santo confían este poder a sus sucesores.
Esta "sucesión apostólica" estructura toda la vida litúrgica
de la Iglesia. Ella misma es sacramental, transmitida por el sacramento
del Orden.
...está presente en la Liturgia terrena...
1088 "Para llevar
a cabo una obra tan grande" -la dispensación o comunicación
de su obra de salvación-"Cristo está siempre presente en su
Iglesia, principalmente en los actos litúrgicos. Está presente
en el sacrificio de la misa, no sólo en la persona del ministro,
`ofreciéndose ahora por ministerio de los sacerdotes el mismo que
entonces se ofreció en la cruz', sino también, sobre todo,
bajo las especies eucarísticas. Está presente con su virtud
en los sacramentos, de modo que, cuando alguien bautiza, es Cristo quien
bautiza. Está presente en su palabra, pues es El mismo el que habla
cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura. Está presente, finalmente,
cuando la Iglesia suplica y canta salmos, el mismo que prometió: `Donde
están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en
medio de ellos' (Mt 18,20)" (SC 7).
1089 "Realmente, en una obra tan grande por la que Dios
es perfectamente glorificado y los hombres santificados, Cristo asocia siempre
consigo a la Iglesia, su esposa amadísima, que invoca a su Señor
y por El rinde culto al Padre Eterno" (SC 7)
...que participa en la Liturgia celestial.
1090 "En la liturgia
terrena pregustamos y participamos en aquella liturgia celestial que se
celebra en la ciudad santa, Jerusalén, hacia la cual nos dirigimos
como peregrinos, donde Cristo está sentado a la derecha del Padre,
como ministro del santuario y del tabernáculo verdadero; cantamos
un himno de gloria al Señor con todo el ejército celestial;
venerando la memoria de los santos, esperamos participar con ellos y acompañarlos;
aguardamos al Salvador, nuestro Señor Jesucristo, hasta que se manifieste
El, nuestra Vida, y nosotros nos manifestamos con El en la gloria" (SC 8;
cf. LG 50).
III EL ESPIRITU SANTO Y LA IGLESIA EN LA LITURGIA
1091 En la Liturgia,
el Espíritu Santo es el pedagogo de la fe del Pueblo de Dios, el
artífice de las "obras maestras de Dios" que son los sacramentos
de la Nueva Alianza. El deseo y la obra del Espíritu en el corazón
de la Iglesia es que vivamos de la vida de Cristo resucitado. Cuando encuentra
en nosotros la respuesta de fe que él ha suscitado, entonces se realiza
una verdadera cooperación. Por ella, la Liturgia viene a ser la obra
común del Espíritu Santo y de la Iglesia.
1092 En esta dispensación sacramental del misterio
de Cristo, el Espíritu Santo actúa de la misma manera que
en los otros tiempos de la Economía de la salvación: prepara
la Iglesia para el encuentro con su Señor, recuerda y manifiesta
a Cristo a la fe de la asamblea; hace presente y actualiza el misterio de
Cristo por su poder transformador; finalmente, el Espíritu de comunión
une la Iglesia a la vida y a la misión de Cristo.
El Espíritu Santo prepara a recibir a Cristo
1093 El Espíritu
Santo realiza en la economía sacramental las figuras de la Antigua
Alianza. Puesto que la Iglesia de Cristo estaba "preparada maravillosamente
en la historia del pueblo de Israel y en la Antigua Alianza" (LG 2), la
Liturgia de la Iglesia conserva como una parte integrante e irremplazable,
haciéndolos suyos, algunos elementos del culto de la Antigua Alianza:
– principalmente la lectura del Antiguo Testamento;
– la oración de los Salmos;
– y sobre todo la memoria de los acontecimientos salvíficos
y de las realidades significativas que encontraron su cumplimiento
en el misterio de Cristo (la Promesa y la Alianza; el Exodo y la Pascua,
el Reino y el Templo; el Exilio y el Retorno).
1094 Sobre esta armonía de los dos Testamentos
(cf DV 14-16) se articula la catequesis pascual del Señor (cf Lc 24,13-49),
y luego la de los Apóstoles y de los Padres de la Iglesia. Esta catequesis
pone de manifiesto lo que permanecía oculto bajo la letra del Antiguo
Testamento: el misterio de Cristo. Es llamada catequesis "tipológica",
porque revela la novedad de Cristo a partir de "figuras" (tipos) que la
anunciaban en los hechos, las palabras y los símbolos de la primera
Alianza. Por esta relectura en el Espíritu de Verdad a partir de Cristo,
las figuras son explicadas (cf 2 Co 3, 14-16). Así, el diluvio y el
arca de Noé prefiguraban la salvación por el Bautismo (cf 1
P 3,21), y lo mismo la nube, y el paso del mar Rojo; el agua de la roca era
la figura de los dones espirituales de Cristo (cf 1 Co 10,1-6); el maná
del desierto prefiguraba la Eucaristía "el verdadero Pan del Cielo"
(Jn 6,32).
1095 Por eso la Iglesia, especialmente durante los tiempos
de Adviento, Cuaresma y sobre todo en la noche de Pascua, relee y revive
todos estos acontecimientos de la historia de la salvación en el "hoy"
de su Liturgia. Pero esto exige también que la catequesis ayude a
los fieles a abrirse a esta inteligencia "espiritual" de la Economía
de la salvación, tal como la Liturgia de la Iglesia la manifiesta
y nos la hace vivir.
1096 Liturgia judía y liturgia cristiana. Un mejor
conocimiento de la fe y la vida religiosa del pueblo judío tal como
son profesadas y vividas aún hoy, puede ayudar a comprender mejor
ciertos aspectos de la Liturgia cristiana. Para los judíos y para
los cristianos la Sagrada Escritura es una parte esencial de sus respectivas
liturgias: para la proclamación de la Palabra de Dios, la respuesta
a esta Palabra, la adoración de alabanza y de intercesión por
los vivos y los difuntos, el recurso a la misericordia divina. La liturgia
de la Palabra, en su estructura propia, tiene su origen en la oración
judía. La oración de las Horas, y otros textos y formularios
litúrgicos tienen sus paralelos también en ella, igual que
las mismas fórmulas de nuestras oraciones más venerables, por
ejemplo, el Padre Nuestro. Las plegarias eucarísticas se inspiran
también en modelos de la tradición judía. La relación
entre liturgia judía y liturgia cristiana, pero también la
diferencia de sus contenidos, son particularmente visibles en las grandes
fiestas del año litúrgico como la Pascua. Los cristianos y
los judíos celebran la Pascua: Pascua de la historia, orientada hacia
el porvenir en los judíos; Pascua realizada en la muerte y la resurrección
de Cristo en los cristianos, aunque siempre en espera de la consumación
definitiva.
1097 En la Liturgia de la Nueva Alianza, toda acción
litúrgica, especialmente la celebración de la Eucaristía
y de los sacramentos es un encuentro entre Cristo y la Iglesia. La asamblea
litúrgica recibe su unidad de la "comunión del Espíritu
Santo" que reúne a los hijos de Dios en el único Cuerpo de
Cristo. Esta reunión desborda las afinidades humanas, raciales, culturales
y sociales.
1098 La Asamblea debe prepararse para encontrar a su
Señor, debe ser "un pueblo bien dispuesto". Esta preparación
de los corazones es la obra común del Espíritu Santo y de
la Asamblea, en particular de sus ministros. La gracia del Espíritu
Santo tiende a suscitar la fe, la conversión del corazón y
la adhesión a la voluntad del Padre. Estas disposiciones preceden
a la acogida de las otras gracias ofrecidas en la celebración misma
y a los frutos de Vida nueva que está llamada a producir.
El Espíritu Santo recuerda el Misterio de Cristo
1099 El Espíritu
y la Iglesia cooperan en la manifestación de Cristo y de su obra
de salvación en la Liturgia. Principalmente en la Eucaristía,
y análogamente en los otros sacramentos, la Liturgia es Memorial
del Misterio de la salvación. El Espíritu Santo es la memoria
viva de la Iglesia (cf Jn 14,26).
1100 La Palabra de Dios. El Espíritu Santo recuerda
primeramente a la asamblea litúrgica el sentido del acontecimiento
de la salvación dando vida a la Palabra de Dios que es anunciada
para ser recibida y vivida:
La importancia de la Sagrada Escritura en la celebración
de la liturgia es máxima. En efecto, de ella se toman las lecturas
que luego se explican en la homilía, y los salmos que se cantan;
las preces, oraciones e himnos litúrgicos están impregnados
de su aliento y su inspiración; de ella reciben su significado las
acciones y los signos (SC 24).
1101 El Espíritu Santo es quien da a los lectores
y a los oyentes, según las disposiciones de sus corazones, la inteligencia
espiritual de la Palabra de Dios. A través de las palabras, las acciones
y los símbolos que constituyen la trama de una celebración,
el Espíritu Santo pone a los fieles y a los ministros en relación
viva con Cristo, Palabra e Imagen del Padre, a fin de que puedan hacer pasar
a su vida el sentido de lo que oyen, contemplan y realizan en la celebración.
1102 "La fe se suscita en el corazón de los no
creyentes y se alimenta en el corazón de los creyentes con la palabra
de la salvación. Con la fe empieza y se desarrolla la comunidad de
los creyentes" (PO 4). El anuncio de la Palabra de Dios no se reduce a una
enseñanza: exige la respuesta de fe, como consentimiento y compromiso,
con miras a la Alianza entre Dios y su pueblo. Es también el Espíritu
Santo quien da la gracia de la fe, la fortalece y la hace crecer en la comunidad.
La asamblea litúrgica es ante todo comunión en la fe.
1103 La Anámnesis. La celebración litúrgica
se refiere siempre a las intervenciones salvíficas de Dios en la
historia. "El plan de la revelación se realiza por obras y palabras
intrínsecamente ligadas; ... las palabras proclaman las obras y explican
su misterio" (DV 2). En la Liturgia de la Palabra, el Espíritu Santo
"recuerda" a la Asamblea todo lo que Cristo ha hecho por nosotros. Según
la naturaleza de las acciones litúrgicas y las tradiciones rituales
de las Iglesias, una celebración "hace memoria" de las maravillas
de Dios en una Anámnesis más o menos desarrollada. El Espíritu
Santo, que despierta así la memoria de la Iglesia, suscita entonces
la acción de gracias y la alabanza (Doxologia).
El Espíritu Santo actualiza el Misterio de Cristo
1104 La Liturgia cristiana
no sólo recuerda los acontecimientos que nos salvaron, sino que los
actualiza, los hace presentes. El Misterio pascual de Cristo se celebra,
no se repite; son las celebraciones las que se repiten; en cada una de ellas
tiene lugar la efusión del Espíritu Santo que actualiza el
único Misterio.
1105 La epíclesis ("invocación sobre")
es la intercesión mediante la cual el sacerdote suplica al Padre
que envíe el Espíritu santificador para que las ofrendas se
conviertan en el Cuerpo y la Sangre de Cristo y para que los fieles, al recibirlos,
se conviertan ellos mismos en ofrenda viva para Dios.
1106 Junto con la Anámnesis, la Epíclesis
es el centro de toda celebración sacramental, y muy particularmente
de la Eucaristía:
Preguntas cómo el pan se convierte en el Cuerpo
de Cristo y el vino...en Sangre de Cristo. Te respondo: el Espíritu
Santo irrumpe y realiza aquello que sobrepasa toda palabra y todo pensamiento...Que
te baste oír que es por la acción del Espíritu Santo,
de igual modo que gracias a la Santísima Virgen y al mismo Espíritu,
el Señor, por sí mismo y en sí mismo, asumió
la carne humana (S. Juan Damasceno, f.o., IV, 13).
1107 El poder transformador del Espíritu Santo
en la Liturgia apresura la venida del Reino y la consumación del Misterio
de la salvación. En la espera y en la esperanza nos hace realmente
anticipar la comunión plena con la Trinidad Santa. Enviado por el
Padre, que escucha la epíclesis de la Iglesia, el Espíritu
da la vida a los que lo acogen, y constituye para ellos, ya desde ahora,
"las arras" de su herencia (cf Ef 1,14; 2 Co 1,22).
La comunión del Espíritu Santo
1108 La finalidad
de la misión del Espíritu Santo en toda acción litúrgica
es poner en comunión con Cristo para formar su Cuerpo. El Espíritu
Santo es como la savia de la viña del Padre que da su fruto en los
sarmientos (cf Jn 15,1-17; Ga 5,22). En la Liturgia se realiza la cooperación
más íntima entre el Espíritu Santo y la Iglesia. El
Espíritu de Comunión permanece indefectiblemente en la Iglesia,
y por eso la Iglesia es el gran sacramento de la comunión divina que
reúne a los hijos de Dios dispersos. El fruto del Espíritu
en la Liturgia es inseparablemente comunión con la Trinidad Santa
y comunión fraterna (cf 1 Jn 1,3-7).
1109 La Epíclesis es también oración
por el pleno efecto de la comunión de la Asamblea con el Misterio
de Cristo. "La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor de Dios
Padre y la comunión del Espíritu Santo" (2 Co 13,13) deben
permanecer siempre con nosotros y dar frutos más allá de la
celebración eucarística. La Iglesia, por tanto, pide al Padre
que envíe el Espíritu Santo para que haga de la vida de los
fieles una ofrenda viva a Dios mediante la transformación espiritual
a imagen de Cristo, la preocupación por la unidad de la Iglesia y
la participación en su misión por el testimonio y el servicio
de la caridad.
RESUMEN
1110 En la liturgia
de la Iglesia, Dios Padre es bendecido y adorado como la fuente de todas
las bendiciones de la Creación y de la Salvación, con las
que nos ha bendecido en su Hijo para darnos el Espíritu de adopción
filial.
1111 La obra de Cristo en la Liturgia es sacramental
porque su Misterio de salvación se hace presente en ella por el poder
de su Espíritu Santo; porque su Cuerpo, que es la Iglesia, es como
el sacramento (signo e instrumento) en el cual el Espíritu Santo dispensa
el Misterio de la salvación; porque a través de sus acciones
litúrgicas, la Iglesia peregrina participa ya, como en primicias,
en la Liturgia celestial.
1112 La misión del Espíritu Santo en la
Liturgia de la Iglesia es la de preparar la Asamblea para el encuentro con
Cristo; recordar y manifestar a Cristo a la fe de la asamblea de creyentes;
hacer presente y actualizar la obra salvífica de Cristo por su poder
transformador y hacer fructificar el don de la comunión en la Iglesia.
Artículo 2 EL MISTERIO PASCUAL
EN LOS
SACRAMENTOS DE
LA IGLESIA
1113 Toda la vida
litúrgica de la Iglesia gravita en torno al Sacrificio eucarístico
y los sacramentos (cf SC 6). Hay en la Iglesia siete sacramentos: Bautismo,
Confirmación o Crismación, Eucaristía, Penitencia,
Unción de los enfermos, Orden sacerdotal y Matrimonio (cf DS 860;
1310; 1601). En este Artículo se trata de lo que es común a
los siete sacramentos de la Iglesia desde el punto de vista doctrinal. Lo
que les es común bajo el aspecto de la celebración se expondrá
en el capítulo II, y lo que es propio de cada uno de ellos será
objeto de la sección II.
I LOS SACRAMENTOS DE CRISTO
1114 "Adheridos a
la doctrina de las Santas Escrituras, a las tradiciones apostólicas
y al sentimiento unánime de los Padres", profesamos que "los sacramentos
de la nueva Ley fueron todos instituidos por nuestro Señor Jesucristo"
(DS 1600-1601).
1115 Las palabras y las acciones de Jesús durante
su vida oculta y su ministerio público eran ya salvíficas.
Anticipaban la fuerza de su misterio pascual. Anunciaban y preparaban aquello
que él daría a la Iglesia cuando todo tuviese su cumplimiento.
Los misterios de la vida de Cristo son los fundamentos de lo que en adelante,
por los ministros de su Iglesia, Cristo dispensa en los sacramentos, porque
"lo que era visible en nuestro Salvador ha pasado a sus misterios" (S. León
Magno, serm. 74,2).
1116 Los sacramentos, como "fuerzas que brotan" del Cuerpo
de Cristo (cf Lc 5,17; 6,19; 8,46) siempre vivo y vivificante, y como acciones
del Espíritu Santo que actúa en su Cuerpo que es la Iglesia,
son "las obras maestras de Dios" en la nueva y eterna Alianza.
II LOS SACRAMENTOS DE LA IGLESIA
1117 Por el Espíritu
que la conduce "a la verdad completa" (Jn 16,13), la Iglesia reconoció
poco a poco este tesoro recibido de Cristo y precisó su "dispensación",
tal como lo hizo con el canon de las Sagradas Escrituras y con la doctrina
de la fe, como fiel dispensadora de los misterios de Dios (cf Mt 13,52;
1 Co 4,1). Así, la Iglesia ha precisado a lo largo de los siglos,
que, entre sus celebraciones litúrgicas, hay siete que son, en el
sentido propio del término, sacramentos instituidos por el Señor.
1118 Los sacramentos son "de la Iglesia" en el doble
sentido de que existen "por ella" y "para ella". Existen "por la Iglesia"
porque ella es el sacramento de la acción de Cristo que actúa
en ella gracias a la misión del Espíritu Santo. Y existen "para
la Iglesia", porque ellos son "sacramentos que constituyen la Iglesia" (S.
Agustín, civ. 22,17; S. Tomás de Aquino, s.th. 3,64,2 ad 3),
manifiestan y comunican a los hombres, sobre todo en la Eucaristía,
el misterio de la Comunión del Dios Amor, uno en tres Personas.
1119 Formando con Cristo-Cabeza "como una única
persona mística" (Pío XII, enc. "Mystici Corporis"), la Iglesia
actúa en los sacramentos como "comunidad sacerdotal" "orgánicamente
estructurada" (LG 11): gracias al Bautismo y la Confirmación, el
pueblo sacerdotal se hace apto para celebrar la Liturgia; por otra parte,
algunos fieles "que han recibido el sacramento del orden están instituidos
en nombre de Cristo para ser los pastores de la Iglesia con la palabra y
la gracia de Dios" (LG 11).
1120 El ministerio ordenado o sacerdocio ministerial
(LG 10) está al servicio del sacerdocio bautismal. Garantiza que,
en los sacramentos, sea Cristo quien actúa por el Espíritu
Santo en favor de la Iglesia. La misión de salvación confiada
por el Padre a su Hijo encarnado es confiada a los Apóstoles y por
ellos a sus sucesores: reciben el Espíritu de Jesús para actuar
en su nombre y en su persona (cf Jn 20,21-23; Lc 24,47; Mt 28,18-20). Así,
el ministro ordenado es el vínculo sacramental que une la acción
litúrgica a lo que dijeron y realizaron los Apóstoles, y por
ellos a lo que dijo y realizó Cristo, fuente y fundamento de los
sacramentos.
1121 Los tres sacramentos del Bautismo, de la Confirmación
y del Orden sacerdotal confieren, además de la gracia, un carácter
sacramental o "sello" por el cual el cristiano participa del sacerdocio
de Cristo y forma parte de la Iglesia según estados y funciones diversos.
Esta configuración con Cristo y con la Iglesia, realizada por el
Espíritu, es indeleble (Cc. de Trento: DS 1609); permanece para siempre
en el cristiano como disposición positiva para la gracia, como promesa
y garantía de la protección divina y como vocación
al culto divino y al servicio de la Iglesia. Por tanto, estos sacramentos
no pueden ser reiterados.
III LOS SACRAMENTOS DE LA FE
1122 Cristo envió
a sus Apóstoles para que, "en su Nombre, proclamasen a todas las
naciones la conversión para el perdón de los pecados" (Lc
24,47). "De todas las naciones haced discípulos bautizándolos
en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo" (Mt 28,19).
La misión de bautizar, por tanto la misión sacramental está
implicada en la misión de evangelizar, porque el sacramento es preparado
por la Palabra de Dios y por la fe que es consentimiento a esta Palabra:
El pueblo de Dios se reúne, sobre todo, por la
palabra de Dios vivo... necesita la predicación de la palabra para
el ministerio de los sacramentos. En efecto, son sacramentos de la fe que
nace y se alimenta de la palabra" (PO 4).
1123 "Los sacramentos están ordenados a la santificación
de los hombres, a la edificación del Cuerpo de Cristo y, en definitiva,
a dar culto a Dios, pero, como signos, también tienen un fin instructivo.
No sólo suponen la fe, también la fortalecen, la alimentan
y la expresan con palabras y acciones; por se llaman sacramentos de la fe"
(SC 59).
1124 La fe de la Iglesia es anterior a la fe del fiel,
el cual es invitado a adherirse a ella. Cuando la Iglesia celebra los sacramentos
confiesa la fe recibida de los Apóstoles, de ahí el antiguo
adagio: "Lex orandi, lex credendi" ("La ley de la oración es
la ley de la fe") (o: "legem credendi lex statuat supplicandi" ["La ley
de la oración determine la ley de la fe"], según Próspero
de Aquitania, siglo V, ep. 217). La ley de la oración es la ley de
la fe, la Iglesia cree como ora. La Liturgia es un elemento constitutivo
de la Tradición santa y viva (cf. DV 8).
1125 Por eso ningún rito sacramental puede ser
modificado o manipulado a voluntad del ministro o de la comunidad. Incluso
la suprema autoridad de la Iglesia no puede cambiar la liturgia a su arbitrio,
sino solamente en virtud del servicio de la fe y en el respeto religioso al
misterio de la liturgia.
1126 Por otra parte, puesto que los sacramentos expresan
y desarrollan la comunión de fe en la Iglesia, la lex orandi es uno
de los criterios esenciales del diálogo que intenta restaurar la
unidad de los cristianos (cf UR 2 y 15).
IV LOS SACRAMENTOS DE LA SALVACION
1127 Celebrados dignamente
en la fe, los sacramentos confieren la gracia que significan (cf Cc. de
Trento: DS 1605 y 1606). Son eficaces porque en ellos actúa Cristo
mismo; El es quien bautiza, él quien actúa en sus sacramentos
con el fin de comunicar la gracia que el sacramento significa. El Padre escucha
siempre la oración de la Iglesia de su Hijo que, en la epíclesis
de cada sacramento, expresa su fe en el poder del Espíritu. Como el
fuego transforma en sí todo lo que toca, así el Espíritu
Santo transforma en Vida divina lo que se somete a su poder.
1128 Tal es el sentido de la siguiente afirmación
de la Iglesia (cf Cc. de Trento: DS 1608): los sacramentos obran ex opere
operato (según las palabras mismas del Concilio: "por el hecho mismo
de que la acción es realizada"), es decir, en virtud de la obra salvífica
de Cristo, realizada de una vez por todas. De ahí se sigue que "el
sacramento no actúa en virtud de la justicia del hombre que lo da
o que lo recibe, sino por el poder de Dios" (S. Tomás de A., STh 3,68,8).
En consecuencia, siempre que un sacramento es celebrado conforme a la intención
de la Iglesia, el poder de Cristo y de su Espíritu actúa en
él y por él, independientemente de la santidad personal del
ministro. Sin embargo, los frutos de los sacramentos dependen también
de las disposiciones del que los recibe.
1129 La Iglesia afirma que para los creyentes los sacramentos
de la Nueva Alianza son necesarios para ala salvación (cf Cc. de
Trento: DS 1604). La "gracia sacramental" es la gracia del Espíritu
Santo dada por Cristo y propia de cada sacramento. El Espíritu cura
y transforma a los que lo reciben conformándolos con el Hijo de Dios.
El fruto de la vida sacramental consiste en que el Espíritu de adopción
deifica (cf 2 P 1,4) a los fieles uniéndolos vitalmente al Hijo único,
el Salvador.
V LOS SACRAMENTOS DE LA VIDA ETERNA
1130 La Iglesia celebra
el Misterio de su Señor "hasta que él venga" y "Dios sea todo
en todos" (1 Co 11,26; 15,28). Desde la era apostólica, la Liturgia
es atraída hacia su término por el gemido del Espíritu
en la Iglesia: "¡Marana tha!" (1 Co 16,22). La liturgia participa así
en el deseo de Jesús: "Con ansia he deseado comer esta Pascua con
vosotros...hasta que halle su cumplimiento en el Reino de Dios" (Lc 22,15-16).
En los sacramentos de Cristo, la Iglesia recibe ya las arras de su herencia,
participa ya en la vida eterna, aunque "aguardando la feliz esperanza y la
manifestación de la gloria del Gran Dios y Salvador nuestro Jesucristo"
(Tt 2,13). "El Espíritu y la Esposa dicen: ¡Ven!...¡Ven,
Señor Jesús!" (Ap 22,17.20).
S. Tomás resume así las diferentes dimensiones
del signo sacramental: "Unde sacramentum est signum rememorativum eius quod
praecessit, scilicet passionis Christi; et desmonstrativum eius quod in
nobis efficitur per Christi passionem, scilicet gratiae; et prognosticum,
id est, praenuntiativum futurae gloriae" ("Por eso el sacramento es un signo
que rememora lo que sucedió, es decir, la pasión de Cristo;
es un signo que demuestra lo que sucedió entre nosotros en virtud
de la pasión de Cristo, es decir, la gracia; y es un signo que anticipa,
es decir, que preanuncia la gloria venidera", STh III, 60,3).)
RESUMEN
1131 Los sacramentos
son signos eficaces de la gracia, instituidos por Cristo y confiados a la
Iglesia por los cuales nos es dispensada la vida divina. Los ritos visibles
bajo los cuales los sacramentos son celebrados significan y realizan las
gracias propias de cada sacramento. Dan fruto en quienes los reciben con
las disposiciones requeridas.
1132 La Iglesia celebra los sacramentos como comunidad
sacerdotal estructurada por el sacerdocio bautismal y el de los ministros
ordenados.
1133 El Espíritu Santo dispone a la recepción
de los sacramentos por la Palabra de Dios y por la fe que acoge la Palabra
en los corazones bien dispuestos. Así los sacramentos fortalecen
y expresan la fe.
1134 El fruto de la vida sacramental es a la vez personal
y eclesial. Por una parte, este fruto es para todo fiel la vida para Dios
en Cristo Jesús: por otra parte, es para la Iglesia crecimiento en
la caridad y en su misión de testimonio.
CAPITULO SEGUNDO: LA CELEBRACION SACRAMENTAL DEL MISTERIO PASCUAL
1135 La catequesis
de la Liturgia implica en primer lugar la inteligencia de la economía
sacramental (capítulo primero). A su luz se revela la novedad de su
celebración. Se tratará, pues, en este capítulo
de la celebración de los sacramentos de la Iglesia. A través
de la diversidad de las tradiciones litúrgicas, se presenta lo que
es común a la celebración de los siete sacramentos. Lo que
es propio de cada uno de ellos, será presentado más adelante.
Esta catequesis fundamental de las celebraciones sacramentales responderá
a las cuestiones inmediatas que se presentan a un fiel al respecto:
– quién celebra
– cómo celebrar
– cuándo celebrar
– dónde celebrar
Artículo 1 CELEBRAR LA LITURGIA
DE LA IGLESIA
I ¿QUIEN CELEBRA?
1136 La Liturgia es
"acción" del "Cristo total" (Christus totus). Por tanto, quienes
celebran esta "acción", independientemente de la existencia o no
de signos sacramentales, participan ya de la Liturgia del cielo, allí
donde la celebración es enteramente Comunión y Fiesta.
La celebración de la Liturgia celestial
1137 El Apocalipsis
de S. Juan, leído en la liturgia de la Iglesia, nos revela primeramente
que "un trono estaba erigido en el cielo y Uno sentado en el trono" (Ap
4,2): "el Señor Dios" (Is 6,1; cf Ez 1,26-28). Luego revela al Cordero,
"inmolado y de pie" (Ap 5,6; cf Jn 1,29): Cristo crucificado y resucitado,
el único Sumo Sacerdote del santuario verdadero (cf Hb 4,14-15; 10,
19-21; etc), el mismo "que ofrece y que es ofrecido, que da y que es dado"
(Liturgia de San Juan Crisóstomo, Anáfora). Y por último,
revela "el río de Vida que brota del trono de Dios y del Cordero"
(Ap 22,1), uno de los más bellos símbolos del Espíritu
Santo (cf Jn 4,10-14; Ap 21,6).
1138 "Recapitulados" en Cristo, participan en el servicio
de la alabanza de Dios y en la realización de su designio: las Potencias
celestiales (cf Ap 4-5; Is 6,2-3), toda la creación (los cuatro Vivientes),
los servidores de la Antigua y de la Nueva Alianza (los veinticuatro ancianos),
el nuevo Pueblo de Dios (los ciento cuarenta y cuatro mil, cf Ap 7,1-8;
14,1), en particular los mártires "degollados a causa de la Palabra
de Dios", Ap 6,9-11), y la Santísima Madre de Dios (la Mujer, cf
Ap 12, la Esposa del Cordero, cf Ap 21,9), finalmente "una muchedumbre inmensa,
que nadie podría contar, de toda nación, razas, pueblos y lenguas"
(Ap 7,9).
1139 En esta Liturgia eterna el Espíritu y la
Iglesia nos hacen participar cuando celebramos el Misterio de la salvación
en los sacramentos.
Los celebrantes de la liturgia sacramental
1140 Es toda la Comunidad,
el Cuerpo de Cristo unido a su Cabeza quien celebra. "Las acciones litúrgicas
no son acciones privadas, sino celebraciones de la Iglesia, que es `sacramento
de unidad', esto es, pueblo santo, congregado y ordenado bajo la dirección
de los obispos. Por tanto, pertenecen a todo el Cuerpo de la Iglesia, influyen
en él y lo manifiestan, pero afectan a cada miembro de este Cuerpo
de manera diferente, según la diversidad de órdenes, funciones
y participación actual" (SC 26). Por eso también, "siempre
que los ritos, según la naturaleza propia de cada uno, admitan una
celebración común, con asistencia y participación activa
de los fieles, hay que inculcar que ésta debe ser preferida, en cuanto
sea posible, a una celebración individual y casi privada" (SC 27)
1141 La asamblea que celebra es la comunidad de los bautizados
que, "por el nuevo nacimiento y por la unción del Espíritu
Santo, quedan consagrados como casa espiritual y sacerdocio santo para que
ofrezcan a través de todas las obras propias del cristiano, sacrificios
espirituales" (LG 10). Este "sacerdocio común" es el de Cristo, único
Sacerdote, participado por todos sus miembros (cf LG 10; 34; PO 2):
La Madre Iglesia desea ardientemente que se lleve a
todos los fieles a aquella participación plena, consciente y activa
en las celebraciones litúrgicas que exige la naturaleza de la liturgia
misma y a la cual tiene derecho y obligación, en virtud del bautismo,
el pueblo cristiano "linaje escogido, sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido" (1 P 2,9; cf 2,4-5) (SC 14).
1142 Pero "todos los miembros no tienen la misma función"
(Rm 12,4). Algunos son llamados por Dios en y por la Iglesia a un servicio
especial de la comunidad. Estos servidores son escogidos y consagrados por
el sacramento del Orden, por el cual el Espíritu Santo los hace aptos
para actuar en representación de Cristo-Cabeza para el servicio de
todos los miembros de la Iglesia (cf PO 2 y 15). El ministro ordenado es
como el "icono" de Cristo Sacerdote. Por ser en la Eucaristía donde
se manifiesta plenamente el sacramento de la Iglesia, es también en
la presidencia de la Eucaristía donde el ministerio del obispo aparece
en primer lugar, y en comunión con él, el de los presbíteros
y los diáconos.
1143 En orden a ejercer las funciones del sacerdocio
común de los fieles existen también otros ministerios particulares,
no consagrados por el sacramento del Orden, y cuyas funciones son determinadas
por los obispos según las tradiciones litúrgicas y las necesidades
pastorales. "Los acólitos, lectores, comentadores y los que pertenecen
a la 'schola cantorum' desempeñan un auténtico ministerio
litúrgico" (SC 29).
1144 Así, en la celebración de los sacramentos,
toda la asamblea es "liturgo", cada cual según su función,
pero en "la unidad del Espíritu" que actúa en todos. "En las
celebraciones litúrgicas, cada cual, ministro o fiel, al desempeñar
su oficio, hará todo y sólo aquello que le corresponde según
la naturaleza de la acción y las normas litúrgicas" (SC 28)
II ¿COMO CELEBRAR?
Signos y símbolos
1145 Una celebración
sacramental esta tejida de signos y de símbolos. Según la
pedagogía divina de la salvación, su significación
tiene su raíz en la obra de la creación y en la cultura humana,
se perfila en los acontecimientos de la Antigua Alianza y se revela en plenitud
en la persona y la obra de Cristo.
1146 Signos del mundo de los hombres. En la vida
humana, signos y símbolos ocupan un lugar importante. El hombre,
siendo un ser a la vez corporal y espiritual, expresa y percibe las realidades
espirituales a través de signos y de símbolos materiales.
Como ser social, el hombre necesita signos y símbolos para comunicarse
con los demás, mediante el lenguaje, gestos y acciones. Lo mismo
sucede en su relación con Dios.
1147 Dios habla al hombre a través de la creación
visible. El cosmos material se presenta a la inteligencia del hombre para
que vea en él las huellas de su Creador (cf Sb 13,1; Rm 1,19-20;
Hch 14,17). La luz y la noche, el viento y el fuego, el agua y la tierra,
el árbol y los frutos hablan de Dios, simbolizan a la vez su grandeza
y su proximidad.
1148 En cuanto creaturas, estas realidades sensibles
pueden llegar a ser lugar de expresión de la acción de Dios
que santifica a los hombres, y de la acción de los hombres que rinden
su culto a Dios. Lo mismo sucede con los signos y símbolos de la
vida social de los hombres: lavar y ungir, partir el pan y compartir la copa
pueden expresar la presencia santificante de Dios y la gratitud del hombre
hacia su Creador.
1149 Las grandes religiones de la humanidad atestiguan,
a a menudo de forma impresionante, este sentido cósmico y simbólico
de los ritos religiosos. La liturgia de la Iglesia presupone, integra y
santifica elementos de la creación y de la cultura humana confiriéndoles
la dignidad de signos de la gracia, de la creación nueva en Jesucristo.
1150 Signos de la Alianza. El pueblo elegido recibe de
Dios signos y símbolos distintivos que marcan su vida litúrgica:
no son ya solamente celebraciones de ciclos cósmicos y de acontecimientos
sociales, sino signos de la Alianza, símbolos de las grandes acciones
de Dios en favor de su pueblo. Entre estos signos litúrgicos de la
Antigua Alianza se puede nombrar la circuncisión, la unción
y la consagración de reyes y sacerdotes, la imposición de
manos, los sacrificios, y sobre todo la pascua. La Iglesia ve en estos signos
una prefiguración de los sacramentos de la Nueva Alianza.
1151 Signos asumidos por Cristo. En su predicación,
el Señor Jesús se sirve con frecuencia de los signos de la
Creación para dar a conocer los misterios el Reino de Dios (cf. Lc
8,10). Realiza sus curaciones o subraya su predicación por medio de
signos materiales o gestos simbólicos (cf Jn 9,6; Mc 7,33-35; 8,22-25).
Da un sentido nuevo a los hechos y a los signos de la Antigua Alianza, sobre
todo al Exodo y a la Pascua (cf Lc 9,31; 22,7-20), porque él mismo
es el sentido de todos esos signos.
1152 Signos sacramentales. Desde Pentecostés,
el Espíritu Santo realiza la santificación a través
de los signos sacramentales de su Iglesia. Los sacramentos de la Iglesia
no anulan, sino purifican e integran toda la riqueza de los signos y de los
símbolos del cosmos y de la vida social. Aún más, cumplen
los tipos y las figuras de la Antigua Alianza, significan y realizan la salvación
obrada por Cristo, y prefiguran y anticipan la gloria del cielo.
Palabras y acciones
1153 Toda celebración
sacramental es un encuentro de los hijos de Dios con su Padre, en Cristo
y en el Espíritu Santo, y este encuentro se expresa como un diálogo
a través de acciones y de palabras. Ciertamente, las acciones simbólicas
son ya un lenguaje, pero es preciso que la Palabra de Dios y la respuesta
de fe acompañen y vivifiquen estas acciones, a fin de que la semilla
del Reino dé su fruto en la tierra buena. Las acciones litúrgicas
significan lo que expresa la Palabra de Dios: a la vez la iniciativa gratuita
de Dios y la respuesta de fe de su pueblo.
1154 La liturgia de la Palabra es parte integrante de
las celebraciones sacramentales. Para nutrir la fe de los fieles, los signos
de la Palabra de Dios deben ser puestos de relieve: el libro de la Palabra
(leccionario o evangeliario), su veneración (procesión, incienso,
luz), el lugar de su anuncio (ambón), su lectura audible e inteligible,
la homilía del ministro, la cual prolonga su proclamación,
y las respuestas de la asamblea (aclamaciones, salmos de meditación,
letanías, confesión de fe...).
1155 La palabra y la acción litúrgica,
indisociables en cuanto signos y enseñanza, lo son también
en cuanto que realizan lo que significan. El Espíritu Santo, al suscitar
la fe, no solamente procura una inteligencia de la Palabra de Dios suscitando
la fe, sino que también mediante los sacramentos realiza las "maravillas"
de Dios que son anunciadas por la misma Palabra: hace presente y comunica
la obra del Padre realizada por el Hijo amado.
Canto y música
1156 "La tradición
musical de la Iglesia universal constituye un tesoro de valor inestimable
que sobresale entre las demás expresiones artísticas, principalmente
porque el canto sagrado, unido a las palabras, constituye una parte necesaria
o integral de la liturgia solemne" (SC 112). La composición y el canto
de Salmos inspirados, con frecuencia acompañados de instrumentos musicales,
estaban ya estrechamente ligados a las celebraciones litúrgicas de
la Antigua Alianza. La Iglesia continúa y desarrolla esta tradición:
"Recitad entre vosotros salmos, himnos y cánticos inspirados; cantad
y salmodiad en vuestro corazón al Señor" (Ef 5,19; cf Col 3,16-17).
"El que canta ora dos veces" (S. Agustín, sal. 72,1).
1157 El canto y la música cumplen su función
de signos de una manera tanto más significativa cuanto "más
estrechamente estén vinculadas a la acción litúrgica"
(SC 112), según tres criterios principales: la belleza expresiva
de la oración, la participación unánime de la asamblea
en los momentos previstos y el carácter solemne de la celebración.
Participan así de la finalidad de las palabras y de las acciones
litúrgicas: la gloria de Dios y la santificación de los fieles
(cf SC 112):
¡Cuánto lloré al oír
vuestros himnos y cánticos, fuertemente conmovido por las voces de
vuestra Iglesia, que suavemente cantaba! Entraban aquellas voces en mis
oídos, y vuestra verdad se derretía en mi corazón,
y con esto se inflamaba el afecto de piedad, y corrían las lágrimas,
y me iba bien con ellas (S. Agustín, Conf. IX,6,14).
1158 La armonía de los signos (canto, música,
palabras y acciones) es tanto más expresiva y fecunda cuanto más
se expresa en la riqueza cultural propia del pueblo de Dios que celebra
(cf SC 119). Por eso "foméntese con empeño el canto religioso
popular, de modo que en los ejercicios piadosos y sagrados y en las mismas
acciones litúrgicas", conforme a las normas de la Iglesia "resuenen
las voces de los fieles" (SC 118). Pero "los textos destinados al canto
sagrado deben estar de acuerdo con la doctrina católica; más
aún, deben tomase principalmente de la Sagrada Escritura y de las
fuentes litúrgicas" (SC 121).
Imágenes sagradas
1159 La imagen sagrada,
el icono litúrgico, representa principalmente a Cristo. No puede
representar a Dios invisible e incomprensible; la Encarnación del
Hijo de Dios inauguró una nueva "economía" de las imágenes:
En otro tiempo, Dios, que no tenía cuerpo ni
figura no podía de ningún modo ser representado con una imagen.
Pero ahora que se ha hecho ver en la carne y que ha vivido con los hombres,
puedo hacer una imagen de lo que he visto de Dios...con el rostro descubierto
contemplamos la gloria del Señor (S. Juan Damasceno, imag. 1,16).
1160 La iconografía cristiana transcribe mediante
la imagen el mensaje evangélico que la Sagrada Escritura transmite
mediante la palabra. Imagen y Palabra se esclarecen mutuamente:
Para expresar brevemente nuestra profesión de
fe, conservamos todas las tradiciones de la Iglesia, escritas o no escritas,
que nos han sido transmitidas sin alteración. Una de ellas es la
representación pictórica de las imágenes, que está
de acuerdo con la predicación de la historia evangélica, creyendo
que, verdaderamente y no en apariencia, el Dios Verbo se hizo carne, lo
cual es tan útil y provechoso, porque las cosas que se esclarecen
mutuamente tienen sin duda una significación recíproca (Cc.
de Nicea II, año 787: COD 111).
1161 Todos los signos de la celebración litúrgica
hacen referencia a Cristo: también las imágenes sagradas de
la Santísima Madre de Dios y de los santos. Significan, en efecto,
a Cristo que es glorificado en ellos. Manifiestan "la nube de testigos"
(Hb 12,1) que continúan participando en la salvación del mundo
y a los que estamos unidos, sobre todo en la celebración sacramental.
A través de sus iconos, es el hombre "a imagen de Dios", finalmente
transfigurado "a su semejanza" (cf Rm 8,29; 1 Jn 3,2), quien se revela a
nuestra fe, e incluso los ángeles, recapitulados también en
Cristo:
Siguiendo la enseñanza divinamente inspirada
de nuestros santos Padres y la tradición de la Iglesia católica
(pues reconocemos ser del Espíritu Santo que habita en ella), definimos
con toda exactitud y cuidado que las venerables y santas imágenes,
como también la imagen de la preciosa y vivificante cruz, tanto las
pintadas como las de mosaico u otra materia conveniente, se expongan en
las santas iglesias de Dios, en los vasos sagrados y ornamentos, en las
paredes y en cuadros, en las casas y en los caminos: tanto las imágenes
de nuestro Señor Dios y Salvador Jesucristo, como las de nuestra
Señora inmaculada la santa Madre de Dios, de los santos ángeles
y de todos los santos y justos (Cc. de Nicea II: DS 600).
1162 "La belleza y el color de las imágenes estimulan
mi oración. Es una fiesta para mis ojos, del mismo modo que el espectáculo
del campo estimula mi corazón para dar gloria a Dios" (S. Juan Damasceno,
imag. 127). La contemplación de las sagradas imágenes, unida
a la meditación de la Palabra de Dios y al canto de los himnos litúrgicos,
forma parte de la armonía de los signos de la celebración
para que el misterio celebrado se grabe en la memoria del corazón
y se exprese luego en la vida nueva de los fieles.
III ¿CUANDO CELEBRAR?
El tiempo litúrgico
1163 "La santa Madre
Iglesia considera que es su deber celebrar la obra de salvación de
su divino Esposo con un sagrado recuerdo, en días determinados a través
del año. Cada semana, en el día que llamó 'del Señor',
conmemora su resurrección, que una vez al año celebra también,
junto con su santa pasión, en la máxima solemnidad de la Pascua.
Además, en el círculo del año desarrolla todo el misterio
de Cristo... Al conmemorar así los misterios de la redención,
abre la riqueza de las virtudes y de los méritos de su Señor,
de modo que se los hace presentes en cierto modo, durante todo tiempo, a
los fieles para que los alcancen y se llenen de la gracia de la salvación"
(SC 102)
1164 El pueblo de Dios, desde la ley mosaica, tuvo fiestas
fijas a partir de la Pascua, para conmemorar las acciones maravillosas del
Dios Salvador, para darle gracias por ellas, perpetuar su recuerdo y enseñar
a las nuevas generaciones a conformar con ellas su conducta. En el tiempo
de la Iglesia, situado entre la Pascua de Cristo, ya realizada una vez por
todas, y su consumación en el Reino de Dios, la liturgia celebrada
en días fijos está toda ella impregnada por la novedad del
Misterio de Cristo.
1165 Cuando la Iglesia celebra el Misterio de Cristo,
hay una palabra que jalona su oración: ¡Hoy!, como eco de la
oración que le enseñó su Señor (Mt 6,11) y de
la llamada del Espíritu Santo (Hb 3,7-4,11; Sal 95,7). Este "hoy" del
Dios vivo al que el hombre está llamado a entrar, es la "Hora" de
la Pascua de Jesús que es eje de toda la historia humana y la guía:
La vida se ha extendido sobre todos los seres y todos
están llenos de una amplia luz: el Oriente de los orientes invade
el universo, y el que existía "antes del lucero de la mañana"
y antes de todos los astros, inmortal e inmenso, el gran Cristo brilla sobre
todos los seres más que el sol. Por eso, para nosotros que creemos
en él, se instaura un día de luz, largo, eterno, que no se
extingue: la Pascua mística (S. Hipólito, pasc. 1-2).
El día del Señor
1166 "La Iglesia,
desde la tradición apostólica que tiene su origen en el mismo
día de la resurrección de Cristo, celebra el misterio pascual
cada ocho días, en el día que se llama con razón `día
del Señor' o domingo" (SC 106). El día de la Resurrección
de Cristo es a la vez el "primer día de la semana", memorial del
primer día de la creación, y el "octavo día" en que
Cristo, tras su "reposo" del gran Sabbat, inaugura el Día "que hace
el Señor", el "día que no conoce ocaso" (Liturgia bizantina).
El "banquete del Señor" es su centro, porque es aquí donde
toda la comunidad de los fieles encuentra al Señor resucitado que
los invita a su banquete (cf Jn 21,12; Lc 24,30):
El día del Señor, el día de la
Resurrección, el día de los cristianos, es nuestro día.
Por eso es llamado día del Señor: porque es en este día
cuando el Señor subió victorioso junto al Padre. Si los paganos
lo llaman día del sol, también lo hacemos con gusto; porque
hoy ha amanecido la luz del mundo, hoy ha aparecido el sol de justicia cuyos
rayos traen la salvación (S. Jerónimo, pasch.).
1167 El domingo es el día por excelencia de la
Asamblea litúrgica, en que los fieles "deben reunirse para, escuchando
loa palabra de Dios y participando en la Eucaristía, recordar la pasión,
la resurrección y la gloria del Señor Jesús y dar gracias
a Dios, que los 'hizo renacer a la esperanza viva por la resurrección
de Jesucristo de entre los muertos'" (SC 106):
Cuando meditamos, oh Cristo, las maravillas que fueron
realizadas en este día del domingo de tu santa Resurrección,
decimos: Bendito es el día del domingo, porque en él tuvo
comienzo la Creación...la salvación del mundo...la renovación
del género humano...en él el cielo y la tierra se regocijaron
y el universo entero quedó lleno de luz. Bendito es el día
del domingo, porque en él fueron abiertas las puertas del paraíso
para que Adán y todos los desterrados entraran en él sin temor
(Fanqîth, Oficio siriaco de Antioquía, vol 6, 1ª parte
del verano, p.193b).
El año litúrgico
1168 A partir del
"Triduo Pascual", como de su fuente de luz, el tiempo nuevo de la Resurrección
llena todo el año litúrgico con su resplandor. De esta fuente,
por todas partes, el año entero queda transfigurado por la Liturgia.
Es realmente "año de gracia del Señor" (cf Lc 4,19). La Economía
de la salvación actúa en el marco del tiempo, pero desde su
cumplimiento en la Pascua de Jesús y la efusión del Espíritu
Santo, el fin de la historia es anticipado, como pregustado, y el Reino
de Dios irrumpe en el tiempo de la humanidad.
1169 Por ello, la Pascua no es simplemente una fiesta
entre otras: es la "Fiesta de las fiestas", "Solemnidad de las solemnidades",
como la Eucaristía es el Sacramento de los sacramentos (el gran sacramento).
S. Atanasio la llama "el gran domingo" (Ep. fest. 329), así como
la Semana santa es llamada en Oriente "la gran semana". El Misterio de la
Resurrección, en el cual Cristo ha aplastado a la muerte, penetra
en nuestro viejo tiempo con su poderosa energía, hasta que todo le
esté sometido.
1170 En el Concilio de Nicea (año 325) todas las
Iglesias se pusieron de acuerdo para que la Pascua cristiana fuese celebrada
el domingo que sigue al plenilunio (14 del mes de Nisán) después
del equinoccio de primavera.Por causa de los diversos métodos utilizados
para calcular el 14 del mes de Nisán, en las Iglesias de Occidente
y de Oriente no siempre coincide la fecha de la Pascua. Por eso, dichas
Iglesias buscan hoy un acuerdo, para llegar de nuevo a celebrar en una fecha
común el día de la Resurrección del Señor.
1171 El año litúrgico es el desarrollo
de los diversos aspectos del único misterio pascual. Esto vale muy
particularmente para el ciclo de las fiestas en torno al Misterio de la
Encarnación (Anunciación, Navidad, Epifanía) que conmemoran
el comienzo de nuestra salvación y nos comunican las primicias del
misterio de Pascua.
El santoral en el año litúrgico
1172 "En la celebración
de este círculo anual de los misterios de Cristo, la santa Iglesia
venera con especial amor a la bienaventurada Madre de Dios, la Virgen María,
unida con un vínculo indisoluble a la obra salvadora de su Hijo; en
ella mira y exalta el fruto excelente de la redención y contempla
con gozo, como en una imagen purísima, aquello que ella misma, toda
entera, desea y espera ser" (SC 103).
1173 Cuando la Iglesia, en el ciclo anual, hace memoria
de los mártires y los demás santos "proclama el misterio pascual
cumplido en ellos, que padecieron con Cristo y han sido glorificados con
El; propone a los fieles sus ejemplos, que atraen a todos por medio de Cristo
al Padre, y por sus méritos implora los beneficios divinos" (SC 104;
cf SC 108 y 111).
La Liturgia de las Horas
1174 El Misterio de
Cristo, su Encarnación y su Pascua, que celebramos en la Eucaristía,
especialmente en la Asamblea dominical, penetra y transfigura el tiempo de
cada día mediante la celebración de la Liturgia de las Horas,
"el Oficio divino" (cf SC IV). Esta celebración, en fidelidad a las
recomendaciones apostólicas de "orar sin cesar" (1 Ts 5,17; Ef 6,18),
"está estructurada de tal manera que la alabanza de Dios consagra
el curso entero del día y de la noche" (SC 84). Es "la oración
pública de la Iglesia" (SC 98) en la cual los fieles (clérigos,
religiosos y laicos) ejercen el sacerdocio real de los bautizados. Celebrada
"según la forma aprobada" por la Iglesia, la Liturgia de las Horas
"realmente es la voz de la misma Esposa la que habla al Esposo; más
aún, es la oración de Cristo, con su mismo Cuerpo, al Padre"
(SC 84).
1175 La Liturgia de las Horas está llamada a ser
la oración de todo el Pueblo de Dios. En ella, Cristo mismo "sigue
ejerciendo su función sacerdotal a través de su Iglesia" (SC
83); cada uno participa en ella según su lugar propio en la Iglesia
y las circunstancias de su vida: los sacerdotes en cuanto entregados al
ministerio pastoral, porque son llamados a permanecer asiduos en la oración
y el servicio de la Palabra (cf. SC 86 y 96; PO 5); los religiosos y religiosas
por el carisma de su vida consagrada (cf SC 98); todos los fieles según
sus posibilidades: "Los pastores de almas debe procurar que las Horas principales,
sobre todo las Vísperas, los domingos y fiestas solemnes, se celebren
en la en la Iglesia comunitariamente. Se recomienda que también los
laicos recen el Oficio divino, bien con los sacerdotes o reunidos entre
sí, e incluso solos" (SC 100).
1176 Celebrar la Liturgia de las Horas exige no solamente
armonizar la voz con el corazón que ora, sino también "adquirir
una instrucción litúrgica y bíblica más rica
especialmente sobre los salmos" (SC 90).
1177 Los signos y las letanías de la Oración
de las Horas insertan la oración de los salmos en el tiempo de la
Iglesia, expresando el simbolismo del momento del día, del tiempo
litúrgico o de la fiesta celebrada. Además, la lectura de la
Palabra de Dios en cada Hora (con los responsorios y los troparios que le
siguen), y, a ciertas Horas, las lecturas de los Padres y maestros espirituales,
revelan más profundamente el sentido del Misterio celebrado, ayudan
a la inteligencia de los salmos y preparan para la oración silenciosa.
La lectio divina, en la que la Palabra de Dios es leída y meditada
para convertirse en oración, se enraíza así en la celebración
litúrgica.
1178 La Liturgia de las Horas, que es como una prolongación
de la celebración eucarística, no excluye sino acoge de manera
complementaria las diversas devociones del Pueblo de Dios, particularmente
la adoración y el culto del Santísimo Sacramento.
IV ¿DONDE CELEBRAR?
1179 El culto "en
espíritu y en verdad" (Jn 4,24) de la Nueva Alianza no está
ligado a un lugar exclusivo. Toda la tierra es santa y ha sido confiada
a los hijos de los hombres. Cuando los fieles se reúnen en un mismo
lugar, lo fundamental es que ellos son las "piedras vivas", reunidas para
"la edificación de un edificio espiritual" (1 P 2,4-5). El Cuerpo
de Cristo resucitado es el templo espiritual de donde brota la fuente de
agua viva. Incorporados a Cristo por el Espíritu Santo, "somos el
templo de Dios vivo" (2 Co 6,16).
1180 Cuando el ejercicio de la libertad religiosa no
es impedido (cf DH 4), los cristianos construyen edificios destinados al
culto divino. Estas iglesias visibles no son simples lugares de reunión,
sino que significan y manifiestan a la Iglesia que vive en ese lugar, morada
de Dios con los hombres reconciliados y unidos en Cristo.
1181 "En la casa de oración se celebra y se reserva
la sagrada Eucaristía, se reúnen los fieles y se venera para
ayuda y consuelo los fieles la presencia del Hijo de Dios, nuestro Salvador,
ofrecido por nosotros en el altar del sacrificio. Debe ser hermosa y apropiada
para la oración y para las celebraciones sagradas" (PO 5; cf SC 122-127).
En esta "casa de Dios", la verdad y la armonía de los signos que
la constituyen deben manifestar a Cristo que está presente y actúa
en este lugar (cf SC 7):
1182 El altar de la Nueva Alianza es la Cruz del Señor
(cf Hb 13,10), de la que manan los sacramentos del Misterio pascual. Sobre
el altar, que es el centro de la Iglesia, se hace presente el sacrificio
de la cruz bajo los signos sacramentales. El altar es también la mesa
del Señor, a la que el Pueblo de Dios es invitado (cf IGMR 259).
En algunas liturgias orientales, el altar es también símbolo
del sepulcro (Cristo murió y resucitó verdaderamente).
1183 El tabernáculo debe estar situado "dentro
de las iglesias en un lugar de los más dignos con el mayor honor" (MF).
La nobleza, la disposición y la seguridad del tabernáculo eucarístico
(SC 128) deben favorecer la adoración del Señor realmente presente
en el Santísimo Sacramento del altar.
El Santo Crisma (Myron), cuya unción es signo
sacramental del sello del don del Espíritu Santo, es tradicionalmente
conservado y venerado en un lugar seguro del santuario. Se puede colocar junto
a él el óleo de los catecúmenos y el de los enfermos.
1184 La sede del obispo (cátedra) o del sacerdote
"debe significar su oficio de presidente de la asamblea y director de la
oración" (IGMR 271).
El ambón: "La dignidad de la Palabra de Dios
exige que en la iglesia haya un sitio reservado para su anuncio, hacia el
que, durante la liturgia de la Palabra, se vuelva espontáneamente
la atención de los fieles" (IGMR 272).
1185 La reunión del pueblo de Dios comienza por
el Bautismo; por tanto, el templo debe tener lugar apropiado para la celebración
del Bautismo y favorecer el recuerdo de las promesas del bautismo (agua
bendita).
La renovación de la vida bautismal exige la penitencia.
Por tanto el templo debe estar preparado para que se pueda expresar el arrepentimiento
y la recepción del perdón, lo cual exige asimismo un lugar
apropiado.
El templo también debe ser un espacio que invite
al recogimiento y a la oración silenciosa, que prolonga e interioriza
la gran plegaria de la Eucaristía.
1186 Finalmente, el templo tiene una significación
escatológica. Para entrar en la casa de Dios ordinariamente se franquea
un umbral, símbolo del paso desde el mundo herido por el pecado al
mundo de la vida nueva al que todos los hombres son llamados. La Iglesia
visible simboliza la casa paterna hacia la cual el pueblo de Dios está
en marcha y donde el Padre "enjugará toda lágrima de sus ojos"
(Ap 21,4). Por eso también la Iglesia es la casa de todos los hijos
de Dios, ampliamente abierta y acogedora.
RESUMEN
1187 La Liturgia es
la obra de Cristo total, Cabeza y Cuerpo. Nuestro Sumo Sacerdote la celebra
sin cesar en la Liturgia celestial, con la santa Madre de Dios, los Apóstoles,
todos los santos y la muchedumbre de seres humanos que han entrado ya en
el Reino.
1188 En una celebración litúrgica, toda
la asamblea es "liturgo", cada cual según su función. El sacerdocio
bautismal es el sacerdocio de todo el Cuerpo de Cristo. Pero algunos fieles
son ordenados por el sacramento del Orden sacerdotal para representar a
Cristo como Cabeza del Cuerpo.
1189 La celebración litúrgica comprende
signos y símbolos que se refieren a la creación (luz, agua,
fuego), a la vida humana (lavar, ungir, partir el pan) y a la historia de
la salvación (los ritos de la Pascua). Insertos en el mundo de la fe
y asumidos por la fuerza del Espíritu Santo, estos elementos cósmicos,
estos ritos humanos, estos gestos del recuerdo de Dios se hacen portadores
de la acción salvífica y santificadora de Cristo.
1190 La Liturgia de la Palabra es una parte integrante
de la celebración. El sentido de la celebración es expresado
por la Palabra de Dios que es anunciada y por el compromiso de la fe que
responde a ella.
1191 El canto y la música están en estrecha
conexión con la acción litúrgica. Criterios para un
uso adecuado de ellos son: la belleza expresiva de la oración, la
participación unánime de la asamblea, y el carácter
sagrado de la celebración.
1192 Las imágenes sagradas, presentes en nuestras
iglesias y en nuestras casas, están destinadas a despertar y alimentar
nuestra fe en el misterio de Cristo. A través del icono de Cristo
y de sus obras de salvación, es a él a quien adoramos. A través
de las sagradas imágenes de la Santísima Madre de Dios, de
los ángeles y de los santos, veneramos a quienes en ellas son representados.
1193 El domingo, "día del Señor", es el
día principal de la celebración de la Eucaristía porque
es el día de la Resurrección. Es el día de la Asamblea
litúrgica por excelencia, el día de la familia cristiana, el
día del gozo y de descanso del trabajo. El es "fundamento y núcleo
de todo el año litúrgico" (SC 106).
1194 La Iglesia, "en el círculo del año
desarrolla todo el misterio de Cristo, desde la Encarnación y la Navidad
hasta la Ascensión, Pentecostés y la expectativa de la dichosa
esperanza y venida del Señor" (SC 102).
1195 Haciendo memoria de los santos, en primer lugar
de la santa Madre de Dios, luego de los Apóstoles, los mártires
y los otros santos, en días fijos del año litúrgico,
la Iglesia de la tierra manifiesta que está unida a la liturgia del
cielo; glorifica a Cristo por haber realizado su salvación en sus
miembros glorificados; su ejemplo la estimula en el camino hacia el Padre.
1196 Los fieles que celebran la Liturgia de las Horas
se unen a Cristo, nuestro Sumo Sacerdote, por la oración de los salmos,
la meditación de la Palabra de Dios, de los cánticos y de
las bendiciones, a fin de ser asociados a su oración incesante y
universal que da gloria al Padre e implora el don del Espíritu Santo
sobre el mundo entero.
1197 Cristo es el verdadero Templo de Dios, "el lugar
donde reside su gloria"; por la gracia de Dios los cristianos son también
templos del Espíritu Santo, piedras vivas con las que se construye
la Iglesia.
1198 En su condición terrena, la Iglesia tiene
necesidad de lugares donde la comunidad pueda reunirse: nuestras iglesias
visibles, lugares santos, imágenes de la Ciudad santa, la Jerusalén
celestial hacia la cual caminamos como peregrinos.
1199 En estos templos, la Iglesia celebra el culto público
para gloria de la Santísima Trinidad; en ellos escucha la Palabra
de Dios y canta sus alabanzas, eleva su oración y ofrece el Sacrificio
de Cristo, sacramentalmente presente en medio de la asamblea. Estas iglesias
son también lugares de recogimiento y de oración personal.
Artículo 2 DIVERSIDAD LITURGICA
Y UNIDAD DEL MISTERIO
Tradiciones litúrgicas y catolicidad de la Iglesia
1200 Desde la primera
comunidad de Jerusalén hasta la Parusía, las Iglesias de Dios,
fieles a la fe apostólica, celebran en todo lugar el mismo Misterio
pascual. El Misterio celebrado en la liturgia es uno, pero las formas de
su celebración son diversas.
1201 La riqueza insondable del Misterio de Cristo es
tal que ninguna tradición litúrgica puede agotar su expresión.
La historia del nacimiento y del desarrollo de estos ritos testimonia una
maravillosa complementariedad. Cuando las iglesias han vivido estas tradiciones
litúrgicas en comunión en la fe y en los sacramentos de la
fe, se han enriquecido mutuamente y crecen en la fidelidad a la tradición
y a la misión común a toda la Iglesia (cf EN 63-64).
1202 Las diversas tradiciones litúrgicas nacieron
por razón misma de la misión de la Iglesia. Las Iglesias de
una misma área geográfica y cultural llegaron a celebrar el
Misterio de Cristo a través de expresiones particulares, culturalmente
tipificadas: en la tradición del "depósito de la fe" (2 Tm
1,14), en el simbolismo litúrgico, en la organización de la
comunión fraterna, en la inteligencia teológica de los misterios,
y en tipos de santidad. Así, Cristo, Luz y Salvación de todos
los pueblos, mediante la vida litúrgica de una Iglesia, se manifiesta
al pueblo y a la cultura a los cuales es enviada y en los que se enraíza.
La Iglesia es católica: puede integrar en su unidad, purificándolas,
todas las verdaderas riquezas de las culturas (cf LG 23; UR 4).
1203 Las tradiciones litúrgicas, o ritos, actualmente
en uso en la Iglesia son el rito latino (principalmente el rito romano,
pero también los ritos de algunas iglesias locales como el rito ambrosiano,
el rito hispánico-visigótico o los de diversas órdenes
religiosas) y los ritos bizantino, alejandrino o copto, siriaco, armenio,
maronita y caldeo. "El sacrosanto Concilio, fiel a la Tradición,
declara que la santa Madre Iglesia concede igual derecho y honor a todos
los ritos legítimamente reconocidos y quiere que en el futuro se
conserven y fomenten por todos los medios" (SC 4).
Liturgia y culturas
1204 Por tanto, la
celebración de la liturgia debe corresponder al genio y a la cultura
de los diferentes pueblos (cf SC 37-40). Para que el Misterio de Cristo
sea "dado a conocer a todos los gentiles para obediencia de la fe" (Rm 16,26),
debe ser anunciado, celebrado y vivido en todas las culturas, de modo que
estas no son abolidas sino rescatadas y realizadas por él (cf CT
53). La multitud de los hijos de Dios, mediante su cultura humana propia,
asumida y transfigurada por Cristo, tiene acceso al Padre, para glorificarlo
en un solo Espíritu.
1205 "En la liturgia, sobre todo en la de los sacramentos,
existe una parte inmutable –por ser de institución divina–
de la que la Iglesia es guardiana, y partes susceptibles de cambio, que
ella tiene el poder, y a veces incluso el deber, de adaptar a las culturas
de los pueblos recientemente evangelizados (cf SC 21)" (Juan Pablo II, Lit.
Ap. "Vicesimusquintus Annus" 16).
1206 "La diversidad litúrgica puede ser fuente
de enriquecimiento, puede también provocar tensiones, incomprensiones
recíprocas e incluso cismas. En este campo es preciso que la diversidad
no perjudique a la unidad. Sólo puede expresarse en la fidelidad
a la fe común, a los signos sacramentales que la Iglesia ha recibido
de Cristo, y a la comunión jerárquica. La adaptación
a las culturas exige una conversión del corazón, y, si es
preciso, rupturas con hábitos ancestrales incompatibles con la fe
católica" (ibid.).
RESUMEN
1207 Conviene que
la celebración de la liturgia tienda a expresarse en la cultura del
pueblo en que se encuentra la Iglesia, sin someterse a ella. Por otra aparte,
la liturgia misma es generadora y formadora de culturas.
1208 Las diversas tradiciones litúrgicas, o ritos,
legítimamente reconocidas, por significar y comunicar el mismo Misterio
de Cristo, manifiestan la catolicidad de la Iglesia.
1209 El criterio que asegura la unidad en la pluriformidad
de las tradiciones litúrgicas es la fidelidad a la Tradición
apostólica, es decir: la comunión en la fe y los sacramentos
recibidos de los Apóstoles, comunión que está significada
y garantizada por la sucesión apostólica.
SEGUNDA SECCION: LOS SIETE SACRAMENTOS DE LA IGLESIA
1210 Los sacramentos
de la Nueva Ley fueron instituidos por Cristo y son siete, a saber, Bautismo,
Confirmación, Eucaristía, Penitencia, Unción de los
enfermos, Orden sacerdotal y Matrimonio. Los siete sacramentos corresponden
a todas las etapas y todos los momentos importantes de la vida del cristiano:
dan nacimiento y crecimiento, curación y misión a la vida
de fe de los cristianos. Hay aquí una cierta semejanza entre las
etapas de la vida natural y las etapas de la vida espiritual (cf S. Tomás
de A.,s.th. 3, 65,1).
1211 Siguiendo esta analogía se explicarán
en primer lugar los tres sacramentos de la iniciación cristiana (capítulo
primero), luego los sacramentos de la curación (capítulo segundo),
finalmente, los sacramentos que están al servicio de la comunión
y misión de los fieles (capítulo tercero). Ciertamente este
orden no es el único posible, pero permite ver que los sacramentos
forman un organismo en el cual cada sacramento particular tiene su lugar
vital. En este organismo, la Eucaristía ocupa un lugar único,
en cuanto "sacramento de los sacramentos": "todos los otros sacramentos están
ordenados a éste como a su fin" (S. Tomás de A., s.th. 3,
65,3).
CAPITULO PRIMERO: LOS SACRAMENTOS DE LA INICIACION CRISTIANA
1212 Mediante los
sacramentos de la iniciación cristiana, el Bautismo, la Confirmación
y la Eucaristía, se ponen los fundamentos de toda vida cristiana.
"La participación en la naturaleza divina que los hombres reciben
como don mediante la gracia de Cristo, tiene cierta analogía con
el origen, el crecimiento y el sustento de la vida natural. En efecto, los
fieles renacidos en el Bautismo se fortalecen con el sacramento de la Confirmación
y finalmente, son alimentados en la Eucaristía con el manjar de la
vida eterna, y, así por medio de estos sacramentos de la iniciación
cristiana, reciben cada vez con más abundancia los tesoros de la
vida divina y avanzan hacia la perfección de la caridad" (Pablo VI,
Const. apost. "Divinae consortium naturae"; cf OICA, praen. 1-2).
Artículo 1 EL SACRAMENTO DEL
BAUTISMO
1213 El santo Bautismo
es el fundamento de toda la vida cristiana, el pórtico de la vida
en el espíritu ("vitae spiritualis ianua") y la puerta que abre el
acceso a los otros sacramentos. Por el Bautismo somos liberados del pecado
y regenerados como hijos de Dios, llegamos a ser miembros de Cristo y somos
incorporados a la Iglesia y hechos partícipes de su misión
(cf Cc. de Florencia: DS 1314; CIC, can 204,1; 849; CCEO 675,1): "Baptismus
est sacramentum regenerationis per aquam in verbo" ("El bautismo es el sacramento
del nuevo nacimiento por el agua y la palabra", Cath. R. 2,2,5).
I EL NOMBRE DE ESTE SACRAMENTO
1214 Este sacramento
recibe el nombre de Bautismo en razón del carácter del rito
central mediante el que se celebra: bautizar (baptizein en griego) significa
"sumergir", "introducir dentro del agua"; la "inmersión" en el agua
simboliza el acto de sepultar al catecúmeno en la muerte de Cristo
de donde sale por la resurrección con El (cf Rm 6,3-4; Col 2,12)
como "nueva criatura" (2 Co 5,17; Ga 6,15).
1215 Este sacramento es llamado también “baño
de regeneración y de renovación del Espíritu Santo”
(Tt 3,5), porque significa y realiza ese nacimiento del agua y del Espíritu
sin el cual "nadie puede entrar en el Reino de Dios" (Jn 3,5).
1216 "Este baño es llamado iluminación
porque quienes reciben esta enseñanza (catequética) su espíritu
es iluminado..." (S. Justino, Apol. 1,61,12). Habiendo recibido en el Bautismo
al Verbo, "la luz verdadera que ilumina a todo hombre" (Jn 1,9), el bautizado,
"tras haber sido iluminado" (Hb 10,32), se convierte en "hijo de la luz"
(1 Ts 5,5), y en "luz" él mismo (Ef 5,8):
El Bautismo es el más bello y magnífico
de los dones de Dios...lo llamamos don, gracia, unción, iluminación,
vestidura de incorruptibilidad, baño de regeneración, sello
y todo lo más precioso que hay. Don, porque es conferido a los que
no aportan nada; gracia, porque, es dado incluso a culpables; bautismo,
porque el pecado es sepultado en el agua; unción, porque es sagrado
y real (tales son los que son ungidos); iluminación, porque es luz
resplandeciente; vestidura, porque cubre nuestra vergüenza; baño,
porque lava; sello, porque nos guarda y es el signo de la soberanía
de Dios (S. Gregorio Nacianceno, Or. 40,3-4).
II EL BAUTISMO EN LA ECONOMIA DE LA SALVACION
Las prefiguraciones del Bautismo en la Antigua Alianza
1217 En la Liturgia
de la Noche Pascual, cuando se bendice el agua bautismal, la Iglesia hace
solemnemente memoria de los grandes acontecimientos de la historia de la
salvación que prefiguraban ya el misterio del Bautismo:
¡Oh Dios!, que realizas en tus sacramentos obras
admirables con tu poder invisible, y de diversos modos te has servido de
tu criatura el agua para significar la gracia del bautismo (MR, Vigilia Pascual,
bendición del agua bautismal, 42)
1218 Desde el origen del mundo, el agua, criatura humilde
y admirable, es la fuente de la vida y de la fecundidad. La Sagrada Escritura
dice que el Espíritu de Dios "se cernía" sobre ella (cf. Gn
1,2):
¡Oh Dios!, cuyo espíritu, en los orígenes
del mundo, se cernía sobre las aguas, para que ya desde entonces
concibieran el poder de santificar (MR, ibid.).
1219 La Iglesia ha visto en el Arca de Noé una
prefiguración de la salvación por el bautismo. En efecto, por
medio de ella "unos pocos, es decir, ocho personas, fueron salvados a través
del agua" (1 P 3,20):
¡Oh Dios!, que incluso en las aguas torrenciales
del diluvio prefiguraste el nacimiento de la nueva humanidad, de modo que
una misma agua pusiera fin al pecado y diera origen a la santidad (MR, ibid.).
1220 Si el agua de manantial simboliza la vida, el agua
del mar es un símbolo de la muerte. Por lo cual, pudo ser símbolo
del misterio de la Cruz. Por este simbolismo el bautismo significa la comunión
con la muerte de Cristo.
1221 Sobre todo el paso del Mar Rojo, verdadera liberación
de Israel de la esclavitud de Egipto, es el que anuncia la liberación
obrada por el bautismo:
¡Oh Dios!, que hiciste pasar a pie enjuto por
el mar Rojo s los hijos de Abraham, para que el pueblo liberado de la esclavitud
del faraón fuera imagen de la familia de los bautizados (MR, ibid.).
1222 Finalmente, el Bautismo es prefigurado en el paso
del Jordán, por el que el pueblo de Dios recibe el don de la tierra
prometida a la descendencia de Abraham, imagen de la vida eterna. La promesa
de esta herencia bienaventurada se cumple en la nueva Alianza.
El Bautismo de Cristo
1223 Todas las prefiguraciones
de la Antigua Alianza culminan en Cristo Jesús. Comienza su vida pública
después de hacerse bautizar por S. Juan el Bautista en el Jordán
(cf. Mt 3,13 ), y, después de su Resurrección, confiere esta
misión a sus Apóstoles: "Id, pues, y haced discípulos
a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo
y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo
que yo os he mandado" (Mt 28,19-20; cf Mc 16,15-16).
1224 Nuestro Señor se sometió voluntariamente
al Bautismo de S. Juan, destinado a los pecadores, para "cumplir toda justicia"
(Mt 3,15). Este gesto de Jesús es una manifestación de su
"anonadamiento" (Flp 2,7). El Espíritu que se cernía sobre
las aguas de la primera creación desciende entonces sobre Cristo,
como preludio de la nueva creación, y el Padre manifiesta a Jesús
como su "Hijo amado" (Mt 3,16-17).
1225 En su Pascua, Cristo abrió a todos los hombres
las fuentes del Bautismo. En efecto, había hablado ya de su pasión
que iba a sufrir en Jerusalén como de un "Bautismo" con que debía
ser bautizado (Mc 10,38; cf Lc 12,50). La sangre y el agua que brotaron
del costado traspasado de Jesús crucificado (cf. Jn 19,34) son figuras
del Bautismo y de la Eucaristía, sacramentos de la vida nueva (cf
1 Jn 5,6-8): desde entonces, es posible "nacer del agua y del Espíritu"
para entrar en el Reino de Dios (Jn 3,5).
Considera donde eres bautizado, de donde viene el Bautismo:
de la cruz de Cristo, de la muerte de Cristo. Ahí está todo
el misterio: El padeció por ti. En él eres rescatado, en él
eres salvado. (S. Ambrosio, sacr. 2,6).
El bautismo en la Iglesia
1226 Desde el día
de Pentecostés la Iglesia ha celebrado y administrado el santo Bautismo.
En efecto, S. Pedro declara a la multitud conmovida por su predicación:
"Convertíos y que cada uno de vosotros se haga bautizar en el nombre
de Jesucristo, para remisión de vuestros pecados; y recibiréis
el don del Espíritu Santo" (Hch 2,38). Los Apóstoles y sus
colaboradores ofrecen el bautismo a quien crea en Jesús: judíos,
hombres temerosos de Dios, paganos (Hch 2,41; 8,12-13; 10,48; 16,15). El
Bautismo aparece siempre ligado a la fe: "Ten fe en el Señor Jesús
y te salvarás tú y tu casa", declara S. Pablo a su carcelero
en Filipos. El relato continúa: "el carcelero inmediatamente recibió
el bautismo, él y todos los suyos" (Hch 16,31-33).
1227 Según el apóstol S. Pablo, por el
Bautismo el creyente participa en la muerte de Cristo; es sepultado y resucita
con él:
¿O es que ignoráis que cuantos fuimos
bautizados en Cristo Jesús, fuimos bautizados en su muerte? Fuimos,
pues, con él sepultados por el bautismo en la muerte, a fin de que,
al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos por medio de la
gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva
(Rm 6,3-4; cf Col 2,12).
Los bautizados se han "revestido de Cristo" (Ga 3,27).
Por el Espíritu Santo, el Bautismo es un baño que purifica,
santifica y justifica (cf 1 Co 6,11; 12,13).
1228 El Bautismo es, pues, un baño de agua en
el que la "semilla incorruptible" de la Palabra de Dios produce su efecto
vivificador (cf. 1 P 1,23; Ef 5,26). S. Agustín dirá del Bautismo:
"Accedit verbum ad elementum, et fit sacramentum" ("Se une la palabra a
la materia, y se hace el sacramento", ev. Io. 80,3).
III LA CELEBRACION DEL SACRAMENTO DEL BAUTISMO
La iniciación cristiana
1229 Desde los tiempos
apostólicos, para llegar a ser cristiano se sigue un camino y una
iniciación que consta de varias etapas. Este camino puede ser recorrido
rápida o lentamente. Y comprende siempre algunos elementos esenciales:
el anuncio de la Palabra, la acogida del Evangelio que lleva a la conversión,
la profesión de fe, el Bautismo, la efusión del Espíritu
Santo, el acceso a la comunión eucarística.
1230 Esta iniciación ha variado mucho a lo largo
de los siglos y según las circunstancias. En los primeros siglos
de la Iglesia, la iniciación cristiana conoció un gran desarrollo,
con un largo periodo de catecumenado, y una serie de ritos preparatorios
que jalonaban litúrgicamente el camino de la preparación catecumenal
y que desembocaban en la celebración de los sacramentos de la iniciación
cristiana.
1231 Desde que el bautismo de los niños vino a
ser la forma habitual de celebración de este sacramento, ésta
se ha convertido en un acto único que integra de manera muy abreviada
las etapas previas a la iniciación cristiana. Por su naturaleza misma,
el Bautismo de niños exige un catecumenado postbautismal. No se trata
sólo de la necesidad de una instrucción posterior al Bautismo,
sino del desarrollo necesario de la gracia bautismal en el crecimiento de
la persona. Es el momento propio de la catequesis.
1232 El Concilio Vaticano II ha restaurado para la Iglesia
latina, "el catecumenado de adultos, dividido en diversos grados" (SC 64).
Sus ritos se encuentran en el Ordo initiationis christianae adultorum (1972).
Por otra parte, el Concilio ha permitido que "en tierras de misión,
además de los elementos de iniciación contenidos en la tradición
cristiana, pueden admitirse también aquellos que se encuentran en
uso en cada pueblo siempre que puedan acomodarse al rito cristiano" (SC 65;
cf. SC 37-40).
1233 Hoy, pues, en todos los ritos latinos y orientales
la iniciación cristiana de adultos comienza con su entrada en el
catecumenado, para alcanzar su punto culminante en una sola celebración
de los tres sacramentos del Bautismo, de la Confirmación y de la
Eucaristía (cf. AG 14; CIC can.851.865.866). En los ritos orientales
la iniciación cristiana de los niños comienza con el Bautismo,
seguido inmediatamente por la Confirmación y la Eucaristía,
mientras que en el rito romano se continúa durante unos años
de catequesis, para acabar más tarde con la Confirmación y
la Eucaristía, cima de su iniciación cristiana (cf. CIC can.851,
2º; 868).
La mistagogia de la celebración
1234 El sentido y
la gracia del sacramento del Bautismo aparece claramente en los ritos de
su celebración. Cuando se participa atentamente en los gestos y las
palabras de esta celebración, los fieles se inician en las riquezas
que este sacramento significa y realiza en cada nuevo bautizado.
1235 La señal de la cruz, al comienzo de la celebración,
señala la impronta de Cristo sobre el que le va a pertenecer y significa
la gracia de la redención que Cristo nos ha adquirido por su cruz.
1236 El anuncio de la Palabra de Dios ilumina con la
verdad revelada a los candidatos y a la asamblea y suscita la respuesta
de la fe, inseparable del Bautismo. En efecto, el Bautismo es de un modo
particular "el sacramento de la fe" por ser la entrada sacramental en la
vida de fe.
1237 Puesto que el Bautismo significa la liberación
del pecado y de su instigador, el diablo, se pronuncian uno o varios exorcismos
sobre el candidato. Este es ungido con el óleo de los catecúmenos
o bien el celebrante le impone la mano y el candidato renuncia explícitamente
a Satanás. Así preparado, puede confesar la fe de la Iglesia,
a la cual será "confiado" por el Bautismo (cf Rm 6,17).
1238 El agua bautismal es entonces consagrada mediante
una oración de epíclesis (en el momento mismo o en la noche
pascual). La Iglesia pide a Dios que, por medio de su Hijo, el poder del
Espíritu Santo descienda sobre esta agua, a fin de que los que sean
bautizados con ella "nazcan del agua y del Espíritu" (Jn 3,5).
1239 Sigue entonces el rito esencial del sacramento:
el Bautismo propiamente dicho, que significa y realiza la muerte al pecado
y la entrada en la vida de la Santísima Trinidad a través
de la configuración con el Misterio pascual de Cristo. El Bautismo
es realizado de la manera más significativa mediante la triple inmersión
en el agua bautismal. Pero desde la antigüedad puede ser también
conferido derramando tres veces agua sobre la cabeza del candidato.
1240 En la Iglesia latina, esta triple infusión
va acompañada de las palabras del ministro: "N, Yo te bautizo en
el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo". En las liturgias
orientales, estando el catecúmeno vuelto hacia el Oriente, el sacerdote
dice: "El siervo de Dios, N., es bautizado en el nombre del Padre, y del
Hijo y del Espíritu Santo". Y mientras invoca a cada persona de la
Santísima Trinidad, lo sumerge en el agua y lo saca de ella.
1241 La unción con el santo crisma, óleo
perfumado y consagrado por el obispo, significa el don del Espíritu
Santo al nuevo bautizado. Ha llegado a ser un cristiano, es decir, "ungido"
por el Espíritu Santo, incorporado a Cristo, que es ungido sacerdote,
profeta y rey (cf OBP nº 62).
1242 En la liturgia de las Iglesias de Oriente, la unción
postbautismal es el sacramento de la Crismación (Confirmación).
En la liturgia romana, dicha unción anuncia una segunda unción
del santo crisma que dará el obispo: el sacramento de la Confirmación
que, por así decirlo, "confirma" y da plenitud a la unción
bautismal.
1243 La vestidura blanca simboliza que el bautizado
se ha "revestido de Cristo" (Ga 3,27): ha resucitado con Cristo. El cirio
que se enciende en el cirio pascual, significa que Cristo ha iluminado al
neófito. En Cristo, los bautizados son "la luz del mundo" (Mt 5,14;
cf Flp 2,15).
El nuevo bautizado es ahora hijo de Dios en el Hijo
Unico. Puede ya decir la oración de los hijos de Dios: el Padre Nuestro.
1244 La primera comunión eucarística. Hecho
hijo de Dios, revestido de la túnica nupcial, el neófito es
admitido "al festín de las bodas del Cordero" y recibe el alimento
de la vida nueva, el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Las Iglesias orientales
conservan una conciencia viva de la unidad de la iniciación cristiana
por lo que dan la sagrada comunión a todos los nuevos bautizados
y confirmados, incluso a los niños pequeños, recordando las
palabras del Señor: "Dejad que los niños vengan a mí,
no se lo impidáis" (Mc 10,14). La Iglesia latina, que reserva el
acceso a la Sagrada Comunión a los que han alcanzado el uso de razón,
expresa cómo el Bautismo introduce a la Eucaristía acercando
al altar al niño recién bautizado para la oración del
Padre Nuestro.
1245 La bendición solemne cierra la celebración
del Bautismo. En el Bautismo de recién nacidos, la bendición
de la madre ocupa un lugar especial.
IV QUIEN PUEDE RECIBIR EL BAUTISMO
1246 "Es capaz de
recibir el bautismo todo ser humano, aún no bautizado, y solo él"
(CIC, can. 864: CCEO, can. 679).
El Bautismo de adultos
1247 En los orígenes
de la Iglesia, cuando el anuncio del evangelio está aún en
sus primeros tiempos, el Bautismo de adultos es la práctica más
común. El catecumenado (preparación para el Bautismo) ocupa
entonces un lugar importante. Iniciación a la fe y a la vida cristiana,
el catecumenado debe disponer a recibir el don de Dios en el Bautismo, la
Confirmación y la Eucaristía.
1248 El catecumenado, o formación de los catecúmenos,
tiene por finalidad permitir a estos últimos, en respuesta a la iniciativa
divina y en unión con una comunidad eclesial, llevar a madurez su
conversión y su fe. Se trata de una "formación y noviciado
debidamente prolongado de la vida cristiana, en que los discípulos
se unen con Cristo, su Maestro. Por lo tanto, hay que iniciar adecuadamente
a los catecúmenos en el misterio de la salvación, en la práctica
de las costumbres evangélicas y en los ritos sagrados que deben celebrarse
en los tiempos sucesivos, e introducirlos en la vida de fe, la liturgia y
la caridad del Pueblo de Dios" (AG 14; cf OICA 19 y 98).
1249 Los catecúmenos "están ya unidos
a la Iglesia, pertenecen ya a la casa de Cristo y muchas veces llevan ya
una una vida de fe, esperanza y caridad" (AG 14). "La madre Iglesia
los abraza ya con amor tomándolos a sus cargo" (LG 14; cf CIC can.
206; 788,3)
El Bautismo de niños
1250 Puesto que nacen
con una naturaleza humana caída y manchada por el pecado original,
los niños necesitan también el nuevo nacimiento en el Bautismo
(cf DS 1514) para ser librados del poder de las tinieblas y ser trasladados
al dominio de la libertad de los hijos de Dios (cf Col 1,12-14), a la que
todos los hombres están llamados. La pura gratuidad de la gracia de
la salvación se manifiesta particularmente en el bautismo de niños.
Por tanto, la Iglesia y los padres privarían al niño de la
gracia inestimable de ser hijo de Dios si no le administraran el Bautismo
poco después de su nacimiento (cf CIC can. 867; CCEO, can. 681; 686,1).
1251 Los padres cristianos deben reconocer que esta práctica
corresponde también a su misión de alimentar la vida que Dios
les ha confiado (cf LG 11; 41; GS 48; CIC can. 868).
1252 La práctica de bautizar a los niños
pequeños es una tradición inmemorial de la Iglesia. Está
atestiguada explícitamente desde el siglo II. Sin embargo, es muy
posible que, desde el comienzo de la predicación apostólica,
cuando "casas" enteras recibieron el Bautismo (cf Hch 16,15.33; 18,8; 1 Co
1,16), se haya bautizado también a los niños (cf CDF, instr.
"Pastoralis actio": AAS 72 [1980] 1137-56).
Fe y Bautismo
1253 El Bautismo
es el sacramento de la fe (cf Mc 16,16). Pero la fe tiene necesidad de la
comunidad de creyentes. Sólo en la fe de la Iglesia puede creer cada
uno de los fieles. La fe que se requiere para el Bautismo no es una fe perfecta
y madura, sino un comienzo que está llamado a desarrollarse. Al catecúmeno
o a su padrino se le pregunta: "¿Qué pides a la Iglesia de Dios?"
y él responde: "¡La fe!".
1254 En todos los bautizados, niños o adultos,
la fe debe crecer después del Bautismo. Por eso, la Iglesia celebra
cada año en la noche pascual la renovación de las promesas del
Bautismo. La preparación al Bautismo sólo conduce al umbral
de la vida nueva. El Bautismo es la fuente de la vida nueva en Cristo, de
la cual brota toda la vida cristiana.
1255 Para que la gracia bautismal pueda desarrollarse
es importante la ayuda de los padres. Ese es también el papel del padrino
o de la madrina, que deben ser creyentes sólidos, capaces y
prestos a ayudar al nuevo bautizado, niño o adulto, en su camino de
la vida cristiana (cf CIC can. 872-874). Su tarea es una verdadera función
eclesial (officium; cf SC 67). Toda la comunidad eclesial participa de la
responsabilidad de desarrollar y guardar la gracia recibida en el Bautismo.
V QUIEN PUEDE BAUTIZAR
1256 Son ministros
ordinarios del Bautismo el obispo y el presbítero y, en la Iglesia
latina, también el diácono (cf CIC, can. 861,1; CCEO, can.
677,1). En caso de necesidad, cualquier persona, incluso no bautizada, puede
bautizar (Cf CIC can. 861, § 2) si tiene la intención requerida
y utiliza la fórmula bautismal trinitaria. La intención requerida
consiste en querer hacer lo que hace la Iglesia al bautizar. La Iglesia ve
la razón de esta posibilidad en la voluntad salvífica universal
de Dios (cf 1 Tm 2,4) y en la necesidad del Bautismo para la salvación
(cf Mc 16,16).
VI LA NECESIDAD DEL BAUTISMO
1257 El Señor
mismo afirma que el Bautismo es necesario para la salvación (cf Jn
3,5). Por ello mandó a sus discípulos a anunciar el Evangelio
y bautizar a todas las naciones (cf Mt 28, 19-20; cf DS 1618; LG 14; AG 5).
El Bautismo es necesario para la salvación en aquellos a los
que el Evangelio ha sido anunciado y han tenido la posibilidad de pedir este
sacramento (cf Mc 16,16). La Iglesia no conoce otro medio que el Bautismo
para asegurar la entrada en la bienaventuranza eterna; por eso está
obligada a no descuidar la misión que ha recibido del Señor
de hacer "renacer del agua y del espíritu" a todos los que pueden
ser bautizados. Dios ha vinculado la salvación al sacramento del Bautismo,
pero su intervención salvífica no queda reducida a los sacramentos.
1258 Desde siempre, la Iglesia posee la firme convicción
de que quienes padecen la muerte por razón de la fe, sin haber recibido
el Bautismo, son bautizados por su muerte con Cristo y por Cristo. Este
Bautismo de sangre como el deseo del Bautismo, produce los frutos del Bautismo
sin ser sacramento.
1259 A los catecúmenos que mueren antes de su
Bautismo, el deseo explícito de recibir el bautismo unido al arrepentimiento
de sus pecados y a la caridad, les asegura la salvación que no han
podido recibir por el sacramento.
1260 "Cristo murió por todos y la vocación
última del hombre en realmente una sola, es decir, la vocación
divina. En consecuencia, debemos mantener que el Espíritu Santo ofrece
a todos la posibilidad de que, de un modo conocido sólo por Dios,
se asocien a este misterio pascual" (GS 22; cf LG 16; AG 7). Todo hombre
que, ignorando el evangelio de Cristo y su Iglesia, busca la verdad y hace
la voluntad de Dios según él la conoce, puede ser salvado.
Se puede suponer que semejantes personas habrían deseado explícitamente
el Bautismo si hubiesen conocido su necesidad.
1261 En cuanto a los niños muertos sin Bautismo,
la Iglesia sólo puede confiarlos a la misericordia divina, como hace
en el rito de las exequias por ellos. En efecto, la gran misericordia de
Dios, que quiere que todos los hombres se salven (cf 1 Tm 2,4) y la ternura
de Jesús con los niños, que le hizo decir: "Dejad que los niños
se acerquen a mí, no se lo impidáis" (Mc 10,14), nos permiten
confiar en que haya un camino de salvación para los niños
que mueren sin Bautismo. Por esto es más apremiante aún la
llamada de la Iglesia a no impedir que los niños pequeños
vengan a Cristo por el don del santo bautismo.
VII LA GRACIA DEL BAUTISMO
1262 Los distintos
efectos del Bautismo son significados por los elementos sensibles del rito
sacramental. La inmersión en el agua evoca los simbolismos de la muerte
y de la purificación, pero también los de la regeneración
y de la renovación. Los dos efectos principales, por tanto, son la
purificación de los pecados y el nuevo nacimiento en el Espíritu
Santo (cf Hch 2,38; Jn 3,5).
Para la remisión de los pecados...
1263 Por el Bautismo,
todos los pecados son perdonados, el pecado original y todos los pecados
personales así como todas las penas del pecado (cf DS 1316). En efecto,
en los que han sido regenerados no permanece nada que les impida entrar en
el Reino de Dios, ni el pecado de Adán, ni el pecado personal, ni
las consecuencias del pecado, la más grave de las cuales es la separación
de Dios.
1264 No obstante, en el bautizado permanecen ciertas
consecuencias temporales del pecado, como los sufrimientos, la enfermedad,
la muerte o las fragilidades inherentes a la vida como las debilidades de
carácter, etc., así como una inclinación al pecado
que la Tradición llama concupiscencia, o "fomes peccati": "La concupiscencia,
dejada para el combate, no puede dañar a los que no la consienten
y la resisten con coraje por la gracia de Jesucristo. Antes bien `el que
legítimamente luchare, será coronado'(2 Tm 2,5)" (Cc de Trento:
DS 1515).
“Una criatura nueva”
1265 El Bautismo no solamente purifica de todos los pecados,
hace también del neófito "una nueva creación" (2 Co
5,17), un hijo adoptivo de Dios (cf Ga 4,5-7) que ha sido hecho "partícipe
de la naturaleza divina" ( 2 P 1,4), miembro de Cristo (cf 1 Co 6,15; 12,27),
coheredero con él (Rm 8,17) y templo del Espíritu Santo (cf
1 Co 6,19).
1266 La Santísima Trinidad da al bautizado la
gracia santificante, la gracia de la justificación que :
– le hace capaz de creer en Dios, de esperar en él
y de amarlo mediante las virtudes teologales;
– le concede poder vivir y obrar bajo la moción
del Espíritu Santo mediante los dones del Espíritu Santo;
– le permite crecer en el bien mediante las virtudes
morales.
Así todo el organismo de la vida sobrenatural
del cristiano tiene su raíz en el santo Bautismo.
Incorporados a la Iglesia, Cuerpo de Cristo
1267 El Bautismo
hace de nosotros miembros del Cuerpo de Cristo. "Por tanto...somos miembros
los unos de los otros" (Ef 4,25). El Bautismo incorpora a la Iglesia. De
las fuentes bautismales nace el único pueblo de Dios de la Nueva Alianza
que trasciende todos los límites naturales o humanos de las naciones,
las culturas, las razas y los sexos: "Porque en un solo Espíritu hemos
sido todos bautizados, para no formar más que un cuerpo" (1 Co 12,13).
1268 Los bautizados vienen a ser "piedras vivas" para
"edificación de un edificio espiritual, para un sacerdocio santo" (1
P 2,5). Por el Bautismo participan del sacerdocio de Cristo, de su misión
profética y real, son "linaje elegido, sacerdocio real, nación
santa, pueblo adquirido, para anunciar las alabanzas de Aquel que os ha llamado
de las tinieblas a su admirable luz" (1 P 2,9). El Bautismo hace participar
en el sacerdocio común de los fieles.
1269 Hecho miembro de la Iglesia, el bautizado ya no
se pertenece a sí mismo (1 Co 6,19), sino al que murió y resucitó
por nosotros (cf 2 Co 5,15). Por tanto, está llamado a someterse
a los demás (Ef 5,21; 1 Co 16,15-16), a servirles (cf Jn 13,12-15)
en la comunión de la Iglesia, y a ser "obediente y dócil"
a los pastores de la Iglesia (Hb 13,17) y a considerarlos con respeto y
afecto (cf 1 Ts 5,12-13). Del mismo modo que el Bautismo es la fuente de
responsabilidades y deberes, el bautizado goza también de derechos
en el seno de la Iglesia: recibir los sacramentos, ser alimentado con la
palabra de Dios y ser sostenido por los otros auxilios espirituales de la
Iglesia (cf LG 37; CIC can. 208-223; CCEO, can. 675,2).
1270 Los bautizados "por su nuevo nacimiento como hijos
de Dios están obligados a confesar delante de los hombres la fe que
recibieron de Dios por medio de la Iglesia" (LG 11) y de participar en la
actividad apostólica y misionera del Pueblo de Dios (cf LG 17; AG
7,23).
El vínculo sacramental de la unidad de los cristianos
1271 El Bautismo
constituye el fundamento de la comunión entre todos los cristianos,
e incluso con los que todavía no están en plena comunión
con la Iglesia católica: "Los que creen en Cristo y han recibido ritualmente
el bautismo están en una cierta comunión, aunque no perfecta,
con la Iglesia católica... justificados por la fe en el bautismo,
se han incorporado a Cristo; por tanto, con todo derecho se honran con el
nombre de cristianos y son reconocidos con razón por los hijos de
la Iglesia Católica como hermanos del Señor" (UR 3). "Por consiguiente,
el bautismo constituye un vínculo sacramental de unidad, vigente entre
los que han sido regenerados por él" (UR 22).
Un sello espiritual indeleble...
1272 Incorporado
a Cristo por el Bautismo, el bautizado es configurado con Cristo (cf Rm 8,29).
El Bautismo imprime en el cristiano un sello espiritual indeleble (character)
de su pertenencia a Cristo. Este sello no es borrado por ningún pecado,
aunque el pecado impida al Bautismo dar frutos de salvación (cf DS
1609-1619). Dado una vez por todas, el Bautismo no puede ser reiterado.
1273 Incorporados a la Iglesia por el Bautismo, los fieles
han recibido el carácter sacramental que los consagra para el culto
religioso cristiano (cf LG 11). El sello bautismal capacita y compromete
a los cristianos a servir a Dios mediante una participación viva en
la santa Liturgia de la Iglesia y a ejercer su sacerdocio bautismal por el
testimonio de una vida santa y de una caridad eficaz (cf LG 10).
1274 El "sello del Señor" (Dominicus character:
S. Agustín, Ep. 98,5), es el sello con que el Espíritu Santo
nos ha marcado "para el día de la redención" (Ef 4,30; cf
Ef 1,13-14; 2 Co 1,21-22). "El Bautismo, en efecto, es el sello de la vida
eterna" (S. Ireneo, Dem.,3). El fiel que "guarde el sello" hasta el fin,
es decir, que permanezca fiel a las exigencias de su Bautismo, podrá
morir marcado con "el signo de la fe" (MR, Canon romano, 97), con la fe
de su Bautismo, en la espera de la visión bienaventurada de Dios
–consumación de la fe– y en la esperanza de la resurrección.
RESUMEN
1275 La iniciación
cristiana se realiza mediante el conjunto de tres sacramentos: el Bautismo,
que es el comienzo de la vida nueva; la Confirmación que es su afianzamiento;
y la Eucaristía que alimenta al discípulo con el Cuerpo y la
Sangre de Cristo para ser transformado en El.
1276 "Id, pues, y haced discípulos a todas las
gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu
Santo, enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado"
(Mt 28,19-20).
1277 El Bautismo constituye el nacimiento a la vida nueva
en Cristo. Según la voluntad del Señor, es necesario para
la salvación, como lo es la Iglesia misma, a la que introduce el
Bautismo.
1278 El rito esencial del Bautismo consiste en sumergir
en el agua al candidato o derramar agua sobre su cabeza, pronunciando la
invocación de la Santísima Trinidad, es decir, del Padre, del
Hijo y del Espíritu Santo.
1279 El fruto del Bautismo, o gracia bautismal, es una
realidad rica que comprende: el perdón del pecado original y de todos
los pecados personales; el nacimiento a la vida nueva, por la cual el hombre
es hecho hijo adoptivo del Padre, miembro de Cristo, templo del Espíritu
Santo. Por la acción misma del bautismo, el bautizado es incorporado
a la Iglesia, Cuerpo de Cristo, y hecho partícipe del sacerdocio
de Cristo.
1280 El Bautismo imprime en el alma un signo espiritual
indeleble, el carácter, que consagra al bautizado al culto de la
religión cristiana. Por razón del carácter, el Bautismo
no puede ser reiterado (cf DS 1609 y 1624).
1281 Los que padecen la muerte a causa de la fe, los
catecúmenos y todos los hombres que, bajo el impulso de la gracia,
sin conocer la Iglesia, buscan sinceramente a Dios y se esfuerzan por cumplir
su voluntad, pueden salvarse aunque no hayan recibido el Bautismo (cf LG
16).
1282 Desde los tiempos más antiguos, el Bautismo
es dado a los niños, porque es una gracia y un don de Dios que no
suponen méritos humanos; los niños son bautizados en la fe
de la Iglesia. La entrada en la vida cristiana da acceso a la verdadera libertad.
1283 En cuanto a los niños muertos sin bautismo,
la liturgia de la Iglesia nos invita a tener confianza
en la misericordia divina y a orar por su salvación.
1284 En caso de necesidad, toda persona puede bautizar,
con tal que tenga la intención de hacer lo que hace la Iglesia, y
que derrame agua sobre la cabeza del candidato diciendo: "Yo te bautizo en
el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo".
Artículo 2 EL SACRAMENTO DE
LA CONFIRMACION
1285 Con el Bautismo
y la Eucaristía, el sacramento de la Confirmación constituye
el conjunto de los "sacramentos de la iniciación cristiana", cuya
unidad debe ser salvaguardada. Es preciso, pues, explicar a los fieles que
la recepción de este sacramento es necesaria para la plenitud de la
gracia bautismal (cf OCf, Praenotanda 1). En efecto, a los bautizados "el
sacramento de la confirmación los une más íntimamente
a la Iglesia y los los enriquece con una fortaleza especial del Espíritu
Santo. De esta forma se comprometen mucho más, como auténticos
testigos de Cristo, a extender y defender la fe con sus palabras y sus obras"
(LG 11; cf OCf, Praenotanda 2):
I LA CONFIRMACION EN LA ECONOMIA DE LA SALVACION
1286 En el Antiguo
Testamento, los profetas anunciaron que el Espíritu del Señor
reposaría sobre el Mesías esperado (cf. Is 11,2) para realizar
su misión salvífica (cf Lc 4,16-22; Is 61,1). El descenso del
Espíritu Santo sobre Jesús en su Bautismo por Juan fue el signo
de que él era el que debía venir, el Mesías, el Hijo
de Dios (Mt 3,13-17; Jn 1,33-34). Habiendo sido concedido por obra del Espíritu
Santo, toda su vida y toda su misión se realizan en una comunión
total con el Espíritu Santo que el Padre le da "sin medida" (Jn 3,34).
1287 Ahora bien, esta plenitud del Espíritu no
debía permanecer únicamente en el Mesías, sino que debía
ser comunicada a todo el pueblo mesiánico (cf Ez 36,25-27; Jl
3,1-2). En repetidas ocasiones Cristo prometió esta efusión
del Espíritu (cf Lc 12,12; Jn 3,5-8; 7,37-39; 16,7-15; Hch 1,8), promesa
que realizó primero el día de Pascua (Jn 20,22) y luego, de
manera más manifiesta el día de Pentecostés (cf Hch 2,1-4).
Llenos del Espíritu Santo, los Apóstoles comienzan a proclamar
"las maravillas de Dios" (Hch 2,11) y Pedro declara que esta efusión
del Espíritu es el signo de los tiempos mesiánicos (cf Hch
2, 17-18). Los que creyeron en la predicación apostólica y
se hicieron bautizar, recibieron a su vez el don del Espíritu Santo
(cf Hch 2,38).
1288 "Desde aquel tiempo, los Apóstoles, en cumplimiento
de la voluntad de Cristo, comunicaban a los neófitos, mediante la
imposición de las manos, el don del Espíritu Santo, destinado
a completar la gracia del Bautismo (cf Hch 8,15-17; 19,5-6). Esto explica
por qué en la Carta a los Hebreos se recuerda, entre los primeros
elementos de la formación cristiana, la doctrina del bautismo y de
la la imposición de las manos (cf Hb 6,2). Es esta imposición
de las manos la ha sido con toda razón considerada por la tradición
católica como el primitivo origen del sacramento de la Confirmación,
el cual perpetúa, en cierto modo, en la Iglesia, la gracia de Pentecostés"
(Pablo VI, const. apost. "Divinae consortium naturae").
1289 Muy pronto, para mejor significar el don del Espíritu
Santo, se añadió a la imposición de las manos una unción
con óleo perfumado (crisma). Esta unción ilustra el nombre
de "cristiano" que significa "ungido" y que tiene su origen en el nombre
de Cristo, al que "Dios ungió con el Espíritu Santo" (Hch 10,38).
Y este rito de la unción existe hasta nuestros días tanto
en Oriente como en Occidente. Por eso en Oriente, se llama a este sacramento
crismación, unción con el crisma, o myron, que significa "crisma".
En Occidente el nombre de Confirmación sugiere que este sacramento
al mismo tiempo confirma el Bautismo y robustece la gracia bautismal.
Dos tradiciones: Oriente y Occidente
1290 En los primeros
siglos la Confirmación constituye generalmente una única celebración
con el Bautismo, y forma con éste, según la expresión
de S. Cipriano, un "sacramento doble. Entre otras razones, la multiplicación
de los bautismos de niños, durante todo el tiempo del año,
y la multiplicación de las parroquias (rurales), que agrandaron las
diócesis, ya no permite la presencia del obispo en todas las celebraciones
bautismales. En Occidente, por el deseo de reservar al obispo el acto de
conferir la plenitud al Bautismo, se establece la separación temporal
de ambos sacramentos. El Oriente ha conservado unidos los dos sacramentos,
de modo que la Confirmación es dada por el presbítero que
bautiza. Este, sin embargo, sólo puede hacerlo con el "myron" consagrado
por un obispo (cf CCEO, can. 695,1; 696,1).
1291 Una costumbre de la Iglesia de Roma facilitó
el desarrollo de la práctica occidental; había una doble unción
con el santo crisma después del Bautismo: realizada ya una por el
presbítero al neófito al salir del baño bautismal, es
completada por una segunda unción hecha por el obispo en la frente
de cada uno de los recién bautizados (véase S. Hipólito
de Roma, Trad. Ap. 21). La primera unción con el santo crisma, la
que daba el sacerdote, quedó unida al rito bautismal; significa la
participación del bautizado en las funciones profética, sacerdotal
y real de Cristo. Si el Bautismo es conferido a un adulto, sólo hay
una unción postbautismal: la de la Confirmación.
1292 La práctica de las Iglesias de Oriente destaca
más la unidad de la iniciación cristiana. La de la Iglesia
latina expresa más netamente la comunión del nuevo cristiano
con su obispo, garante y servidor de la unidad de su Iglesia, de su catolicidad
y su apostolicidad, y por ello, el vínculo con los orígenes
apostólicos de la Iglesia de Cristo.
II LOS SIGNOS Y EL RITO DE LA CONFIRMACION
1293 En el rito de
este sacramento conviene considerar el signo de la unción y
lo que la unción designa e imprime: el sello espiritual.
La unción, en el simbolismo bíblico y
antiguo, posee numerosas significaciones: el aceite es signo de abundancia
(cf Dt 11,14, etc.) y de alegría (cf Sal 23,5; 104,15); purifica (unción
antes y después del baño) y da agilidad (la unción de
los atletas y de los luchadores); es signo de curación, pues suaviza
las contusiones y las heridas (cf Is 1,6; Lc 10,34) y el ungido irradia belleza,
santidad y fuerza.
1294 Todas estas significaciones de la unción
con aceite se encuentran en la vida sacramental. La unción antes
del Bautismo con el óleo de los catecúmenos significa purificación
y fortaleza; la unción de los enfermos expresa curación y
el consuelo. La unción del santo crisma después del Bautismo,
en la Confirmación y en la Ordenación, es el signo de una consagración.
Por la Confirmación, los cristianos, es decir, los que son ungidos,
participan más plenamente en la misión de Jesucristo y en
la plenitud del Espíritu Santo que éste posee, a fin de que
toda su vida desprenda "el buen olor de Cristo" (cf 2 Co 2,15).
1295 Por medio de esta unción, el confirmando
recibe "la marca", el sello del Espíritu Santo. El sello es el símbolo
de la persona (cf Gn 38,18; Ct 8,9), signo de su autoridad (cf Gn 41,42),
de su propiedad sobre un objeto (cf. Dt 32,34) -por eso se marcaba a los
soldados con el sello de su jefe y a los esclavos con el de su señor-;
autentifica un acto jurídico (cf 1 R 21,8) o un documento (cf Jr 32,10)
y lo hace, si es preciso, secreto (cf Is 29,11).
1296 Cristo mismo se declara marcado con el sello de
su Padre (cf Jn 6,27). El cristiano también está marcado con
un sello: "Y es Dios el que nos conforta juntamente con vosotros en Cristo
y el que nos ungió, y el que nos marcó con su sello y nos
dio en arras el Espíritu en nuestros corazones" (2 Co 1,22; cf Ef
1,13; 4,30). Este sello del Espíritu Santo, marca la pertenencia
total a Cristo, la puesta a su servicio para siempre, pero indica también
la promesa de la protección divina en la gran prueba escatológica
(cf Ap 7,2-3; 9,4; Ez 9,4-6).
La celebración de la Confirmación
1297 Un momento importante
que precede a la celebración de la Confirmación, pero que,
en cierta manera forma parte de ella, es la consagración del santo
crisma. Es el obispo quien, el Jueves Santo, en el transcurso de la Misa
crismal, consagra el santo crisma para toda su Diócesis. En las Iglesias
de Oriente, esta consagración está reservada al Patriarca:
La liturgia de Antioquía expresa así la
epíclesis de la consagración del santo crisma (myron): " (Padre...envía
tu Espíritu Santo) sobre nosotros y sobre este aceite que está
delante de nosotros y conságralo, de modo que sea para todos los
que sean ungidos y marcados con él, myron santo, myron sacerdotal,
myron real, unción de alegría, vestidura de la luz, manto
de salvación, don espiritual, santificación de las almas y
de los cuerpos, dicha imperecedera, sello indeleble, escudo de la fe y casco
terrible contra todas las obras del Adversario".
1298 Cuando la Confirmación se celebra separadamente
del Bautismo, como es el caso en el rito romano, la liturgia del sacramento
comienza con la renovación de las promesas del Bautismo y la profesión
de fe de los confirmandos. Así aparece claramente que la Confirmación
constituye una prolongación del Bautismo (cf SC 71). Cuando es bautizado
un adulto, recibe inmediatamente la Confirmación y participa en la
Eucaristía (cf CIC can.866).
1299 En el rito romano, el obispo extiende las manos
sobre todos los confirmandos, gesto que, desde el tiempo de los apóstoles,
es el signo del don del Espíritu. Y el obispo invoca así la
efusión del Espíritu:
Dios Todopoderoso, Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que regeneraste, por el agua y el Espíritu Santo, a estos siervos
tuyos y los libraste del pecado: escucha nuestra oración y envía
sobre ellos el Espíritu Santo Paráclito; llénalos de
espíritu de sabiduría y de inteligencia, de espíritu
de consejo y de fortaleza, de espíritu de ciencia y de piedad; y cólmalos
del espíritu de tu santo temor. Por Jesucristo nuestro Señor.
1300 Sigue el rito esencial del sacramento. En el rito
latino, "el sacramento de la confirmación es conferido por la unción
del santo crisma en la frente, hecha imponiendo la mano, y con estas palabras:
"Recibe por esta señal el don del Espíritu Santo" (Paulus
VI, Const. Ap. Divinae consortium naturae). En las Iglesias orientales,
la unción del myron se hace después de una oración
de epíclesis, sobre las partes más significativas del cuerpo:
la frente, los ojos, la nariz, los oídos, los labios, el pecho, la
espalda, las manos y los pies, y cada unción va acompañada
de la fórmula: "Sfragi~ dwrea~ Pneumto~ æAgiou" ("Rituale per
le Chiese orientali di rito bizantino in lingua greca, I -LEV 1954), p. 36".
("Signaculum doni Spiritus Sancti" - "Sello del don que es el Espíritu
Santo").
1301 El beso de paz con el que concluye el rito del sacramento
significa y manifiesta la comunión eclesial con el obispo y con todos
los fieles (cf S. Hipólito, Trad. ap. 21).
III LOS EFECTOS DE LA CONFIRMACION
1302 De la celebración
se deduce que el efecto del sacramento es la efusión especial del
Espíritu Santo, como fue concedida en otro tiempo a los Apóstoles
el día de Pentecostés.
1303 Por este hecho, la Confirmación confiere
crecimiento y profundidad a la gracia bautismal:
– nos introduce más profundamente en la filiación divina
que nos hace decir "Abbá, Padre" (Rm 8,15).;
– nos une más firmemente a Cristo;
– aumenta en nosotros los dones del Espíritu Santo;
– hace más perfecto nuestro vínculo con la Iglesia (cf LG
11);
– nos concede una fuerza especial del Espíritu Santo para difundir
y defender la fe mediante la palabra y las obras como verdaderos testigos
de Cristo, para confesar valientemente el nombre de Cristo y para no sentir
jamás vergüenza de la cruz (cf DS 1319; LG 11,12):
Recuerda, pues, que has recibido el signo espiritual,
el Espíritu de sabiduría e inteligencia, el Espíritu
de consejo y de fortaleza, el Espíritu de conocimiento y de piedad,
el Espíritu de temor santo, y guarda lo que has recibido. Dios Padre
te ha marcado con su signo, Cristo Señor te ha confirmado y ha puesto
en tu corazón la prenda del Espíritu (S. Ambrosio, Myst. 7,42).
1304 La Confirmación, como el Bautismo del que
es la plenitud, sólo se da una vez. La Confirmación, en efecto,
imprime en el alma una marca espiritual indeleble, el "carácter"
(cf DS 1609), que es el signo de que Jesucristo ha marcado al cristiano
con el sello de su Espíritu revistiéndolo de la fuerza de
lo alto para que sea su testigo (cf Lc 24,48-49).
1305 El "carácter" perfecciona el sacerdocio común
de los fieles, recibido en el Bautismo, y "el confirmado recibe el poder
de confesar la fe de Cristo públicamente, y como en virtud de un cargo
(quasi ex officio)" (S. Tomás de A., s.th. 3, 72,5, ad 2).
IV QUIEN PUEDE RECIBIR ESTE SACRAMENTO
1306 Todo bautizado,
aún no confirmado, puede y debe recibir el sacramento de la Confirmación
(cf CIC can. 889, 1). Puesto que Bautismo, Confirmación y Eucaristía
forman una unidad, de ahí se sigue que "los fieles tienen la obligación
de recibir este sacramento en tiempo oportuno" (CIC, can. 890), porque sin
la Confirmación y la Eucaristía el sacramento del Bautismo es
ciertamente válido y eficaz, pero la iniciación cristiana queda
incompleta.
1307 La costumbre latina, desde hace siglos, indica "la
edad del uso de razón", como punto de referencia para recibir la
Confirmación. Sin embargo, en peligro de muerte, se debe confirmar
a los niños incluso si no han alcanzado todavía la edad del
uso de razón (cf CIC can. 891; 893,3).
1308 Si a veces se habla de la Confirmación como
del "sacramento de la madurez cristiana", es preciso, sin embargo, no confundir
la edad adulta de la fe con la edad adulta del crecimiento natural, ni olvidar
que la gracia bautismal es una gracia de elección gratuita e inmerecida
que no necesita una "ratificación" para hacerse efectiva. Santo Tomás
lo recuerda:
La edad del cuerpo no constituye un prejuicio para el
alma. Así, incluso en la infancia, el hombre puede recibir la perfección
de la edad espiritual de que habla la Sabiduría (4,8): `la vejez
honorable no es la que dan los muchos días, no se mide por el número
de los años'. Así numerosos niños, gracias a la fuerza
del Espíritu Santo que habían recibido, lucharon valientemente
y hasta la sangre por Cristo (s.th. 3, 72,8,ad 2).
1309 La preparación para la Confirmación
debe tener como meta conducir al cristiano a una unión más
íntima con Cristo, a una familiaridad más viva con el Espíritu
Santo, su acción, sus dones y sus llamadas, a fin de poder asumir
mejor las responsabilidades apostólicas de la vida cristiana. Por
ello, la catequesis de la Confirmación se esforzará por suscitar
el sentido de la pertenencia a la Iglesia de Jesucristo, tanto a la Iglesia
universal como a la comunidad parroquial. Esta última tiene una responsabilidad
particular en la preparación de los confirmandos (cf OCf, Praenotanda
3).
1310 Para recibir la Confirmación es preciso hallarse
en estado de gracia. Conviene recurrir al sacramento de la Penitencia para
ser purificado en atención al don del Espíritu Santo. Hay
que prepararse con una oración más intensa para recibir con
docilidad y disponibilidad la fuerza y las gracias del Espíritu Santo
(cf Hch 1,14).
1311 Para la Confirmación, como para el Bautismo,
conviene que los candidatos busquen la ayuda espiritual de un padrino o
de una madrina. Conviene que sea el mismo que para el Bautismo
a fin de subrayar la unidad entre los dos sacramentos (cf OCf, Praenotanda
5.6; CIC can. 893, 1.2).
V EL MINISTRO DE LA CONFIRMACION
1312 El ministro
originario de la Confirmación es el obispo (LG 26).
En Oriente es ordinariamente el presbítero que
bautiza quien da también inmediatamente la Confirmación en
una sola celebración. Sin embargo, lo hace con el santo crisma consagrado
por el patriarca o el obispo, lo cual expresa la unidad apostólica
de la Iglesia cuyos vínculos son reforzados por el sacramento de
la Confirmación. En la Iglesia latina se aplica la misma disciplina
en los bautismos de adultos y cuando es admitido a la plena comunión
con la Iglesia un bautizado de otra comunidad cristiana que no ha recibido
válidamente el sacramento de la Confirmación (cf CIC can 883,2).
1313 En el rito latino, el ministro ordinario de
la Conformación es el obispo (CIC can. 882). Aunque el obispo puede,
en caso de necesidad, conceder a presbíteros la facultad de administrar
el sacramento de la Confirmación (CIC can. 884,2), conviene que lo
confiera él mismo, sin olvidar que por esta razón la celebración
de la Confirmación fue temporalmente separada del Bautismo. Los obispos
son los sucesores de los apóstoles y han recibido la plenitud del
sacramento del orden. Por esta razón, la administración de
este sacramento por ellos mismos pone de relieve que la Confirmación
tiene como efecto unir a los que la reciben más estrechamente a la
Iglesia, a sus orígenes apostólicos y a su misión de
dar testimonio de Cristo.
1314 Si un cristiano está en peligro de muerte,
cualquier presbítero puede darle la Confirmación (cf CIC can.
883,3). En efecto, la Iglesia quiere que ninguno de sus hijos, incluso en
la más tierna edad, salga de este mundo sin haber sido perfeccionado
por el Espíritu Santo con el don de la plenitud de Cristo.
RESUMEN
1315 "Al enterarse
los apóstoles que estaban en Jerusalén de que Samaría
había aceptado la Palabra de Dios, les enviaron a Pedro y a Juan.
Estos bajaron y oraron por ellos para que recibieran el Espíritu Santo;
pues todavía no había descendido sobre ninguno de ellos; únicamente
habían sido bautizados en el nombre del Señor Jesús.
Entonces les imponían las manos y recibían el Espíritu
Santo" (Hch 8,14-17).
1316 La Confirmación perfecciona la gracia bautismal;
es el sacramento que da el Espíritu Santo para enraizarnos más
profundamente en la filiación divina, incorporarnos más firmemente
a Cristo, hacer más sólido nuestro vínculo con la Iglesia,
asociarnos todavía más a su misión y ayudarnos a dar
testimonio de la fe cristiana por la palabra acompañada de las obras.
1317 La Confirmación, como el Bautismo, imprime
en el alma del cristiano un signo espiritual o carácter indeleble;
por eso este sacramento sólo se puede recibir una vez en la vida.
1318 En Oriente, este sacramento es administrado inmediatamente
después del Bautismo y es seguido de la participación en la
Eucaristía, tradición que pone de relieve la unidad de los
tres sacramentos de la iniciación cristiana. En la Iglesia latina
se administra este sacramento cuando se ha alcanzado el uso de razón,
y su celebración se reserva ordinariamente al obispo, significando
así que este sacramento robustece el vínculo eclesial.
1319 El candidato a la Confirmación que ya ha
alcanzado el uso de razón debe profesar la fe, estar en estado de
gracia, tener la intención de recibir el sacramento y estar preparado
para asumir su papel de discípulo y de testigo de Cristo, en la comunidad
eclesial y en los asuntos temporales.
823 El rito esencial de la Confirmación
es la unción con el Santo Crisma en la frente del bautizado (y en
Oriente, también en los otros órganos de los sentidos), con
la imposición de la mano del ministro y las palabras: "Accipe signaculum
doni Spiritus Sancti" ("Recibe por esta señal el don del Espíritu
Santo"), en el rito romano; "Signaculum doni Spiritus Sancti" ("Sello del
don del Espíritu Santo"), en el rito bizantino.
824 Cuando la Confirmación se celebra separadamente
del Bautismo, su conexión con el Bautismo se expresa entre otras
cosas por la renovación de los compromisos bautismales. La celebración
de la Confirmación dentro de la Eucaristía contribuye a subrayar
la unidad de los sacramentos de la iniciación cristiana.
Artículo 3 EL SACRAMENTO DE
LA EUCARISTIA
1322 La Sagrada Eucaristía
culmina la iniciación cristiana. Los que han sido elevados a la dignidad
del sacerdocio real por el Bautismo y configurados más profundamente
con Cristo por la Confirmación, participan por medio de la Eucaristía
con toda la comunidad en el sacrificio mismo del Señor.
1323 "Nuestro Salvador, en la última Cena, la
noche en que fue entregado, instituyó el sacrificio eucarístico
de su cuerpo y su sangre para perpetuar por los siglos, hasta su vuelta,
el sacrificio de la cruz y confiar así a su Esposa amada, la Iglesia,
el memorial de su muerte y resurrección, sacramento de piedad, signo
de unidad, vínculo de amor, banquete pascual en el que se recibe a
Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da una prenda de la gloria futura"
(SC 47).
I LA EUCARISTIA - FUENTE Y CUMBRE DE LA VIDA ECLESIAL
1324 La Eucaristía
es "fuente y cima de toda la vida cristiana" (LG 11). "Los demás sacramentos,
como también todos los ministerios eclesiales y las obras de apostolado,
están unidos a la Eucaristía y a ella se ordenan. La sagrada
Eucaristía, en efecto, contiene todo el bien espiritual de la Iglesia,
es decir, Cristo mismo, nuestra Pascua" (PO 5).
1325 "La Eucaristía significa y realiza la comunión
de vida con Dios y la unidad del Pueblo de Dios por las que la Igle sia
es ella misma. En ella se encuentra a la vez la cumbre de la acción
por la que, en Cristo, Dios santifica al mundo, y del culto que en el Espíritu
Santo los hombres dan a Cristo y por él al Padre" (CdR, inst. "Eucharisticum
mysterium" 6).
1326 Finalmente, la celebración eucarística
nos unimos ya a la liturgia del cielo y anticipamos la vida eterna cuando
Dios será todo en todos (cf 1 Co 15,28).
1327 En resumen, la Eucaristía es el compendio
y la suma de nuestra fe: "Nuestra manera de pensar armoniza con la Eucaristía,
y a su vez la Eucaristía confirma nuestra manera de pensar" (S. Ireneo,
haer. 4, 18, 5).
II EL NOMBRE DE ESTE SACRAMENTO
1328 La riqueza inagotable
de este sacramento se expresa mediante los distintos nombres que se le da.
Cada uno de estos nombres evoca alguno de sus aspectos. Se le llama:
–Eucaristía porque es acción de gracias
a Dios. Las palabras "eucharistein" (Lc 22,19; 1 Co 11,24) y "eulogein"
(Mt 26,26; Mc 14,22) recuerdan las bendiciones judías que proclaman
-sobre todo durante la comida- las obras de Dios: la creación, la
redención y la santificación.
1329 –Banquete del Señor (cf 1 Co 11,20) porque
se trata de la Cena que el Señor celebró con sus discípulos
la víspera de su pasión y de la anticipación del banquete
de bodas del Cordero (cf Ap 19,9) en la Jerusalén celestial.
–Fracción del pan porque este rito, propio del
banquete judío, fue utilizado por Jesús cuando bendecía
y distribuía el pan como cabeza de familia (cf Mt 14,19; 15,36; Mc
8,6.19), sobre todo en la última Cena (cf Mt 26,26; 1 Co 11,24).
En este gesto los discípulos lo reconocerán después
de su resurrección (Lc 24,13-35), y con esta expresión los
primeros cristianos designaron sus asambleas eucarísticas (cf Hch
2,42.46; 20,7.11). Con él se quiere significar que todos los que comen
de este único pan, partido, que es Cristo, entran en comunión
con él y forman un solo cuerpo en él (cf 1 Co 10,16-17).
–Asamblea eucarística (synaxis), porque la Eucaristía
es celebrada en la asamblea de los fieles, expresión visibl e de
la Iglesia (cf 1 Co 11,17-34).
1330 –Memorial de la pasión y de la resurrección
del Señor.
– Santo Sacrificio, porque actualiza el único
sacrificio de Cristo Salvador e incluye la ofrenda de la Iglesia; o también
santo sacrificio de la misa, "sacrificio de alabanza" (Hch 13,15; cf Sal 116,
13.17), sacrificio espiritual (cf 1 P 2,5), sacrificio puro (cf Ml
1,11) y santo, puesto que completa y supera todos los sacrificios de
la Antigua Alianza.
– Santa y divina Liturgia, porque toda la liturgia de
la Iglesia encuentra su centro y su expresión más densa en
la celebración de este sacramento; en el mismo sentido se la llama
también celebración de los santos misterios. Se habla
también del Santísimo Sacramento porque es el Sacramento de
los Sacramentos. Con este nombre se designan las especies eucarísticas
guardadas en el sagrario.
1331 – Comunión, porque por este sacramento nos
unimos a Cristo que nos hace partícipes de su Cuerpo y de su Sangre
para formar un solo cuerpo (cf 1 Co 10,16-17); se la llama también
las cosas santas [ta hagia; sancta] (Const. Apost. 8, 13, 12; Didaché
9,5; 10,6) -es el sentido primero de la comunión de los santos
de que habla el Símbolo de los Apóstoles-, pan de los
ángeles, pan del cielo, medicina de inmortalidad (S. Ignacio de Ant.
Eph 20,2), viático...
1332 – Santa Misa porque la liturgia en la que se realiza
el misterio de salvación se termina con el envío de los fieles
(missio) a fin de que cumplan la voluntad de Dios en su vida cotidiana.
III LA EUCARISTIA EN LA ECONOMIA DE LA SALVACION
Los signos del pan y del vino
1333 En el corazón
de la celebración de la Eucaristía se encuentran el pan y el
vino que, por las palabras de Cristo y por la invocación del Espíritu
Santo, se convierten en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Fiel a la orden
del Señor, la Iglesia continúa haciendo, en memoria de él,
hasta su retorno glorioso, lo que él hizo la víspera de su
pasión: "Tomó pan...", "tomó el cáliz lleno
de vino...". Al convertirse misteriosamente en el Cuerpo y la Sangre de
Cristo, los signos del pan y del vino siguen significando también
la bondad de la creación. Así, en el ofertorio, damos gracias
al Creador por el pan y el vino (cf Sal 104,13-15), fruto "del trabajo del
hombre", pero antes, "fruto de la tierra" y "de la vid", dones del Creador.
La Iglesia ve en en el gesto de Melquisedec, rey y sacerdote, que "ofreció
pan y vino" (Gn 14,18) una prefiguración de su propia ofrenda (cf
MR, Canon Romano 95).
1334 En la Antigua Alianza, el pan y el vino eran ofrecidos
como sacrificio entre las primicias de la tierra en señal de reconocimiento
al Creador. Pero reciben también una nueva significación en
el contexto del Exodo: los panes ácimos que Israel come cada año
en la Pascua conmemoran la salida apresurada y liberadora de Egipto. El
recuerdo del maná del desierto sugerirá siempre a Israel que
vive del pan de la Palabra de Dios (Dt 8,3). Finalmente, el pan de cada
día es el fruto de la Tierra prometida, prenda de la fidelidad de
Dios a sus promesas. El "cáliz de bendición" (1 Co 10,16),
al final del banquete pascual de los judíos, añade a la alegría
festiva del vino una dimensión escatológica, la de la espera
mesiánica del restablecimiento de Jerusalén. Jesús
instituyó su Eucaristía dando un sentido nuevo y definitivo
a la bendición del pan y del cáliz.
1335 Los milagros de la multiplicación de los
panes, cuando el Señor dijo la bendición, partió y
distribuyó los panes por medio de sus discípulos para alimentar
la multitud, prefiguran la sobreabundancia de este único pan de su
Eucaristía (cf. Mt 14,13-21; 15, 32-29). El signo del agua convertida
en vino en Caná (cf Jn 2,11) anuncia ya la Hora de la glorificación
de Jesús. Manifiesta el cumplimiento del banquete de las bodas en
el Reino del Padre, donde los fieles beberán el vino nuevo (cf Mc
14,25) convertido en Sangre de Cristo.
1336 El primer anuncio de la Eucaristía dividió
a los discípulos, igual que el anuncio de la pasión los escandalizó:
"Es duro este lenguaje, ¿quién puede escucharlo?" (Jn 6,60).
La Eucaristía y la cruz son piedras de tropiezo. Es el mismo misterio,
y no cesa de ser ocasión de división. "¿También
vosotros queréis marcharos?" (Jn 6,67): esta pregunta del Señor,
resuena a través de las edades, invitación de su amor a descubrir
que sólo él tiene "palabras de vida eterna" (Jn 6,68), y que
acoger en la fe el don de su Eucaristía es acogerlo a él mismo.
La institución de la Eucaristía
1337 El Señor,
habiendo amado a los suyos, los amó hasta el fin. Sabiendo que había
llegado la hora de partir de este mundo para retornar a su Padre, en el
transcurso de una cena, les lavó los pies y les dio el mandamiento
del amor (Jn 13,1-17). Para dejarles una prenda de este amor, para no alejarse
nunca de los suyos y hacerles partícipes de su Pascua, instituyó
la Eucaristía como memorial de su muerte y de su resurrección
y ordenó a sus apóstoles celebrarlo hasta su retorno, "constituyéndoles
entonces sacerdotes del Nuevo Testamento" (Cc. de Trento: DS 1740).
1338 Los tres evangelios sinópticos y S. Pablo
nos han tran smitido el relato de la institución de la Eucaristía;
por su parte, S. Juan relata las palabras de Jesús en la sinagoga
de Cafarnaúm, palabras que preparan la institución de la Eucaristía:
Cristo se designa a sí mismo como el pan de vida, bajado del cielo
(cf Jn 6).
1339 Jesús escogió el tiempo de la Pascua
para realizar lo que había anunciado en Cafarnaúm: dar a sus
discípulos su Cuerpo y su Sangre:
Llegó el día de los Azimos, en el que
se había de inmolar el cordero de Pascua; (Jesús) envió
a Pedro y a Juan, diciendo: `Id y preparadnos la Pascua para que la comamos'...fueron...
y prepararon la Pascua. Llegada la hora, se puso a la mesa con los apóstoles;
y les dijo: `Con ansia he deseado comer esta Pascua con vosotros antes de
padecer; porque os digo que ya no la comeré más hasta que
halle su cumplimiento en el Reino de Dios'...Y tomó pan, dio gracias,
lo partió y se lo dio diciendo: `Esto es mi cuerpo que va a ser entregado
por vosotros; haced esto en recuerdo mío'. De igual modo, después
de cenar, el cáliz, diciendo: `Este cáliz es la Nueva Alianza
en mi sangre, que va a ser derramada por vosotros' (Lc 22,7-20; cf Mt 26,17-29;
Mc 14,12-25; 1 Co 11,23-26).
1340 Al celebrar la última Cena con sus apóstoles
en el transcurso del banquete pascual, Jesús dio su sentido definitivo
a la pascua judía. En efecto, el paso de Jesús a su Padre
por su muerte y su resurrección, la Pascua nueva, es anticipada en
la Cena y celebrada en la Eucaristía que da cumplimiento a la pascua
judía y anticipa la pascua final de la Iglesia en la gloria del Reino.
"Haced esto en memoria mía"
1341 El mandamiento
de Jesús de repetir sus gestos y sus palabras "hasta que venga" (1
Co 11,26), no exige solamente acordarse de Jesús y de lo que hizo.
Requiere la celebración litúrgica por los apóstoles
y sus sucesores del memorial de Cristo, de su vida, de su muerte, de su resurrección
y de su intercesión junto al Padre.
1342 Desde el comienzo la Iglesia fue fiel a la orden
del Señor. De la Iglesia de Jerusalén se dice:
Acudían asiduamente a la enseñanza de
los apóstoles, fieles a la comunión fraterna, a la fracción
del pan y a las oraciones...Acudían al Templo todos los días
con perseverancia y con un mismo espíritu, partían el pan
por las casas y tomaban el alimento con alegría y con sencillez de
corazón (Hch 2,42.46).
1343 Era sobre todo "el primer día de la semana",
es decir, el domingo, el día de la resurrección de Jesús,
cuando los cristianos se reunían para "partir el pan" (Hch 20,7).
Desde entonces hasta nuestros días la celebración de la Eucaristía
se ha perpetuado, de suerte que hoy la encontramos por todas partes en la
Iglesia, con la misma estructura fundamental. Sigue siendo el centro de
la vida de la Iglesia.
1344 Así, de celebración en celebración,
anunciando el misterio pascual de Jesús "hasta que venga" (1 Co 11,26),
el pueblo de Dios peregrinante "camina por la senda estrecha de la cruz"
(AG 1) hacia el banquete celestial, donde todos los elegidos se sentarán
a la mesa del Reino.
IV LA CELEBRACION LITURGICA DE LA EUCARISTIA
La misa de todos los siglos
1345 Desde el siglo
II, según el testimonio de S. Justino mártir, tenemos las grandes
líneas del desarrollo de la celebración eucarística.
Estas han permanecido invariables hasta nuestros días a través
de la diversidad de tradiciones rituales litúrgicas. He aquí
lo que el santo escribe, hacia el año 155, para explicar al emperador
pagano Antonino Pío (138-161) lo que hacen los cristianos:
El día que se llama día del sol tiene
lugar la reunión en un mismo sitio de todos los que habitan en la
ciudad o en el campo.
Se leen las memorias de los Apóstoles y los escritos
de los profetas, tanto tiempo como es posible.
Cuando el lector ha terminado, el que preside toma la
palabra para incitar y exhortar a la imitación de tan bellas cosas.
Luego nos levantamos todos juntos y oramos por nosotros...y
por todos los demás donde quiera que estén a fin de que seamos
hallados justos en nuestra vida y nuestras acciones y seamos fieles a los
mandamientos para alcanzar así la salvación eterna.
Cuando termina esta oración nos besamos unos
a otros:
Luego se lleva al que preside a los hermanos pan y una
copa de agua y de vino mezclados.
El presidente los toma y eleva alabanza y gloria al
Padre del universo, por el nombre del Hijo y del Espíritu Santo y
da gracias (en griego: eucharistian) largamente porque hayamos sido juzgados
dignos de estos dones.
Cuando terminan las oraciones y las acciones de gracias
todo el pueblo presente pronuncia una aclamación diciendo: Amén.
Cuando el que preside ha hecho la acción de gracias
y el pueblo le ha respondido, los que entre nosotros se llaman diáconos
distribuyen a todos los que están presentes pan, vino y agua "eucaristizados"
y los llevan a los ausentes (S. Justino, apol. 1, 65; 67).
1346 La liturgia de la Eucaristía se desarrolla
conforme a una estructura fundamental que se ha conservado a través
de los siglos hasta nosotros. Comprende dos grandes momentos que forman
una unidad básica:
– La reunión, la liturgia de la Palabra, con
las lecturas, la homilía y la oración universal;
– la liturgia eucarística, con la presentación
del pan y del vino, la acción de gracias consecratoria y la comunión.
Liturgia de la Palabra y Liturgia eucarística
constituyen juntas "un solo acto de culto" (SC 56); en efecto, la mesa preparada
para nosotros en la Eucaristía es a la vez la de la Palabra de Dios
y la del Cuerpo del Señor (cf. DV 21).
1347 He aquí el mismo dinamismo del banquete pascual
de Jesús resucitado con sus discípulos: en el camino les explicaba
las Escrituras, luego, sentándose a la mesa con ellos, "tomó
el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio"
(cf Lc 24,13-35).
El desarrollo de la celebración
1348 Todos se reúnen.
Los cristianos acuden a un mismo lugar para la asamblea eucarística.
A su cabeza está Cristo mismo que es el actor principal de la Eucaristía.
El es sumo sacerdote de la Nueva Alianza. El mismo es quien preside invisiblemente
toda celebración eucarística. Como representante suyo, el obispo
o el presbítero (actuando "in persona Christi capitis") preside la
asamblea, toma la palabra después de las lecturas, recibe las ofrendas
y dice la plegaria eucarística. Todos tienen parte activa en la celebración,
cada uno a su manera: los lectores, los que presentan las ofrendas, los
que dan la comunión, y el pueblo entero cuyo "Amén" manifiesta
su participación.
1349 La liturgia de la Palabra comprende "los escritos
de los profetas", es decir, el Antiguo Testamento, y "las memorias de los
apóstoles", es decir sus cartas y los Evangelios; después
la homilía que exhorta a acoger esta palabra como lo que es verdaderamente,
Palabra de Dios (cf 1 Ts 2,13), y a ponerla en práctica; vienen luego
las intercesiones por todos los hombres, según la palabra del Apóstol:
"Ante todo, recomiendo que se hagan plegarias, oraciones, súplicas
y acciones de gracias por todos los hombres; por los reyes y por todos los
constituidos en autoridad" (1 Tm 2,1-2).
1350 La presentación de las ofrendas (el ofertorio):
entonces se lleva al altar, a veces en procesión, el pan y el vino
que serán ofrecidos por el sacerdote en nombre de Cristo en el sacrificio
eucarístico en el que se convertirán en su Cuerpo y en su
Sangre. Es la acción misma de Cristo en la última Cena, "tomando
pan y una copa". "Sólo la Iglesia presenta esta oblación,
pura, al Creador, ofreciéndole con acción de gracias lo que
proviene de su creación" (S. Ireneo, haer. 4, 18, 4; cf. Ml 1,11).
La presentación de las ofrendas en el altar hace suyo el gesto de
Melquisedec y pone los dones del Creador en las manos de Cristo. El es quien,
en su sacrificio, lleva a la perfección todos los intentos humanos
de ofrecer sacrificios.
1351 Desde el principio, junto con el pan y el vino para
la Eucaristía, los cristianos presentan también sus dones
para compartirlos con los que tienen necesidad. Esta costumbre de la colecta
(cf 1 Co 16,1), siempre actual, se inspira en el ejemplo de Cristo que se
hizo pobre para enriquecernos (cf 2 Co 8,9):
Los que son ricos y lo desean, cada uno según
lo que se ha impuesto; lo que es recogido es entregado al que preside, y él
atiende a los huérfanos y viudas, a los que la enfermedad u otra causa
priva de recursos, los presos, los inmigrantes y, en una palabra, socorre
a todos los que están en necesidad (S. Justino, apol. 1, 67,6).
1352 La Anáfora: Con la plegaria eucarística,
oración de acción de gracias y de consagración llegamos
al corazón y a la cumbre de la celebración:
– En el prefacio, la Iglesia da gracias al Padre, por
Cristo, en el Espíritu Santo, por todas sus obras , por la creación,
la redención y la santificación. Toda la asamblea se une entonces
a la alabanza incesante que la Iglesia celestial, los ángeles y todos
los santos, cantan al Dios tres veces santo;
1353 – En la epíclesis, la Iglesia pide al Padre
que envíe su Espíritu Santo (o el poder de su bendición
(cf MR, canon romano, 90) sobre el pan y el vino, para que se conviertan
por su poder, en el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, y que quienes toman
parte en la Eucaristía sean un solo cuerpo y un solo espíritu
(algunas tradiciones litúrgicas colocan la epíclesis después
de la anámnesis);
– en el relato de la institución, la fuerza de
las palabras y de la acción de Cristo y el poder del Espíritu
Santo hacen sacramentalmente presentes bajo las especies de pan y de vino
su Cuerpo y su Sangre, su sacrificio ofrecido en la cruz de una vez para
siempre;
1354 – en la anámnesis que sigue, la Iglesia hace
memoria de la pasión, de la resurrección y del retorno glorioso
de Cristo Jesús; presenta al Padre la ofrenda de su Hijo que nos
reconcilia con él;
– en las intercesiones, la Iglesia expresa que
la Eucaristía se celebra en comunión con toda la Iglesia del
cielo y de la tierra, de los vivos y de los difuntos, y en comunión
con los pastores de la Iglesia, el Papa, el obispo de la diócesis,
su presbiterio y sus diáconos y todos los obispos del mundo entero
con sus iglesias.
1355 En la comunión, precedida por la oración
del Señor y de la fracción del pan, los fieles reciben "el
pan del cielo" y "el cáliz de la salvación", el Cuerpo y la
Sangre de Cristo que se entregó "para la vida del mundo" (Jn 6,51):
Porque este pan y este vino han sido, según la
expresión antigua "eucaristizados", "llamamos a este alimento Eucaristía
y nadie puede tomar parte en él si no cree en la verdad de lo que
se enseña entre nosotros, si no ha recibido el baño para el
perdón de los pecados y el nuevo nacimiento, y si no vive según
los preceptos de Cristo" (S. Justino, apol. 1, 66,1-2).
V EL SACRIFICIO SACRAMENTAL: ACCION DE GRACIAS,
MEMORIAL, PRESENCIA.
1356 Si los cristianos
celebran la Eucaristía desde los orígenes, y de forma que,
en su substancia, no ha cambiado a través de la gran diversidad de
épocas y de liturgias, sucede porque sabemos que estamos sujetos al
mandato del Señor, dado la víspera de su pasión: "haced
esto en memoria mía" (1 Co 11,24-25).
1357 Cumplimos este mandato del Señor celebrando
el memorial de su sacrificio. Al hacerlo, ofrecemos al Padre lo que
él mismo nos ha dado: los dones de su Creación, el pan y el
vino, convertidos por el poder del Espíritu Santo y las palabras
de Cristo, en el Cuerpo y la Sangre del mismo Cristo: Así Cristo
se hace real y misteriosamente presente
1358 Por tanto, debemos considerar la Eucaristía
– como acción de gracias y alabanza al Padre
– como memorial del sacrificio de Cristo y de su Cuerpo,
– como presencia de Cristo por el poder de su Palabra y de su Espíritu.
La acción de gracias y la alabanza al Padre
1359 La Eucaristía,
sacramento de nuestra salvación realizada por Cristo en la cruz, es
también un sacrificio de alabanza en acción de gracias por
la obra de la creación. En el sacrificio eucarístico, toda
la creación amada por Dios es presentada al Padre a través
de la muerte y resurrección de Cristo. Por Cristo, la Iglesia puede
ofrecer el sacrificio de alabanza en acción de gracias por todo lo
que Dios ha hecho de bueno, de bello y de justo en la creación y en
la humanidad.
1360 La Eucaristía es un sacrificio de acción
de gracias al Padre, una bendición por la cual la Iglesia expresa
su reconocimiento a Dios por todos sus beneficios, por todo lo que ha realizado
mediante la creación, la redención y la santificación.
"Eucaristía" significa, ante todo, acción de gracias.
1361 La Eucaristía es también el sacrificio
de alabanza por medio del cual la Iglesia canta la gloria de Dios en nombre
de toda la creación. Este sacrificio de alabanza sólo es posible
a través de Cristo: él une los fieles a su persona, a su alabanza
y a su intercesión, de manera que el sacrificio de alabanza al Padre
es ofrecido por Cristo y con Cristo para ser aceptado en él.
El memorial sacrificial de Cristo y de su Cuerpo, que
es la Iglesia
1362 La Eucaristía
es el memorial de la Pascua de Cristo, la actualización y la ofrenda
sacramental de su único sacrificio, en la liturgia de la Iglesia que
es su Cuerpo. En todas las plegarias eucarísticas encontramos, tras
las palabras de la institución, una oración llamada anámnesis
o memorial.
1363 En el sentido empleado por la Sagrada Escritura,
el memorial no es solamente el recuerdo de los acontecimientos del pasado,
sino la proclamación de las maravillas que Dios ha realizado en favor
de los hombres (cf Ex 13,3). En la celebración litúrgica, estos
acontecimientos se hacen, en cierta forma, presentes y actuales. De esta
manera Israel entiende su liberación de Egipto: cada vez que es celebrada
la pascua, los acontecimientos del Exodo se hacen presentes a la memoria
de los creyentes a fin de que conformen su vida a estos acontecimientos.
1364 El memorial recibe un sentido nuevo en el Nuevo
Testamento. Cuando la Iglesia celebra la Eucaristía, hace memoria
de la Pascua de Cristo y esta se hace presente: el sacrificio que Cristo
ofreció de una vez para siempre en la cruz, permanece siempre actual
(cf Hb 7,25-27): "Cuantas veces se renueva en el altar el sacrificio de
la cruz, en el que Cristo, nuestra Pascua, fue inmolado, se realiza la obra
de nuestra redención" (LG 3).
1365 Por ser memorial de la Pascua de Cristo, la Eucaristía
es también un sacrificio. El carácter sacrificial de la Eucaristía
se manifiesta en las palabras mismas de la institución: "Esto es
mi Cuerpo que será entregado por vosotros" y "Esta copa es la nueva
Alianza en mi sangre, que será derramada por vosotros" (Lc 22,19-20).
En la Eucaristía, Cristo da el mismo cuerpo que por nosotros entregó
en la cruz, y la sangre misma que "derramó por muchos para remisión
de los pecados" (Mt 26,28).
1366 La Eucaristía es, pues, un sacrificio porque
representa (= hace presente) el sacrificio de la cruz, porque es su memorial
y aplica su fruto:
(Cristo), nuestro Dios y Señor, se ofreció
a Dios Padre una vez por todas, muriendo como intercesor sobre el altar
de la cruz, a fin de realizar para ellos (los hombres) una redención
eterna. Sin embargo, como su muerte no debía poner fin a su sacerdocio
(Hb 7,24.27), en la última Cena, "la noche en que fue entregado" (1
Co 11,23), quiso dejar a la Iglesia, su esposa amada, un sacrificio visible
(como lo reclama la naturaleza humana), donde sería representado el
sacrificio sangriento que iba a realizarse una única vez en la cruz
cuya memoria se perpetuaría hasta el fin de los siglos (1 Co 11,23)
y cuya virtud saludable se aplicaría a la redención de los
pecados que cometemos cada día (Cc. de Trento: DS 1740).
1367 El sacrificio de Cristo y el sacrificio de la Eucaristía
son, pues, un único sacrificio: "Es una y la misma víctima,
que se ofrece ahora por el ministerio de los sacerdotes, que se ofreció
a si misma entonces sobre la cruz. Sólo difiere la manera de ofrecer":
(CONCILIUM TRIDENTINUM, Sess. 22a., Doctrina de ss. Missae sacrificio, c.
2: DS 1743) "Y puesto que en este divino sacrificio que se realiza en la
Misa, se contiene e inmola incruentamente el mismo Cristo que en el altar
de la cruz "se ofreció a sí mismo una vez de modo cruento";
…este sacrificio [es] verdaderamente propiciatorio" (Ibid).
1368 La Eucaristía es igualmente el sacrificio
de la Iglesia. La Iglesia, que es el Cuerpo de Cristo, participa en la ofrenda
de su Cabeza. Con él, ella se ofrece totalmente. Se une a su intercesión
ante el Padre por todos los hombres. En la Eucaristía, el sacrificio
de Cristo es también el sacrificio de los miembros de su Cuerpo.
La vida de los fieles, su alabanza, su sufrimiento, su oración y
su trabajo se unen a los de Cristo y a su total ofrenda, y adquieren así
un valor nuevo. El sacrificio de Cristo, presente sobre el altar, da a todas
alas generaciones de cristianos la posibilidad de unirse a su ofrenda.
En las catacumbas, la Iglesia es con frecuencia representada
como una mujer en oración, los brazos extendidos en actitud de orante.
Como Cristo que extendió los brazos sobre la cruz, por él,
con él y en él, la Iglesia se ofrece e intercede por todos
los hombres.
1369 Toda la Iglesia se une a la ofrenda y a la intercesión
de Cristo. Encargado del ministerio de Pedro en la Iglesia, el Papa es asociado
a toda celebración de la Eucaristía en la que es nombrado
como signo y servidor de la unidad de la Iglesia universal. El obispo del
lugar es siempre responsable de la Eucaristía, incluso cuando es
presidida por un presbítero; el nombre del obispo se pronuncia en
ella para significar su presidencia de la Iglesia particular en medio del
presbiterio y con la asistencia de los diáconos. La comunidad intercede
también por todos los ministros que, por ella y con ella, ofrecen
el sacrificio eucarístico:
Que sólo sea considerada como legítima
la eucaristía que se hace bajo la presidencia del obispo o de quien
él ha señalado para ello (S. Ignacio de Antioquía, Smyrn.
8,1).
Por medio del ministerio de los presbíteros,
se realiza a la perfección el sacrificio espiritual de los fieles
en unión con el sacrificio de Cristo, único Mediador. Este,
en nombre de toda la Iglesia, por manos de los presbíteros, se ofrece
incruenta y sacramentalmente en la Eucaristía, hasta que el Señor
venga (PO 2).
1370 A la ofrenda de Cristo se unen no sólo los
miembros que están todavía aquí abajo, sino también
los que están ya en la gloria del cielo: La Iglesia ofrece el sacrificio
eucarístico en comunión con la santísima Virgen María
y haciendo memoria de ella así como de todos los santos y santas.
En la Eucaristía, la Iglesia, con María, está como al
pie de la cruz, unida a la ofrenda y a la intercesión de Cristo.
1371 El sacrificio eucarístico es también
ofrecido por los fieles difuntos "que han muerto en Cristo y todavía
no están plenamente purificados" (Cc. de Trento: DS 1743), para que
puedan entrar en la luz y la paz de Cristo:
Enterrad este cuerpo en cualquier parte; no os preocupe
más su cuidado; solamente os ruego que, dondequiera que os hallareis,
os acordéis de mi ante el altar del Señor (S. Mónica,
antes de su muerte, a S. Agustín y su hermano; Conf. 9,9,27).
A continuación oramos (en la anáfora)
por los santos padres y obispos difuntos, y en general por todos los que
han muerto antes que nosotros, creyendo que será de gran provecho
para las almas, en favor de las cuales es ofrecida la súplica, mientras
se halla presente la santa y adorable víctima...Presentando a Dios
nuestras súplicas por los que han muerto, aunque fuesen pecadores,...
presentamos a Cristo inmolado por nuestros pecados, haciendo propicio para
ellos y para nosotros al Dios amigo de los hombres (s. Cirilo de Jerusalén,
Cateq. mist. 5, 9.10).
1372 S. Agustín ha resumido admirablemente esta
doctrina que nos impulsa a una participación cada vez más
completa en el sacrificio de nuestro Redentor que celebramos en la Eucaristía:
Esta ciudad plenamente rescatada, es decir, la asamblea
y la sociedad de los santos, es ofrecida a Dios como un sacrificio universal
por el Sumo Sacerdote que, bajo la forma de esclavo, llegó a ofrecerse
por nosotros en su pasión, para hacer de nosotros el cuerpo de una
tan gran Cabeza...Tal es el sacrificio de los cristianos: "siendo muchos,
no formamos más que un sólo cuerpo en Cristo" (Rm 12,5). Y
este sacrificio, la Iglesia no cesa de reproducirlo en el Sacramento del
altar bien conocido de los fieles, donde se muestra que en lo que ella ofrece
se ofrece a sí misma (civ. 10,6).
La presencia de Cristo por el poder de su Palabra y
del Espíritu Santo
1373 "Cristo Jesús
que murió, resucitó, que está a la derecha de Dios
e intercede por nosotros" (Rm 8,34), está presente de múltiples
maneras en su Iglesia (cf LG 48): en su Palabra, en la oración de
su Iglesia, "allí donde dos o tres estén reunidos en mi nombre"
(Mt 18,20), en los pobres, los enfermos, los presos (Mt 25,31-46), en los
sacramentos de los que él es autor, en el sacrificio de la misa y
en la persona del ministro. Pero, "sobre todo, (está presente) bajo
las especies eucarísticas" (SC 7).
1374 El modo de presencia de Cristo bajo las especies
eucarísticas es singular. Eleva la eucaristía por encima de
todos los sacramentos y hace de ella "como la perfección de la vida
espiritual y el fin al que tienden todos los sacramentos" (S. Tomás
de A., s.th. 3, 73, 3). En el santísimo sacramento de la Eucaristía
están "contenidos verdadera, real y substancialmente" el Cuerpo y la
Sangre junto con el alma y la divinidad de nuestro Señor Jesucristo,
y, por consiguiente, Cristo entero" (Cc. de Trento: DS 1651). "Esta presencia
se denomina `real', no a título exclusivo, como si las otras presencias
no fuesen `reales', sino por excelencia, porque es substancial, y por ella
Cristo, Dios y hombre, se hace totalmente presente" (MF 39).
1375 Mediante la conversión del pan y del vino
en su Cuerpo y Sangre, Cristo se hace presente en este sacramento. Los Padres
de la Iglesia afirmaron con fuerza la fe de la Iglesia en la eficacia de
la Palabra de Cristo y de la acción del Espíritu Santo para
obrar esta conversión. Así, S. Juan Crisóstomo declara
que:
No es el hombre quien hace que las cosas ofrecidas se
conviertan en Cuerpo y Sangre de Cristo, sino Cristo mismo que fue crucificado
por nosotros. El sacerdote, figura de Cristo, pronuncia estas palabras,
pero su eficacia y su gracia provienen de Dios. Esto es mi Cuerpo, dice.
Esta palabra transforma las cosas ofrecidas (Prod. Jud. 1,6).
Y S. Ambrosio dice respecto a esta conversión:
Estemos bien persuadidos
de que esto no es lo que la naturaleza ha producido, sino lo que la bendición
ha consagrado, y de que la fuerza de la bendición supera a la de la
naturaleza, porque por la bendición la naturaleza misma resulta cambiada...La
palabra de Cristo, que pudo hacer de la nada lo que no existía, ¿no
podría cambiar las cosas existentes en lo que no eran todavía?
Porque no es menos dar a las cosas su naturaleza primera que cambiársela
(myst. 9,50.52).
1376 El Concilio de Trento resume la fe católica
cuando afirma: "Porque Cristo, nuestro Redentor, dijo que lo que ofrecía
bajo la especie de pan era verdaderamente su Cuerpo, se ha mantenido siempre
en la Iglesia esta convicción, que declara de nuevo el Santo Concilio:
por la consagración del pan y del vino se opera el cambio de toda
la substancia del pan en la substancia del Cuerpo de Cristo nuestro Señor
y de toda la substancia del vino en la substancia de su sangre; la Iglesia
católica ha llamado justa y apropiadamente a este cambio transubstanciación"
(DS 1642).
1377 La presencia eucarística de Cristo comienza
en el momento de la consagración y dura todo el tiempo que subsistan
las especies eucarísticas. Cristo está todo entero presente
en cada una de las especies y todo entero en cada una de sus partes, de
modo que la fracción del pan no divide a Cristo (cf Cc. de Trento:
DS 1641).
1378 El culto de la Eucaristía. En la liturgia
de la misa expresamos nuestra fe en la presencia real de Cristo bajo las especies
de pan y de vino, entre otras maneras, arrodillándonos o inclinándonos
profundamente en señal de adoración al Señor. "La Iglesia
católica ha dado y continua dando este culto de adoración que
se debe al sacramento de la Eucaristía no solamente durante la misa,
sino también fuera de su celebración: conservando con el mayor
cuidado las hostias consagradas, presentándolas a los fieles para
que las veneren con solemnidad, llevándolas en procesión" (MF
56).
1379 El Sagrario (tabernáculo) estaba primeramente
destinado a guardar dignamente la Eucaristía para que pudiera ser
llevada a los enfermos y ausentes fuera de la misa. Por la profundización
de la fe en la presencia real de Cristo en su Eucaristía, la Iglesia
tomó conciencia del sentido de la adoración silenciosa del
Señor presente bajo las especies eucarísticas. Por eso, el
sagrario debe estar colocado en un lugar particularmente digno de la iglesia;
debe estar construido de tal forma que subraye y manifieste la verdad de
la presencia real de Cristo en el santo sacramento.
1380 Es grandemente admirable que Cristo haya querido
hacerse presente en su Iglesia de esta singular manera. Puesto que Cristo
iba a dejar a los suyos bajo su forma visible, quiso darnos su presencia sacramental;
puesto que iba a ofrecerse en la cruz por muestra salvación, quiso
que tuviéramos el memorial del amor con que nos había amado
"hasta el fin" (Jn 13,1), hasta el don de su vida. En efecto, en su presencia
eucarística permanece misteriosamente en medio de nosotros como quien
nos amó y se entregó por nosotros (cf Ga 2,20), y se queda
bajo los signos que expresan y comunican este amor:
La Iglesia y el mundo tienen una gran necesidad del
culto eucarístico. Jesús nos espera en este sacramento del
amor. No escatimemos tiempo para ir a encontrarlo en la adoración,
en la contemplación llena de fe y abierta a reparar las faltas graves
y delitos del mundo. No cese nunca nuestra adoración. (Juan Pablo
II, lit. Dominicae Cenae, 3).
1381 "La presencia del verdadero Cuerpo de Cristo y de
la verdadera Sangre de Cristo en este sacramento, `no se conoce por los
sentidos, dice S. Tomás, sino solo por la fe , la cual se apoya en
la autoridad de Dios'. Por ello, comentando el texto de S. Lucas 22,19:
`Esto es mi Cuerpo que será entregado por vosotros', S. Cirilo declara:
`No te preguntes si esto es verdad, sino acoge más bien con fe las
palabras del Señor, porque él, que es la Verdad, no miente"
(S. Tomás de Aquino, s.th. 3,75,1, citado por Pablo VI, MF 18):
Adoro te devote, latens Deitas,
Quae sub his figuris vere latitas:
Tibi se cor meum totum subjicit,
Quia te contemplans totum deficit.
Visus, gustus, tactus in te fallitur,
Sed auditu solo tuto creditur:
Credo quidquod dixit Dei Filius:
Nil hoc Veritatis verbo verius.
(Adórote devotamente, oculta Deidad,
que bajo estas sagradas especies te ocultas verdaderamente:
A ti mi corazón totalmente se somete,
pues al contemplarte, se siente desfallecer por completo.
La vista, el tacto, el gusto, son aquí falaces;
sólo con el oído se llega a tener fe segura.
Creo todo lo que ha dicho el Hijo de Dios,
nada más verdadero que esta palabra de Verdad.)
VI EL BANQUETE PASCUAL
1382 La misa es,
a la vez e inseparablemente, el memorial sacrificial en que se perpetúa
el sacrificio de la cruz, y el banquete sagrado de la comunión en
el Cuerpo y la Sangre del Señor. Pero la celebración del sacrificio
eucarístico está totalmente orientada hacia la unión
íntima de los fieles con Cristo por medio de la comunión. Comulgar
es recibir a Cristo mismo que se ofrece por nosotros.
1383 El altar, en torno al cual la Iglesia se reúne
en la celebración de la Eucaristía, representa los dos aspectos
de un mismo misterio: el altar del sacrificio y la mesa del Señor,
y esto, tanto más cuanto que el altar cristiano es el símbolo
de Cristo mismo, presente en medio de la asamblea de sus fieles, a la vez
como la víctima ofrecida por nuestra reconciliación y como
alimento celestial que se nos da. "¿Qué es, en efecto, el altar
de Cristo sino la imagen del Cuerpo de Cristo?", dice S. Ambrosio (sacr.
5,7), y en otro lugar: "El altar representa el Cuerpo (de Cristo), y el Cuerpo
de Cristo está sobre el altar" (sacr. 4,7). La liturgia expresa esta
unidad del sacrificio y de la comunión en numerosas oraciones. Así,
la Iglesia de Roma ora en su anáfora:
Te pedimos humildemente, Dios todopoderoso, que esta
ofrenda sea llevada a tu presencia hasta el altar del cielo, por manos de
tu ángel, para que cuantos recibimos el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo,
al participar aquí de este altar, seamos colmados de gracia y bendición.
“Tomad y comed todos de él”: la comunión
1384 El Señor
nos dirige una invitación urgente a recibirle en el sacramento de
la Eucaristía: "En verdad en verdad os digo: si no coméis la
carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tendréis
vida en vosotros" (Jn 6,53).
1385 Para responder a esta invitación, debemos
prepararnos para este momento tan grande y santo. S. Pablo exhorta a
un examen de conciencia: "Quien coma el pan o beba el cáliz del Señor
indignamente, será reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor.
Examínese, pues, cada cual, y coma entonces del pan y beba del cáliz.
Pues quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propio castigo"
( 1 Co 11,27-29). Quien tiene conciencia de estar en pecado grave debe recibir
el sacramento de la Reconciliación antes de acercarse a comulgar.
1386 Ante la grandeza de este sacramento, el fiel sólo
puede repetir humildemente y con fe ardiente las palabras del Centurión
(cf Mt 8,8): "Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero
una palabra tuya bastará para sanarme". En la Liturgia de S. Juan
Crisóstomo, los fieles oran con el mismo espíritu:
Hazme comulgar hoy en tu cena mística, oh Hijo
de Dios. Porque no diré el secreto a tus enemigos ni te daré
el beso de Judas. Sino que, como el buen ladrón, te digo: Acuérdate
de mí, Señor, en tu Reino.
1387 Para prepararse convenientemente a recibir este
sacramento, los fieles deben observar el ayuno prescrito por la Iglesia
(cf CIC can. 919). Por la actitud corporal (gestos, vestido) se manifiesta
el respeto, la solemnidad, el gozo de ese momento en que Cristo se hace nuestro
huésped.
1388 Es conforme al sentido mismo de la Eucaristía
que los fieles, con las debidas disposiciones (cf CIC, can. 916), comulguen
cuando participan en la misa (cf CIC, can 917. Los fieles, en el mismo día,
pueden recibir la Santísima Eucaristía sólo una segunda
vez: Cf PONTIFICIA COMMISSIO CODICI IURIS CANONICI AUTHENTICE INTERPRETANDO,
Responsa ad proposita dubia, 1: AAS 76 (1984) 746): "Se recomienda especialmente
la participación más perfecta en la misa, recibiendo los fieles,
después de la comunión del sacerdote, del mismo sacrificio,
el cuerpo del Señor" (SC 55).
1389 La Iglesia obliga a los fieles a participar los
domingos y días de fiesta en la divina liturgia (cf OE 15) y a recibir
al menos una vez al año la Eucaristía, si es posible en tiempo
pascual (cf CIC, can. 920), preparados por el sacramento de la Reconciliación.
Pero la Iglesia recomienda vivamente a los fieles recibir la santa Eucaristía
los domingos y los días de fiesta, o con más frecuencia aún,
incluso todos los días.
1390 Gracias a la presencia sacramental de Cristo bajo
cada una de las especies, la comunión bajo la sola especie de pan
ya hace que se reciba todo el fruto de gracia propio de la Eucaristía.
Por razones pastorales, esta manera de comulgar se ha establecido legítimamente
como la más habitual en el rito latino. "La comunión tiene
una expresión más plena por razón del signo cuando se
hace bajo las dos especies. Ya que en esa forma es donde más perfectamente
se manifiesta el signo del banquete eucarístico" (IGMR 240). Es la
forma habitual de comulgar en los ritos orientales.
Los frutos de la comunión
1391 La comunión
acrecienta nuestra unión con Cristo. Recibir la Eucaristía
en la comunión da como fruto principal la unión íntima
con Cristo Jesús. En efecto, el Señor dice: "Quien come mi
Carne y bebe mi Sangre habita en mí y yo en él" (Jn 6,56).
La vida en Cristo encuentra su fundamento en el banquete eucarístico:
"Lo mismo que me ha enviado el Padre, que vive, y yo vivo por el Padre,
también el que me coma vivirá por mí" (Jn 6,57):
Cuando en las fiestas del Señor los fieles reciben
el Cuerpo del Hijo, proclaman unos a otros la Buena Nueva de que se dan
las arras de la vida, como cuando el ángel dijo a María de
Magdala: "¡Cristo ha resucitado!" He aquí que ahora también
la vida y la resurrección son comunicadas a quien recibe a Cristo
(Fanqîth, Oficio siriaco de Antioquía, vol. I, Commun, 237
a-b).
1392 Lo que el alimento material produce en nuestra vida
corporal, la comunión lo realiza de manera admirable en nuestra vida
espiritual. La comunión con la Carne de Cristo resucitado, vivificada
por el Espíritu Santo y vivificante (PO 5), conserva, acrecienta
y renueva la vida de gracia recibida en el Bautismo. Este crecimiento de
la vida cristiana necesita ser alimentado por la comunión eucarística,
pan de nuestra peregrinación, hasta el momento de la muerte, cuando
nos sea dada como viático.
1393 La comunión nos separa del pecado. El Cuerpo
de Cristo que recibimos en la comunión es "entregado por nosotros",
y la Sangre que bebemos es "derramada por muchos para el perdón de
los pecados". Por eso la Eucaristía no puede unirnos a Cristo sin
purificarnos al mismo tiempo de los pecados cometidos y preservarnos de futuros
pecados:
"Cada vez que lo recibimos, anunciamos la muerte del
Señor" (1 Co 11,26). Si anunciamos la muerte del Señor, anunciamos
también el perdón de los pecados . Si cada vez que su Sangre
es derramada, lo es para el perdón de los pecados, debo recibirle siempre,
para que siempre me perdone los pecados. Yo que peco siempre, debo tener
siempre un remedio (S. Ambrosio, sacr. 4, 28).
1394 Como el alimento corporal sirve para restaurar la
pérdida de fuerzas, la Eucaristía fortalece la caridad que,
en la vida cotidiana, tiende a debilitarse; y esta caridad vivificada borra
los pecados veniales (cf Cc. de Trento: DS 1638). Dándose a nosotros,
Cristo reaviva nuestro amor y nos hace capaces de romper los lazos desordenados
con las criaturas y de arraigarnos en él:
Porque Cristo murió por nuestro amor, cuando
hacemos conmemoración de su muerte en nuestro sacrificio, pedimos
que venga el Espíritu Santo y nos comunique el amor; suplicamos fervorosamente
que aquel mismo amor que impulsó a Cristo a dejarse crucificar por
nosotros sea infundido por el Espíritu Santo en nuestro propios corazones,
con objeto de que consideremos al mundo como crucificado para nosotros,
y sepamos vivir crucificados para el mundo...y, llenos de caridad, muertos
para el pecado vivamos para Dios (S. Fulgencio de Ruspe, Fab. 28,16-19).
1395 Por la misma caridad que enciende en nosotros, la
Eucaristía nos preserva de futuros pecados mortales. Cuanto más
participamos en la vida de Cristo y más progresamos en su amistad,
tanto más difícil se nos hará romper con él
por el pecado mortal. La Eucaristía no está ordenada al perdón
de los pecados mortales. Esto es propio del sacramento de la Reconciliación.
Lo propio de la Eucaristía es ser el sacramento de los que están
en plena comunión con la Iglesia.
1396 La unidad del Cuerpo místico: La Eucaristía
hace la Iglesia. Los que reciben la Eucaristía se unen más
estrechamente a Cristo. Por ello mismo, Cristo los une a todos los fieles
en un solo cuerpo: la Iglesia. La comunión renueva, fortifica, profundiza
esta incorporación a la Iglesia realizada ya por el Bautismo. En el
Bautismo fuimos llamados a no formar más que un solo cuerpo (cf 1
Co 12,13). La Eucaristía realiza esta llamada: "El cáliz de
bendición que bendecimos ¿no es acaso comunión con la
sangre de Cristo? y el pan que partimos ¿no es comunión con
el Cuerpo de Cristo? Porque aun siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo
somos, pues todos participamos de un solo pan" (1 Co 10,16-17):
Si vosotros mismos sois Cuerpo y miembros de Cristo,
sois el sacramento que es puesto sobre la mesa del Señor, y recibís
este sacramento vuestro. Respondéis "Amén" (es decir, "sí",
"es verdad") a lo que recibís, con lo que, respondiendo, lo reafirmáis.
Oyes decir "el Cuerpo de Cristo", y respondes "amén". Por lo tanto,
se tú verdadero miembro de Cristo para que tu "amén" sea también
verdadero (S. Agustín, serm. 272).
1397 La Eucaristía entraña un compromiso
en favor de los pobres: Para recibir en la verdad el Cuerpo y la Sangre
de Cristo entregados por nosotros debemos reconocer a Cristo en los más
pobres, sus hermanos (cf Mt 25,40):
Has gustado la sangre del Señor y no reconoces
a tu hermano. Deshonras esta mesa, no juzgando digno de compartir tu alimento
al que ha sido juzgado digno de participar en esta mesa. Dios te ha liberado
de todos los pecados y te ha invitado a ella. Y tú, aún así,
no te has hecho más misericordioso (S. Juan Crisóstomo, hom.
in 1 Co 27,4).
1398 La Eucaristía y la unidad de los cristianos.
Ante la grandeza de esta misterio, S. Agustín exclama: "O sacramentum
pietatis! O signum unitatis! O vinculum caritatis!" ("¡Oh sacramento
de piedad, oh signo de unidad, oh vínculo de caridad!", Ev. Jo. 26,13;
cf SC 47). Cuanto más dolorosamente se hacen sentir las divisiones
de la Iglesia que rompen la participación común en la mesa
del Señor, tanto más apremiantes son las oraciones al Señor
para que lleguen los días de la unidad completa de todos los que
creen en él.
1399 Las Iglesias orientales que no están en plena
comunión con la Iglesia católica celebran la Eucaristía
con gran amor. "Mas como estas Iglesias, aunque separadas, tienen verdaderos
sacramentos, y sobre todo, en virtud de la sucesión apostólica,
el sacerdocio y la Eucaristía, con los que se unen aún más
con nosotros con vínculo estrechísimo" (UR 15). Una cierta
comunión in sacris, por tanto, en la Eucaristía, "no solamente
es posible, sino que se aconseja...en circunstancias oportunas y aprobándolo
la autoridad eclesiástica" (UR 15, cf CIC can. 844,3).
1400 Las comunidades eclesiales nacidas de la Reforma,
separadas de la Iglesia católica, "sobre todo por defecto del sacramento
del orden, no han conservado la sustancia genuina e íntegra del Misterio
eucarístico" (UR 22). Por esto, para la Iglesia católica,
la intercomunión eucarística con estas comunidades no es posible.
Sin embargo, estas comunidades eclesiales "al conmemorar en la Santa Cena
la muerte y la resurrección del Señor, profesan que en la
comunión de Cristo se significa la vida, y esperan su venida gloriosa"
(UR 22).
1401 Si, a juicio del ordinario, se presenta una necesidad
grave, los ministros católicos pueden administrar los sacramentos
(eucaristía, penitencia, unción de los enfermos) a cristianos
que no están en plena comunión con la Iglesia católica,
pero que piden estos sacramentos con deseo y rectitud: en tal caso se precisa
que profesen la fe católica respecto a estos sacramentos y estén
bien dispuestos (cf CIC, can. 844,4).
VII LA EUCARISTIA, "PIGNUS FUTURAE GLORIAE"
1402 En una antigua
oración, la Iglesia aclama el misterio de la Eucaristía: "O
sacrum convivium in quo Christus sumitur. Recolitur memoria passionis eius;
mens impletur gratia et futurae gloriae nobis pignus datur" ("¡Oh sagrado
banquete, en que Cristo es nuestra comida; se celebra el memorial de su pasión;
el alma se llena de gracia, y se nos da la prenda de la gloria futura!").
Si la Eucaristía es el memorial de la Pascua del Señor y si
por nuestra comunión en el altar somos colmados "de toda bendición
celestial y gracia" (MR, Canon Romano 96: "Supplices te rogamus"), la Eucaristía
es también la anticipación de la gloria celestial.
1403 En la última cena, el Señor mismo
atrajo la atención de sus discípulos hacia el cumplimiento
de la Pascua en el reino de Dios: "Y os digo que desde ahora no beberé
de este fruto de la vid hasta el día en que lo beba con vosotros,
de nuevo, en el Reino de mi Padre" (Mt 26,29; cf. Lc 22,18; Mc 14,25). Cada
vez que la Iglesia celebra la Eucaristía recuerda esta promesa y su
mirada se dirige hacia "el que viene" (Ap 1,4). En su oración, implora
su venida: "Maran atha" (1 Co 16,22), "Ven, Señor Jesús" (Ap
22,20), "que tu gracia venga y que este mundo pase" (Didaché 10,6).
1404 La Iglesia sabe que, ya ahora, el Señor viene
en su Eucaristía y que está ahí en medio de nosotros.
Sin embargo, esta presencia está velada. Por eso celebramos la Eucaristía
"expectantes beatam spem et adventum Salvatoris nostri Jesu Christi" ("Mientras
esperamos la gloriosa venida de Nuestro Salvador Jesucristo", Embolismo
después del Padre Nuestro; cf Tt 2,13), pidiendo entrar "en tu reino,
donde esperamos gozar todos juntos de la plenitud eterna de tu gloria; allí
enjugarás las lágrimas de nuestros ojos, porque, al contemplarte
como tú eres, Dios nuestro, seremos para siempre semejantes a ti
y cantaremos eternamente tus alabanzas, por Cristo, Señor Nuestro"
(MR, Plegaria Eucarística 3, 128: oración por los difuntos).
1405 De esta gran esperanza, la de los cielos nuevos
y la tierra nueva en los que habitará la justicia (cf 2 P 3,13),
no tenemos prenda más segura, signo más manifiesto que la Eucaristía.
En efecto, cada vez que se celebra este misterio, "se realiza la obra de
nuestra redención" (LG 3) y "partimos un mismo pan que es remedio
de inmortalidad, antídoto para no morir, sino para vivir en Jesucristo
para siempre" (S. Ignacio de Antioquía, Eph 20,2).
RESUMEN
1406 Jesús
dijo: "Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá
para siempre...el que come mi Carne y bebe mi Sangre, tiene vida eterna...permanece
en mí y yo en él" (Jn 6, 51.54.56).
1407 La Eucaristía es el corazón y la cumbre
de la vida de la Iglesia, pues en ella Cristo asocia su Iglesia y todos
sus miembros a su sacrificio de alabanza y acción de gracias ofrecido
una vez por todas en la cruz a su Padre; por medio de este sacrificio derrama
las gracias de la salvación sobre su Cuerpo, que es la Iglesia.
1408 La celebración eucarística comprende
siempre: la proclamación de la Palabra de Dios, la acción
de gracias a Dios Padre por todos sus beneficios, sobre todo por el don
de su Hijo, la consagración del pan y del vino y la participación
en el banquete litúrgico por la recepción del Cuerpo y de
la Sangre del Señor: estos elementos constituyen un solo y mismo
acto de culto.
1409 La Eucaristía es el memorial de la Pascua
de Cristo, es decir, de la obra de la salvación realizada por la vida,
la muerte y la resurrección de Cristo, obra que se hace presente
por la acción litúrgica.
1410 Es Cristo mismo, sumo sacerdote y eterno de la nueva
Alianza, quien, por el ministerio de los sacerdotes, ofrece el sacrificio
eucarístico. Y es también el mismo Cristo, realmente presente
bajo las especies del pan y del vino, la ofrenda del sacrificio eucarístico.
1411 Sólo los presbíteros válidamente
ordenados pueden presidir la Eucaristía y consagrar el pan y el vino
para que se conviertan en el Cuerpo y la Sangre del Señor.
1412 Los signos esenciales del sacramento eucarístico
son pan de trigo y vino de vid, sobre los cuales es invocada la bendición
del Espíritu Santo y el presbítero pronuncia las palabras
de la consagración dichas por Jesús en la última cena:
"Esto es mi Cuerpo entregado por vosotros...Este es el cáliz de mi
Sangre..."
1413 Por la consagración se realiza la transubstanciación
del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Bajo las especies
consagradas del pan y del vino, Cristo mismo, vivo y glorioso, está
presente de manera verdadera, real y substancial, con su Cuerpo, su Sangre,
su alma y su divinidad (cf Cc. de Trento: DS 1640; 1651).
1414 En cuanto sacrificio, la Eucaristía es ofrecida
también en reparación de los pecados de los vivos y los difuntos,
y para obtener de Dios beneficios espirituales o temporales.
1415 El que quiere recibir a Cristo en la Comunión
eucarística debe hallarse en estado de gracia. Si uno tiene conciencia
de haber pecado mortalmente no debe acercarse a la Eucaristía sin
haber recibido previamente la absolución en el sacramento de la Penitencia.
1416 La Sagrada Comunión del Cuerpo y de la Sangre
de Cristo acrecienta la unión del comulgante con el Señor,
le perdona los pecados veniales y lo preserva de pecados graves. Puesto que
los lazos de caridad entre el comulgante y Cristo son reforzados, la recepción
de este sacramento fortalece la unidad de la Iglesia, Cuerpo místico
de Cristo.
1417 La Iglesia recomienda vivamente a los fieles que
reciban la sagrada comunión cuando participan en la celebración
de la Eucaristía; y les impone la obligación de hacerlo al menos
una vez al año.
1418 Puesto que Cristo mismo está presente en
el Sacramento del Altar es preciso honrarlo con culto de adoración.
"La visita al Santísimo Sacramento es una prueba de gratitud, un
signo de amor y un deber de adoración hacia Cristo, nuestro Señor"
(MF).
1419 Cristo, que pasó de este mundo al Padre,
nos da en la Eucaristía la prenda de la gloria que tendremos junto
a él: la participación en el Santo Sacrificio nos identifica
con su Corazón, sostiene nuestras fuerzas a lo largo del peregrinar
de esta vida, nos hace desear la Vida eterna y nos une ya desde ahora a
la Iglesia del cielo, a la Santa Virgen María y a todos los santos.
CAPITULO SEGUNDO: LOS SACRAMENTOS DE CURACION
1420 Por los sacramentos
de la iniciación cristiana, el hombre recibe la vida nueva de Cristo.
Ahora bien, esta vida la llevamos en "vasos de barro" (2 Co 4,7). Actualmente
está todavía "escondida con Cristo en Dios" (Col 3,3). Nos
hallamos aún en "nuestra morada terrena" (2 Co 5,1), sometida al
sufrimiento, a la enfermedad y a la muerte. Esta vida nueva de hijo de Dios
puede ser debilitada e incluso perdida por el pecado.
1421 El Señor Jesucristo, médico de nuestras
almas y de nuestros cuerpos, que perdonó los pecados al paralítico
y le devolvió la salud del cuerpo (cf Mc 2,1-12), quiso que su Iglesia
continuase, en la fuerza del Espíritu Santo, su obra de curación
y de salvación, incluso en sus propios miembros. Este es finalidad
de los dos sacramentos de curación: del sacramento de la Penitencia
y de la Unción de los enfermos.
Artículo 4 EL SACRAMENTO DE
LA PENITENCIA
Y DE LA RECONCILIACION
1422 "Los que se
acercan al sacramento de la penitencia obtienen de la misericordia de Dios
el perdón de los pecados cometidos contra El y, al mismo tiempo,
se reconcilian con la Iglesia, a la que ofendieron con sus pecados. Ella
les mueve a conversión con su amor, su ejemplo y sus oraciones" (LG
11).
I EL NOMBRE DE ESTE SACRAMENTO
1423 Se le denomina
sacramento de conversión porque realiza sacramentalmente la llamada
de Jesús a la conversión (cf Mc 1,15), la vuelta al Padre
(cf Lc 15,18) del que el hombre se había alejado por el pecado.
Se denomina sacramento de la Penitencia porque consagra
un proceso personal y eclesial de conversión, de arrepentimiento
y de reparación por parte del cristiano pecador.
1424 Es llamado sacramento de la confesión porque
la declaración o manifestación, la confesión de los
pecados ante el sacerdote, es un elemento esencial de este sacramento. En
un sentido profundo este sacramento es también una "confesión",
reconocimiento y alabanza de la santidad de Dios y de su misericordia para
con el hombre pecador.
Se le llama sacramento del perdón porque, por
la absolución sacramental del sacerdote, Dios concede al penitente
"el perdón y la paz" (OP, fórmula de la absolución).
Se le denomina sacramento de reconciliación porque
otorga al pecador el amor de Dios que reconcilia: "Dejaos reconciliar con
Dios" (2 Co 5,20). El que vive del amor misericordioso de Dios está
pronto a responder a la llamada del Señor: "Ve primero a reconciliarte
con tu hermano" (Mt 5,24).
II POR QUÉ
UN SACRAMENTO DE LA RECONCILIACION
DESPUES DEL BAUTISMO
1425 "Habéis sido lavados, habéis sido
santificados, habéis sido justificados en el nombre del Señor
Jesucristo y por el Espíritu de nuestro Dios" (1 Co 6,11). Es preciso
darse cuenta de la grandeza del don de Dios que se nos hace en los sacramentos
de la iniciación cristiana para comprender hasta qué punto
el pecado es algo que no cabe en aquél que "se ha revestido de Cristo"
(Ga 3,27). Pero el apóstol S. Juan dice también: "Si decimos:
`no tenemos pecado', nos engañamos y la verdad no está en
nosotros" (1 Jn 1,8). Y el Señor mismo nos enseñó a
orar: "Perdona nuestras ofensas" (Lc 11,4) uniendo el perdón mutuo
de nuestras ofensas al perdón que Dios concederá a nuestros
pecados.
1426 La conversión a Cristo, el nuevo nacimiento
por el Bautismo, el don del Espíritu Santo, el Cuerpo y la Sangre
de Cristo recibidos como alimento nos han hecho "santos e inmaculados ante
él" (Ef 1,4), como la Iglesia misma, esposa de Cristo, es "santa e
inmaculada ante él" (Ef 5,27). Sin embargo, la vida nueva recibida
en la iniciación cristiana no suprimió la fragilidad y la debilidad
de la naturaleza humana, ni la inclinación al pecado que la tradición
llama concupiscencia, y que permanece en los bautizados a fin de que sirva
de prueba en ellos en el combate de la vida cristiana ayudados por la gracia
de Dios (cf DS 1515). Esta lucha es la de la conversión con
miras a la santidad y la vida eterna a la que el Señor no cesa de
llamarnos (cf DS 1545; LG 40).
III LA CONVERSION DE LOS BAUTIZADOS
1427 Jesús
llama a la conversión. Esta llamada es una parte esencial del anuncio
del Reino: "El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca;
convertíos y creed en la Buena Nueva" (Mc 1,15). En la predicación
de la Iglesia, esta llamada se dirige primeramente a los que no conocen todavía
a Cristo y su Evangelio. Así, el Bautismo es el lugar principal de
la conversión primera y fundamental. Por la fe en la Buena Nueva
y por el Bautismo (cf. Hch 2,38) se renuncia al mal y se alcanza la salvación,
es decir, la remisión de todos los pecados y el don de la vida nueva.
1428 Ahora bien, la llamada de Cristo a la conversión
sigue resonando en la vida de los cristianos. Esta segunda conversión
es una tarea ininterrumpida para toda la Iglesia que "recibe en su propio
seno a los pecadores" y que siendo "santa al mismo tiempo que necesitada
de purificación constante,busca sin cesar la penitencia y la renovación"
(LG 8). Este esfuerzo de conversión no es sólo una obra humana.
Es el movimiento del "corazón contrito" (Sal 51,19), atraído
y movido por la gracia (cf Jn 6,44; 12,32) a responder al amor misericordioso
de Dios que nos ha amado primero (cf 1 Jn 4,10).
1429 De ello da testimonio la conversión de S.
Pedro tras la triple negación de su Maestro. La mirada de infinita
misericordia de Jesús provoca las lágrimas del arrepentimiento
(Lc 22,61) y, tras la resurrección del Señor, la triple afirmación
de su amor hacia él (cf Jn 21,15-17). La segunda conversión
tiene también una dimensión comunitaria. Esto aparece en la
llamada del Señor a toda la Iglesia: "¡Arrepiéntete!"
(Ap 2,5.16).
S. Ambrosio dice acerca de las dos conversiones que,
en la Iglesia, "existen el agua y las lágrimas: el agua del Bautismo
y las lágrimas de la Penitencia" (Ep. 41,12).
IV LA PENITENCIA INTERIOR
1430 Como ya en
los profetas, la llamada de Jesús a la conversión y a la penitencia
no mira, en primer lugar, a las obras exteriores "el saco y la ceniza", los
ayunos y las mortificaciones, sino a la conversión del corazón,
la penitencia interior. Sin ella, las obras de penitencia permanecen estériles
y engañosas; por el contrario, la conversión interior impulsa
a la expresión de esta actitud por medio de signos visibles, gestos
y obras de penitencia (cf Jl 2,12-13; Is 1,16-17; Mt 6,1-6. 16-18).
1431 La penitencia interior es una reorientación
radical de toda la vida, un retorno, una conversión a Dios con todo
nuestro corazón, una ruptura con el pecado, una aversión del
mal, con repugnancia hacia las malas acciones que hemos cometido. Al mismo
tiempo, comprende el deseo y la resolución de cambiar de vida con
la esperanza de la misericordia divina y la confianza en la ayuda de su gracia.
Esta conversión del corazón va acompañada de dolor
y tristeza saludables que los Padres llamaron "animi cruciatus" (aflicción
del espíritu), "compunctio cordis" (arrepentimiento del corazón)
(cf Cc. de Trento: DS 1676-1678; 1705; Catech. R. 2, 5, 4).
1432 El corazón del hombre es rudo y endurecido.
Es preciso que Dios dé al hombre un corazón nuevo (cf Ez 36,26-27).
La conversión es primeramente una obra de la gracia de Dios
que hace volver a él nuestros corazones: "Conviértenos, Señor,
y nos convertiremos" (Lc 5,21). Dios es quien nos da la fuerza para comenzar
de nuevo. Al descubrir la grandeza del amor de Dios, nuestro corazón
se estremece ante el horror y el peso del pecado y comienza a temer ofender
a Dios por el pecado y verse separado de él. El corazón humano
se convierte mirando al que nuestros pecados traspasaron (cf Jn 19,37; Za
12,10).
Tengamos los ojos fijos en la sangre de Cristo y comprendamos
cuán preciosa es a su Padre, porque, habiendo sido derramada para
nuestra salvación, ha conseguido para el mundo entero la gracia del
arrepentimiento (S. Clem. Rom. Cor 7,4).
1433 Después de Pascua, el Espíritu Santo
"convence al mundo en lo referente al pecado" (Jn 16, 8-9), a saber, que
el mundo no ha creído en el que el Padre ha enviado. Pero este mismo
Espíritu, que desvela el pecado, es el Consolador (cf Jn 15,26) que
da al corazón del hombre la gracia del arrepentimiento y de la conversión
(cf Hch 2,36-38; Juan Pablo II, DeV 27-48).
V DIVERSAS FORMAS DE PENITENCIA EN LA VIDA CRISTIANA
1434 La penitencia
interior del cristiano puede tener expresiones muy variadas. La Escritura
y los Padres insisten sobre todo en tres formas: el ayuno, la oración,
la limosna (cf. Tb 12,8; Mt 6,1-18), que expresan la conversión
con relación a sí mismo, con relación a Dios y con relación
a los demás. Junto a la purificación radical operada por el
Bautismo o por el martirio, citan, como medio de obtener el perdón
de los pecados, los esfuerzos realizados para reconciliarse con el prójimo,
las lágrimas de penitencia, la preocupación por la salvación
del prójimo (cf St 5,20), la intercesión de los santos y la
práctica de la caridad "que cubre multitud de pecados" (1 P 4,8).
1435 La conversión se realiza en la vida cotidiana
mediante gestos de reconciliación, la atención a los pobres,
el ejercicio y la defensa de la justicia y del derecho (Am 5,24; Is 1,17),
por el reconocimiento de nuestras faltas ante los hermanos, la corrección
fraterna, la revisión de vida, el examen de conciencia, la dirección
espiritual, la aceptación de los sufrimientos, el padecer la persecución
a causa de la justicia. Tomar la cruz cada día y seguir a Jesús
es el camino más seguro de la penitencia (cf Lc 9,23).
1436 Eucaristía y Penitencia. La conversión
y la penitencia diarias encuentran su fuente y su alimento en la Eucaristía,
pues en ella se hace presente el sacrificio de Cristo que nos reconcilió
con Dios; por ella son alimentados y fortificados los que viven de la vida
de Cristo; "es el antídoto que nos libera de nuestras faltas cotidianas
y nos preserva de pecados mortales" (Cc. de Trento: DS 1638).
1437 La lectura de la Sagrada Escritura, la oración
de la Liturgia de las Horas y del Padre Nuestro, todo acto sincero de culto
o de piedad reaviva en nosotros el espíritu de conversión
y de penitencia y contribuye al perdón de nuestros pecados.
1438 Los tiempos y los días de penitencia a lo
largo del año litúrgico (el tiempo de Cuaresma, cada viernes
en memoria de la muerte del Señor) son momentos fuertes de la práctica
penitencial de la Iglesia (cf SC 109-110; CIC can. 1249-1253; CCEO 880-883).
Estos tiempos son particularmente apropiados para los ejercicios espirituales,
las liturgias penitenciales, las peregrinaciones como signo de penitencia,
las privaciones voluntarias como el ayuno y la limosna, la comunicación
cristiana de bienes (obras caritativas y misioneras).
1439 El proceso de la conversión y de la penitencia
fue descrito maravillosamente por Jesús en la parábola llamada
"del hijo pródigo", cuyo centro es "el Padre misericordioso" (Lc
15,11-24): la fascinación de una libertad ilusoria, el abandono de
la casa paterna; la miseria extrema en que el hijo se encuentra tras haber
dilapidado su fortuna; la humillación profunda de verse obligado
a apacentar cerdos, y peor aún, la de desear alimentarse de las algarrobas
que comían los cerdos; la reflexión sobre los bienes perdidos;
el arrepentimiento y la decisión de declararse culpable ante su padre,
el camino del retorno; la acogida generosa del padre; la alegría del
padre: todos estos son rasgos propios del proceso de conversión. El
mejor vestido, el anillo y el banquete de fiesta son símbolos de esta
vida nueva, pura, digna, llena de alegría que es la vida del hombre
que vuelve a Dios y al seno de su familia, que es la Iglesia. Sólo
el corazón de Cristo que conoce las profundidades del amor de su Padre,
pudo revelarnos el abismo de su misericordia de una manera tan llena de simplicidad
y de belleza.
VI EL SACRAMENTO DE LA PENITENCIA
Y DE LA RECONCILIACION
1440 El pecado es,
ante todo, ofensa a Dios, ruptura de la comunión con él. Al
mismo tiempo, atenta contra la comunión con la Iglesia. Por eso la
conversión implica a la vez el perdón de Dios y la reconciliación
con la Iglesia, que es lo que expresa y realiza litúrgicamente el
sacramento de la Penitencia y de la Reconciliación (cf LG 11).
Sólo Dios perdona el pecado
1441 Sólo
Dios perdona los pecados (cf Mc 2,7). Porque Jesús es el Hijo de
Dios, dice de sí mismo: "El Hijo del hombre tiene poder de perdonar
los pecados en la tierra" (Mc 2,10) y ejerce ese poder divino: "Tus pecados
están perdonados" (Mc 2,5; Lc 7,48). Más aún, en virtud
de su autoridad divina, Jesús confiere este poder a los hombres
(cf Jn 20,21-23) para que lo ejerzan en su nombre.
1442 Cristo quiso que toda su Iglesia, tanto en su oración
como en su vida y su obra, fuera el signo y el instrumento del perdón
y de la reconciliación que nos adquirió al precio de su sangre.
Sin embargo, confió el ejercicio del poder de absolución al
ministerio apostólico, que está encargado del "ministerio
de la reconciliación" (2 Cor 5,18). El apóstol es enviado
"en nombre de Cristo", y "es Dios mismo" quien, a través de él,
exhorta y suplica: "Dejaos reconciliar con Dios" (2 Co 5,20).
Reconciliación con la Iglesia
1443 Durante su
vida pública, Jesús no sólo perdonó los pecados,
también manifestó el efecto de este perdón: a los pecadores
que son perdonados los vuelve a integrar en la comunidad del pueblo de Dios,
de donde el pecado los había alejado o incluso excluido. Un signo
manifiesto de ello es el hecho de que Jesús admite a los pecadores
a su mesa, más aún, él mismo se sienta a su mesa, gesto
que expresa de manera conmovedora, a la vez, el perdón de Dios (cf
Lc 15) y el retorno al seno del pueblo de Dios (cf Lc 19,9).
1444 Al hacer partícipes a los apóstoles
de su propio poder de perdonar los pecados, el Señor les da también
la autoridad de reconciliar a los pecadores con la Iglesia. Esta dimensión
eclesial de su tarea se expresa particularmente en las palabras solemnes
de Cristo a Simón Pedro: "A ti te daré las llaves del Reino
de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos,
y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos" (Mt
16,19). "Está claro que también el Colegio de los Apóstoles,
unido a su Cabeza (cf Mt 18,18; 28,16-20), recibió la función
de atar y desatar dada a Pedro (cf Mt 16,19)" LG 22).
1445 Las palabras atar y desatar significan: aquel a
quien excluyáis de vuestra comunión, será excluido
de la comunión con Dios; aquel a quien que recibáis de nuevo
en vuestra comunión, Dios lo acogerá también en la
suya. La reconciliación con la Iglesia es inseparable de la reconciliación
con Dios.
El sacramento del perdón
1446 Cristo instituyó
el sacramento de la Penitencia en favor de todos los miembros pecadores
de su Iglesia, ante todo para los que, después del Bautismo, hayan
caído en el pecado grave y así hayan perdido la gracia bautismal
y lesionado la comunión eclesial. El sacramento de la Penitencia
ofrece a éstos una nueva posibilidad de convertirse y de recuperar
la gracia de la justificación. Los Padres de la Iglesia presentan
este sacramento como "la segunda tabla (de salvación) después
del naufragio que es la pérdida de la gracia" (Tertuliano, paen. 4,2;
cf Cc. de Trento: DS 1542).
1447 A lo largo de los siglos la forma concreta, según
la cual la Iglesia ha ejercido este poder recibido del Señor ha variado
mucho. Durante los primeros siglos, la reconciliación de los cristianos
que habían cometido pecados particularmente graves después
de su Bautismo (por ejemplo, idolatría, homicidio o adulterio), estaba
vinculada a una disciplina muy rigurosa, según la cual los penitentes
debían hacer penitencia pública por sus pecados, a menudo,
durante largos años, antes de recibir la reconciliación. A
este "orden de los penitentes" (que sólo concernía a ciertos
pecados graves) sólo se era admitido raramente y, en ciertas regiones,
una sola vez en la vida. Durante el siglo VII, los misioneros irlandeses,
inspirados en la tradición monástica de Oriente, trajeron a
Europa continental la práctica "privada" de la Penitencia, que no
exigía la realización pública y prolongada de obras
de penitencia antes de recibir la reconciliación con la Iglesia. El
sacramento se realiza desde entonces de una manera más secreta
entre el penitente y el sacerdote. Esta nueva práctica preveía
la posibilidad de la reiteración del sacramento y abría así
el camino a una recepción regular del mismo. Permitía integrar
en una sola celebración sacramental el perdón de los pecados
graves y de los pecados veniales. A grandes líneas, esta es la forma
de penitencia que la Iglesia practica hasta nuestros días.
1448 A través de los cambios que la disciplina
y la celebración de este sacramento han experimentado a lo largo de
los siglos, se descubre una misma estructura fundamental. Comprende dos
elementos igualmente esenciales: por una parte, los actos del hombre que
se convierte bajo la acción del Espíritu Santo, a saber, la
contrición, la confesión de los pecados y la satisfacción;
y por otra parte, la acción de Dios por ministerio de la Iglesia.
Por medio del obispo y de sus presbíteros, la Iglesia en nombre de
Jesucristo concede el perdón de los pecados, determina la modalidad
de la satisfacción, ora también por el pecador y hace penitencia
con él. Así el pecador es curado y restablecido en la comunión
eclesial.
1449 La fórmula de absolución en uso en
la Iglesia latina expresa el elemento esencial de este sacramento: el Padre
de la misericordia es la fuente de todo perdón. Realiza la reconciliación
de los pecadores por la Pascua de su Hijo y el don de su Espíritu,
a través de la oración y el ministerio de la Iglesia:
Dios, Padre misericordioso, que reconcilió consigo
al mundo por la muerte y la resurrección de su Hijo y derramó
el Espíritu Santo para la remisión de los pecados, te conceda,
por el ministerio de la Iglesia, el perdón y la paz. Y yo te absuelvo
de tus pecados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo
(OP 102).
VII LOS ACTOS DEL PENITENTE
1450 "La penitencia
mueve al pecador a sufrir todo voluntariamente; en su corazón, contrición;
en la boca, confesión; en la obra toda humildad y fructífera
satisfacción" (Catech. R. 2,5,21; cf Cc de Trento: DS 1673) .
La contrición
1451 Entre los actos
del penitente, la contrición aparece en primer lugar. Es "un dolor
del alma y una detestación del pecado cometido con la resolución
de no volver a pecar" (Cc. de Trento: DS 1676).
1452 Cuando brota del amor de Dios amado sobre todas
las cosas, la contrición se llama "contrición perfecta"(contrición
de caridad). Semejante contrición perdona las faltas veniales;
obtiene también el perdón de los pecados mortales si comprende
la firme resolución de recurrir tan pronto sea posible a la confesión
sacramental (cf Cc. de Trento: DS 1677).
1453 La contrición llamada "imperfecta" (o "atrición")
es también un don de Dios, un impulso del Espíritu Santo.
Nace de la consideración de la fealdad del pecado o del temor de
la condenación eterna y de las demás penas con que es amenazado
el pecador. Tal conmoción de la conciencia puede ser el comienzo
de una evolución interior que culmina, bajo la acción de la
gracia, en la absolución sacramental. Sin embargo, por sí
misma la contrición imperfecta no alcanza el perdón de los
pecados graves, pero dispone a obtenerlo en el sacramento de la Penitencia
(cf Cc. de Trento: DS 1678, 1705).
1454 Conviene preparar la recepción de este sacramento
mediante un examen de conciencia hecho a la luz de la Palabra de Dios. Para
esto, los textos más aptos a este respecto se encuentran en el Decálogo
y en la catequesis moral de los evangelios y de las cartas de los apóstoles:
Sermón de la montaña y enseñanzas apostólicas
(Rm 12-15; 1 Co 12-13; Ga 5; Ef 4-6, etc.).
La confesión de los pecados
1455 La confesión
de los pecados, incluso desde un punto de vista simplemente humano, nos
libera y facilita nuestra reconciliación con los demás. Por
la confesión, el hombre se enfrenta a los pecados de que se siente
culpable; asume su responsabilidad y, por ello, se abre de nuevo a Dios y
a la comunión de la Iglesia con el fin de hacer posible un nuevo futuro.
1456 La confesión de los pecados hecha al sacerdote
constituye una parte esencial del sacramento de la penitencia: "En la confesión,
los penitentes deben enumerar todos los pecados mortales de que tienen conciencia
tras haberse examinado seriamente, incluso si estos pecados son muy secretos
y si han sido cometidos solamente contra los dos últimos mandamientos
del Decálogo (cf Ex 20,17; Mt 5,28), pues, a veces, estos pecados
hieren más gravemente el alma y son más peligrosos que los
que han sido cometidos a la vista de todos" (Cc. de Trento: DS 1680):
Cuando los fieles de Cristo se esfuerzan por confesar
todos los pecados que recuerdan, no se puede dudar que están presentando
ante la misericordia divina para su perdón todos los pecados que
han cometido. Quienes actúan de otro modo y callan conscientemente
algunos pecados, no están presentando ante la bondad divina nada
que pueda ser perdonado por mediación del sacerdote. Porque `si el
enfermo se avergüenza de descubrir su llaga al médico, la medicina
no cura lo que ignora' (S. Jerónimo, Eccl. 10,11) (Cc. de Trento:
DS 1680).
1457 Según el mandamiento de la Iglesia "todo
fiel llegado a la edad del uso de razón debe confesar al menos una
vez la año, los pecados graves de que tiene conciencia" (CIC can.
989; cf. DS 1683; 1708). "Quien tenga conciencia de hallarse en pecado grave
que no celebre la misa ni comulgue el Cuerpo del Señor sin acudir
antes a la confesión sacramental a no ser que concurra un motivo grave
y no haya posibilidad de confesarse; y, en este caso, tenga presente que
está obligado a hacer un acto de contrición perfecta, que
incluye el propósito de confesarse cuanto antes" (CIC, can. 916;
cf Cc. de Trento: DS 1647; 1661; CCEO can. 711). Los niños deben
acceder al sacramento de la penitencia antes de recibir por primera vez
la sagrada comunión (CIC can.914).
1458 Sin ser estrictamente necesaria, la confesión
de los pecados veniales, sin embargo, se recomienda vivamente por la Iglesia
(cf Cc. de Trento: DS 1680; CIC 988,2). En efecto, la confesión habitual
de los pecados veniales ayuda a formar la conciencia, a luchar contra las
malas inclinaciones, a dejarse curar por Cristo, a progresar en la vida
del Espíritu. Cuando se recibe con frecuencia, mediante este sacramento,
el don de la misericordia del Padre, el creyente se ve impulsado a ser él
también misericordioso (cf Lc 6,36):
El que confiesa sus pecados actúa ya con Dios.
Dios acusa tus pecados, si tú también te acusas, te unes a
Dios. El hombre y el pecador, son por así decirlo, dos realidades:
cuando oyes hablar del hombre, es Dios quien lo ha hecho; cuando oyes hablar
del pecador, es el hombre mismo quien lo ha hecho. Destruye lo que tú
has hecho para que Dios salve lo que él ha hecho...Cuando comienzas
a detestar lo que has hecho, entonces tus obras buenas comienzan porque reconoces
tus obras malas. El comienzo de las obras buenas es la confesión
de las obras malas. Haces la verdad y vienes a la Luz (S. Agustín,
ev. Ioa. 12,13).
La satisfacción
1459 Muchos pecados
causan daño al prójimo. Es preciso hacer lo posible para repararlo
(por ejemplo, restituir las cosas robadas, restablecer la reputación
del que ha sido calumniado, compensar las heridas). La simple justicia exige
esto. Pero además el pecado hiere y debilita al pecador mismo, así
como sus relaciones con Dios y con el prójimo. La absolución
quita el pecado, pero no remedia todos los desórdenes que el pecado
causó (cf Cc. de Trento: DS 1712). Liberado del pecado, el pecador
debe todavía recobrar la plena salud espiritual. Por tanto, debe
hacer algo más para reparar sus pecados: debe "satisfacer" de manera
apropiada o "expiar" sus pecados. Esta satisfacción se llama también
"penitencia".
1460 La penitencia que el confesor impone debe tener
en cuenta la situación personal del penitente y buscar su bien espiritual.
Debe corresponder todo lo posible a la gravedad y a la naturaleza de los
pecados cometidos. Puede consistir en la oración, en ofrendas, en
obras de misericordia, servicios al prójimo, privaciones voluntarias,
sacrificios, y sobre todo, la aceptación paciente de la cruz que debemos
llevar. Tales penitencias ayudan a configurarnos con Cristo que, el Unico
que expió nuestros pecados (Rm 3,25; 1 Jn 2,1-2) una vez por todas.
Nos permiten llegar a ser coherederos de Cristo resucitado, "ya que sufrimos
con él" (Rm 8,17; cf Cc. de Trento: DS 1690):
Pero nuestra satisfacción, la que realizamos
por nuestros pecados, sólo es posible por medio de Jesucristo: nosotros
que, por nosotros mismos, no podemos nada, con la ayuda "del que nos fortalece,
lo podemos todo" (Flp 4,13). Así el hombre no tiene nada de que pueda
gloriarse sino que toda "nuestra gloria" está en Cristo...en quien
satisfacemos "dando frutos dignos de penitencia" (Lc 3,8) que reciben su
fuerza de él, por él son ofrecidos al Padre y gracias a él
son aceptados por el Padre (Cc. de Trento: DS 1691).
VIII EL MINISTRO DE ESTE SACRAMENTO
1461 Puesto que
Cristo confió a sus apóstoles el ministerio de la reconciliación
(cf Jn 20,23; 2 Co 5,18), los obispos, sus sucesores, y los presbíteros,
colaboradores de los obispos, continúan ejerciendo este ministerio.
En efecto, los obispos y los presbíteros, en virtud del sacramento
del Orden, tienen el poder de perdonar todos los pecados "en el nombre del
Padre y del Hijo y del Espíritu Santo".
1462 El perdón de los pecados reconcilia con Dios
y también con la Iglesia. El obispo, cabeza visible de la Iglesia
par ticular, es considerado, por tanto, con justo título, desde los
tiempos antiguos como el que tiene principalmente el poder y el ministerio
de la reconciliación: es el moderador de la disciplina penitencial
(LG 26). Los presbíteros, sus colaboradores, lo ejercen en la medida
en que han recibido la tarea de administrarlo sea de su obispo (o de un superior
religioso) sea del Papa, a través del derecho de la Iglesia (cf CIC
can 844; 967-969, 972; CCEO can. 722,3-4).
1463 Ciertos pecados particularmente graves están
sancionados con la excomunión, la pena eclesiástica más
severa, que impide la recepción de los sacramentos y el ejercicio
de ciertos actos eclesiásticos (cf CIC, can. 1331; CCEO, can. 1431.
1434), y cuya absolución, por consiguiente, sólo puede ser
concedida, según el derecho de la Iglesia, al Papa, al obispo del
lugar, o a sacerdotes autorizados por ellos (cf CIC can. 1354-1357; CCEO
can. 1420). En caso de peligro de muerte, todo sacerdote, aun el que carece
de la facultad de oír confesiones, puede absolver de cualquier pecado
(cf CIC can. 976; para la absolución de los pecados, CCEO can. 725)
y de toda excomunión.
1464 Los sacerdotes deben alentar a los fieles a acceder
al sacramento de la penitencia y deben mostrarse disponibles a celebrar
este sacramento cada vez que los cristianos lo pidan de manera razonable
(cf CIC can. 986; CCEO, can 735; PO 13).
1465 Cuando celebra el sacramento de la Penitencia, el
sacerdote ejerce el ministerio del Buen Pastor que busca la oveja perdida,
el del Buen Samaritano que cura las heridas, del Padre que espera al Hijo
pródigo y lo acoge a su vuelta, del justo Juez que no hace acepción
de personas y cuyo juicio es a la vez justo y misericordioso. En una palabra,
el sacerdote es el signo y el instrumento del amor misericordioso de Dios
con el pecador.
1466 El confesor no es dueño, sino el servidor
del perdón de Dios. El ministro de este sacramento debe unirse a la
intención y a la caridad de Cristo (cf PO 13). Debe tener un conocimiento
probado del comportamiento cristiano, experiencia de las cosas humanas, respeto
y delicadeza con el que ha caído; debe amar la verdad, ser fiel al
magisterio de la Iglesia y conducir al penitente con paciencia hacia su curación
y su plena madurez. Debe orar y hacer penitencia por él confiándolo
a la misericordia del Señor.
1467 Dada la delicadeza y la grandeza de este ministerio
y el respeto debido a las personas, la Iglesia declara que todo sacerdote
que oye confesiones está obligado a guardar un secreto absoluto sobre
los pecados que sus penitentes le han confesado, bajo penas muy severas
(CIC can. 1388,1; CCEO can. 1456). Tampoco puede hacer uso de los conocimientos
que la confesión le da sobre la vida de los penitentes. Este secreto,
que no admite excepción, se llama "sigilo sacramental", porque lo
que el penitente ha manifestado al sacerdote queda "sellado" por el sacramento.
IX LOS EFECTOS DE ESTE SACRAMENTO
1468 "Toda la virtud
de la penitencia reside en que nos restituye a la gracia de Dios y nos une
con él con profunda amistad" (Catech. R. 2, 5, 18). El fin y el efecto
de este sacramento son, pues, la reconciliación con Dios. En los
que reciben el sacramento de la Penitencia con un corazón contrito
y con una disposición religiosa, "tiene como resultado la paz y la
tranquilidad de la conciencia, a las que acompaña un profundo consuelo
espiritual" (Cc. de Trento: DS 1674). En efecto, el sacramento de la reconciliación
con Dios produce una verdadera "resurrección espiritual", una restitución
de la dignidad y de los bienes de la vida de los hijos de Dios, el más
precioso de los cuales es la amistad de Dios (Lc 15,32).
1469 Este sacramento reconcilia con la Iglesia al penitente.
El pecado menoscaba o rompe la comunión fraterna. El sacramento de
la Penitencia la repara o la restaura. En este sentido, no cura solamente
al que se reintegra en la comunión eclesial, tiene también
un efecto vivificante sobre la vida de la Iglesia que ha sufrido por el pecado
de uno de sus miembros (cf 1 Co 12,26). Restablecido o afirmado en la comunión
de los santos, el pecador es fortalecido por el intercambio de los bienes
espirituales entre todos los miembros vivos del Cuerpo de Cristo, estén
todavía en situación de peregrinos o que se hallen ya en la
patria celestial (cf LG 48-50):
Pero hay que añadir que tal reconciliación
con Dios tiene como consecuencia, por así decir, otras reconciliaciones
que reparan las rupturas causadas por el pecado: el penitente perdonado
se reconcilia consigo mismo en el fondo más íntimo de su propio
ser, en el que recupera la propia verdad interior; se reconcilia con los
hermanos, agredidos y lesionados por él de algún modo; se reconcilia
con la Iglesia, se reconcilia con toda la creación (RP 31).
1470 En este sacramento, el pecador, confiándose
al juicio misericordioso de Dios, anticipa en cierta manera el juicio al
que será sometido al fin de esta vida terrena. Porque es ahora, en
esta vida, cuando nos es ofrecida la elección entre la vida y la muerte,
y sólo por el camino de la conversión podemos entrar en el
Reino del que el pecado grave nos aparta (cf 1 Co 5,11; Ga 5,19-21; Ap 22,15).
Convirtiéndose a Cristo por la penitencia y la fe, el pecador pasa
de la muerte a la vida "y no incurre en juicio" (Jn 5,24)
X LAS INDULGENCIAS
1471 La doctrina
y la práctica de las indulgencias en la Iglesia están estrechamente
ligadas a los efectos del sacramento de la Penitencia (Pablo VI, const.
ap. "Indulgentiarum doctrina", normas 1-3).
Qué son las indulgencias
"La indulgencia
es la remisión ante Dios de la pena temporal por los pecados, ya
perdonados, en cuanto a la culpa, que un fiel dispuesto y cumpliendo determinadas
condiciones consigue por mediación de la Iglesia, la cual, como administradora
de la redención, distribuye y aplica con autoridad el tesoro de las
satisfacciones de Cristo y de los santos".
"La indulgencia es parcial o plenaria según libere
de la pena temporal debida por los pecados en parte o totalmente"
"Todo fiel puede lucrar para sí mismo o aplicar
por los difuntos, a manera de sufragio, las indulgencias tanto parciales
como plenarias" (CIC, can. 992-994)
Las penas del pecado
1472 Para entender
esta doctrina y esta práctica de la Iglesia es preciso recordar que
el pecado tiene una doble consecuencia. El pecado grave nos priva de la
comunión con Dios y por ello nos hace incapaces de la vida eterna,
cuya privación se llama la "pena eterna" del pecado. Por otra parte,
todo pecado, incluso venial, entraña apego desordenado a las criaturas
que tienen necesidad de purificación, sea aquí abajo, sea después
de la muerte, en el estado que se llama Purgatorio. Esta purificación
libera de lo que se llama la "pena temporal" del pecado. Estas dos penas
no deben ser concebidas como una especie de venganza, infligida por Dios
desde el exterior, sino como algo que brota de la naturaleza misma del pecado.
Una conversión que procede de una ferviente caridad puede llegar a
la total purificación del pecador, de modo que no subsistiría
ninguna pena (Cc. de Trento: DS 1712-13; 1820).
1473 El perdón del pecado y la restauración
de la comunión con Dios entrañan la remisión de las
penas eternas del pecado. Pero las penas temporales del pecado permanecen.
El cristiano debe esforzarse, soportando pacientemente los sufrimientos y
las pruebas de toda clase y, llegado el día, enfrentándose
serenamente con la muerte, por aceptar como una gracia estas penas temporales
del pecado; debe aplicarse, tanto mediante las obras de misericordia y de
caridad, como mediante la oración y las distintas prácticas
de penitencia, a despojarse completamente del "hombre viejo" y a revestirse
del "hombre nuevo" (cf. Ef 4,24).
En la comunión de los santos
1474 El cristiano
que quiere purificarse de su pecado y santificarse con ayuda de la gracia
de Dios no se encuentra sólo. "La vida de cada uno de los hijos de
Dios está ligada de una manera admirable, en Cristo y por Cristo,
con la vida de todos los otros hermanos cristianos, en la unidad sobrenatural
del Cuerpo místico de Cristo, como en una persona mística"
(Pablo VI, Const. Ap. "Indulgentiarum doctrina", 5).
1475 En la comunión de los santos, por consiguiente,
"existe entre los fieles -tanto entre quienes ya son bienaventurados
como entre los que expían en el purgatorio o los que que peregrinan
todavía en la tierra- un constante vínculo de amor y un abundante
intercambio de todos los bienes" (Pablo VI, ibid). En este intercambio admirable,
la santidad de uno aprovecha a los otros, más allá del daño
que el pecado de uno pudo causar a los demás. Así, el recurso
a la comunión de los santos permite al pecador contrito estar antes
y más eficazmente purificado de las penas del pecado.
1476 Estos bienes espirituales de la comunión
de los santos, los llamamos también el tesoro de la Iglesia, "que
no es suma de bienes, como lo son las riquezas materiales acumuladas en el
transcurso de los siglos, sino que es el valor infinito e inagotable que
tienen ante Dios las expiaciones y los méritos de Cristo nuestro
Señor, ofrecidos para que la humanidad quedara libre del pecado y
llegase a la comunión con el Padre. Sólo en Cristo, Redentor
nuestro, se encuentran en abundancia las satisfacciones y los méritos
de su redención (cf Hb 7,23-25; 9, 11-28)" (Pablo VI, Const. Ap.
"Indulgentiarum doctrina", ibid).
1477 "Pertenecen igualmente a este tesoro el precio verdaderamente
inmenso, inconmensurable y siempre nuevo que tienen ante Dios las oraciones
y las buenas obras de la Bienaventurada Virgen María y de todos
los santos que se santificaron por la gracia de Cristo, siguiendo sus pasos,
y realizaron una obra agradable al Padre, de manera que, trabajando en su
propia salvación, cooperaron igualmente a la salvación de
sus hermanos en la unidad del Cuerpo místico" (Pablo VI, ibid).
Obtener la indulgencia de Dios por medio
de la Iglesia
1478 Las indulgencias
se obtienen por la Iglesia que, en virtud del poder de atar y desatar que
le fue concedido por Cristo Jesús, interviene en favor de un cristiano
y le abre el tesoro de los méritos de Cristo y de los santos para
obtener del Padre de la misericordia la remisión de las penas temporales
debidas por sus pecados. Por eso la Iglesia no quiere solamente acudir en
ayuda de este cristiano, sino también impulsarlo a hacer a obras
de piedad, de penitencia y de caridad (cf Pablo VI, ibid. 8; Cc. de Trento:
DS 1835).
1479 Puesto que los fieles difuntos en vía de
purificación son también miembros de la misma comunión
de los santos, podemos ayudarles, entre otras formas, obteniendo para ellos
indulgencias, de manera que se vean libres de las penas temporales debidas
por sus pecados.
XI LA CELEBRACION DEL SACRAMENTO DE LA PENITENCIA
1480 Como todos
los sacramentos, la Penitencia es una acción litúrgica. Ordinariamente
los elementos de su celebración son: saludo y bendición del
sacerdote, lectura de la Palabra de Dios para iluminar la conciencia y suscitar
la contrición, y exhortación al arrepentimiento; la confesión
que reconoce los pecados y los manifiesta al sacerdote; la imposición
y la aceptación de la penitencia; la absolución del sacerdote;
alabanza de acción de gracias y despedida con la bendición
del sacerdote.
1481 La liturgia bizantina posee expresiones diversas
de absolución, en forma deprecativa, que expresan admirablemente el
misterio del perdón: "Que el Dios que por el profeta Natán perdonó
a David cuando confesó sus pecados, y a Pedro cuando lloró
amargamente y a la pecadora cuando derramó lágrimas sobre sus
pies, y al publicano, y al pródigo, que este mismo Dios, por medio
de mí, pecador, os perdone en esta vida y en la otra y que os haga
comparecer sin condenaros en su temible tribunal. El que es bendito por los
siglos de los siglos. Amén."
1482 El sacramento de la penitencia puede también
celebrarse en el marco de una celebración comunitaria, en la que
los penitentes se preparan a la confesión y juntos dan gracias por
el perdón recibido. Así la confesión personal de los
pecados y la absolución individual están insertadas en una
liturgia de la Palabra de Dios, con lecturas y homilía, examen de
conciencia dirigido en común, petición comunitaria del perdón,
rezo del Padrenuestro y acción de gracias en común. Esta celebración
comunitaria expresa más claramente el carácter eclesial de
la penitencia. En todo caso, cualquiera que sea la manera de su celebración,
el sacramento de la Penitencia es siempre, por su naturaleza misma, una acción
litúrgica, por tanto, eclesial y pública (cf SC 26-27).
1483 En casos de necesidad grave se puede recurrir a
la celebración comunitaria de la reconciliación con confesión
general y absolución general. Semejante necesidad grave puede presentarse
cuando hay un peligro inminente de muerte sin que el sacerdote o los sacerdotes
tengan tiempo suficiente para oír la confesión de cada penitente.
La necesidad grave puede existir también cuando, teniendo en cuenta
el número de penitentes, no hay bastantes confesores para oír
debidamente las confesiones individuales en un tiempo razonable, de manera
que los penitentes, sin culpa suya, se verían privados durante largo
tiempo de la gracia sacramental o de la sagrada comunión. En este
caso, los fieles deben tener, para la validez de la absolución, el
propósito de confesar individualmente sus pecados graves en su debido
tiempo (CIC can. 962,1). Al obispo diocesano corresponde juzgar si existen
las condiciones requeridas para la absolución general (CIC can. 961,2).
Una gran concurrencia de fieles con ocasión de grandes fiestas o de
peregrinaciones no constituyen por su naturaleza ocasión de la referida
necesidad grave.
1484 "La confesión individual e íntegra
y la absolución continúan siendo el único modo ordinario
para que los fieles se reconcilien con Dios y la Iglesia, a no ser que una
imposibilidad física o moral excuse de este modo de confesión"
(OP 31). Y esto se establece así por razones profundas. Cristo actúa
en cada uno de los sacramentos. Se dirige personalmente a cada uno de los
pecadores: "Hijo, tus pecados están perdonados" (Mc 2,5); es el médico
que se inclina sobre cada uno de los enfermos que tienen necesidad de él
(cf Mc 2,17) para curarlos; los restaura y los devuelve a la comunión
fraterna. Por tanto, la confesión personal es la forma más
significativa de la reconciliación con Dios y con la Iglesia.
RESUMEN
1485 En la tarde
de Pascua, el Señor Jesús se mostró a sus apóstoles
y les dijo: "Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis
los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les
quedan retenidos" (Jn 20, 22-23).
1486 El perdón de los pecados cometidos después
del Bautismo es concedido por un sacramento propio llamado sacramento de
la conversión, de la confesión, de la penitencia o de la reconciliación.
1487 Quien peca lesiona el honor de Dios y su amor, su
propia dignidad de hombre llamado a ser hijo de Dios y el bien espiritual
de la Iglesia, de la que cada cristiano debe ser una piedra viva.
1488 A los ojos de la fe, ningún mal es más
grave que el pecado y nada tiene peores consecuencias para los pecadores
mismos, para la Iglesia y para el mundo entero.
1489 Volver a la comunión con Dios, después
de haberla perdido por el pecado, es un movimiento que nace de la gracia
de Dios, rico en misericordia y deseoso de la salvación de los hombres.
Es preciso pedir este don precioso para sí mismo y para los demás.
1490 El movimiento de retorno a Dios, llamado conversión
y arrepentimiento, implica un dolor y una aversión respecto a los
pecados cometidos, y el propósito firme de no volver a pecar. La conversión,
por tanto, mira al pasado y al futuro; se nutre de la esperanza en la misericordia
divina.
1491 El sacramento de la Penitencia está constituido
por el conjunto de tres actos realizados por el penitente, y por la absolución
del sacerdote. Los actos del penitente son: el arrepentimiento, la confesión
o manifestación de los pecados al sacerdote y el propósito
de realizar la reparación y las obras de penitencia.
1492 El arrepentimiento (llamado también contrición)
debe estar inspirado en motivaciones que brotan de la fe. Si el arrepentimiento
es concebido por amor de caridad hacia Dios, se le llama "perfecto"; si
está fundado en otros motivos se le llama "imperfecto".
1493 El que quiere obtener la reconciliación con
Dios y con la Iglesia debe confesar al sacerdote todos los pecados graves
que no ha confesado aún y de los que se acuerda tras examinar cuidadosamente
su conciencia. Sin ser necesaria, de suyo, la confesión de las faltas
veniales está recomendada vivamente por la Iglesia.
1494 El confesor impone al penitente el cumplimiento
de ciertos actos de "satisfacción" o de "penitencia", para reparar
el daño causado por el pecado y restablecer los hábitos propios
del discípulo de Cristo.
1495 Sólo los sacerdotes que han recibido de la
autoridad de la Iglesia la facultad de absolver pueden ordinariamente perdonar
los pecados en nombre de Cristo.
1496 Los efectos espirituales del sacramento de la Penitencia
son:
- la reconciliación con Dios por la que el penitente
recupera la gracia;
- la reconciliación con la Iglesia;
- la remisión de la pena eterna contraída
por los pecados mortales;
- la remisión, al menos en parte, de las penas
temporales, consecuencia del pecado;
- la paz y la serenidad de la conciencia, y el
consuelo espiritual;
- el acrecentamiento de las fuerzas espirituales para
el combate cristiano.
1497 La confesión individual e integra de los
pecados graves seguida de la absolución es el único medio
ordinario para la reconciliación con Dios y con la Iglesia.
1498 Mediante las indulgencias, los fieles pueden alcanzar
para sí mismos y también para las almas del Purgatorio la
remisión de las penas temporales, consecuencia de los pecados.
Artículo 5 LA UNCION DE LOS
ENFERMOS
1499 "Con la sagrada unción de los enfermos y
con la oración de los presbíteros, toda la Iglesia entera
encomienda a os enfermos al Señor sufriente y glorificado para que
los alivie y los salve. Incluso los anima a unirse libremente a la pasión
y muerte de Cristo; y contribuir, así, al bien del Pueblo de Dios"
(LG 11).
I FUNDAMENTOS EN LA ECONOMIA DE LA SALVACION
La enfermedad en la vida humana
1500 La enfermedad
y el sufrimiento se han contado siempre entre los problemas más graves
que aquejan la vida humana. En la enfermedad, el hombre experimenta su impotencia,
sus límites y su finitud. Toda enfermedad puede hacernos entrever
la muerte.
1501 La enfermedad puede conducir a la angustia, al repliegue
sobre sí mismo, a veces incluso a la desesperación y a la
rebelión contra Dios. Puede también h acer a la persona más
madura, ayudarla a discernir en su vida lo que no es esencial para volverse
hacia lo que lo es. Con mucha frecuencia, la enfermedad empuja a una búsqueda
de Dios, un retorno a él.
El enfermo ante Dios
1502 El hombre del
Antiguo Testamento vive la enfermedad de cara a Dios. Ante Dios se lamenta
por su enfermedad (cf Sal 38) y de él, que es el Señor de
la vida y de la muerte, implora la curación (cf Sal 6,3; Is 38).
La enfermedad se convierte en camino de conversión (cf Sal 38,5;
39,9.12) y el perdón de Dios inaugura la curación (cf Sal
32,5; 107,20; Mc 2,5-12). Israel experimenta que la enfermedad, de una manera
misteriosa, se vincula al pecado y al mal; y que la fidelidad a Dios, según
su Ley, devuelve la vida: "Yo, el Señor, soy el que te sana" (Ex 15,26).
El profeta entreve que el sufrimiento puede tener también un sentido
redentor por los pecados de los demás (cf Is 53,11). Finalmente,
Isaías anuncia que Dios hará venir un tiempo para Sión
en que perdonará toda falta y curará toda enfermedad (cf Is
33,24).
Cristo, médico
1503 La compasión
de Cristo hacia los enfermos y sus numerosas curaciones de dolientes de toda
clase (cf Mt 4,24) son un signo maravilloso de que "Dios ha visitado a su
pueblo" (Lc 7,16) y de que el Reino de Dios está muy cerca. Jesús
no tiene solamente poder para curar, sino también de perdonar los
pecados (cf Mc 2,5-12): vino a curar al hombre entero, alma y cuerpo; es
el médico que los enfermos necesitan (Mc 2,17). Su compasión
hacia todos los que sufren llega hasta identificarse con ellos: "Estuve enfermo
y me visitasteis" (Mt 25,36). Su amor de predilección para con los
enfermos no ha cesado, a lo largo de los siglos, de suscitar la atención
muy particular de los cristianos hacia todos los que sufren en su cuerpo
y en su alma. Esta atención dio origen a infatigables esfuerzos por
aliviar a los que sufren.
1504 A menudo Jesús pide a los enfermos que crean
(cf Mc 5,34.36; 9,23). Se sirve de signos para curar: saliva e imposición
de manos (cf Mc 7,32-36; 8, 22-25), barro y ablución (cf Jn 9,6s).
Los enfermos tratan de tocarlo (cf Mc 1,41; 3,10; 6,56) "pues salía
de él una fuerza que los curaba a todos" (Lc 6,19). Así, en
los sacramentos, Cristo continúa "tocándonos" para sanarnos.
1505 Conmovido por tantos sufrimientos, Cristo no sólo
se deja tocar por los enfermos, sino que hace suyas sus miserias: "El tomó
nuestras flaquezas y cargó con nuestras enfermedades" (Mt 8,17; cf
Is 53,4). No curó a todos los enfermos. Sus curaciones eran signos
de la venida del Reino de Dios. Anunciaban una curación más
radical: la victoria sobre el pecado y la muerte por su Pascua. En la Cruz,
Cristo tomó sobre sí todo el peso del mal (cf Is 53,4-6) y
quitó el "pecado del mundo" (Jn 1,29), del que la enfermedad no es
sino una consecuencia. Por su pasión y su muerte en la Cruz, Cristo
dio un sentido nuevo al sufrimiento: desde entonces éste nos configura
con él y nos une a su pasión redentora.
“Sanad a los enfermos...”
1506 Cristo
invita a sus discípulos a seguirle tomando a su vez su cruz (cf Mt
10,38). Siguiéndole adquieren una nueva visión sobre la enfermedad
y sobre los enfermos. Jesús los asocia a su vida pobre y humilde.
Les hace participar de su ministerio de compasión y de curación:
"Y, yéndose de allí, predicaron que se convirtieran; expulsaban
a muchos demonios, y ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban"
(Mc 6,12-13).
1507 El Señor resucitado renueva este envío
("En mi nombre...impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán
bien"; Mc 16,17-18) y lo confirma con los signos que la Iglesia realiza
invocando su nombre (cf. Hch 9,34; 14,3). Estos signos manifiestan de una
manera especial que Jesús es verdaderamente "Dios que salva" (cf
Mt 1,21; Hch 4,12).
1508 El Espíritu Santo da a algunos un carisma
especial de curación (cf 1 Co 12,9.28.30) para manifestar la fuerza
de la gracia del Resucitado. Sin embargo, ni siquiera las oraciones más
fervorosas obtienen la curación de todas las enfermedades. Así
S. Pablo aprende del Señor que "mi gracia te basta, que mi fuerza se
muestra perfecta en la flaqueza" (2 Co 12,9), y que los sufrimientos que tengo
que padecer, tienen como sentido lo siguiente: "completo en mi carne lo que
falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia"
(Col 1,24).
1509 "¡Sanad a los enfermos!" (Mt 10,8). La Iglesia
ha recibido esta tarea del Señor e intenta realizarla tanto mediante
los cuidados que proporciona a los enfermos como por la oración de
intercesión con la que los acompaña. Cree en la presencia
vivificante de Cristo, médico de las almas y de los cuerpos. Esta
presencia actúa particularmente a través de los sacramentos,
y de manera especial por la Eucaristía, pan que da la vida eterna
(cf Jn 6,54.58) y cuya conexión con la salud corporal insinúa
S. Pablo (cf 1 Co 11,30).
1510 No obstante la Iglesia apostólica tuvo un
rito propio en favor de los enfermos, atestiguado por Santiago: "Está
enfermo alguno de vosotros? Llame a los presbíteros de la Iglesia,
que oren sobre él y le unjan con óleo en el nombre del Señor.
Y la oración de la fe salvará al enfermo, y el Señor
hará que se levante, y si hubiera cometido pecados, le serán
perdonados" (St 5,14-15). La Tradición ha reconocido en este rito
uno de los siete sacramentos de la Iglesia (cf DS 216; 1324-1325; 1695-1696;
1716-1717).
Un sacramento de los enfermos
1511 La Iglesia
cree y confiesa que, entre los siete sacramentos, existe un sacramento especialmente
destinado a reconfortar a los atribulados por la enfermedad: la Unción
de los enfermos:
Esta unción santa de los enfermos fue instituida
por Cristo nuestro Señor como un sacramento del Nuevo Testamento,
verdadero y propiamente dicho, insinuado por Mc (cf.Mc 6,13), y recomendado
a los fieles y promulgado por Santiago, apóstol y hermano del Señor
[cf. St 5,14-15] (Cc. de Trento: DS 1695).
1512 En la tradición litúrgica, tanto en
Oriente como en Occidente, se poseen desde la antigüedad testimonios
de unciones de enfermos practicadas con aceite bendito. En el transcurso
de los siglos, la Unción de los enfermos fue conferida, cada vez más
exclusivamente, a los que estaban a punto de morir. A causa de esto, había
recibido el nombre de "Extremaunción". A pesar de esta evolución,
la liturgia nunca dejó de orar al Señor a fin de que el enfermo
pudiera recobrar su salud si así convenía a su salvación
(cf. DS 1696).
1519 La Constitución apostólica "Sacram
Unctionem Infirmorum" del 30 de Noviembre de 1972, de conformidad con el Concilio
Vaticano II (cf SC 73) estableció que, en adelante, en el rito romano,
se observara lo que sigue:
El sacramento de la Unción de los enfermos se
administra a los gravemente enfermos ungiéndolos en la frente y en
las manos con aceite de oliva debidamente bendecido o, según las circunstancias,
con otro aceite de plantas, y pronunciando una sola vez estas palabras:
"per istam sanctam unctionem et suam piissimam misericordiam adiuvet te
Dominus gratia spiritus sancti ut a peccatis liberatum te salvet atque propitius
allevet" ("Por esta santa Unción, y por su bondadosa misericordia
te ayude el Señor con la gracia del Espíritu Santo, para que,
libre de tus pecados, te conceda la salvación y te conforte en tu
enfermedad", cf. CIC, can. 847,1).
II QUIEN RECIBE Y QUIEN ADMINISTRA ESTE SACRAMENTO
En caso de grave enfermedad ...
1514 La unción
de los enfermos "no es un sacramento sólo para aquellos que están
a punto de morir. Por eso, se considera tiempo oportuno para recibirlo cuando
el fiel empieza a estar en peligro de muerte por enfermedad o vejez" (SC
73; cf CIC, can. 1004,1; 1005; 1007; CCEO, can. 738).
1515 Si un enfermo que recibió la unción
recupera la salud, puede, en caso de nueva enfermedad grave, recibir de
nuevo este sacramento. En el curso de la misma enfermedad, el sacramento
puede ser reiterado si la enfermedad se agrava. Es apropiado recibir la Unción
de los enfermos antes de una operación importante. Y esto mismo
puede aplicarse a las personas de edad edad avanzada cuyas fuerzas se debilitan.
"...llame a los presbíteros de la Iglesia"
1516 Solo los sacerdotes
(obispos y presbíteros) son ministros de la unción de los
enfermos (cf Cc. de Trento: DS 1697; 1719; CIC, can. 1003; CCEO. can. 739,1).
Es deber de los pastores instruir a los fieles sobre los beneficios de este
sacramento. Los fieles deben animar a los enfermos a llamar al sacerdote
para recibir este sacramento. Y que los enfermos se preparen para recibirlo
en buenas disposiciones, con la ayuda de su pastor y de toda la comunidad
eclesial a la cual se invita a acompañar muy especialmente a los
enfermos con sus oraciones y sus atenciones fraternas.
III LA CELEBRACION DEL SACRAMENTO
1517 Como en todos
los sacramentos, la unción de los enfermos se celebra de forma litúrgica
y comunitaria (cf SC 27), que tiene lugar en familia, en el hospital o en
la iglesia, para un solo enfermo o para un grupo de enfermos. Es muy conveniente
que se celebre dentro de la Eucaristía, memorial de la Pascua del
Señor. Si las circunstancias lo permiten, la celebración del
sacramento puede ir precedida del sacramento de la Penitencia y seguida del
sacramento de la Eucaristía. En cuanto sacramento de la Pascua de
Cristo, la Eucaristía debería ser siempre el último
sacramento de la peregrinación terrenal, el "viático" para
el "paso" a la vida eterna.
1518 Palabra y sacramento forman un todo inseparable.
La Liturgia de la Palabra, precedida de un acto de penitencia, abre la celebración.
Las palabras de Cristo y el testimonio de los apóstoles suscitan
la fe del enfermo y de la comunidad para pedir al Señor la fuerza
de su Espíritu.
1519 La celebración del sacramento comprende principalmente
estos elementos: "los presbíteros de la Iglesia" (St 5,14) imponen
-en silencio- las manos a los enfermos; oran por los enfermos en la fe de
la Iglesia (cf St 5,15); es la epíclesis propia de este sacramento;
luego ungen al enfermo con óleo bendecido, si es posible, por el
obispo.
Estas acciones litúrgicas indican la gracia que
este sacramento confiere a los enfermos.
IV EFECTOS DE LA CELEBRACION DE ESTE SACRAMENTO
1520 Un don particular
del Espíritu Santo. La gracia primera de este sacramento es un gracia
de consuelo, de paz y de ánimo para vencer las dificultades propias
del estado de enfermedad grave o de la fragilidad de la vejez. Esta gracia
es un don del Espíritu Santo que renueva la confianza y la fe en Dios
y fortalece contra las tentaciones del maligno, especialmente tentación
de desaliento y de angustia ante la muerte (cf. Hb 2,15). Esta asistencia
del Señor por la fuerza de su Espíritu quiere conducir al enfermo
a la curación del alma, pero también a la del cuerpo, si tal
es la voluntad de Dios (cf Cc. de Florencia: DS 1325). Además, "si
hubiera cometido pecados, le serán perdonados" (St 5,15; cf Cc. de
Trento: DS 1717).
1521 La unión a la Pasión de Cristo.
Por la gracia de este sacramento, el enfermo recibe la fuerza y el don de
unirse más íntimamente a la Pasión de Cristo: en cierta
manera es consagrado para dar fruto por su configuración con la Pasión
redentora del Salvador. El sufrimiento, secuela del pecado original, recibe
un sentido nuevo, viene a ser participación en la obra salvífica
de Jesús.
1522 Una gracia eclesial. Los enfermos que reciben este
sacramento, "uniéndose libremente a la pasión y muerte de
Cristo, contribuyen al bien del Pueblo de Dios" (LG 11). Cuando celebra
este sacramento, la Iglesia, en la comunión de los santos, intercede
por el bien del enfermo. Y el enfermo, a su vez, por la gracia de este sacramento,
contribuye a la santificación de la Iglesia y al bien de todos los
hombres por los que la Iglesia sufre y se ofrece, por Cristo, a Dios Padre.
1523 Una preparación para el último tránsito.
Si el sacramento de la unción de los enfermos es concedido a todos
los que sufren enfermedades y dolencias graves, lo es con mayor razón
"a los que están a punto de salir de esta vida" ("in exitu viae constituti";
Cc. de Trento: DS 1698), de manera que se la llamado también "sacramentum
exeuntium" ("sacramento de los que parten", ibid.). La Unción de
los enfermos acaba de conformarnos con la muerte y a la resurrección
de Cristo, como el Bautismo había comenzado a hacerlo. Es la última
de las sagradas unciones que jalonan toda la vida cristiana; la del Bautismo
había sellado en nosotros la vida nueva; la de la Confirmación
nos había fortalecido para el combate de esta vida. Esta última
unción ofrece al término de nuestra vida terrena un sólido
puente levadizo para entrar en la Casa del Padre defendiéndose en
los últimos combates (cf ibid.: DS 1694).
El Viático, último sacramento
del cristiano
1524 A los que van
a dejar esta vida, la Iglesia ofrece, además de la Unción
de los enfermos, la Eucaristía como viático. Recibida en este
momento del paso hacia el Padre, la Comunión del Cuerpo y la Sangre
de Cristo tiene una significación y una importancia particulares.
Es semilla de vida eterna y poder de resurrección, según las
palabras del Señor: "El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene
vida eterna, y yo le resucitaré el último día" (Jn
6,54). Puesto que es sacramento de Cristo muerto y resucitado, la Eucaristía
es aquí sacramento del paso de la muerte a la vida, de este mundo
al Padre (Jn 13,1).
1525 Así, como los sacramentos del Bautismo, de
la Confirmación y de la Eucaristía constituyen una unidad
llamada "los sacramentos de la iniciación cristiana", se puede decir
que la Penitencia, la Santa Unción y la Eucaristía, en cuanto
viático, constituyen, cuando la vida cristiana toca a su fin, "los
sacramentos que preparan para entrar en la Patria" o los sacramentos que
cierran la peregrinación.
RESUMEN
1526 "¿Está
enfermo alguno entre vosotros? Llame a los presbíteros de la Iglesia,
que oren sobre él y le unjan con óleo en el nombre del Señor.
Y la oración de la fe salvará al enfermo, y el Señor
hará que se levante, y si hubiera cometidos pecados, le serán
perdonados" (St 5,14-15).
1527 El sacramento de la Unción de los enfermos
tiene por fin conferir una gracia especial al cristiano que experimenta
las dificultades inherentes al estado de enfermedad grave o de vejez.
1528 El tiempo oportuno para recibir la Santa Unción
llega ciertamente cuando el fiel comienza a encontrarse en peligro de muerte
por causa de enfermedad o de vejez.
1529 Cada vez que un cristiano cae gravemente enfermo
puede recibir la Santa Unción, y también cuando, después
de haberla recibido, la enfermedad se agrava.
1530 Sólo los sacerdotes (presbíteros y
obispos) pueden administrar el sacramento de la Unción de los enfermos;
para conferirlo emplean óleo bendecido por el Obispo, o, en caso necesario,
por el mismo presbítero que celebra.
1531 Lo esencial de la celebración de este sacramento
consiste en la unción en la frente y las manos del enfermo (en el
rito romano) o en otras partes del cuerpo (en Oriente), unción acompañada
de la oración litúrgica del sacerdote celebrante que pide
la gracia especial de este sacramento.
1532 La gracia especial del sacramento de la Unción
de los enfermos tiene como efectos:
– la unión del enfermo a la Pasión de
Cristo, para su bien y el de toda la Iglesia;
– el consuelo, la paz y el ánimo para soportar
cristianamente los sufrimientos de la enfermedad o de la vejez;
– el perdón de los pecados si el enfermo no ha
podido obtenerlo por el sacramento de la penitencia;
– el restablecimiento de la salud corporal, si conviene
a la salud espiritual;
826 la preparación para el paso a la vida eterna.
CAPITULO TERCERO: LOS SACRAMENTOS AL SERVICIO DE LA COMUNIDAD
1533. El Bautismo,
la Confirmación y la Eucaristía son los sacramentos de la
iniciación cristiana. Fundamentan la vocación común
de todos los discípulos de Cristo, que es vocación a la santidad
y a la misión de evangelizar el mundo. Confieren las gracias necesarias
para vivir según el Espíritu en esta vida de peregrinos en
marcha hacia la patria.
1534 Otros dos sacramentos, el Orden y el Matrimonio,
están ordenados a la salvación de los demás. Contribuyen
ciertamente a la propia salvación, pero esto lo hacen mediante el servicio
que prestan a los demás. Confieren una misión particular en
la Iglesia y sirven a la edificación del Pueblo de Dios.
1535 En estos sacramentos, los que fueron ya consagrados
por el Bautismo y la Confirmación (LG 10) para el sacerdocio común
de todos los fieles, pueden recibir consagraciones particulares. Los que
reciben el sacramento del orden son consagrados para "en el nombre de Cristo
ser los pastores de la Iglesia con la palabra y con la gracia de Dios" (LG
11). Por su parte, "los cónyuges cristianos, son fortificados y como
consagrados para los deberes y dignidad de su estado por este sacramento
especial" (GS 48,2).
Artículo 6 EL SACRAMENTO DEL
ORDEN
1536 El Orden es
el sacramento gracias al cual la misión confiada por Cristo a sus
Apóstoles sigue siendo ejercida en la Iglesia hasta el fin de los
tiempos: es, pues, el sacramento del ministerio apostólico. Comprende
tres grados: el episcopado, el presbiterado y el diaconado.
(Sobre la institución y la misión del
ministerio apostólico por Cristo ya se ha tratado en la primera parte.
Aquí sólo se trata de la realidad sacramental mediante la
que se transmite este ministerio)
I EL NOMBRE DE SACRAMENTO DEL ORDEN
1537 La palabra
Orden designaba, en la antigüedad romana, cuerpos constituidos en sentido
civil, sobre todo el cuerpo de los que gobiernan. Ordinatio designa la integración
en un ordo. En la Iglesia hay cuerpos constituidos que la Tradición,
no sin fundamentos en la Sagrada Escritura (cf Hb 5,6; 7,11; Sal 110,4),
llama desde los tiempos antiguos con el nombre de taxeis (en griego), de
ordines (en latín): así la liturgia habla del ordo episcoporum,
del ordo presbyterorum, del ordo diaconorum. También reciben este
nombre de ordo otros grupos: los catecúmenos, las vírgenes,
los esposos, las viudas...
1538 La integración en uno de estos cuerpos de
la Iglesia se hacía por un rito llamado ordinatio, acto religioso y
litúrgico que era una consagración, una bendición o
un sacramento. Hoy la palabra ordinatio está reservada al acto sacramental
que incorpora al orden de los obispos, de los presbíteros y de los
diáconos y que va más allá de una simple elección,
designación, delegación o institución por la comunidad,
pues confiere un don del Espíritu Santo que permite ejercer un
"poder sagrado" (sacra potestas; cf LG 10) que sólo puede venir de
Cristo, a través de su Iglesia. La ordenación también
es llamada consecratio porque es un "poner a parte" y un "investir" por Cristo
mismo para su Iglesia. La imposición de manos del obispo, con la oración
consecratoria, constituye el signo visible de esta consagración.
II EL SACRAMENTO DEL ORDEN
EN LA ECONOMIA DE LA SALVACION
El sacerdocio de la Antigua Alianza
1539 El pueblo elegido
fue constituido por Dios como "un reino de sacerdotes y una nación
consagrada" (Ex 19,6; cf Is 61,6). Pero dentro del pueblo de Israel, Dios
escogió una de las doce tribus, la de Leví, para el servicio
litúrgico (cf. Nm 1,48-53); Dios mismo es la parte de su herencia
(cf. Jos 13,33). Un rito propio consagró los orígenes del
sacerdocio de la Antigua Alianza (cf Ex 29,1-30; Lv 8). En ella los sacerdotes
fueron establecidos "para intervenir en favor de los hombres en lo que se
refiere a Dios para ofrecer dones y sacrificios por los pecados" (Hb 5,1).
1540 Instituido para anunciar la palabra de Dios (cf
Ml 2,7-9) y para restablecer la comunión con Dios mediante los sacrificios
y la oración, este sacerdocio de la Antigua Alianza, sin embargo,
era incapaz de realizar la salvación, por lo cual tenía necesidad
de repetir sin cesar los sacrificios, y no podía alcanzar una santificación
definitiva (cf. Hb 5,3; 7,27; 10,1-4), que sólo podría alcanzada
por el sacrificio de Cristo.
1541 No obstante, la liturgia de la Iglesia ve en el
sacerdocio de Aarón y en el servicio de los levitas, así como
en la institución de los setenta "ancianos" (cf Nm 11,24-25), prefiguraciones
del ministerio ordenado de la Nueva Alianza. Por ello, en el rito latino
la Iglesia se dirige a Dios en la oración consecratoria de la ordenación
de los obispos de la siguiente manera:
Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo...has
establecido las reglas de la Iglesia: elegiste desde el principio un pueblo
santo, descendiente de Abraham , y le diste reyes y sacerdotes que cuidaran
del servicio de tu santuario...
1542 En la ordenación de presbíteros, la
Iglesia ora:
Señor, Padre Santo...en la Antigua Alianza se
fueron perfeccionando a través de los signos santos los grados del
sacerdocio...cuando a los sumos sacerdotes, elegidos para regir el pueblo,
les diste compañeros de menor orden y dignidad, para que les ayudaran
como colaboradores...multiplicaste el espíritu de Moisés, comunicándolo
a los setenta varones prudentes con los cuales gobernó fácilmente
un pueblo numeroso. Así también transmitiste a los hijos de
Aarón la abundante plenitud otorgada a su padre.
1543 Y en la oración consecratoria para la ordenación
de diáconos, la Iglesia confiesa:
Dios Todopoderoso...tú haces crecer a la Iglesia...la
edificas como templo de tu gloria...así estableciste que hubiera
tres órdenes de ministros para tu servicio, del mismo modo que en
la Antigua Alianza habías elegido a los hijos de Leví para
que sirvieran al templo, y, como herencia, poseyeran una bendición
eterna.
El único sacerdocio de Cristo
1544 Todas las prefiguraciones
del sacerdocio de la Antigua Alianza encuentran su cumplimiento en Cristo
Jesús, "único mediador entre Dios y los hombres" (1 Tm 2,5).
Melquisedec, "sacerdote del Altísimo" (Gn 14,18), es considerado por
la Tradición cristiana como una prefiguración del sacerdocio
de Cristo, único "Sumo Sacerdote según el orden de Melquisedec"
(Hb 5,10; 6,20), "santo, inocente, inmaculado" (Hb 7,26), que, "mediante
una sola oblación ha llevado a la perfección para siempre a
los santificados" (Hb 10,14), es decir, mediante el único sacrificio
de su Cruz.
1545 El sacrificio redentor de Cristo es único,
realizado una vez por todas. Y por esto se hace presente en el sacrificio
eucarístico de la Iglesia. Lo mismo acontece con el único
sacerdocio de Cristo: se hace presente por el sacerdocio ministerial sin
que con ello se quebrante la unicidad del sacerdocio de Cristo: "Et ideo
solus Christus est verus sacerdos, alii autem ministri eius" ("Y por eso
sólo Cristo es el verdadero sacerdote; los demás son ministros
suyos", S. Tomás de A. Hebr. VII, 4).
Dos modos de participar en el único sacerdocio
de Cristo
1546 Cristo, sumo
sacerdote y único mediador, ha hecho de la Iglesia "un Reino de sacerdotes
para su Dios y Padre" (Ap 1,6; cf. Ap 5,9-10; 1 P 2,5.9). Toda la comunidad
de los creyentes es, como tal, sacerdotal. Los fieles ejercen su sacerdocio
bautismal a través de su participación, cada uno según
su vocación propia, en la misión de Cristo, Sacerdote, Profeta
y Rey. Por los sacramentos del Bautismo y de la Confirmación los
fieles son "consagrados para ser...un sacerdocio santo" (LG 10).
1547 El sacerdocio ministerial o jerárquico de
los obispos y de los presbíteros, y el sacerdocio común de todos
los fieles, "aunque su diferencia es esencial y no sólo en grado,
están ordenados el uno al otro; ambos, en efecto, participan, cada
uno a su manera, del único sacerdocio de Cristo" (LG 10). ¿En
qué sentido? Mientras el sacerdocio común de los fieles se
realiza en el desarrollo de la gracia bautismal (vida de fe, de esperanza
y de caridad, vida según el Espíritu), el sacerdocio ministerial
está al servicio del sacerdocio común, en orden al desarrollo
de la gracia bautismal de todos los cristianos. Es uno de los medios por
los cuales Cristo no cesa de construir y de conducir a su Iglesia. Por esto
es transmitido mediante un sacramento propio, el sacramento del Orden.
In persona Christi Capitis...
1548 En el servicio
eclesial del ministro ordenado es Cristo mismo quien está presente
a su Iglesia como Cabeza de su cuerpo, Pastor de su rebaño, sumo sacerdote
del sacrificio redentor, Maestro de la Verdad. Es lo que la Iglesia expresa
al decir que el sacerdote, en virtud del sacramento del Orden, actúa
"in persona Christi Capitis" (cf LG 10; 28; SC 33; CD 11; PO 2,6):
El ministro posee en verdad el papel del mismo Sacerdote,
Cristo Jesús. Si, ciertamente, aquel es asimilado al Sumo Sacerdote,
por la consagración sacerdotal recibida, goza de la facultad de actuar
por el poder de Cristo mismo a quien representa (virtute ac persona ipsius
Christi) (Pío XII, enc. Mediator Dei).
"Christus est fons totius sacerdotii; nan sacerdos legalis
erat figura ipsius, sacerdos autem novae legis in persona ipsius operatur"
("Cristo es la fuente de todo sacerdocio, pues el sacerdote de la antigua
ley era figura de EL, y el sacerdote de la nueva ley actúa en representación
suya" (S. Tomás de A., s.th. 3, 22, 4).
1549 Por el ministerio ordenado, especialmente por el
de los obispos y los presbíteros, la presencia de Cristo como cabeza
de la Iglesia se hace visible en medio de la comunidad de los creyentes.
Según la bella expresión de San Ignacio de Antioquía,
el obispo es typos tou Patros, es imagen viva de Dios Padre (Trall. 3,1;
cf Magn. 6,1).
1550 Esta presencia de Cristo en el ministro no
debe ser entendida como si éste estuviese exento de todas las flaquezas
humanas, del afán de poder, de errores, es decir del pecado. No todos
los actos del ministro son garantizado s de la misma manera por la fuerza
del Espíritu Santo. Mientras que en los sacramentos esta garantía
es dada de modo que ni siquiera el pecado del ministro puede impedir el
fruto de la gracia, existen muchos otros actos en que la condición
humana del ministro deja huellas que no son siempre el signo de la fidelidad
al evangelio y que pueden dañar por consiguiente a la fecundidad apostólica
de la Iglesia.
1551 Este sacerdocio es ministerial. "Esta Función,
que el Señor confió a los pastores de su pueblo, es
un verdadero servicio" (LG 24). Está enteramente referido a Cristo
y a los hombres. Depende totalmente de Cristo y de su sacerdocio único,
y fue instituido en favor de los hombres y de la comunidad de la Iglesia.
El sacramento del Orden comunica "un poder sagrado", que no es otro que
el de Cristo. El ejercicio de esta autoridad debe, por tanto, medirse según
el modelo de Cristo, que por amor se hizo el último y el servidor
de todos (cf. Mc 10,43-45; 1 P 5,3). "El Señor dijo claramente que
la atención prestada a su rebaño era prueba de amor a él"
(S. Juan Crisóstomo, sac. 2,4; cf. Jn 21,15-17)
“En nombre de toda la Iglesia”
1552 El sacerdocio
ministerial no tiene solamente por tarea representar a Cristo –Cabeza
de la Iglesia– ante la asamblea de los fieles, actúa también
en nombre de toda la Iglesia cuando presenta a Dios la oración de
la Iglesia (cf SC 33) y sobre todo cuando ofrece el sacrificio eucarístico
(cf LG 10).
1553 "En nombre de toda la Iglesia", expresión
que no quiere decir que los sacerdotes sean los delegados de la comunidad.
La oración y la ofrenda de la Iglesia son inseparables de la oración
y la ofrenda de Cristo, su Cabeza. Se trata siempre del culto de Cristo
en y por su Iglesia. Es toda la Iglesia, cuerpo de Cristo, la que ora y
se ofrece, per ipsum et cum ipso et in ipso, en la unidad del Espíritu
Santo, a Dios Padre. Todo el cuerpo, caput et membra, ora y se ofrece, y
por eso quienes, en este cuerpo, son específicamente sus ministros,
son llamados ministros no sólo de Cristo, sino también de
la Iglesia. El sacerdocio ministerial puede representar a la Iglesia porque
representa a Cristo.
III LOS TRES GRADOS DEL SACRAMENTO DEL ORDEN
1554 "El ministerio
eclesiástico, instituido por Dios, está ejercido en diversos
órdenes que ya desde antiguo reciben los nombres de obispos, presbíteros
y diáconos" (LG 28). La doctrina católica, expresada en la
liturgia, el magisterio y la práctica constante de la Iglesia, reconocen
que existen dos grados de participación ministerial en el sacerdocio
de Cristo: el episcopado y el presbiterado. El diaconado está destinado
a ayudarles y a servirles. Por eso, el término "sacerdos" designa,
en el uso actual, a los obispos y a los presbíteros, pero no a los
diáconos. Sin embargo, la doctrina católica enseña
que los grados de participación sacerdotal (episcopado y presbiterado)
y el grado de servicio (diaconado) son los tres conferidos por un acto sacramental
llamado "ordenación", es decir, por el sacramento del Orden:
Que todos reverencien a los diáconos como a Jesucristo,
como también al obispo, que es imagen del Padre, y a los presbíteros
como al senado de Dios y como a la asamblea de los apóstoles: sin
ellos no se puede hablar de Iglesia (S. Ignacio de Antioquía, Trall.
3,1)
La ordenación episcopal, plenitud del sacramento
del Orden
1555 "Entre los
diversos ministerios que existen en la Iglesia, ocupa el primer lugar el
ministerio de los obispos que, que a través de una sucesión
que se remonta hasta el principio, son los transmisores de la semilla apostólica"
(LG 20).
1556 "Para realizar estas funciones tan sublimes, los
Apóstoles se vieron enriquecidos por Cristo con la venida especial
del Espíritu Santo que descendió sobre ellos. Ellos mismos comunicaron
a sus colaboradores, mediante la imposición de las manos, el don espiritual
que se ha transmitido hasta nosotros en la consagración de los obispos"
(LG 21).
1557 El Concilio Vaticano II "enseña que por la
consagración episcopal se recibe la plenitud del sacramento del Orden.
De hecho se le llama, tanto en la liturgia de la Iglesia como en los Santos
Padres, `sumo sacerdocio' o `cumbre del ministerio sagrado'" (ibid.).
1558 "La consagración episcopal confiere, junto
con la función de santificar, también las funciones de enseñar
y gobernar... En efecto...por la imposición de las manos y por las
palabras de la consagración se confiere la gracia del Espíritu
Santo y queda marcado con el carácter sagrado. En consecuencia, los
obispos, de manera eminente y visible, hacen las veces del mismo Cristo,
Maestro, Pastor y Sacerdote, y actúan en su nombre (in eius persona
agant)" (ibid.). "El Espíritu Santo que han recibido ha hecho de los
obispos los verdaderos y auténticos maestros de la fe, pontífices
y pastores" (CD 2).
1559 "Uno queda constituido miembro del Colegio episcopal
en virtud de la consagración episcopal y por la comunión jerárquica
con la Cabeza y con los miembros del Colegio" (LG 22). El carácter
y la naturaleza colegial del orden episcopal se manifiestan, entre otras
cosas, en la antigua práctica de la Iglesia que quiere que para la
consagración de un nuevo obispo participen varios obispos (cf ibid.).
Para la ordenación legítima de un obispo se requiere hoy una
intervención especial del Obispo de Roma por razón de su cualidad
de vínculo supremo visible de la comunión de las Iglesias particulares
en la Iglesia una y de garante de libertad de la misma.
1560 Cada obispo tiene, como vicario de Cristo, el oficio
pastoral de la Iglesia particular que le ha sido confiada, pero al mismo
tiempo tiene colegialmente con todos sus hermanos en el episcopado
la solicitud de todas las Iglesias: "Más si todo obispo es propio
solamente de la porción de grey confiada a sus cuidados, su cualidad
de legítimo sucesor de los apóstoles por institución
divina, le hace solidariamente responsable de la misión apostólica
de la Iglesia" (Pío XII, Enc. Fidei donum, 11; cf LG 23; CD 4,36-37;
AG 5.6.38).
1561 Todo lo que se ha dicho explica por qué
la Eucaristía celebrada por el obispo tiene una significación
muy especial como expresión de la Iglesia reunida en torno al altar
bajo la presidencia de quien representa visiblemente a Cristo, Buen Pastor
y Cabeza de su Iglesia (cf SC 41; LG 26).
La ordenación de los presbíteros - cooperadores
de los obispos
1562 "Cristo, a
quien el Padre santificó y envió al mundo, hizo a los obispos
partícipes de su misma consagración y misión por medio
de los Apóstoles de los cuales son sucesores. Estos han confiado
legítimamente la función de su ministerio en diversos grados
a diversos sujetos en la Iglesia" (LG 28). "La función ministerial
de los obispos, en grado subordinado, fue encomendada a los presbíteros
para que, constituidos en el orden del presbiterado, fueran los colaboradores
del Orden episcopal para realizar adecuadamente la misión apostólica
confiada por Cristo" (PO 2).
1563 "El ministerio de los presbíteros, por estar
unido al Orden episcopal, participa de la autoridad con la que el propio
Cristo construye, santifica y gobierna su Cuerpo. Por eso el sacerdocio de
los presbíteros supone ciertamente los sacramentos de la iniciación
cristiana. Se confiere, sin embargo, por aquel sacramento peculiar que, mediante
la unción del Espíritu Santo, marca a los sacerdotes con un
carácter especial. Así quedan identificados con Cristo Sacerdote,
de tal manera que puedan actuar como representantes de Cristo Cabeza" (PO
2).
1564 "Los presbíteros, aunque no tengan la plenitud
del sacerdocio y dependan de los obispos en el ejercicio de sus poderes,
sin embargo están unidos a éstos en el honor del sacerdocio
y, en virtud del sacramento del Orden, quedan consagrados como verdaderos
sacerdotes de la Nueva Alianza, a imagen de Cristo, sumo y eterno Sacerdote
(Hb 5,1-10; 7,24; 9,11-28), para anunciar el Evangelio a los fieles, para
dirigirlos y para celebrar el culto divino" (LG 28).
1565 En virtud del sacramento del Orden, los presbíteros
participan de la universalidad de la misión confiada por Cristo a
los apóstoles. El don espiritual que recibieron en la ordenación
los prepara, no para una misión limitada y restringida, "sino para
una misión amplísima y universal de salvación `hasta
los extremos del mundo'" (PO 10), "dispuestos a predicar el evangelio por
todas partes" (OT 20).
1566 "Su verdadera función sagrada la ejercen
sobre todo en el culto o en la comunión eucarística. En ella,
actuando en la persona de Cristo y proclamando su Misterio, unen la ofrenda
de los fieles al sacrificio de su Cabeza; actualizan y aplican en el sacrificio
de la misa, hasta la venida del Señor, el único Sacrificio
de la Nueva Alianza: el de Cristo, que se ofrece al Padre de una vez para
siempre como hostia inmaculada" (LG 28). De este sacrificio único,
saca su fuerza todo su ministerio sacerdotal (cf PO 2).
1567 "Los presbíteros, como colaboradores diligentes
de los obispos y ayuda e instrumento suyos, llamados para servir al Pueblo
de Dios, forman con su obispo un único presbiterio, dedicado a diversas
tareas. En cada una de las comunidades locales de fieles hacen presente
de alguna manera a su obispo, al que están unidos con confianza y
magnanimidad; participan en sus funciones y preocupaciones y las llevan
a la práctica cada día" (LG 28). Los presbíteros sólo
pueden ejercer su ministerio en dependencia del obispo y en comunión
con él. La promesa de obediencia que hacen al obispo en el momento
de la ordenación y el beso de paz del obispo al fin de la liturgia
de la ordenación significa que el obispo los considera como sus colaboradores,
sus hijos, sus hermanos y sus amigos y que a su vez ellos le deben amor y
obediencia.
1568 "Los presbíteros, instituidos por la ordenación
en el orden del presbiterado, están unidos todos entre sí
por la íntima fraternidad del sacramento. Forman un único
presbiterio especialmente en la diócesis a cuyo servicio se dedican
bajo la dirección de su obispo" (PO 8). La unidad del presbiterio
encuentra una expresión litúrgica en la costumbre de que los
presbíteros impongan a su vez las manos, después del obispo,
durante el rito de la ordenación.
La ordenación de los diáconos, “en orden
al ministerio”
1569 "En el grado
inferior de la jerarquía están los diácon os, a los
que se les imponen las 'para realizar un servicio y no para ejercer el sacerdocio'"
(LG 29; cf CD 15). En la ordenación al diaconado, sólo el
obispo impone las manos , significando así que el diácono
está especialmente vinculado al obispo en las tareas de su "diaconía"
(cf S. Hipólito, trad. ap. 8).
1570 Los diáconos participan de una manera especial
en la misión y la gracia de Cristo (cf LG 41; AA 16). El sacramento
del Orden los marco con un sello (carácter) que nadie puede hacer
desaparecer y que los configura con Cristo que se hizo "diácono",
es decir, el servidor de todos (cf Mc 10,45; Lc 22,27; S. Policarpo, Ep 5,2).
Corresponde a los diáconos, entre otras cosas, asistir al obispo y
a los presbíteros en la celebración de los divinos misterios
sobre todo de la Eucaristía y en la distribución de la misma,
asistir a la celebración del matrimonio y bendecirlo, proclamar el
evangelio y predicar, presidir las exequias y entregarse a los diversos servicios
de la caridad (cf LG 29; cf. SC 35,4; AG 16).
1571 Desde el Concilio Vaticano II, la Iglesia latina
ha restablecido el diaconado "como un grado particular dentro de la jerarquía"
(LG 29), mientras que las Iglesias de Oriente lo habían mantenido
siempre. Este diaconado permanente, que puede ser conferido a hombres casados,
constituye un enriquecimiento importante para la misión de la Iglesia.
En efecto, es apropiado y útil que hombres que realizan en la Iglesia
un ministerio verdaderamente diaconal, ya en la vida litúrgica y pastoral,
ya en las obras sociales y caritativas, "sean fortalezcan por la imposición
de las manos transmitida ya desde los Apóstoles y se unan más
estrechamente al servicio del altar, para que cumplan con mayor eficacia
su ministerio por la gracia sacramental del diaconado" (AG 16).
IV LA CELEBRACION DE ESTE SACRAMENTO
1572 La celebración
de la ordenación de un obispo, de presbíteros o de diáconos,
por su importancia para la vida de la Iglesia particular, exige el mayor
concurso posible de fieles. Tendrá lugar preferentemente el domingo
y en la catedral, con una solemnidad adaptada a las circunstancias. Las tres
ordenaciones, del obispo, del presbítero y del diácono, tienen
el mismo dinamismo. El lugar propio de su celebración es dentro de
la Eucaristía.
1573 El rito esencial del sacramento del Orden está
constituido, para los tres grados, por la imposición de manos del
obispo sobre la cabeza del ordenando así como por una oración
consecratoria específica que pide a Dios la efusión del Espíritu
Santo y de sus dones apropiados al ministerio para el cual el candidato es
ordenado (cf Pío XII, const. ap. Sacramentum Ordinis, DS 3858).
1574 Como en todos los sacramentos, ritos complementarios
rodean la celebración. Estos varían notablemente en las distintas
tradiciones litúrgicas, pero tienen en común la expresión
de múltiples aspectos de la gracia sacramental. Así, en el
rito latino, los ritos iniciales - la presentación y elección
del ordenando, la alocución del obispo, el interrogatorio del ordenando,
las letanías de los santos - ponen de relieve que la elección
del candidato se hace conforme al uso de la Iglesia y preparan el acto solemne
de la consagración; después de ésta varios ritos vienen
a expresar y completar de manera simbólica el misterio que se ha
realizado: para el obispo y el presbítero la unción con el
santo crisma, signo de la unción especial del Espíritu Santo
que hace fecundo su ministerio; la entrega del libro de los evangelios,
del anillo, de la mitra y del báculo al obispo en señal de
su misión apostólica de anuncio de la palabra de Dios, de
su fidelidad a la Iglesia, esposa de Cristo, de su cargo de pastor del rebaño
del Señor; entrega al presbítero de la patena y del cáliz,
"la ofrenda del pueblo santo" que es llamado a presentar a Dios; la entrega
del libro de los evangelios al diácono que acaba de recibir la misión
de anunciar el evangelio de Cristo.
V EL MINISTRO DE ESTE SACRAMENTO
1575 Fue Cristo
quien eligió a los apóstoles y les hizo partícipes
de su misión y su autoridad. Elevado a la derecha del Padre, no abandona
a su rebaño, sino que lo guarda por medio de los apóstoles
bajo su constante protección y lo dirige también mediante estos
mismos pastores que continúan hoy su obra (cf MR, Prefacio de Apóstoles).
Por tanto, es Cristo "quien da" a unos el ser apóstoles, a otros pastores
(cf. Ef 4,11). Sigue actuando por medio de los obispos (cf LG 21).
1576 Dado que el sacramento del Orden es el sacramento
del ministerio apostólico, corresponde a los obispos, en cuanto sucesores
de los apóstoles, transmitir "el don espiritual" (LG 21), "la semilla
apostólica" (LG 20). Los obispos válidamente ordenados, es
decir, que están en la línea de la sucesión apostólica,
confieren válidamente los tres grados del sacramento del Orden (cf
DS 794 y 802; CIC, can. 1012; CCEO, can. 744; 747).
VI QUIEN PUEDE RECIBIR ESTE SACRAMENTO
1577 "Sólo
el varón (vir ) bautizado recibe válidamente la sagrada ordenación"
(CIC, can 1024). El Señor Jesús eligió a hombres (viri)
para formar el colegio de los doce apóstoles (cf Mc 3,14-19; Lc 6,12-16),
y los apóstoles hicieron lo mismo cuando eligieron a sus colaboradores
(1 Tm 3,1-13; 2 Tm 1,6; Tt 1,5-9) que les sucederían en su tarea
(S.Clemente Romano Cor, 42,4; 44,3). El colegio de los obispos, con quienes
los presbíteros están unidos en el sacerdocio, hace presente
y actualiza hasta el retorno de Cristo el colegio de los Doce. La Iglesia
se reconoce vinculada por esta decisión del Señor. Esta es
la razón por la que las mujeres no reciben la ordenación
(cf Juan Pablo II, MD 26-27; CDF decl. "Inter insigniores": AAs 69 [1977]
98-116).
1578 Nadie tiene derecho a recibir el sacramento
del Orden. En efecto, nadie se arroga para sí mismo este oficio.
Al sacramento se es llamado por Dios (cf Hb 5,4). Quien cree reconocer las
señales de la llamada de Dios al ministerio ordenado, debe someter
humildemente su deseo a la autoridad de la Iglesia a la que corresponde
la responsabilidad y el derecho de llamar a recibir este sacramento. Como
toda gracia, el sacramento sólo puede ser recibido como un don inmerecido.
1579 Todos los ministros ordenados de la Iglesia latina,
exceptuados los diáconos permanentes, son ordinariamente elegidos
entre hombres creyentes que viven como célibes y que tienen la voluntad
de guardar el celibato "por el Reino de los cielos" (Mt 19,12). Llamados
a consagrarse totalmente al Señor y a sus "cosas" (cf 1 Co 7,32),
se entregan enteramente a Dios y a los hombres. El celibato es un signo de
esta vida nueva al servicio de la cual es consagrado el ministro de la Iglesia;
aceptado con un corazón alegre, anuncia de modo radiante el Reino
de Dios (cf PO 16).
1580 En las Iglesias Orientales, desde hace siglos está
en vigor una disciplina distinta: mientras los obispos son elegidos únicamente
entre los célibes, hombres casados pueden ser ordenados diáconos
y presbíteros. Esta práctica es considerada como legítima
desde tiempos remotos; estos presbíteros ejercen un ministerio fructuoso
en el seno de sus comunidades (cf PO 16). Por otra parte, el celibato de
los presbíteros goza de gran honor en las Iglesias Orientales, y son
numerosos los presbíteros que lo escogen libremente por el Reino de
Dios. En Oriente como en Occidente, quien recibe el sacramento del Orden
no puede contraer matrimonio.
VII LOS EFECTOS DEL SACRAMENTO DEL ORDEN
El carácter indeleble
1581 Este sacramento
configura con Cristo mediante una gracia especial del Espíritu Santo
a fin de servir de instrumento de Cristo en favor de su Iglesia. Por la ordenación
recibe la capacidad de actuar como representante de Cristo, Cabeza de la
Iglesia, en su triple función de sacerdote, profeta y rey.
1582 Como en el caso del Bautismo y de la Confirmación,
esta participación en la misión de Cristo es concedida de
una vez para siempre. El sacramento del Orden confiere también un
carácter espiritual indeleble y no puede ser reiterado ni ser conferido
para un tiempo determinado (cf Cc. de Trento: DS 1767; LG 21.28.29; PO 2).
1583 Un sujeto válidamente ordenado puede ciertamente,
por causas graves, ser liberado de las obligaciones y las funciones vinculadas
a la ordenación, o se le puede impedir ejercerlas (cf CIC, can. 290-293;
1336,1, nn 3º y 5º; 1338,2), pero no puede convertirse de nuevo
en laico en sentido estricto (cf. CC. de Trento: DS 1774) porque el carácter
impreso por la ordenación es para siempre. La vocación y la
misión recibidas el día de su ordenación, lo marcan
de manera permanente.
1584 Puesto que en último término es Cristo
quien actúa y realiza la salvación a través del ministro
ordenado, la indignidad de éste no impide a Cristo actuar (cf Cc.
de Trento: DS 1612; 1154). S. Agustín lo dice con firmeza:
En cuanto al ministro orgulloso, hay que colocarlo con
el diablo. Sin embargo, el don de Crist o no por ello es profanado: lo que
llega a través de él conserva su pureza, lo que pasa por él
permanece limpio y llega a la tierra fértil...En efecto, la virtud
espiritual del sacramento es semejante a la luz: los que deben ser iluminados
la reciben en su pureza y, si atraviesa seres manchados, no se mancha (Ev.
Ioa. 5, 15).
La gracia del Espíritu Santo
1585 La gracia del
Espíritu Santo propia de este sacramento es la de ser configurado
con Cristo Sacerdote, Maestro y Pastor, de quien el ordenado es constituido
ministro.
1586 Para el obispo, es en primer lugar una gracia de
fortaleza ("El Espíritu de soberanía": Oración de consagración
del obispo en el rito latino): la de guiar y defender con fuerza y prudencia
a su Iglesia como padre y pastor, con amor gratuito para todos y con predilección
por los pobres, los enfermos y los necesitados (cf CD 13 y 16). Esta gracia
le impulsa a anunciar el evangelio a todos, a ser el modelo de su rebaño,
a precederlo en el camino de la santificación identificándose
en la Eucaristía con Cristo Sacerdote y Víctima, sin miedo
a dar la vida por sus ovejas:
Concede, Padre que conoces los corazones, a tu siervo
que has elegido para el episcopado, que apaciente tu santo rebaño
y que ejerza ante ti el supremo sacerdocio sin reproche sirviéndote
noche y día; que haga sin cesar propicio tu rostro y que ofrezca los
dones de tu santa Iglesia, que en virtud del espíritu del supremo
sacerdocio tenga poder de perdonar los pecados según tu mandamiento,
que distribuya las tareas siguiendo tu orden y que desate de toda atadura
en virtud del poder que tú diste a los apóstoles; que te agrade
por su dulzura y su corazón puro, ofreciéndote un perfume agradable
por tu Hijo Jesucristo... (S. Hipólito, Trad. Ap. 3).
1587 El don espiritual que confiere la ordenación
presbiteral está expresado en esta oración propia del rito
bizantino. El obispo, imponiendo la mano, dice:
Señor, llena del don del Espíritu Santo
al que te has dignado elevar al grado del sacerdocio para que sea digno
de presentarse sin reproche ante tu altar, de anunciar el evangelio de tu
Reino, de realizar el ministerio de tu palabra de verdad, de ofrecerte dones
y sacrificios espirituales, de renovar tu pueblo mediante el baño
de la regeneración; de manera que vaya al encuentro de nuestro gran
Dios y Salvador Jesucristo, tu Hijo único, el día de su segunda
venida, y reciba de tu inmensa bondad la recompensa de una fiel administración
de su orden (Euchologion).
1588 En cuanto a los diáconos, "fortalecidos,
en efecto, con la gracia del sacramento, en comunión con el obispo
y sus presbíteros, están al servicio del Pueblo de Dios en
el ministerio de la liturgia, de la palabra y de la caridad" (LG 29).
1589 Ante la grandeza de la gracia y del oficio sacerdotales,
los santos doctores sintieron la urgente llamada a la conversión
con el fin de corresponder mediante toda su vida a aquel de quien el sacramento
los constituye ministros. Así, S. Gregorio Nazianceno, siendo joven
sacerdote, exclama:
Es preciso comenzar por purificarse antes de purificar
a los otros; es preciso ser instruido para poder instruir; es preciso ser
luz para iluminar, acercarse a Dios para acercarle a los demás, ser
santificado para santificar, conducir de la mano y aconsejar con inteligencia
(Or. 2, 71). Sé de quién somos ministros, donde nos encontramos
y adonde nos dirigimos. Conozco la altura de Dios y la flaqueza del hombre,
pero también su fuerza (ibid. 74) (Por tanto, ¿quién
es el sacerdote? Es) el defensor de la verdad, se sitúa junto a los
ángeles, glorifica con los arcángeles, hace subir sobre el
altar de lo alto las víctimas de los sacrificios, comparte el sacerdocio
de Cristo, restaura la criatura, restablece (en ella) la imagen (de Dios),
la recrea para el mundo de lo alto, y, para decir lo más grande que
hay en él, es divinizado y diviniza (ibid. 73).
Y el santo Cura de Ars dice: "El sacerdote continua
la obra de redención en la tierra"..."Si se comprendiese bien al
sacerdote en la tierra se moriría no de pavor sino de amor"..."El
sacerdocio es el amor del corazón de Jesús".
RESUMEN
1590 S. Pablo dice
a su discípulo Timoteo: "Te recomiendo que reavives el carisma de
Dios que está en ti por la imposición de mis manos" (2 Tm
1,6), y "si alguno aspira al cargo de obispo, desea una noble función"
(1 Tm 3,1). A Tito decía: "El motivo de haberte dejado en Creta,
fue para que acabaras de organizar lo que faltaba y establecieras presbíteros
en cada ciudad, como yo te ordené" (Tt 1,5).
1591 La Iglesia entera es un pueblo sacerdotal. Por el
bautismo, todos los fieles participan del sacerdocio de Cristo. Esta participación
se llama "sacerdocio común de los fieles". A partir de este sacerdocio
y al servicio del mismo existe otra participación en la misión
de Cristo: la del ministerio conferido por el sacramento del Orden, cuya
tarea es servir en nombre y en la representación de Cristo-Cabeza
en medio de la comunidad.
1592 El sacerdocio ministerial difiere esencialmente
del sacerdocio común de los fieles porque confiere un poder sagrado
para el servicio de los fieles. Los ministros ordenados ejercen su servicio
en el pueblo de Dios mediante la enseñanza (munus docendi), el culto
divino (munus liturgicum) y por el gobierno pastoral (munus regendi).
1593 Desde los orígenes, el ministerio ordenado
fue conferido y ejercido en tres grados: el de los Obispos, el de los presbíteros
y el de los diáconos. Los ministerios conferidos por la ordenación
son insustituibles para la estructura orgánica de la Iglesia: sin
el obispo, los presbíteros y los diácono s no se puede hablar
de Iglesia (cf. S. Ignacio de Antioquía, Trall. 3,1).
1594 El obispo recibe la plenitud del sacramento del
Orden que lo incorpora al colegio episcopal y hace de él la cabeza
visible de la Iglesia particular que le es confiada. Los Obispos, en cuanto
sucesores de los apóstoles y miembros del colegio, participan en
la responsabilidad apostólica y en la misión de toda la Iglesia
bajo la autoridad del Papa, sucesor de S. Pedro.
1595 Los presbíteros están unidos a los
obispos en la dignidad sacerdotal y al mismo tiempo dependen de ellos en el
ejercicio de sus funciones pastorales; son llamados a ser cooperadores diligentes
de los obispos; forman en torno a su Obispo el presbiterio que asume con
él la responsabilidad de la Iglesia particular. Reciben del obispo
el cuidado de una comunidad parroquial o de una función eclesial determinada.
1596 Los diáconos son ministros ordenados para
las tareas de servicio de la Iglesia; no reciben el sacerdocio ministerial,
pero la ordenación les confiere funciones importantes en el ministerio
de la palabra, del culto divino, del gobierno pastoral y del servicio de
la caridad, tareas que deben cumplir bajo la autoridad pastoral de su Obispo.
1597 El sacramento del Orden es conferido por la imposición
de las manos seguida de una oración consecratoria solemne que pide
a Dios para el ordenando las gracias del Espíritu Santo requeridas
para su ministerio. La ordenación imprime un carácter sacramental
indeleble.
1598 La Iglesia confiere el sacramento del Orden únicamente
a varones (viris) bautizados, cuyas aptitudes para el ejercicio del ministerio
han sido debidamente reconocidas. A la autoridad de la Iglesia corresponde
la responsabilidad y el derecho de llamar a uno a recibir la ordenación.
1599 En la Iglesia latina, el sacramento del Orden para
el presbiterado sólo es conferido ordinariamente a candidatos que
están dispuestos a abrazar libremente el celibato y que manifiestan
públicamente su voluntad de guardarlo por amor del Reino de Dios y
el servicio de los hombres.
1600 Corresponde a los Obispos conferir el sacramento
del Orden en los tres grados.
Artículo 7 EL SACRAMENTO DEL
MATRIMONIO
1601 "La alianza
matrimonial, por la que el varón y la mujer constituyen entre sí
un consorcio de toda la vida, ordenado por su misma índole natural
al bien de los cónyuges y a la generación y educación
de la prole, fue elevada por Cristo Nuestro Señor a la dignidad de
sacramento entre bautizados" (CIC, can. 1055,1)
I EL MATRIMONIO EN EL PLAN DE DIOS
1602 La Sagrada
Escritura se abre con el relato de la creación del hombre y de la
mujer a imagen y semejanza de Dios (Gn 1,26-27) y se cierra con la visión
de las "bodas del Cordero" (Ap 19,7.9). De un extremo a otro la Escritura
habla del matrimonio y de su "misterio", de su institución y del sentido
que Dios le dio, de su origen y de su fin, de sus realizaciones diversas
a lo largo de la historia de la salvación, de sus dificultades nacidas
del pecado y de su renovación "en el Señor" (1 Co 7,39) todo
ello en la perspectiva de la Nueva Alianza de Cristo y de la Iglesia (cf
Ef 5,31-32).
El matrimonio en el orden de la creación
1603 "La íntima
comunidad de vida y amor conyugal, fundada por el Creador y provista de
leyes propias, se establece sobre la alianza del matrimonio... un vínculo
sagrado... no depende del arbitrio humano. El mismo Dios es el autor del
matrimonio" (GS 48,1). La vocación al matrimonio se inscribe en la
naturaleza misma del hombre y de la mujer, según salieron de la mano
del Creador. El matrimonio no es una institución puramente humana
a pesar de las numerosas variaciones que ha podido sufrir a lo largo de
los siglos en las diferentes culturas, estructuras sociales y actitudes
espirituales. Estas diversidades no deben hacer olvidar sus rasgos comunes
y permanente. A pesar de que la dignidad de esta institución no se
trasluzca siempre con la misma claridad (cf GS 47,2), existe en todas las
culturas un cierto sentido de la grandeza de la unión matrimonial.
"La salvación de la persona y de la sociedad humana y cristiana está
estrechamente ligada a la prosperidad de la comunidad conyugal y familiar"
(GS 47,1).
1604 Dios que ha creado al hombre por amor lo ha llamado
también al amor, vocación fundamental e innata de todo ser
humano. Porque el hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios (Gn 1,2),
que es Amor (cf 1 Jn 4,8.16). Habiéndolos creado Dios hombre y mujer,
el amor mutuo entre ellos se convierte en imagen del amor absoluto e indefectible
con que Dios ama al hombre. Este amor es bueno, muy bueno, a los ojos del
Creador (cf Gn 1,31). Y este amor que Dios bendice es destinado a ser fecundo
y a realizarse en la obra común del cuidado de la creación.
"Y los bendijo Dios y les dijo: "Sed fecundos y multiplicaos, y llenad la
tierra y sometedla'" (Gn 1,28).
1605 La Sagrada escritura afirma que el hombre y la mujer
fueron creados el uno para el otro: "No es bueno que el hombre esté
solo". La mujer, "carne de su carne", su igual, la criatura más semejante
al hombre mismo, le es dada por Dios como una "auxilio", representando así
a Dios que es nuestro "auxilio" (cf Sal 121,2). "Por eso deja el hombre
a su padre y a su madre y se une a su mujer, y se hacen una sola carne"
(cf Gn 2,18-25). Que esto significa una unión indefectible de sus
dos vidas, el Señor mismo lo muestra recordando cuál fue "en
el principio", el plan del Creador: "De manera que ya no son dos sino una
sola carne" (Mt 19,6).
El matrimonio bajo la esclavitud del pecado
1606 Todo hombre,
tanto en su entorno como en su propio corazón, vive la experiencia
del mal. Esta experiencia se hace sentir también en las relaciones
entre el hombre y la mujer. En todo tiempo, la unión del hombre y
la mujer vive amenazada por la discordia, el espíritu de dominio,
la infidelidad, los celos y conflictos que pueden conducir hasta el odio
y la ruptura. Este desorden puede manifestarse de manera más o menos
aguda, y puede ser más o menos superado, según las culturas,
las épocas, los individuos, pero siempre aparece como algo de carácter
universal.
1607 Según la fe, este desorden que constatamos
dolorosamente, no se origina en la naturaleza del hombre y de la mujer,
ni en la naturaleza de sus relaciones, sino en el pecado. El primer pecado,
ruptura con Dios, tiene como consecuencia primera la ruptura de la comunión
original entre el hombre y la mujer. Sus relaciones quedan distorsionadas
por agravios recíprocos (cf Gn 3,12); su atractivo mutuo, don propio
del creador (cf Gn 2,22), se cambia en relaciones de dominio y de concupiscencia
(cf Gn 3,16b); la hermosa vocación del hombre y de la mujer de ser
fecundos, de multiplicarse y someter la tierra (cf Gn 1,28) queda sometida
a los dolores del parto y los esfuerzos de ganar el pan (cf Gn 3,16-19).
1608 Sin embargo, el orden de la Creación subsiste
aunque gravemente perturbado. Para sanar las heridas del pecado, el hombre
y la mujer necesitan la ayuda de la gracia que Dios, en su misericordia
infinita, jamás les ha negado (cf Gn 3,21). Sin esta ayuda, el hombre
y la mujer no pueden llegar a realizar la unión de sus vidas en orden
a la cual Dios los creó "al comienzo".
El matrimonio bajo la pedagogía de la antigua
Ley
1609 En su misericordia,
Dios no abandonó al hombre pecador. Las penas que son consecuencia
del pecado, "los dolores del parto" (Gn 3,16), el trabajo "con el sudor
de tu frente" (Gn 3,19), constituyen también remedios que limitan
los daños del pecado. Tras la caída, el matrimonio ayuda a
vencer el repliegue sobre sí mismo, el egoísmo, la búsqueda
del propio placer, y a abrirse al otro, a la ayuda mutua, al don de si.
1610 La conciencia moral relativa a la unidad e indisolubilidad
del matrimonio se desarrolló bajo la pedagogía de la Ley antigua.
La poligamia de los patriarcas y de los reyes no es todavía prohibida
de una manera explícita. No obstante, la Ley dada por Moisés
se orienta a proteger a la mujer contra un dominio arbitrario del hombre,
aunque ella lleve también, según la palabra del Señor,
las huellas de "la dureza del corazón" de la persona humana, razón
por la cual Moisés permitió el repudio de la mujer (cf Mt
19,8; Dt 24,1).
1611 Contemplando la Alianza de Dios con Israel bajo
la imagen de un amor conyugal exclusivo y fiel (cf Os 1-3; Is 54.62; Jr
2-3. 31; Ez 16,62;23), los profetas fueron preparando la conciencia del
Pueblo elegido para una comprensión más profunda de la unidad
y de la indisolubilidad del matrimonio (cf Mal 2,13-17). Los libros de Rut
y de Tobías dan testimonios conmovedores del sentido hondo del matrimonio,
de la fidelidad y de la ternura de los esposos. La Tradición ha visto
siempre en el Cantar de los Cantares una expresión única del
amor humano, en cuanto que éste es reflejo del amor de Dios, amor
"fuerte como la muerte" que "las grandes aguas no pueden anegar" (Ct 8,6-7).
El matrimonio en el Señor
1612 La alianza
nupcial entre Dios y su pueblo Israel había preparado la nueva y eterna
alianza mediante la que el Hijo de Dios, encarnándose y dando su vida,
se unió en cierta manera con toda la humanidad salvada por él
(cf. GS 22), preparando así "las bodas del cordero" (Ap 19,7.9).
1613 En el umbral de su vida pública, Jesús
realiza su primer signo -a petición de su Madre- con ocasión
de un banquete de boda (cf Jn 2,1-11). La Iglesia concede una gran importancia
a la presencia de Jesús en las bodas de Caná. Ve en ella la
confirmación de la bondad del matrimonio y el anuncio de que
en adelante el matrimonio será un signo eficaz de la presencia de
Cristo.
1614 En su predicación, Jesús enseñó
sin ambigüedad el sentido original de la unión del hombre y
la mujer, tal como el Creador la quiso al comienzo: la autorización,
dada por Moisés, de repudiar a su mujer era una concesión a
la dureza del corazón (cf Mt 19,8); la unión matrimonial del
hombre y la mujer es indisoluble: Dios mismo la estableció: "lo que
Dios unió, que no lo separe el hombre" (Mt 19,6).
1615 Esta insistencia, inequívoca, en la indisolubilidad
del vínculo matrimonial pudo causar perplejidad y aparecer como una
exigencia irrealizable (cf Mt 19,10). Sin embargo, Jesús no impuso
a los esposos una carga imposible de llevar y demasiado pesada (cf Mt 11,29-30),
más pesada que la Ley de Moisés. Viniendo para restablecer
el orden inicial de la creación perturbado por el pecado, da la fuerza
y la gracia para vivir el matrimonio en la dimensión nueva del Reino
de Dios. Siguiendo a Cristo, renunciando a sí mismos, tomando sobre
sí sus cruces (cf Mt 8,34), los esposos podrán "comprender"
(cf Mt 19,11) el sentido original del matrimonio y vivirlo con la ayuda
de Cristo. Esta gracia del Matrimonio cristiano es un fruto de la Cruz de
Cristo, fuente de toda la vida cristiana.
1616 Es lo que el apóstol Pablo da a entender
diciendo: "Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a la
Iglesia y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla"
(Ef 5,25-26), y añadiendo enseguida: "`Por es o dejará el
hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos se
harán una sola carne'. Gran misterio es éste, lo digo respecto
a Cristo y a la Iglesia" (Ef 5,31-32).
1617 Toda la vida cristiana está marcada por el
amor esponsal de Cristo y de la Iglesia. Ya el Bautismo, entrada en el Pueblo
de Dios, es un misterio nupcial. Es, por así decirlo, como el baño
de bodas (cf Ef 5,26-27) que precede al banquete de bodas, la Eucaristía.
El Matrimonio cristiano viene a ser por su parte signo eficaz, sacramento
de la alianza de Cristo y de la Iglesia. Puesto que es signo y comunicación
de la gracia, el matrimonio entre bautizados es un verdadero sacramento
de la Nueva Alianza (cf DS 1800; CIC, can. 1055,2).
La virginidad por el Reino de Dios
1618 Cristo es el
centro de toda vida cristiana. El vínculo con El ocupa el primer
lugar entre todos los demás vínculos, familiares o sociales
(cf Lc 14,26; Mc 10,28-31). Desde los comienzos de la Iglesia ha habido hombres
y mujeres que han renunciado al gran bien del matrimonio para seguir al Cordero
dondequiera que vaya (cf Ap 14,4), para ocuparse de las cosas del Señor,
para tratar de agradarle (cf 1 Co 7,32), para ir al encuentro del Esposo
que viene (cf Mt 25,6). Cristo mismo invitó a algunos a seguirle en
este modo de vida del que El es el modelo:
Hay eunucos que nacieron así del seno materno,
y hay eunucos hechos por los hombres, y hay eunucos que se hicieron tales
a sí mismos por el Reino de los Cielos. Quien pueda entender, que
entienda (Mt 19,12).
1619 La virginidad por el Reino de los Cielos es un desarrollo
de la gracia bautismal, un signo poderoso de la preeminencia del vínculo
con Cristo, de la ardiente espera de su retorno, un signo que recuerda también
que el matrimonio es una realidad que manifiesta el carácter pasajero
de este mundo (cf 1 Co 7,31; Mc 12,25).
1620 Estas dos realidades, el sacramento del Matrimonio
y la virginidad por el Reino de Dios, vienen del Señor mismo. Es
él quien les da sentido y les concede la gracia indispensable para
vivirlos conforme a su voluntad (cf Mt 19,3-12). La estima de la virginidad
por el Reino (cf LG 42; PC 12; OT 10) y el sentido cristiano del Matrimonio
son inseparables y se apoyan mutuamente:
Denigrar el matrimonio es reducir a la vez la gloria
de la virginidad; elogiarlo es realzar a la vez la admiración que corresponde
a la virginidad... (S. Juan Crisóstomo, virg. 10,1; cf FC, 16).
II LA CELEBRACION DEL MATRIMONIO
1621 En el rito
latino, la celebración del matrimonio entre dos fieles católicos
tiene lugar ordinariamente dentro de la Santa Misa, en virtud del vínculo
que tienen todos los sacramentos con el Misterio Pascual de Cristo (cf SC
61). En la Eucaristía se realiza el memorial de la Nueva Alianza,
en la que Cristo se unió para siempre a la Iglesia, su esposa amada
por la que se entregó (cf LG 6). Es, pues, conveniente que los esposos
sellen su consentimiento en darse el uno al otro mediante la ofrenda de sus
propias vidas, uniéndose a la ofrenda de Cristo por su Iglesia, hecha
presente en el sacrificio eucarístico, y recibiendo la Eucaristía,
para que, comulgando en el mismo Cuerpo y en la misma Sangre de Cristo,
"formen un solo cuerpo" en Cristo (cf 1 Co 10,17).
1622 "En cuanto gesto sacramental de santificación,
la celebración del matrimonio...debe ser por sí misma válida,
digna y fructuosa" (FC 67). Por tanto, conviene que los futuros esposos
se dispongan a la celebración de su matrimonio recibiendo el sacramento
de la penitencia.
1623 Según la tradición latina, los esposos,
como ministros de la gracia de Cristo, manifestando su consentimiento ante
la Iglesia, se confieren mutuamente el sacramento del matrimonio. En las
tradiciones de las Iglesias orientales, los sacerdotes –Obispos o presbíteros–
son testigos del recíproco consentimiento expresado por los esposos
(cf. CCEO, can. 817), pero también su bendición es necesaria
para la validez del sacramento (cf CCEO, can. 828).
1624 Las diversas liturgias son ricas en oraciones de
bendición y de epíclesis pidiendo a Dios su gracia y la bendición
sobre la nueva pareja, especialmente sobre la esposa. En la epíclesis
de este sacramento los esposos reciben el Espíritu Santo como Comunión
de amor de Cristo y de la Iglesia (cf. Ef 5,32). El Espíritu Santo
es el sello de la alianza de los esposos, la fuente siempre generosa de
su amor, la fuerza con que se renovará su fidelidad.
III EL CONSENTIMIENTO MATRIMONIAL
1625 Los protagonistas
de la alianza matrimonial son un hombre y una mujer bautizados, libres para
contraer el matrimonio y que expresan libremente su consentimiento. "Ser
libre" quiere decir:
– no obrar por coacción;
– no estar impedido por una ley natural o eclesiástica.
1626 La Iglesia considera el intercambio de los consentimientos
entre los esposos como el elemento indispensable "que hace el matrimonio"
(CIC, can. 1057,1). Si el consentimiento falta, no hay matrimonio.
1627 El consentimiento consiste en "un acto humano, por
el cual los esposos se dan y se reciben mutuamente" (GS 48,1; cf CIC, can.
1057,2): "Yo te recibo como esposa" - "Yo te recibo como esposo" (OcM 45).
Este consentimiento que une a los esposos entre sí, encuentra su
plenitud en el hecho de que los dos "vienen a ser una sola carne" (cf Gn
2,24; Mc 10,8; Ef 5,31).
1628 El consentimiento debe ser un acto de la voluntad
de cada uno de los contrayentes, libre de violencia o de temor grave externo
(cf CIC, can. 1103). Ningún poder humano puede reemplazar este consentimiento
(CIC, can. 1057, 1). Si esta libertad falta, el matrimonio es inválido.
1629 Por esta razón (o por otras razones que hacen
nulo e inválido el matrimonio; cf. CIC, can. 1095-1107), la Iglesia,
tras examinar la situación por el tribunal eclesiástico
competente, puede declarar "la nulidad del matrimonio", es decir, que el
matrimonio no ha existido. En este caso, los contrayentes quedan libres para
casarse, aunque deben cumplir las obligaciones naturales nacidas de una unión
precedente precedente (cf CIC, can. 1071).
1630 El sacerdote ( o el diácono) que asiste a
la celebraci ón del matrimonio, recibe el consentimiento de los esposos
en nombre de la Iglesia y da la bendición de la Iglesia. La presencia
del ministro de la Iglesia (y también de los testigos) expresa visiblemente
que el matrimonio es una realidad eclesial.
1631 Por esta razón, la Iglesia exige ordinariamente
para sus fieles la forma eclesiástica de la celebración del
matrimonio (cf Cc. de Trento: DS 1813-1816; CIC, can. 1108). Varias razones
concurren para explicar esta determinación:
– El matrimonio sacramental es un acto litúrgico.
Por tanto, es conveniente que sea celebrado en la liturgia pública
de la Iglesia.
– El matrimonio introduce en un ordo eclesial, crea
derechos y deberes en la Iglesia entre los esposos y para con los hijos.
– Por ser el matrimonio un estado de vida en la Iglesia,
es preciso que exista certeza sobre él (de ahí la obligación
de tener testigos).
– El carácter público del consentimiento
protege el "Sí" una vez dado y ayuda a permanecer fiel a él.
1632 Para que el "Sí" de los esposos sea un acto
libre y responsable, y para que la alianza matrimonial tenga fundamentos
humanos y cristianos sólidos y estables, la preparación para
el matrimonio es de primera importancia:
- El ejemplo y la enseñanza dados por los padres
y por las familias son el camino privilegiado de esta preparación.
- El papel de los pastores y de la comunidad cristiana
como "familia de Dios" es indispensable para la transmisión de los
valores humanos y cristianos del matrimonio y de la familia (cf. CIC, can.
1063), y esto con mayor razón en nuestra época en la que muchos
jóvenes conocen la experiencia de hogares rotos que ya no aseguran
suficientemente esta iniciación:
Los jóvenes deben ser instruidos adecuada y oportunamente
sobre la dignidad, dignidad , tareas y ejercicio del amor conyugal, sobre
todo en el seno de la misma familia, para que, educados en el cultivo de
la castidad, puedan pasar, a la edad conveniente, de un honesto noviazgo
vivido al matrimonio (GS 49,3).
Matrimonios mixtos y disparidad de culto
1633 En numerosos
países, la situación del matrimonio mixto (entre católico
y bautizado no católico) se presenta con bastante frecuencia. Exige
una atención particular de los cónyuges y de los pastores.
El caso de matrimonios con disparidad de culto (entre católico y
no bautizado) exige una aún mayor atención.
1634 La diferencia de confesión entre los cónyuges
no constituye un obstáculo insuperable para el matrimonio, cuando
llegan a poner en común lo que cada uno de ellos ha recibido en su
comunidad, y a aprender el uno del otro el modo como cada uno vive su fidelidad
a Cristo. Pero las dificultades de los matrimonios mixtos no deben tampoco
ser subestimadas. Se deben al hecho de que la separación de los cristianos
no se ha superado todavía. Los esposos corren el peligro de vivir
en el seno de su hogar el drama de la desunión de los cristianos.
La disparidad de culto puede agravar aún más estas dificultades.
Divergencias en la fe, en la concepción misma del matrimonio, pero
también mentalidades religiosas distintas pueden constituir una fuente
de tensiones en el matrimonio, principalmente a propósito de la educación
de los hijos. Una tentación que puede presentarse entonces es la
indiferencia religiosa.
1635 Según el derecho vigente en la Iglesia latina,
un matrimonio mixto necesita, para su licitud, el permiso expreso de la
autoridad eclesiástica (cf CIC, can. 1124). En caso de disparidad
de culto se requiere una dispensa expresa del impedimento para la validez
del matrimonio (cf CIC, can. 1086). Este permiso o esta dispensa supone
que ambas partes conozcan y no excluyan los fines y las propiedades esenciales
del matrimonio; además, que la parte católica confirme los
compromisos –también haciéndolos conocer a la parte no católica–
de conservar la propia fe y de asegurar el Bautismo y la educación
de los hijos en la Iglesia Católica (cf CIC, can. 1125).
1636 En muchas regiones, gracias al diálogo ecuménico,
las comunidades cristianas interesadas han podido llevar a cabo una pastoral
común para los matrimonios mixtos. Su objetivo es ayudar a estas
parejas a vivir su situación particular a la luz de la fe. Debe también
ayudarles a superar las tensiones entre las obligaciones de los cónyuges,
el uno con el otro, y con sus comunidades eclesiales. Debe alentar el desarrollo
de lo que les es común en la fe, y el respeto de lo que los separa.
1637 En los matrimonios con disparidad de culto, el esposo
católico tiene una tarea particular: "Pues el marido no creyente
queda santificado por su mujer, y la mujer no creyente queda santificada
por el marido creyente" ( 1 Co 7,14). Es un gran gozo para el cónyuge
cristiano y para la Iglesia el que esta "santificación" conduzca
a la conversión libre del otro cónyuge a la fe cristiana (cf.
1 Co 7,16). El amor conyugal sincero, la práctica humilde y paciente
de las virtudes familiares, y la oración perseverante pueden preparar
al cónyuge no creyente a recibir la gracia de la conversión.
IV LOS EFECTOS DEL SACRAMENTO DEL MATRIMONIO
1638 "Del matrimonio
válido se origina entre los cónyuges un vínculo perpetuo
y exclusivo por su misma naturaleza; además, en el matrimonio cristiano
los cónyuges son fortalecidos y quedan como consagrados por un sacramento
peculiar para los deberes y la dignidad de su estado" (CIC, can. 1134).
El vínculo matrimonial
1639 El consentimiento por el que los esposos se dan
y se reciben mutuamente es sellado por el mismo Dios (cf Mc 10,9). De su
alianza "nace una institución estable por ordenación divina,
también ante la sociedad" (GS 48,1). La alianza de los esposos está
integrada en la alianza de Dios con los hombres: "el auténtico amor
conyugal es asumido en el amor divino" (GS 48,2).
1640 Por tanto, el vínculo matrimonial es establecido
por Dios mismo, de modo que el matrimonio celebrado y consumado entre bautizados
no puede ser disuelto jamás. Este vínculo que resulta del
acto humano libre de los esposos y de la consumación del matrimonio
es una realidad ya irrevocable y da origen a una alianza garantizada por
la fidelidad de Dios. La Iglesia no tiene poder para pronunciarse contra
esta disposición de la sabiduría divina (cf CIC, can. 1141).
La gracia del sacramento del matrimonio
1641 "En su modo
y estado de vida, (los cónyuges cristianos) tienen su carisma propio
en el Pueblo de Dios" (LG 11). Esta gracia propia del sacramento del matrimonio
está destinada a perfeccionar el amor de los cónyuges, a fortalecer
su unidad indisoluble. Por medio de esta gracia "se ayudan mutuamente a
santificarse con la vida matrimonial conyugal y en la acogida y educación
de los hijos" (LG 11; cf LG 41).
1642 Cristo es la fuente de esta gracia. "Pues de la
misma manera que Dios en otro tiempo salió al encuentro de su pueblo
por una alianza de amor y fidelidad, ahora el Salvador de los hombres y
Esposo de la Iglesia, mediante el sacramento del matrimonio, sale al encuentro
de los esposos cristianos" (GS 48,2). Permanece con ellos, les da la fuerza
de seguirle tomando su cruz, de levantarse después de sus caídas,
de perdonarse mutuamente, de llevar unos las cargas de los otros (cf Ga
6,2), de estar "sometidos unos a otros en el temor de Cristo" (Ef 5,21)
y de amarse con un amor sobrenatural, delicado y fecundo. En las alegrías
de su amor y de su vida familiar les da, ya aquí, un gusto anticipado
del banquete de las bodas del Cordero:
¿De dónde voy a sacar la fuerza para describir
de manera satisfactoria la dicha del matrimonio que celebra la Iglesia,
que confirma la ofrenda, que sella la bendición? Los ángeles
lo proclaman, el Padre celestial lo ratifica...¡Qué matrimonio
el de dos cristianos, unidos por una sola esperanza, un solo deseo, una sola
disciplina, el mismo servicio! Los dos hijos de un mismo Padre, servidores
de un mismo Señor; nada los separa, ni en el espíritu ni en
la carne; al contrario, son verdaderamente dos en una sola carne. Donde
la carne es una, también es uno el espíritu (Tertuliano, ux.
2,9; cf. FC 13).
V LOS BIENES Y LAS EXIGENCIAS DEL AMOR CONYUGAL
1643 "El amor conyugal
comporta una totalidad en la que entran todos los elementos de la persona
-reclamo del cuerpo y del instinto, fuerza del sentimiento y de la afectividad,
aspiración del espíritu y de la voluntad-; mira una unidad
profundamente personal que, más allá de la unión en
una sola carne, conduce a no tener más que un corazón y un
alma; exige la indisolubilidad y la fidelidad de la donación recíproca
definitiva; y se abre a fecundidad. En una palabra: se trata de características
normales de todo amor conyugal natural, pero con un significado nuevo que
no sólo las purifica y consolida, sino las eleva hasta el punto de
hacer de ellas la expresión de valores propiamente cristianos" (FC
13).
Unidad e indisolubilidad del matrimonio
1644 El amor de
los esposos exige, por su misma naturaleza, la unidad y la indisolubilidad
de la comunidad de personas que abarca la vida entera de los esposos: "De
manera que ya no son dos sino una sola carne" (Mt 19,6; cf Gn 2,24). "Están
llamados a crecer continuamente en su comunión a través de
la fidelidad cotidiana a la promesa matrimonial de la recíproca donación
total" (FC 19). Esta comunión humana es confirmada, purificada y perfeccionada
por la comunión en Jesucristo dada mediante el sacramento del matrimonio.
Se profundiza por la vida de la fe común y por la Eucaristía
recibida en común.
1645 "La unidad del matrimonio aparece ampliamente confirmada
por la igual dignidad personal que hay que reconocer a la mujer y el varón
en el mutuo y pleno amor" (GS 49,2). La poligamia es contraria a esta igual
dignidad de uno y otro y al amor conyugal que es único y exclusivo.
La fidelidad del amor conyugal
1646 El amor conyugal
exige de los esposos, por su misma naturaleza, una fidelidad inviolable.
Esto es consecuencia del don de sí mismos que se hacen mutuamente
los esposos. El auténtico amor tiende por sí mismo a ser algo
definitivo, no algo pasajero. "Esta íntima unión, en cuanto
donación mutua de dos personas, como el bien de los hijos exigen la
fidelidad de los cónyuges y urgen su indisoluble unidad" (GS 48,1).
1647 Su motivo más profundo consiste en la fidelidad
de Dios a su alianza, de Cristo a su Iglesia. Por el sacramento del matrimonio
los esposos son capacitados para representar y testimoniar esta fidelidad.
Por el sacramento, la indisolubilidad del matrimonio adquiere un sentido
nuevo y más profundo.
1648 Puede parecer difícil, incluso imposible,
atarse para toda la vida a un ser humano. Por ello es tanto más importante
anunciar la buena nueva de que Dios nos ama con un amor definitivo e irrevocable,
de que los esposos participan de este amor, que les conforta y mantiene,
y de que por su fidelidad se convierten en testigos del amor fiel de Dios.
Los esposos que, con la gracia de Dios, dan este testimonio, con frecuencia
en condiciones muy difíciles, merecen la gratitud y el apoyo de la
comunidad eclesial (cf FC 20).
1649 Existen, sin embargo, situaciones en que la convivencia
matrimonial se hace prácticamente imposible por razones muy diversas.
En tales casos, la Iglesia admite la separación física de
los esposos y el fin de la cohabitación. Los esposos no cesan de
ser marido y mujer delante de Dios; ni son libres para contraer una nueva
unión. En esta situación difícil, la mejor solución
sería, si es posible, la reconciliación. La comunidad cristiana
está llamada a ayudar a estas personas a vivir cristianamente su
situación en la fidelidad al vínculo de su matrimonio que
permanece indisoluble (cf FC; 83; CIC, can. 1151-1155).
1650 Hoy son numerosos en muchos países los católicos
que recurren al divorcio según las leyes civiles y que contraen también
civilmente una nueva unión. La Iglesia mantiene, por fidelidad a
la palabra de Jesucristo ("Quien repudie a su mujer y se case con otra,
comete adulterio contra aquella; y si ella repudia a su marido y se casa
con otro, comete adulterio": Mc 10,11-12), que no puede reconocer como válida
esta nueva unión, si era válido el primer matrimonio. Si los
divorciados se vuelven a casar civilmente, se ponen en una situación
que contradice objetivamente a la ley de Dios. Por lo cual no pueden acceder
a la comunión eucarística mientras persista esta situación,
y por la misma razón no pueden ejercer ciertas responsabilidades
eclesiales. La reconciliación mediante el sacramento de la penitencia
no puede ser concedida más que aquellos que se arrepientan
de haber violado el signo de la Alianza y de la fidelidad a Cristo y que
se comprometan a vivir en total continencia.
1651 Respecto a los cristianos que viven en esta situación
y que con frecuencia conservan la fe y desean educar cristianamente a sus
hijos, los sacerdotes y toda la comunidad deben dar prueba de una atenta
solicitud, a fin de aquellos no se consideren como separados de la Iglesia,
de cuya vida pueden y deben participar en cuanto bautizados:
Se les exhorte a escuchar la Palabra de Dios, a frecuentar
el sacrificio de la misa, a perseverar en la oración, a incrementar
las obras de caridad y las iniciativas de la comunidad en favor de
la justicia, a educar sus hijos en la fe cristiana, a cultivar el espíritu
y las obras de penitencia para implorar de este modo, día a día,
la gracia de Dios (FC 84).
La apertura a la fecundidad
1652 "Por su naturaleza
misma, la institución misma del matrimonio y el amor conyugal están
ordenados a la procreación y a la educación de la prole y
con ellas son coronados como su culminación" (GS 48,1):
Los hijos son el don más excelente del matrimonio
y contribuyen mucho al bien de sus mismos padres. El mismo Dios, que dijo:
"No es bueno que el hombre esté solo (Gn 2,18), y que hizo desde
el principio al hombre, varón y mujer" (Mt 19,4), queriendo comunicarle
cierta participación especial en su propia obra creadora, bendijo
al varón y a la mujer diciendo: "Creced y multiplicaos" (Gn 1,28).
De ahí que el cultivo verdadero del amor conyugal y todo el sistema
de vida familiar que de él procede, sin dejar posponer los otros fines
del matrimonio, tienden a que los esposos estén dispuestos con fortaleza
de ánimo a cooperar con el amor del Creador y Salvador, que por medio
de ellos aumenta y enriquece su propia familia cada día más
(GS 50,1).
1653 La fecundidad del amor conyugal se extiende a los
frutos de la vida moral, espiritual y sobrenatural que los padres transmiten
a sus hijos por medio de la educación. Los padres son los principales
y primeros educadores de sus hijos (cf. GE 3). En este sentido, la tarea
fundamental del matrimonio y de la familia es estar al servicio de la vida
(cf FC 28).
1654 Sin embargo, los esposos a los que Dios no ha concedido
tener hijos pueden llevar una vida conyugal plena de sentido, humana y cristianamente.
Su matrimonio puede irradiar una fecundidad de caridad, de acogida y de
sacrificio.
VI LA IGLESIA DOMESTICA
1655 Cristo quiso
nacer y crecer en el seno de la Sagrada Familia de José y de María.
La Iglesia no es otra cosa que la "familia de Dios". Desde sus orígenes,
el núcleo de la Iglesia estaba a menudo constituido por los que,
"con toda su casa", habían llegado a ser creyentes (cf Hch 18,8).
Cuando se convertían deseaban también que se salvase "toda
su casa" (cf Hch 16,31 y 11,14). Estas familias convertidas eran islotes
de vida cristiana en un mundo no creyente.
1656 En nuestros días, en un mundo frecuentemente
extraño e incluso hostil a la fe, las familias creyentes tienen una
importancia primordial en cuanto faros de una fe viva e irradiadora. Por
eso el Concilio Vaticano II llama a la familia, con una antigua expresión,
"Ecclesia domestica" (LG 11; cf. FC 21). En el seno de la familia, "los
padres han de ser para sus hijos los primeros anunciadores de la fe con
su palabra y con su ejemplo, y han de fomentar la vocación personal
de cada uno y, con especial cuidado, la vocación a la vida consagrada"
(LG 11).
1657 Aquí es donde se ejercita de manera privilegiada
el sacerdocio bautismal del padre de familia, de la madre, de los hijos,
de todos los miembros de la familia, "en la recepción de los sacramentos,
en la oración y en la acción de gracias, con el testimonio
de una vida santa, con la renuncia y el amor que se traduce en obras" (LG
10). El hogar es así la primera escuela de vida cristiana y "escuela
del más rico humanismo" (GS 52,1). Aquí se aprende la paciencia
y el gozo del trabajo, el amor fraterno, el perdón generoso, incluso
reiterado, y sobre todo el culto divino por medio de la oración y
la ofrenda de su vida.
1658 Es preciso recordar asimismo a un gran número
de personas que permanecen solteras a causa de las concretas condiciones
en que deben vivir, a menudo sin haberlo querido ellas mismas. Estas personas
se encuentran particularmente cercanas al corazón de Jesús;
y, por ello, merecen afecto y solicitud diligentes de la Iglesia, particularmente
de sus pastores. Muchas de ellas viven sin familia humana, con frecuencia
a causa de condiciones de pobreza. Hay quienes viven su situación
según el espíritu de las bienaventuranzas sirviendo a Dios
y al prójimo de manera ejemplar. A todas ellas es preciso abrirles
las puertas de los hogares, "iglesias domésticas" y las puertas de
la gran familia que es la Iglesia. "Nadie se sienta sin familia en este mundo:
la Iglesia es casa y familia de todos, especialmente para cuantos están
`fatigados y agobiados' (Mt 11,28)" (FC 85).
RESUMEN
1659 S. Pablo dice:
"Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a la Iglesia...Gran
misterio es éste, lo digo con respecto a Cristo y la Iglesia" (Ef
5,25.32).
1660 La alianza matrimonial, por la que un hombre y una
mujer constituyen una íntima comunidad de vida y de amor, fue fundada
y dotada de sus leyes propias por el Creador. Por su naturaleza está
ordenada al bien de los cónyuges así como a la generación
y educación de los hijos. Entre bautizados, el matrimonio ha sido
elevado por Cristo Señor a la dignidad de sacramento (cf. GS 48,1;
CIC, can. 1055,1).
1661 El sacramento del matrimonio significa la unión
de Cristo con la Iglesia. Da a los esposos la gracia de amarse con el amor
con que Cristo amó a su Iglesia; la gracia del sacramento perfecciona
así el amor humano de los esposos, reafirma su unidad indisoluble
y los santifica en el camino de la vida eterna (cf. Cc. de Trento: DS 1799).
1662 El matrimonio se funda en el consentimiento de los
contrayentes, es decir, en la voluntad de darse mutua y definitivamente
con el fin de vivir una alianza de amor fiel y fecundo.
1663 Dado que el matrimonio establece a los cónyuges
en un estado público de vida en la Iglesia, la celebración
del mismo se hace ordinariamente de modo público, en el marco de una
celebración litúrgica, ante el sacerdote (o el testigo cualificado
de la Iglesia), los testigos y la asamblea de los fieles.
1664 La unidad, la indisolubilidad, y la apertura a la
fecundidad son esenciales al matrimonio. La poligamia es incompatible con
la unidad del matrimonio; el divorcio separa lo que Dios ha unido; el rechazo
de la fecundidad priva la vida conyugal de su "don más excelente",
el hijo (GS 50,1).
1665 Contraer un nuevo matrimonio por parte de los divorciados
mientras viven sus cónyuges legítimos contradice el plan y
la ley de Dios enseñados por Cristo. Los que viven en esta situación
no están separados de la Iglesia pero no pueden acceder a la comunión
eucarística. Pueden vivir su vida cristiana sobre todo educando a
sus hijos en la fe.
1666 El hogar cristiano es el lugar en que los hijos
reciben el primer anuncio de la fe. Por eso la casa familiar es llamada
justamente "Iglesia doméstica", comunidad de gracia y de oración,
escuela de virtudes humanas y de caridad cristiana.
CAPITULO CUARTO: OTRAS CELEBRACIONES LITURGICAS
Artículo 1 LOS SACRAMENTALES
1667 "La santa Madre
Iglesia instituyó, además, los sacramentales. Estos son signos
sagrados con los que, imitando de alguna manera a los sacramentos, se expresan
efectos, sobre todo espirituales, obtenidos por la intercesión de
la Iglesia. Por ellos, los hombres se disponen a recibir el efecto principal
de los sacramentos y se santifican las diversas circunstancias de la vida"
(SC 60; CIC can 1166; CO can 867)
Características de los sacramentales
1668 Han sido instituidos
por la Iglesia en orden a la santificación de ciertos ministerios
eclesiales, de ciertos estados de vida, de circunstancias muy variadas de
la vida cristiana, así como del uso de cosas útiles al hombre.
Según las decisiones pastorales de los obispos pueden también
responder a las necesidades, a la cultura, y a la historia propias del pueblo
cristiano de una región o de una época. Comprenden siempre
una oración, con frecuencia acompañada de un signo determinado,
como la imposición de la mano, la señal de la cruz, la aspersión
con agua bendita (que recuerda el Bautismo).
1669 Los sacramentales proceden del sacerdocio bautismal:
todo bautizado es llamado a ser una "bendición" (cf Gn 12,2) y a
bendecir (cf Lc 6,28; Rm 12,14; 1 P 3,9). Por eso los laicos pueden presidir
ciertas bendiciones (cf SC 79; CIC can. 1168); la presidencia de una bendición
se reserva al ministerio ordenado (obispos, presbíteros o diáconos,
cf. De benedictionibus, 16,18), en la medida en que dicha bendición
afecte más a la vida eclesial y sacramental.
1670 Los sacramentales no confieren la gracia del Espíritu
Santo a la manera de los sacramentos, pero por la oración de la Iglesia
preparan a recibirla y disponen a cooperar con a ella. "La liturgia de los
sacramentos y de los sacramentales hace que, en los fieles bien dispuestos,
casi todos los acontecimientos de la vida sean santificados por la gracia
divina que emana del misterio pascual de la pasión, muerte y resurrección
de Cristo, de quien reciben su poder todos los sacramentos y sacramentales,
y que todo uso honesto de las cosas materiales pueda estar ordenado a la
santificación del hombre y a la alabanza de Dios" (SC 61).
Diversas formas de sacramentales
1671 Entre los sacramentales
figuran en primer lugar las bendiciones ( de personas, de la mesa, de objetos,
de lugares). Toda bendición es alabanza de Dios y oración
para obtener sus dones. En Cristo, los cristianos son bendecidos por Dios
Padre "con toda clase de bendiciones espirituales" (Ef 1,3). Por eso la
Iglesia da la bendición invocando el nombre de Jesús y haciendo
habitualmente la señal santa de la cruz de Cristo.
1672 Ciertas bendiciones tienen un alcance permanente:
su efecto es consagrar personas a Dios y reservar para el uso litúrgico
objetos y lugares. Entre las que están destinadas a personas - que
no se han de confundir con la ordenación sacramental - figuran la
bendición del abad o de la abadesa de un monasterio, la consagración
de vírgenes y de viudas, el rito de la profesión religiosa
y las bendiciones para ciertos ministerios de la Iglesia (lectores, acólitos,
catequistas, etc.). Como ejemplo de las que se refieren a objetos, se puede
señalar la dedicación o bendición de una iglesia o de
un altar, la bendición de los santos óleos, de los vasos y
ornamentos sagrados, de las campanas, etc.
1673 Cuando la Iglesia pide públicamente y con
autoridad, en nombre de Jesucristo, que una persona o un objeto sea protegido
contra las asechanzas del maligno y sustraída a su dominio, se habla
de exorcismo. Jesús lo practicó (cf Mc 1,25s; etc.), de él
tiene la Iglesia el poder y el oficio de exorcizar (cf Mc 3,15; 6,7.13; 16,17).
En forma simple, el exorcismo tiene lugar en la celebración del Bautismo.
El exorcismo solemne sólo puede ser practicado por un sacerdote y
con el permiso del obispo. En estos casos es preciso proceder con prudencia,
observando estrictamente las reglas establecidas por la Iglesia. El exorcismo
intenta expulsar a los demonios o liberar del dominio demoníaco gracias
a la autoridad espiritual que Jesús ha confiado a su Iglesia. Muy
distinto es el caso de las enfermedades, sobre todo síquicas, cuyo
cuidado pertenece a la ciencia médica. Por tanto, es importante, asegurarse
, antes de celebrar el exorcismo, de que se trata de un presencia del Maligno
y no de una enfermedad (cf. CIC, can. 1172).
La religiosidad popular
1674 Además
de la liturgia sacramental y de los sacramentales, la catequesis debe tener
en cuenta las formas de piedad de los fieles y de religiosidad popular.
El sentido religioso del pueblo cristiano ha encontrado, en todo tiempo,
su expresión en formas variadas de piedad en torno a la vida sacramental
de la Iglesia: tales como la veneración de las reliquias, las visitas
a santuarios, las peregrinaciones, las procesiones, el via crucis, las danzas
religiosas, el rosario, las medallas, etc. (cf Cc. de Nicea II: DS 601;603;
Cc. de Trento: DS 1822).
1675 Estas expresiones prolongan la vida litúrgica
de la Iglesia, pero no la sustituyen: "Pero conviene que estos ejercicios
se organicen teniendo en cuenta los tiempos litúrgicos para que estén
de acuerdo con la sagrada liturgia, deriven en cierto modo de ella y conduzcan
al pueblo a ella, ya que la liturgia, por su naturaleza, está muy
por encima de ellos" (SC 13).
1676 Se necesita un discernimiento pastoral para sostener
y apoyar la religiosidad popular y, llegado el caso, para purificar y rectificar
el sentido religioso que subyace en estas devociones y para hacerlas progresar
en el conocimiento del Misterio de Cristo (cf CT 54). Su ejercicio está
sometido al cuidado y al juicio de los obispos y a las normas generales
de la Iglesia.
La religiosidad del pueblo, en su núcleo, es
un acervo de valores que responde con sabiduría cristiana a los grandes
interrogantes de la existencia. La sapiencia popular católica tiene
una capacidad de síntesis vital; así conlleva creadoramente
lo divino y lo humano; Cristo y María, espíritu y cuerpo;
comunión e institución; persona y comunidad; fe y patria,
inteligencia y afecto. Esa sabiduría es un humanismo cristiano que
afirma radicalmente la dignidad de toda persona como hijo de Dios, establece
una fraternidad fundamental, enseña a encontrar la naturaleza y a
comprender el trabajo y proporciona las razones para la alegría y
el humor, aun en medio de una vida muy dura. Esa sabiduría es también
para el pueblo un principio de discernimiento, un instinto evangélico
por el que capta espontáneamente cuándo se sirve en la Iglesia
al Evangelio y cuándo se lo vacía y asfixia con otros intereses
(Documento de Puebla, 1979, nº 448; cf EN 48).
RESUMEN
1677 Se llaman sacramentales
los signos sagrados instituidos por la Iglesia cuyo fin es preparar a los
hombres para recibir el fruto de los sacramentos y santificar las diversas
circunstancias de la vida.
1678 Entre los sacramentales, las bendiciones ocupan
un lugar importante. Comprenden a la vez la alabanza de Dios por sus obras
y sus dones, y la intercesión de la Iglesia para que los hombres
puedan hacer uso de los dones de Dios según el espíritu de
los evangelios.
1679 Además de la liturgia, la vida cristiana
se nutre de formas variadas de piedad popular, enraizadas en las distintas
culturas. Esclareciéndolas a la luz de la fe, la Iglesia favorece
aquellas formas de religiosid ad popular que expresan mejor un sentido evangélico
y una sabiduría humana, y que enriquecen la vida cristiana.
Artículo 2 LAS EXEQUIAS CRISTIANAS
1680 Todos los sacramentos,
principalmente los de la iniciación cristiana, tienen como fin último
la Pascua definitiva del cristiano, es decir, la que a través de
la muerte hace entrar al creyente en la vida del Reino. Entonces se cumple
en él lo que la fe y la esperanza han confesado: "Espero la resurrección
de los muertos y la vida del mundo futuro" (Símbolo de Nicea-Constantinopla).
I LA ULTIMA PASCUA DEL CRISTIANO
1681 El sentido
cristiano de la muerte es revelado a la luz del Misterio pascual de la muerte
y de la resurrección de Cristo, en quien radica nuestra única
esperanza. El cristiano que muere en Cristo Jesús "sale de este cuerpo
para vivir con el Señor" (2 Co 5,8).
1682 El día de la muerte inaugura para el cristiano,
al término de su vida sacramental, la plenitud de su nuevo nacimiento
comenzado en el Bautismo, la "semejanza" definitiva a "imagen del Hijo",
conferida por la Unción del Espíritu Santo y la participación
en el Banquete del Reino anticipado en la Eucaristía, aunque pueda
todavía necesitar últimas purificaciones para revestirse de
la túnica nupcial.
1683 La Iglesia que, como Madre, ha llevado sacramentalmente
en su seno al cristiano durante su peregrinación terrena, lo acompaña
al término de su caminar para entregarlo "en las manos del Padre".
La Iglesia ofrece al Padre, en Cristo, al hijo de su gracia, y deposita
en la tierra, con esperanza, el germen del cuerpo que resucitará
en la gloria (cf 1 Co 15,42-44). Esta ofrenda es plenamente celebrada en
el Sacrificio eucarístico; las bendiciones que preceden y que siguen
son sacramentales.
II LA CELEBRACION DE LAS EXEQUIAS
1684 Las exequias
cristianas son una celebración litúrgica de la Iglesia. El
ministerio de la Iglesia pretende expresar también aquí la
comunión eficaz con el difunto, hacer participar en esa comunión
a la asamblea reunida para las exequias y anunciarle la vida eterna.
1685 Los diferentes ritos de las exequias expresan
el carácter pascual de la muerte cristiana y responden a las situaciones
y a las tradiciones de cada región, aun en lo referente al color
litúrgico (cf SC 81).
1686 El Ordo exequiarum (OEx) o Ritual de los funerales
de la liturgia romana propone tres tipos de celebración de las exequias,
correspondientes a tres lugares de su desarrollo (la casa, la iglesia, el
cementerio), y según la importancia que les presten la familia, las
costumbres locales, la cultura y la piedad popular. Por otra parte, este
desarrollo es común a todas las tradiciones litúrgicas y comprende
cuatro momentos principales:
1687 La acogida de la comunidad. El saludo de fe abre
la celebración. Los familiares del difunto son acogidos con una palabra
de "consolación" (en el sentido del Nuevo Testamento: la fuerza del
Espíritu Santo en la esperanza; cf 1 Ts 4,18). La comunidad orante
que se reúne espera también "las palabras de vida eterna".
La muerte de un miembro de la comunidad (o el aniversario, el séptimo
o el trigésimo día) es un acontecimiento que debe hacer superar
las perspectivas de "este mundo" y atraer a los fieles, a las verdaderas
perspectivas de la fe en Cristo resucitado.
1688 La Liturgia de la Palabra. La celebración
de la Liturgia de la Palabra en las exequias exige una preparación,
tanto más atenta cuanto que la asamblea allí presente puede
incluir fieles poco asiduos a la liturgia y amigos del difunto que no son
cristianos. La homilía, en particular, debe "evitar" el género
literario de elogio fúnebre (OE 41) y debe iluminar el misterio de
la muerte cristiana a la luz de Cristo resucitado.
1689 El Sacrificio eucarístico. Cuando la celebración
tiene lugar en la Iglesia, la Eucaristía es el corazón de
la realidad pascual de la muerte cristiana (cf OEx 1). La Iglesia expresa
entonces su comunión eficaz con el difunto: ofreciendo al Padre,
en el Espíritu Santo, el sacrificio de la muerte y resurrección
de Cristo, pide que su hijo sea purificado de sus pecados y de sus
consecuencias y que sea admitido a la plenitud pascual de la mesa del Reino
(cf. OEx 57). Así celebrada la Eucaristía, la comunidad de
fieles, especialmente la familia del difunto, aprende a vivir en comunión
con quien "se durmió en el Señor" , comulgando con el Cuerpo
de Cristo, de quien es miembro vivo, y orando luego por él y con él.
1690 El adiós ("a Dios") al difunto es "su recomendación
a Dios" por la Iglesia. Es el "último adiós por el que la
comunidad cristiana despide a uno de sus miembros antes que su cuerpo sea
llevado a su sepulcro" (OE 10). La tradición bizantina lo expresa
con el beso de adiós al difunto:
Con este saludo final "se canta por su
partida de esta vida y por su separación, pero también porque
existe una comunión y una reunión. En efecto, una vez muertos
no estamos en absoluto separados unos de otros, pues todos recorremos el
mismo camino y nos volveremos a encontrar en un mismo lugar. No nos separaremos
jamás, porque vivimos para Cristo y ahora estamos unidos a Cristo,
yendo hacia él...estaremos todos juntos en Cristo" (S. Simeón
de Tesalónica, De ordine sep).
Tercera parte: La vida en Cristo
1691 "Cristiano,
reconoce tu dignidad. Puesto que ahora participas de la naturaleza divina,
no degeneres volviendo a la bajeza de tu vida pasada. Recuerda a qué
Cabeza perteneces y de qué Cuerpo eres miembro. Acuérdate
de que has sido arrancado del poder de las tinieblas para ser trasladado
a la luz del Reino de Dios" (S. León Magno, serm. 21, 2-3).
1692 El Símbolo de la fe profesa la grandeza de
los dones de Dios al hombre por la obra de su creación, y más
aún, por la redención y la santificación. Lo que confiesa
la fe, los sacramentos lo comunican: por "los sacramentos que les han hecho
renacer", los cristianos han llegado a ser "hijos de Dios" (Jn 1,12; 1 Jn
3,1), "partícipes de la naturaleza divina" (2 P 1,4). Reconociendo
en la fe su nueva dignidad, los cristianos son llamados a llevar en adelante
una "vida digna del Evangelio de Cristo" (Flp 1,27). Por los sacramentos
y la oración reciben la gracia de Cristo y los dones de su Espíritu
que les capacitan para ello.
1693 Cristo Jesús hizo siempre lo que agradaba
al Padre (cf Jn 8,29). Vivió siempre en perfecta comunión con
él. De igual modo sus discípulos son invitados a vivir bajo
la mirada del Padre "que ve en lo secreto" (cf Mt 6,6) para ser "perfectos
como el Padre celestial es perfecto" (Mt 5,48).
1694 Incorporados a Cristo por el bautismo (cf Rom 6,5),
los cristianos están "muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo
Jesús" (Rom 6,11), participando así en la vida del Resucitado
(cf Col 2,12). Siguiendo a Cristo y en unión con él (cf Jn
15,5), los cristianos pueden ser "imitadores de Dios, como hijos queridos
y vivir en el amor" (Ef 5,1), conformando sus pensamientos, sus palabras
y sus acciones con "los sentimientos que tuvo Cristo" (Flp 2,5) y siguiendo
sus ejemplos (cf Jn 13,12-16).
1695 "Justificados en el nombre del Señor Jesucristo
y en el Espíritu de nuestro Dios" (1 Co 6,11), "santificados y llamados
a ser santos" (1 Co 1,2), los cristianos se convierten en "el templo del
Espíritu Santo" (cf 1 Co 6,19). Este "Espíritu del Hijo" les
enseña a orar al Padre (cf Gál 4,6) y, haciéndose vida
en ellos, les hace obrar (cf Gal 5,25) para dar "los frutos del Espíritu"
(Gal 5,22) por la caridad operante. Curando las heridas del pecado, el Espíritu
Santo nos renueva interiormente por una transformación espiritual
(cf Ef 4,23), nos ilumina y nos fortalece para vivir como "hijos de la luz"
(Ef 5,8), "por la bondad, la justicia y la verdad" en todo (Ef 5,9).
1696 El camino de Cristo "lleva a la vida", un camino
contrario "lleva a la perdición" (Mt 7,13; cf Dt 30,15-20). La parábola
evangélica de los dos caminos está siempre presente en la
catequesis de la Iglesia. Significa la importancia de las decisiones morales
para nuestra salvación. "Hay dos caminos, el uno de la vida, el otro
de la muerte; pero entre los dos, una gran diferencia" (Didajé, 1,1).
1697 En la catequesis es importante destacar con toda
claridad el gozo y las exigencias de la vida de Cristo (cf CT 29). La catequesis
de la "vida nueva" en él (Rom 6,4) será:
–una catequesis del Espíritu Santo, Maestro interior
de la vida según Cristo, dulce huésped del alma que inspira,
conduce, rectifica y fortalece esta vida;
–una catequesis de la gracia, pues por la gracia somos
salvados, y por la gracia también nuestras obras pueden dar fruto
para la vida eterna;
–una catequesis de las bienaventuranzas, porque el camino
de Cristo está resumido en las bienaventuranzas, único camino
hacia la dicha eterna a la que aspira el corazón del hombre;
–una catequesis del pecado y del perdón, porque
sin reconocerse pecador, el hombre no puede conocer la verdad sobre sí
mismo, condición del obrar justo, y sin la oferta del perdón
no podría soportar esta verdad;
–una catequesis de las virtudes humanas que haga captar
la belleza y el atractivo de las rectas disposiciones para el bien;
–una catequesis de las virtudes cristianas de fe, esperanza
y caridad que se inspire ampliamente en el ejemplo de los santos;
–una catequesis del doble mandamiento de la caridad
desarrollado en el Decálogo;
–una catequesis eclesial, pues es en los múltiples
intercambios de los "bienes espirituales" en la "comunión de los
santos" donde la vida cristiana puede crecer, desplegarse y comunicarse.
1698 La referencia primera y última de esta catequesis
será siempre Jesucristo que es "el camino, la verdad y la vida" (Jn
14,6). Contemplándole en la fe, los fieles de Cristo pueden esperar
que él realice en ellos sus promesas, y que amándolo con el
amor con que él nos ha amado hagan las obras que corresponden a su
dignidad:
Os ruego que penséis que Jesucristo, Nuestro
Señor, es vuestra verdadera Cabeza, y que vosotros sois uno de sus
miembros. El es con relación a vosotros lo que la cabeza es con relación
a sus miembros; todo lo que es suyo es vuestro, su espíritu, su Corazón,
su cuerpo, su alma y todas sus facultades, y debéis usar de ellos
como de cosas que son vuestras, para servir, alabar, amar y glorificar a
Dios. Vosotros y él sois como los miembros y su cabeza. Así
desea él ardientemente usar de todo lo que hay en vosotros, para el
servicio y la gloria de su Padre, como de cosas que son de él (S.
Juan Eudes, cord. 1,5).
Mi vida es Cristo (Flp 1,21).
PRIMERA SECCION: LA VOCACION DEL HOMBRE: LA VIDA EN EL ESPIRITU
1699. La vida en
el Espíritu Santo realiza la vocación del hombre (capítulo
primero). Está hecha de caridad divina y solidaridad humana (capítulo
segundo). Es concedida gratuitamente como una Salvación (capítulo
tercero).
CAPITULO PRIMERO: LA DIGNIDAD DE LA PERSONA HUMANA
1700. La dignidad
de la persona humana está enraizada en su creación a imagen
y semejanza de Dios (artículo 1); se realiza en su vocación
a la bienaventuranza divina (artícul o 2). Corresponde al ser humano
llegar libremente a esta realización (artículo 3). Por sus
actos deliberados (artículo 4), la persona humana se conforma, o
no se conforma, al bien prometido por Dios y atestiguado por la conciencia
moral (artículo 5). Los seres humanos se edifican a sí mismos
y crecen desde el interior: hacen de toda su vida sensible y espiritual
un material de su crecimiento (artículo 6). Con la ayuda de la gracia
crecen en la virtud (artículo 7), evitan el pecado y, si lo cometen,
recurren como el hijo pródigo (cf. Lc 15,11-31) a la misericordia
de nuestro Padre del cielo (artículo 8). Así acceden a la
perfección de la caridad.
Artículo 1 EL HOMBRE IMAGEN
DE DIOS
1701 "Cristo, el
nuevo Adán, en la misma revelación del misterio de Padre y
de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre
la grandeza de su vocación" (GS 22,1). En Cristo, "imagen del Dios
invisible" (Col 1,15; cf 2 Co 4,4), el hombre ha sido creado "a imagen y
semejanza" del Creador. En Cristo, redentor u salvador, la imagen divina
alterada en el hombre por el primer pecado ha sido restaurada en su belleza
original y ennoblecida con la gracia de Dios (cf GS 22,2).
1702 La imagen divina está presente en todo hombre.
Resplandece en la comunión de las personas a semejanza de la unidad
de las personas divinas entre sí (cf capítulo segundo).
1703 Dotada de un alma "espiritual e inmortal" (GS 14),
la persona humana es la "única criatura en la tierra a la que Dios
ha amado por sí misma" (GS 24,3). Desde su concepción está
destinada a la bienaventuranza eterna.
1704 La persona humana participa de la luz y la fuerza
del Espíritu divino. Por la razón es capaz de comprender el
orden de las cosas establecido por el Creador. Por su voluntad es capaz
de dirigirse por sí misma a su bien verdadero. Encuentra su perfección
en la búsqueda y el amor de la verdad y del bien (cf GS 15,2).
1705 En virtud de su alma y de sus potencias espirituales
de entendimiento y de voluntad, el hombre está dotado de libertad,
"signo eminente de la imagen divina" (GS 17).
1706 Mediante su razón, el hombre conoce la voz
de Dios que le impulsa "a hacer el bien y a evitar el mal" (GS 16). Todo
hombre debe seguir esta ley que resuena en la conciencia y que se realiza
en el amor de Dios y del prójimo. El ejercicio de la vida moral proclama
la dignidad de la persona humana.
1707 "El hombre, persuadido por el Maligno, abusó
de su libertad, desde el comienzo de la historia" (GS 13,1). Sucumbió
a la tentación y cometió el mal. Conserva el deseo del bien,
pero su naturaleza lleva la herida del pecado original. Quedó inclinado
al mal y sujeto al error.
De ahí que el hombre esté dividido en
su interior. Por esto, toda vida humana, singular o colectiva, aparece como
una lucha, ciertamente dramática, entre el bien y el mal, entre la
luz y las tinieblas (GS 13,2).
1708 Por su pasión, Cristo nos libró de
Satán y del pecado. Nos mereció la vida nueva en el Espíritu
Santo. Su gracia restaura lo que el pecado había deteriorado en nosotros.
1709 El que cree en Cristo se hace hijo de Dios. Esta
adopción filial lo transforma dándole la posibilidad de seguir
el ejemplo de Cristo. Le hace capaz de obrar rectamente y de practicar el
bien. En la unión con su Salvador el discípulo alcanza la perfección
de la caridad, la santidad. La vida moral, madurada en la gracia, culmina
en vida eterna, en la gloria del cielo.
RESUMEN
1710 "Cristo manifiesta
plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la grandeza de su vocación"
(GS 22,1).
1711 Dotada de alma espiritual, de entendimiento y de
voluntad, la persona humana está desde su concepción ordenada
a Dios y destinada a la bienaventuranza eterna. Camina hacia su perfección
en la búsqueda y el amor de la verdad y del bien (cf GS 15,2).
1712 La libertad verdadera es en el hombre el "signo
eminente de la imagen divina" (GS 17).
1713 El hombre debe seguir la ley moral que le impulsa
"a hacer el bien y a evitar el mal" (GS 16). Esta ley resuena en su conciencia.
1714 El hombre, herido en su naturaleza por el pecado
original, está sujeto al error e inclinado al mal en el ejercicio de
su libertad.
1715 El que cree en Cristo tiene la vida nueva en el
Espíritu Santo. La vida moral, desarrollada y madurada en la gracia,
culmina en la gloria del cielo.
Artículo 2 NUESTRA VOCACION
A LA BIENAVENTURANZA
I LAS BIENAVENTURANZAS
1716 Las bienaventuranzas
están en el centro de la predicación de Jesús. Con
ellas Jesús recoge las promesas hechas al pueblo elegido desde Abraham;
pero las perfecciona ordenándolas no sólo a la posesión
de una tierra, sino al Reino de los cielos:
Bienaventurados los pobres de espíritu, porque
de ellos es el Reino de los Cielos.
Bienaventurados los mansos porque ellos poseerán
en herencia la tierra.
Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán
consolados.
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia,
porque ellos serán saciados.
Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán
misericordia.
Bienaventurados los limpios de corazón, porque
ellos verán a Dios.
Bienaventurados los que buscan la paz, porque ellos
serán llamados hijos de Dios.
Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia,
porque de ellos es el Reino de los cielos.
Bienaventurados seréis cuando os injurien, os
persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros
por mi causa.
Alegraos y regocijaos porque vuestra recompensa será
grande en los cielos.
(Mt 5,3-12).
1717 Las bienaventuranzas dibujan el rostro de Jesucristo
y describen su caridad; expresan la vocación de los fieles asociados
a la gloria de su Pasión y de su Resurrección; iluminan las
acciones y las actitudes características de la vida cristiana; son
promesas paradójicas que sostienen la esperanza en las tribulaciones;
anuncian a los discípulos las bendiciones y las recompensas ya incoadas;
quedan inauguradas en la vida de la Virgen María y de todos los santos.
II EL DESEO DE FELICIDAD
1718 Las bienaventuranzas
responden al deseo natural de felicidad. Este deseo es de origen divino:
Dios lo ha puesto en el corazón del hombre a fin de atraerlo hacia
él, el único que lo puede satisfacer:
Ciertamente todos nosotros queremos vivir felices, y
en el género humano no hay nadie que no dé su asentimiento a
esta proposición incluso antes de que sea plenamente enunciada (S.
Agustín, mor. eccl. 1,3,4).
¿Cómo es, Señor, que yo te busco?
Porque al busc arte, Dios mío, busco la vida feliz, haz que te busque
para que viva mi alma, porque mi cuerpo vive de mi alma y mi alma vive de
ti (S. Agustín, conf. 10,20.29).
Sólo Dios sacia (S. Tomás de Aquino, symb.
1).
1719 Las bienaventuranzas descubren la meta de la existencia
humana, el fin último de los actos humanos: Dios nos llama a su propia
bienaventuranza. Esta vocación se dirige a cada uno personalmente,
pero también al conjunto de la Iglesia, pueblo nuevo de los que han
acogido la promesa y viven de ella en la fe.
Artículo 3 LA BIENAVENTURANZA
CRISTIANA
1720 El Nuevo Testamento
utiliza varias expresiones para caracterizar la bienaventuranza a la que
Dios llama al hombre: la venida del Reino de Dios (cf Mt 4,17); la visión
de Dios: "Dichosos los limpios de corazón porque ellos verán
a Dios" (Mt 5,8; cf 1 Jn 3,2; 1 Co 13,12); la entrada en el gozo del Señor
(cf Mt 25,21.23); la entrada en el Descanso de Dios (He 4,7-11):
Allí descansaremos y veremos; veremos y nos amaremos;
amaremos y alabaremos. He aquí lo que acontecerá al fin sin
fin. ¿Y qué otro fin tenemos, sino llegar al Reino que no
tendrá fin? (S. Agustín, civ. 22,30)
1721 Porque Dios nos ha puesto en el mundo para conocerle,
servirle y amarle, y así ir al cielo. La bienaventuranza nos hace
participar de la naturaleza divina (2 P 1,4) y de la Vida eterna (cf Jn 17,3).
Con ella, el hombre entra en la gloria de Cristo (cf Rom 8,18) y en el gozo
de la vida trinitaria.
1722 Semejante bienaventuranza supera la inteligencia
y las solas fuerzas humanas. Es fruto del don gratuito de Dios. Por eso la
llamamos sobrenatural, así como la gracia que dispone al hombre a
entrar en el gozo divino.
"Bienaventurados los limpios de corazón porque
ellos verán a Dios". Ciertamente, según su grandeza y su inexpresable
gloria, "nadie verá a Dios y vivirá", porque el Padre es inasequible;
pero según su amor, su bondad hacia los hombres y su omnipotencia
llega hasta conceder a los que lo aman el privilegio de ver a Dios... "porque
lo que es imposible para los hombres es posible para Dios" (S. Ireneo, haer.
4,20,5).
1723 La bienaventuranza prometida nos coloca ante elecciones
morales decisivas. Nos invita a purificar nuestro corazón de sus
instintos malvados y a buscar el amor de Dios por encima de todo. Nos enseña
que la verdadera dicha no reside ni en la riqueza o el bienestar, ni en
la gloria humana o el poder, ni en ninguna obra humana, por útil
que sea, como las ciencias, las técnicas y las artes, ni en ninguna
criatura, sino en Dios solo, fuente de todo bien y de todo amor:
El dinero es el ídolo de nuestro tiempo. A él
rinde homenaje "instintivo" la multitud, la masa de los hombres. Estos miden
la dicha según la fortuna, y, según la fortuna también,
miden la honorabilidad...Todo esto se debe a la convicción de que
con la riqueza se puede todo. La riqueza por tanto es uno de los ídolos
de nuestros días, y la notoriedad es otro...La notoriedad, el hecho
de ser reconocido y de hacer ruido en el mundo (lo que podría llamarse
una fama de prensa) ha llegado a ser considerada como un bien en sí
misma, un bien soberano, un objeto de verdadera veneración (Newman,
mix. 5, sobre la santidad).
1724 El Decálogo, el Sermón de la Montaña
y la catequesis apostólica nos describen los caminos que conducen
al Reino de los Cielos. Por ellos avanzamos paso a paso mediante actos cotidianos,
sostenidos por la gracia del Espíritu Santo. Fecundados por la Palabra
de Cristo, damos lentamente frutos en la Iglesia para la gloria de Dios
(cf La parábola del sembrador: Mt 13,3-23).
RESUMEN
1725 Las bienaventuranzas
recogen y perfeccionan las promesas de Dios desde Abraham ordenándolas
al Reino de los Cielos. Responden al deseo de felicidad que Dios ha puesto
en el corazón del hombre.
1726 Las bienaventuranzas nos enseñan el fin último
al que Dios nos llama: el Reino, la visión de Dios, la participación
en la naturaleza divina, la vida eterna, la filiación, el descanso
en Dios.
1727 La bienaventuranza de la vida eterna es un don gratuito
de Dios; es sobrenatural como la gracia que conduce a ella.
1728 Las bienaventuranzas nos colocan ante elecciones
decisivas respecto a los bienes terrenos; purifican nuestro corazón
para enseñarnos a amar a Dios por encima de todo.
1729 La bienaventuranza del Cielo determina los criterios
de discernimiento en el uso de los bienes terrenos conforme a la Ley de
Dios.
Artículo 3 LA LIBERTAD DEL
HOMBRE
1730 Dios ha creado
al hombre racional confiriéndole la dignidad de una persona dotada
de la iniciativa y del dominio de sus actos. "Quiso Dios `dejar al hombre
en manos de su propia decisión' (Si 15,14), de modo que busque sin
coacciones a su Creador y, adhiriéndose a él, llegue libremente
a la plena y feliz perfección" (GS 17):
El hombre es racional, y por ello semejante a Dios,
creado libre y dueño de sus actos (S. Ireneo, haer. 4,4,3).
I LIBERTAD Y RESPONSABILIDAD
1731 La libertad
es el poder, radicado en la razón y en la voluntad, de obrar o de
no obrar, de hacer esto o aquello, de ejecutar así por sí
mismo acciones deliberadas. Por el libre arbitrio cada uno dispone
de sí. La libertad es en el hombre una fuerza de crecimiento y de
maduración en la verdad y la bondad. La libertad alcanza su perfección
cuando está ordenada a Dios, nuestra bienaventuranza.
1732 Mientras no está centrada definitivamente
en su bien último que es Dios, la libertad implica la posibilidad de
elegir entre el bien y el mal, por tanto, de crecer en perfección
o de fracasar y pecar. Caracteriza a los actos propiamente humanos. Se convierte
en fuente de alabanza o de reproche, de mérito o de demérito.
1733 En la medida en que el hombre hace más el
bien, se va haciendo también más libre. No hay libertad verdadera
más que en el servicio del bien y de la justicia. La elección
de la desobediencia y del mal es un abuso de la libertad y conduce a "la
esclavitud del pecado" (cf Rom 6,17).
1734 La libertad hace al hombre responsable de sus actos
en la medida en que estos son voluntarios. El progreso en la virtud, el
conocimiento del bien, y la ascesis acrecientan el dominio de la voluntad
sobre los propios actos.
1735 La imputabilidad y la responsabilidad de una acción
pueden quedar disminuidas e incluso suprimidas por la ignorancia, la inadvertencia,
la violencia, el temor, los hábitos, las afecciones desordenadas
y otros factores síquicos o sociales.
1736 Todo acto directamente querido es imputable a su
autor:
Así el Señor pregunta a Adán tras
el pecado en el paraíso: "¿Qué has hecho?" (Gn 3,13).
Igualmente a Caín (cf Gn 4,10). Así también el profeta
Natán al rey David, tras el adulterio con la mujer de Urías
y la muerte de éste (cf 2 S 12,7-15).
Una acción puede ser indirectamente voluntaria
cuando resulta de una negligencia respecto a lo que se habría debido
conocer o hacer, por ejemplo, un accidente provocado por la ignorancia del
código de la circulación.
1737 Un efecto puede ser tolerado sin ser querido por
el que obra, por ejemplo, el agotamiento de una madre a la cabecera de su
hijo enfermo. El efecto malo no es imputable si no ha sido querido ni como
fin ni como medio de la acción, como la muerte acontecida al auxiliar
a una persona en peligro. Para que el efecto malo sea imputable, es preciso
que sea previsible y que el que actúa tenga la posibilidad de evitarlo,
por ejemplo, en el caso de un homicidio cometido por un conductor en estado
de embriaguez.
1738 La libertad se ejerce en las relaciones entre los
seres humanos. Toda persona humana, creada a imagen de Dios, tiene el derecho
natural de ser reconocida como un ser libre y responsable. Todos están
obligados a no conculcar el derecho que cada uno tiene a ser perfecto. El
derecho al ejercicio de la libertad es una exigencia inseparable de la dignidad
de la persona humana, especialmente en materia moral y religiosa (cf DH
2). Este derecho debe ser reconocido y protegido civilmente dentro de los
límites del bien común y del orden público (cf DH 7).
II LA LIBERTAD HUMANA EN LA
ECONOMIA DE LA SALVACION
1739 Libertad y
pecado. La libertad del hombre es finita y falible. De hecho el hombre erró.
Libremente pecó. Al rechazar el proyecto del amor de Dios se engañó
a sí mismo; se hizo esclavo del pecado. Esta alienación primera
engendró una multitud de otras alienaciones. La historia de la humanidad,
desde sus orígenes, testimonia desgracias y opresiones nacidas del
corazón del hombre a consecuencia de un mal uso de la libertad.
1740 Amenazas para la libertad. El ejercicio de la libertad
no implica el derecho a decir y hacer todo. Es falso concebir al hombre
"sujeto de esa libertad como un individuo autosuficiente que busca la satisfacción
de su interés propio en el goce de los bienes terrenales" (CDF, instr.
"Libertatis Conscientia" 13). Por otra parte, las condiciones de orden económico
y social, político y cultural requeridas para un justo ejercicio
de la libertad son, con mucha frecuencia, desconocidas y violadas. Estas
situaciones de ceguera y de injusticia gravan la vida moral y colocan tanto
a los fuertes como a los débiles en la tentación de pecar
contra la caridad. Apartándose de la ley moral, el hombre atenta
contra su propia libertad, se encadena a sí mismo, rompe la fraternidad
de sus semejantes y se rebela contra la verdad divina.
1741 Liberación y salvación. Por su Cruz
gloriosa, Cristo alcanzó la salvación para todos los hombres.
Los rescató del pecado que los tenía sometidos a esclavitud.
"Para ser libres nos libertó Cristo" (Gal 5,1). En él participamos
de "la verdad que nos hace libres" (Jn 8,32). El Espíritu Santo nos
ha sido dado, y, como enseña el apóstol, "donde está
el Espíritu, allí está la libertad" (2 Co 3,17). Desde
ahora nos gloriamos de la "libertad de los hijos de Dios" (Rom 8,21).
1742 Libertad y gracia. La gracia de Cristo no se opone
de ninguna manera a nuestra libertad cuando ésta corresponde al sentido
de la libertad y del bien que Dios ha puesto en el corazón del hombre.
Al contrario, como lo atestigua la experiencia cristiana, especialmente
en la oración, a medida que somos más dóciles a los
impulsos de la gracia, se acrecientan nuestra íntima libertad y nuestra
seguridad en las pruebas, como ante las presiones y coacciones del mundo
exterior. Por el trabajo de la gracia, el Espíritu Santo nos educa
en la libertad espiritual para hacer de nosotros colaboradores libres de
su obra en la Iglesia y en el mundo.
Dios omnipotente y misericordioso, aparta de nosotros
los males, para que, bien dispuesto nuestro cuerpo nuestro espíritu,
podamos libremente cumplir tu voluntad (MR, colecta del domingo 32).
RESUMEN
1743 Dios ha querido
"dejar al hombre en manos de su propia decisión" (Si 15,14). Para
que pueda adherirse libremente a su Creador y llegar así a la bienaventurada
perfección (cf GS 17,1).
1744 La libertad es el poder de obrar o de no obrar y
de ejecutar así por sí mismo acciones deliberadas.
La libertad alcanza su perfección, cuando está ordenada a
Dios, el supremo Bien.
1745 La libertad caracteriza los actos propiamente humanos.
Hace al ser humano responsable de los actos de que es autor voluntario.
Es propio del hombre actuar deliberadamente.
1746 La imputabilidad o la responsabilidad de una acción
puede quedar disminuida o incluso anulada por la ignorancia,
la violencia, el temor y otros factores síquicos o sociales.
1747 El derecho al ejercicio de la libertad es una exigencia
inseparable de la dignidad del hombre, especialmente en materia religiosa
y moral. Pero el ejercicio de la libertad no implica el supuesto derecho
de decir ni de hacer todo.
1748 "Para ser libres nos libertó Cristo" (Gal
5,1).
Artículo 4 LA MORALIDAD DE
LOS ACTOS HUMANOS
1749 La libertad
hace del hombre un sujeto moral. Cuando actúa de manera deliberada,
el hombre es, por así decirlo, el padre de sus actos. Los actos humanos,
es decir, libremente elegidos tras un juicio de conciencia, son calificables
moralmente. Son buenos o malos.
I LAS FUENTES DE LA MORALIDAD
1750 La moralidad
de los actos humanos depende :
– del objeto elegido;
– del fin que se busca o la intención;
– de las circunstancias de la acción.
El objeto, la intención y las circunstancias
forman las "fuentes" o elementos constitutivos de la moralidad de los actos
humanos.
1751 El objeto elegido es un bien hacia el cual tiende
deliberadamente la voluntad. Es la materia de un acto humano. El objeto
elegido especifica moralmente el acto del querer, según que la razón
lo reconozca y lo juzgue conforme o no conforme al bien verdadero. Las reglas
objetivas de la moralidad enuncian el orden racional del bien y del mal,
atestiguado por la conciencia.
1752 Frente al objeto, la intención se sitúa
del lado del sujeto que actúa. La intención, por estar ligada
a la fuente voluntaria de la acción y determinarla por el fin, es
un elemento esencial en la calificación moral de la acción.
El fin es el término primero de la intención y designa el objetivo
buscado en la acción. La intención es un movimiento de la
voluntad hacia un fin; mira al término del obrar. Apunta al bien
esperado de la acción emprendida. No se limita a la dirección
de cada una de nuestras acciones tomadas aisladamente, sino que puede también
ordenar varias acciones hacia un mismo objetivo; puede orientar toda la vida
hacia el fin último. Por ejemplo, un servicio que se hace a alguien
tiene por fin ayudar al prójimo, pero puede estar inspirado al mismo
tiempo por el amor de Dios como fin último de todas nuestras acciones.
Una misma acción puede también estar inspirada por varias intenciones
como hacer un servicio para obtener un favor o para satisfacer la vanidad.
1753 Una intención buena (por ejemplo: ayudar
al prójimo) no hace ni bueno ni justo un comportamiento en sí
mismo desordenado (como la mentira y la maledicencia). El fin no justifica
los medios. Así, no se puede justificar la condena de un inocente
como un medio legítimo para salvar al pueblo. Por el contrario, una
intención mala sobreañadida (como la vanagloria) convierte
en malo un acto que, de suyo, puede ser bueno (como la limosna; cf Mt 6,2-4).
1754 Las circunstancias, comprendidas las consecuencias,
son los elementos secundarios de un acto moral. Contribuyen a agravar o
a disminuir la bondad o la malicia moral de los actos humanos (por ejemplo,
la cantidad de dinero robado). Pueden también atenuar o aumentar
la responsabilidad del que obra (como actuar por miedo a la muerte). Las
circunstancias no pueden de suyo modificar la cualidad moral de los actos;
no pueden hacer ni buena ni justa una acción que de suyo es mala.
II LOS ACTOS BUENOS Y LOS ACTOS MALOS
1755 El acto moralmente
bueno supone a la vez la bondad del objeto, del fin y de las circunstancias.
Un fin malo corrompe la acción, aunque su objeto sea de suyo bueno
(como orar y ayunar "para ser visto por los hombres").
El objeto de la elección puede por sí
solo viciar el conjunto de todo el acto. Hay comportamientos concretos -como
la fornicación- que son siempre errados, porque su elección
comporta un desorden de la voluntad, es decir, un mal moral.
1756 Es, por tanto, erróneo juzgar de la moralidad
de los actos humanos considerando sólo la intención que los
inspira o las circunstancias (ambiente, presión social, coacción
o necesidad de obrar, etc.) que son su marco. Hay actos que, por sí
y en sí mismos, independientemente de las circunstancias y de las
intenciones, son siempre gravemente ilícitos por razón de su
objeto; por ejemplo, la blasfemia y el perjurio, el homicidio y el adulterio.
No está permitido hacer el mal para obtener un bien.
RESUMEN
1757 El objeto,
la intención y las circunstancias constituyen las tres "fuentes"
de la moralidad de los actos humanos.
1758 El objeto elegido especifica moralmente el acto
de la voluntad según que la razón lo reconozca y lo juzgue
bueno o malo.
1759 "No se puede justificar una acción mala hecha
con una intención buena" (S. Tomás de Aquino, dec. praec.
6). El fin no justifica los medios.
1760 El acto moralmente bueno supone a la vez la bondad
del objeto, del fin y de las circunstancias.
1761 Hay comportamientos concretos cuya elección
es siempre errada porque comporta un desorden de la voluntad, es decir,
un mal moral. No está permitido hacer un mala para obtener un bien.
Artículo 5 LA MORALIDAD DE
LAS PASIONES
1762 La persona
humana se ordena a la bienaventuranza por sus actos deliberados: las pasiones
o sentimientos que experimenta pueden disponerla y contribuir a ellos.
I LAS PASIONES
1763 El término
"pasiones" pertenece al patrimonio del pensamiento cristiano. Los sentimientos
o pasiones designan las emociones o impulsos de la sensibilidad que inclinan
a obrar o a no obrar en razón de lo que es sentido o imaginado como
bueno o como malo.
1764 Las pasiones son componentes naturales del siquismo
humano, constituyen el lugar de paso y aseguran el vínculo entre
la vida sensible y la vida del espíritu. Nuestro Señor señala
al corazón del hombre como la fuente de donde brota el movimiento
de las pasiones (cf Mc 7,21).
1765 Las pasiones son numerosas. La más fundamental
es el amor que la atracción del bien despierta. El amor causa el
deseo del bien ausente y la esperanza de obtenerlo. Este movimiento culmina
en el placer y el gozo del bien poseído. La aprehensión del
mal causa el odio, la aversión y el temor ante el mal que puede venir.
Este movimiento culmina en la tristeza del mal presente o la ira que se opone
a él.
1766 "Amar es desear el bien a alguien" (S. Tomás
de Aquino, s. th. 1-2,26,4). Las demás afecciones tienen su fuerza
en este movimiento original del corazón del hombre hacia el bien.
Sólo el bien es amado (cf. S. Agustín, Trin. 8,3,4). "Las pasiones
son malas si el amor es malo, buenas si es bueno" (S. Agustín, civ.
14,7).
II PASIONES Y VIDA MORAL
1767 En sí
mismas, las pasiones no son buenas ni malas. Solo reciben calificación
moral en la medida en que dependen de la razón y de la voluntad.
Las pasiones se llaman voluntarias "o porque están ordenadas por
la voluntad, o porque la voluntad no se opone a ellas" (S. Tomás
de Aquino, s. th. 1-2,24,1). Pertenece a la perfección del bien moral
o humano el que las pasiones estén reguladas por la razón
(cf s.th. 1-2, 24,3).
1768 Los sentimientos más profundos no deciden
ni la moralidad, ni la santidad de las personas; son el depósito inagotable
de las imágenes y de las afecciones en que se expresa la vida moral.
Las pasiones son moralmente buenas cuando contribuyen a una acción
buena, y malas en el caso contrario. La voluntad recta ordena al bien y
a la bienaventuranza los movimientos sensibles que asume; la voluntad mala
sucumbe a las pasiones desordenadas y las exacerba. Las emociones y los sentimientos
pueden ser asumidos en las virtudes, o pervertidos en los vicios.
1769 En la vida cristiana, el Espíritu Santo realiza
su obra movilizando el ser entero incluidos sus dolores, temores y tristezas,
como aparece en la agonía y la pasión del Señor. Cuando
se vive en Cristo, los sentimientos humanos pueden alcanzar su consumación
en la caridad y la bienaventuranza divina.
1770 La perfección moral consiste en que el hombre
no sea movido al bien sólo por su voluntad sino también por
su apetito sensible según estas palabras del salmo: "Mi corazón
y mi carne gritan de alegría hacia el Dios vivo" (Sal 84,3).
RESUMEN
1771 El término
"pasiones" designa los afectos y los sentimientos. Por medio de sus emociones,
el hombre intuye lo bueno y lo malo.
1772 Ejemplos eminentes de pasiones son el amor y el
odio, el deseo y el temor, la alegría, la tristeza y la ira.
1773 En las pasiones, en cuanto impulsos de la sensibilidad
, no hay ni bien ni mal moral. Pero según dependan o no de la razón
y de la voluntad, hay en ellas bien o mal moral.
1774 Las emociones y los sentimientos pueden ser asumidos
por las virtudes, o pervertidos en los vicios.
1775 La perfección del bien moral consiste en
que el hombre no sea movido al bien sólo por su voluntad, sino también
por su "corazón".
Artículo 6 LA CONCIENCIA MORAL
1776 "En lo más
profundo de su conciencia el hombre descubre una ley que él no se
da a sí mismo, sino a la que debe obedecer y cuya voz resuena, cuando
es necesario, en los oídos de su corazón, llamándole
siempre a amar y a hacer el bien y a evitar el mal...El hombre tiene una
ley inscrita por Dios en su corazón...La conciencia es el núcleo
más secreto y el sagrario del hombre, en el que está solo
con Dios, cuya voz resuena en lo más íntimo de ella" (GS 16).
I EL DICTAMEN DE LA CONCIENCIA
1777 Presente en
el corazón de la persona, la conciencia moral (cf Rom 2,14-16) le
ordena, en el momento oportuno, practicar el bien y evitar el mal. Juzga
también las elecciones concretas aprobando las que son buenas y denunciando
las que son malas (cf Rom 1,32). Atestigua la autoridad de la verdad con
referencia al Bien supremo por el cual la persona humana se siente atraída
y cuyos mandamientos acoge. El hombre prudente, cuando escucha la conciencia
moral, oye a Dios que habla.
1778 La conciencia moral es un juicio de la razón
por el que la persona humana reconoce la cualidad moral de un acto concreto
que piensa hacer, está haciendo o ha hecho. En todo lo que dice y
hace, el hombre está obligado a seguir fielmente lo que sabe que es
justo y recto. Mediante el dictamen de su conciencia el hombre percibe y
reconoce las prescripciones de la ley divina:
La conciencia es una ley de nuestro espíritu,
pero que va más allá de él, nos da órdenes, significa
responsabilidad y deber, temor y esperanza...La conciencia es la mensajera
del que, tanto en el mundo de la naturaleza como en el de la gracia, a través
de un velo nos habla, nos instruye y nos gobierna. La conciencia es el primero
de todos los vicarios de Cristo (Newman, carta al duque de Norfolk 5).
1779 Es preciso que cada uno preste mucha atención
a sí mismo para oír y seguir la voz de su conciencia. Esta
exigencia de interioridad es tanto más necesaria cuanto que la vida
nos impulsa con frecuencia a prescindir de toda reflexión, examen
o interiorización:
Retorna a tu conciencia, interrógala...retornad,
hermanos, al interior, y en todo lo que hagáis mirad al Testigo,
Dios (S. Agustín, ep.Jo. 8,9).
1780 La dignidad de la persona humana implica y exige
la rectitud de la conciencia moral. La conciencia moral comprende la percepción
de los principios de la moralidad ("sindéresis"), su aplicación
en las circunstancias dadas mediante un discernimiento práctico de
las razones y de los bienes, y en conclusión el juicio formado sobre
los actos concretos que se van a realizar o se han realizado. La verdad
sobre el bien moral, declarada en la ley de la razón, es reconocida
práctica y concretamente por el dictamen prudente de la conciencia.
Se llama prudente al hombre que elige conforme a este dictamen o juicio.
1781 La conciencia hace posible que se asuma la responsabilidad
de los actos realizados. Si el hombre comete el mal, el justo juicio de
la conciencia puede ser en él el testigo de la verdad universal del
bien, al mismo tiempo que de la malicia de su elección concreta.
El veredicto del dictamen de conciencia constituye una garantía de
esperanza y de misericordia. Al hacer patente la falta cometida recuerda
el perdón que se ha de pedir, el bien que se ha de practicar todavía
y la virtud que se ha de cultivar sin cesar con la gracia de Dios:
Tranquilizaremos nuestra conciencia ante él,
en caso de que nos condene nuestra conciencia, pues Dios es mayor que nuestra
conciencia y conoce todo (1 Jn 3,19-20).
1782 El hombre tiene el derecho de actuar en conciencia
y en libertad a fin de tomar personalmente las decisiones morales. "No debe
ser obligado a actuar contra su conciencia. Ni se le debe impedir que actúe
según su conciencia, sobre todo en materia religiosa" (DH 3).
II LA FORMACION DE LA CONCIENCIA
1783 Hay que formar
la conciencia, y esclarecer el juicio moral. Una conciencia bien formada
es recta y veraz. Formula sus juicios según la razón, conforme
al bien verdadero querido por la sabiduría del Creador. La educación
de la conciencia es indispensable a seres humanos sometidos a influencias
negativas y tentados por el pecado de preferir su juicio propio y de rechazar
las enseñanzas autorizadas.
1784 La educación de la conciencia es una tarea
de toda la vida. Desde los primeros años despierta al niño
al conocimiento y la práctica de la ley interior reconocida por la
conciencia moral. Una educación prudente enseña la virtud;
preserva o cura del miedo, del egoísmo y del orgullo, de los insanos
sentimientos de culpabilidad y de los movimientos de complacencia,
nacidos de la debilidad y de las faltas humanas. La educación de la
conciencia garantiza la libertad y engendra la paz del corazón.
1785 En la formación de la conciencia, la Palabra
de Dios es la luz que nos ilumina; es preciso que la asimilemos en la fe
y la oración, y la pongamos en práctica. Es preciso también
que examinemos nuestra conciencia atendiendo a la cruz del Señor.
Estamos asistidos por los dones del Espíritu Santo, ayudados por el
testimonio o los consejos de otros y guiados por la enseñanza autorizada
de la Iglesia (cf DH 14).
III DECIDIR EN CONCIENCIA
1786 Ante la necesidad
de decidir moralmente, la conciencia puede formular un juicio recto de acuerdo
con la razón y con la ley divina, o al contrario un juicio erróneo
que se aleja de ellas.
1787 El hombre se ve a veces enfrentado con situaciones
que hacen el juicio moral menos seguro, y la decisión difícil.
Pero debe buscar siempre lo que es justo y bueno y discernir la voluntad
de Dios expresada en la ley divina.
1788 Para esto, el hombre se esfuerza por interpretar
los datos de la experiencia y los signos de los tiempos gracias a la virtud
de la prudencia, los consejos de las personas entendidas y la ayuda del Espíritu
Santo y de sus dones.
1789 En todos los casos son aplicables las siguientes
reglas:
–Nunca está permitido hacer el mal para obtener
un bien.
–La "regla de oro": "Todo cuanto queráis que
os hagan los hombres, hacédselo también vosotros" (Mt 7,12;
cf. Lc 6,31; Tb 4,15).
–La caridad actúa siempre en el respeto del prójimo
y de su conciencia: "Pecando así contra vuestros hermanos, hiriendo
su conciencia...pecáis contra Cristo" (1 Co 8,12). "Lo bueno es...no
hacer cosa que sea para tu hermano ocasión de caída, tropiezo
o debilidad" (Rom 14,21).
IV EL JUICIO ERRONEO
1790 La persona
humana debe obedecer siempre el juicio cierto de su conciencia. Si obrase
deliberadamente contra este último, se condenaría a sí
mismo. Pero sucede que la conciencia moral puede estar en la ignorancia
y formar juicios erróneos sobre actos proyectados o ya cometidos.
1791 Esta ignorancia puede con frecuencia ser imputada
a la responsabilidad personal. Así sucede "cuando el hombre no se
preocupa de buscar la verdad y el bien y, poco a poco, por el hábito
del pecado, la conciencia se queda casi ciega" (GS 16). En estos casos, la
persona es culpable del mal que comete.
1792 La desconocimiento de Cristo y de su evangelio,
los malos ejemplos recibidos de otros, la servidumbre de las pasiones, la
pretensión de una mal entendida autonomía de la conciencia,
el rechazo de la autoridad de la Iglesia y de su enseñanza, la falta
de conversión y de caridad pueden conducir a desviaciones del juicio
en la conducta moral.
1793 Si por el contrario, la ignorancia es invencible,
o el juicio erróneo sin responsabilidad del sujeto moral, el mal
cometido por la persona no puede serle imputado. Pero no deja de ser un
mal, una privación, un desorden. Por tanto, es preciso trabajar por
corregir la conciencia moral de sus errores.
1794 La conciencia buena y pura es iluminada por la fe
verdadera. Porque la caridad procede al mismo tiempo "de un corazón
limpio, de una conciencia recta y de una fe sincera" (1 Tim 1,5; 3,9; 2
Tim 1,3; 1 P 3,21; Hch 24,16).
Cuanto mayor es el predominio de la conciencia recta,
tanto más las personas y los grupos se apartan del arbitrio ciego
y se esfuerzan por adaptarse a las normas objetivas de moralidad (GS 16).
RESUMEN
1795 "La conciencia
es el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que
está solo con Dios, cuya voz resuena en lo más íntimo
de ella" (GS 16).
1796 La conciencia moral es un juicio de la razón
por el que la persona humana reconoce la cualidad moral de un acto concreto.
1797 Para el hombre que ha cometido el mal, el veredicto
de su conciencia constituye una garantía de conversión y de
esperanza.
1798 Una conciencia bien formada es recta y veraz.Formula
sus juicios según la razón, conforme al bien verdadero querido
por la sabiduría del Creador. Cada uno debe poner los medios para
formar su conciencia.
1799 Ante una decisión moral, la conciencia puede
formar un juicio recto de acuerdo con la razón
y la ley divina o, al contrario, un juicio erróneo que se aleja de
ellas.
1800 El ser humano debe obedecer siempre el juicio cierto
de su conciencia.
1801 La conciencia moral puede permanecer en la ignorancia
o formar juicios erróneos. Estas ignorancias y estos errores no están
siempre exentos de culpabilidad.
1802 La Palabra de Dios es una luz para nuestros pasos.
Es preciso que la asimilemos en la fe y en la oración, y la pongamos
en práctica. Así se forma la conciencia moral.
Artículo 7
LAS VIRTUDES
1803 "Todo cuanto
hay de verdadero, de noble, de justo, de puro, de amable, de honorable,
todo cuanto sea virtud y cosa digna de elogio, todo eso tenedlo en cuenta"
(Flp 4,8).
La virtud es una disposición habitual y firme
a hacer el bien. Permite a la persona no sólo realizar actos buenos,
sino dar lo mejor de sí misma. Con todas sus fuerzas sensibles y
espirituales, la persona virtuosa tiende hacia el bien, lo busca y lo elige
en acciones concretas.
El objetivo de una vida virtuosa consiste en llegar
a ser semejante a Dios (S. Gregorio de Nisa, beat. 1).
I LAS VIRTUDES HUMANAS
1804 Las virtudes
humanas son actitudes firmes, disposiciones estables, perfecciones habituales
del entendimiento y de la voluntad que regulan nuestros actos, ordenan nuestras
pasiones y guían nuestra conducta según la razón y la
fe. Proporcionan facilidad, dominio y gozo para llevar una vida moralmente
buena. El hombre virtuoso es el que practica libremente el bien.
Las virtudes morales son adquiridas mediante las fuerzas
humanas. Son los frutos y los gérmenes de los actos moralmente buenos.
Disponen todas las potencias del ser humano para comulgar en el amor divino.
Distinción de las virtudes cardinales
1805 Cuatro virtudes
desempeñan un papel fundamental. Por eso se las llama "cardinales";
todas las demás se agrupan en torno a ellas. Estas son la prudencia,
la justicia, la fortaleza y la templanza. "¿Amas la justicia? Las
virtudes son el fruto de sus esfuerzos, pues ella enseña la templanza
y la prudencia, la justicia y la fortaleza" (Sb 8,7). Bajo otros nombres,
estas virtudes son alabadas en numerosos pasajes de la Escritura.
1806 La prudencia es la virtud que dispone la razón
práctica a discernir en toda circunstancia nuestro verdadero bien
y a elegir los medios rectos para realizarlo. "El hombre cauto medita sus
pasos" (Prov 14,15). "Sed sensatos y sobrios para daros a la oración"
(1 P 4,7). La prudencia es la "regla recta de la acción", escribe
S. Tomás (s.th. 2-2, 47,2, siguiendo a Aristóteles). No se
confunde ni con la timidez o el temor, ni con la doblez o la disimulación.
Es llamada "auriga virtutum": Conduce las otras virtudes indicándoles
regla y medida. Es la prudencia quien guía directamente el juicio
de conciencia. El hombre prudente decide y ordena su conducta según
este juicio. Gracias a esta virtud aplicamos sin error los principios morales
a los casos particulares y superamos las dudas sobre el bien que debemos
hacer y el mal que debemos evitar.
1807 La justicia es la virtud moral que consiste
en la constante y firme voluntad de dar a Dios y al prójimo lo que
les es debido. La justicia para con Dios es llamada "la virtud de la religión".
Para con los hombres, la justicia dispone a respetar los derechos de cada
uno y a establecer en las relaciones humanas la armonía que promueve
la equidad respecto a las personas y al bien común. El hombre justo,
evocado con frecuencia en las Sagradas Escrituras, se distingue por la rectitud
habitual de sus pensamientos y de su conducta con el prójimo. "Siendo
juez no hagas injusticia, ni por favor del pobre, ni por respeto al grande:
con justicia juzgarás a tu prójimo" (Lv 19,15). "Amos, dad
a vuestros esclavos lo que es justo y equitativo, teniendo presente que también
vosotros tenéis un Amo en el cielo" (Col 4,1).
1808 La fortaleza es la virtud moral que asegura
en las dificultades la firmeza y la constancia en la búsqueda del
bien. Reafirma la resolución de resistir a las tentaciones y de superar
los obstáculos en la vida moral. La virtud de la fortaleza hace capaz
de vencer el temor, incluso la muerte, y de hacer frente a las pruebas y
a las persecuciones. Capacita para ir hasta la renuncia y el sacrificio de
la propia vida por defender una causa justa. "Mi fuerza y mi cántico
es el Señor" (Sal 118,14). "En el mundo tendréis tribulación.
Pero ¡ánimo!: Yo he vencido al mundo" (Jn 16,33).
1809 La templanza es la virtud moral que modera la atracción
de los placeres y procura el equilibrio en el uso de los bienes creados.
Asegura el dominio de la voluntad sobre los instintos y mantiene los deseos
en los límites de la honestidad. La persona moderada orienta hacia
el bien sus apetitos sensibles, guarda una sana discreción y no se
deja arrastrar "para seguir la pasión de su corazón" (Si 5,2;
cf. 37,27-31). La templanza es también alabada en el Antiguo Testamento:
"No vayas detrás de tus pasiones, tus deseos refrena" (Si 18,30).
En el Nuevo Testamento es llamada "moderación" o "sobriedad". Debemos
"vivir moderación, justicia y piedad en el siglo presente" (Tt 2,12).
Vivir bien no es otra cosa que amar a Dios con todo
el corazón, con toda el alma y con todo el obrar. Quien no obedece
más que a él (lo cual pertenece a la justicia), quien vela
para discernir todas las cosas por miedo a dejarse sorprender por la astucia
y la mentira (lo cual pertenece a la prudencia), le entrega un amor entero
(por la templanza), que ninguna desgracia puede derribar (lo cual pertenece
a la fortaleza) (S. Agustín, mor. eccl. 1,25,46).
Las virtudes y la gracia
1810 Las virtudes
humanas adquiridas mediante la educación, mediante actos deliberados,
y una perseverancia, reanudada siempre en el esfuerzo, son purificadas y
elevadas por la gracia divina. Con la ayuda de Dios forjan el carácter
y dan soltura en la práctica del bien. El hombre virtuoso es feliz
al practicarlas.
1811 Para el hombre herido por el pecado no es fácil
guardar el equilibrio moral. El don de la salvación por Cristo nos
otorga la gracia necesaria para perseverar en la búsqueda de las
virtudes. Cada uno debe siempre pedir esta gracia de luz y de fortaleza,
recurrir a los sacramentos, cooperar con el Espíritu Santo, seguir
sus invitaciones a amar el bien y guardarse del mal.
II LAS VIRTUDES TEOLOGALES
1812 Las virtudes
humanas se arraigan en las virtudes teologales que adaptan las facultades
del hombre a la participación de la naturaleza divina (cf 2 P 1,4).
Las virtudes teologales se refieren directamente a Dios. Disponen a los cristianos
a vivir en relación con la Santísima Trinidad. Tienen a Dios
uno y trino como origen, motivo y objeto.
1813 Las virtudes teologales fundan, animan y caracterizan
el obrar moral del cristiano. Informan y vivifican todas las virtudes
morales. Son infundidas por Dios en el alma de los fieles para hacerlos
capaces de obrar como hijos suyos y merecer la vida eterna. Son la garantía
de la presencia y la acción del Espíritu Santo en las facultades
del ser humano. Hay tres virtudes teologales: fe, esperanza y caridad (cf
1 Co 13,13).
La fe
1814 La fe es la
virtud teologal por la que creemos en Dios y en todo lo que El nos ha dicho
y revelado, y que la Santa Iglesia nos propone, porque El es la verdad misma.
Por la fe "el hombre se entrega entera y libremente a Dios" (DV 5). Por eso
el creyente se esfuerza por conocer y hacer la voluntad de Dios. "El justo
vivirá por la fe" (Rom 1,17). La fe viva "actúa por la caridad"
(Gál 5,6).
1815 El don de la fe permanece en el que no ha pecado
contra ella (cf Cc Trento: DS 1545). Pero, "la fe sin obras está muerta"
(St 2,26): Privada de la esperanza y de la caridad, la fe no une plenamente
el fiel a Cristo ni hace de él un miembro vivo de su Cuerpo.
1816 El discípulo de Cristo no debe sólo
guardar la fe y vivir de ella, sino también profesarla, testimoniarla
con firmeza y difundirla: "Todos vivan preparados para confesar a Cristo
delante de los hombres y a seguirle por el camino de la cruz en medio de
las persecuciones que nunca faltan a la Iglesia" (LG 42; cf DH 14). El servicio
y el testimonio de la fe son requeridos para la salvación: "Por todo
aquél que se declare por mí ante los hombres, yo también
me declararé por él ante mi Padre que está en los cielos;
pero a quien me niegue ante los hombres, le negaré yo también
ante mi Padre que está en los cielos" (Mt 10,32-33).
La esperanza
1817 La esperanza
es la virtud teologal por la que aspiramo s al Reino de los cielos y a la
vida eterna como felicidad nuestra, poniendo nuestra confianza en las promesas
de Cristo y apoyándonos no en nuestras fuerzas sino en los auxilios
de la gracia del Espíritu Santo. "Mantengamos firme la confesión
de la esperanza, pues fiel es el autor de la promesa" (Hb 10,23). "El Espíritu
Santo que él derramó sobre nosotros con largueza por medio
de Jesucristo nuestro Salvador para que, justificados por su gracia, fuésemos
constituidos herederos, en esperanza, de vida eterna" (Tt 3,6-7).
1818 La virtud de la esperanza responde al anhelo de
felicidad puesto por Dios en el corazón de todo hombre; asume las
esperanzas que inspiran las actividades de los hombres; las purifica para
ordenarlas al Reino de los cielos; protege del desaliento; sostiene en todo
desfallecimiento; dilata el corazón en la espera de la bienaventuranza
eterna. El impulso de la esperanza preserva del egoísmo y conduce
a la dicha de la caridad.
1819 La esperanza cristiana recoge y perfecciona la esperanza
del pueblo elegido que tiene su origen y su modelo en la esperanza de Abraham,
colmada en Isaac, de las promesas de Dios y purificada por la prueba del
sacrificio (cf Gn 17,4-8; 22,1-18). "Esperando contra toda esperanza, creyó
y fue hecho padre de muchas naciones" (Rm 4,18).
1820 La esperanza cristiana se manifiesta desde el comienzo
de la predicación de Jesús en la proclamación de las
bienaventuranzas. Las bienaventuranzas elevan nuestra esperanza hacia el
cielo como hacia la nueva tierra prometida; trazan el camino hacia ella a
través de las pruebas que esperan a los discípulos de Jesús.
Pero por los méritos de Jesucristo y de su pasión, Dios nos
guarda en "la esperanza que no falla" (Rom 5,5). La esperanza es "el ancla
del alma", segura y firme, "que penetra...adonde entró por nosotros
como precursor Jesús" (Hb 6,19-20). Es también un arma que
nos protege en el combate de la salvación: "Revistamos la coraza de
la fe y de la caridad, con el yelmo de la esperanza de salvación"
(1 Ts 5,8). Nos procura el gozo en la prueba misma: "Con la alegría
de la esperanza; constantes en la tribulación" (Rm 12,12). Se expresa
y se alimenta en la oración, particularmente en la del Padre Nuestro,
resumen de todo lo que la esperanza nos hace desear.
1821 Podemos, por tanto, esperar la gloria del cielo
prometida por Dios a los que le aman (cf Rm 8,28-30) y hacen su voluntad
(cf Mt 7,21). En toda circunstancia, cada uno debe esperar, con la gracia
de Dios, "perseverar hasta el fin" (cf Mt 10,22; cf Cc de Trento: DS 1541)
y obtener el gozo del cielo, como eterna recompensa de Dios por las obras
buenas realizadas con la gracia de Cristo. En la esperanza, la Iglesia implora
que "todos los hombres se salven" (1 Tm 2,4). Espera estar en la gloria
del cielo unida a Cristo, su esposo:
Espera, espera, que no sabes cuándo vendrá
el día ni la hora. Vela con cuidado, que todo se pasa con brevedad,
aunque tu deseo hace lo cierto dudoso, y el tiempo breve largo. Mira que
mientras más peleares, más mostrarás el amor que tienes
a tu Dios y más te gozarás con tu Amado con gozo y deleite
que no puede tener fin (S. Teresa de Jesús, excl. 15,3).
La caridad
1822 La caridad
es la virtud teologal por la cual amamos a Dios sobre todas las cosas por
él mismo y a nuestro prójimo como a nosotros mismos por amor
de Dios.
1823 Jesús hace de la caridad el mandamiento nuevo
(cf Jn 13,34). Amando a los suyos "hasta el fin" (Jn 13,1), manifiesta el
amor del Padre que ha recibido. Amándose unos a otros, los discípulos
imitan el amor de Jesús que reciben también en ellos. Por
eso Jesús dice: "Como el Padre me amó, yo también os
he amado a vosotros; permaneced en mi amor" (Jn 15,9). Y también:
"Este es el mandamiento mío: que os améis unos a otros como
yo os he amado" (Jn 15,12).
1824 Fruto del Espíritu y plenitud de la ley,
la caridad guarda los mandamientos de Dios y de Cristo: "Permaneced en mi
amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor"
(Jn 15,9-10; cf Mt 22,40; Rm 13,8-10).
1825 Cristo murió por amor a nosotros cuando éramos
todavía enemigos (cf Rm 5,10). El Señor nos pide que amemos
como él hasta nuestros enemigos (cf Mt 5,44), que nos hagamos prójimos
del más lejano (cf Lc 10,27-37), que amemos a los niños (cf
Mc 9,37) y a los pobres como a él mismo (cf Mt 25,40.45).
El apóstol S. Pablo ofrece una descripción
incomparable de la caridad: "La caridad es paciente, es servicial; la caridad
no es envidiosa. no es jactanciosa, no se engríe; es decorosa; no
busca su interés; no se irrita; no toma en cuenta el mal; no se alegra
de la injusticia; se alegra con la verdad. Todo lo excusa. Todo lo cree.
Todo lo espera. Todo lo soporta (1 Co 13,4-7).
1826 "Si no tengo caridad -dice también el apóstol-
nada soy...". Y todo lo que es privilegio, servicio, virtud misma..."si
no tengo caridad, nada me aprovecha" (1 Co 13,1-4). La caridad es superior
a todas las virtudes. Es la primera de las virtudes teologales: "Ahora subsisten
la fe, la esperanza y la caridad, estas tres. Pero la mayor de todas ellas
es la caridad" (1 Co 13,13).
1827 El ejercicio de todas las virtudes está animado
e inspirado por la caridad. Esta es "el vínculo de la perfección"
(Col 3,14); es la forma de las virtudes; las articula y las ordena entre
sí; es fuente y término de su práctica cristiana. La
caridad asegura y purifica nuestra facultad humana de amar. La eleva a la
perfección sobrenatural del amor divino.
1828 La práctica de la vida moral animada por
la caridad da al cristiano la libertad espiritual de los hijos de Dios.
Este no se halla ante Dios como un esclavo, en el temor servil, ni como
el mercenario en busca de un jornal, sino como un hijo que responde al amor
del "que nos amó primero" (1 Jn 4,19):
O nos apartamos del mal por temor del castigo y estamos
en la disposición del esclavo, o buscamos el incentivo de la recompensa
y nos parecemos a mercenarios, o finalmente obedecemos por el bien mismo
del amor del que manda...y entonces estamos en la disposición de hijos
(S. Basilio, reg. fus. prol. 3).
1829 La caridad tiene por frutos el gozo, la paz y la
misericordia. Exige la práctica del bien y la corrección fraterna;
es benevolencia; suscita la reciprocidad; es siempre desinteresada y generosa;
es amistad y comunión:
La culminación de todas nuestras obras es el
amor. Ese es el fin; para conseguirlo, corremos; haci a él corremos;
una vez llegados, en él reposamos (S. Agustín, ep. Jo. 10,4).
III DONES Y FRUTOS DEL ESPIRITU SANTO
1830 La vida moral
de los cristianos está sostenida por los dones del Espíritu
Santo. Estos son disposiciones permanentes que hacen al hombre dócil
para seguir los impulsos del Espíritu Santo.
1831 Los siete dones del Espíritu Santo son: sabiduría,
inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios. Pertenecen
en plenitud a Cristo, Hijo de David (cf Is 11,1-2). Completan y llevan a
su perfección las virtud de quienes los reciben. Hacen a los fieles
dóciles para obedecer con prontitud a las inspiraciones divinas.
Tu espíritu bueno me guíe por una tierra
llana (Sal 143,10)
Todos los que son guiados por el Espíritu de
Dio s son hijos de Dios...Y, si hijos, también herederos; herederos
de Dios y coherederos de Cristo (Rm 8,14.17).
1832 Los frutos del Espíritu son perfecciones
que forma en nosotros el Espíritu Santo como primicias de la gloria
eterna. La tradición de la Iglesia enumera doce: "caridad, gozo,
paz, paciencia, longanimidad, bondad, benignidad, mansedumbre, fidelidad,
modestia, continencia, castidad" (Gál 5,22-23, vulg.).
RESUMEN
1833 La virtud es
una disposición habitual y firme para hacer el bien.
1834 Las virtudes humanas son disposiciones estables
del entendimiento y de la voluntad que regulan nuestros actos, ordenan nuestras
pasiones y guían nuestra conducta según la razón y
la fe. Pueden agruparse en torno a cuatro virtudes cardinales: prudencia,
justicia, fortaleza y templanza.
1835 La prudencia dispone la razón práctica
para discernir, en toda circunstancia, nuestro verdadero bien y elegir los
medios justos para realizarlo.
1836 La justicia consiste en la constante y firme voluntad
de dar a Dios y al prójimo lo que les es debido.
1837 La fortaleza asegura, en las dificultades, la firmeza
y la constancia en la práctica del bien.
1838 La templanza modera la atracción hacia los
placeres sensibles y procura el equilibrio en el uso de los bienes creados.
1839 Las virtudes morales crecen mediante la educación,
mediante actos deliberados y la perseverancia en el esfuerzo. La gracia
divina las purifica y las eleva.
1840 Las virtudes teologales disponen a los cristianos
a vivir en relación con la santísima Trinidad. Tienen a Dios
por origen, motivo y objeto, Dios conocido por la fe, esperado y amado por
él mismo.
1841 Hay tres virtudes teologales: fe, esperanza y caridad
(cf. 1 Co 13,13). Informan y vivifican todas las virtudes morales.
1842 Por la fe creemos en Dios y creemos todo lo que
él nos ha revelado y que la santa Iglesia nos propone creer.
1843 Por la esperanza deseamos y esperamos de Dios con
una firme confianza la vida eterna y las gracias para merecerla.
1844 Por la caridad amamos a Dios sobre todas las cosas
y a nuestro prójimo como a nosotros mismos por amor de Dios. Es el
"vínculo de la perfección" (Col 3,14) y la forma de todas
las virtudes.
1845 Los siete dones del Espíritu Santo concedidos
a los cristianos son: sabiduría, entendimiento, consejo, fortaleza,
ciencia, piedad y temor de Dios.
Artículo 8 EL PECADO
I LA MISERICORDIA Y EL PECADO
1846 El Evangelio
es la revelación, en Jesucristo, de la misericordia de Dios con los
pecadores (cf Lc 15). El ángel anuncia a José: "Tú le
pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a
su pueblo de sus pecados" (Mt 1,21). Y en la institución de la Eucaristía,
sacramento de la redención, Jesús dice: "Esta es mi sangre
de la alianza, que va a ser derramada por muchos para remisión de
los pecados" (Mt 26,28).
1847 "Dios nos ha creado sin nosotros, pero no ha querido
salvarnos sin nosotros" (S. Agustín, serm. 169,11,13). La acogida
de su misericordia exige de nosotros la confesión de nuestras faltas.
"Si decimos: `no tenemos pecado', nos engañamos y la verdad no está
en nosotros. Si reconocemos nuestros pecados, fiel y justo es él
para perdonarnos los pecados y purificarnos de toda injusticia" (1 Jn 1,8-9).
1848 Como afirma S. Pablo, "donde abundó el pecado,
sobreabundó la gracia" (Rm 5,20). Pero para hacer su obra, la gracia
debe descubrir el pecado para convertir nuestro corazón y conferirnos
"la justicia para vida eterna por Jesucristo nuestro Señor" (Rm 5,20-21).
Como un médico que descubre la herida antes de curarla, Dios, mediante
su palabra y su espíritu, proyecta una luz viva sobre el pecado:
La conversión exige la convicción del
pecado, y éste, siendo una verificación de la acción
del Espíritu de la verdad en la intimidad del hombre, llega a ser
al mismo tiempo el nuevo comienzo de la dádiva de la gracia y del
amor: "Recibid el Espíritu Santo". Así, pues, en este "convencer
en lo referente al pecado" descubrimos una "doble dádiva": el don
de la verdad de la conciencia y el don de la certeza de la redención.
El Espíritu de la verdad es el Paráclito (DeV 31).
II DEFINICION DE PECADO
1849 El pecado es
una falta contra la razón, la verdad, la conciencia recta; es un
faltar al amor verdadero para con Dios y para con el prójimo, a causa
de un apego perverso a ciertos bienes. Hiere la naturaleza del hombre y
atenta contra la solidaridad humana. Ha sido definido como "una palabra,
un acto o un deseo contrarios a la ley eterna" (S. Agustín, Faust.
22,27; S. Tomás de Aquino, s.th., 1-2, 71,6).
1850 El pecado es una ofensa a Dios: "Contra ti, contra
ti solo he pecado, lo malo a tus ojos cometí" (Sal 51,6). El pecado
se levanta contra el amor que Dios nos tiene y aparta de él nuestros
corazones. Como el primer pecado, es una desobediencia, una rebelión
contra Dios por el deseo de hacerse "como dioses", pretendiendo conocer
y determinar el bien y el mal (Gn 3,5). El pecado es así "amor de
sí hasta el desprecio de Dios" (S. Agustín, civ. 1,14,28).
Por esta exaltación orgullosa de sí, el pecado es diametralmente
opuesto a la obediencia de Jesús que realiza la salvación
(cf Flp 2,6-9).
1851 En la Pasión, la misericordia de Cristo vence
al pecado. En ella, es donde éste manifiesta mejor su violencia y
su multiplicidad: incredulidad, rechazo y burlas por parte de los jefes y
del pueblo, debilidad de Pilato y crueldad de los soldados, traición
de Judas tan dura a Jesús, negaciones de Pedro y abandono de los discípulos.
Sin embargo, en la hora misma de las tinieblas y del príncipe de
este mundo (cf Jn 14,30), el sacrificio de Cristo se convierte secretamente
en la fuente de la que brotará inagotable el perdón de nuestros
pecados.
III DIVERSIDAD DE PECADOS
1852 La variedad
de pecados es grande. La Escritura contiene varias listas. La carta a los
Gálatas opone las obras de la carne al fruto del Espíritu:
"Las obras de la carne son conocidas: fornicación, impureza, libertinaje,
idolatría, hechicería, odios, discordia, celos, iras, rencillas,
divisiones, disensiones, envidias, embriagueces, orgías y cosas semejantes,
sobre las cuales os prevengo como ya os previne, que quienes hacen tales
cosas no heredarán el Reino de Dios" (5,19-21; cf Rm 1,28-32; 1 Co
6,9-10; Ef 5, 3-5; Col 3, 5-8; 1 Tm 1, 9-10; 2 Tm 3, 2-5).
1853 Se pueden distinguir los pecados según su
objeto, como en todo acto humano, o según las virtudes a las que se
oponen, por exceso o por defecto, o según los mandamientos que quebrantan.
Se los puede agrupar también según que se refieran a Dios,
al prójimo o a sí mismo; se los puede dividir en pecados espirituales
y carnales, o también en pecados de pensamiento, palabra, acción
u omisión. La raíz del pecado está en el corazón
del hombre, en su libre voluntad, según la enseñanza del Señor:
"De dentro del corazón salen las intenciones malas, asesinatos, adulterios,
fornicaciones, robos, falsos testimonios, injurias. Esto es lo que hace
impuro al hombre" (Mt 15,19-20). En el corazón reside también
la caridad, principio de las obras buenas y puras, que es herida por el
pecado.
IV LA GRAVEDAD DEL PECADO: PECADO MORTAL
Y VENIAL
1854 Conviene valorar
los pecados según su gravedad. La distinción entre pecado
mortal y venial, perceptible ya en la Escritura (cf 1 Jn 5,16-17) se ha
impuesto en la tradición de la Iglesia. La experiencia de los hombres
la corroboran.
1855 El pecado mortal destruye la caridad en el corazón
del hombre por una infracción grave de la ley de Dios; aparta al
hombre de Dios, que es su fin último y su bienaventuranza, prefiriendo
un bien inferior.
El pecado venial deja subsistir la caridad, aunque
la ofende y la hiere.
1856 El pecado mortal, que ataca en nosotros el principio
vital que es la caridad, necesita una nueva iniciativa de la misericordia
de Dios y una conversión del corazón que se realiza ordinariamente
en el marco del sacramento de la reconciliación:
Cuando la voluntad se dirige a una cosa de suyo contraria
a la caridad por la que estamos ordenados al fin último, el pecado,
por su objeto mismo, tiene causa para ser mortal...sea contra el amor de
Dios, como la blasfemia, el perjurio, etc., o contra el amor del prójimo,
como el homicidio, el adulterio, etc...En cambio, cuando la voluntad del
pecador se dirige a veces a una cosa que contiene en sí un desorden,
pero que sin embargo no es contraria al amor de Dios y del prójimo,
como una palabra ociosa, una risa superflua, etc. tales pecados son veniales
(S. Tomás de Aquino, s.th. 1-2, 88, 2).
1857 Para que un pecado sea mortal se requieren tres
condiciones: "Es pecado mortal lo que tiene como objeto una materia grave
y que, además, es cometido con pleno conocimiento y deliberado consentimiento"
(RP 17).
1858 La materia grave es precisada por los Diez
mandamientos según la respuesta de Jesús al joven rico: "No
mates, no cometas adulterio, no robes, no levantes testimonio falso, no seas
injusto, honra a tu padre y a tu madre" (Mc 10,19). La gravedad de los pecados
es mayor o menor: un asesinato es más grave que un robo. La cualidad
de las personas lesionadas cuenta también: la violencia ejercida contra
los padres es más grave que la ejercida contra un extraño.
1859 El pecado mortal requiere plena conciencia y entero
consentimiento. Presupone el conocimiento del carácter pecaminoso
del acto, de su oposición a la Ley de Dios. Implica también
un consentimiento suficientemente deliberado para ser una elección
personal. La ignorancia afectada y el endurecimiento del corazón (cf
Mc 3,5-6; Lc 16,19-31) no disminuyen, sino aumentan, el carácter voluntario
del pecado.
1860 La ignorancia involuntaria puede disminuir, si no
excusar, la imputabilidad de una falta grave, pero se supone que nadie ignora
los principios de la ley moral que están inscritos en la conciencia
de todo hombre. Los impulsos de la sensibilidad, las pasiones pueden igualmente
reducir el carácter voluntario y libre de la falta, lo mismo que
las presiones exteriores o los trastornos patológicos. El pecado
por malicia, por elección deliberada del mal, es el más grave.
1861 El pecado mortal es una posibilidad radical de la
libertad humana contra el amor. Entraña la pérdida de la caridad
y la privación de la gracia santificante, es decir, del estado de
gracia. Si no es eliminado por el arrepentimiento y el perdón de Dios,
causa la exclusión del Reino de Cristo y la muerte eterna del infierno;
de modo que nuestra libertad tiene poder de hacer elecciones para siempre,
sin retorno. Sin embargo, aunque podamos juzgar que un acto es en sí
una falta grave, el juicio sobre las personas debemos confiarlo a la justicia
y a la misericordia de Dios.
1862 Se comete un pecado venial cuando no se observa
en una materia leve la medida prescrita por la ley moral, o cuando se desobedece
a la ley moral en materia grave pero sin pleno conocimiento y sin entero
consentimiento.
1863 El pecado venial debilita la caridad; entraña
un afecto desordenado a bienes creados; impide el progreso del alma en el
ejercicio de las virtudes y la práctica del bien moral; merece penas
temporales. El pecado venial deliberado, que permanece sin arrepentimiento,
nos dispone poco a poco a cometer el pecado mortal. No obstante, el pecado
venial no rompe la Alianza con Dios. Es humanamente reparable con la gracia
de Dios. "No priva de la gracia santificante, de la amistad con Dios, de
la caridad, ni, por tanto, de la bienaventuranza eterna" (RP 17):
El hombre, mientras permanece en la carne, no puede
evitar todo pecado, al menos los pecados leves. Pero estos pecados, que
llamamos leves, no los consideres poca cosa: si los tienes por tales cuando
los pesas, tiembla cuando los cuentas. Muchos objetos leves hacen una gran
masa; muchas gotas de agua llenan un río. Muchos granos hacen un
montón. ¿Cuál es entonces nuestra esperanza? Ante todo,
la confesión...(S. Agustín, ep. Jo. 1,6).
1864 "Todo pecado y blasfemia será perdonado a
los hombres, pero la blasfemia contra el Espíritu no será perdonada"
(Mc 3,29; Lc 12,10). No hay límites a la misericordia de Dios, pero
quien se niega deliberadamente a acoger la misericordia de Dios mediante
el arrepentimiento rechaza el perdón de sus pecados y la salvación
ofrecida por el Espíritu Santo (cf DeV 46). Semejante endurecimiento
puede conducir a la condenación final y a la perdición eterna.
V LA PROLIFERACION DEL PECADO
1865 El pecado crea
una facilidad para el pecado, engendra el vicio por la repetición
de actos. De ahí resultan inclinaciones desviadas que oscurecen la
conciencia y corrompen la valoración concreta del bien y del mal.
Así el pecado tiende a reproducirse y a reforzarse, pero no puede
destruir el sentido moral hasta su raíz.
1866 Los vicios pueden ser catalogados según las
virtudes a que se oponen, o también pueden ser comprendidos en los
pecados capitales que la experiencia cristiana ha distinguido siguiendo
a S. Juan Casiano y a S. Gregorio Magno (mor. 31,45). Son llamados capitales
porque generan otros pecados, otros vicios. Entre ellos soberbia, avaricia,
envidia, ira, lujuria, gula, pereza.
1867 La tradición catequética recuerda
también que existen "pecados que claman al cielo". Claman al cielo:
la sangre de Abel (cf Gn 4,10); el pecado de los Sodomitas (cf Gn 18,20;
19,13); el clamor del pueblo oprimido en Egipto (cf Ex 3,7-10); el lamento
del extranjero, de la viuda y el huérfano (cf Ex 22,20-22); la injusticia
para con el asalariado (cf Dt 24,14-15; Jc 5,4).
1868 El pecado es un acto personal. Pero nosotros tenemos
una responsabilidad en los pecados cometidos por otros cuando cooperamos
a ellos:
– participando directa y voluntariamente;
– ordenándolos, aconsejándolos, alabándolos
o aprobándolos;
– no revelándolos o no impidiéndolos cuando
se tiene obligación de hacerlo;
– protegiendo a los que hacen el mal.
1869 Así el pecado convierte a los hombres en
cómplices unos de otros, hace reinar entre ellos la concupiscencia,
la violencia y la injusticia. Los pecados provocan situaciones sociales e
instituciones contrarias a la Bondad divina. Las "estructuras de pecado"
son expresión y efecto de los pecados personales. Inducen a sus víctimas
a cometer a su vez el mal. En un sentido analógico constituyen un
"pecado social" (cf RP 16).
RESUMEN
1870 "Dios encerró
a todos los hombres en la rebeldía para usar con todos ellos de misericordia"
(Rm 11,32).
1871 El pecado es "una palabra, un acto o un deseo contrarios
a la ley eterna"(S. Agustín, Faust. 22). Es una ofensa a Dios. Se
alza contra Dios en una desobediencia contraria a la obediencia de Cristo.
1872 El pecado es un acto contrario a la razón.
Lesiona la naturaleza del hombre y atenta contra la solidaridad humana.
1873 La raíz de todos los pecados está
en el corazón del hombre. Sus especies y su gravedad se miden principalmente
por su objeto.
1874 Elegir deliberadamente, es decir sabiéndolo
y queriéndolo, una cosa gravemente contraria a la ley divina y al
fin último del hombre es cometer un pecado mortal. Este destruye en
nosotros la caridad sin la cual la bienaventuranza eterna es imposible. Sin
arrepentimiento, tal pecado conduce a la muerte eterna.
1875 El pecado venial constituye un desorden moral reparable
por la caridad que deja subsistir en nosotros.
1876 La reiteración de pecados, incluso veniales,
engendra vicios entre los cuales se distinguen los pecados capitales.
CAPITULO SEGUNDO: LA COMUNIDAD HUMANA
1877. La vocación
de la humanidad es manifestar la imagen de Dios y ser transformada a imagen
del Hijo Unico del Padre. Esta vocación reviste una forma personal,
puesto que cada uno es llamado a entrar en la bienaventuranza divina; concierne
también al conjunto de la comunidad humana.
Artículo 1 LA PERSONA Y LA SOCIEDAD
I EL CARACTER COMUNITARIO DE LA VOCACION HUMANA
1878 Todos los hombres
son llamados al mismo fin: Dios. Existe cierta semejanza entre la unidad
de las personas divinas y la fraternidad que los hombres deben instaurar
entre ellos, en la verdad y el amor (cf GS 24,3). El amor al prójimo
es inseparable del amor a Dios.
1879 La persona humana necesita la vida social. Esta
no constituye para ella algo sobreañadido sino una exigencia de su
naturaleza. Por el intercambio con otros, la reciprocidad de servicios y
el diálogo con sus hermanos, el hombre desarrolla sus capacidades;
así responde a su vocación (cf GS 25,1).
1880 Una sociedad es un conjunto de personas ligadas
de manera orgánica por un principio de unidad que supera a cada una
de ellas. Asamblea a la vez visible y espiritual, una sociedad perdura en
el tiempo: recoge el pasado y prepara el porvenir. Mediante ella, cada hombre
es constituido "heredero", recibe "talentos" que enriquecen su identidad
y a los que debe hacer fructificar (cf Lc 19,13.15). En verdad, se debe afirmar
que cada uno tiene deberes para con las comunidades de que forma parte y
está obligado a respetar a las autoridades encargadas del bien común
de las mismas.
1881 Cada comunidad se define por su fin y obedece en
consecuencia a reglas específicas pero "el principio, el sujeto y el
fin de todas las instituciones sociales es y debe ser la persona humana" (GS
25,1).
1882 Ciertas sociedades, como la familia y la ciudad,
corresponden más inmediatamente a la naturaleza del hombre. Le son
necesarias. Con el fin de favorecer la participación del mayor número
de personas en la vida social, es preciso impulsar alentar la creación
de asociaciones e instituciones de libre iniciativa "para fines económicos,
sociales, culturales, recreativos, deportivos, profesionales y políticos,
tanto dentro de cada una de las naciones como en el plano mundial" (MM 60).
Esta "socialización" expresa igualmente la tendencia natural que
impulsa a los seres humanos a asociarse con el fin de alcanzar objetivos
que exceden las capacidades individuales. Desarrolla las cualidades de la
persona, en particular, su sentido de iniciativa y de responsabilidad. Ayuda
a garantizar sus derechos (cf GS 25,2; CA 12).
1883 La socialización presenta también
peligros. Una intervención demasiado fuerte del Estado puede amenazar
la libertad y la iniciativa personales. La doctrina de la Iglesia ha elaborado
el principio llamado de subsidiaridad. Según éste, "una estructura
social de orden superior no debe interferir en la vida interna de un grupo
social de orden inferior, privándola de sus competencias, sino que
más bien debe sostenerla en caso de necesidad y ayudarla a coordinar
su acción con la de los demás componentes sociales, con miras
al bien común" (CA 48; Pío XI, enc. "Quadragesimo anno").
1884 Dios no ha querido retener para él solo el
ejercicio de todos los poderes. Entrega a cada criatura las funciones que
es capaz de ejercer, según las capacidades de su naturaleza. Este
modo de gobierno debe ser imitado en la vida social. El comportamiento de
Dios en el gobierno del mundo, que manifiesta tanto respeto a la libertad
humana, debe inspirar la sabiduría de los que gobiernan las comunidades
humanas. Estos deben comportarse como ministros de la providencia divina.
1885 El principio de subsidiaridad se opone a toda forma
de colectivismo. Traza los límites de la intervención del
Estado. Intenta armonizar las relaciones entre individuos y sociedad. Tiende
a instaurar un verdadero orden internacional.
II LA CONVERSION Y LA SOCIEDAD
1886 La sociedad
es indispensable para la realización de la vocación humana.
Para alcanzar este objetivo es preciso que sea respetada la justa jerarquía
de los valores que subordina las dimensiones "materiales e instintivas" del
ser del hombre "a las interiores y espirituales" (CA 36):
La sociedad humana...tiene que ser considerada,
ante todo, como una realidad de orden principalmente espiritual: que impulse
a los hombres, iluminados por la verdad, a comunicarse entre sí los
más diversos conocimientos; a defender sus derechos y cumplir sus
deberes; a desear los bienes del espíritu; a disfrutar en común
del justo placer de la belleza en todas sus manifestaciones; a sentirse inclinados
continuamente a compartir con los demás lo mejor de sí mismos;
a asimilar con afán, en provecho propio, los bienes espirituales
del prójimo. Todos estos valores informan y, al mismo tiempo, dirigen
las manifestaciones de la cultura, de la economía, de la convivencia
social, del progreso y del orden político, del ordenamiento jurídico
y, finalmente, de cuantos elementos constituyen la expresión externa
de la comunidad humana en su incesante desarrollo (PT 36).
1887 La inversión de los medios y de los fines
(cf CA 41), que lleva a dar valor de fin último a lo que sólo
es medio para alcanzarlo, o a considerar las personas como puros medios para
un fin, engendra estructuras injustas que "hacen ardua y prácticamente
imposible una conducta cristiana, conforme a los mandamientos del Legislador
Divino" (Pío XII, discurso 1 Junio 1941).
1888 Es preciso entonces apelar a las capacidades espirituales
y morales de la persona y a la exigencia permanente de su conversión
interior para obtener cambios sociales que estén realmente a su servicio.
La prioridad reconocida a la conversión del corazón no elimina
en modo alguno, sino al contrario, impone la obligación de introducir
en las instituciones y condiciones de vida, cuando inducen al pecado, las
mejoras convenientes para que aquellas se conformen a las normas de la justicia
y favorezcan el bien en lugar de oponerse a él (cf LG 36).
1889 Sin la ayuda de la gracia, los hombres no sabrían
"acertar con el sendero a veces estrecho entre la mezquindad que cede al
mal y la violencia que, creyendo ilusoriamente combatirlo, lo agrava" (CA
25). Es el camino de la caridad, es decir, del amor de Dios y del prójimo.
La caridad representa el mayor mandamiento social. Respeta al otro y sus
derechos. Exige la práctica de la justicia y es la única que
nos hace capaces de ésta. Inspira una vida de entrega de sí
mismo: "Quien intente guardar su vida la perderá; y quien la pierda
la conservará" (Lc 17,33)
RESUMEN
1890 Existe una
cierta semejanza entre la unidad de las personas divinas y la fraternidad
que los hombres deben instaurar entre sí.
1891 Para desarrollarse en conformidad con su naturaleza,
la persona humana necesita la vida social. Ciertas sociedades como la familia
y la ciudad, corresponden más inmediatamente a la naturaleza del
hombre.
1892 "El principio, el sujeto y el fin de todas las instituciones
sociales es y debe ser la persona humana" (GS 25,1).
1893 Es preciso promover una amplia y libre participación
en asociaciones e instituciones.
1894 Según el principio de subsidiaridad, ni el
Estado ni ninguna sociedad más amplia deben suplantar la iniciativa
y la responsabilidad de las personas y de las corporaciones intermedias.
1895 La sociedad debe favorecer el ejercicio de las virtudes,
no ser obstáculo para ellas. Debe inspirarse en una justa jerarquía
de valores.
1896 Donde el pecado pervierte el clima social es preciso
apelar a la conversión de los corazones y a la gracia de Dios. La
caridad empuja a reformas justas. No hay solución a la cuestión
social fuera del evangelio (cf CA 3).
Artículo 2
LA PARTICIPACION EN LA VIDA SOCIAL
I LA AUTORIDAD
1897 "Una sociedad
bien ordenada y fecunda requiere gobernantes, investidos de legítima
autoridad, que defiendan las instituciones y consagren, en la medida suficiente,
su actividad y sus desvelos al provecho común del país" (PT
46).
Se llama "autoridad" la cualidad en virtud de la cual
personas o instituciones dan leyes y órdenes a los hombres y esperan
la correspondiente obediencia.
1898 Toda comunidad humana necesita una autoridad que
la rija (cf León XIII, enc. "Inmortale Dei"; enc. "Diuturnum illud").
Esta tiene su fundamento en la naturaleza humana. Es necesaria para la unidad
de la sociedad. Su misión consiste en asegurar en cuanto sea posible
el bien común de la sociedad.
1899 La autoridad exigida por el orden moral emana de
Dios: "Sométanse todos a las autoridades constituidas, pues no hay
autoridad que no provenga de Dios, y las que existen, por Dios han sido constituidas.
De modo que, quien se opone a la autoridad, se rebela contra el orden divino,
y los rebeldes se atraerán sobre sí mismos la condenación"
(Rm 13,1-2; cf 1 P 2,13-17).
1900 El deber de obediencia impone a todos la obligación
de dar a la autoridad los honores que le son debidos, y de rodear de respeto
y, según su mérito, de gratitud y de benevolencia a las personas
que la ejercen.
La más antigua oración de la Iglesia por
la autoridad política tiene como autor a S. Clemente Romano:
"Concédeles, Señor, la salud, la paz,
la concordia, la estabilidad, para que ejerzan sin tropiezo la soberanía
que tú les has entregado. Eres tú, Señor, rey celestial
de los siglos, quien da a los hijos de los hombres gloria, honor y poder
sobre las cosas de la tierra. Dirige, Señor, su consejo según
lo que es bueno, según lo que es agradable a tus ojos, para que ejerciendo
con piedad, en la paz y la mansedumbre, el poder que les has dado, te encuentren
propicio" (S. Clemente Romano, Cor. 61,1-2).
1901 Si la autoridad responde a un orden fijado por Dios,
"la determinación del régimen y la designación de los
gobernantes han de dejarse a la libre voluntad de los ciudadanos" (GS 74,3).
La diversidad de los regímenes políticos
es moralmente admisible con tal que promuevan el bien legítimo de
la comunidad que los adopta. Los regímenes cuya naturaleza es contraria
a la ley natural, al orden público y a los derechos fundamentales
de las personas, no pueden realizar el bien común de las naciones
a las que se han impuesto.
1902 La autoridad no saca de sí misma su legitimidad
moral. No debe comportarse de manera despótica, sino actuar para
el bien común como una "fuerza moral, que se basa en la libertad
y en la conciencia de la tarea y obligaciones que ha recibido" (GS 74,2).
La legislación humana sólo posee carácter
de ley cuando se conforma a la justa razón; lo cual dice que recibe
su vigor de la ley eterna. En la medida en que ella se apartase de la razón,
sería preciso declararla injusta, pues no verificaría la noción
de ley; sería más bien una forma de violencia (S. Tomás
de Aquino, s.th. 1-2, 93, 3 ad 2).
1903 La autoridad sólo se ejerce legítimamente
si busca el bien común del grupo considerado y si, para alcanzarlo,
emplea medios moralmente lícitos. Si los dirigentes proclamasen leyes
injustas o tomasen medidas contrarias al orden moral, estas disposiciones
no pueden obligar en conciencia. "En semejante situación, la propia
autoridad se desmorona por completo y se origina una iniquidad espantosa"
(PT 51).
1904 "Es preferible que un poder esté equilibrado
por otros poderes y otras esferas de competencia que lo mantengan en su
justo límite. Es este el principio del `Estado de derecho' en el
cual es soberana la ley y no la voluntad arbitraria de los hombres" (CA
44).
II EL BIEN COMUN
1905 Conforme a
la naturaleza social del hombre, el bien de cada uno está necesariamente
relacionado con el bien común. Este sólo puede ser definido
con referencia a la persona humana:
No viváis aislados, cerrados en vosotros mismos,
como si estuvieseis ya justificados sino reuníos para buscar juntos
lo que constituye el interés común (Bernabé, ep. 4,10).
1906 Por bien común, es preciso entender "el conjunto
de aquellas condiciones de la vida social que permiten a los grupos y a
cada uno de sus miembros conseguir más plena y fácilmente
su propia perfección" (GS 26,1; cf GS 74,1). El bien común
afecta a la vida de todos. Exige la prudencia por parte de cada uno, y más
aún por la de aquellos que ejercen la autoridad. Comporta tres elementos
esenciales:
1907 Supone, en primer lugar, el respeto a la persona
en cuanto tal. En nombre del bien común, las autoridades están
obligadas a respetar los derechos fundamentales e inalienables de la persona
humana. La sociedad debe permitir a cada uno de sus miembros realizar su
vocación. En particular, el bien común reside en las condiciones
de ejercicio de las libertades naturales que son indispensables para el desarrollo
de la vocación humana: "derecho a...actuar de acuerdo con la recta
norma de su conciencia, a la protección de la vida privada y a la
justa libertad, también en materia religiosa" (GS 26,2).
1908 En segundo lugar, el bien común exige el
bienestar social y el desarrollo del grupo mismo. El desarrollo es el resumen
de todos los deberes sociales. Ciertamente corresponde a la autoridad decidir,
en nombre del bien común, entre los diversos intereses particulares;
pero debe facilitar a cada uno lo que necesita para llevar una vida verdaderamente
humana: alimento, vestido, salud, trabajo, educación y cultura, información
adecuada, derecho de fundar una familia, etc. (cf. GS 26,2).
1909 El bien común implica, finalmente, la paz,
es decir, la estabilidad y la seguridad de un orden justo. Supone, por tanto,
que la autoridad asegura, por medios honestos, la seguridad de la
sociedad y la de sus miembros, y fundamenta el derecho a la legítima
defensa individual y colectiva.
1910 Si toda comunidad humana posee un bien común
que la configura en cuanto tal, la realización más completa
de este bien común se verifica en la comunidad política. Corresponde
al Estado defender y promover el bien común de la sociedad civil,
de los ciudadanos y de las corporaciones intermedias.
1911 Las dependencias humanas se intensifican. Se extienden
poco a poco a la tierra entera. La unidad de la familia humana que agrupa
a seres que poseen una misma dignidad natural, implica un bien común
universal. Este requiere una organización de la comunidad de naciones
capaz de "proveer a las diferentes necesidades de los hombres, tanto en
los campos de la vida social a los que pertenecen la alimentación,
la sanidad, la educación...como no pocas situaciones particulares
que pueden surgir en algunas partes, como son...socorrer en sus sufrimientos
a los prófugos dispersos por todo el mundo o de ayudar a los emigrantes
y a sus familias" (GS 84,2)
1912 El bien común está siempre orientado
hacia el progreso de las personas: "El orden social y su progreso deben
subordinarse al bien de las personas...y no al contrario" (GS 26,3). Este
orden tiene por base la verdad, se edifica en la justicia, es vivificado
por el amor.
III RESPONSABILIDAD Y PARTICIPACION
1913 La participación
es el compromiso voluntario y generoso de la persona en las tareas sociales.
Es necesario que todos participen, cada uno según el lugar que ocupa
y el papel que desempeña, en promover el bien común. Este
deber es inherente a la dignidad de la persona humana.
1914 La participación se realiza primero en la
dedicación a campos cuya responsabilidad personal se asume: por la
atención prestada a la educación de su familia, por la conciencia
en su trabajo, el hombre participa en el bien de los otros y de la sociedad
(cf CA 43).
1915 Los ciudadanos deben cuanto sea posible tomar parte
activa en la vida pública. Las modalidades de esta participación
pueden variar de un país a otro o de una cultura a otra. "Es de alabar
la conducta de las naciones en las que la mayor parte posible de los ciudadanos
participa con verdadera libertad en la vida pública" (GS 31,3).
1916 La participación de todos en la promoción
del bien común implica, como todo deber ético, una conversión,
renovada sin cesar, de los miembros de la sociedad. El fraude y otros subterfugios
mediante los cuales algunos escapan a la obligación de la ley y a
las prescripciones del deber social deben ser firmemente condenados por incompatibles
con las exigencias de la justicia. Es preciso ocuparse del desarrollo de
instituciones que mejoran las condiciones de la vida humana (cf GS 30,1).
1917 Corresponde a los que ejercen la autoridad reafirmar
los valores que engendran confianza en los miembros del grupo y los estimulan
a ponerse al servicio de sus semejantes. La participación comienza
por la educación y la cultura. "Podemos pensar, con razón,
que la suerte futura de la humanidad está en manos de aquellos que
sean capaces de transmitir a las generaciones venideras razones para vivir
y para esperar" (GS 31,3).
RESUMEN
1918 "No hay autoridad
que no provenga de Dios, y las que existen, por Dios han sido constituidas"
(Rm 13,1).
1919 Toda comunidad humana necesita una autoridad para
mantenerse y desarrollarse.
1920 "La comunidad política y la autoridad pública
se fundan en la naturaleza humana y por ello pertenecen
al orden querido por Dios" (GS 74,3).
1921 La autoridad se ejerce de manera legítima
si se aplica a la prosecución del bien común de la sociedad.
Para alcanzarlo debe emplear medios moralmente lícitos.
1922 La diversidad de regímenes políticos
es legítima, con tal que promuevan el bien de la comunidad.
1923 La autoridad política debe actuar en los
límites del orden moral y garantizar las condiciones del ejercicio
de la libertad.
1924 El bien común comprende "el conjunto de aquellas
condiciones de la vida social que permiten a los grupos y a cada uno de
sus miembros conseguir más plena y fácilmente su propia perfección"
(GS 26,1).
1925 El bien común comporta tres elementos esenciales:
el respeto y la promoción de los derechos fundamentales de la persona;
la prosperidad o el desarrollo de los bienes espirituales y temporales de
la sociedad; la paz y la seguridad del grupo y de sus miembros.
1926 La dignidad de la persona humana implica la búsqueda
del bien común. Cada uno debe preocuparse por suscitar y sostener
instituciones que mejoren las condiciones de la vida humana.
1927 Corresponde al Estado defender y promover el bien
común de la sociedad civil. El bien común de toda la familia
humana requiere una organización de la sociedad internacional.
Artículo 3 LA JUSTICIA SOCIAL
1928 La sociedad
asegura la justicia social cuando realiza las condiciones que permiten a
las asociaciones y a cada uno conseguir lo que les es debido según
su naturaleza y su vocación. La justicia social está ligada
al bien común y al ejercicio de la autoridad.
I EL RESPETO DE LA PERSONA HUMANA
1929 La justicia
social sólo puede ser conseguida en el respeto de la dignidad transcendente
del hombre. La persona representa el fin último de la sociedad, que
le está ordenada:
La defensa y la promoción de la dignidad humana
"nos han sido confiadas por el Creador, y de las que son rigurosa y responsablemente
deudores los hombres y mujeres en cada coyuntura de la historia" (SRS 47).
1930 El respeto de la persona humana implica el de los
derechos que se derivan de su dignidad de criatura. Estos derechos son anteriores
a la sociedad y se imponen a ella. Fundan la legitimidad moral de toda autoridad:
menospreciándolos o negándose a reconocerlos en su legislación
positiva, una sociedad mina su propia legitimidad moral (cf PT 65). Sin
este respeto, una autoridad sólo puede apoyarse en la fuerza o en
la violencia para obtener la obediencia de sus súbditos. Corresponde
a la Iglesia recordar estos derechos a los hombres de buena voluntad y distinguirlos
de reivindicaciones abusivas o falsas.
1931 El respeto a la persona humana pasa por el respeto
del principio: "que cada uno, sin ninguna excepción, debe considerar
al prójimo como 'otro yo', cuidando, en primer lugar, de su vida
y de los medios necesarios para vivirla dignamente" (GS 27,1). Ninguna legislación
podría por sí misma hacer desaparecer los temores, los prejuicios,
las actitudes de soberbia y de egoísmo que obstaculizan el establecimiento
de sociedades verdaderamente fraternas. Estos comportamientos sólo
cesan con la caridad que ve en cada hombre un "prójimo", un hermano.
1932 El deber de hacerse prójimo de otro y de
servirle activamente se hace más acuciante todavía cuando
éste está más necesitado en cualquier sector de la
vida humana. "Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más
pequeños, a mí me lo hicisteis" (Mt 25,40).
1933 Este deber se extiende a los que no piensan ni actúan
como nosotros. La enseñanza de Cristo exige incluso el perdón
de las ofensas. Extiende el mandamiento del amor que es el de la nueva ley
a todos los enemigos (cf Mt 5,43-44). La liberación en el espíritu
del evangelio es incompatible con el odio al enemigo en cuanto persona,
pero no con el odio al mal que hace en cuanto enemigo.
II IGUALDAD Y DIFERENCIAS ENTRE LOS HOMBRES
1934 Creados a imagen
del Dios único, dotados de una misma alma racional, todos los hombres
poseen una misma naturaleza y un mismo origen. Rescatados por el sacrificio
de Cristo, todos son llamados a participar en la misma bienaventuranza divina:
todos gozan por tanto de una misma dignidad.
1935 La igualdad entre los hombres se deriva esencialmente
de su dignidad personal y de los derechos que dimanan de ella:
Hay que superar y eliminar, como contraria al plan de
Dios, toda forma de discriminación en los derechos fundamentales
de la persona, ya sea social o cultural, por motivos de sexo, raza, color,
condición social, lengua o religión. (GS 29,2).
1936 Al venir al mundo, el hombre no dispone de todo
lo que es necesario para el desarrollo de su vida corporal y espiritual.
Necesita de los demás. Ciertamente hay diferencias entre los hombres
por lo que se refiere a la edad, a las capacidades físicas, a las
aptitudes intelectuales o morales, a las circunstancias de que cada uno
se pudo beneficiar, a la distribución de las riquezas (cf GS 29,2).
Los "talentos" no están distribuidos por igual (cf Mt 25,14-30; Lc
19,11-27).
1937 Estas diferencias pertenecen al plan de Dios, que
quiere que cada uno reciba de otro aquello que necesita, y que quienes disponen
de "talentos" particulares comuniquen sus beneficios a los que los necesiten.
Las diferencias alientan y con frecuencia obligan a las personas a la magnanimidad,
a la benevolencia y a la comunicación. Incitan a las culturas a enriquecerse
unas a otras:
Yo no doy todas las virtudes por igual a cada uno...hay
muchos a los que distribuyo de tal manera, esto a uno aquello a otro...A
uno la caridad, a otro la justicia, a éste la humildad, a aquél
una fe viva...En cuanto a los bienes temporales las cosas necesarias para
la vida humana las he distribuido con la mayor desigualdad, y no he querido
que cada uno posea todo lo que le era necesario para que los hombres tengan
así ocasión, por necesidad, de practicar la caridad unos con
otros...He querido que unos necesitasen de otros y que fuesen mis servidores
para la distribución de las gracias y de las liberalidades que han
recibido de mí (S. Catalina de Siena, Dial. 1,7).
1938 Existen también desigualdades escandalosas
que afectan a millones de hombres y mujeres. Están en abierta contradicción
con el evangelio:
La igual dignidad de las personas exige que se llegue
a una situación de vida más humana y más justa. Pues
las excesivas desigualdades económicas y sociales entre los miembros
o los pueblos de una única familia humana resultan escandalosas y
se oponen a la justicia social, a la equidad, a la dignidad de la persona
humana y también a la paz social e internacional (GS 29,3).
III LA SOLIDARIDAD HUMANA
1939 El principio
de solidaridad, enunciado también con el nombre de "amistad" o "caridad
social", es una exigencia directa de la fraternidad humana y cristiana (cf
SRS 38-40; CA 10):
Un error, "hoy ampliamente extendido, es el olvido de
esta ley de solidaridad humana y de caridad, dictada e impuesta tanto por
la comunidad de origen y la igualdad de la naturaleza racional en todos
los hombres, cualquiera que sea el pueblo a que pertenezca, como por el
sacrificio de redención ofrecido por Jesucristo en el altar de la
cruz a su Padre del cielo, en favor de la humanidad pecadora" (Pío
XII, enc. "Summi pontificatus").
1940 La solidaridad se manifiesta en primer lugar en
la distribución de bienes y la remuneración del trabajo. Supone
también el esfuerzo en favor de un orden social más justo
en el que las tensiones puedan ser mejor resueltas, y donde los conflictos
encuentren más fácilmente su salida negociada.
1941 Los problemas socio-económicos sólo
pueden ser resueltos con la ayuda de todas las formas de solidaridad: solidaridad
de los pobres entre sí, de los ricos y los pobres, de los trabajadores
entre sí, de los empresarios y los empleados, solidaridad entre las
naciones y entre los pueblos. La solidaridad internacional es una exigencia
del orden moral. En buena medida, la paz del mundo depende de ella.
1942 La virtud de la solidaridad va más allá
de los bienes materiales. Difundiendo los bienes espirituales de la fe,
la Iglesia ha favorecido a la vez el desarrollo de los bienes temporales,
al cual con frecuencia ha abierto vías nuevas. Así se han
verificado a lo largo de los siglos las palabras del Señor: "Buscad
primero su Reino y su justicia, y todas esas cosas se os darán por
añadidura" (Mt 6,33):
Desde hace dos mil años vive y persevera en el
alma de la Iglesia ese sentimiento que ha impulsado e impulsa todavía
a las almas hasta el heroísmo caritativo de los monjes agricultores,
de los libertadores de esclavos, de los que atienden enfermos, de los mensajeros
de fe, de civilización, de ciencia, a todas las generaciones y a
todos los pueblos con el fin de crear condiciones sociales capaces de hacer
posible a todos una vida digna del hombre y del cristiano (Pío XII,
discurso de 1 Junio 1941).
RESUMEN
1943 La sociedad
asegura la justicia social procurando las condiciones que permitan a las
asociaciones y a los individuos obtener lo que les es debido.
1944 El respeto de la persona humana considera al prójimo
como "otro yo". Supone el respeto de los derechos fundamentales que se derivan
de la dignidad intrínseca de la persona.
1945 La igualdad entre los hombres depende de su dignidad
personal y de los derechos que de ella se derivan.
1946 Las diferencias entre las personas obedecen al plan
de Dios que quiere que nos necesitemos los unos a los otros. Deben alentar
la caridad.
1947 La igual dignidad de las personas humanas exige
el esfuerzo para reducir las desigualdades sociales y económicas
excesivas. Mueve a la desaparición de las desigualdades injustas.
1948 La solidaridad es una virtud eminentemente cristiana.
Es ejercicio de la comunicación de bienes espirituales aún
más que comunicación de bienes materiales.
CAPITULO TERCERO: LA SALVACION DE DIOS: LA LEY Y LA GRACIA
1949. El hombre,
llamado a la bienaventuranza, pero herido por el pecado, necesita la salvación
de Dios. La ayuda divina le viene en Cristo por la ley que le dirige y en
la gracia que le sostiene:
Trabajad con temor y temblor por vuestra salvación,
pues Dios es quien obra en vosotros el querer y el obrar como bien parece
(Flp 2,12-23).
Artículo 1
LA LEY MORAL
1950 La ley moral
es obra de la Sabiduría divina. Se la puede definir, en el sentido
bíblico, como una instrucción paternal, una pedagogía
de Dios. Prescribe al hombre los caminos, las reglas de conducta que llevan
a la bienaventuranza prometida; proscribe los caminos del mal que apartan
de Dios y de su amor. Es a la vez firme en sus preceptos y amable en sus
promesas.
1951 La ley es una regla de conducta proclamada por la
autoridad competente para el bien común. La ley moral supone el orden
racional establecido entre las criaturas, para su bien y con miras a su
fin, por el poder, la sabiduría y la bondad del Creador. Toda ley
tiene en la ley eterna su verdad primera y última. La ley es declarada
y establecida por la razón como una participación en la providencia
del Dios vivo, Creador y Redentor de todos. "Esta ordenación de la
razón es lo que se llama la ley" (León XIII, enc. "Libertas
praestantissimum" citando a S. Tomás de Aquino, s. th. 1-2, 90,1):
El hombre es el único entre todos los seres animados
que puede gloriarse de haber sido digno de recibir de Dios una ley: Animal
dotado de razón, capaz de comprender y de discernir, regular su conducta
disponiendo de su libertad y de su razón, en la sumisión al
que le ha entregado todo (Tertuliano, Marc. 2,4).
1952 Las expresiones de la ley moral son diversas, y
todas están coordinadas entre sí: La ley eterna, fuente en
Dios de todas las leyes; la ley natural; la ley revelada, que comprende
la Ley antigua y la Ley nueva o evangélica; finalmente, las leyes
civiles y eclesiásticas.
1953 La ley moral tiene en Cristo su plenitud y su unidad.
Jesucristo es en persona el camino de la perfección. Es el fin de
la Ley, porque sólo él enseña y da la justicia de Dios:
"Porque el fin de la ley es Cristo para justificación de todo creyente"
(Rm 10,4).
I LA LEY MORAL NATURAL
1954 El hombre participa
de la sabiduría y la bondad del Creador que le confiere el dominio
de sus actos y la capacidad de gobernarse con miras a la verdad y al bien.
La ley natural expresa el sentido moral original que permite al hombre discernir
mediante la razón lo que son el bien y el mal, la verdad y la mentira:
La ley natural está escrito y grabada en el alma
de todos y cada uno de los hombres porque es la razón humana que
ordena hacer el bien y prohibe pecar...Pero esta prescripción de
la razón humana no podría tener fuerza de ley si no fuese
la voz y el intérprete de una razón más alta a la que
nuestro espíritu y nuestra libertad deben estar sometidos (León
XIII, enc. "Libertas praestantissimum").
1955 La ley "divina y natural" (GS 89,1), muestra al
hombre el camino que debe seguir para practicar el bien y alcanzar su fin.
La ley natural contiene los preceptos primeros y esenciales que rigen la
vida moral. Tiene por raíz la aspiración y la sumisión
a Dios, fuente y juez de todo bien, así como el sentido del prójimo
como igual a sí mismo. Está expuesta, en sus principales preceptos,
en el Decálogo. Esta ley se llama natural no por referencia a la
naturaleza de los seres irracionales, sino porque la razón que la
proclama pertenece propiamente a la naturaleza humana:
¿Dónde, pues, están inscritas estas
normas sino en el libro de esa luz que se llama la Verdad? Allí está
escrita toda ley justa, de allí pasa al corazón del hombre
que cumple la justicia; no que ella emigre a él, sino que en él
pone su impronta a la manera de un sello que de un anillo pasa a la cera,
pero sin dejar el anillo (S. Agustín, Trin. 14,15,21).
La ley natural no es otra cosa que la luz de la inteligencia
puesta en nosotros por Dios; por ella conocemos lo que es preciso hacer
y lo que es preciso evitar. Esta luz o esta ley, Dios la ha dado a la creación
(S. Tomás de Aquino, dec. praec. 1)
1956 La ley natural, presente en el corazón de
todo hombre y establecida por la razón, es universal en sus preceptos,
y su autoridad se extiende a todos los hombres. Expresa la dignidad de la
persona y determina la base de sus derechos y sus deberes fundamentales:
Existe ciertamente una verdadera ley: la recta razón.
Es conforme a la naturaleza, extendida a todos los hombres; es inmutable
y eterna; sus órdenes imponen deber; sus prohibiciones apartan de
la falta...Es un sacrilegio sustituirla por una ley contraria; Está
prohibido dejar de aplicar una sola de sus disposiciones; en cuanto a abrogarla
enteramente, nadie tiene la posibilidad de ello (Cicerón, rep. 3,
22,33).
1957 La aplicación de la ley natural varía
mucho; puede exigir una reflexión adaptada a la multiplicidad de
las condiciones de vida según los lugares, las épocas, y las
circunstancias. Sin embargo, en la diversidad de culturas, la ley natural
permanece como una norma que une entre sí a los hombres y les impone,
por encima de las diferencias inevitables, principios comunes.
1958 La ley natural es inmutable (cf GS 10) y permanente
a través de las variaciones de la historia; subsiste bajo el flujo
de ideas y costumbres y sostiene su progreso. Las normas que la expresan
permanecen sustancialmente valederas. Incluso cuando se llega a rechazar
sus principios, no se la puede destruir ni arrancar del corazón del
hombre. Resurge siempre en la vida de individuos y sociedades:
El robo está ciertamente sancionado por tu ley,
Señor, y por la ley que está escrita en el corazón
del hombre, y que la misma iniquidad no puede borrar (S. Agustín,
conf. 2,4,9).
1959 La ley natural, obra maravillosa del Creador, proporciona
los fundamentos sólidos sobre los que el hombre puede construir el
edificio de las normas morales que guían sus decisiones. Establece
también la base moral indispensable para la edificación de
la comunidad de los hombres. Finalmente proporciona la base necesaria a la
ley civil que se adhiere a ella, bien mediante una reflexión que extrae
las conclusiones de sus principios, bien mediante adiciones de naturaleza
positiva y jurídica.
1960 Los preceptos de la ley natural no son percibidos
por todos de una manera clara e inmediata. En la situación actual,
la gracia y la revelación son necesarias al hombre pecador para que
las verdades religiosas y morales puedan ser conocidas "de todos y sin dificultad,
con una firme certeza y sin mezcla de error" (Pío XII, enc. "Humani
generis": DS 3876). La ley natural proporciona a la Ley revelada y a la
gracia un cimiento preparado por Dios y otorgado a la obra del Espíritu.
II LA LEY ANTIGUA
1961 Dios, nuestro
Creador y Redentor, eligió a Israel como su pueblo y le reveló
su Ley, preparando así la venida de Cristo. La Ley de Moisés
contiene muchas verdades naturalmente accesibles a la razón. Estas
están declaradas y autentificadas en el interior de la Alianza de
la salvación.
1962 La Ley antigua es el primer estado de la Ley revelada.
Sus prescripciones morales están resumidas en los Diez mandamientos.
Los preceptos del Decálogo establecen los fundamentos de la vocación
del hombre, formado a imagen de Dios. Prohiben lo que es contrario al amor
de Dios y del prójimo, y prescriben lo que le es esencial. El Decálogo
es una luz ofrecida a la conciencia de todo hombre para manifestarle la
llamada y los caminos de Dios, y para protegerle contra el mal:
Dios escribió en las tablas de la ley lo que
los hombres no leían en sus corazones (S. Agustín, Sal. 57,1).
1963 Según la tradición cristiana, la Ley
santa (cf. Rm 7,12), espiritual (cf Rm 7,14) y buena (cf Rm 7,16) es todavía
imperfecta. Como un pedagogo (cf Gal 3,24) muestra lo que es preciso hacer,
pero no da de suyo la fuerza, la gracia del Espíritu para cumplirlo.
A causa del pecado, que ella no puede quitar, no deja de ser una ley de
servidumbre. Según S. Pablo tiene por función principal denunciar
y manifestar el pecado, que forma una "ley de concupiscencia" (cf Rm 7)
en el corazón del hombre. No obstante, la Ley constituye la primera
etapa en el camino del Reino. Prepara y dispone al pueblo elegido y a cada
cristiano a la conversión y a la fe en el Dios Salvador. Proporciona
una enseñanza que subsiste para siempre, como la Palabra de Dios.
1964 La Ley antigua es una preparación para el
Evangelio. "La ley es profecía y pedagogía de las realidades
venideras" (S. Ireneo, haer. 4, 15, 1). Profetiza y presagia la obra de liberación
del pecado que se realizará con Cristo; suministra al Nuevo Testamento
las imágenes los "tipos", los símbolos para expresar la vida
según el Espíritu. La Ley se completa mediante la enseñanza
de los libros sapienciales y de los profetas, que la orientan hacia la Nueva
Alianza y el Reino de los Cielos.
Hubo..., bajo el régimen de la antigua alianza,
gentes que poseían la caridad y la gracia del Espíritu Santo
y aspiraban ante todo a las promesas espirituales y eternas, en lo cual
se adherían a la ley nueva. Y al contrario, existen, en la nueva
alianza, hombres carnales, alejados todavía de la perfección
de la ley nueva: para incitarlos a las obras virtuosas, el temor del castigo
y ciertas promesas temporales han sido necesarias, incluso bajo la nueva
alianza. En todo caso, aunque la ley antigua prescribía la caridad,
no daba el Espíritu Santo, por el cual "la caridad es difundida en
nuestros corazones" (Rm 5,5) (S. Tomás de Aquino, s. th. 1-2, 107,1
ad 2).
III LA LEY NUEVA O LEY EVANGELICA
1965 La ley nueva
o Ley evangélica es la perfección aquí abajo de la
ley divina, natural y revelada. Es obra de Cristo y se expresa particularmente
en el Sermón de la montaña. Es también obra del Espíritu
Santo, y por él viene a ser la ley interior de la caridad: "Concertaré
con la casa de Israel una alianza nueva...pondré mis leyes en su
mente, en sus corazones las grabaré; y yo seré su Dios y ellos
serán mi pueblo" (Hb 8,8-10; cf Jr 31,31-34).
1966 La ley nueva es la gracia del Espíritu Santo
dada a los fieles mediante la fe en Cristo. Obra por la caridad, utiliza
el Sermón del Señor para enseñarnos lo que hay que hacer,
y los sacramentos para comunicarnos la gracia de hacerlo:
El que quiera meditar con piedad y perspicacia el Sermón
que nuestro Señor pronunció en la montaña, según
lo leemos en el Evangelio de S. Mateo, encontrará en él sin
duda alguna la carta perfecta de la vida cristiana...Este Sermón
contiene todos los preceptos propios para guiar la vida cristiana (S. Agustín,
serm. Dom. 1,1):
1967 La Ley evangélica "da cumplimiento" (cf Mt
5,17-19), purifica, supera, y lleva a su perfección la Ley antigua.
En las "Bienaventuranzas" da cumplimiento a las promesas divinas elevándolas
y ordenándolas al "Reino de los Cielos". Se dirige a los que están
dispuestos a acoger con fe esta esperanza nueva: los pobres, los humildes,
los afligidos, los limpios de corazón, los perseguidos a causa de
Cristo, trazando así los caminos sorprendentes del Reino.
1968 La Ley evangélica lleva a plenitud los mandamientos
de la Ley. El Sermón del monte, lejos de abolir o devaluar las prescripciones
morales de la Ley antigua, extrae de ella las virtualidades ocultas y hace
surgir de ella nuevas exigencias: revela toda su verdad divina y humana.
No añade preceptos exteriores nuevos, pero llega a reformar la raíz
de los actos, el corazón, donde el hombre elige entre lo puro y lo
impuro (cf Mt 15,18-19), donde se forman la fe, la esperanza y la caridad,
y con ellas las otras virtudes. El Evangelio conduce así la Ley a
su plenitud mediante la imitación de la perfección del Padre
celestial (cf Mt 5,48), mediante el perdón de los enemigos y la oración
por los perseguidores, según el modelo de la generosidad divina (cf
Mt 5,44).
1969 La Ley nueva practica los actos de la religión:
la limosna, la oración y el ayuno, ordenándolos al "Padre
que ve en lo secreto" por oposición al deseo "de ser visto por los
hombres" (cf Mt 6,1-6. 16-18). Su oración es el Padre Nuestro (Mt
6,9-13).
1970 La Ley evangélica entraña la elección
decisiva entre "los dos caminos" (cf Mt 7,13-14) y la práctica de
las palabras del Señor (cf Mt 7,21-27); está resumida en la
regla de oro: "Todo cuanto queráis que os hagan los hombres, hacédselo
también vosotros; porque esta es la Ley y los profetas" (Mt 7,12;
cf Lc 6,31).
Toda la Ley evangélica está contenida
en el "mandamiento nuevo" de Jesús (Jn 13,34): amarnos los unos a
los otros como él nos ha amado (cf Jn 15,12).
1971 Al Sermón del monte conviene añadir
la catequesis mora l de las enseñanzas apostólicas, como Rm
12-15; 1 Co 12-13; Col 3-4; Ef 4-5, etc. Esta doctrina trasmite la enseñanza
del Señor con la autoridad de los apóstoles, especialmente
exponiendo las virtudes que se derivan de la fe en Cristo y que anima la
caridad, el principal don del Espíritu Santo. "Vuestra caridad se
sin fingimiento...amándoos cordialmente los unos a los otros...con
la alegría de la esperanza; constantes en la tribulación; perseverantes
en la oración; compartiendo las necesidades de los santos; practicando
la hospitalidad" (Rm 12,9-13). Esta catequesis nos enseña también
a tratar los casos de conciencia a la luz de nuestra relación con
Cristo y con la Iglesia (cf Rm 14; 1 Co 5-10).
1972 La Ley nueva es llamada ley de amor, porque hace
obrar por el amor que infunde el Espíritu Santo más que por
el temor; ley de gracia, porque confiere la fuerza de la gracia para obrar
mediante la fe y los sacramentos; ley de libertad (cf St 1,25; 2,12), porque
nos libera de las observancias rituales y jurídicas de la Ley antigua,
nos inclina a obrar espontáneamente bajo el impulso de la caridad y
nos hace pasar de la condición del siervo "que ignora lo que hace su
señor", a la de amigo de Cristo, "porque todo lo que he oído
a mi Padre os lo he dado a conocer" (Jn 15,15), o también a la condición
de hijo heredero (cf Gál 4,1-7. 21-31; Rm 8,15).
1973 Más allá de los preceptos, la Ley
nueva contiene los consejos evangélicos. La distinción tradicional
entre mandamientos de Dios y consejos evangélicos se establece por
relación a la caridad, perfección de la vida cristiana. Los
preceptos están destinados a apartar loo que es incompatible con
la caridad. Los consejos tienen por fin apartar lo que, incluso sin serle
contrario, puede constituir un impedimento al desarrollo de la caridad (cf
S. Tomás de Aquino, s.th. 2-2, 184,3).
1974 Los consejos evangélicos manifiestan la plenitud
viva de una caridad que nunca se sacia. Atestiguan su fuerza y estimulan
nuestra prontitud espiritual. La perfección de la Ley nueva consiste
esencialmente en los preceptos del amor de Dios y del prójimo. Los
consejos indican vías más directas, medios más apropiados,
y han de practicarse según la vocación de cada uno:
(Dios) no quiere que cada uno observe todos los consejos,
sino solamente los que son convenientes según la diversidad de las
personas, los tiempos, las ocasiones, y las fuerzas, como la caridad lo
requiera. Porque es ésta la que, como reina de todas las virtudes,
de todos los mandamientos, de todos los consejos, y en suma de todas leyes
y de todas las acciones cristianas, la que da a todos y a todas rango, orden,
tiempo y valor (S. Francisco de Sales, amor 8,6).
RESUMEN
1975 Según
la Escritura, la ley es una instrucción paternal de Dios que prescribe
al hombre los caminos que llevan a la bienaventuranza prometida y proscribe
los caminos del mal.
1976 "La ley es una ordenación de la razón
al bien común, promulgada por el que está a cargo de la comunidad"
(S. Tomás de Aquino, s.th. 1-2, 90, 4).
1977 Cristo es el fin de la ley (cf Rm 10,4); sólo
él enseña y otorga la justicia de Dios.
1978 La ley natural es una participación en la
sabiduría y la bondad de Dios por parte del hombre, formado a imagen
de su Creador. Expresa la dignidad de la persona humana y constituye la base
de sus derechos y sus deberes fundamentales.
1979 La ley natural es inmutable, permanente a través
de la historia. Las normas que la expresan son siempre sustancialmente válidas.
Es una base necesaria para la edificación de las normas morales y
la ley civil.
1980 La Ley antigua es la primera etapa de la Ley revelada.
Sus prescripciones morales se resumen en los Diez mandamientos.
1981 La Ley de Moisés contiene muchas verdades
naturalmente accesibles a la razón. Dios las ha revelado porque los
hombres no las leían en su corazón.
1982 La Ley antigua es una preparación para el
Evangelio.
1983 La Ley nueva es la gracia del Espíritu Santo
recibida mediante la fe en Cristo, que opera por la caridad. Se expresa
especialmente en el Sermón del Señor en la montaña
y utiliza los sacramentos para comunicarnos la gracia.
1984 La Ley evangélica cumple, supera y lleva
a su perfección la Ley antigua: sus promesas mediante las bienaventuranzas
del Reino de los cielos, sus mandamientos, reformando la raíz de
los actos, el cor azón.
1985 La Ley nueva es una ley de amor, una ley de gracia,
una ley de libertad.
1986 Más allá de sus preceptos, la Ley
nueva comprende los consejos evangélicos. "La santidad de la Iglesia
también se fomenta de manera especial con los múltiples consejos
que el Señor propone en el Evangelio a sus discípulos para
que los practiquen" (LG 42).
Artículo 2
GRACIA Y JUSTIFICACION
I LA JUSTIFICACION
1987 La gracia del
Espíritu Santo tiene el poder de santificarnos, es decir, de lavarnos
de nuestros pecados y comunicarnos "la justicia de Dios por la fe en Jesucristo"
(Rm 3,22) y por el Bautismo (cf Rm 6,3-4):
Y si hemos muerto con Cristo, creemos que también
viviremos con él, sabiendo que Cristo, una vez resucitado de entre
los muertos, ya no muere más, y que la muerte no tiene ya señorío
sobre él. Su muerte fue un morir al pecado, de una vez para siempre;
mas su vida, es un vivir para Dios. Así también vosotros,
consideraos como muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús
(Rm 6, 8-11).
1988 Por el poder del Espíritu Santo participamos
en la Pasión de Cristo, muriendo al pecado, y en su Resurrección,
naciendo a una vida nueva; somos miembros de su Cuerpo que es la Iglesia
(cf 1 Co 12), sarmientos unidos a la Vid que es él mismo (cf Jn 15,1-4):
Por el Espíritu Santo participamos de Dios. Por
la participación del Espíritu venimos a ser partícipes
de la naturaleza divina...Por eso, aquellos en quienes habita el Espíritu
están divinizados (S. Atanasio, ep. Serap. 1,24).
1989 La primera obra de la gracia del Espíritu
Santo es la conversión, que obra la justificación según
el anuncio de Jesús al comienzo del evangelio: "Convertíos porque
el Reino de los Cielos está cerca" (Mt 4,17). Movido por la gracia,
el hombre se vuelve a Dios y se aparta del pecado, acogiendo así el
perdón y la justicia de lo alto. "La justificación entraña,
por tanto, el perdón de los pecados, la santificación y la
renovación del hombre interior (Cc. de Trento: DS 1528).
1990 La justificación separa al hombre del pecado
que contradice al amor de Dios, y purifica su corazón. La justificación
sigue a la iniciativa de la misericordia de Dios que ofrece el perdón.
Reconcilia al hombre con Dios, libera de la servidumbre del pecado y cura.
1991 La justificación es al mismo tiempo la acogida
de la justicia de Dios por la fe en Jesucristo. La justicia designa aquí
la rectitud del amor divino. Con la justificación son difundidas
en nuestros corazones la fe, la esperanza y la caridad, y nos es concedida
la obediencia a la voluntad divina.
1992 La justificación nos fue merecida por la
pasión de Cristo, que se ofreció en la cruz como hostia viva,
santa y agradable a Dios y cuya sangre vino a ser instrumento de propiciación
por los pecados de todos los hombres. La justificación es concedida
por el bautismo, sacramento de la fe. Nos conforma a la justicia de Dios
que nos hace interiormente justos por el poder de su misericordia. Tiene
por fin la gloria de Dios y de Cristo, y el don de la vida eterna (cf Cc.
de Trento: DS 1529):
Pero ahora, independientemente de la ley, la justicia
de Dios se ha manifestado, atestiguada por la ley y los profetas, justicia
de Dios por la fe en Jesucristo, para todos los que creen -pues no hay diferencia
alguna; todos pecaron y están privados de la gloria de Dios- y son
justificados por el don de su gracia, en virtud de la redención realizada
en Cristo Jesús, a quien Dios exhibió como instrumento de
propiciación por su propia sangre, mediante la fe, para mostrar su
justicia, pasando por alto los pecados cometidos anteriormente, en el tiempo
de la paciencia de Dios; en orden a mostrar su justicia en el tiempo presente,
para ser él justo y justificador del que cree en Jesús (Rm
3,21-26).
1993 La justificación establece la colaboración
entre la gracia de Dios y la libertad del hombre. Por parte del hombre se
expresa en el asentimiento de la fe a la Palabra de Dios que lo invita a
la conversión, y en la cooperación de la caridad al impulso
del Espíritu Santo que lo previene y lo guarda:
Cuando Dios toca el corazón del hombre mediante
la iluminación del Espíritu Santo, el hombre no está
sin hacer nada al recibir esta inspiración, que por otra parte puede
rechazar; y, sin embargo, sin la gracia de Dios, tampoco puede dirigirse,
por su voluntad libre, hacia la justicia delante de él (Cc. de Trento:
DS 1525).
1994 La justificación es la obra más excelente
del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús y concedido por el
Espíritu Santo. S. Agustín afirma que "la justificación
del impío es una obra más grande que la creación del
cielo y de la tierra", porque "el cielo y la tierra pasarán, mientras
la salvación y la justificación de los elegidos permanecerán"
(ev. Jo. 72,3). Dice incluso que la justificación de los pecadores
supera a la creación de los ángeles en la justicia porque
manifiesta una misericordia mayor.
1995 El Espíritu Santo es el maestro interior.
Haciendo nacer al "hombre interior" (Rm 7,22; Ef 3,16), la justificación
implica la santificación de todo el ser:
Si en otros tiempos ofrecisteis vuestros miembros como
esclavos a la impureza y al desorden hasta desordenaros, ofrecedlos igualmente
ahora a la justicia para la santidad...al presente, libres del pecado y
esclavos de Dios, fructificáis para la santidad; y el fin, la vida
eterna (Rm 6, 19.22).
II LA GRACIA
1996 Nuestra justificación
es obra de la gracia de Dios. La gracia es el favor, el auxilio gratuito
que Dios nos da para responder a su llamada, ser hijos de Dios (cf Jn 1,12-18),
hijos adoptivos (cf Rm 8, 14-17), partícipes de la naturaleza divina
(cf 2 P 1,3-4), de la vida eterna (cf Jn 17,3).
1997 La gracia es una participación en la vida
de Dios. Nos introduce en la intimidad de la vida trinitaria: por el Bautismo
el cristiano participa de la gracia de Cristo, Cabeza de su Cuerpo. Como
"hijo adoptivo" puede ahora llamar "Padre" a Dios, en unión con el
Hijo único. Recibe la vida del Espíritu que le infunde la caridad
y que forma la Iglesia.
1998 Esta vocación a la vida eterna es sobrenatural.
Depende enteramente de la iniciativa gratuita de Dios, porque sólo
él puede revelarse y darse a sí mismo. Sobrepasa las capacidades
de la inteligencia y las fuerzas de la voluntad humana, como de toda criatura
(1 Co 2,7-9).
1999 La gracia de Cristo es el don gratuito que Dios
nos hace de su vida infundida por el Espíritu Santo en nuestra alma
para curarla del pecado y santificarla: es la gracia santificante o deificante,
recibida en el Bautismo. Es en nosotros la fuente de la obra de santificación
(cf Jn 4,14; 7,38-39):
Por tanto, el que está en Cristo es una nueva
creación; pasó lo viejo, todo es nuevo. Y todo proviene de Dios,
que nos reconcilió consigo por Cristo (2 Co 5,17-18).
2000 La gracia santificante es un don habitual, una disposición
estable y sobrenatural que perfecciona al alma para hacerla capaz de vivir
con Dios, de obrar por su amor. Se debe distinguir entre la gracia habitual,
disposición permanente para vivir y obrar según la llamada
divina, y las gracias actuales, que designan las intervenciones divinas sea
en el origen de la conversión o en el curso de la obra de la santificación.
2001 La preparación del hombre para acoger la
gracia es ya una obra de la gracia. Esta es necesaria para suscitar y sostener
nuestra colaboración a la justificación mediante la fe y a
la santificación mediante la caridad. Dios acaba en nosotros lo que
él mismo comenzó, "porque él, por su operación,
comienza haciendo que nosotros queramos; acaba cooperando con nuestra
voluntad ya convertida" (S. Agustín, grat. 17):
Ciertamente nosotros trabajamos también, pero
no hacemos más que trabajar con Dios que trabaja. Porque su misericordia
se nos adelantó para que fuésemos curados; nos sigue todavía
para que, una vez curados, seamos vivificados; se nos adelanta para que
seamos llamados, nos sigue para que seamos glorificados; se nos adelanta
para que vivamos según la piedad, nos sigue para que vivamos por
siempre con Dios, pues sin él no podemos hacer nada (S. Agustín,
nat. et grat. 31).
2002 La libre iniciativa de Dios exige la libre respuesta
del hombre, porque Dios creó al hombre a su imagen concediéndole,
con la libertad, el poder de conocerle y amarle. El alma sólo libremente
entra en la comunión del amor. Dios toca inmediatamente y mueve directamente
el corazón del hombre. Puso en el hombre una aspiración a
la verdad y al bien que sólo él puede colmar. Las promesas
de la "vida eterna" responden, por encima de toda esperanza, a esta aspiración:
Si tú descansaste el día séptimo,
al término de todas tus obras muy buenas, fue para decirnos por la
voz de tu libro que al término de nuestras obras, "que son muy buenas"
por el hecho de que eres tú quien nos las ha dado, también
nosotros en el sábado de la vida eterna descansaremos en ti (S. Agustín,
conf. 13, 36, 51).
2003 La gracia es primera y principalmente el don del
Espíritu que nos justifica y nos santifica. Pero la gracia comprende
también los dones que el Espíritu Santo nos concede para asociarnos
a su obra, para hacernos capaces de colaborar a la salvación de los
otros y al crecimiento del Cuerpo de Cristo, la Iglesia. Estas son las gracias
sacramentales, dones propios de los distintos sacramentos. Son además
las gracias especiales, llamadas también "carismas", según el
término griego empleado por S. Pablo, y que significa favor, don gratuito,
beneficio (cf LG 12). Cualquiera que sea su carácter, a veces extraordinario,
como el don de milagros o de lenguas, los carismas están ordenados
a la gracia santificante y tienen por fin el bien común de la Iglesia.
Están al servicio de la caridad, que edifica la Iglesia (cf 1 Co 12).
2004 Entre las gracias especiales conviene mencionar
las gracias de estado, que acompañan el ejercicio de las responsabilidades
de la vida cristiana y de los ministerios en el seno de la Iglesia:
Teniendo dones diferentes, según la gracia que
nos ha sido dada, si es el don de profecía, ejerzámoslo en
la medida de nuestra fe; si es el ministerio, en el ministerio; la enseñanza,
enseñando; la exhortación, exhortando. El que da, con sencillez;
el que preside, con solicitud; el que ejerce la misericordia, con jovialidad
(Rm 12,6-8).
2005 Siendo de orden sobrenatural, la gracia escapa a
nuestra experiencia y sólo puede ser conocida por la fe. Por tanto,
no podemos fundarnos en nuestros sentimientos o nuestras obras para deducir
de ellos que estamos justificados y salvados (cf Cc. de Trento: DS 1533-34).
Sin embargo, según las palabras del Señor: "Por sus frutos los
conoceréis" (Mt 7,20), la consideración de los beneficios de
Dios en nuestra vida y en la vida de los santos nos ofrece una garantía
de que la gracia está actuando en nosotros y nos incita a una fe cada
vez mayor y a una actitud de pobreza confiada:
Una de las más bellas ilustraciones de esta actitud
se encuentra en la respuesta de Santa Juana de Arco a una pregunta capciosa
de sus jueces eclesiásticos: "Interrogada si sabía que estaba
en gracia en Dios, responde: `si no lo estoy, que Dios me quiera poner en
ella; si estoy, que Dios me quiera guardar en ella'" (Juana de Arco, proc.).
III EL MERITO
Manifiestas tu gloria en la asamblea de los santos,
y, al coronar sus méritos, coronas tu propia obra (MR, prefacio de
los santos, citando al "Doctor de la gracia", S. Agustín, Sal. 102,7).
2006 El término
"mérito" designa en general la retribución debida por parte
de una comunidad o una sociedad por la acción de uno de sus miembros,
experimentada como obra buena u obra mala, digna de recompensa o de sanción.
El mérito depende de la virtud de la justicia conforme al principio
de igualdad que la rige.
2007 Frente a Dios no hay, en el sentido de un derecho
estricto, mérito por parte del hombre. Entre él y nosotros,
la desigualdad no tiene medida, porque nosotros lo hemos recibido todo de
él, nuestro Creador.
2008 El mérito del hombre ante Dios en la vida
cristiana proviene de que Dios ha dispuesto libremente asociar al hombre a
la obra de su gracia. La acción paternal de Dios es lo primero, en
cuanto que él impulsa, y el libre obrar del hombre es lo segundo en
cuanto que éste colabora, de suerte que los méritos de las obras
buenas tengan que atribuirse a la gracia de Dios en primer lugar, y al fiel
en segundo lugar. Por otra parte el mérito del hombre recae también
en Dios, pues sus buenas acciones proceden, en Cristo, de las gracias prevenientes
y de los auxilios del Espíritu Santo.
2009 La adopción filial, haciéndonos partícipes
por la gracia de la naturaleza divina, puede conferirnos, según la
justicia gratuita de Dios, un verdadero mérito. Se trata de un derecho
por gracia, el pleno derecho del amor, que nos hace "coherederos" de Cristo
y dignos de obtener la "herencia prometida de la vida eterna" (Cc. de Trento:
DS 1546). Los méritos de nuestras buenas obras son dones de la bondad
divina (cf. Cc. de Trento: DS 1548). "La gracia ha precedido; ahora se da
lo que es debido...los méritos son dones de Dios" (S. Agustín,
serm. 298,4-5).
2010 Por pertenecer a Dios la iniciativa en el orden
de la gracia, nadie puede merecer la gracia primera, en el inicio de la
conversión, del perdón y de la justificación. Bajo
la moción del Espíritu Santo y de la caridad, podemos después
merecer en favor nuestro y de los demás gracias útiles para
nuestra santificación, para el crecimiento de la gracia y de la caridad,
y para la obtención de la vida eterna. Los mismos bienes temporales,
como la salud, la amistad, pueden ser merecidos según la sabiduría
de Dios. Estas gracias y estos bienes son objeto de la oración cristiana.
Esta remedia nuestra necesidad de la gracia para las acciones meritorias.
2011 La caridad de Cristo es en nosotros la fuente de
todos nuestros méritos ante Dios. La gracia, uniéndonos a Cristo
con un amor activo, asegura la cualidad sobrenatural de nuestros actos y
por consiguiente su mérito tanto ante Dios como ante los hombres.
Los santos han tenido siempre una conciencia viva de que sus méritos
eran pura gracia.
Tras el destierro en la tierra espero gozar de ti en
la Patria, pero no quiero amontonar méritos para el Cielo, quiero trabajar
sólo por vuestro amor...En el atardecer de esta vida compareceré
ante ti con las manos vacías, Señor, porque no te pido que
cuentes mis obras. Todas nuestras justicias tienen manchas a tus ojos. Por
eso, quiero revestirme de tu propia Justicia y recibir de tu Amor la posesión
eterna de ti mismo...(S. Teresa del Niño Jesús, ofr.).
IV LA SANTIDAD CRISTIANA
2012 "Sabemos que
en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman...a los
que de antemano conoció, también los predestinó a reproducir
la imagen de su Hijo, para que fuera él el primogénito entre
muchos hermanos; y a los que predestinó, a ésos también
los llamó; y a los que llamó, a ésos también
los justificó; a los que justificó, a )sos también
los glorificó" (Rm 8,28-30).
2013 "Todos los fieles, de cualquier estado o régimen
de vida, son llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección
de la caridad" (LG 40). Todos son llamados a la santidad: "Sed perfectos
como vuestro Padre celestial es perfecto" (Mt 5,48):
Para alcanzar esta perfección, los creyentes
han de emplear sus fuerzas, según la medida del don de Cristo, para
entregarse totalmente a la gloria de Dios y al servicio del prójimo.
Lo harán siguiendo las huellas de Cristo, haciéndose conformes
a su imagen, y siendo obedientes en todo a la voluntad del Padre. De esta
manera, la santidad del Pueblo de Dios producirá frutos abundantes,
como lo muestra claramente en la historia de la Iglesia la vida de los santos
(LG 40).
2014 El progreso espiritual tiende a la unión
cada vez más íntima con Cristo. Esta unión se llama
"mística", porque participa en el misterio de Cristo mediante los
sacramentos -"los santos misterios"- y, en él, en el misterio de la
Santa Trinidad. Dios nos llama a todos a esta unión íntima
con él, aunque gracias especiales o signos extraordinarios de esta
vida mística sean concedidos solamente a algunos para así manifestar
el don gratuito hecho a todos.
2015 El camino de la perfección pasa por la cruz.
No hay santidad sin renuncia y sin combate espiritual (cf 2 Tm 4). El progreso
espiritual implica la ascesis y la mortificación que conducen gradualmente
a vivir en la paz y el gozo de las bienaventuranzas:
El que asciende no cesa nunca de ir de comienzo en comienzo
mediante comienzos que no tienen fin. Jamás el que asciende deja
de desear lo que ya conoce (S. Gregorio de Nisa, hom. in Cant. 8).
2016 Los hijos de nuestra madre la Santa Iglesia esperan
justamente la gracia de la perseverancia final y de la recompensa de Dios,
su Padre, por las obras buenas realizadas con su gracia en comunión
con Jesús (cf Cc. de Trento: DS 1576). Siguiendo la misma norma de
vida, los creyentes comparten la "bienaventurada esperanza" de aquellos
a los que la misericordia divina congrega en la "Ciudad Santa, la nueva
Jerusalén, que baja del cielo, de junto a Dios, engalanada como una
novia ataviada para su esposo" (Ap 21,2).
RESUMEN
2017 La gracia del
Espíritu Santo nos confiere la justicia de Dios. Uniéndonos
por la fe y el Bautismo a la Pasión y a la Resurrección de
Cristo, el Espíritu nos hace participar en su vida.
2018 La justificación, como la conversión,
presenta dos aspectos. Bajo la moción de la gracia, el hombre se
vuelve a Dios y se aparta del pecado, acogiendo así el perdón
y la justicia de lo Alto.
2019 La justificación entraña la remisión
de los pecados, la santificación y la renovación del hombre
interior.
2020 La justificación nos fue merecida por la
Pasión de Cristo. Nos es concedida mediante el Bautismo. Nos conforma
con la justicia de Dios que nos hace justos. Tiene su fin en la gloria de
Dios y de Cristo y el don de la vida eterna. Es la obra más excelente
de la misericordia de Dios.
2021 La gracia es el auxilio que Dios nos da para responder
a nuestra vocación de llegar a ser sus hijos adoptivos. Nos introduce
en la intimidad de la vida trinitaria.
2022 La iniciativa divina en la obra de la gracia previene,
prepara y suscita la respuesta libre del hombre. La gracia responde a las
aspiraciones profundas de la libertad humana; llama al hombre a cooperar
con ella y la perfecciona.
2023 La gracia santificante es el don gratuito que Dios
nos hace de su vida, infundida por el Espíritu Santo en nuestra alma
para curarla del pecado y santificarla.
2024 La gracia santificante nos hace "agradables a Dios".
Los carismas, gracias especiales del Espíritu Santo, están
ordenados a la gracia santificante y tienen por fin el bien común
de la Iglesia. Dios actúa así mediante gracias actuales múltiples
que se distinguen de la gracia habitual, permanente en nosotros.
2025 El hombre no tiene, por sí mismo, mérito
ante Dios sino como consecuencia del libre designio divino de asociarlo
a la obra de su gracia. El mérito pertenece a la gracia de Dios en
primer lugar, y a la colaboración del hombre en segundo lugar. El
mérito del hombre recae en Dios.
2026 La gracia del Espíritu Santo, en virtud de
nuestra filiación adoptiva, puede conferirnos un verdadero mérito
según la justicia gratuita de Dios. La caridad es en nosotros la
fuente principal del mérito ante Dios.
2027 Nadie puede merecer la gracia primera que está
en el inicio de la conversión. Bajo la moción del Espíritu
Santo podemos merecer en favor nuestro y de los demás todas las gracias
útiles para llegar a la vida eterna, como también los necesarios
bienes temporales.
2028 "Todos los fieles...son llamados a la plenitud
de la vida cristiana y a la perfección de la caridad" (LG 40). "La
perfección cristiana sólo tiene un límite: el de no
tener límite" (S. Gregorio de Nisa, v. Mos.).
2029 "Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese
a sí mismo, tome su cruz y sígame" (Mt 16,24).
Artículo 3 LA IGLESIA, MADRE
Y EDUCADORA
2030 El cristiano realiza su vocación en la Iglesia,
en comunión con todos los bautizados. De la Iglesia recibe la Palabra
de Dios, que contiene las enseñanzas de la ley de Cristo (Gal 6,2).
De la Iglesia recibe la gracia de los sacramentos que le sostienen en el
camino. De la Iglesia aprende el ejemplo de la santidad; reconoce en la Bienaventurada
Virgen María la figura y la fuente de esa santidad; la discierne
en el testimonio auténtico de los que la viven; la descubre en la
tradición espiritual y en la larga historia de los santos que le
han precedido y que la liturgia celebra a lo largo del santoral.
2031 La vida moral es un culto espiritual. Ofrecemos
nuestros cuerpos "como una hostia viva, santa, agradable a Dios" (Rm 12,1)
en el seno del Cuerpo de Cristo que formamos y en comunión con la
ofrenda de su Eucaristía. En la liturgia y la celebración de
los sacramentos, plegaria y enseñanza se conjugan con la gracia de
Cristo para iluminar y alimentar el obrar cristiano. Como el conjunto de
la vida cristiana, la vida moral tiene su fuente y su cumbre en el sacrificio
eucarístico.
I VIDA MORAL Y MAGISTERIO DE LA IGLESIA
2032 La Iglesia,
"columna y fundamento de la verdad" (1 Tm 3,15), "recibió de los
apóstoles este solemne mandato de Cristo de anunciar la verdad que
nos salva" (LG 17). "Compete siempre y en todo lugar a la Iglesia proclamar
los principios morales, incluso los referentes al orden social, así
como dar su juicio sobre cualesquiera asuntos humanos, en la medida en que
lo exijan los derechos fundamentales de la persona humana o la salvación
de las almas" (CIC, can. 747,2).
2033 El magisterio de los pastores de la Iglesia en materia
moral se ejerce ordinariamente en la catequesis y en la predicación,
con la ayuda de las obras de los teólogos y de los autores espirituales.
Así se ha trasmitido de generación en generación, bajo
la dirección y vigilancia de los pastores, el "depósito" de
la moral cristiana, compuesto de un conjunto característico de normas,
de mandamientos y de virtudes que proceden de la fe en Cristo y están
vivificados por la caridad. Esta catequesis ha tomado tradicionalmente como
base, junto al Credo y el Padrenuestro, el Decálogo que enuncia los
principios de la vida moral válidos para todos los hombres.
2034 El romano pontífice y los obispos como "maestros
auténticos por estar dotados de la autoridad de Cristo... predican
al pueblo que tienen confiado la fe que hay que creer y que hay que llevar
a la práctica" (LG 25). El magisterio ordinario y universal del Papa
y de los obispos en comunión con él enseña a los fieles
la verdad que han de creer, la caridad que han de practicar, la bienaventuranza
que han de esperar.
2035 El grado supremo de la participación en la
autoridad de Cristo está asegurado por el carisma de la infalibilidad.
Esta se extiende a todo el depósito de la revelación divina
(cf LG 25); se extiende también a todos los elementos de doctrina,
comprendida la moral, sin los cuales las verdades salvíficas de la
fe no pueden ser guardadas, expuestas u observadas (cf CDF, decl. "Mysterium
ecclesiae" 3).
2036 La autoridad del Magisterio se extiende también
a los preceptos específicos de la ley natural, porque su observancia,
exigida por el Creador, es necesaria para la salvación. Recordando
las precripciones de la ley natural, el Magisterio de la Iglesia ejerce
una parte esencial de su función profética de anunciar a los
hombres lo que son en verdad y de recordarles lo que deben ser ante Dios
(cf. DH 14).
2037 La ley de Dios, confiada a la Iglesia, es enseñada
a los fieles como camino de vida y de verdad. Los fieles, por tanto, tienen
el derecho (cf CIC can. 213) de ser instruidos en los preceptos divinos
salvíficos que purifican el juicio y, con la gracia, curan la razón
humana herida. Tienen el deber de observar las constituciones y los decretos
promulgados por la autoridad legítima de la Iglesia. Aunque sean
disciplinares, estas determinaciones requieren la docilidad en la caridad.
2038 En la obra de enseñanza y de aplicación
de la moral cristiana, la Iglesia necesita la dedicación de los pastores,
la ciencia de los teólogos, la contribución de todos los cristianos
y de los hombres de buena voluntad. La fe y la práctica del Evangelio
procuran a cada uno una experiencia de la vida "en Cristo" que ilumina y
da capacidad para estimar las realidades divinas y humanas según el
Espíritu de Dios (cf 1 Co 10-15). Así el Espíritu Santo
puede servirse de los más humildes para iluminar a los sabios y los
más elevados en dignidad.
2039 Los ministerios deben ejercerse en un espíritu
de servicio fraternal y de dedicación a la Iglesia en nombre del
Señor (cf Rm 12,8.11). Al mismo tiempo, la conciencia de cada uno
en su juicio moral sobre sus actos personales, debe evitar encerrarse en
una consideración individual. Con mayor empeño debe abrirse
a ala consideración del bien de todos según se expresa en
la ley moral, natural y revelada, y consiguientemente en la ley de la Iglesia
y en la enseñanza autorizada del Magisterio sobre las cuestiones
morales. No se ha de oponer la conciencia personal y la razón a la
ley moral o al Magisterio de la Iglesia.
2040 Así puede crearse entre los cristianos un
verdadero espíritu filial frente a la Iglesia. Es el desarrollo normal
de la gracia bautismal, que nos engendró en el seno de la Iglesia y
nos hizo miembros del Cuerpo de Cristo. En su solicitud materna, la Iglesia
nos concede la misericordia de Dios que desborda todos nuestros pecados y
actúa especialmente en el sacramento de la reconciliación. Como
una madre previsora nos prodiga también en su liturgia, día
tras día, el alimento de la Palabra y de la Eucaristía del Señor.
II LOS MANDAMIENTOS DE LA IGLESIA
2041 Los mandamientos
de la Iglesia se sitúan en esta línea de una vida moral ligada
a la vida litúrgica y que se alimenta de ella. El carácter
obligatorio de estas leyes positivas promulgadas por la autoridad eclesiástica
tiene por fin garantizar a los fieles el mínimo indispensable en
el espíritu de oración y en el esfuerzo moral, en el crecimiento
del amor de Dios y del prójimo. Los mandamientos más generales
de la santa Madre Iglesia son cinco:
2042 El primer mandamiento (oír misa entera
y los domingos y demás fiestas de precepto y no realizar trabajos
serviles") exige a los fieles que santifiquen el día en el cual se
conmemora la Resurrección del Señor y las fiestas litúrgicas
principales en honor de los misterios del Señor, de la Santísima
Virgen María y de los santos, en primer lugar participando en la celebración
eucarística, y descansando de aquellos trabajos y ocupaciones que
puedan impedir esa santificación de estos días (cf CIC can.
1246-1248; CCEO, can. 880, § 3; 881, §§ 1. 2. 4).
El segundo mandamiento
("confesar los pecados mortales al menos una vez al año") asegura
la preparación para la Eucaristía mediante la recepción
del sacramento de la Reconciliación, que continúa la obra de
conversión y de perdón del Bautismo (cf CIC can. 989; CCEO
can.719).
El tercer mandamiento ("recibir el sacramento de la
Eucaristía al menos por Pascua") garantiza un mínimo en la
recepción del Cuerpo y la Sangre del Señor en conexión
con el tiempo de Pascua, origen y centro de la liturgia cristiana (cf CIC
can. 920; CCEO can. 708. 881, § 3).
2043 El cuarto mandamiento
(abstenerse de comer carne y ayunar en los días establecidos por la
Iglesia) asegura los tiempos de ascesis y de penitencia que nos preparan
para las fiestas litúrgicas y para adquirir el dominio sobre nuestros
instintos, y la libertad del corazón (cf CIC can. 1249-51; CCEO can.
882).
El quinto mandamiento (ayudar a las necesidades de la
Iglesia) enuncia que los fieles están además obligados a ayudar,
cada uno según su posibilidad, a las necesidades materiales de la
Iglesia (cf CIC can. 222; CCEO, can. 25. Las Conferencias Episcopales pueden
además establecer otros preceptos eclesiásticos para el propio
territorio. Cf CIC, can. 455).
III VIDA MORAL Y TESTIMONIO MISIONERO
2046 Mediante un
vivir según Cristo, los cristianos apresuran la venida del Reino
de Dios, "Reino de justicia, de verdad y de paz" (MR, Prefacio de Jesucristo
Rey). Sin embargo, no abandonan sus tareas terrenas; fieles al Maestro,
las cumplen con rectitud, paciencia y amor.
2044 La fidelidad de los bautizados es una condición
primordial para el anuncio del evangelio y para la misión de la Iglesia
en el mundo. Para manifestar ante los hombres su fuerza de verdad y de irradiación,
el mensaje de la salvación debe ser autentificado por el testimonio
de vida de los cristianos. "El mismo testimonio de la vida cristiana y las
obras buenas realizadas con espíritu sobrenatural son eficaces para
atraer a los hombres a la fe y a Dios" (AA 6).
2045 Los cristianos, por ser miembros del Cuerpo, cuya
Cabeza es Cristo (cf Ef 1,22), contribuyen, mediante la constancia de sus
convicciones y de sus costumbres, a la edificación de la Iglesia.
La Iglesia aumenta, crece y se desarrolla por la santidad de sus fieles (cfLG
39), "hasta que lleguemos al estado de hombre perfecto, a la madurez de la
plenitud en Cristo" (Ef 4,13).
RESUMEN
2047 La vida moral
es un culto espiritual. El obrar cristiano se alimenta en la liturgia y
la celebración de los sacramentos.
2048 Los mandamientos de la Iglesia se refieren a la
vida moral y cristiana, unida a la liturgia, y que se alimenta de ella.
2049 El Magisterio de los pastores de la Iglesia en materia
moral se ejerce ordinariamente en la catequesis y la predicación
sobre la base del Decálogo que enuncia los principios de la vida
moral válidos para todo hombre.
2050 El romano pontífice y los obispos, como Maestros
auténticos, predican al pueblo de Dios la fe que debe ser creída
y aplicada en las costumbres. A ellos corresponde también pronunciarse
sobre las cuestiones morales que atañen a la ley moral y a la razón.
2051 La infalibilidad del Magisterio de los pastores
se extiende a todos los elementos de doctrina, comprendida la moral, sin
el cual las verdades salvíficas de la fe no pueden ser custodiadas,
expuestas u observadas.
LOS DIEZ MANDAMIENTOS
Exodo 20, 2-17
Deuteronomio 5,6-21
Yo soy el Señor tu Yo soy
el Señor, tu
Dios que te ha sacado Dios, que te
ha
del país de Egipto, sacado
de Egipto,
de la casa de servidumbre. de la servidumbre.
No habrá para ti otros No habrá para tí
otros Amarás
a Dios sobre
dioses delante de mí. dioses
delante de mí... todas las cosas.
No te harás escultura
ni imagen alguna, ni
de lo que hay arriba
en los cielos, ni de lo
que hay abajo en la
tierra. No te postrarás
ante ellas ni les darás
culto, porque el
Señor, tu Dios, soy
un Dios celoso, que
castigo la iniquidad
de los padres en los
hijos, hasta la tercera
y cuarta generación
de los que me odian,
y tengo misericordia
por millares con los
que me aman y
guardan mis
mandamientos.
No tomarás en falso No tomarás
en falso No tomarás
el
el nombre del Señor, el nombre
del Señor
nombre de Dios en
tu Dios, porque el tu Dios...
vano.
Señor no dejará sin
castigo a quien toma
su nombre en falso.
Recuerda el día del Guardarás
el día del
Santificarás
sábado para
sábado para
las fiestas.
santificarlo. Seis días santificarlo.
trabajarás y harás
todos tus trabajos,
pero el día séptimo es
día de descanso para
el Señor, tu Dios. No
harás ningún trabajo,
ni tú, ni tu hijo, ni tu
hija, ni tu siervo, ni tu
sierva, ni tu ganado,
ni el forastero que
habita en tu ciudad.
Pues en seis días hizo
el Señor el cielo y la
tierra, el mar y todo
cuanto contienen, y el
séptimo descansó; por
eso bendijo el Señor
el día del sábado.
Honra a tu padre y a Honra a tu padre
y a Honrarás
a tu padre y
tu madre para que se tu madre.
a tu madre.
prolonguen tus días
sobre la tierra que el
Señor, tu Dios, te va a
dar.
No matarás.
No matarás.
No matarás.
No cometerás
No cometerás
No cometerás actos
adulterio. adulterio.
impuros.
No robarás.
No robarás.
No robarás
No darás falso No darás
testimonio No dirás
falso
testimonio contra tu prójimo falso contra tu
prójimo. Testimonio ni mentirás.
.
No codiciarás la casa No desearás
la mujer No consentirás
de tu prójimo. No de tu prójimo.
pensamientos ni
codiciarás la mujer de
deseos impuros
tu prójimo, ni su No codiciarás...
siervo, ni su sierva, ni nada que sea de tu
No codiciarás los
su buey ni su asno, prójimo.
bienes ajenos.
ni nada que sea de tu
prójimo.
SEGUNDA SECCION: LOS DIEZ MANDAMIENTOS
“Maestro, ¿qué he de hacer...?”
2052 "Maestro, ¿qué
he de hacer yo de bueno para conseguir la vida eterna?" Al joven que le
hace esta pregunta, Jesús responde primero invocando la necesidad
de reconocer a Dios como "el único Bueno", como el Bien por excelencia
y como la fuente de todo bien. Luego Jesús le declara: "Si quieres
entrar en la vida, guarda los mandamientos". Y cita a su interlocutor los
preceptos que se refieren al amor del prójimo: "No matarás,
no cometerás adulterio, no robarás, no levantarás testimonio
falso, honra a tu padre y a tu madre". Finalmente, Jesús resume estos
mandamientos de una manera positiva: "Amarás a tu prójimo como
a ti mismo" (Mt 19,16-19).
2053 A esta primera respuesta se añade una segunda:
"Si quieres ser perfecto, vete, vende lo que tienes y dáselo a los
pobres, y tendrás un tesoro en los cielos; luego ven, y sígueme"
(Mt 19,21). Esta respuesta no anula la primera. El seguimiento de Jesucristo
comprende el cumplir los mandamientos. La Ley no es abolida (cf Mt 5,17),
sino que el hombre es invitado a encontrarla en la Persona de su Maestro,
que es quien le da la plenitud perfecta. En los tres evangelios sinópticos
la llamada de Jesús, dirigida al joven rico, de seguirle en la obediencia
del discípulo, y en la observancia de los preceptos, es relacionada
con el llamamiento a la pobreza y a la castidad (cf Mt 19,6-12. 21. 23-29).
Los consejos evangélicos son inseparables de los mandamientos.
2054 Jesús recogió los diez mandamientos,
pero manifestó la fuerza del Espíritu operante ya en su letra.
Predicó la "justicia que sobrepasa la de los escribas y fariseos"
(Mt 5,20), así como la de los paganos (cf Mt 5,46-47). Desarrolló
todas las exigencias de los mandamientos: "habéis oído que
se dijo a los antepasados: No matarás...Pues yo os digo: Todo aquel
que se encolerice contra su hermano, será reo ante el tribunal" (Mt
5,21-22).
2055 Cuando le hacen la pregunta "¿cuál
es el mandamiento mayor de la Ley?" (Mt 22,36), Jesús responde: "Amarás
al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con
toda tu mente. Este es el mayor y el primer mandamiento. El segundo es semejante
a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos
dos mandamientos penden toda la Ley y los Profetas" (Mt 22,37-40; cf Dt
6,5; Lv 19,18). El Decálogo debe ser interpretado a la luz de este
doble y único mandamiento de la caridad, plenitud de la Ley:
En efecto, lo de: No adulterarás, no matarás,
no robarás, no codiciarás y todos los demás preceptos,
se resumen en esta fórmula: Amarás a tu prójimo como
a ti mismo. La caridad no hace mal al prójimo. La caridad es, por
tanto, la ley en su plenitud (Rm 13,9-10).
El Decálogo en la Sagrada Escritura
2056 La palabra
"Decálogo" significa literalmente "diez palabras" (Ex 34,28; Dt 4,13;
10,4). Estas "diez palabras" Dios las reveló a su pueblo en la montaña
santa. Las escribió "con su Dedo" (Ex 31,18; Dt 5,22), a diferencia
de los otros preceptos escritos por Moisés (cf Dt 31,9.24). Constituyen
palabras de Dios en un sentido eminente. Son trasmitidas en los libros del
Exodo (cf Ex 20,1-17) y del Deuteronomio (cf Dt 5,6-22). Ya en el Antiguo
Testamento, los libros santos hablan de las "diez palabras" (cf por ejemplo,
Os 4,2; Jr 7,9; Ez 18,5-9); pero es en la nueva Alianza en Jesucristo donde
será revelado su pleno sentido.
2057 El Decálogo se comprende mejor cuando se
lee en el contexto del Exodo, que es el gran acontecimiento liberador de
Dios en el centro de la antigua Alianza. Las "diez palabras", bien sean
formuladas como preceptos negativos, prohibiciones o bien como mandamientos
positivos (como "honra a tu padre y a tu madre"), indican las condiciones
de una vida liberada de la esclavitud del pecado. El Decálogo es
un camino de vida:
Si amas a tu Dios, si sigues sus caminos y guardas sus
mandamientos, sus preceptos y sus normas, vivirás y te multiplicarás"
(Dt 30,16).
Esta fuerza liberadora del Decálogo aparece,
por ejemplo, en el mandamiento del descanso del sábado, destinado
también a los extranjeros y a los esclavos:
Acuérdate de que fuiste esclavo en el país
de Egipto y de que tu Dios te sacó de allí con mano fuerte
y con tenso brazo (Dt 5,15).
2058 Las "diez palabras" resumen y proclaman la ley de
Dios: "Estas palabras dijo el Señor a toda vuestra asamblea, en la
montaña, de en medio del fuego, la nube y la densa niebla, con voz
potente, y nada más añadió. Luego las escribió
en dos tablas de piedra y me las entregó a mí" (Dt 5,22).
Por eso estas dos tablas son llamadas "el Testimonio" (Ex 25,16), pues contienen
las cláusulas de la Alianza establecida entre Dios y su pueblo. Estas
"tablas del Testimonio" (Ex 31,18; 32,15; 34,29) se deben depositar en el
"arca" (Ex 25,16; 40,1-2).
2059 Las "diez palabras" son pronunciadas por Dios dentro
de una teofanía ("el Señor os habló cara a cara en
la montaña, en medio del fuego": Dt 5,4). Pertenecen a la revelación
que Dios hace de sí mismo y de su gloria. El don de los mandamientos
es don de Dios y de su santa voluntad. Dando a conocer su voluntad, Dios
se revela a su pueblo.
2060 El don de los mandamientos de la ley forma parte
de la Alianza sellada por Dios con los suyos. Según el libro del Exodo,
la revelación de las "diez palabras" es concedida entre la proposición
de la Alianza (cf Ex 19) y su conclusión (cf. Ex 24), después
que el pueblo se comprometió a "hacer" todo lo que el Señor
había dicho y a "obedecerlo" (Ex 24,7). El Decálogo es siempre
transmitido tras el recuerdo de la Alianza ("el Señor, nuestro Dios,
estableció con nosotros una alianza en Horeb": Dt 5,2).
2061 Los mandamientos reciben su plena significación
en el interior de la Alianza. Según la Escritura, el obrar moral
del hombre adquiere todo su sentido en y por la Alianza. La primera de las
"diez palabras" recuerda el amor primero de Dios hacia su pueblo:
Como había habido, en castigo del pecado, paso
del paraíso de la libertad a la servidumbre de este mundo, por eso
la primera frase del Decálogo, primera palabra de los mandamientos
de Dios, se refiere a la libertad: "yo soy el Señor tu Dios, que
te sacó de la tierra de Egipto, de la casa de servidumbre" (Ex 20,2;
Dt 5,6) (Orígenes, hom. in Ex. 8,1).
2062 Los mandamientos propiamente dichos vienen en segundo
lugar. Expresan las implicaciones de la pertenencia a Dios instituida por
la Alianza. La existencia moral es respuesta a la iniciativa amorosa del
Señor. Es reconocimiento, homenaje a Dios y culto de acción
de gracias. Es cooperación al plan que Dios realiza en la historia.
2063 La alianza y el diálogo entre Dios y el hombre
están también confirmados por el hecho de que todas las obligaciones
se enuncian en primera persona ("Yo soy el Señor...") y están
dirigidas a otro sujeto ("tú"). En todos los mandamientos de Dios
hay un pronombre personal singular que designa el destinatario. Al mismo
tiempo que a todo el pueblo, Dios da a conocer su voluntad a cada uno en
particular:
El Señor prescribió el amor a Dios y enseñó
la justicia para con el prójimo a fin de que el hombre no fuese ni
injusto, ni indigno de Dios. Así, por el Decálogo, Dios preparaba
al hombre para ser su amigo y tener un solo corazón con su prójimo...Las
palabras del Decálogo persisten también entre nosotros (cristianos).
Lejos de ser abolidas, han recibido amplificación y desarrollo por
el hecho de la venida del Señor en la carne (S. Ireneo, haer. 4,16,3-4).
El Decálogo en la Tradición de la Iglesia
2064 Fiel a la Escritura
y siguiendo el ejemplo de Jesús, la Tradición de la Iglesia
ha reconocido en el Decálogo una importancia y una significación
primordiales.
2065 Desde S. Agustín, los "diez mandamientos"
ocupan un lugar preponderante en la catequesis de los futuros bautizados y
de los fieles. En el siglo quince se tomó la costumbre de expresar
los preceptos del Decálogo en fórmulas rimadas, fáciles
de memorizar, y positivas. Estas fórmulas están todavía
en uso hoy. Los catecismos de la Iglesia han expuesto con frecuencia la moral
cristiana siguiendo el orden de los "diez mandamientos".
2066 La división y numeración de los mandamientos
ha variado en el curso de la historia. El presente catecismo sigue la división
de los mandamientos establecida por S. Agustín y que se hizo tradicional
en la Iglesia católica. Es también la de las confesiones luteranas.
Los Padres griegos realizaron una división algo distinta que se encuentra
en las Iglesias ortodoxas y las comunidades reformadas.
2067 Los diez mandamientos enuncian las exigencias del
amor de Dios y del prójimo. Los tres primeros se refieren más
al amor de Dios y los otros siete más al amor del prójimo.
Como la caridad comprende dos preceptos en los que el
Señor condensa toda la ley y los profetas..., así los diez
preceptos se dividen en dos tablas: tres están escritos en una tabla
y siete en la otra (S. Agustín, serm. 33,2,2).
2068 El Concilio de Trento enseña que los diez
mandamientos obligan a los cristianos y que el hombre justificado está
también obligado a observarlos (cf DS 1569-70). Y el Concilio Vaticano
II lo afirma: "Los obispos, como sucesores de los apóstoles, reciben
del Señor...la misión de enseñar a todos los pueblos
y de predicar el Evangelio a todo el mundo para que todos los hombres, por
la fe, el bautismo y el cumplimiento de los mandamientos, consigan la salvación"
(LG 24).
La unidad del Decálogo
2069 El Decálogo
forma un todo indisociable. Cada una de las "diez palabras" remite
a cada una de las demás y al conjunto; se condicionan recíprocamente.
Las dos tablas se iluminan mutuamente; forman una unidad orgánica.
Transgredir un mandamiento es quebrantar todos los otros (cf St 2,10-11).
No se puede honrar a otro sin bendecir a Dios su Creador. No se podría
adorar a Dios sin amar a todos los hombres, sus criaturas. El Decálogo
unifica la vida teologal y la vida social del hombre.
El Decálogo y la ley natural
2070 Los diez mandamientos
pertenecen a la revelación de Dios. Nos enseñan al mismo tiempo
la verdadera humanidad del hombre. Ponen de relieve los deberes esenciales
y, por tanto, indirectamente los derechos fundamentales, inherentes a la
naturaleza de la persona humana. El Decálogo contiene una expresión
privilegiada de la "ley natural":
Desde el comienzo, Dios había puesto en el corazón
de los hombres los preceptos de la ley natural. Primeramente se contentó
con recordárselos. Esto fue el Decálogo (S. Ireneo, haer.
4, 15, 1).
2071 Aunque accesibles a la sola razón, los preceptos
del Decálogo han sido revelados. Para alcanzar un conocimiento completo
y cierto de las exigencias de la ley natural, la humanidad pecadora necesitaba
esta revelación:
En el estado de pecado, una explicación plena
de los mandamientos del Decálogo resultó necesaria a causa del
oscurecimiento de la luz de la razón y la desviación de la
voluntad (S. Buenaventura, sent. 4, 37, 1, 3).
Conocemos los mandamientos de la ley de Dios por la
revelación divina que nos es propuesta en la Iglesia, y por la voz
de la conciencia moral.
La obligación del Decálogo
2072 Los diez mandamientos,
por expresar los deberes fundamentales del hombre hacia Dios y hacia su
prójimo, revelan en su contenido primordial obligaciones graves. Son
básicamente inmutables y su obligación vale siempre y en todas
partes. Nadie podría dispensar de ellos. Los diez mandamientos están
gravados por Dios en el corazón del ser humano.
2073 La obediencia a los mandamientos implica también
obligaciones cuya materia es en sí misma leve. Así, la injuria
en palabra está prohibida por el quinto mandamiento, pero sólo
podría ser una falta grave en función de las circunstancias
o de la intención del que la profiere.
"Sin mí no podéis hacer nada"
2074 Jesús
dice: "Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí
como yo en él, ése da mucho fruto; porque sin mí no
podéis hacer nada" (Jn 15,5). El fruto evocado en estas palabras
es la santidad de una vida fecundada por la unión con Cristo. Cuando
creemos en Jesucristo, participamos en sus misterios y guardamos sus mandamientos,
el Salvador mismo ama en nosotros a su Padre y a sus hermanos, nuestro Padre
y nuestros hermanos. Su persona viene a ser, por obra del Espíritu,
la norma viva e interior de nuestro obrar. "Este es el mandamiento mío:
que os améis los unos a los otros como yo os he amado" (Jn 15,12).
RESUMEN
2075 "¿Qué
he de hacer yo de bueno para conseguir la vida eterna?" - "Si quieres entrar
en la vida, guarda los mandamientos" (Mt 19,16-17).
2076 Mediante su práctica y su predicación,
Jesús manifestó la perennidad del Decálogo.
2077 El don del Decálogo fue concedido en el marco
de la alianza establecida por Dios con su pueblo. Los mandamientos de Dios
reciben su significado verdadero en y por esta Alianza.
2078 Fiel a la Escritura y siguiendo el ejemplo de Jesús,
la Tradición de la Iglesia ha reconocido en el Decálogo una
importancia y una significación primordial.
2079 El Decálogo forma una unidad orgánica
en que cada "palabra" o "mandamiento" remite a todo el conjunto. Transgredir
un mandamiento es quebrantar toda la ley (cf St 2,10-11).
2080 El Decálogo contiene una expresión
privilegiada de la ley natural. Lo conocemos por la revelación divina
y por la razón humana.
2081 Los diez mandamientos, en su contenido fundamental,
enuncian obligaciones graves. Sin embargo, la obediencia a estos preceptos
implica también obligaciones cuya materia es, en sí misma,
leve.
2082 Lo que Dios manda lo hace posible por su gracia.
CAPITULO PRIMERO: “AMARAS AL SEÑOR TU DIOS CON TODO TU CORAZON,
CON TODA TU ALMA Y CON TODAS TUS FUERZAS”
2083. Jesús
resumió los deberes del hombre para con Dios en estas palabras: "Amarás
al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con
toda tu mente" (Mt 22,37; cf Lc 10,27: "...y con todas tus fuerzas"). Estas
palabras siguen inmediatamente a la llamada solemne: "Escucha, Israel: el
Señor nuestro Dios es el único Señor" (Dt 6,4).
Dios amó primero. El amor del Dios Unico es recordado
en la primera de las "diez palabras". Los mandamientos explicitan a continuación
la respuesta de amor que el hombre está llamado a dar a su Dios.
Artículo 1 EL PRIMER MANDAMIENTO
Yo, el Señor,
soy tu Dios, que te ha sacado del país de Egipto, de la casa de servidumbre.
No habrá para ti otros dioses delante de mí. No te harás
escultura ni imagen alguna ni de lo que hay arriba en los cielos, ni de
lo que hay abajo en la tierra, ni en lo que hay en las aguas debajo de la
tierra. No te postrarás ante ellas ni les darás culto" (Ex
20,2-5; cf Dt 5,6-9).
Está escrito: Al Señor tu Dios adorarás,
sólo a él darás culto (Mt 4,10).
I “ADORARAS AL SEÑOR TU DIOS, Y LE DARAS CULTO”
2084 Dios se da
a conocer recordando su acción todopoderosa, bondadosa y liberadora
en la historia de aquel a quien se dirige: "Yo te saqué del país
de Egipto, de la casa de servidumbre". La primera palabra contiene el primer
mandamiento de la ley: "Adorarás al Señor tu Dios y le servirás...no
vayáis en pos de otros dioses" (Dt 6,13-14). La primera llamada y
la justa exigencia de Dios consiste en que el hombre lo acoja y lo adore.
2085 El Dios único y verdadero revela primero
su gloria a Israel (cf Ex 19,16-25; 24,15-18). La revelación de la
vocación y de la verdad del hombre está ligada a la revelación
de Dios. El hombre tiene la vocación de manifestar a Dios mediante
su obrar en conformidad con su creación "a imagen y semejanza de
Dios":
No habrá jamás otro Dios, Trifón,
y no ha habido otro desde los siglos sino el que ha hecho y ordenado el
universo. Nosotros no pensamos que nuestro Dios es distinto del vuestro.
Es el mismo que sacó a vuestros padres de Egipto "con su mano poderosa
y su brazo extendido". Nosotros no ponemos nuestras esperanzas en otro,
que no existe, sino en el mismo que vosotros, el Dios de Abraham, de Isaac
y de Jacob (S. Justino, dial. 11,1).
2086 "El primero de los preceptos abarca la fe, la esperanza
y la caridad. En efecto, quien dice Dios, dice un ser constante, inmutable,
siempre el mismo, fiel, perfectamente justo. De ahí se sigue que
nosotros debemos necesariamente aceptar sus Palabras y tener en él
una fe y una confianza completas. El es todopoderoso, clemente, infinitamente
inclinado a hacer el bien. ¿Quién podría no poner en
él todas sus esperanzas? ¿Y quién podrá no amarlo
contemplando todos los tesoros de bondad y de ternura que ha derramado en
nosotros? De ahí esa fórmula que Dios emplea en la Sagrada
Escritura tanto al comienzo como al final de sus preceptos: `Yo soy el Señor'"
(Catec. R. 3,2,4).
La fe
2087 Nuestra vida
moral tiene su fuente en la fe en Dios que nos revela su amor. S. Pablo
habla de la "obediencia de la fe" (Rm 1,5; 16,26) como de la primera obligación.
Hace ver en el "desconocimiento de Dios" el principio y la explicación
de todas las desviaciones morales (cf Rm 1,18-32). Nuestro deber para con
Dios es creer en él y dar testimonio de él.
2088 El primer mandamiento nos pide que alimentemos y
guardemos con prudencia y vigilancia nuestra fe y que rechacemos todo lo que
se opone a ella. Hay diversas maneras de pecar contra la fe:
La duda voluntaria respecto a la fe descuida o rechaza
tener por verdadero lo que Dios ha revelado y que la Iglesia propone creer.
La duda involuntaria designa la vacilación en creer, la dificultad
de superar las objeciones ligadas a la fe o también la ansiedad suscitada
por la oscuridad de ésta. Si es cultivada deliberadamente, la duda
puede conducir a la ceguera del espíritu.
2089 La incredulidad es la menosprecio de la verdad revelada
o el rechazo voluntario de prestarle asentimiento. "Se llama herejía
la negación pertinaz, después de recibido el bautismo, de
una verdad que ha de creerse con fe divina y católica, o la duda
pertinaz sobre la misma; apostasía es el rechazo total de la fe cristiana;
cisma, el rechazo de la sujeción al Sumo Pontífice o de la
comunión con los miembros de la Iglesia a él sometidos" (CIC,
can. 751).
La esperanza
2090 Cuando Dios
se revela y llama al hombre, éste no puede responder plenamente al
amor divino por sus propias fuerzas. Debe esperar que Dios le dé
la capacidad de devolverle el amor y de obrar conforme a los mandamientos
de la caridad. La esperanza es la espera confiada de la bendición
divina y de la visión bienaventurada de Dios; es también el
temor de ofender al amor de Dios y de provocar el castigo.
2091 El primer mandamiento condena también los
pecados contra la esperanza, que son la desesperación y la presunción:
Por la desesperación, el hombre deja de esperar
de Dios su salvación personal, el auxilio para llegar a ella o el
perdón de sus pecados. Se opone a la Bondad de Dios, a su Justicia
-porque el Señor es fiel a sus promesas- y a su Misericordia.
2092 Hay dos clases de presunción. O bien el hombre
presume de sus capacidades (esperando poder salvarse sin la ayuda de lo
alto), o bien presume de la omnipotencia o de la mise ricordia divinas,
(esperando obtener su perdón sin conversión y la gloria sin
mérito).
La caridad
2093 La fe en el
amor de Dios encierra la llamada y la obligación de responder a la
caridad divina mediante un amor sincero. El primer mandamiento nos ordena
amar a Dios sobre todas las criaturas por él y a causa de él
(cf Dt 6,4-5).
2094 Se puede pecar de diversas maneras contra el amor
de Dios. La indiferencia olvida o rechaza la consideración de la
caridad divina; desprecia su acción preveniente y niega su fuerza.
La ingratitud omite o se niega a reconocer la caridad divina y devolverle
amor por amor. La tibieza es una vacilación o una negligencia en
responder al amor divino; puede implicar la negación a entregarse
al movimiento de la caridad. La acedia o pereza espiritual llega a
rechazar el gozo que viene de Dios y a sentir horror por el bien divino.
El odio de Dios tiene su origen en el orgullo; se opone al amor de Dios
cuya bondad niega y lo maldice porque condena el pecado e inflige penas.
II “A EL SOLO DARAS CULTO”
2095 Las virtudes
teologales, fe esperanza y caridad, informan y vivifican las virtudes morales.
Así, la caridad nos lleva a dar a Dios lo que en toda justicia le
debemos en cuanto criaturas. La virtud de la religión nos dispone
a esta actitud.
La adoración
2096 La adoración
es el primer acto de la virtud de la religión. Adorar a Dios es reconocerle
como Dios, como Creador y Salvador, Señor y Dueño de todo
lo que existe, como Amor infinito y misericordioso. "Adorarás al Señor
tu Dios y sólo a él darás culto" (Lc 4,8), dice Jesús
citando el Deuteronomio (6,13).
2097 Adorar a Dios es reconocer, en el respeto y la sumisión
absoluta, la "nada de la criatura", que sólo existe por Dios. Adorar
a Dios es alabarlo, exaltarle y humillarse a sí mismo, como hace
María en el Magnificat, confesando con gratitud que él ha
hecho grandes cosas y que su nombre es santo (cf Lc 1,46-49). La adoración
del Dios único libera al hombre del repliegue sobre sí mismo,
de la esclavitud del pecado y de la idolatría del mundo.
La oración
2098 Los actos de
fe, esperanza y caridad que ordena el primer mandamiento se realizan en
la oración. La elevación del espíritu hacia Dios es
una expresión de nuestra adoración a Dios: oración
de alabanza y de acción de gracia s, de intercesión y de súplica.
La oración es una condición indispensable para poder obedecer
los mandamientos de Dios. "Es preciso orar siempre sin desfallecer" (Lc
18,1).
El sacrificio
2099 Es justo ofrecer
a Dios sacrificios en señal de adoración y de gratitud, de
súplica y de comunión: "Toda acción realizada para
unirse a Dios en la santa comunión y poder ser bienaventurado es
un verdadero sacrificio" (S. Agustín, civ. 10,6).
2100 El sacrificio exterior, para ser auténtico,
debe ser expresión del sacrificio espiritual. "Mi sacrificio es un
espíritu contrito..." (Sal 51,19). Los profetas de la Antigua Alianza
denunciaron con frecuencia los sacrificios hechos sin participación
interior (cf Am 5,21-25) o sin amor al prójimo (cf Is 1,10-20). Jesús
recuerda las palabras del profeta Oseas: "Misericordia quiero, que no sacrificio"
(Mt 9,13; 12,7; cf Os 6,6). El único sacrificio perfecto es el que
ofreció Cristo en la cruz en ofrenda total al amor del Padre y por
nuestra salvación (cf Hb 9,13-14). Uniéndonos a su sacrificio,
podemos hacer de nuestra vida un sacrificio para Dios.
Promesas y votos
2101 En varias circunstancias,
el cristiano es llamado a hacer promesas a Dios. El bautismo y la confirmación,
el matrimonio y la ordenación las exigen siempre. Por devoción
personal, el cristiano puede también prometer a Dios un acto, una
oración, una limosna, una peregrinación, etc. La fidelidad
a las promesas hechas a Dios es una manifestación de respeto a la
Majestad divina y de amor hacia el Dios fiel.
2102 "El voto, es decir, la promesa deliberada y libre
hecha a Dios acerca de un bien posible y mejor, debe cumplirse por la virtud
de la religión" (CIC can.1191,1). El voto es un acto de devoción
en el que el cristiano se consagra a Dios o le promete una obra buena. Por
tanto, mediante el cumplimiento de sus votos da a Dios lo que le ha prometido
y consagrado. Los Hechos de los Apóstoles nos muestran a S. Pablo
cumpliendo los votos que había hecho (cf Hch 18,18; 21,23-24).
2103 La Iglesia reconoce un valor ejemplar al voto de
practicar los consejos evangélicos (cf CIC, can 654).
La santa Iglesia se alegra de que haya en su seno muchos
hombres y mujeres que siguen más de cerca y muestran más claramente
el anonadamiento de Cristo, escogiendo la pobreza con la libertad de los
hijos de Dios y renunciando a su voluntad propia. Estos, pues, se someten
a los hombres por Dios en la búsqueda de la perfección más
allá de lo que está mandado, para parecerse más a Cristo
obediente (LG 42).
En algunos casos, la Iglesia puede, por razones proporcionadas,
dispensar de los votos y las promesas (cf CIC can.692; 1196-97).
El deber social de la religión
y el derecho a la libertad religiosa
2104. "Todos los
hombres están obligados a buscar la verdad, sobre todo en lo que
se refiere a Dios y a su Iglesia, y, una vez conocida, a abrazarla y practicarla"
(DH 1). Este deber se desprende de "su misma naturaleza" (DH 2). No contradice
al "respeto sincero" hacia las diversas religiones, que "no pocas veces reflejan,
sin embargo, un destello de aquella Verdad que ilumina a todos los hombres"
(NA 2), ni a la exigencia de la caridad que empuja a los cristianos "a tratar
con amor, prudencia y paciencia a los hombres que viven en el error o en
la ignorancia de la fe" (DH 14).
2105. El deber de dar a Dios un culto auténtico
corresponde al hombre individual y socialmente. Esa es "la doctrina tradicional
católica sobre el deber moral de los hombres y de las sociedades
respecto a la religión verdadera y a la única Iglesia de Cristo"
(DH 1). Al evangelizar sin cesar a los hombres, la Iglesia trabaja para
que puedan "informar con el espíritu cristiano el pensamiento y las
costumbres, las leyes y las estructuras de la comunidad en la que cada uno
vive" (AA 13). Deber social de los cristianos es respetar y suscitar en cada
hombre el amor de la verdad y del bien. Les exige dar a conocer el culto
de la única verdadera religión, que subsiste en la Iglesia
católica y apostólica (cf DH 1). Los cristianos son llamados
a ser la luz del mundo (cf AA 13). La Iglesia manifiesta así la realeza
de Cristo sobre toda la creación y, en particular, sobre las sociedades
humanas (cf León XIII, enc. "Inmortale Dei"; Pío XI "Quas
primas").
2106 "En materia religiosa, ni se obligue a nadie a actuar
contra su conciencia, ni se le impida que actúe conforme a ella,
pública o privadamente, solo o asociado con otros" (DH 2). Este derecho
se funda en la naturaleza misma de la persona humana, cuya dignidad le hace
adherirse libremente a la verdad divina, que transciende el orden temporal.
Por eso, "permanece aún en aquellos que no cumplen la obligación
de buscar la verdad y adherirse a ella" (DH 2).
2107 "Si, teniendo en cuenta las circunstancias peculiares
de los pueblos, se concede a una comunidad religiosa un reconocimiento civil
especial en el ordenamiento jurídico de la sociedad, es necesario
que al mismo tiempo se reconozca y se respete el derecho a la libertad en
materia religiosa a todos los ciudadanos y comunidades religiosas" (DH 6).
2108 El derecho a la libertad religiosa no es ni la permisión
moral de adherirse al error (cf León XIII, enc. "Libertas praestantissimum"),
ni un derecho supuesto al error (cf Pío XII, discurso 6 Diciembre
1953), sino un derecho natural de la persona humana a la libertad civil,
es decir, a la inmunidad de coacción exterior, en los justos límites,
en materia religiosa por parte del poder político. Este derecho natural
debe ser reconocido en el orden jurídico de la sociedad de manera
que constituya un derecho civil (cf DH 2).
2109 El derecho a la libertad religiosa no puede ser
de suyo ni ilimitado (cf Pío VI, breve "Quod aliquantum"), ni limitado
solamente por un "orden público" concebido de manera positivista
o naturalista (cf Pío IX, enc. "Quanta cura"). Los "justos límites"
que le son inherentes deben ser determinados para cada situación
social por la prudencia política, según las exigencias del
bien común, y ratificados por la autoridad civil según "normas
jurídicas, conforme con el orden objetivo moral" (DH 7).
III “NO HABRA PARA TI OTROS DIOSES DELANTE DE MI”
2110 El primer mandamiento
prohíbe honrar a dioses distintos del Unico Señor que se reveló
a su pueblo. Proscribe la superstición y la irreligión. La
superstición representa en cierta manera un exceso perverso de religión.
La irreligión es un vicio opuesto por defecto a la virtud de la religión.
La superstición
2111 La superstición
es la desviación del sentimiento religioso y de las prácticas
que impone. Puede afectar también al culto que damos al verdadero
Dios, por ejemplo, cuando se atribuye una importancia, de algún modo,
mágica a ciertas prácticas, por otra parte, legítimas
o necesarias. Atribuir su eficacia a la sola materialidad de las oraciones
o de los signos sacramentales, prescindiendo de las disposiciones interiores
que exigen, es caer en la superstición (cf Mt 23,16-22).
La idolatría
2112 El primer mandamiento
condena el politeísmo. Exige al hombre no creer en más dioses
que el Dios verdadero. Y no venerar otras divinidades que al único
Dios. La Escritura recuerda constantemente este rechazo de los "ídolos,
oro y plata, obra de las manos de los hombres", que "tienen boca y no hablan,
ojos y no ven..." Estos ídolos vanos hacen vano al que les da culto:
"Como ellos serán los que los hacen, cuantos en ellos ponen su confianza"
(Sal 115,4-5.8; cf. Is 44,9-20; Jr 10,1-16; Dn 14,1-30; Ba 6; Sb 13,1-15,19).
Dios, por el contrario, es el "Dios vivo" (Jos 3,10; Sal 42,3, etc.), que
da vida e interviene en la historia.
2113 La idolatría no se refiere sólo a
los cultos falsos del paganismo. Es una tentación constante de la
fe. Consiste en divinizar lo que no es Dios. Hay idolatría desde que
el hombre honra y reverencia a una criatura en lugar de Dios. Trátese
de dioses o de demonios (por ejemplo, el satanismo), de poder, de placer,
de la raza, de los antepasados, del Estado, del dinero, etc. "No podéis
servir a Dios y al dinero", dice Jesús (Mt 6,24). Numerosos mártires
han muerto por no adorar a "la Bestia" (cf Ap 13-14), negándose incluso
a simular su culto. La idolatría rechaza el único Señorío
de Dios; es, por tanto, incompatible con la comunión divina (cf Gál
5,20; Ef 5,5).
2114 La vida humana se unifica en la adoración
del Dios Unico. El mandamiento de adorar al único Señor da unidad
al hombre y lo salva de una dispersión infinita. La idolatría
es una perversión del sentido religioso innato en el hombre. El idólatra
es el que "aplica a cualquier cosa en lugar de Dios su indestructible noción
de Dios" (Orígenes, Cels. 2,40).
Adivinación y magia
2115 Dios puede
revelar el porvenir a sus profetas o a otros santos. Sin embargo, la actitud
cristiana justa consiste en ponerse con confianza en las manos de la Providencia
en lo que se refiere al futuro y en abandonar toda curiosidad malsana al
respecto. La imprevisión puede constituir una falta de responsabilidad.
2116 Todas las formas de adivinación deben rechazarse:
recurso a Satán o a los demonios, evocación de los muertos,
y otras prácticas que equivocadamente se supone "desvelan" el porvenir
(cf Dt 18,10; Jr 29,8). La consulta de horóscopos, la astrología,
la quiromancia, la interpretación de presagios y de suertes, los
fenómenos de visión, el recurso a "mediums" encierran una
voluntad de poder sobre el tiempo, la historia y, finalmente, los hombres,
a la vez que un deseo de conciliarse los poderes ocultos. Están en
contradicción con el honor y el respeto, mezclados de temor amoroso,
que debemos solamente a Dios.
2117 Todas las prácticas de magia o de hechicería
mediante las que se pretende domesticar las potencias ocultas para ponerlas
a su servicio y obtener un poder sobrenatural sobre el prójimo -aunque
sea para procurar la salud-, son gravemente contrarias a la virtud de la
religión. Estas prácticas son más condenables aún
cuando van acompañadas de una intención de dañar a otro
o recurren a la intervención de los demonios. El llevar amuletos es
también reprensible. El espiritismo implica con frecuencia prácticas
adivinatorias o mágicas. Por eso la Iglesia advierte a los fieles
que se guarden de él. El recurso a las medicinas llamadas tradicionales
no legitima ni la invocación de las potencias malignas, ni la explotación
de la credulidad del prójimo.
La irreligión
2118 El primer mandamiento
de Dios reprueba los principales pecados de irreligión, la acción
de tentar a Dios en palabras o en obras, el sacrilegio y la simonía.
2119 La acción de tentar a Dios consiste en poner
a prueba de palabra o de obra, su bondad y su omnipotencia. Así es
como Satán quería conseguir de Jesús que se arrojara
del templo y obligase a Dios, mediante este gesto, a actuar (cf Lc 4,9).
Jesús le opone las palabras de Dios: "No tentarás al Señor
tu Dios" (Dt 6,16). El reto que contiene este tentar a Dios lesiona el respeto
y la confianza que debemos a nuestro Criador y Señor. Incluye siempre
una duda respecto a su amor, su providencia y su poder (cf 1 Co 10.9; Ex
17,2-7; Sal 95,9).
2120 El sacrilegio consiste en profanar o tratar
indignamente los sacramentos y las otras acciones litúrgicas, así
como las personas, las cosas y los lugares consagrados a Dios. El sacrilegio
es un pecado grave sobre todo cuando es cometido contra la Eucaristía,
pues en este sacramento el Cuerpo de Cristo se nos hace presente sustancialmente
(cf CIC, can. 1367; 1376).
2121 La simonía (cf Hch 8,9-24) se define como
la compra o venta de las realidades espirituales. A Simón el mago,
que quiso comprar el poder espiritual del que vio dotado a los apóstoles,
Pedro le responde: "Vaya tu dinero a la perdición y tú con
él, pues has pensado que el don de Dios se compra con dinero" (Hch
8,20). Así se ajustaba a las palabras de Jesús: "Gratis lo
recibisteis, dadlo gratis" (Mt 10,8; cf Is 55,1). Es imposible apropiarse
de los bienes espirituales y de comportarse respecto a ellos como un posesor
o un dueño, pues tienen su fuente en Dios. Sólo es posible
recibirlos gratuitamente de él.
2122 "Fuera de las ofrendas determinadas por la autoridad
competente, el ministro no debe pedir nada por la administración
de los sacramentos, y ha de procurar siempre que los necesitados no queden
privados de la ayuda de los sacramentos por razón de su pobreza"
(CIC, can. 848). La autoridad competente puede fijar estas "ofrendas" atendiendo
al principio de que el pueblo cristiano debe subvenir al sostenimiento de
los ministros de la Iglesia. "El obrero merece su sustento" (Mt 10,10; cf
Lc 10,7; 1 Co 9,5-18; 1 Tm 5,17-18).
El ateísmo
2123 "Muchos de
nuestros contemporáneos no perciben de ninguna manera esta unión
íntima y vital con Dios o la rechazan explícitamente , hasta
tal punto que el ateísmo debe ser considerado entre los problemas
más graves de esta época" (GS 19,1).
2124 El nombre de ateísmo abarca fenómenos
muy diversos. Una forma frecuente del mismo es el materialismo práctico,
que limita sus necesidades y sus ambiciones al espacio y al tiempo. El humanismo
ateo considera falsamente que el hombre es "el fin de sí mismo, el
artífice y demiurgo único de su propia historia" (GS 20,1).
Otra forma del ateísmo contemporáneo espera la liberación
del hombre de una liberación económica y social a la que "la
religión, por su propia naturaleza, es un obstáculo para esta
liberación, porque, al orientar la esperanza del hombre hacia una
vida futura ilusoria, lo apartaría de la construcción de la
ciudad terrena" (GS 20,2).
2125 En cuanto rechaza o niega la existencia de Dios,
el ateísmo es un pecado contra la virtud de la religión (cf
Rm 1,18). La imputabilidad de esta falta puede quedar ampliamente disminuida
en virtud de las intenciones y de las circunstancias. En la génesis
y difusión del ateísmo "puede corresponder a los creyentes
una parte no pequeña; en cuanto que, por descuido en la educación
para la fe, por una exposición falsificada de la doctrina, o también
por los defectos de su vida religiosa, moral y social, puede decirse que
han velado el verdadero rostro de Dios y de la religión, más
que revelarlo" (GS 19,3).
2126 Con frecuencia el ateísmo se funda en una
concepción falsa de la autonomía humana, llevada hasta el rechazo
de toda dependencia respecto a Dios (cf GS 20,1). Sin embargo, "el reconocimiento
de Dios no se opone en ningún modo a la dignidad del hombre, ya que
esta dignidad se funda y se perfecciona en el mismo Dios" (GS 21,3). "La Iglesia
sabe muy bien que su mensaje conecta con los los deseos más profundos
del corazón humano" (GS 21,7).
El agnosticismo
2127 El agnosticismo
reviste varias formas. En ciertos casos, el agnóstico se resiste
a negar a Dios; al contrario, postula la existencia de un ser transcendente
que no podría revelarse y del que nadie podría decir nada.
En otros casos, el agnóstico no se pronuncia sobre la existencia
de Dios, declarando que es imposible probarla e incluso afirmarla o negarla.
2128 El agnosticismo puede a veces contener una cierta
búsqueda de Dios, pero puede igualmente representar un indiferentismo,
una huida ante la cuestión última de la existencia, y una
pereza de la conciencia moral. El agnosticismo equivale con mucha frecuencia
a un ateísmo práctico.
IV “NO TE HARAS ESCULTURA NI IMAGEN ALGUNA...”
2129 El mandamiento
divino entrañaba la prohibición de toda representación
de Dios por mano del hombre. El Deuteronomio lo explica así: "Puesto
que no visteis figura alguna el día en que el Señor os habló
en el Horeb de en medio del fuego, no vayáis a prevaricar y os hagáis
alguna escultura de cualquier representación que sea..." (Dt 4,15-16).
Quien se revela a Israel es el Dios absolutamente Transcendente. "El lo es
todo", pero al mismo tiempo "está por encima de todas sus obras"
(Si 43,27-28). Es la fuente de toda belleza creada (cf Sb 13,3).
2130 Sin embargo, ya en el Antiguo Testamento Dios ordenó
o permitió la institución de imágenes que conducirían
simbólicamente a la salvación por el Verbo encarnado: la serpiente
de bronce (cf Nm 21,4-9; Sb 16,5-14; Jn 3,14-15), el arca de la Alianza
y los querubines (cf Ex 25, 10-12; 1 R 6,23-28; 7,23-26).
2131 Fundándose en el misterio del Verbo encarnado,
el séptimo Concilio ecuménico (celebrado en Nicea en 787),
justificó contra los iconoclastas el culto de las imágenes:
las de Cristo, pero también las de la Madre de Dios, de los ángeles
y de todos los santos. Encarnándose, el Hijo de Dios inauguró
una nueva "economía" de las imágenes.
2132 El culto cristiano de las imágenes no es
contrario al primer mandamiento que proscribe los ídolos. En efecto,
"el honor dado a una imagen se remonta al modelo original" (S. Basilio,
spir. 18,45), "el que venera una imagen, venera en ella la persona que en
ella está representada" (Cc. de Nicea II: DS 601; cf Cc. de Trento:
DS 1821-25; Cc. Vaticano II: SC 126; LG 67). El honor tributado a las imágenes
sagradas es una "veneración respetuosa", no una adoración,
que sólo corresponde a Dios:
El culto de la religión no se dirige a las imágenes
en sí mismas como realidades, sino que las mira bajo su aspecto propio
de imágenes que nos conducen a Dios encarnado. Ahora bien, el movimiento
que se dirige a la imagen en cuanto tal, no se detiene en ella sino que
tiende a la realidad de que ella es imagen (S. Tomás de Aquino, s.
th. 2-2, 81, 3, ad 3).
RESUMEN
2133 "Amarás
al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con
todas tus fuerzas" (Dt 6,5).
2134 El primer mandamiento llama al hombre para que crea
en Dios, espere en él y lo ame sobre todas las cosas.
2135 "Al Señor tu Dios adorarás" (Mt 4,10).
Adorar a Dios, orar a él, ofrecerle el culto que le corresponde,
cumplir las promesas y los votos que se le han hecho, son actos de la virtud
de la religión que constituyen la obediencia al primer mandamiento.
2136 El deber de dar a Dios un culto auténtico
concierne al hombre individual y socialmente.
2137 El hombre debe "poder profesar libremente la religión
en público y en privado" (DH 15).
2138 La superstición es una desviación
del culto que debemos al verdadero Dios. Desemboca en la idolatría
y en las distintas formas de adivinación y de magia.
2139 La acción de tentar a Dios de palabra o de
obra, el sacrilegio, la simonía, son pecados de
irreligión, prohibidos por el primer mandamiento.
2140 En cuanto niega o rechaza la existencia de Dios,
el ateísmo es un pecado contra el primer mandamiento.
2141 El culto de las imágenes sagradas está
fundado en el misterio de la Encarnación del Verbo de Dios. No es
contrario al primer mandamiento.
Artículo 2 EL SEGUNDO MANDAMIENTO
"No tomarás en falso el nombre del Señor
tu Dios" (Ex 20,7; Dt 5,11).
"Se dijo a los antepasados: `No perjurarás'...Pues
yo os digo que no juréis en modo alguno" (Mt 5,33-34).
I EL NOMBRE DEL SEÑOR ES SANTO
2142 El segundo
mandamiento prescribe respetar el nombre del Señor. Pertenece, como
el primer mandamiento, a la virtud de la religión y regula más
particularmente nuestro uso de la palabra en las cosas santas.
2143 Entre todas las palabras de la revelación
hay una, singular, que es la revelación de su Nombre. Dios confía
su nombre a los que creen en él; se revela a ellos en su misterio
personal. El don del Nombre pertenece al orden de la confidencia y la intimidad.
"El nombre del Señor es santo". Por eso el hombre no puede usar mal
de él. Lo debe guardar en la memoria en un silencio de adoración
amorosa (cf Za 2,17). No lo hará intervenir en sus propias palabras
sino para bendecirlo, alabarlo y glorificarlo (cf Sal 29,2; 96,2; 113, 1-2).
2144 La deferencia respecto a su Nombre expresa la que
es debida al misterio de Dios mismo y a toda la realidad sagrada que evoca.
El sentido de lo sagrado pertenece a la virtud de la religión:
Los sentimientos de temor y de "lo sagrado" ¿son
sentimientos cristianos o no? Nadie puede dudar razonablemente de ello.
Son los sentimientos que tend ríamos, y en un grado intenso, si tuviésemos
la visión del Dios soberano. Son los sentimientos que tendríamos
si verificásemos su presencia. En la medida en que creemos que está
presente, debemos tenerlos. No tenerlos es no verificar, no creer que está
presente (Newman, par. 5,2).
2145 El fiel debe dar testimonio del nombre del Señor
confesando su fe sin ceder al temor (cf Mt 10,32; 1 Tm 6,12). La predicación
y la catequesis deben estar penetradas de adoración y de respeto
hacia el nombre de Nuestro Señor Jesucristo.
2146 El segundo mandamiento prohíbe usar mal del
nombre de Dios, es decir, todo uso inconveniente del nombre de Dios, de
Jesucristo, de la Virgen María y de todos los santos.
2147 Las promesas hechas a otro en nombre de Dios comprometen
el honor, la fidelidad, la veracidad y la autoridad divinas. Deben ser respetadas
en justicia. Ser infiel a ellas es usar mal el nombre de Dios y, en cierta
manera, hacer de Dios un mentiroso (cf 1 Jn 1,10).
2148 La blasfemia se opone directamente al segundo mandamiento.
Consiste en proferir contra Dios -interior o exteriormente- palabras de
odio, de reproche, de desafío; en decir mal de Dios, faltarle al
respeto, en las conversaciones, usar mal el nombre de Dios. Santiago reprueba
a "los que blasfeman el hermoso Nombre (de Jesús) que ha sido invocado
sobre ellos" (St 2,7). La prohibición de la blasfemia se extiende
a las palabras contra la Iglesia de Cristo, los santos y las cosas sagradas.
Es también blasfemo recurrir al nombre de Dios para justificar prácticas
criminales, reducir pueblos a servidumbre, torturar o dar muerte. El abuso
del nombre de Dios para cometer un crimen provoca el rechazo de la religión.
La blasfemia es contraria al respeto debido a Dios y
a su santo nombre. Es de suyo un pecado grave (cf CIC, can 1369).
2149 Los palabras mal sonantes que emplean el nombre
de Dios sin intención de blasfemar son una falta de respeto hacia
el Señor. El segundo mandamiento prohíbe también el
uso mágico del Nombre divino.
El Nombre de Dios es grande donde se pronuncia con el
respeto debido a su grandeza y a su Majestad. El nombre de Dios es santo
donde se le nombra con veneración y el temor de ofenderle (S. Agustín,
serm. Dom. 2, 45, 19).
II TOMAR EL NOMBRE DEL SEÑOR EN VANO
2150 El segundo
mandamiento prohibe el falso juramento . Hacer juramento o jurar es tomar
a Dios por testigo de lo que se afirma. Es invocar la veracidad divina como
garantía de la propia veracidad. El juramento compromete el nombre
del Señor. "Al Señor tu Dios temerás, a él le
servirás, por su nombre jurarás" (Dt 6,13).
2151 La reprobación del falso juramento es un
deber para con Dios. Como Creador y Señor, Dios es la norma de toda
verdad. La palabra humana está de acuerdo o en oposición con
Dios que es la Verdad misma. El juramento, cuando es veraz y legítimo,
pone de relieve la relación de la palabra humana con la verdad de
Dios. El falso juramento invoca a Dios como testigo de una mentira.
2152 Es perjuro quien, bajo juramento, hace una promesa
que no tiene intención de cumplir, o que, después de haber
prometido bajo juramento, no la mantiene. El perjurio constituye una grave
falta de respeto hacia el Señor de toda palabra. Comprometerse mediante
juramento a hacer una obra mala es contrario a la santidad del Nombre divino.
2153 Jesús expuso el segundo mandamiento en el
Sermón de la Montaña: "Habéis oído que se dijo
a los antepasados: `no perjurarás, sino que cumplirás al Señor
tus juramentos'. Pues yo os digo que no juréis en modo alguno...sea
vuestro lenguaje: `sí, sí'; `no, no': que lo que pasa de aquí
viene del Maligno" (Mt 5,33-34. 37; cf St 5,12). Jesús enseña
que todo juramento implica una referencia a Dios y que la presencia de Dios
y de su verdad debe ser honrada en toda palabra. La discreción del
recurso a Dios al hablar va unida a la atención respetuosa a su presencia,
reconocida o menospreciada en cada una de nuestras afirmaciones.
2154 Siguiendo a San Pablo (cf 2 Co 1,23; Gal 1,20),
la tradición de la Iglesia ha comprendido las palabras de Jesús
en el sentido de que no se oponen al juramento cuando éste se hace
por una causa grave y justa (por ejemplo, ante el tribunal). "El juramento,
es decir, la invocación del Nombre de Dios como testigo de la verdad,
sólo puede prestarse con verdad, con sensatez y con justicia" (CIC,
can. 1199,1).
2155 La santidad del nombre divino exige no recurrir
a él para cosas fútiles, y no prestar juramento en circunstancias
que pudieran hacerlo interpretar como una aprobación del poder que
lo exigiese injustamente. Cuando el juramento es exigido por autoridades
civiles ilegítimas, puede ser rechazado. Debe serlo, cuando es impuesto
con fines contrarios a la dignidad de las personas o a la comunión
de la Iglesia.
III EL NOMBRE CRISTIANO
2156 El sacramento
del Bautismo es conferido "en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu
Santo" (Mt 28,19). En el bautismo, el nombre del Señor santifica
al hombre, y el cristiano recibe su nombre en la Iglesia. Este puede ser
el de un santo, es decir, de un discípulo que vivió una vida
de fidelidad ejemplar a su Señor. Al ser puesto bajo el patrocinio
de un santo, se le ofrece un modelo de caridad y se le asegura su intercesión.
El "nombre de bautismo" puede expresar también un misterio cristiano
o una virtud cristiana. "Procuren los padres, los padrinos y el párroco
que no se imponga un nombre ajeno al sentir cristiano" (CIC, can. 855).
2157 El cristiano comienza su jornada, sus oraciones
y sus acciones con la señal de la cruz, "en el nombre del Padre y
del Hijo y del Espíritu Santo. Amén". El bautizado consagra
la jornada a la gloria de Dios e invoca la gracia del Señor que le
permite actuar en el Espíritu como hijo del Padre. La señal
de la cruz nos fortalece en las tentaciones y en las dificultades.
2158 Dios llama a cada uno por su nombre (cf Is 43,1;
Jn 10,3). El nombre de todo hombre es sagrado. El nombre es la imagen de la
persona. Exige respeto en señal de la dignidad del que lo lleva.
2159 El nombre recibido es un nombre de eternidad. En
el reino, el carácter misterioso y único de cada persona marcada
con el nombre de Dios brillará en plena luz. "Al vencedor...le daré
una piedrecita blanca, y grabado en la piedrecita, un nombre nuevo que nadie
conoce, sino el que lo recibe" (Ap 2,17). "Miré entonces y había
un Cordero, que estaba en pie sobre el monte Sión, y con él
ciento cuarenta y cuatro mil, que llevaban escrito en la frente el nombre
del Cordero y el nombre de su Padre" (Ap 14,1).
RESUMEN
2160 "Señor,
Dios Nuestro, ¡qué admirable es tu nombre por toda la tierra!"
(Sal 8,2).
2161 El segundo mandamiento prescribe respetar el nombre
del Señor. El nombre del Señor es santo.
2162 El segundo mandamiento prohíbe todo uso inconveniente
del Nombre de Dios. La blasfemia consiste en usar de una manera injuriosa
el nombre de Dios, de Jesucristo , de la Virgen María y de los santos.
2163 El falso juramento invoca a Dios como testigo de
una mentira. El perjurio es una falta grave contra el Señor, siempre
fiel a sus promesas.
2164 "No jurar ni por Criador ni por criatura, si no
fuere con verdad, necesidad y reverencia" (S. Ignacio de Loyola, ex. spir.
38).
2165 En el Bautismo, la Iglesia da un nombre al cristiano.
Los padres, los padrinos y el párroco deben procurar que se dé
un nombre cristiano al que es bautizado. El patrocinio de un santo ofrece
un modelo de caridad y asegura su intercesión.
2166 El cristiano comienza sus oraciones y sus acciones
con la señal de la cruz "en el nombre del Padre y del Hijo y del
Espíritu Santo. Amén".
2167 Dios llama a cada uno por su nombre (cf. Is 43,1).
Artículo 3 EL TERCER MANDAMIENTO
"Recuerda el día del sábado para santificarlo.
Seis días trabajarás y harás todos tus trabajos, pero
el día séptimo es día de descanso para el Señor,
tu Dios. No harás ningún trabajo" (Ex 20,8-10; cf. Dt 5,12-15).
"El sábado ha sido instituido para el hombre
y no el hombre para el sábado. De suerte que el Hijo del hombre también
es señor del sábado" (Mc 2,27-28).
I EL DIA DEL SABADO
2168 El tercer mandamiento
del Decálogo proclama la santidad del sábado: "El día
séptimo será día de descanso completo, consagrado al
Señor" (Ex 31,15).
2169 La Escritura hace a este propósito memoria
de la creación: "Pues en seis días hizo el Señor el
cielo y la tierra, el mar y todo cuanto contienen, y el séptimo descansó;
por eso bendijo el Señor el día del sábado y lo hizo
sagrado" (Ex 20,11).
2170 La Escritura ve también en el día
del Señor un memorial de la liberación de Israel de la esclavitud
de Egipto: "Acuérdate de que fuiste esclavo en el país de
Egipto y de que el Señor tu Dios te sacó de allí con
mano fuerte y tenso brazo; por eso el Señor tu Dios te ha mandado
guardar el día del sábado" (Dt 5,15).
2171 Dios confió a Israel el Sábado para
que lo guardara como signo de la alianza inquebrantable (cf Ex 31,16). El
Sábado es para el Señor, santamente reservado a la alabanza
de Dios, de su obra de creación y de sus acciones salvíficas
en favor de Israel.
2172 El obrar de Dios es el modelo del obrar humano.
Si Dios "tomó respiro" el día séptimo (Ex 31,17), también
el hombre debe "holgar" y hacer que los otros, sobre todo los pobres, "recobren
aliento" (Ex 23,12). El Sábado interrumpe los trabajos cotidianos
y concede un respiro. Es un día de protesta contra las servidumbres
del trabajo y el culto al dinero (cf Ne 13, 15-22; 2 Cro 36,21).
2173 El evangelio relata numerosos incidentes en que
Jesús es acusado de quebrantar la ley del sábado. Pero Jesús
nunca falta a la santidad de este día (cf Mc 1,21; Jn 9,16). Da con
autoridad la interpretación auténtica de la misma: "El sábado
ha sido instituido para el hombre y no el hombre para el sábado" (Mc
2,27). Con compasión, Cristo proclama que "es lícito en sábado
hacer el bien en vez del mal, salvar una vida en vez de destruirla" (Mc
3,4). El sábado es el día del Señor de las misericordias
y del honor de Dios (cf Mt 12,5; Jn 7,23). "El Hijo del hombre es señor
del sábado" (Mc 2,28).
II EL DIA DEL SEÑOR
¡Este es el día que ha hecho el Señor,
exultemos y gocémonos en él! (Sal 118,24).
El día de la Resurrección: la nueva creación
2174 Jesús
resucitó de entre los muertos "el primer día de la semana"
(Mt 28,1; Mc 16,2; Lc 24,1; Jn 20,1). En cuanto "primer día", el
día de la Resurrección de Cristo recuerda la primera creación.
En cuanto "octavo día", que sigue al sábado (cf Mc 16,1; Mt
28,1), significa la nueva creación inaugurada con la resurrección
de Cristo. Para los cristianos vino a ser el primero de todos los días,
la primera de todas las fiestas, el día del Señor ("Hè
kyriakè hèmera", "dies dominica"), el "domingo":
Nos reunimos todos el día del sol porque es el
primer día (después del sábado judío, pero también
el primer día), en que Dios, sacando la materia de las tinieblas,
creó al mundo; ese mismo día, Jesucristo nuestro Salvador resucitó
de entre los muertos (S. Justino, Apol. 1,67).
El domingo, plenitud del sábado
2175 El Domingo
se distingue expresamente del sábado, al que sucede cronológicamente
cada semana, y cuya prescripción litúrgica reemplaza para
los cristianos. Realiza plenamente, en la Pascua de Cristo, la verdad espiritual
del sábado judío y anuncia el descanso eterno del hombre en
Dios. Porque el culto de la ley preparaba el misterio de Cristo, y lo que
se practicaba en ella prefiguraba algún rasgo relativo a Cristo (cf
1 Co 10,11):
Los que vivían según el orden de cosas
antiguo han venido a la nueva esperanza, no observando ya el sábado,
sino el día del Señor, en el que nuestra vida es bendecida por
él y por su muerte (S. Ignacio de Antioquía, Magn. 9,1).
2176 La celebración del domingo observa la prescripción
moral, inscrita en el corazón del hombre, de " dar a Dios un culto
exterior, visible, público y regular bajo el signo de su bondad universal
hacia los hombres" (S. Tomás de Aquino, s. th. 2-2, 122,4). El culto
dominical realiza el precepto moral de la Antigua Alianza, cuyo ritmo y
espíritu recoge celebrando cada semana al Creador y Redentor de su
pueblo.
La eucaristía dominical
2177 La celebración
dominical del Día y de la Eucaristía del Señor tiene
un papel principalísimo en la vida de la Iglesia. "El domingo en
el que se celebra el misterio pascual, por tradición apostólica,
ha de observarse en toda la Iglesia como fiesta primordial de precepto"
(CIC, can. 1246,1).
"Igualmente deben observarse los días de Navidad,
Epifanía, Ascensión, Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo,
Santa María Madre de Dios, Inmaculada Concepción y Asunción,
San José, Santos Apóstoles Pedro y Pablo y, finalmente, todos
los Santos" (CIC, can. 1246,1).
2178 Esta práctica de la asamblea cristiana se
remonta a los comienzos de la edad apostólica (cf Hch 2,42-46; 1 Co
11,17). La carta a los Hebreos dice: "no abandonéis vuestra asamblea,
como algunos acostumbran hacerlo, antes bien, animaos mutuamente" (Hb 10,25).
La tradición conserva el recuerdo de una exhortación
siempre actual: "Venir temprano a la Iglesia, acercarse al Señor
y confesar sus pecados, arrepentirse en la oración...Asistir a la
sagrada y divina liturgia, acabar su oración y no marchar antes de
la despedida...Lo hemos dicho con frecuencia: este día os es dado
para la oración y el descanso. Es el día que ha hecho el Señor.
En él exultamos y nos gozamos (Autor anónimo, serm. dom.).
2179 "La parroquia es una determinada comunidad de fieles
constituida de modo estable en la Iglesia particular, cuya cura pastoral,
bajo la autoridad del Obispo diocesano, se encomienda a un párroco,
como su pastor propio" (CIC, can. 515,1). Es el lugar donde todos los fieles
pueden reunirse para la celebración dominical de la eucaristía.
La parroquia inicia al pueblo cristiano en la expresión ordinaria
de la vida litúrgica, la congrega en esta celebración; le enseña
la doctrina salvífica de Cristo. Practica la caridad del Señor
en obras buenas y fraternas:
No puedes orar en casa como en la Iglesia, donde son
muchos los reunidos, donde el grito de todos se dirige a Dios como desde un
solo corazón. Hay en ella algo más: la unión de los espíritus,
la armonía de las almas, el vínculo de la caridad, las oraciones
de los sacerdotes (S. Juan Crisóstomo, incomprehens. 3,6).
La obligación del Domingo
2180 El mandamiento
de la Iglesia determina y precisa la ley del Señor: "El domingo y
las demás fiestas de precepto los fieles tienen obligación
de participar en la Misa" (CIC, can. 1247). "Cumple el precepto de participar
en la Misa quien asiste a ella, dondequiera que se celebre en un rito católico,
tanto el día de la fiesta como el día anterior por la tarde"
(CIC, can. 1248,1)
2181 La eucaristía del Domingo fundamenta y ratifica
toda la práctica cristiana. Por eso los fieles están obligados
a participar en la eucaristía los días de precepto, a no ser
que estén excusados por una razón seria (por ejemplo, enfermedad,
el cuidado de niños pequeños) o dispensados por su pastor
propio (cf CIC, can. 1245). Los que deliberadamente faltan a esta obligación
cometen un pecado grave.
2182 La participación en la celebración
común de la eucaristía dominical es un testimonio de pertenencia
y de fidelidad a Cristo y a su Iglesia. Los fieles proclaman así su
comunión en la fe y la caridad. Testimonian a la vez la santidad de
Dios y su esperanza de la salvación. Se reconfortan mutuamente, guiados
por el Espíritu Santo.
2183 "Cuando falta el ministro sagrado u otra causa grave
hace imposible la participación en la celebración eucarística,
se recomienda vivamente que los fieles participen en la liturgia de la palabra,
si ésta se celebra en la iglesia parroquial o en otro lugar sagrado
conforme a lo prescrito por el Obispo diocesano, o permanezcan en oración
durante un tiempo conveniente, solos o en familia, o, si es oportuno, en
grupos de familias" (CIC, can. 1248,2).
Día de gracia y de descanso
2184 Así
como Dios "cesó el día séptimo de toda la tarea que
había hecho" (Gn 2,2), la vida humana sigue un ritmo de trabajo y
descanso. La institución del Día del Señor contribuye
a que todos disfruten del tiempo de descanso y de solaz suficiente que les
permita cultivar su vida familiar, cultural, social y religiosa (cf GS 67,3).
2185 Durante el domingo y las otras fiestas de precepto,
los fieles se abstendrán de entregarse a trabajos o actividades que
impidan el culto debido a Dios, la alegría propia el día del
Señor, la práctica de las obras de misericordia, la distensión
necesaria del espíritu y del cuerpo (cf CIC, can. 1247). Las necesidades
familiares o una gran utilidad social constituyen excusas legítimas
respecto al precepto del descanso dominical. Los fieles deben cuidar que
legítimas excusas no introduzcan hábitos perjudiciales a la
religión, a la vida de familia y a la salud.
El amor de la verdad busca el santo ocio, la necesidad
del amor acoge el justo trabajo (S. Agustín, civ. 19,19).
2186 Los cristianos
que disponen de ocio deben acordarse de sus hermanos que tienen las mismas
necesidades y los mismos derechos y no pueden descansar a causa de la pobreza
y la miseria. El domingo está tradicionalmente consagrado por la
piedad cristiana a obras buenas y a servicios humildes con los enfermos,
débiles y ancianos. Los cristianos deben santificar también
el domingo dedicando a su familia el tiempo y los cuidados difíciles
de prestar los otros días de la semana. El domingo es un tiempo de
reflexión, de silencio, de cultura y de meditación, que favorecen
el crecimiento de la vida interior y cristiana.
2187 Santificar los domingos y los días de fiesta
exige un esfuerzo común. Cada cristiano debe evitar imponer sin necesidad
a otro lo que le impediría guardar el día del Señor.
Cuando las costumbres (deportes, restaurantes, etc.) y los compromisos sociales
(servicios públicos, etc.) requieren de algunos un trabajo dominical,
cada uno tiene la responsabilidad de un tiempo suficiente de descanso. Los
fieles cuidarán con moderación y caridad evitar los excesos
y las violencias engendrados a veces por espectáculos multitudinarios.
A pesar de las presiones económicas, los poderes públicos
deben asegurar a los ciudadanos un tiempo destinado al descanso y al culto
divino. Los patronos tienen una obligación análoga respecto
a sus empleados.
2188 En el respeto de la libertad religiosa y del bien
común de todos, los cristianos deben reclamar el reconocimiento de
los domingos y días de fiesta de la Iglesia como días festivos
legales. Deben dar a todos un ejemplo público de oración,
de respeto y de alegría, y defender sus tradiciones como una contribución
preciosa a la vida espiritual de la sociedad humana. Si la legislación
del país u otras razones obligan a trabajar el domingo, este día
debe ser al menos vivido como el día de nuestra liberación
que nos hace participar en esta "reunión de fiesta", en esta "asamblea
de los primogénitos inscritos en los cielos" (Hb 12,22-23).
RESUMEN
2189 "Guardarás
el día del sábado para santificarlo" (Dt 5,12). "El día
séptimo será día de descanso completo, consagrado al
Señor" (Ex 31,15).
2190 El sábado, que representaba la coronación
de la primera creación, es sustituido por el domingo que recuerda
la nueva creación, inaugurada en la resurrección de Cristo.
2191 La Iglesia celebra el día de la Resurrección
de Cristo el octavo día, que es llamado con pleno derecho día
del Señor, o domingo (cf SC 106).
2192 "El domingo...ha de observarse en toda la Iglesia
como fiesta primordial de precepto" (CIC, can 1246,1). "El domingo y las
demás fiestas de precepto, los fieles tienen obligación de
participar en la Misa" (CIC, can. 1247).
2193 "El domingo y las demás fiestas de precepto...los
fieles se abstendrán de aquellos trabajos y actividades que impidan
dar culto a Dios, gozar de la alegría propia del día del Señor
o disfrutar del debido descanso de la mente y del cuerpo" (CIC, can 1247).
2194 La institución del domingo contribuye a que
todos disfruten de un "reposo y ocio suficientes para cultivar la vida familiar,
cultural, social y religiosa" (GS 67,3).
2195 Todo cristiano debe evitar imponer, sin necesidad,
a otro impedimentos para guardar el Día del Señor.
CAPITULO SEGUNDO: “AMARAS A TU PROJIMO COMO A TI MISMO”
Jesús dice a sus discípulos: "Amaos los
unos a los otros como yo os he amado" (Jn 13,34).
2196 En respuesta
a la pregunta que le hacen sobre cuál es el primero de los mandamientos,
Jesús responde: "El primero es: `Escucha Israel, el Señor,
nuestro Dios, es el único Señor, y amarás al Señor
tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente
y con todas tus fuerzas'. El segundo es: `Amarás a tu prójimo
como a ti mismo'. No existe otro mandamiento mayor que estos" (Mc 12,29-31).
El apóstol S. Pablo lo recuerda: "El que ama
al prójimo ha cumplido la ley. En efecto, lo de: no adulterarás,
no matarás, no robarás, no codiciarás y todos los demás
preceptos, se resumen en esta fórmula: amarás a tu prójimo
como a ti mismo. La caridad no hace mal al prójimo. La caridad es,
por tanto, la ley en su plenitud" (Rm 13,8-10).
Artículo 4 EL CUARTO MANDAMIENTO
Honra a tu padre y a tu madre, para que se prolonguen
tus días sobre la tierra que el Señor, tu Dios, te va a dar
(Ex 20,12).
Vivía sujeto a ellos (Lc 2,51).
El Señor
Jesús recordó también la fuerza de este "mandamiento
de Dios" (Mc 7,8-13). El apóstol enseña: "Hijos, obedeced
a vuestros padres en el Señor; porque esto es justo. `Honra a tu
padre y a tu madre', tal es el primer mandamiento que lleva consigo una
promesa: `para que seas feliz y se prolongue tu vida sobre la tierra'" (Ef
6,1-3; cf Dt 5,16).
2197 El cuarto mandamiento encabeza la segunda tabla.
Indica el orden de la caridad. Dios quiso que, después de él,
honrásemos a nuestros padres, a los que debemos la vida y que nos han
transmitido el conocimiento de Dios. Estamos obligados a honrar y respetar
a todos los que Dios, para nuestro bien, ha investido de su autoridad.
2198 Este precepto se expresa de forma positiva, indicando
los deberes que se han de cumplir. Anuncia los mandamientos siguientes que
contienen un respeto particular de la vida, del matrimonio, de los bienes
terrenos, de la palabra. Constituye uno de los fundamentos de la doctrina
social de la Iglesia.
2199 El cuarto mandamiento se dirige expresamente a los
hijos en sus relaciones con sus padres, porque esta relación es la
más universal. Se refiere también a las relaciones de parentesco
con los miembros del grupo familiar. Exige que se dé honor, afecto
y reconocimiento a los ancianos y antepasados. Finalmente se extiende a
los deberes de los alumnos respecto a los maestros, de los empleados respecto
a los patronos, de los subordinados respecto a sus jefes, de los ciudadanos
respecto a su patria, a los que la administran o la gobiernan.
Este mandamiento implica y sobreentiende los deberes
de los padres, tutores, maestros, jefes, magistrados, gobernantes, de todos
los que ejercen una autoridad sobre otros o sobre una comunidad de personas.
2200 El cumplimiento del cuarto mandamiento comporta
su recompensa: "Honra a tu padre y a tu madre, para que se prolonguen tus
días sobre la tierra que el Señor, tu Dios, te va a dar" (Ex
20,12; Dt 5,16). La observancia de este mandamiento procura, con los frutos
espirituales, frutos temporales de paz y de prosperidad. Y al contrario,
la no observancia de este mandamiento entraña grandes daños
para las comunidades y las personas humanas.
I LA FAMILIA EN EL PLAN DE DIOS
Naturaleza de la familia
2201 La comunidad
conyugal está establecida sobre el consentimiento de los esposos.
El matrimonio y la familia están ordenados al bien de los esposos
y a la procreación y educación de los hijos. El amor de los
esposos y la generación de los hijos establecen entre los miembros
de una familia relaciones personales y responsabilidades primordiales.
2202 Un hombre y una mujer unidos en matrimonio forman
con sus hijos una familia. Esta disposición es anterior a todo reconocimiento
por la autoridad pública; se impone a ella. Se la considerará
como la referencia normal en función de la cual deben ser apreciadas
las diversas formas de parentesco.
2203 Al crear al hombre y a la mujer, Dios instituyó
la familia humana y la dotó de su constitución fundamental.
Sus miembros son personas iguales en dignidad. Para el bien común
de sus miembros y de la sociedad, la familia implica una diversidad de responsabilidades,
de derechos y de deberes.
La familia cristiana
2204 "La familia
cristiana constituye una revelación y una actuación específicas
de la comunión eclesial; por eso...puede y debe decirse iglesia doméstica"
(FC 21, cf LG 11). Es una comunidad de fe, esperanza y caridad, posee en
la Iglesia una importancia singular como aparece en el Nuevo Testamento
(cf Ef 5,21-6,4; Col 3,18-21; 1 P 3, 1-7).
2205 La familia cristiana es una comunión de personas,
reflejo e imagen de la comunión del Padre y del Hijo en el Espíritu
Santo. Su actividad procreadora y educativa es reflejo de la obra creadora
de Dios. Es llamada a participar en la oración y el sacrificio de
Cristo. La oración cotidiana y la lectura de la Palabra de Dios fortalecen
en ella la caridad. La familia cristiana es evangelizadora y misionera.
2206 Las relaciones en el seno de la familia entrañan
una afinidad de sentimientos, afectos e intereses que provienen sobre todo
del mutuo respeto de las personas. La familia es una "comunidad privilegiada"
llamada a realizar un "propósito común de los esposos y una
cooperación diligente de los padres en la educación de los
hijos" (GS 52,1).
II LA FAMILIA Y LA SOCIEDAD
2207 La familia
es la "célula original de la vida social". Es la sociedad natural
donde el hombre y la mujer son llamados al don de sí en el amor y
en el don de la vida. La autoridad, la estabilidad y la vida de relación
en el seno de la familia constituyen los fundamentos de la libertad, de
la seguridad, de la fraternidad en el seno de la sociedad. La familia es
la comunidad en la que, desde la infancia, se puede aprender los valores
morales, comenzar a honrar a Dios y a usar bien de la libertad. La vida
de familia es iniciación a la vida en sociedad.
2208 La familia debe vivir de manera que sus miembros
aprendan el cuidado y la atención de los jóvenes y ancianos,
de los enfermos o disminuidos, y de los pobres. Numerosas son las familias
que en ciertos momentos no se hallan en condiciones de prestar esta ayuda.
Corresponde entonces a otras personas, a otras familias, y subsidiariamente
a la sociedad, proveer a sus necesidades. "La religión pura e intachable
ante Dios Padre es ésta: visitar a los huérfanos y a las viudas
en su tribulación y conservarse incontaminado del mundo" (St 1,27).
2209 La familia debe ser ayudada y defendida mediante
medidas sociales apropiadas. Donde las familias no son capaces de realizar
sus funciones, los otros cuerpos sociales tienen el deber de ayudarlas y de
sostener la institución familiar. De conformidad con el principio de
subisidiariedad, las comunidades más vastas deben abstenerse de privar
a las familias de sus propios derechos y de inmiscuirse en sus vidas.
2210 La importancia de la familia para la vida y el bienestar
de la sociedad (cf GS 47,1) entraña una responsabilidad particular
de ésta en el sostén y fortalecimiento del matrimonio y de
la familia. El poder civil ha de considerar como deber grave "el reconocimiento
de la auténtica naturaleza del matrimonio y de la familia, protegerla
y fomentarla, asegurar la moralidad pública y favorecer la prosperidad
doméstica" (GS 52,2).
2211 La comunidad política tiene el deber de honrar
a la familia, asistirla, y asegurarle especialmente:
– la libertad de fundar un hogar, de tener hijos y de educarlos de acuerdo
con sus propias convicciones morales y religiosas;
– la protección de la estabilidad del vínculo conyugal y
de la institución familiar;
– la libertad de profesar su fe, transmitirla, educar a sus hijos en ella,
con los medios y las instituciones necesarios;
– el derecho a la propiedad privada, la libertad de iniciativa, de tener
un trabajo, una vivienda, el derecho a emigrar;
– conforme a las instituciones del país, el derecho a la atención
médica, a la asistencia de las personas de edad, a los subsidios
familiares;
– la protección de la seguridad y la higiene, especialmente por
lo que se refiere a peligros como la droga, la pornografía, el alcoholismo,
etc;
– la libertad para formar asociaciones con otras familias y de estar así
representadas ante las autoridades civiles (cf FC 46).
2212 El cuarto mandamiento ilumina las demás relaciones
en la sociedad. En nuestros hermanos y hermanas vemos a los hijos de nuestros
padres; en nuestros primos, los descendientes de nuestros abuelos; en nuestros
conciudadanos, los hijos de nuestra patria; en los bautizados, los hijos
de nuestra madre, la Iglesia; en toda persona humana, un hijo o una hija
del que quiere ser llamado "Padre nuestro". Así, nuestras relaciones
con nuestro prójimo son reconocidas como de orden personal. El prójimo
no es un "individuo" de la colectividad humana; es "alguien" que por sus
orígenes, siempre "próximos" por una u otra razón, merece
una atención y un respeto singulares.
2213 Las comunidades humanas están compuestas
de personas. Gobernarlas bien no puede limitarse simplemente a garantizar
los derechos y el cumplimiento de deberes, como tampoco a la fidelidad a
los compromisos. Las justas relacione entre patronos y empleados, gobernantes
y ciudadanos, suponen la benevolencia natural conforme a la dignidad de las
personas humanas deseosas de justicia y fraternidad.
II DEBERES DE LOS MIEMBROS DE LA FAMILIA
Deberes de los hijos
2214 La paternidad
divina es la fuente de la paternidad humana (cf. Ef 3,14); es el fundamento
del honor de los padres. El respeto de los hijos, menores o mayores de edad,
hacia su padre y hacia su madre (cf Pr 1,8; Tb 4,3-4), se nutre del afecto
natural nacido del vínculo que los une. Es exigido por el precepto
divino (cf Ex 20,12).
2215 El respeto a los padres (piedad filial) está
hecho de gratitud para quienes, mediante el don de la vida, su amor y su
trabajo, han traído sus hijos al mundo y les han ayudado a crecer
en estatura, en sabiduría y en gracia. "Con todo tu corazón
honra a tu padre, y no olvides los dolores de tu madre. Recuerda que por
ellos has nacido, ¿cómo les pagarás lo que contigo han
hecho?" (Si 7,27-28).
2216 El respeto filial se revela en la docilidad y la
obediencia verdaderas. "Guarda, hijo mío, el mandato de tu padre y
no desprecies la lección de tu madre...en tus pasos ellos serán
tu guía; cuando te acuestes, velarán por ti; conversarán
contigo al despertar" (Pr 6,20-22). "El hijo sabio ama la instrucción,
el arrogante no escucha la reprensión" (Pr 13,1).
2217 Mientras vive en el domicilio de sus padres, el
hijo debe obedecer a todo lo que estos dispongan para su bien o el de la
familia. "Hijos, obedeced en todo a vuestros padres, porque esto es grato
a Dios en el Señor" (Col 3,20; cf Ef 6,1). Los hijos deben obedecer
también las prescripciones razonables de sus educadores y de todos
aquellos a quienes sus padres los han confiado. Pero si el hijo está
persuadido en conciencia de que es moralmente malo obedecer esa orden, no
debe seguirla.
Cuando sean mayores, los hijos deben seguir respetando
a sus padres. Deben prever sus deseos, solicitar dócilmente sus consejos
y aceptar sus amonestaciones justificadas. La obediencia a los padres cesa
con la emancipación de los hijos, pero no el respeto que permanece
para siempre. Este, en efecto, tiene su raíz en el temor de Dios,
uno de los dones del Espíritu Santo.
2218 El cuarto mandamiento recuerda a los hijos mayores
de edad sus responsabilidades para con los padres. En cuanto puedan deben
prestarles ayuda material y moral en los años de vejez y durante
los tiempos de enfermedad, de soledad o de abatimiento. Jesús recuerda
este deber de gratitud (cf Mc 7,10-12).
El Señor glorifica al padre en los hijos, y afirma
el derecho de la madre sobre su prole. Quien honra a su padre expía
sus pecados; como el que atesora es quien da gloria a su madre. Quien honra
a su padre recibirá contento de sus hijos, y en el día de
su oración será escuchado. Quien da gloria al padre vivirá
largos días, obedece al Señor quien da sosiego a su madre
(Si 3,12-13.16).
Hijo, cuida de tu padre en su vejez, y en su vida no
le causes tristeza. Aunque haya perdido la cabeza, se indulgente, no le desprecies
en la plenitud de tu vigor...Como blasfemo es el que abandona a su padre,
maldito del Señor quien irrita a su madre (Si 3,12.16).
2219 El respeto filial favorece la armonía de
toda la vida familiar; atañe también a las relaciones entre
hermanos y hermanas. El respeto a los padres irradia en todo el ambiente
familiar. "Corona de los ancianos son los hijos de los hijos" (Pr 17,6).
"Soportaos unos a otros en la caridad, en toda humildad, dulzura y paciencia"
(Ef 4,2).
2220 Los cristianos están obligados a una especial
gratitud para con aquellos de quienes recibieron el don de la fe, la gracia
del bautismo y la vida en la Iglesia. Puede tratarse de los padres, de otros
miembros de la familia, de los abuelos, de los pastores, de los catequistas,
de otros maestros o amigos. "Evoco el recuerdo de la fe sincera que tú
tienes, fe que arraigó primero en tu abuela Loida y en tu madre Eunice,
y sé que también ha arraigado en ti" (2 Tm 1,5).
Deberes de los padres
2221 La fecundidad
del amor conyugal no se reduce a la sola procreación de los hijos,
sino que debe extenderse también a su educación moral y a
su formación espiritual. El papel de los padres en la educación
"tiene tanto peso que, cuando falta, difícilmente puede suplirse"
(GE 3). El derecho y el deber de la educación son para los padres
primordiales e inalienables (cf FC 36).
2222 Los padres deben mirar a sus hijos como a hijos
de Dios y respetarlos como a personas humanas. Han de educar a sus hijos
en el cumplimiento de la ley de Dios, mostrándose ellos mismos obedientes
a la voluntad del Padre del cielo.
2223 Los padres son los primeros responsables de la educación
de sus hijos. Testimonian esta responsabilidad ante todo por la creación
de un hogar, donde la ternura, el perdón, el respeto, la fidelidad
y el servicio desinteresado son norma. El hogar es un lugar apropiado para
la educación de las virtudes. Esta requiere el aprendizaje de la
abnegación, de un sano juicio, del dominio de sí, condiciones
de toda libertad verdadera. Los padres han de enseñar a los hijos
a subordinar las dimensiones "materiales e instintivas a las interiores y
espirituales" (CA 36). Es una grave responsabilidad para los padres dar buenos
ejemplos a sus hijos. Sabiendo reconocer ante sus hijos sus propios defectos,
se hacen más aptos para guiarlos y corregirlos:
El que ama a su hijo, le azota sin cesar...el que enseña
a su hijo, sacará provecho de él (Si 30, 1-2).
Padres, no exasperéis a vuestros hijos, sino
formadlos más bien mediante la instrucción y la corrección
según el Señor (Ef 6,4).
2224 El hogar constituye un medio natural para la iniciación
del ser humano en la solidaridad y en las responsabilidades comunitarias.
Los padres deben enseñar a los hijos a guardarse de los riesgos y
las degradaciones que amenazan a las sociedades humanas.
2225 Por la gracia del sacramento del matrimonio, los
padres han recibido la responsabilidad y el privilegio de evangelizar a sus
hijos. Desde su primera edad, deberán iniciarlos en los misterios de
la fe de los que ellos son para sus hijos los "primeros anunciadores de la
fe" (LG 11). Desde su más tierna infancia, deben asociarlos a la vida
de la Iglesia. La forma de vida en la familia puede alimentar las disposiciones
afectivas que, durante la vida entera, serán auténticos preámbulos
y apoyos de una fe viva.
2226 La educación en la fe por los padres debe
comenzar desde la más tierna infancia. Esta educación se hace
ya cuando los miembros de la familia se ayudan a crecer en la fe mediante
el testimonio de una vida cristiana de acuerdo con el evangelio. La catequesis
familiar precede, acompaña y enriquece las otras formas de enseñanza
de la fe. Los padres tienen la misión de enseñar a sus hijos
a orar y a descubrir su vocación de hijos de Dios (cf LG 11). La
parroquia es la comunidad eucarística y el corazón de la vida
litúrgica de las familias cristianas; es un lugar privilegiado para
la catequesis de los niños y de los padres.
2227 Los hijos, a su vez, contribuyen al crecimiento
de sus padres en la santidad (cf GS 48,4). Todos y cada uno se concederán
generosamente y sin cansarse los perdones mutuos exigidos por las ofensas,
las querellas, las injusticias, y las omisiones. El afecto mutuo lo sugiere.
La caridad de Cristo lo exige (cf Mt 18,21-22; Lc 17,4).
2228 Durante la infancia, el respeto y el afecto de los
padres se traducen ante todo por el cuidado y la atención que consagran
en educar a sus hijos, en proveer a sus necesidades físicas y espirituales.
En el transcurso del crecimiento, el mismo respeto y la misma dedicación
llevan a los padres a enseñar a sus hijos a usar rectamente de su
razón y de su libertad.
2229 Los padres, como primeros responsables de la educación
de sus hijos, tienen el derecho de elegir para ellos una escuela que corresponda
a sus propias convicciones. Este derecho es fundamental. En cuanto sea posible,
los padres tienen el deber de elegir las escuelas que mejor les ayuden en
su tarea de educadores cristianos (cf GE 6). Los poderes públicos
tienen el deber de garantizar este derecho de los padres y de asegurar las
condiciones reales de su ejercicio.
2230 Cuando llegan a la edad correspondiente, los hijos
tienen el deber y el derecho de elegir su profesión y su estado de
vida. Estas nuevas responsabilidades deberán asumirlas en una relación
confiada con sus padres, cuyo parecer y consejo pedirán y recibirán
dócilmente. Los padres deben cuidar no violentar a sus hijos ni en
la elección de una profesión ni en la de su futuro cónyuge.
Este deber de no inmiscuirse no les impide, sino al contrario, ayudarles
con consejos juiciosos, particularmente cuando se proponen fundar un hogar.
2231 Hay quienes no se casan para poder cuidar a sus
padres, o sus hermanos y hermanas, para dedicarse más exclusivamente
a una profesión o por otros motivos dignos. Estas personas pueden
contribuir grandemente al bien de la familia humana.
IV LA FAMILIA Y EL REINO DE DIOS
2232 Los vínculos
familiares, aunque son muy importantes, no son absolutos. A la par el hijo
crece, hacia una madurez y autonomía humanas y espirituales,
la vocación singular que viene de Dios se afirma con más claridad
y fuerza. Los padres deben respetar esta llamada y favorecer la respuesta
de sus hijos para seguirla. Es preciso convencerse de que la vocación
primera del cristiano es seguir a Jesús (cf Mt 16,25): "El que ama
a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí;
el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno
de mi" (Mt 10,37).
2233 Hacerse discípulo de Jesús es aceptar
la invitación a pertenecer a la familia de Dios, a vivir en conformidad
con su manera de vivir: "El que cumpla la voluntad de mi Padre celestial,
éste es mi hermano, mi hermana y mi madre" (Mt 12,49).
Los padres deben acoger y respetar con alegría
y acción de gracias el llamamiento del Señor a uno de sus
hijos para que le siga en la virginidad por el Reino, en la vida consagrada
o en el ministerio sacerdotal.
V LAS AUTORIDADES EN LA SOCIEDAD CIVIL
2234 El cuarto mandamiento
de Dios nos ordena también honrar a todos los que, para nuestro bien,
han recibido de Dios una autoridad en la sociedad. Este mandamiento determina
los deberes de quienes ejercen la autoridad y de quienes están sometidos
a ella.
Deberes de las autoridades civiles
2235 Los que ejercen
una autoridad deben ejercerla como un servicio. "El que quiera llegar a
ser grande entre vosotros, será vuestro esclavo" (Mt 20,26). El ejercicio
de una autoridad está moralmente regulado por su origen divino, su
naturaleza racional y su objeto específico. Nadie puede ordenar o
instituir lo que es contrario a la dignidad de las personas y a la ley natural.
2236 El ejercicio de la autoridad ha de manifestar una
justa jerarquía de valores con el fin de facilitar el ejercicio de
la libertad y de la responsabilidad de todos. Los superiores deben ejercer
la justicia distributiva con sabiduría teniendo en cuenta las necesidades
y la contribución de cada uno y atendiendo a la concordia y la paz.
Deben velar porque las normas y disposiciones que establezcan no induzcan
a tentación oponiendo el interés personal al de la comunidad
(cf CA 25).
2237 El poder político está obligado
a respetar los derechos fundamentales de la persona humana. Y administrar
humanamente justicia en el respeto al derecho de cada uno, especialmente
de las familias y de los desheredados.
Los derechos políticos inherentes a la ciudadanía
pueden y deben ser concedidos según las exigencias del bien común.
No pueden ser suspendidos por los poderes públicos sin motivo legítimo
y proporcionado. El ejercicio de los derechos políticos está
destinado al bien común de la nación y de la comunidad humana.
Deberes de los ciudadanos
2238 Los que están
sometidos a la autoridad deben mirar a sus superiores como representantes
de Dios que los ha instituido ministros de sus dones (cf Rm 13,1-2): "Sed
sumisos, a causa del Señor, a toda institución humana... Obrad
como hombres libres, y no como quienes hacen de la libertad un pretexto para
la maldad, sino como siervos de Dios" (1 P 2,13.16). Su colaboración
leal entraña el derecho, a veces el deber, de ejercer una justa reprobación
de lo que les parece perjudicial para la dignidad de las personas o el bien
de la comunidad.
2239 Deber de los ciudadanos es contribuir con
la autoridad civil al bien de la sociedad en un espíritu de verdad,
justicia, solidaridad y libertad. El amor y el servicio de la patria forman
parte del deber de gratitud y del orden de la caridad. La sumisión
a las autoridades legítimas y el servicio del bien común exigen
de los ciudadanos que cumplan con su responsabilidad en la vida de la comunidad
política.
2240 La sumisión a la autoridad y la corresponsabilidad
en el bien común exigen moralmente el pago de los impuestos, el ejercicio
del derecho al voto, la defensa del país:
Dad a cada cual lo que se le debe: a quien impuestos,
impuestos; a quien tributo, tributo; a quien respeto, respeto; a quien honor,
honor (Rm 13,7).
Los cristianos residen en su propia patria, pero como
extranjeros domiciliados. Cumplen todos sus debe res de ciudadanos y soportan
todas sus cargas como extranjeros...Obedecen a las leyes establecidas, y
su manera de vivir está por encima de las leyes...Tan noble es el
puesto que Dios les ha asignado, que no les está permitido desertar
(Epístola a Diogneto, 5,5.10; 6,10).
El apóstol nos exhorta a ofrecer oraciones y
acciones de gracias por los reyes y por todos los que ejercen la autoridad,
"para que podamos vivir una vida tranquila y apacible con toda piedad y dignidad"
(1 Tm 2,2).
2241 Las naciones más prósperas tienen
obligación de acoger, en cuanto sea posible, al extranjero que busca
la seguridad y los medios de vida que no puede encontrar en su país
de origen. Los poderes públicos deben velar para que se respete el
derecho natural que coloca al huésped bajo la protección de
quienes lo reciben.
Las autoridades civiles, atendiendo al bien común
de aquellos que tienen a su cargo, pueden subordinar el ejercicio del derecho
de inmigración a diversas condiciones jurídicas, especialmente
en lo que concierne a los deberes de los emigrantes respecto al país
de adopción. El inmigrante está obligado a respetar con gratitud
el patrimonio material y espiritual del país que lo acoge, a obedecer
sus leyes y contribuir a sus cargas.
2242 El ciudadano tiene obligación en conciencia
de no seguir las prescripciones de las autoridades civiles cuando estos
preceptos son contrarios a las exigencias del orden moral, a los derechos
fundamentales de las personas o a las enseñanzas del evangelio. El
rechazo de la obediencia a las autoridades civiles, cuando sus exigencias
son contrarias a las de la recta conciencia, tiene su justificación
en la distinción entre el servicio de Dios y el servicio de la comunidad
política. "Dad al César lo que es del César y a Dios
lo que es de Dios" (Mt 22,21). "Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres"
(Hch 5,29):
Cuando la autoridad pública, excediéndose
en sus competencias, oprime a los ciudadanos, éstos no deben rechazar
las exigencias objetivas del bien común; pero les es lícito
defender sus derechos y los de sus conciudadanos contra el abuso de esta
autoridad, guardando los límites que señala la ley natural
y evangélica (GS 74,5).
2243 La resistencia a la opresión de quienes gobiernan
no podrá recurrir legítimamente a las armas sino cuando se
reúnan las condiciones siguientes: (1) en caso de violaciones ciertas,
graves y prolongadas de los derechos fundamentales; (2) después de
haber agotado todos los otros recursos; (3) sin provocar desórdenes
peores; (4) que haya esperanza fundada de éxito; (5) si es imposible
prever razonablemente soluciones mejores.
La comunidad política y la Iglesia
2044 Toda institución
se inspira, al menos implícitamente, en una visión del hombre
y de su destino, de la que saca sus referencias de juicio, su jerarquía
de valores, su línea de conducta. La mayoría de las sociedades
han configurado sus instituciones conforme a una cierta preeminencia del
hombre sobre las cosas. Sólo la religión divinamente revelada
ha reconocido claramente en Dios, Creador y Redentor, el origen y el destino
del hombre. La Iglesia invita a las autoridades civiles a juzgar y decidir
a la luz de la Verdad sobre Dios y sobre el hombre:
Las sociedades que ignoran esta inspiración o
la rechazan en nombre de su independencia respecto a Dios se ven obligadas
a buscar en sí mismas o a tomar de una ideología sus referencias
y finalidades; y, al no admitir un criterio objetivo del bien y del mal,
ejercen sobre el hombre y sobre su destino, un poder totalitario, declarado
o velado, como lo muestra la historia (cf CA 45; 46).
2245 La Iglesia, que por razón de su misión
y su competencia, no se confunde en modo alguno con la comunidad política,
es a la vez signo y salvaguarda del carácter transcendente de la
persona humana. La Iglesia "respeta y promueve también la libertad
y la responsabilidad política de los ciudadanos" (GS 76,3).
2246 Pertenece a la misión de la Iglesia "emitir
un juicio moral también sobre cosas que afectan al orden político
cuando lo exijan los derechos fundamentales de la persona o la salvación
de las almas, aplicando todos y sólo aquellos medios que sean conformes
al evangelio y al bien de todos según la diversidad de tiempos y
condiciones" (GS 76,5).
RESUMEN
2247 "Honra a tu
padre y a tu madre" (Dt 5,16; Mc 7,10).
2248 Según el cuarto mandamiento, Dios quiere
que, después que a él, honremos a nuestros padres y a los
que él reviste de autoridad para nuestro bien.
2249 La comunidad conyugal está establecida sobre
la alianza y el consentimiento de los esposos. El matrimonio y la familia
están ordenados al bien de los cónyuges, a la procreación
y a la educación de los hijos.
2250 "La salvación de la persona y de la sociedad
humana y cristiana está estrechamente ligada a la prosperidad de
la comunidad conyugal y familiar" (GS 47,1).
2251 Los hijos deben a sus padres respeto, gratitud,
justa obediencia y ayuda. El respeto filial favorece la armonía de
toda la vida familiar.
2252 Los padres son los primeros responsables de la educación
de sus hijos en la fe, en la oración y en todas las virtudes. Tienen
el deber de atender, en la medida de lo posible, las necesidades físicas
y espirituales de sus hijos.
2253 Los padres deben respetar y favorecer la vocación
de sus hijos. Han de recordar y enseñar que el primer mandamiento
del cristiano es seguir a Jesús.
2254 La autoridad pública está obligada
a respetar los derechos fundamentales de la persona humana y las condiciones
de ejercicio de su libertad.
2255 El deber de los ciudadanos es trabajar con las autoridades
civiles en la edificación de la sociedad en un espíritu de
verdad, justicia, solidaridad y libertad.
2256 El ciudadano está obligado en conciencia
a no seguir las prescripciones de las autoridades civiles cuando son contrarias
a las exigencias del orden moral. "Hay que obedecer a Dios antes que a los
hombres" (Hch 5,29).
2257 Toda sociedad refiere sus juicios y su conducta
a una visión del hombre y de su destino. Sin la luz del evangelio
sobre Dios y sobre el hombre, las sociedades se hacen fácilmente
totalitarias.
Artículo 5
EL QUINTO MANDAMIENTO
No matarás (Ex 20,13)
Habéis oído que se dijo a los antepasados:
"No matarás"; y aquél que mate será reo ante el tribunal.
Pues yo os digo: Todo aquel que se encolerice contra su hermano, será
reo ante el tribunal (Mt 5,21-22).
2258 "La vida humana
es sagrada, porque desde su inicio comporta la acción creadora de
Dios y permanece siempre en una especial relación con el Creador,
su único fin. Sólo Dios es Señor de la vida desde su
comienzo hasta su término ; nadie, en ninguna circunstancia, puede
atribuirse el derecho de matar de modo directo a un ser humano inocente"
(CDF, instr. "Donum vitae", 22).
I EL RESPETO DE LA VIDA HUMANA
El testimonio de la historia santa
2259 La Escritura,
en el relato de la muerte de Abel a manos de su hermano Caín (cf
Gn 4,8-12), revela, desde los comienzos de la historia humana, la presencia
en el hombre de la ira y la codicia, consecuencias del pecado original. El
hombre se convirtió en el enemigo de sus semejantes. Dios manifiesta
la maldad de este fratricidio: "¿Qué has hecho? Se oye la sangre
de tu hermano clamar a mí desde el suelo. Pues bien: maldito seas,
lejos de este suelo que abrió su boca para recibir de tu mano la sangre
de tu hermano" (Gn 4,10-11).
2260 La alianza de Dios y de la humanidad está
tejida de llamamientos a reconocer la vida humana como don divino y de la
existencia de una violencia fratricida en el corazón del hombre:
Y yo os prometo reclamar vuestra propia sangre...Quien
vertiere sangre de hombre, por otro hombre será su sangre vertida,
porque a imagen de Dios hizo él al hombre (Gn 9,5-6).
El Antiguo Testamento consideró siempre la sangre
como un signo sagrado de la vida (cf Lv 17,14). La necesidad de esta enseñanza
es de todos los tiempos.
2261 La Escritura precisa lo que el quinto mandamiento
prohíbe: "No quites la vida del inocente y justo" (Ex 23,7). El homicidio
voluntario de un inocente es gravemente contrario a la dignidad del ser
humano, a la regla de oro y a la santidad del Creador. La ley que lo proscribe
posee una validez universal: Obliga a todos y a cada uno, siempre y en todas
partes.
2262 En el Sermón de la Montaña, el Señor
recuerda el precepto: "No matarás" (Mt 5,21), y añade el rechazo
absoluto de la ira, del odio y de la venganza. Más aún, Cristo
exige a sus discípulos presentar la otra mejilla (cf Mt 5,22-39),
amar a los enemigos (cf Mt 5,44). El mismo no se defendió y dijo a
Pedro que guardase la espada en la vaina (cf Mt 26,52).
La legítima defensa
2263 La legítima
defensa de las personas y las sociedades no es una excepción a la
prohibición de la muerte del inocente que constituye el homicidio
voluntario. "La acción de defenderse puede entrañar un doble
efecto: el uno es la conservación de la propia vida; el otro, la muerte
del agresor...solamente es querido el uno; el otro, no" (S. Tomás
de Aquino, s.th. 2-2, 64,7).
2264 El amor a sí mismo constituye un principio
fundamental de la moralidad. Es, por tanto, legítimo hacer respetar
el propio derecho a la vida. El que defiende su vida no es culpable de homicidio,
incluso cuando se ve obligado a asestar a su agresor un golpe mortal:
Si para defenderse se ejerce una violencia mayor que
la necesaria, se trataría de una acción ilícita. Pero
si se rechaza la violencia de forma mesurada, la acción sería
lícita...y no es necesario para la salvación que se omita
este acto de protección mesurada para evitar matar al otro, pues
es mayor la obligación que se tiene de velar por la propia vida que
por la de otro (S. Tomás de Aquino, s.th. 2-2, 64,7).
2265 La legítima defensa puede ser no solamente
un derecho, sino un deber grave, para el que es responsable de la vida de
otro. La defensa del bien común exige colocar al agresor en la situación
de no poder causar perjuicio. Por este motivo, los que tienen autoridad
legítima tienen también el derecho de rechazar, incluso con
el uso de las armas, a los agresores de la sociedad civil confiada a su
responsabilidad.
2266 A la exigencia de tutela del bien común corresponde
el esfuerzo del Estado para contener la difusión de comportamientos
lesivos de los derechos humanos y de las normas fundamentales de la convivencia
civil. La legítima autoridad pública tiene el derecho y el
deber de aplicar penas proporcionadas a la gravedad del delito. La pena tiene,
ante todo, la finalidad de reparar el desorden introducido por la culpa.
Cuando la pena es aceptada voluntariamente por el culpable, adquiere un valor
de expiación. La pena finalmente, además de la defensa del
orden público y la tutela de la seguridad de las personas, tiene una
finalidad medicinal: en la medida de lo posible debe contribuir a la enmienda
del culpable (cf Lc 23, 40-43).
2267 La enseñanza tradicional de la Iglesia no
excluye, supuesta la plena comprobación de la identidad y de la responsabilidad
del culpable, el recurso a la pena de muerte, si ésta fuera el único
camino posible para defender eficazmente del agresor injusto las vidas humanas.
Pero si los medios incruentos bastan para proteger y
defender del agresor la seguridad de las personas, la autoridad se limitará
a esos medios, porque ellos corresponden mejor a las condiciones concretas
del bien común y son más conformes con la dignidad de la persona
humana.
Hoy, en efecto, como consecuencia de las posibilidades
que tiene el Estado para reprimir eficazmente el crimen, haciendo inofensivo
a aquél que lo ha cometido sin quitarle definitivamente la posibilidad
de redimirse, los casos en los que sea absolutamente necesario suprimir
al reo "suceden muy rara vez, si es que ya en realidad se dan algunos" (Evangelium
vitae, 56).
El homicidio voluntario
2268 El quinto mandamiento
condena como gravemente pecaminoso el homicidio directo y voluntario. El
que mata y los que cooperan voluntariamente con él cometen un pecado
que clama venganza al cielo (cf Gn 4,10).
El infanticidio (cf GS 51,3), el fratricidio, el parricidio,
el homicidio del cónyuge son crímenes especialmente graves
a causa de los vínculos naturales que rompen. Preocupaciones de eugenismo
o de salud pública no pueden justificar ningún homicidio,
aunque fuera ordenado por las propias autoridades.
2269 El quinto mandamiento prohíbe hacer algo
con intención de provocar indirectamente la muerte de una persona.
La ley moral prohíbe exponer a alguien sin razón grave a un
riesgo mortal así como negar la asistencia a una persona en peligro.
La aceptación por parte de la sociedad de hambres
que provocan la muerte sin esforzarse por remediarlas es una escandalosa
injusticia y una falta grave. Los traficantes cuyas prácticas usureras
y mercantiles provocan el hambre y la muerte de sus hermanos los hombres,
cometen indirectamente un homicidio. Este les es imputable (cf. Am 8,4-10).
El homicidio involuntario no es imputable moralmente.
Pero no se está libre de falta grave cuando, sin razones proporcionadas,
se ha obrado de manera que se ha seguido la muerte, incluso sin intención
de darla.
El aborto
2270 La vida humana
debe ser respetada y protegida de manera absoluta desde el momento de la
concepción. Desde el primer momento de su existencia, el ser humano
debe ver reconocidos los derechos de la persona, entre los cuales está
el derecho inviolable de todo ser inocente a la vida (cf CDF, instr. "Donum
vitae" 25).
Antes de haberte formado yo en el seno materno, te conocía,
y antes que nacieses te tenía consagrado (Jr 1,5; Jb 10,8-12; Sal
22, 10-11).
Y mis huesos no se te ocultaban, cuando era yo hecho
en lo secreto, tejido en las honduras de la tierra (Sal 139,15)
2271 Desde el siglo primero, la Iglesia ha afirmado la
malicia moral de todo aborto provocado. Esta enseñanza no ha cambiado;
permanece invariable. El aborto directo, es decir, querido como un fin o
como un medio, es gravemente contrario a la ley moral.
No matarás el embrión mediante el aborto,
no darás muerte al recién nacido (Didajé, 2,2; Bernabé,
ep. 19,5; Epístola a Diogneto 5,5; Tertuliano, apol. 9).
Dios, Señor de la vida, ha confiado a los hombres
la excelsa misión de conservar la vida, misión que deben cumplir
de modo digno del hombre. Por consiguiente, se ha de proteger la vida con
el máximo cuidado desde la concepción; tanto el aborto como
el infanticidio son crímenes nefandos (GS 51,3).
2272 La cooperación formal a un aborto constituye
una falta grave. La Iglesia sanciona con pena canónica de excomunión
este delito contra la vida humana. "Quien procura el aborto, si éste
se produce, incurre en excomunión latae sententiae" (CIC, can. 1398)
es decir, "de modo que incurre ipso facto en ella quien comete el delito"
(CIC, can 1314), en las condiciones previstas por el Derecho (cf CIC, can.
1323-24). Con esto la Iglesia no pretende restringir el ámbito de
la misericordia; lo que hace es manifestar la gravedad del crimen cometido,
el daño irreparable causado al inocente a quien se da muerte, a sus
padres y a toda la sociedad.
2273 El derecho inalienable a la vida de todo individuo
humano inocente constituye un elemento constitutivo de la sociedad civil
y de su legislación:
"Los derechos inalienables de la persona deben ser reconocidos
y respetados por parte de la sociedad civil y de la autoridad política.
Estos derechos del hombre no están subordinados ni a los individuos
ni a los padres, y tampoco son una concesión de la sociedad o del
Estado: pertenecen a la naturaleza humana y son inherentes a la persona en
virtud de la acto creador que la ha originado. Entre esos derechos fundamentales
es preciso recordar a este propósito el derecho de todo ser humano
a la vida y a integridad física desde la concepción hasta
la muerte" (CDF, instr. "Donum vitae" 101-102) .
"Cuando una ley positiva priva a una categoría
de seres humanos de la protección que el ordenamiento civil les debe,
el Estado niega la igualdad de todos ante la ley. Cuando el Estado no pone
su poder al servicio de los derechos de todo ciudadano, y particularmente
de quien es más débil, se quebrantan los fundamentos mismos
del Estado de derecho...El respeto y la protección que se han de
garantizar, desde su misma concepción, a quien debe nacer, exige
que la ley prevea sanciones penales apropiadas para toda deliberada violación
de sus derechos" (CDF, instr. "Donum vitae" 103.104).
2274 Puesto que debe ser tratado como una persona desde
la concepción, el embrión deberá ser defendido en su
integridad, cuidado y curado en la medida de lo posible, como todo otro
ser humano.
El diagnóstico prenatal es moralmente lícito,
"si respeta la vida e integridad del embrión y del feto humano, y
si se orienta hacia su custodia o hacia su curación... Pero se opondrá
gravemente a la ley moral cuando contempla la posibilidad, en dependencia
de sus resultados, de provocar un aborto: un diagnóstico que atestigua
la existencia de una malformación o de una enfermedad hereditaria
no debe equivaler a una sentencia de muerte" (CDF, instr. "Donum vitae" 34).
2275 Se deben considerar "lícitas las intervenciones
sobre el embrión humano, siempre que respeten la vida y la integridad
del embrión, que no lo expongan a riesgos desproporcionados, que
tengan como fin su curación, la mejora de sus condiciones de salud
o su supervivencia individual" (CDF, instr. "Donum vitae" 36).
"Es inmoral producir embriones humanos destinados a
ser explotados como `material biológico' disponible" (CDF, instr.
"Donum vitae" 45).
"Algunos intentos de intervenir en el patrimonio cromosómico
y genético no son terapéuticos, sino que miran a la producción
de seres humanos seleccionados en cuanto al sexo u otras cualidades prefijadas.
Estas manipulaciones son contrarias a la dignidad personal del ser humano,
a su integridad y a su identidad" (CDF, Inst. "Donum vitae" 50).
La eutanasia
2276 Aquellos cuya
vida se encuentra disminuida o debilitada tienen derecho a un respeto especial.
Las personas enfermas o disminuidas deben ser atendidas para que lleven
una vida tan normal como sea posible.
2277 Cualesquiera que sean los motivos y los medios,
la eut anasia directa consiste en poner fin a la vida de personas disminuidas,
enfermas o moribundas. Es moralmente reprobable.
Por tanto, una acción o una omisión que,
de suyo o en la intención, provoca la muerte para suprimir el dolor,
constituye un homicidio gravemente contrario a la dignidad de la persona
humana y al respeto del Dios vivo, su Creador. El error de juicio en el que
se puede haber caído de buena fe no cambia la naturaleza de este acto
homicida, que se ha de proscribir y excluir siempre.
2278 La interrupción de tratamientos médicos
onerosos, peligrosos, extraordinarios o desproporcionados a los resultados
puede ser legítimo. Interrumpir estos tratamientos es rechazar el
"encarnizamiento terapéutico". Con esto no se pretende provocar la
muerte; se acepta no poder impedirla. Las decisiones deben ser tomadas por
el paciente, si para ello tiene competencia y capacidad o si no por los que
tienen los derechos legales, respetando siempre la voluntad razonable y los
intereses legítimos del paciente.
2279 Aunque la muerte se considere inminente, los cuidados
ordinarios debidos a una persona enferma no pueden legítimamente
ser interrumpidos. El uso de analgésicos para aliviar los sufrimientos
del moribundo, incluso con riesgo de abreviar sus días, puede ser
moralmente conforme a la dignidad humana si la muerte no es buscada, ni como
fin ni como medio, sino solamente prevista y tolerada como inevitable. Los
cuidados paliativos constituyen una forma privilegiada de la caridad desinteresada.
Por esta razón deben ser alentados.
El suicidio
2280 Cada uno es
responsable de su vida delante de Dios que se la ha dado. El sigue siendo
su soberano Dueño. Nosotros estamos obligados a recibirla con gratitud
y preservarla para su honor y la salvación de nuestras almas. Somos
administradores y no propietarios de la vida que Dios nos ha confiado. No
disponemos de ella.
2281 El suicidio contradice la inclinación natural
del ser humano a conservar y perpetuar su vida. Es gravemente contrario
al justo amor de sí mismo. Ofende también al amor del prójimo
porque rompe injustamente los lazos de solidaridad con las sociedades familiar,
nacional y humana con las cuales estamos obligados. El suicidio es contrario
al amor del Dios vivo.
2282 Si es cometido con intención de servir de
ejemplo, especialmente a los jóvenes, el suicidio adquiere además
la gravedad del escándalo. La cooperación voluntaria al suicidio
es contraria a la ley moral.
Trastornos síquicos graves, la angustia, o el
temor grave de la prueba, del sufrimiento o de la tortura, pueden disminuir
la responsabilidad del suicida.
2283 No se debe desesperar de la salvación eterna
de aquellas personas que se han dado muerte. Dios puede haberles facilitado
por vías que él solo conoce la ocasión de un arrepentimiento
saludable. La Iglesia ora por las personas que han atentado contra su vida.
II EL RESPETO DE LA DIGNIDAD DE LAS PERSONAS
El respeto del alma del prójimo: el escándalo
2284 El escándalo
es la actitud o el comportamiento que llevan a otro a hacer el mal. El que
escandaliza se convierte en tentador de su prójimo. Atenta contra
la virtud y el derecho; puede ocasionar a su hermano la muerte espiritual.
El escándalo constituye una falta grave, si por acción u omisión,
arrastra deliberadamente a otro a una falta grave.
2285 El escándalo adquiere una gravedad particular
según la autoridad de quienes lo causan o de la debilidad de quienes
lo padecen. Inspiró a nuestro Señor esta maldición:
"al que escandalice a uno de estos pequeños que creen en mí,
más le vale que le cuelguen al cuello una de esas piedras de molino
que mueven los asnos y le hundan en lo profundo del mar" (Mt 18,6; cf 1 Co
8,10-13). El escándalo es grave cuando es causado por quienes, por
naturaleza o por función, están obligados a enseñar
y educar a los otros. Jesús, en efecto, lo reprocha a los escribas
y fariseos: los compara a lobos disfrazados de corderos (cf Mt 7,15).
2286 El escándalo puede ser provocado por la ley
o por las instituciones, por la moda o por la opinión.
Así se hacen culpables de escándalo quienes
instituyen leyes o estructuras sociales que llevan a la degradación
de las costumbres y a la corrupción de la vida religiosa, o a "condiciones
sociales que, voluntaria o involuntariamente, hacen ardua y prácticamente
imposible una conducta cristiana conforme a los mandamientos" (Pío
XII, discurso 1 Junio 1941). Lo mismo ha de decirse de los empresarios que
imponen procedimientos que incitan al fraude, de los educadores que "exasperan"
a sus alumnos (cf Ef 6,4; Col 3,21), o los que, manipulando la opinión
pública, la desvían de los valores morales.
2287 El que usa los poderes de que dispone en condiciones
que arrastran a hacer el mal se hace culpable de escándalo y responsable
del mal que directa o indirectamente ha favorecido. "Es imposible que no
vengan escándalos; pero, ¡ay de aquel por quien vienen!" (Lc
17,1).
El respeto de la salud
2288 La vida y la
salud física son bienes preciosos confiados por Dios. Debemos cuidar
de ellos racionalmente teniendo en cuenta las necesidades de los demás
y el bien común.
El cuidado de la salud de los ciudadanos requiere la
ayuda de la sociedad para lograr las condiciones de existencia que permiten
crecer y llegar a la madurez: alimento y vestido, vivienda, cuidados sanitarios,
enseñanza básica, empleo, asistencia social.
2289 La moral exige el respeto de la vida corporal, pero
no hace de ella un valor absoluto. Se opone a una concepción neopagana
que tiende a promover el culto del cuerpo, a sacrificar todo a él,
a idolatrar la perfección física y el éxito deportivo.
Semejante concepción, por la selección que opera entre los
fuertes y los débiles, puede conducir a la perversión de las
relaciones humanas.
2290 La virtud de la templanza recomienda evitar toda
clase de excesos, el abuso de la comida, del alcohol, del tabaco y de las
medicinas. Quienes en estado de embriaguez, o por afición inmoderada
de velocidad, ponen en peligro la seguridad de los demás y la suya
propia en las carreteras, en el mar o en el aire, se hacen gravemente culpables.
2291 El uso de la droga inflige muy graves daños
a la salud y a la vida humana. A excepción de los casos en que se
recurre a ello por prescripciones estrictamente terapéuticas, es una
falta grave. La producción clandestina y el tráfico de drogas
son prácticas escandalosas; constituyen una cooperación directa,
porque incitan a ellas, a prácticas gravemente contrarias a la ley
moral.
El respeto de la persona y la investigación científica
2292 Los experimentos
científicos, médicos o sicológicos, en personas o grupos
humanos, pueden contribuir a la curación de los enfermos y al progreso
de la salud pública.
2293 Tanto la investigación científica
de base como la investigación aplicada constituyen una expresión
significativa del dominio del hombre sobre la creación. La ciencia
y la técnica son recursos preciosos cuando son puestos al servicio
del hombre y promueven su desarrollo integral en beneficio de todos; sin
embargo, por sí solas no pueden indicar el sentido de la existencia
y del progreso humano. La ciencia y la técnica están ordenadas
al hombre que les ha dado origen y crecimiento; tienen por tanto en la persona
y sus valores morales la indicación de su finalidad y la conciencia
de sus límites.
2294 Es ilusorio reivindicar la neutralidad moral de
la investigación científica y de sus aplicaciones. Por otra
parte, los criterios de orientación no pueden ser deducidos ni de
la simple eficacia técnica, ni de la utilidad que puede resultar
de ella para unos con detrimento de los otros, ni, pero aún, de las
ideologías dominantes. La ciencia y la técnica requieren por
su significación intrínseca el respeto incondicionado de los
criterios fundamentales de la moralidad; deben estar al servicio de la persona
humana, de sus derechos inalienables, de su bien verdadero e integral, conforme
al designio y la voluntad de Dios.
2295 Las investigaciones o experimentos en el ser humano
no pueden legitimar actos que en sí mismos son contrarios a la dignidad
de las personas y a la ley moral. El consentimiento eventual de los sujetos
no justifica tales actos. La experimentación en el ser humano no
es moralmente legítima si hace correr riesgos desproporcionados o
evitables a la vida o a la integridad física o síquica del
sujeto. La experimentación en seres humanos no es conforme a la dignidad
de la persona si, por añadidura, se hace sin el consentimiento consciente
del sujeto o de quienes tienen derecho sobre ellos.
2296 El trasplante de órganos es conforme
a la ley moral si los daños y los riesgos físicos y psíquicos
que padece el donante son proporcionados al bien que se busca para el destinatario.
La donación de órganos después de la muerte es un acto
noble y meritorio, que debe ser alentado como manifestación de solidaridad
generosa. Es moralmente inadmisible si el donante o sus legítimos
representantes no han dado su explícito consentimiento. Además,
no se puede admitir moralmente la mutilación que deja inválido,
o provocar directamente la muerte, aunque se haga para retrasar la muerte
de otras personas.
El respeto de la integridad corporal
2297 Los secuestros
y el tomar rehenes hacen que impere el terror y, mediante la amenaza, ejercen
intolerables presiones sobre las víctimas. Son moralmente ilegítimos.
El terrorismo amenaza, hiere y mata sin discriminación; es gravemente
contrario a la justicia y a la caridad. La tortura, que usa de violencia
física o moral, para arrancar confesiones, para castigar a los culpables,
intimidar a los que se oponen, satisfacer el odio, es contraria al respeto
de la persona y de la dignidad humana. Exceptuados los casos de precripciones
médicas de orden estrictamente terapéutico, las amputaciones,
mutilaciones o esterilizaciones directamente voluntarias de personas inocentes
son contrarias a la ley moral (cf Dz 3722).
2298 En tiempos pasados, se recurrió de modo ordinario
a prácticas crueles por parte de autoridades legítimas para
mantener la ley y el orden, con frecuencia sin protesta de los pastores
de la Iglesia, que incluso adoptaron, en sus propios tribunales las prescripciones
del derecho romano sobre la tortura. Junto a estos hechos lamentables, la
Iglesia ha enseñado siempre el deber de clemencia y misericordia;
prohibió a los clérigos derramar sangre. En tiempos recientes
se ha hecho evidente que estas prácticas crueles no eran ni necesarias
para el orden público ni conformes a los derechos legítimos
de la persona humana. Al contrario, estas prácticas conducen a peores
degradaciones. Es preciso esforzarse por su abolición, y orar por
las víctimas y sus verdugos.
El respeto a los muertos
2299 A los moribundos
se han de prestar todas las atenciones necesarias para ayudarles a vivir
sus últimos momentos en la dignidad y la paz. Serán ayudados
por la oración de sus parientes, los cuales velarán para que
los enfermos reciban a tiempo los sacramentos que preparan para el encuentro
con el Dios vivo.
2300 Los cuerpos de los difuntos deben ser tratados con
respeto y caridad en la fe y la esperanza de la resurrección. Enterrar
a los muertos es una obra de misericordia corporal (cf Tb 1,16-18), que
honra a los hijos de Dios, templos del Espíritu Santo.
2301 La autopsia de los cadáveres es admisible
moralmente cuando hay razones de orden legal o de investigación científica.
El don gratuito de órganos después de la muerte es legítimo
y puede ser meritorio.
La Iglesia permite la incineración cuando con
ella no se cuestiona la fe en la resurrección del cuerpo (cf CIC, can.
1176,3).
III LA DEFENSA DE LA PAZ
La paz
2302 Recordando
el precepto: "no matarás" (Mt 5,21), nuestro Señor exige la
paz del corazón y denuncia la inmoralidad de la cólera homicida
y del odio:
La cólera es un deseo de venganza. "Desear la
venganza para el mal de aquel a quien es preciso castigar, es ilícito";
pero es loable imponer una reparación "para la corrección de
los vicios y el mantenimiento de la justicia" (S. Tomás de Aquino,
s. th. 2-2, 158, 1 ad 3). Si la cólera llega hasta el desear deliberado
de matar al prójimo o de herirlo gravemente, constituye una falta
grave contra la caridad; es pecado mortal. El Señor dice: "Todo aquel
que se encolerice contra su hermano, será reo ante el tribunal" (Mt
5,22).
2303 El odio voluntario es contrario a la caridad.
El odio al prójimo es pecado cuando el hombre le desea deliberadamente
un mal. El odio al prójimo es un pecado grave cuando se le desea
deliberadamente un daño grave. "Pues yo os digo: Amad a vuestros
enemigos y rogad por los que os persigan, para que seáis hijos de
vuestro Padre celestial..." (Mt 5,44-45).
2304 El respeto y el crecimiento de la vida humana exigen
la paz. La paz no es sólo ausencia de guerra y no se limita a asegurar
el equilibrio de fuerzas adversas. La paz no puede alcanzarse en la tierra,
sin la salvaguarda de los bienes de las personas, la libre comunicación
entre los seres humanos, el respeto de la dignidad de las personas y de
los pueblos, la práctica asidua de la fraternidad. Es "tranquilidad
del orden" (S. Agustín, civ. 19,13). Es obra de la justicia (cf Is
32,17) y efecto de la caridad (cf GS 78, 1-2).
2305 La paz terrena es imagen y fruto de la paz de Cristo,
el "Príncipe de la paz" mesiánica (Is 9,5). Por la sangre
de su cruz, "dio muerte al odio en su carne" (Ef 2,16; cf. Col 1,20-22),
reconcilió con Dios a los hombres e hizo de su Iglesia el sacramento
de la unidad del género humano y de su unión con Dios. "El
es nuestra paz" (Ef 2,14). Declara "bienaventurados a los que obran la paz"
(Mt 5,9).
2306 Los que renuncian a la acción violenta y
sangrienta y recurren para la defensa de los derechos del hombre a medios
que están al alcance de los más débiles, dan testimonio
de caridad evangélica, siempre que esto se haga sin lesionar los
derechos y obligaciones de los otros hombres y de las sociedades. Atestiguan
legítimamente la gravedad de los riesgos físicos y morales
del recurso a la violencia con sus ruinas y sus muertes (cf GS 78,5).
Evitar la guerra
2307 El quinto mandamiento
condena la destrucción voluntaria de la vida humana. A causa de los
males y de las injusticias que ocasiona toda guerra, la Iglesia insta constantemente
a todos a orar y actuar para que la Bondad divina nos libre de la antigua
servidumbre de la guerra (cf GS 81, 4).
2308 Todo ciudadano y todo gobernante está obligado
a trabajar para evitar las guerras.
Sin embargo, "mientras exista el riesgo de guerra y
falte una autoridad internacional competente y provista de la fuerza correspondiente,
una vez agotados todos los medios de acuerdo pacífico, no se podrá
negar a los gobiernos el derecho a la legítima defensa" (GS 79,4).
2309 Se han de considerar con rigor las condiciones estrictas
de una legítima defensa mediante la fuerza militar. La gravedad de
semejante decisión somete a ésta a condiciones rigurosas de
legitimidad moral. Es preciso a la vez:
– Que el daño infringido por el agresor a la nación o a la
comunidad de las naciones sea duradero, grave y cierto.
– Que los restantes medios para ponerle fin hayan resultado impracticables
o ineficaces.
– Que se reúnan las condiciones serias de éxito.
– Que el empleo de las armas no entrañe males y desórdenes
más graves que el mal que se pretende eliminar. El poder de los medios
modernos de destrucción obliga a una prudencia extrema en la apreciación
de esta condición.
Estos son los elementos tradicionales enumerados en
la doctrina llamada de la "guerra justa".
La apreciación de estas condiciones de legitimidad
moral pertenece al juicio prudente de los responsables del bien común.
2310 Los poderes públicos tienen en este caso
el derecho y el deber de imponer a los ciudadanos las obligaciones necesarias
para la defensa nacional.
Los que se dedican al servicio de la patria en la vida
militar son servidores de la seguridad y de la libertad de los pueblos.
Si realizan correctamente su tarea, colaboran verdaderamente al bien común
de la nación y al mantenimiento de la paz (cf GS 79,5).
2311 Los poderes públicos atenderán equitativamente
a los que, por motivos de conciencia, rechazan el empleo de las armas; estos
siguen obligados a servir de otra forma a la comunidad humana (cf GS 79,3).
2312 La Iglesia y la razón humana declaran la
validez permanente de la ley moral durante los conflictos armados. "Ni,
una vez estallada desgraciadamente la guerra, es todo lícito entre
los contendientes" (GS 79,4).
2313 Es preciso respetar y tratar con humanidad a los
no combatientes, los soldados heridos y los prisioneros.
Las acciones deliberadamente contrarias al derecho de
gentes y a sus principios universales, como las disposiciones que las ordenan
son crímenes. Una obediencia ciega no basta para excusar a los que
se someten a ellas. Así, la exterminación de un pueblo, de
una nación o de una minoría étnica debe ser condenada
como un pecado mortal. Existe la obligación moral de desobedecer aquellas
disposiciones que ordenan genocidios .
2314 "Toda acción bélica que tiende indiscriminadamente
a la destrucción de ciudades enteras o de amplias regiones con sus
habitantes, es un crimen contra Dios y contra el hombre mismo, que hay que
condenar con firmeza y sin vacilaciones" (GS 80,4). Un riesgo de la guerra
moderna consiste en facilitar a los que poseen armas científicas,
especialmente atómicas, biológicas o químicas, la ocasión
de cometer semejantes crímenes.
2315 La acumulación de armas es para muchos
como una manera paradógica de apartar de la guerra a posibles adversarios.
Ven en ella el más eficaz de los medios, para asegurar la paz entre
las naciones. Este procedimiento de disuasión merece severas reservas
morales. La carrera de armamentos no asegura la paz. En lugar de eliminar
las causas de guerra, corre el riesgo de agravarlas. La inversión
de riquezas fabulosas en la fabricación de armas siempre nuevas impide
la ayuda a los pueblos necesitados (cf PP 53), y obstaculiza su desarrollo.
El exceso de armamento multiplica las razones de conflictos y aumenta el
riesgo de contagio.
2316 La producción y el comercio de armas
atañen hondament e al bien común de las naciones y de la comunidad
internacional. Por tanto, las autoridades públicas tienen el derecho
y el deber de regularlas. La búsqueda de intereses privados o colectivos
a corto plazo no legitima iniciativas que fomentan violencias y conflictos
entre las naciones, y que comprometen el orden jurídico internacional.
2317 Las injusticias, las desigualdades excesivas de
orden económico o social, la envidia, la desconfianza y el orgullo,
que existen entre los hombres y las naciones, amenazan sin cesar la paz y
causan las guerras. Todo lo que se hace para superar estos desórdenes
contribuye a edificar la paz y evitar la guerra:
En la medida en que los hombres son pecadores, les amenaza
y les amenazará hasta la venida de Cristo, el peligro de guerra;
en la medida en que, unidos por la caridad, superan el pecado, se superan
también las violencias hasta que se cumpla la palabra: "De sus espadas
forjarán arados y de sus lanzas podaderas. Ninguna nación
levantará ya más la espada contra otra y no se adiestrarán
más para el combate" (Is 2,4) (GS 78,6).
RESUMEN
2318 "Dios tiene
en su mano el alma de todo ser viviente y el soplo de toda carne de hombre"
(Jb 12,10).
2319 Toda vida humana, desde el momento de la concepción
hasta la muerte, es sagrada, pues la persona humana ha sido amada por sí
misma a imagen y semejanza del Dios vivo y santo.
2320 Causar la muerte a un ser humano es gravemente contrario
a la dignidad de la persona y a la santidad del Creador.
2321 La prohibición de causar la muerte no suprime
el derecho de impedir que un injusto agresor cause daño. La legítima
defensa es un deber grave para quien es responsable de la vida de otro o
del bien común.
2322 Desde su concepción, el niño tiene
el derecho a la vida. El aborto directo, es decir, buscado como un fin o como
un medio, es una práctica infame (cf GS 27,3) gravemente contraria
a la ley moral. La Iglesia sanciona con pena canónica de excomunión
este delito contra la vida humana.
2323 Porque ha de ser tratado como una persona desde
su concepción, el embrión debe ser defendido en su integridad,
atendido y curado como todo otro ser humano.
2324 La eutanasia voluntaria, cualesquiera que sean sus
formas y sus motivos, constituye un homicidio. Es gravemente contraria a
la dignidad de la persona humana y al respeto del Dios vivo, su Creador.
2325 El suicidio es gravemente contrario a la justicia,
a la esperanza y a la caridad. Está prohibido por el quinto mandamiento.
2326 El escándalo constituye una falta grave cuando
por acción u omisión arrastra deliberadamente a otro a pecar
gravemente.
2327 A causa de los males y de las injusticias que ocasiona
toda guerra, debemos hacer todo lo que es razonablemente posible para evitarla.
La Iglesia implora así: "del hambre, de la peste y de la guerra,
líbranos Señor".
2328 La Iglesia y la razón humana afirman la validez
permanente de la ley moral durante los conflictos armados. Las prácticas
deliberadamente contrarias al derecho de gentes y a sus principios universales
son crímenes.
2329 "La carrera de armamentos es una plaga gravísima
de la humanidad y perjudica a los pobres de modo intolerable" (GS
81,3).
2330 "Bienaventurados los que obran la paz, porque ellos
serán llamados hijos de Dios" (Mt 5,9).
Artículo 6 EL SEXTO MANDAMIENTO
"No cometerás adulterio" (Ex 20,14; Dt 5,17).
"Habéis oído que se dijo: "No cometerás
adulterio". Pues yo os digo: Todo el que
mira a una mujer deseándola, ya cometió
adulterio con ella en su corazón (Mt 5,27-28).
I “HOMBRE Y MUJER LOS CREO...”
2331 "Dios es amor
y vive en sí mismo un misterio de comunión personal de amor.
Creándola a su imagen ... Dios inscribe en la humanidad del hombre
y de la mujer la vocación, y consiguientemente la capacidad
y la responsabilidad del amor y de la comunión" (FC 11).
"Dios creó el hombre a imagen suya...hombre y
mujer los creó" (Gn 1,27). "Creced y multiplicaos" (Gn 1,28); "el día
en que Dios creó al hombre, le hizo a imagen de Dios. Los creó
varón y hembra, los bendijo, y los llamó "Hombre" en el día
de su creación" (Gn 5,1-2).
2332 La sexualidad afecta a todos los aspectos
de la persona humana, en la unidad de su cuerpo y su alma. Concierne particularmente
a la afectividad, la capacidad de amar y de procrear y, de manera más
general, a la aptitud para establecer vínculos de comunión
con otro.
2333 Corresponde a cada uno, hombre y mujer, reconocer
y aceptar su identidad sexual. La diferencia y la complementariedad
físicas, morales y espirituales, están orientadas a los bienes
del matrimonio y al desarrollo de la vida familiar. La armonía de
la pareja y de la sociedad depende en parte de la manera en que son vividas
entre los sexos la complementariedad, la necesidad y el apoyo mutuos.
2334 "Creando al hombre ‘varón y mujer’, Dios
da la dignidad personal de igual modo al hombre y a la mujer" (FC 22; cf
GS 49,2). "El hombre es una persona, y esto se aplica en la misma medida
al hombre y a la mujer, porque los dos fueron creados a imagen y semejanza
de un Dios personal" (MD 6).
2335 Cada uno de los sexos es, con una dignidad igual,
aunque de manera distinta, imagen del poder y de la ternura de Dios. La
unión del hombre y de la mujer en el matrimonio es una manera de
imitar en la carne la generosidad y la fecundidad del Creador: "el hombre
deja a su padre y a su madre y se une a su mujer, y se hacen una sola carne"
(Gn 2,24). De esta unión proceden todas las generaciones humanas (cf
Gn 4,1-2.25-26; 5,1).
2336 Jesús vino a restaurar la creación
en la pureza de sus orígenes. En el Sermón de la montaña
interpreta de manera rigurosa el plan de Dios: "Habéis oído
que se dijo: `no cometerás adulterio'. Pues yo os digo: `todo el
que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con
ella en su corazón'" (Mt 5,27-28). El hombre no debe separar lo que
Dos ha unido (cf Mt 19,6).
La Tradición de la Iglesia ha entendido el sexto
mandamiento como una regulación completa de la sexualidad humana.
II LA VOCACION A LA CASTIDAD
2337 La castidad
significa la integración lograda de la sexualidad en la persona,
y por ello en la unidad interior del hombre en su ser corporal y espiritual.
La sexualidad, en la que se expresa la pertenencia del hombre al mundo corporal
y biológico, se hace personal y verdaderamente humana cuando está
integrada en la relación de persona a persona, en el don mutuo entero
y temporalmente ilimitado del hombre y de la mujer.
La virtud de la castidad, por tanto, entraña
la integridad de la persona y la integralidad del don.
La integridad de la persona
2338 La persona
casta mantiene la integridad de las fuerzas de vida y de amor depositadas
en ella. Esta integridad asegura la unidad de la persona; se opone a todo
comportamiento que la lesionaría. No tolera ni la doble vida ni el
doble lenguaje (cf Mt 5,37).
2339 La castidad comporta un aprendizaje del dominio
de sí, que es una pedagogía de la libertad humana. La alternativa
es clara: o el hombre controla sus pasiones y obtiene la paz, o se deja
dominar por ellas y se hace desgraciado (cf Si 1,22). "La dignidad del hombre
requiere, en efecto, que actúe según una elección consciente
y libre, es decir, movido e inducido personalmente desde dentro y no bajo
la presión de un ciego impulso interior o de la mera coacción
externa. El hombre logra esta dignidad cuando, liberándose de toda
esclavitud de las pasiones, persigue su fin en la libre elección del
bien y se procura con eficacia y habilidad los medios adecuados" (GS 17).
2340 El que quiere permanecer fiel a las promesas de
su bautismo y resistir las tentaciones debe poner los medios para ello:
el conocimiento de sí, la práctica de una ascesis adaptada
a las situaciones encontradas, la obediencia a los mandamientos divinos,
la práctica de las virtudes morales y la fidelidad a la la oración.
"La castidad nos recompone; nos devuelve a la unidad que habíamos
perdido dispersándonos" (S. Agustín, conf. 10,29; 40).
2341 La virtud de la castidad forma parte de la virtud
cardinal de la templanza, que tiende a impregnar de razón las pasiones
y los apetitos de la sensibilidad humana.
2342 El dominio de sí es una obra que dura toda
la vida. Nunca se la considerará adquirida de una vez para siempre.
Supone un esfuerzo repetido en todas las edades de la vida (cf Tt 2,1-6).
El esfuerzo requerido puede ser más intenso en ciertas épocas,
como cuando se forma la personalidad, durante la infancia y la adolescencia.
2343 La castidad tiene unas leyes de crecimiento; éste
pasa por grados marcados por la imperfección y, muy a menudo, por
el pecado. "Pero, el hombre, llamado a vivir responsablemente el designio
sabio y amoroso de Dios, es un ser histórico que se construye día
a día con sus opciones numerosas y libres; por esto él conoce,
ama y realiza el bien moral según las diversas etapas de crecimiento"
(FC 34).
2344 La castidad representa una tarea eminentemente personal;
implica también un esfuerzo cultural pues "el desarrollo de la persona
humana y el crecimiento de la sociedad misma están mutuamente condicionados"
(GS 25,1). La castidad supone el respeto de los derechos de la persona,
en particular, el de recibir una información y una educación
que respeten las dimensiones morales y espirituales de la vida humana.
2345 La castidad es una virtud moral. Es también
un don de Dios, una gracia, un fruto de la obra espiritual (cf Gál
5,22). El Espíritu Santo concede, al que ha sido regenerado por el
agua del bautismo, imitar la pureza de Cristo (cf 1 Jn 3,3).
La integralidad del don de sí
2346 La caridad
es la forma de todas las virtudes. Bajo su influencia, la castidad aparece
como una escuela de donación de la persona. El dominio de sí
está ordenado al don de sí mismo. La castidad conduce al que
la practica a ser ante el prójimo un testigo de la fidelidad y de
la ternura de Dios.
2347 La virtud de la castidad se desarrolla en la amistad.
Indica al discípulo cómo seguir e imitar al que nos eligió
como sus amigos (cf Jn 15,15), se dio totalmente a nosotros y nos hace participar
de su condición divina. La castidad es promesa de inmortalidad.
La castidad se expresa especialmente en la amistad con
el prójimo. Desarrollada entre personas del mismo sexo o de sexos
distintos, la amistad representa un gran bien para todos. Conduce a la comunión
espiritual.
Los diversos regímenes de la castidad
2348 Todo bautizado
es llamada a la castidad. El cristiano se ha "revestido de Cristo" (Gal
3,27), modelo de toda castidad. Todos los fieles de Cristo son llamados
a una vida casta según su estado de vida particular. En el momento
de su Bautismo, el cristiano se compromete a dirigir su afectividad en la
castidad.
2349 La castidad "debe calificar a las personas según
los diferentes estados de vida: a unas, en la virginidad o en el celibato
consagrado, manera eminente de dedicarse más fácilmente a
Dios solo con corazón indiviso; a otras, de la manera que determina
para ellas la ley moral, según sean casadas o celibatarias" (CDF,
decl. "Persona humana" 11). Las personas casadas son llamadas a vivir la
castidad conyugal; las otras practican la castidad en la continencia.
Existen tres formas de la virtud de la castidad: una
de los esposos, otra de las viudas, la tercera de la virginidad. No alabamos
a una con exclusión de las otras. En esto la disciplina de la Iglesia
es rica (S. Ambrosio, vid. 23).
2350 Los novios están llamados a vivir la castidad
en la continencia. En esta prueba han de ver un descubrimiento del mutuo
respeto, un aprendizaje de la fidelidad y de la esperanza de recibirse el
uno y el otro de Dios. Reservarán para el tiempo del matrimonio las
manifestaciones de ternura específicas del amor conyugal. Deben ayudarse
mutuamente a crecer en la castidad.
Las ofensas a la castidad
2351 La lujuria
es un deseo o un goce desordenados del placer venéreo. El placer
sexual es moralmente desordenado cuando es buscado por sí mismo, separado
de las finalidades de procreación y de unión.
2352 Por la masturbación se ha de entender la
excitación voluntaria de los órganos genitales a fin de obtener
un placer venéreo. "Tanto el Magisterio de la Iglesia, de acuerdo
con una tradición constante, como el sentido moral de los fieles,
han afirmado sin ninguna duda que la masturbación es un acto intrínseca
y gravemente desordenado". "El uso deliberado de la facultad sexual fuera
de las relaciones conyugales normales contradice a su finalidad, sea cual
fuere el motivo que lo determine". Así, el goce sexual es buscado
aquí al margen de "la relación sexual requerida por el orden
moral; aquella relación que realiza el sentido íntegro de la
mutua entrega y de la procreación humana en el contexto de un amor
verdadero" (CDF, decl. "Persona humana" 9).
Para emitir un juicio justo sobre la responsabilidad
moral de los sujetos y para orientar la acción pastoral, ha de tenerse
en cuenta la inmadurez afectiva, la fuerza de los hábitos contraídos,
el estado de angustia u otros factores síquicos o sociales que pueden
atenuar o tal vez reducir al mínimo la culpabilidad moral.
2353 La fornicación es la unión carnal
entre un hombre y una mujer fuera del matrimonio. Es gravemente contraria
a la dignidad de las personas y de la sexualidad humana, naturalmente ordenada
al bien de los esposos así como a la generación y educación
de los hijos. Además, es un escándalo grave cuando se da corrupción
de menores.
2354 La pornografía consiste en dar a conocer
actos sexuales, reales o simulados, fuera de la intimidad de los protagonistas,
exhibiéndolos ante terceras personas de manera deliberada. Ofende
la castidad porque desnaturaliza la finalidad del acto sexual. Atenta gravemente
a la dignidad de quienes se dedican a ella (actores, comerciantes, público),
pues cada uno viene a ser para otro objeto de un placer rudimentario y de
una ganancia ilícita. Introduce a unos y a otros en la ilusión
de un mundo ficticio. Es una falta grave. Las autoridades civiles deben
impedir la producción y la distribución de material pornográfico.
2355 La prostitución atenta contra la dignidad
de la persona que se prostituye, reducida al placer venéreo que se
saca de ella. El que paga peca gravemente contra sí mismo: quebranta
la castidad a la que lo comprometió su bautismo y mancha su cuerpo,
templo del Espíritu Santo (cf 1 Co 6, 15-20). La prostitución
constituye una lacra social. Habitualmente afecta a las mujeres, pero también
a los hombres, los niños y los adolescentes (en estos dos últimos
casos el pecado entraña también un escándalo). Es siempre
gravemente pecaminoso dedicarse a la prostitución, pero la miseria,
el chantaje, y la presión social pueden atenuar la imputabilidad
de la falta.
2356 La violación es forzar o agredir con violencia
la intimidad sexual de una persona. Atenta contra la justicia y la caridad.
La violación lesiona profundamente el derecho de cada uno al respeto,
a la libertad, a la integridad física y moral. Produce un daño
grave que puede marcar a la víctima para toda la vida. Es siempre
un acto intrínsecamente malo. Más grave todavía es la
violación cometida por parte de los padres (cf incesto) o de educadores
con los niños que les están confiados.
Castidad y homosexualidad
2357 La homosexualidad
designa las relaciones entre hombres o mujeres que experimentan una atracción
sexual, exclusiva o predominante, hacia personas del mismo sexo. Reviste
formas muy variadas a través de los siglos y las culturas. Su origen
síquico permanece ampliamente inexplicado. Apoyándose en la
Sagrada Escritura que los presenta como depravaciones graves (cf Gn 19,1-29;
Rm 1,24-27; 1 Co 6,10; 1 Tm 1,10), la Tradición ha declarado siempre
que "los actos homosexuales son intrínsecamente desordenados" (CDF,
decl. "Persona humana" 8). Son contrarios a la ley natural. Cierran el acto
sexual al don de la vida. No proceden de una complementariedad afectiva
y sexual verdadera. No pueden recibir aprobación en ningún
caso.
2358 Un número apreciable de hombres y mujeres
presentan tendencias homosexuales profundamente radicadas. Esta inclinación,
objetivamente desordenada, constituye para la mayoría de ellos una
auténtica prueba. Deben ser acogidos con respeto, compasión
y delicadeza. Se evitará, respecto a ellos, todo signo de discriminación
injusta. Estas personas están llamadas a realizar la voluntad de
Dios en su vida, y, si son cristianas, a unir al sacrificio de la cruz del
Señor, las dificultades que pueden encontrar a causa de su condición.
2359 Las personas homosexuales están llamadas
a la castidad. Mediante las virtudes de dominio, educadoras de la libertad
interior, y a veces mediante el apoyo de una amistad desinteresada, de la
oración y la gracia sacramental, pueden y deben acercarse gradual
y resueltamente a la perfección cristiana.
III EL AMOR DE LOS ESPOSOS
2360 La sexualidad
está ordenada al amor conyugal del hombre y de la mujer. En el matrimonio,
la intimidad corporal de los esposos viene a ser un signo y una garantía
de comunión espiritual. Entre bautizados, los vínculos del
matrimonio están santificados por el sacramento.
2361 "La sexualidad, mediante la cual el hombre y la
mujer se dan uno a otro con los actos propios y exclusivos de los esposos,
no es algo puramente biológico, sino que afecta al núcleo
íntimo de la persona humana en cuanto tal. Ella se realiza de modo
verdaderamente humano solamente cuando es parte integral del amor con el
que el hombre y la mujer se comprometen totalmente entre sí hasta
la muerte" (FC 11):
Tobías se levantó del lecho y dijo a Sara:
"Levántate, hermana, y oremos y pidamos a nuestro Señor que
se apiade de nosotros y nos salve". Ella se levantó y empezaron a
suplicar y a pedir el poder quedar a salvo. Comenzó él diciendo:
"¡Bendito seas tú, Dios de nuestros padres...tú creaste
a Adán, y para él creaste a Eva, su mujer, para sostén
y ayuda, y para que de ambos proviniera la raza de los hombres. Tú
mismo dijiste: `no es bueno que el hombre se halle solo; hagámosle
una ayuda semejante a él'. Yo no tomo a esta mi hermana con deseo
impuro, mas con recta intención. Ten piedad de mí y de ella
y podamos llegar juntos a nuestra ancianidad". Y dijeron a coro: "Amén,
amén". Y se acostaron para pasar la noche (Tb 8, 4-9).
2362 "Los actos con los que los esposos se unen íntima
y castamente entre sí son honestos y dignos, y, realizados de modo
verdaderamente humano, significan y fomentan la recíproca donación,
con la que se enriquecen mutuamente con alegría y gratitud" (GS 49,2).
La sexualidad es fuente de alegría y de placer:
El Creador...estableció que en esta función
(de generación) los esposos experimentasen un placer y una satisfacción
del cuerpo y del espíritu. Por tanto, los esposos no hacen nada malo
procurando este placer y gozando de él. Aceptan lo que el Creador
les ha destinado. Sin embargo, los esposos deben saber mantenerse en los
límites de una justa moderación (Pío XII, discurso 29
Octubre 1951).
2363 Por la unión de los esposos se realiza el
doble fin del matrimonio: el bien de los esposos y la transmisión de
la vida. No se pueden separar estas dos significaciones o valores del matrimonio
sin alterar la vida espiritual de la pareja ni comprometer los bienes del
matrimonio y el porvenir de la familia.
Así, el amor conyugal del hombre y de la mujer
queda situado bajo la doble exigencia de la fidelidad y la fecundidad.
La fidelidad conyugal
2364 El matrimonio
constituye una "íntima comunidad de vida y amor conyugal, fundada
por el Creador y provista de leyes propias". Esta comunidad "se establece
con la alianza del matrimonio, es decir, con un consentimiento personal
e irrevocable" (GS 48,1). Los dos se dan definitiva y totalmente el uno
al otro. Ya no son dos, ahora forman una sola carne. La alianza contraída
libremente por los esposos les impone la obligación de mantenerla
una e indisoluble (cf CIC, can. 1056). "Lo que Dios unió, no lo separe
el hombre" (Mc 10,9; cf Mt 19,1-12; 1 Co 7,10-11).
2365 La fidelidad expresa la constancia en el mantenimiento
de la palabra dada. Dios es fiel. El sacramento del matrimonio hace entrar
al hombre y la mujer en la fidelidad de Cristo para con su Iglesia. Por
la castidad conyugal dan testimonio de este misterio ante el mundo.
S. Juan Crisóstomo sugiere a los jóvenes
esposos hacer este razonamiento a sus esposas: "te he tomado en mis brazos,
te amo y te prefiero a mi vida. Porque la vida presente no es nada, mi deseo
más ardiente es pasarla contigo de tal manera que estemos seguros
de no estar separados en la vida que nos está reservada... pongo tu
amor por encima de todo, y nada me será más penoso que no tener
los mismos pensamientos que tú tienes" (hom. in Eph. 20,8).
La fecundidad del matrimonio
2366 La fecundidad
es un don, un fin del matrimonio, pues el amor conyugal tiende naturalmente
a ser fecundo. El niño no viene de fuera a añadirse al amor
mutuo de los esposos; brota del corazón mismo de ese don mutuo, del
que es fruto y cumplimiento. Por eso la Iglesia, que "está en favor
de la vida" (FC 30), enseña que todo "acto matrimonial, en sí
mismo, debe quedar abierto a la transmisión de la vida" (HV 11).
"Esta doctrina, muchas veces expuesta por el magisterio, está fundada
sobre la inseparable conexión que Dios ha querido y que el hombre
no puede romper por propia iniciativa, entre los dos significados del acto
conyugal: el significado unitivo y el significado procreador" (HV 12; cf
Pío XI, enc. "Casti connubii").
2367 Llamados a dar la vida, los esposos participan del
poder creador y de la paternidad de Dios (cf Ef 3,14; Mt 23,9). "En el deber
de transmitir la vida humana y educarla, que han de considerar como su misión
propia, los cónyuges saben que son cooperadores del amor de Dios
Creador y en cierta manera sus intérpretes. Por ello, cumplirán
su tarea con responsabilidad humana y cristiana" (GS 50,2).
2368 Un aspecto particular de esta responsabilidad concierne
a la "regulación de la procreación". Por razones justificadas,
los esposos pueden querer espaciar los nacimientos de sus hijos. En este
caso, deben cerciorarse de que su deseo no nace del egoísmo, sino
que es conforme a la justa generosidad de una paternidad responsable. Por
otra parte, ordenarán su comportamiento según los criterios
objetivos de la moralidad:
El carácter moral de la conducta, cuando se trata
de conciliar el amor conyugal con la transmisión responsable de la
vida, no depende sólo de la sincera intención y la apreciación
de los motivos, sino que debe determinarse a partir de criterios objetivos,
tomados de la naturaleza de la persona y de sus actos; criterios que conserven
íntegro el sentido de la donación mutua y de la procreación
humana en el contexto del amor verdadero; esto es imposible si no se cultiva
con sinceridad la virtud de la castidad conyugal (GS 51,3).
2369 "Salvaguardando ambos aspectos esenciales, unitivo
y procreador, el acto conyugal conserva íntegro el sentido de amor
mutuo y verdadero y su ordenación a la altísima vocación
del hombre a la paternidad" (HV 12).
2370 La continencia periódica, los métodos
de regulación de nacimientos fundados en la autoobservación
y el recurso a los períodos infecundos (cf HV 16) son conformes a
los criterios objetivos de la moralidad. Estos métodos respetan el
cuerpo de los esposos, fomentan el afecto entre ellos y favorecen la educación
de una libertad auténtica. Por el contrario, es intrínsecamente
mala "toda acción que, o en previsión del acto conyugal, o
en su realización, o en el desarrollo de sus consecuencias naturales,
se proponga como fin o como medio, hacer imposible la procreación"
(HV 14):
"Al lenguaje natural que expresa la recíproca
donación total de los esposos, el anticoncepcionismo impone un lenguaje
objetivamente contradictorio, es decir, el de no darse al otro totalmente:
se produce no sólo el rechazo positivo de la apertura a la vida, sino
también una falsificación de la verdad interior del amor conyugal,
llamado a entregarse en plenitud personal". Esta diferencia antropológica
y moral entre la anticoncepción y el recurso a los ritmos periódicos
"implica... dos concepciones de la persona y de la sexualidad humana irreconciliables
entre sí" (FC 32).
2371 Por otra parte, "sea claro a todos que la vida de
los hombres y la tarea de transmitirla no se limita a este mundo sólo
y no se puede medir ni entender sólo por él, sino que mira
siempre al destino eterno de los hombres" (GS 51,4).
2372 El Estado es responsable del bienestar de los ciudadanos.
Por eso es legítimo que intervenga para orientar el incremento de
la población. Puede hacerlo mediante una información objetiva
y respetuosa, pero no mediante una decisión autoritaria y coaccionante.
No puede legítimamente suplantar la iniciativa de los esposos, primeros
responsables de la procreación y educación de sus hijos (cf
HV 23; PP 37). E Estado no está autorizado a favorecer medios de
regulación demográfica contrarios a la moral.
El don del hijo
2373 La Sagrada
Escritura y la práctica tradicional de la Iglesia ven en las familias
numerosas un signo de la bendición divina y de la generosidad de
los padres (cf GS 50,2).
2374 Grande es el sufrimiento de los esposos que se descubren
estériles. Abraham pregunta a Dios: "¿qué me vas a
dar, si me voy sin hijos...?" (Gn 15,2). Y Raquel dice a su marido Jacob:
"Dame hijos, o si no me muero" (Gn 30,1).
2375 Las investigaciones que intentan reducir la esterilidad
humana deben alentarse, a condición de que se pongan "al servicio
de la persona humana, de sus derechos inalienables, de su bien verdadero
e integral, según el plan y la voluntad de Dios" (CDF, instr. "Donum
vitae", 9).
2376 Las técnicas que provocan una disociación
de la paternidad por intervención de una persona extraña a
los cónyuges (donación del esperma o del óvulo, préstamo
de útero) son gravemente deshonestas. Estas técnicas (inseminación
y fecundación artificiales heterólogas) lesionan el derecho
del niño a nacer de un padre y una madre conocidos de él y
ligados entre sí por el matrimonio. Quebrantan "su derecho a llegar
a ser padre y madre exclusivamente el uno a través del otro" (CDF,
instr. "Donum vitae" 58).
2377 Practicadas dentro de la pareja, estas técnicas
(inseminación y fecundación artificiales homólogas)
son quizá menos perjudiciales, pero no dejan de ser moralmente reprobables.
Disocian el acto sexual del acto procreador. El acto fundador de la existencia
del hijo ya no es un acto por el que dos personas se dan una a otra, "confía
la vida y la identidad del embrión al poder de los médicos
y de los biólogos, e instaura un dominio de la técnica sobre
el origen y sobre el destino de la persona humana. Una tal relación
de dominio es en sí contraria a la dignidad e igualdad que debe ser
común a padres e hijos" (cf CDF, instr. "Donum vitae" 82). "La procreación
queda privada de su perfección propia, desde el punto de vista moral,
cuando no es querida como el fruto del acto conyugal, es decir, del gesto
específico de la unión de los esposos...solamente el respeto
de la conexión existente entre los significados del acto conyugal
y el respeto de la unidad del ser humano, consiente una procreación
conforme con la dignidad de la persona" (CDF, instr. "Donum vitae" 74.76).
2378 El hijo no es un derecho sino un don. El "don más
excelente del matrimonio" es una persona humana. El hijo no puede ser considerado
como un objeto de propiedad, a lo que conduciría el reconocimiento
de un pretendido "derecho al hijo". A este respecto, sólo el hijo
posee verdaderos derechos: El de "ser el fruto del acto específico
del amor conyugal de sus padres, y tiene también el derecho a ser
respetado como persona desde el momento de su concepción" (CDF, instr.
"Donum vitae" 96).
2379 El evangelio enseña que la esterilidad física
no es un mal absoluto. Los esposos que, tras haber agotado los recursos
legítimos de la medicina, padecen de esterilidad, deben asociarse
a la Cruz del Señor, fuente de toda fecundidad espiritual. Pueden
manifestar su generosidad adoptando hijos abandonados o realizando servicios
sacrificados en beneficio del prójimo.
IV LAS OFENSAS A LA DIGNIDAD DEL MATRIMONIO
2380 El adulterio.
Esta palabra designa la infidelidad conyugal. Cuando un hombre y una mujer,
de los cuales al menos uno está casado, establecen una relación
sexual, aunque ocasional, cometen un adulterio. Cristo condena incluso el
deseo del adulterio (cf Mt 5,27-28). El sexto mandamiento y el Nuevo Testamento
proscriben absolutamente el adulterio (cf Mt 5,32; 19,6; Mc 10,11; 1 Co
6,9-10). Los profetas denuncian su gravedad; ven en el adulterio la figura
del pecado de idolatría (cf Os 2,7; Jr 5,7; 13,27).
2381 El adulterio es una injusticia. El que lo comete
falta a sus compromisos. Lesiona el signo de la Alianza que es el vínculo
matrimonial. Quebranta el derecho del otro cónyuge y atenta contra
la institución del matrimonio, violando el contrato que le da origen.
Compromete el bien de la generación humana y de los hijos, que necesitan
la unión estable de los padres.
El divorcio
2382 El Señor
Jesús insiste en la intención original del Creador que quería
un matrimonio indisoluble (cf Mt 5,31-32; 19,3-9; Mc 10,9; Lc 16,18; 1 Co
7,10-11), y abroga la tolerancia que se había introducido en la ley
antigua (cf Mt 19,7-9).
Entre bautizados, "el matrimonio rato y consumado no
puede ser disuelto por ningún poder humano ni por ninguna causa fuera
de la muerte" (CIC, can 1141).
2383 La separación de los esposos con mantenimiento
del vínculo matrimonial puede ser legítima en ciertos casos
previstos por el Derecho canónico (cf CIC, can. 1151-55).
Si el divorcio civil representa la única manera
posible de asegurar ciertos derechos legítimos, el cuidado de los
hijos o la defensa del patrimonio, puede ser tolerado sin constituir una
falta moral.
2384 El divorcio es una ofensa grave a la ley natural.
Pretende romper el contrato, aceptado libremente por los esposos, de vivir
juntos hasta la muerte. El divorcio atenta contra la Alianza de salvación
de la cual el matrimonio sacramental es un signo. El hecho de contraer una
nueva unión, aunque reconocida por la ley civil, aumenta la gravedad
de la ruptura: el cónyuge casado de nuevo se haya entonces en situación
de adulterio público y permanente:
Si el marido, tras haberse separado de su mujer, se
une a otra mujer, es adúltero, porque hace cometer un adulterio a
esta mujer; y la mujer que habita con él es adúltera, porque
ha atraído a sí al marido de otra (S. Basilio, moral. regla
73).
2385 El divorcio adquiere también su carácter
inmoral por el desorden que introduce en la célula familiar y en
la sociedad. Este desorden entraña daños graves: para el cónyuge,
que se ve abandonado; para los hijos, traumatizados por la separación
de los padres, y a menudo viviendo en tensión a causa de sus padres;
por su efecto de contagio, que hace de él una verdadera plaga social.
2386 Puede ocurrir que uno de los cónyuges sea
la víctima inocente del divorcio dictado por la ley civil; entonces
no contradice el precepto moral. Existe una diferencia considerable entre
el cónyuge que se ha esforzado con sinceridad por ser fiel al sacramento
del matrimonio y se ve injustamente abandonado y el que, por una falta grave
de su parte, destruye un matrimonio canónicamente válido (cf
FC 84).
Otras ofensas a la dignidad del matrimonio
2387 Es comprensible
el drama del que, deseoso de convertirse al evangelio, se ve obligado a
repudiar una o varias mujeres con las que ha compartido años de vida
conyugal. Sin embargo, la poligamia no se ajusta a la ley moral, pues contradice
radicalmente la comunión conyugal. La poligamia "niega directamente
el designio de Dios, tal como es revelado desde los orígenes, porque
es contraria a la igual dignidad personal del hombre y de la mujer, que en
el matrimonio se dan con un amor total y por lo mismo único y exclusivo"
(FC 19; cf GS 47,2). El cristiano que había sido polígamo está
gravemente obligado en justicia a cumplir los deberes contraídos respecto
a sus antiguas mujeres y sus hijos.
2388 Incesto es la relación carnal entre
parientes dentro de los grados en que está prohibido el matrimonio
(cf Lv 18,7-20). S. Pablo condena esta falta particularmente grave: "Se oye
hablar de que hay inmoralidad entre vosotros... hasta el punto de que uno
de vosotros vive con la mujer de su padre...en nombre del Señor Jesús...sea
entregado ese individuo a Satanás para destrucción de la carne..."
(1 Co 5,1.4-5). El incesto corrompe las relaciones familiares y representa
una regresión a la animalidad.
2389 Se puede equiparar al incesto los abusos sexuales
perpetrados por adultos en niños o adolescentes confiados a su guarda.
Entonces esta falta adquiere una mayor gravedad por atentar escandalosamente
contra la integridad física y moral de los jóvenes que quedarán
así marcados para toda la vida, y por ser una violación de
la responsabilidad educativa.
2390 Hay unión libre cuando el hombre y
la mujer se niegan a dar forma jurídica y pública a una unión
que implica la intimidad sexual.
La expresión en sí misma es engañosa:
¿qué puede significar una unión en la que las personas
no se comprometen entre sí y testimonian con ello una falta de confianza
en el otro, en sí mismo, o en el porvenir?
Esta expresión abarca situaciones distintas:
concubinato, rechazo del matrimonio en cuanto tal, incapacidad de unirse
mediante compromisos a largo plazo (cf FC 81). Todas estas situaciones ofenden
la dignidad del matrimonio; destruyen la idea misma de la familia; debilitan
el sentido de la fidelidad. Son contrarias a la ley moral: el acto sexual
debe tener lugar exclusivamente en el matrimonio; fuera de éste constituye
siempre un pecado grave y excluye de la comunión sacramental.
2391 Muchos reclaman hoy una especie de "unión
a prueba" cuando existe intención de casarse. Cualquiera que sea la
firmeza del propósito de los que se comprometen en relaciones sexuales
prematuras, éstas "no garantizan que la sinceridad y la fidelidad
de la relación interpersonal entre un hombre y una mujer queden aseguradas,
y sobre todo protegidas, contra los vaivenes y las veleidades de las pasiones"
(CDF, decl. "Persona humana" 7). La unión carnal sólo es moralmente
legítima cuando se ha instaurado una comunidad de vida definitiva
entre el hombre y la mujer. El amor humano no tolera la "prueba". Exige un
don total y definitivo de las personas entre sí (cf FC 80).
RESUMEN
2392 "El amor es
la vocación fundamental e innata de todo ser humano" (FC 11).
2393 Al crear al ser humano hombre y mujer, Dios confiere
la dignidad personal de manera idéntica a uno y a otra. A cada uno,
hombre y mujer, corresponde reconocer y aceptar su identidad sexual.
2394 Cristo es el modelo de la castidad. Todo bautizado
es llamado a llevar una vida casta, cada uno según su estado de vida.
2395 La castidad significa la integración de la
sexualidad en la persona. Entraña el aprendizaje del dominio personal.
2396 Entre los pecados gravemente contrarios a la castidad
se deben citar la masturbación, la fornicación, las actividades
pornográficas, y las prácticas homosexuales.
2397 La alianza que los esposos contraen libremente implica
un amor fiel. Les confiere la obligación de guardar indisoluble su
matrimonio.
2398 La fecundidad es un bien, un don, un fin del matrimonio.
Dando la vida, los esposos participan de la paternidad de Dios.
2399 La regulación de la natalidad representa
uno de los aspectos de la paternidad y la maternidad responsables. La legitimidad
de las intenciones de los esposos no justifica el recurso a medios moralmente
reprobables (p.e., la esterilización directa o la anticoncepción).
2400 El adulterio y el divorcio, la poligamia y la unión
libre son ofensas graves a la dignidad del matrimonio.
Artículo 7
EL SEPTIMO MANDAMIENTO
No robarás (Ex 20,15; Dt 5,19).
No robarás (Mt 19,18).
2401 El séptimo
mandamiento prohíbe tomar o retener el bien del prójimo injustamente
y hacer daño al prójimo en sus bienes de cualquier manera.
Prescribe la justicia y la caridad en la gestión de los bienes terrenos
y los frutos del trabajo de los hombres. Con miras al bien común exige
el respeto del destino universal de los bienes y del derecho de propiedad
privada. La vida cristiana se esfuerza por ordenar a Dios y a la caridad
fraterna los bienes de este mundo.
I EL DESTINO UNIVERSAL Y LA PROPIEDAD PRIVADA DE LOS
BIENES
2402 Al comienzo
Dios confió la tierra y sus recursos a la administración común
de la humanidad para que tenga cuidado de ellos, los domine mediante su
trabajo y se beneficie de sus frutos (cf Gn 1,26-29). Los bienes de la creación
están destinados a todo el género humano. Sin embargo, la
tierra está repartida entre los hombres para dar seguridad a su vida,
expuesta a la penuria y amenazada por la violencia. La apropiación
de bienes es legítima para garantizar la libertad y la dignidad de
las personas, para ayudar a cada uno a atender sus necesidades fundamentales
y las necesidades de los que están a su cargo. Debe hacer posible
que se viva una solidaridad natural entre los hombres.
2403 El derecho a la propiedad privada, adquirida o recibida
de modo justo, no anula la donación original de la tierra al conjunto
de la humanidad. El destino universal de los bienes continúa siendo
primordial, aunque la promoción del bien común exija el respeto
de la propiedad privada, de su derecho y de su ejercicio.
2404 "El hombre, al servirse de esos bienes , debe considerar
las cosas externas que posee legítimamente, no sólo como suyas,
sino también como comunes, en el sentido de que han de aprovechar
no sólo a él, sino también a los demás" (GS 69,1).
La propiedad de un bien hace de su dueño un administrador de la providencia
para hacerlo fructificar y comunicar sus beneficios a otros, ante todo a
sus próximos.
2405 Los bienes de producción -materiales o inmateriales-
como tierras o fábricas, profesiones o artes, requieren los cuidados
de sus posesores para que su fecundidad aproveche al mayor número
de personas. Los poseedores de bienes de uso y consumo deben usarlos con
templanza reservando la mejor parte al huésped, al enfermo, al pobre.
2406 La autoridad política tiene el derecho y
el deber de regular en función del bien común el ejercicio
legítimo del derecho de propiedad (cf GS 71,4; SRS 42; CA 40; 48).
II EL RESPETO DE LAS PERSONAS Y DE SUS
BIENES
2407 En materia
económica el respeto de la dignidad humana exige la práctica
de la virtud de la templanza, para moderar el apego a los bienes de este
mundo; de la justicia, para preservar los derechos del prójimo y
darle lo que le es debido; y de la solidaridad, siguiendo la regla de oro
y según la liberalidad del Señor, que "siendo rico, por vosotros
se hizo pobre a fin de que os enriquecierais con su pobreza" (2 Co 8,9).
El respeto de los bienes ajenos
2408 El séptimo
mandamiento prohíbe el robo, es decir, la usurpación del bien
ajeno contra la voluntad razonable de su dueño. No hay robo si el
consentimiento puede ser presumido o si el rechazo es contrario a la razón
y al destino universal de los bienes. Es el caso de la necesidad urgente
y evidente en que el único medio de remediar las necesidades inmediatas
y esenciales (alimento, vivienda, vestido...) es disponer y usar de los
bienes ajenos (cf GS 69,1).
2409 Toda forma de tomar o retener injustamente el bien
ajeno, aunque no contradiga las disposiciones de la ley civil, es contraria
al séptimo mandamiento. Así, retener deliberadamente bienes
prestados u objetos perdidos, defraudar en el ejercicio del comercio (cf
Dt 25, 13-16), pagar salarios injustos (cf Dt 24,14-15; St 5,4), elevar los
precios especulando con la ignorancia o la necesidad ajenas (cf Am 8,4-6).
Son también moralmente ilícitos, la especulación
mediante la cual se pretende hacer variar artificialmente la valoración
de los bienes con el fin de obtener un beneficio en detrimento ajeno; la
corrupción mediante la cual se vicia el juicio de los que deben tomar
decisiones conforme a derecho; la apropiación y el uso privados de
los bienes sociales de una empresa; los trabajos mal hechos, el fraude fiscal,
la falsificación de cheques y facturas, los gastos excesivos, el despilfarro.
Infligir voluntariamente un daño a las propiedades privadas o públicas
es contrario a la ley moral y exige reparación.
2410 Las promesas deben ser cumplidas, y los contratos
rigurosamente observados en la medida en que el compromiso adquirido es
moralmente justo. Una parte notable de la vida económica y social
depende del valor de los contratos entre personas físicas o morales.
Así, los contratos comerciales de venta o compra, los contratos de
alquiler o de trabajo. Todo contrato debe ser hecho y ejecutado de buena
fe.
2411 Los contratos están sometidos a la justicia
conmutativa, que regula los intercambios entre las personas y entre las
instituciones, en el respeto exacto de sus derechos. La justicia conmutativa
obliga estrictamente; exige la salvaguarda de los derechos de propiedad,
el pago de las deudas y la prestación de obligaciones libremente contraídas.
Sin justicia conmutativa no es posible ninguna otra forma de justicia.
La justicia conmutativa se distingue de la justicia
legal, que se refiere a lo que el ciudadano debe equitativamente a la comunidad,
y de la justicia distributiva que regula lo que la comunidad debe
a los ciudadanos en proporción a sus contribuciones y a sus necesidades.
2412 En virtud de la justicia conmutativa, la reparación
de la injusticia cometida exige la restitución del bien robado a
su propietario:
Jesús bendijo a Zaqueo por su resolución:
"si en algo defraudé a alguien, le devolveré el cuádruplo"
(Lc 19,8). Los que, de manera directa o indirecta, se han apoderado de un
bien ajeno, están obligados a restituirlo o a devolver el equivalente
en naturaleza o en especie si la cosa ha desaparecido, así como los
frutos y beneficios que su propietario hubiera obtenido legítimamente.
Están igualmente obligados a restituir, en proporción a su
responsabilidad y al beneficio obtenido, todos los que han participado de
alguna manera en el robo, o se han aprovechado de él a sabiendas;
por ejemplo, quienes lo hayan ordenado o ayudado o encubierto.
2413 Los juegos de azar (de cartas, etc.) o las apuestas
no son en sí mismos contrarios a la justicia. No obstante, resultan
moralmente inaceptables cuando privan a la persona de lo que le es necesario
para atender a sus necesidades o las de los demás. La pasión
del juego corre peligro de convertirse en una grave servidumbre. Apostar
injustamente o hacer trampas en los juegos constituye una materia grave,
a no ser que el daño infligido sea tan leve que quien lo padece no
pueda razonablemente considerarlo significativo.
2414 El séptimo mandamiento proscribe los actos
o empresas que, por una u otra razón, egoísta o ideológica,
mercantil o totalitaria, conduce a esclavizar seres humanos, a menospreciar
su dignidad personal, a comprarlos, a venderlos y a cambiarlos como mercancía.
Es un pecado contra la dignidad de las personas y sus derechos fundamentales
reducirlos por la violencia a un objeto de consumo o a una fuente de beneficio.
S. Pablo ordenaba a un amo cristiano que tratase a su esclavo cristiano
"no como esclavo, sino...como un hermano...en el Señor" (Flm 16).
El respeto de la integridad de la creación
2415 El séptimo
mandamiento exige el respeto de la integridad de la creación. Los
animales, como las plantas y los seres inanimados, están naturalmente
destinados al bien común de la humanidad pasada, presente y futura
(cf Gn 1,28-31). El uso de los recursos minerales, vegetales y animales del
universo no puede ser separado del respeto a las exigencias morales. El dominio
concedido por el Creador al hombre sobre los seres inanimados y los seres
vivos no es absoluto; está regulado por el cuidado de la calidad de
la vida del prójimo comprendidas las generaciones venideras; exige
un respeto religioso de la integridad de la creación (cf CA 37-38).
2416 Los animales son criaturas de Dios, que los
rodea de su solicitud providencial (cf Mt 6,16). Por su simple existencia,
lo bendicen y le dan gloria (cf Dn 3,57-58). También los hombres
les deben aprecio. Recuérdese con qué delicadeza trataban
a los animales S. Francisco de Asís o S. Felipe Neri.
2417 Dios confió los animales a la administración
del que fue creado por él a su imagen (cf Gn 2,19-20; 9,1-4). Por
tanto, es legítimo servirse de los animales para el alimento y la
confección de vestidos. Se los puede domesticar para que ayuden al
hombre en sus trabajos y en sus ocios. Los experimentos médicos y
científicos en animales son prácticas moralmente aceptables,
si se mantienen dentro de límites razonables y contribuyen a curar
o salvar vidas humanas.
2418 Es contrario a la dignidad humana hacer sufrir inútilmente
a los animales y gastar sin necesidad sus vidas. Es también indigno
invertir en ellos sumas que deberían más bien remediar la
miseria de los hombres. Se puede amar a los animales; pero no se puede desviar
hacia ellos el afecto debido únicamente a los seres humanos.
III LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA
2419 "La revelación
cristiana...nos conduce a una comprensión más profunda de
las leyes de la vida social" (GS 23,1). La Iglesia recibe del evangelio
la plena revelación de la verdad del hombre. Cuando cumple su misión
de anunciar el evangelio, enseña al hombre, en nombre de Cristo,
su dignidad propia y su vocación a la comunión de las personas;
y le descubre las exigencias de la justicia y de la paz, conformes a la
sabiduría divina.
2420 La Iglesia expresa un juicio moral, en materia económi
ca y social, "cuando lo exijan los derechos fundamentales de la persona
o la salvación de las almas" (GS 76,5). En el orden de la moralidad,
la Iglesia ejerce una misión distinta de la que ejercen las autoridades
políticas: ella se ocupa de los aspectos temporales del bien común
a causa de su ordenación al soberano Bien, nuestro fin último.
Se esfuerza por inspirar las actitudes justas en el uso de los bienes terrenos
y en las relaciones socioeconómicas.
2421 La doctrina social de la Iglesia se desarrolló
en el siglo XIX cuando se produce el encuentro entre el evangelio y la sociedad
industrial moderna, sus nuevas estructuras para producción de bienes
de consumo, su nueva concepción de la sociedad, del Estado y de la
autoridad, sus nuevas formas de trabajo y de propiedad. El desarrollo de
la doctrina de la Iglesia en materia económica y social da testimonio
del valor permanente de la enseñanza de la Iglesia, al mismo tiempo
que del sentido verdadero de su Tradición siempre viva y activa (cf.
CA 3).
2422 La enseñanza social de la Iglesia comprende
un cuerpo de doctrina que se articula a medida que la Iglesia interpreta
los acontecimientos a lo largo de la historia, a la luz del conjunto de la
palabra revelada por Cristo Jesús con la asistencia del Espíritu
Santo (cf SRS 1; 41). Esta enseñanza resulta tanto más aceptable
para los hombres de buena voluntad cuanto más inspira la conducta
de los fieles.
2423 La doctrina social de la Iglesia propone principios
de reflexión, extrae criterios de juicio, da orientaciones para la
acción:
Todo sistema, según el cual las relaciones socia
les estarían determinadas enteramente por los factores económicos
es contrario a la naturaleza de la persona humana y de sus actos (cf CA
24).
2424 Una teoría que hace del lucro la norma exclusiva
y el fin último de la actividad económica es moralmente inaceptable.
El apetito desordenado de dinero no deja de producir efectos perniciosos.
Es una de las causas de los numerosos conflictos que perturban el orden
social (cf GS 63,3; LE 7; CA 35).
Un sistema que "sacrifica los derechos fundamentales
de la persona y de los grupos en aras de la organización colectiva
de la producción" es contrario a la dignidad del hombre (cf GS 65).
Toda práctica que reduce a las personas a no ser más que medios
de lucro esclaviza al hombre, conduce a la idolatría del dinero y
contribuye a difundir el ateísmo. "No podéis servir a Dios
y al Dinero" (Mt 6,24; Lc 16,13).
2425 La Iglesia ha rechazado las ideologías totalitarias
y ateas asociadas en los tiempos modernos al "comunismo" o "socialismo".
Por otra parte, ha reprobado en la práctica del
"capitalismo" el individualismo y la primacía absoluta de la ley de
mercado sobre el trabajo humano (cf CA 10, 13.44). La regulación de
la economía únicamente por la planificación centralizada
pervierte en la base los vínculos sociales; su regulación únicamente
por la ley de mercado quebranta la justicia social, porque "existen numerosas
necesidades humanas que no tienen salida en el mercado" (CA 34). Es
preciso promover una regulación razonable del mercado y de las iniciativas
económicas, según una justa jerarquía de valores y atendiendo
al bien común.
IV LA ACTIVIDAD ECONOMICA Y LA JUSTICIA
SOCIAL
2426 El desarrollo
de las actividades económicas y el crecimiento de la producción
están destinados a remediar las necesidades de los seres humanos.
La vida económica no tiende solamente a multiplicar los bienes producidos
y a aumentar el lucro o el poder; está ante todo ordenada al servicio
de las personas, del hombre entero y de toda la comunidad humana. La actividad
económica dirigida según sus propios métodos, debe moverse
dentro de los límites del orden moral, según la justicia social,
a fin de responder al plan de Dios sobre el hombre (cf GS 64).
2427 El trabajo humano procede directamente de
personas creadas a imagen de Dios y llamadas a prolongar, unidas y para
mutuo beneficio, la obra de la creación dominando la tierra (cf Gn
1,28; GS 34; CA 31). El trabajo es, por tanto, un deber: "Si alguno no quiere
trabajar, que tampoco coma" (2 Ts 3,10; cf. 1 Ts 4,11). El trabajo honra
los dones del Creador y los talentos recibidos. Puede ser también
redentor. Soportando el peso del trabajo (cf Gn 3,14-19), en unión
con Jesús, el carpintero de Nazaret y el crucificado del Calvario,
el hombre colabora en cierta manera con el Hijo de Dios en su Obra redentora.
Se muestra discípulo de Cristo llevando la Cruz cada día, en
la actividad que está llamado a realizar (cf LE 27). El trabajo puede
ser un medio de santificación y una animación de las realidades
terrenas en el espíritu de Cristo.
2428 En el trabajo, la persona ejerce y aplica una parte
de las capacidades inscritas en su naturaleza. El valor primordial del trabajo
pertenece al hombre mismo, que es su autor y su destinatario. El trabajo
es para el hombre y no el hombre para el trabajo (cf LE 6).
Cada uno debe poder sacar del trabajo los medios para
sustentar su vida y la de los suyos, y para prestar servicio a la comunidad
humana.
2429 Cada uno tiene el derecho de iniciativa económica,
y podrá usar legítimamente de sus talentos para contribuir
a una abundancia provechosa para todos, y para recoger los justos frutos
de sus esfuerzos. Deberá ajustarse a las reglamentaciones dictadas
por las autoridades legítimas con miras al bien común (cf CA
32; 34).
2430 La vida económica se ve afectada por intereses
diversos, con frecuencia opuestos entre sí. Así se explica
el surgimiento de conflictos que la caracterizan (cf LE 11). Será
preciso esforzarse para reducir estos últimos mediante la negociación,
que respete los derechos y los deberes de cada parte: los responsables de
las empresas, los representantes de los trabajadores, por ejemplo, organizaciones
sindicales y, en caso necesario, los poderes públicos.
2431 La responsabilidad del Estado. "La actividad económica,
en particular la economía de mercado, no puede desenvolverse en medio
de un vacío institucional, jurídico y político. Por
el contrario supone una seguridad que garantiza la libertad individual y
la propiedad, además de un sistema monetario estable y servicios públicos
eficientes. La primera incumbencia del Estado es, pues, la de garantizar
esa seguridad, de manera que quien trabaja y produce pueda gozar de los frutos
de su trabajo y, por tanto, se sienta estimulado a realizarlo eficiente
y honestamente...Otra incumbencia del Estado es la de vigilar y encauzar
el ejercicio de los derechos humanos en el sector económico; pero
en este campo la primera responsabilidad no es del Estado, sino de cada persona
y de los diversos grupos y asociaciones en que se articula la sociedad" (CA
48).
2432 Los responsables de las empresas ostentan ante la
sociedad la responsabilidad económica y ecológica de sus operaciones
(CA 37). Están obligados a considerar el bien de las personas y no
solamente el aumento de las ganancias. Sin embargo, estas son necesarias;
permiten realizar las inversiones que aseguran el porvenir de las empresas,
y garantizan los puestos de trabajo.
2433 El acceso al trabajo y a la profesión
debe estar abierto a todos sin discriminación injusta, hombres y
mujeres, sanos y disminuidos, autóctonos e inmigrados (cf. LE 19;
22-23). En función de las circunstancias, la sociedad debe por su
parte ayudar a los ciudadanos a procurarse un trabajo y un empleo (cf. CA
48).
2434 El salario justo es el fruto legítimo del
trabajo. Negarlo o retenerlo puede constituir una grave injusticia (cf Lv
19,13; Dt 24,14-15; St 5,4). Para determinar la remuneración justa
se han de tener en cuenta a la vez las necesidades y las contribuciones de
cada uno. "El trabajo debe ser remunerado de tal modo que se den al hombre
posibilidades de que él y los suyos vivan dignamente su vida material,
social, cultural y espiritual, teniendo en cuenta la tarea y la productividad
de cada uno, así como las condiciones de la empresa y el bien común"
(GS 67,2). El acuerdo de las partes no basta para justificar moralmente el
importe del salario.
2435 La huelga es moralmente legítima cuando se
presenta como un recurso inevitable, si no necesario para obtener un beneficio
proporcionado. Resulta moralmente inaceptable cuando va acompañada
de violencias o también cuando se lleva a cabo en función
de objetivos no directamente vinculados a las condiciones de trabajo o contrarios
al bien común.
2436 Es injusto no pagar a los organismos de seguridad
social las cotizaciones establecidas por las autoridades legítimas.
La privación de empleo a causa de la huelga
es casi siempre para su víctima un atentado contra su dignidad y
una amenaza para el equilibrio de la vida. Además del daño
personal padecido, de esa privación se derivan riesgos numerosos
para su hogar (cf. LE 18).
V JUSTICIA Y SOLIDARIDAD ENTRE LAS NACIONES
2437 En el plano
internacional la desigualdad de los recursos y de los medios económicos
es tal que crea entre las naciones un verdadero "abismo" (SRS 14). Por un
lado están los que poseen y desarrollan los medios de crecimiento,
y por otro, los que acumulan deudas.
2438 Diversas causas, de naturaleza religiosa, política,
económica y financiera, confieren hoy a la cuestión social
"una dimensión mundial" (SRS 9). La solidaridad es necesaria entre
las naciones cuyas políticas son ya interdependientes. Es todavía
más indispensable cuando se trata de acabar con los "mecanismos perversos"
que obstaculizan el desarrolla de los países menos avanzados (cf
SRS 17; 45). Es preciso sustituir los sistemas financieros abusivos, si
no usureros (cf CA 35), las relaciones comerciales inicuas entre las naciones,
la carrera de armamentos, por un esfuerzo común para movilizar los
recursos hacia objetivos de desarrollo moral, cultural y económico
"fijando de nuevo las prioridades y las escalas de valores" (CA 28).
2439 Las naciones ricas tienen una responsabilidad
moral grave respecto a las que no pueden por sí mismas asegurar los
medios de su desarrollo, o han sido impedidas de realizarlo por trágicos
acontecimientos históricos. Es un deber de solidaridad y de caridad;
es también una obligación de justicia si el bienestar de las
naciones ricas procede de recursos que no han sido pagados justamente.
2440 La ayuda directa constituye una respuesta apropiada
a necesidades inmediatas, extraordinarias, causadas por ejemplo por catástrofes
naturales, epidemias, etc. Pero no basta para reparar los graves daños
que resultan de situaciones de indigencia ni para remediar de forma duradera
las necesidades. Es preciso también reformar las instituciones económicas
y financieras internacionales para que promuevan mejor relaciones equitativas
con los países menos desarrollados (cf SRS 16). Es preciso sostener
el esfuerzo de los países pobres que trabajan por su crecimiento
y su liberación (cf CA 26). Esta doctrina exige ser aplicada de manera
muy particular en el ámbito del trabajo agrícola. Los campesinos,
sobre todo en el Tercer Mundo, forman la masa preponderante de los pobres.
2441 Acrecentar el sentido de Dios y el conocimiento
de sí mismo constituye la base de todo desarrollo completo de la
sociedad humana. Este multiplica los bienes materiales y los pone al servicio
de la persona y de su libertad. Disminuye la miseria y la explotación
económicas. Hace crecer el respeto de las identidades culturales
y la apertura a la transcendencia (cf SRS 32; CA 51).
2442 No corresponde a los pastores de la Iglesia intervenir
directamente en la actividad política y en la organización
de la vida social. Esta tarea forma parte de la vocación de los fieles
laicos, que actúan por su propia iniciativa con sus conciudadanos.
La acción social puede implicar una pluralidad de vías concretas.
Deberá atender siempre al bien común y ajustarse al mensaje
evangélico y a la enseñanza de la Iglesia. Pertenece a los
fieles laicos "animar, con su compromiso cristiano, las realidades y, en
ellas, procurar ser testigos y operadores de paz y de justicia" (SRS 47;
cf 42).
VI EL AMOR DE LOS POBRES
2443 Dios bendice
a los que ayudan a los pobres y reprueba a los que se niegan a hacerlo:
"a quien te pide da, al que desee que le prestes algo no le vuelvas la espalda"
(Mt 5,42). "Gratis lo recibisteis, dadlo gratis" (Mt 10,8). Jesucristo reconocerá
a sus elegidos en lo que hayan hecho por los pobres (cf Mt 25,31-36). La
buena nueva "anunciada a los pobres" (Mt 11,5; Lc 4,18) es el signo de la
presencia de Cristo.
2444 "El amor de la Iglesia por los pobres...pertenece
a su constante tradición " (CA 57). Está inspirado en el Evangelio
de las bienaventuranzas (cf Lc 6,20-22), en la pobreza de Jesús (cf
Mt 8,20), y en su atención a los pobres (cf Mc 12,41-44). El amor
a los pobres es también uno de los motivos del deber de trabajar,
con el fin de "hacer partícipe al que se halle en necesidad" (Ef 4,28).
No abarca sólo la pobreza material, sino también las numerosas
formas de pobreza cultural y religiosa (cf CA 57).
2445 El amor a los pobres es incompatible con el amor
desordenado de las riquezas o su uso egoísta:
Ahora bien, vosotros, ricos, llorad y dad alaridos por
las desgracias que están para caer sobre vosotros. Vuestra riqueza
está podrida y vuestros vestidos están apolillados; vuestro
oro y vuestra plata están tomados de herrumbre y su herrumbre será
testimonio contra vosotros y devorará vuestras carnes como fuego.
Habéis acumulado riquezas en estos días que son los últimos.
Mirad: el salario que no habéis pagado a los obreros que segaron vuestros
campos está gritando; y los gritos de los segadores han llegado a
los oídos del Señor de los ejércitos. Habéis
vivido sobre la tierra regaladamente y os habéis entregado a a los
placeres; habéis hartado vuestros corazones en el día de la
matanza. Condenasteis y matasteis al justo; él no os resiste (St 5,1-6).
2446 S. Juan Crisóstomo lo recuerda vigorosamente:
"No hacer participar a los pobres de los propios bienes es robarles y quitarles
la vida. Lo que tenemos no son nuestros bienes, sino los suyos" (Laz. 1,6).
"Satisfacer ante todo las exigencias de la justicia, de modo que no se ofrezca
como ayuda de caridad lo que ya se debe a título de justicia" (AA
8):
Cuando damos a los pobres las cosas indispensables no
les hacemos liberalidades personales, sino que les devolvemos lo que es
suyo. Más que realizar un acto de caridad, lo que hacemos es cumplir
un deber de justicia (S. Gregorio Magno, past. 3,21).
2447 Las obras de misericordia son acciones caritativas
mediante las cuales ayudamos a nuestro prójimo en sus necesidades
corporales y espirituales (cf. Is 58,6-7; Hb 13,3). Instruir, aconsejar,
consolar, confortar, son obras de misericordia espiritual, como perdonar
y sufrir con paciencia. Las obras de misericordia corporal consisten especialmente
en dar de comer al hambriento, dar techo a quien no lo tiene, vestir al desnudo,
visitar a los enfermos y a los presos, enterrar a los muertos (cf Mt 25,31-46).
Entre estas obras, la limosna hecha a los pobres (cf Tb 4, 5-11; Si 17,22)
es uno de los principales testimonios de la caridad fraterna; es también
una práctica de justicia que agrada a Dios (cf Mt 6,2-4):
El que tenga dos túnicas que las reparta con
el que no tiene; el que tenga para comer que haga lo mismo (Lc 3,11). Dad
más bien en limosna lo que tenéis, y así todas las
cosas serán puras para vosotros (Lc 11,41). Si un hermano o una hermana
están desnudos y carecen del sustento diario, y alguno de vosotros
les dice: "id en paz, calentaos o hartaos", pero no les dais lo necesario
para el cuerpo, ¿de qué sirve? (St 2,15-16; cf. 1 Jn 3,17).
2448 "Bajo sus múltiples formas -indigencia material,
opresión injusta, enfermedades físicas o síquicas y,
por último, la muerte- la miseria humana es el signo manifiesto de
la debilidad congénita en que se encuentra el hombre tras el primer
pecado y de la necesidad de salvación. Por ello, la miseria humana
atrae la compasión de Cristo Salvador, que la ha querido cargar sobre
sí e identificarse con los `más pequeños de sus hermanos'
. También por ello, los oprimidos por la miseria son objeto de un
amor de preferencia por parte de la Iglesia, que, desde los orígenes,
y a pesar de los fallos de muchos de sus miembros, no ha cesado de trabajar
para aliviarlos, defenderlos y liberarlos. Lo ha hecho mediante innumerables
obras de beneficencia, que siempre y en todo lugar continúan siendo
indispensables" (CDF, instr. "Libertatis conscientia" 68).
2449 En el Antiguo Testamento, toda una serie de medidas
jurídicas (año jubilar, prohibición del préstamo
a interés, retención de la prenda, obligación del diezmo,
pago del jornalero, derecho de rebusca después de la vendimia y la
siega) responden a la exhortación del Deuteronomio: "Ciertamente
nunca faltarán pobres en este país; por esto te doy yo este
mandamiento: debes abrir tu mano a tu hermano, a aquel de los tuyos que
es indigente y pobre en tu tierra" (Dt 15,11). Jesús hace suyas estas
palabras: "Porque pobres siempre tendréis con vosotros; pero a mí
no siempre me tendréis" (Jn 12,8). Con esto, no hace caduca la vehemencia
de los oráculos antiguos: "comprando por dinero a los débiles
y al pobre por un par de sandalias..." (Am 8,6), sino nos invita a reconocer
su presencia en los pobres que son sus hermanos (cf Mt 25,40):
El día en que su madre le reprendió por
atender en la casa a pobres y enfermos, Santa Rosa de Lima le contestó:
"cuando servimos a los pobres y a los enfermos, servimos a Jesús.
No debemos cansarnos de ayudar a nuestro prójimo, porque en ellos
servimos a Jesús".
RESUMEN
2450 "No robarás"
(Dt 5,19). "Ni los ladrones, ni los avaros...ni los rapaces heredarán
el Reino de Dios" (1 Co 6,10).
2451 El séptimo mandamiento prescribe la práctica
de la justicia y de la caridad en el uso de los bienes terrenos y los frutos
del trabajo de los hombres.
2452 Los bienes de la creación están destinados
a todo el género humano. El derecho a la propiedad privada no anula
el destino universal de los bienes.
2453 El séptimo mandamiento prohíbe el
robo. El robo es la usurpación del bien ajeno contra la voluntad
razonable del dueño.
2454 Toda manera de tomar y de usar injustamente el bien
ajeno es contraria al séptimo mandamiento. La injusticia cometida
exige reparación. La justicia conmutativa impone la restitución
del bien robado.
2455 La ley moral proscribe los actos que, con fines
mercantiles o totalitarios, llevan a esclavizar a los seres humanos, a comprarlos,
venderlos y cambiarlos como mercancías.
2456 El dominio, concedido por el Creador, sobre los
recursos minerales, vegetales y animales del universo, no puede ser separado
del respeto de las obligaciones morales frente a todos los hombres, incluidos
los de las generaciones venideras.
2457 Los animales están confiados a la administración
del hombre que les debe aprecio. Pueden servir a la justa satisfacción
de las necesidades del hombre.
2458 La Iglesia pronuncia un juicio en materia económica
y social cuando lo exigen los derechos fundamentales de la persona o la
salvación de las almas. Se cuida del bien común temporal de
los hombres en razón de su ordenación al soberano Bien, nuestro
fin último.
2459 El hombre es el autor, el centro y el fin de toda
la vida económica y social. El punto decisivo de la cuestión
social consiste en que los bienes creados por Dios para todos lleguen de
hecho a todos, según la justicia y con la ayuda de la caridad.
2460 El valor primordial del trabajo atañe al
hombre mismo que es su autor y su destinatario. Mediante
su trabajo, el hombre participa en la obra de la creación. Unido
a Cristo, el trabajo puede ser redentor.
2461 El desarrollo verdadero es el del hombre entero.
Se trata de hacer crecer la capacidad de cada persona de responder a su vocación,
por tanto, a la llamada de Dios (cf CA 29).
2462 La limosna hecha a los pobres es un testimonio de
caridad fraterna; es también una práctica de justicia que
agrada a Dios.
2463 En la multitud de seres humanos sin pan, sin techo,
sin patria, hay que reconocer a Lázaro, el mendigo hambriento de
la parábola (cf Lc 16,19-31). En dicha multitud hay que oír
a Jesús que dice: "Cuanto dejásteis de hacer con uno de estos,
también conmigo dejásteis de hacerlo" (Mt 25,45).
Artículo 8
EL OCTAVO MANDAMIENTO
No darás testimonio falso contra tu prójimo
(Ex 20,16)
Se dijo a los antepasados: No perjurarás sino
que cumplirás al Señor tus juramentos (Mt 5,33).
2464 El octavo mandamiento
prohíbe falsear la verdad en las relaciones con el prójimo.
Este precepto moral se deriva de la vocación del pueblo santo a ser
testigo de su Dios, que es y que quiere la verdad. Las ofensas a la verdad
expresan, mediante palabras o actos, una negación a comprometerse
en la rectitud moral: son infidelidades fundamentales frente a Dios y, en
este sentido, socavan las bases de la Alianza.
I VIVIR EN LA VERDAD
2465 El Antiguo
Testamento lo proclama: Dios es fuente de toda verdad. Su Palabra es verdad
(cf Pr 8,7; 2 S 7,28). Su ley es verdad (cf Sal 119, 142). "Tu verdad, de
edad en edad" (Sal 119,90; Lc 1,50). Porque Dios es el "Veraz" (Rm 3,4),
los miembros de su Pueblo son llamados a vivir en la verdad (cf Sal 119,30).
2466 En Jesucristo la verdad de Dios se manifestó
toda entera. "Lleno de gracia y de verdad" (Jn 1,14), él es la "luz
del mundo" (Jn 8,12), la Verdad (cf Jn 14,6). El que cree en él,
no permanece en las tinieblas (cf Jn 12,46). El discípulo de Jesús,
"permanece en su palabra", para conocer "la verdad que hace libre" (cf Jn
8,31-32) y que santifica (cf Jn 17,17). Seguir a Jesús es vivir del
"Espíritu de verdad" (Jn 14,17) que el Padre envía en su nombre
(cf Jn 14,26) y que conduce "a la verdad completa" (Jn 16,13). Jesús
enseña a sus discípulos el amor incondicional de la Verdad:
"Sea vuestro lenguaje: `sí, sí'; `no, no'" (Mt 5,37).
2467 El hombre busca naturalmente la verdad. Está
obligado a honrarla y testimoniarla: "Todos los hombres, conforme a su dignidad,
por ser personas... se ven impulsados, por su misma naturaleza, a buscar
la verdad y, además, tienen la obligación moral de hacerlo,
sobre todo la verdad religiosa. Están obligados también a adherirse
a la verdad conocida y a ordenar toda su vida según sus exigencias"
(DH 2).
2468 La verdad como rectitud de la acción y de
la palabra humana tiene por nombre veracidad, sinceridad o franqueza. La verdad
o veracidad es la virtud que consiste en mostrarse verdadero en sus actos
y en decir verdad en sus palabras, evitando la duplicidad, la simulación
y la hipocresía.
2469 "Los hombres no podrían vivir juntos si no
tuvieran confianza recíproca, es decir, si no se manifestasen la
verdad" (S. Tomás de Aquino, s. th. 2-2, 109, 3 ad 1). La virtud
de la veracidad da justamente al prójimo lo que le es debido; observa
un justo medio entre lo que debe ser expresado y el secreto que debe ser
guardado: implica la honradez y la discreción. En justicia, "un hombre
debe honestamente a otro la manifestación de la verdad" (S. Tomás
de Aquino, s.th. 2-2, 109,3).
2470 El discípulo de Cristo acepta "vivir en la
verdad", es decir, en la simplicidad de una vida conforme al ejemplo del
Señor y permaneciendo en su Verdad. "Si decimos que estamos en comunión
con él, y caminamos en tinieblas, mentimos y no obramos conforme a
la verdad" (1 Jn 1,6).
II "DAR TESTIMONIO DE LA VERDAD"
2471 Ante Pilato,
Cristo proclama que había "venido al mundo: para dar testimonio de
la verdad" (Jn 18,37). El cristiano no debe "avergonzarse de dar testimonio
del Señor" (2 Tm 1,8). En las situaciones que exigen dar testimonio
de la fe, el cristiano debe profesarla sin ambigüedad, a ejemplo de
S. Pablo ante sus jueces. Debe guardar una "conciencia limpia ante Dios
y ante los hombres" (Hch 24,16).
2472 El deber de los cristianos de tomar parte en la
vida de la Iglesia los impulsa a actuar como testigos del evangelio y de
las obligaciones que de ello se derivan. Este testimonio es trasmisión
de la fe en palabras y obras. El testimonio es un acto de justicia que establece
o da a conocer la verdad (cf Mt 18,16):
Todos los fieles cristianos, dondequiera que vivan,
están obligados a manifestar con el ejemplo de su vida y el testimonio
de su palabra al hombre nuevo de que se revistieron por el bautismo y la
fuerza del Espíritu Santo que les ha fortalecido con la confirmación
(AG 11).
2473 El martirio es el supremo testimonio de la verdad
de la fe; designa un testimonio que llega hasta la muerte. El mártir
da testimonio de Cristo, muerto y resucitado, al cual está unido
por la caridad. Da testimonio de la verdad de la fe y de la doctrina cristiana.
Soporta la muerte mediante un acto de fortaleza. "Dejadme ser pasto de las
fieras. Por ellas me será dado llegar a Dios" (S. Ignacio de Antioquía,
Rom 4,1).
2474 Con el más exquisito cuidado, la Iglesia
ha recogido los recuerdos de quienes llegaron al final para dar testimonio
de su fe. Son las actas de los Mártires, que constituyen los archivos
de la Verdad escritos con letras de sangre:
No me servirá nada de los atractivos del mundo
ni de los reinos de este siglo. Es mejor para mí mori r (para unirme)
a Cristo Jesús que reinar hasta las extremidades de la tierra. Es
a él a quien busco, a quien murió por nosotros. A él
quiero, al que resucitó por nosotros. Mi nacimiento se acerca...(S.
Ignacio de Antioquía, Rom. 6,1-2).
Te bendigo por haberme juzgado digno de este día
y esta hora, digno de ser contado en el número de tus mártires...Has
cumplido tu promesa, Dios de la fidelidad y de la verdad. Por esta gracia
y por todo te alabo, te bendigo, te glorifico por el eterno y celestial
Sumo Sacerdote, Jesucristo, tu Hijo amado. Por él, que está
contigo y con el Espíritu, te sea dada gloria ahora y en los siglos
venideros. Amén. (S. Policarpo, mart. 14,2-3).
III LAS OFENSAS A LA VERDAD
2475 Los discípulos
de Cristo se han "revestido del Hombre Nuevo, creado según Dios en
la justicia y santidad de la verdad" (Ef 4,28). "Desechando la mentira"
(Ef 5,25), deben "rechazar toda malicia y todo engaño, hipocresías,
envidias y toda clase de maledicencias" (1 P 2,1).
2476 Falso testimonio y perjurio. Una afirmación
contraria a la verdad posee una gravedad particular cuando se hace públicamente.
Ante un tribunal viene a ser un falso testimonio (cf. Pr 19,9). Cuando es
pronunciada bajo juramento se trata de perjurio. Estas maneras de obrar
contribuyen a condenar a un inocente, a disculpar a un culpable o a aumentar
la sanción en que ha incurrido el acusado (cf Pr 18,5); comprometen
gravemente el ejercicio de la justicia y la equidad de la sentencia pronunciada
por los jueces.
2477 El respeto de la reputación de las personas
prohíbe toda actitud y toda palabra susceptibles de causarles un
daño injusto (cf CIC, can. 220). Se hace culpable
– de juicio temerario el que, incluso tácitamente, admite como verdadero,
sin fundamento suficiente, un defecto moral en el prójimo.
– de maledicencia el que, sin razón objetivamente válida,
manifiesta los defectos y las faltas de otros a personas que los ignoran (cf
Si 21,28).
– de calumnia el que, mediante palabras contrarias a la verdad, daña
la reputación de otros y da ocasión a juicios falsos respecto
a ellos.
2478 Para evitar el juicio temerario, cada uno deberá
interpretar en cuanto sea posible en un sentido favorable los pensamientos,
palabras y acciones de su prójimo:
Todo buen cristiano ha de ser más pronto a salvar
la proposición del prójimo, que a condenarla; y si no la puede
salvar, inquirirá cómo la entiende, y si mal la entiende,
corríjale con amor; y si no basta, busque todos los medios convenientes
para que, bien entendiéndola, se salve (S. Ignacio de Loyola, ex.
spir. 22).
2479 Maledicencia y calumnia destruyen la reputación
y el honor del prójimo. Ahora bien, el honor es el testimonio social
dado a la dignidad humana y cada uno posee un derecho natural al honor de
su nombre, a su reputación y a su respeto. Así, la maledicencia
y la calumnia lesionan las virtudes de la justicia y la caridad.
2480 Debe proscribirse toda palabra o actitud que, por
halago, adulación, o complacencia, alienta y confirma a otro en la
malicia de sus actos y la perversidad de su conducta. La adulación
es una falta grave si se hace cómplice de vicios o pecados graves.
El deseo de prestar servicio o la amistad no justifican una doblez del lenguaje.
La adulación es un pecado venial cuando sólo desea ser agradable,
evitar un mal, remediar una necesidad u obtener ventajas legítimas.
2481 La vanagloria o jactancia constituye una falta contra
la verdad. Lo mismo sucede con la ironía que busca ridiculizar a
uno caricaturizando de manera malévola un aspecto de su comportamiento.
2482 "La mentira consiste en decir falsedad con intención
de engañar" (S. Agustín, mend. 4,5). El Señor denuncia
en la mentira una obra diabólica: "vuestro padre es el diablo...porque
no hay verdad en él; cuando dice la mentira, dice lo que le sale
de dentro, porque es mentiroso y padre de la mentira" (Jn 8,44).
2483 La mentira es la ofensa más directa contra
la verdad. Mentir es hablar u obrar contra la verdad para inducir a error.
Lesionando la relación del hombre con la verdad y el prójimo,
la mentira ofende la relación fundamental del hombre y de su palabra
con el Señor.
2484 La gravedad de la mentira se mide según la
naturaleza de la verdad que deforma, según las circunstancias, las
intenciones del que la comete, los perjuicios padecidos por sus víctimas.
Si la mentira en sí sólo constituye un pecado venial, llega
a ser mortal cuando daña gravemente las virtudes de la justicia y
la caridad.
2485 La mentira es condenable en su naturaleza. Es una
profanación de la palabra cuyo objeto es comunicar a otros la verdad
conocida. La intención deliberada de inducir al prójimo a
error mediante palabras contrarias a la verdad constituye una falta contra
la justicia y la caridad. La culpabilidad es mayor cuando la intención
de engañar corre el riesgo de tener consecuencias funestas para los
que son desviados de la verdad.
2486 La mentira, por ser una violación de la virtud
de la veracidad, es una verdadera violencia hecha a otro. Atenta contra
él en su capacidad de conocer, que es la condición de todo
juicio y de toda decisión. Contiene en germen la división
de los espíritus y todos los males que ésta suscita. La mentira
es funesta para toda sociedad: socava la confianza entre los hombres y rompe
el tejido de las relaciones sociales.
2487 Toda falta cometida contra la justicia y la verdad
entraña el deber de reparación aunque su autor haya sido perdonado.
Cuando es imposible reparar un daño públicamente, es preciso
hacerlo en secreto; si el que ha sufrido un perjuicio no pude ser indemnizado
directamente, es preciso darle satisfacción moralmente, en nombre
de la caridad. Este deber de reparación concierne también a
las faltas cometidas contra la reputación del prójimo. Esta
reparación, moral y a veces material, debe apreciarse según
la medida del daño causado. Obliga en conciencia.
IV EL RESPETO DE LA VERDAD
2488 El derecho
a la comunicación de la verdad no es incondicional. Todos deben conformar
su vida al precepto evangélico del amor fraterno. Este exige, en
las situaciones concretas, estimar si conviene o no revelar la verdad al
que la pide.
2489 La caridad y el respeto de la verdad deben dictar
la respuesta a toda petición de información o de comunicación.
El bien y la seguridad del prójimo, el respeto de la vida privada,
el bien común, son razones suficientes para callar lo que no debe
ser conocido, o para usar un lenguaje discreto. El deber de evitar el escándalo
obliga con frecuencia a una estricta discreción. Nadie esta obligado
a revelar una verdad a quien no tiene derecho a conocerla (cf Si 27,16;
Pr 25,9-10).
2490 El secreto del sacramento de la reconciliación
es sagrado y no puede ser revelado bajo ningún pretexto. "El sigilo
sacramental es inviolable; por lo cual está terminantemente prohibido
al confesor descubrir al penitente, de palabra o de cualquier otro modo,
y por ningún motivo" (CIC, can. 983,1).
2491 Los secretos profesionales -que obligan, por ejemplo,
a políticos, militares, médicos, juristas- o las confidencias
hechas bajo secreto deben ser guardados, exceptuados los casos excepcionales
en que el no revelarlos podría causar al que los ha confiado, al
que los ha recibido o a un tercero daños muy graves y evitables únicamente
mediante la divulgación de la verdad. Las informaciones privadas
perjudiciales al prójimo, aunque no hayan sido confiadas bajo secreto,
no deben ser divulgadas sin una razón grave y proporcionada.
2492 Se debe guardar la justa reserva respecto a la vida
privada de la gente. Los responsables de la comunicación deben mantener
una justa proporción entre las exigencias del bien común y
el respeto de los derechos particulares. La ingerencia de la información
en la vida privada de personas que realizan una actividad política
o pública, es condenable en la medida en que atenta contra la intimidad
y libertad de éstas.
V EL USO DE LOS MEDIOS DE COMUNICACION
SOCIAL
2493 Dentro de la
sociedad moderna, los medios de comunicación social desempeñan
un papel importante en la información, la promoción cultural
y la formación. Su acción aumenta en importancia por razón
de los progresos técnicos, de la amplitud y la diversidad de las
noticias transmitidas, y la influencia ejercida sobre la opinión
pública.
2494 La información de estos medios es un servicio
del bien común (cf IM 11). La sociedad tiene derecho a una información
fundada en la verdad, la libertad, la justicia y la solidaridad:
El recto ejercicio de este derecho exige que, en cuanto
a su contenido, la comunicación sea siempre verdadera e íntegra,
salvadas la justicia y la caridad; además, en cuanto al modo, ha
de ser honesta y conveniente, es decir, debe respetar escrupulosamente las
leyes morales, los derechos legítimos y la dignidad del hombre, tanto
en la búsqueda de la noticia como en su divulgación (IM 5,2).
2495 "Es necesario que todos los miembros de la sociedad
cumplan sus deberes de caridad y justicia también en este campo,
y, así, con ayuda de estos medios, se esfuercen por formar y difundir
una recta opinión pública" (IM 8). La solidaridad aparece
como una consecuencia de una información verdadera y justa, y de
la libre circulación de las ideas, que favorecen el conocimiento
y el respeto del prójimo.
2496 Los medios de comunicación social (en particular,
los mass-media) pueden engendrar cierta pasividad en los usuarios, haciendo
de estos consumidores poco vigilantes de mensajes o de espectáculos.
Los usuarios deben imponerse moderación y disciplina respecto a los
mass-media. Han de formarse una conciencia clara y recta para resistir más
fácilmente las influencias menos honestas.
2497 Por razón de su profesión en la prensa,
sus responsables tienen la obligación, en la difusión de la
información, de servir a la verdad y de no ofender a la caridad.
Han de forzarse por respetar con una delicadeza igual, la naturaleza de
los hechos y los límites y el juicio crítico respecto a las
personas. Deben evitar ceder a la difamación.
2498 "La autoridad civil tiene en esta materia deberes
peculiares en razón del bien común, al que se ordenan estos
medios. Corresponde, pues, a dicha autoridad... defender y asegurar la verdadera
y justa libertad" (IM 12). Promulgando leyes y velando por su aplicación,
los poderes públicos se asegurarán de que el mal uso de los
medios no lleguen a causar "graves peligros para las costumbres públicas
y el progreso de la sociedad" (IM 12). Deberán sancionar la violación
de los derechos de cada uno a la reputación y al secreto de la vida
privada. Tienen obligación de dar a tiempo y honestamente las informaciones
que se refieren al bien general y responden a las inquietudes fundadas de
la población. Nada puede justificar el recurso a falsas informaciones
para manipular la opinión pública mediante los mass-media.
Estas intervenciones no deberán atentar contra la libertad de los
individuos y de los grupos.
2499 La moral denuncia la plaga de los estados totalitarios
que falsifican sistemáticamente la verdad, ejercen mediante los mass-media
un dominio político de la opinión, manipulan a los acusados
y a los testigos en los procesos públicos y tratan de asegurar su
tiranía yugulando y reprimiendo todo lo que consideran "delitos de
opinión".
VI VERDAD, BELLEZA Y ARTE SACRO
2500 La práctica
del bien va acompañada de un placer espiritual gratuito y de la belleza
moral. De igual modo, la verdad entraña el gozo y el esplendor de
la belleza espiritual. La verdad es bella por sí misma. La verdad
de la palabra, expresión racional del conocimiento de la realidad
creada e increada, es necesaria al hombre dotado de inteligencia, pero la
verdad puede también encontrar también otras formas de expresión
humana, complementarias, sobre todo cuando se trata de evocar lo que entraña
de indecible, las profundidades del corazón humano, las elevaciones
del alma, el Misterio de Dios. Antes de revelarse al hombre en palabras de
verdad, Dios se revela a él, mediante el lenguaje universal de la
Creación, obra de su Palabra, de su Sabiduría: el orden y la
armonía del cosmos, que percibe tanto el niño como el hombre
de ciencia, "pues de la grandeza y hermosura de las criaturas se llega, por
analogía, a contemplar a su Autor" (Sb 13,5), "pues fue el Autor mismo
de la belleza quien las creó" (Sb 13,3).
La sabiduría es un hálito del poder de
Dios, una emanación pura de la gloria del Omnipotente, por lo que nada
manchado llega a alcanzarla. Es un reflejo de la luz eterna, un espejo sin
mancha de la actividad de Dios, una imagen de su bondad (Sb 7,25-26). La
sabiduría es más bella que el sol, supera a todas las constelaciones;
comparada con la luz, sale vencedora, porque a la luz sucede la noche, pero
contra la sabiduría no prevalece la maldad (Sb 7,29-30). Yo me constituí
en el amante de su belleza (Sb 8,2).
2501 El hombre, "creado a imagen de Dios" (Gn 1,26),
expresa también la verdad de su relación con Dios Creador
mediante la belleza de sus obras artísticas. El arte, en efecto, es
una forma de expresión propiamente humana; por encima de la satisfacción
de las necesidades vitales, común a todas las criaturas vivas, el
arte es una sobreabundancia gratuita de la riqueza interior del ser humano.
Este brota de un talento concedido por el Creador y del esfuerzo del hombre,
y es un género de sabiduría práctica, que une conocimiento
y habilidad para dar forma a la verdad de una realidad en el lenguaje accesible
a la vista y al oído. El arte entraña así cierta semejanza
con la actividad de Dios en lo creado, en la medida en que se inspira en
la verdad y el amor de los seres. Como cualquier otra actividad humana, el
arte no tiene en sí mismo su fin absoluto, sino que está ordenado
y ennoblecido por el fin último del hombre (cf. Pío XII, discurso
25 Diciembre 1955 y discurso 3 Septiembre 1950).
2502 El arte sacro es verdadero y bello cuando corresponde
por su forma a su vocación propia: evocar y glorificar, en la fe
y la adoración, el Misterio trascendente de Dios, Belleza Sobreeminente
Invisible de Verdad y de Amor, manifestado en Cristo, "Resplandor de su
gloria e Impronta de su esencia" (Hb 1,3), en quien "reside toda la Plenitud
de la Divinidad corporalmente" (Col 2,9), belleza espiritual reflejada en
la Santísima Virgen Madre de Dios, los Angeles y los Santos. El arte
sacro verdadero lleva al hombre a la adoración, a la oración
y al amor de Dios Creador y Salvador, Santo y Santificador.
2503 Por eso los obispos deben personalmente o por delegación
vigilar y promover el arte sacro antiguo y nuevo en todas sus formas, y
apartar con la misma atención religiosa de la liturgia y de los edificios
de culto todo lo que no está de acuerdo con la verdad de la fe y la
auténtica belleza del arte sacro (cf SC 122-127).
RESUMEN
2504 "No darás
falso testimonio contra tu prójimo" (Ex 20,16). Los discípulos
de Cristo se han "revestido del Hombre Nuevo, creado según Dios, en
la justicia y santidad de la verdad" (Ef 4,24).
2505 La verdad o veracidad es la virtud que consiste
en mostrarse verdadero en sus juicios y en sus palabras, evitando la duplicidad,
la simulación y la hipocresía.
2506 El cristiano no debe "avergonzarse de dar testimonio
del Señor" (2 Tm 1,8) en obras y palabras. El martirio es el supremo
testimonio de la verdad de la fe.
2507 El respeto de la reputación y el honor de
las personas prohíbe toda actitud y toda palabra de maledicencia o
de calumnia.
2508 La mentira consiste en decir lo falso con intención
de engañar al prójimo.
2509 Una falta cometida contra la verdad exige reparación.
2510 La regla de oro ayuda a discernir en las situaciones
concretas si conviene o no revelar la verdad al que la pide.
2511 "El sigilo sacramental es inviolable" (CIC, can.
983,1). Los secretos profesionales deben ser guardados. Las confidencias perjudiciales
a otros no deben ser divulgadas.
2512 La sociedad tiene derecho a una información
fundada en la verdad, la libertad, la justicia. Es preciso imponerse moderación
y disciplina en el uso de los medios de comunicación social.
2513 Las bellas artes, sobre todo el arte sacro, "están
relacionados, por su naturaleza, con la infinita belleza divina, que se
intenta expresar, de algún modo, en las obras humanas. Y tanto más
se dedican a Dios y contribuyen a su alabanza y a su gloria cuanto más
lejos están de todo propósito que no sea colaborar lo más
posible con sus obras a dirigir las almas de los hombres piadosamente hacia
Dios" (SC 122).
Artículo 9
EL NOVENO MANDAMIENTO
No codiciarás la casa de tu prójimo, ni
codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su sierva,
ni su buey ni su asno, ni nada que sea de tu prójimo (Ex 20,17).
El que mira a una mujer deseándola, ya cometió
adulterio con ella en su corazón (Mt 5,28)
2514 San Juan distingue
tres especies de codicia o concupiscencia: la concupiscencia de la carne,
la concupiscencia de los ojos y la soberbia de la vida (cf 1 Jn 2,16). Siguiendo
la tradición catequética católica, el noveno mandamiento
proscribe la concupiscencia de la carne; el décimo prohíbe
la codicia del bien ajeno.
2515 En sentido etimológico, la "concupiscencia"
puede designar toda forma vehemente de deseo humano. La teología
cristiana le ha dado el sentido particular del movimiento del apetito sensible
que contraría la obra de la razón humana. El apóstol
S. Pablo la identifica a la lucha que la "carne" sostiene contra el "espíritu"
(cf Gal 5,16.17.24; Ef 2,3). Procede de la desobediencia del primer pecado
(Gn 3,11). Trastorna las facultades morales del hombre y, sin ser una falta
en sí misma, le inclina a cometer pecados (cf Cc Trento: DS
1515).
2516 En el hombre, por que es un ser compuesto de espíritu
y cuerpo, existe cierta tensión, tiene lugar una lucha de tendencias
entre el "espíritu" y la "carne". Pero, en realidad, esta lucha pertenece
a la herencia del pecado. Es una consecuencia de él, y al mismo tiempo
una confirmación. Forma parte de la experiencia cotidiana del combate
espiritual:
Para el Apóstol no se trata de discriminar o
condenar el cuerpo, que con el alma espiritual constituye la naturaleza
del hombre y su subjetividad personal, sino que trata de las obras -mejor
dicho, de las disposiciones estables-, virtudes y vicios, moralmente buenas
o malas, que son fruto de sumisión (en el primer caso) o bien de resistencia
(en el segundo caso) a la acción salvífica del Espíritu
Santo. Por ello el apóstol escribe: "si vivimos según el Espíritu,
obremos también según el Espíritu" (Gál 5,25)
(Juan Pablo II, DeV 55).
I LA PURIFICACION DEL CORAZON
2517 El corazón
es la sede de la personalidad moral: "de dentro del corazón salen
las intenciones malas, asesinatos, adulterios, fornicaciones" (Mt 15,19).
La lucha contra la codicia de la carne pasa por la purificación del
corazón:
Mantente en la simplicidad, la inocencia y serás
como los niños pequeños que ignoran el mal destructor de la
vida de los hombres (Hermas, mand. 2,1).
2518 La sexta bienaventuranza proclama: "Bienaventurados
los limpios de corazón porque ellos verán a Dios" (Mt 5,8).
Los "corazones limpios" designan a los que han ajustado su inteligencia
y su voluntad a las exigencias de la santidad de Dios, principalmente en
tres dominios: la caridad (cf 1 Tm 4,3-9; 2 Tm 2,22), la castidad o rectitud
sexual (cf 1 Ts 4,7; Col 3,5; Ef 4,19), el amor de la verdad y la ortodoxia
de la fe (cf Tt 1,15; 1 Tm 3-4; 2 Tm 2, 23-26). Existe un vínculo
entre la pureza del corazón, del cuerpo y de la fe:
Los fieles deben creer los artículos del Símbolo
"para que, creyendo, obedezcan a Dios; obedeciéndole, vivan bien;
viviendo bien, purifiquen su corazón; y purificando su corazón,
comprendan lo que creen" (S. Agustín, fid. et symb. 10,25).
2519 A los "limpios de corazón" se les promete
que verán a Dios cara a cara y que serán semejantes a él
(cf 1 Co 13,12; 1 Jn 3,2). La pureza de corazón es el preámbulo
de la visión. Ya desde ahora esta pureza nos concede ver según
Dios, recibir a otro como un "prójimo"; nos permite considerar el
cuerpo humano, el nuestro y el del prójimo, como un templo del Espíritu
Santo, una manifestación de la belleza divina.
II EL COMBATE POR LA PUREZA
2520 El Bautismo
confiere al que lo recibe la gracia de la purificación de todos los
pecados. Pero el bautizado debe seguir luchando contra la concupiscencia
de la carne y los apetitos desordenados. Con la gracia de Dios lo consigue
– mediante la virtud y el don de la castidad, pues la castidad permite
amar con un corazón recto e indiviso,
– mediante la pureza de intención, que consiste en buscar el fin
verdadero del hombre: con un ojo simple el bautizado se afana por encontrar
y realizar en todo la voluntad de Dios (cf Rm 12,2; Col 1,10);
– mediante la pureza de la mirada exterior e interior; mediante la disciplina
de los sentidos y la imaginación; mediante el rechazo de toda complacencia
en los pensamientos impuros que inclinan a apartarse del camino de los mandamientos
divinos: "la vista despierta la pasión de los insensatos" (Sb 15,5);
– mediante la oración:
Creía que la continencia dependía de las
propias fuerzas, las cuales no sentía en mí; siendo tan necio
que no entendía lo que estaba escrito (Sb 8,21): que nadie puede
ser continente, si tú no se lo das. Y cierto que tú me lo
dieras, si con interior gemido llamase a tus oídos, y con fe sólida
arrojase en ti mi cuidado (S. Agustín, conf. 6,11,20).
2521 La pureza exige el pudor. Este es una parte integrante
de la templanza. El pudor preserva la intimidad de la persona. Designa la
negativa a mostrar lo que debe permanecer oculto. Está ordenado a
la castidad, cuya delicadeza proclama. Ordena las miradas y los gestos según
la dignidad de las personas y de su unión.
2522 El pudor protege el misterio de las personas y de
su amor. Invita a la paciencia y a la moderación en la relación
amorosa; exige que se cumplan las condiciones del don y del compromiso definitivo
del hombre y de la mujer entre sí. El pudor es modestia, inspira
la elección del vestido. Mantiene el silencio o la reserva donde
se adivina el riesgo de una curiosidad malsana; se convierte en discreción.
2523 Existe un pudor de los sentimientos como también
un pudor del cuerpo. Este pudor rechaza, por ejemplo, los exhibicionismos
del cuerpo humano propios de cierta publicidad o las incitaciones de algunos
medios de comunicación a hacer pública toda confidencia íntima.
El pudor inspira una manera de vivir que permite resistir a las solicitaciones
de la moda y a la presión de las ideologías dominantes.
2524 Las formas que adquiere el pudor varían de
una cultura a otra. Sin embargo, en todas partes constituye la intuición
de una dignidad espiritual propia al hombre. Nace con el despertar de la
conciencia del sujeto. Educar en el pudor a niños y adolescentes es
despertar en ellos el respeto de la persona humana.
2525 La pureza cristiana exige una purificación
del clima social. Obliga a los medios de comunicación social a una
información cuidadosa del respeto y de la discreción. La pureza
de corazón libera del erotismo difuso y aparta de los espectáculos
que favorecen el exhibicionismo y la ilusión.
2526 Lo que se llama permisividad de las costumbres se
basa en una concepción errónea de la libertad humana; para
edificarse, ésta necesita dejarse educar previamente por la ley moral.
Conviene pedir a los responsables de la educación que impartan a la
juventud una enseñanza respetuosa de la verdad, de las cualidades
del corazón y de la dignidad moral y espiritual del hombre.
2527 "La buena nueva de Cristo renueva continuamente
la vida y la cultura del hombre caído; combate y elimina los errores
y males que brotan de la seducción, siempre amenazadora, del pecado.
Purifica y eleva sin cesar las costumbres de los pueblos. Con las riquezas
de lo alto fecunda, consolida, completa y restaura en Cristo, como desde
dentro, las bellezas y cualidades espirituales de cada pueblo o edad" (GS
58,4).
RESUMEN
2528 "Todo el que
mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella
en su corazón" (Mt 5,28).
2529 El noveno mandamiento pone en guardia contra la
codicia o concupiscencia de la carne.
2530 La lucha contra la concupiscencia de la carne pasa
por la purificación del corazón y la práctica de la
templanza.
2531 La pureza del corazón nos alcanzará
el ver a Dios: nos da desde ahora la posibilidad de ver todo según
Dios.
2532 La purificación del corazón exige
la oración, la práctica de la castidad, la pureza de intención
y de mirada.
2533 La pureza del corazón requiere el pudor,
que es paciencia, modestia y discreción. El pudor preserva la intimidad
de la persona.
Artículo 10 EL DECIMO MANDAMIENTO
No codiciarás...nada que sea de tu prójimo
(Ex 20,17)
No desearás...su casa, su campo, su siervo o
su sierva, su buey o su asno: nada que sea de tu prójimo (Dt 5,21).
Donde esté tu tesoro, allí estará
también tu corazón (Mt 6,21).
2534 El décimo
mandamiento desdobla y completa el noveno, que versa sobre la concupiscencia
de la carne. Prohíbe la codicia del bien ajeno, raíz del robo,
de la rapiña y del fraude, proscritos por el séptimo mandamiento.
La "concupiscencia de los ojos" (cf 1 Jn 2,16) lleva a la violencia y la
injusticia prohibidas por el quinto precepto (cf Mi 2,2). La codicia tiene
su origen, como la fornicación, en la idolatría condenada
en las tres primeras prescripciones de la ley (cf Sb 14,12). El décimo
mandamiento atañe a la intención del corazón; resume,
con el noveno, todos los preceptos de la Ley.
I EL DESORDEN DE LA CODICIA
2535 El apetito
sensible nos impulsa a desear las cosas agradables que no tenemos. Así,
desear comer cuando se tiene hambre, o calentarse cuando se tiene frío.
Estos deseos son buenos en sí mismos; pero con frecuencia no guardan
la medida de la razón y nos empujan a codiciar injustamente lo que
no es nuestro y pertenece, o es debido a otro.
2536 El décimo mandamiento proscribe la avaricia
y el deseo de una apropiación inmoderada de los bienes terrenos.
Prohíbe el deseo desordenado nacido de lo pasión inmoderada
de las riquezas y de su poder. Prohíbe también el deseo de
cometer una injusticia mediante la cual se dañaría al prójimo
en sus bienes temporales:
Cuando la Ley nos dice: "No codiciarás", nos
dice, en otros términos, que apartemos nuestros deseos de todo lo
que no nos pertenece. Porque la sed del bien del prójimo es inmensa,
infinita y jamás saciada, como está escrito: "El ojo del avaro
no se satisface con su suerte" (Si 14,9) (Catec. R. 3,37)
2537 No se quebranta este mandamiento deseando obtener
cosas que pertenecen al prójimo siempre que sea por justos medios.
La catequesis tradicional señala con realismo "quiénes son
los que más deben luchar contra sus codicias pecaminosas" y a los
que, por tanto, es preciso "exhortar más a observar este precepto":
Los comerciantes, que desean la escasez o la carestía
de las mercancías, que ven con tristeza que no son los únicos
en comprar y vender, pues de lo contrario podrían vender más
caro y comprar a precio más bajo; los que desean que sus semejantes
estén en la miseria para lucrarse vendiéndoles o comprándoles...Los
médicos, que desean tener enfermos; los abogados que anhelan causas
y procesos importantes y numerosos... (Cat. R. 3,37).
2538 El décimo mandamiento exige que se destierre
del corazón humano la envidia. Cuando el profeta Natán quiso
estimular el arrepentimiento del rey David, le contó la historia
del pobre que sólo poseía una oveja, a la que trataba como
una hija, y del rico, a pesar de sus numerosos rebaños, envidiaba
al primero y acabó por robarle la cordera (cf 2 S 12,1-4). La envidia
puede conducir a las peores fechorías (cf Gn 4,3-7; 1 R 21,1-29).
La muerte entró en el mundo por la envidia del diablo (cf Sb 2,24).
Luchamos entre nosotros, y es la envidia la que nos
arma unos contra otros...Si todos se afanan así por perturbar el
Cuerpo de Cristo, ¿a dónde llegaremos? Estamos debilitando
el Cuerpo de Cristo...Nos declaramos miembros de un mismo organismo y nos
devoramos como lo harían las fieras (S. Juan Crisóstomo, hom.
in 2 Co, 28,3-4).
2539 La envidia es un pecado capital. Designa la tristeza
experimentada ante el bien del prójimo y el deseo desordenado de
poseerlo, aunque sea indebidamente. Cuando desea al prójimo un mal
grave es un pecado mortal:
San Agustín veía en la envidia el "pecado
diabólico por excelencia" (ctech. 4,8). "De la envidia nacen el odio,
la maledicencia, la calumnia, la alegría causada por el mal del prójimo
y la tristeza causada por su prosperidad" (s. Gregorio Magno, mor. 31,45).
2540 La envidia representa una de las formas de la tristeza
y, por tanto, un rechazo de la caridad; el bautizado debe luchar contra
ella mediante la benevolencia. La envidia procede con frecuencia del orgullo;
el bautizado ha de esforzarse por vivir en la humildad:
¿Querríais ver a Dios glorificado por
vosotros? Pues bien, alegraos del progreso de vuestro hermano y con ello
Dios será glorificado por vosotros. Dios será alabado -se
dirá- porque su siervo ha sabido vencer la envidia poniendo su alegría
en los méritos de otros (S. Juan Crisóstomo, hom. in Rom.
7,3).
II LOS DESEOS DEL ESPIRITU
2541 La economía
de la Ley y de la Gracia aparta el corazón de los hombres de la codicia
y de la envidia: lo inicia en el deseo del Soberano Bien; lo instruye en
los deseos del Espíritu Santo, que sacia el corazón del hombre.
El Dios de las promesas puso desde el comienzo al hombre
en guardia contra la seducción desde lo que ya entonces, aparece
como "bueno para comer, apetecib le a la vista y excelente para lograr sabiduría"
(Gn 3,6).
2542 La Ley confiada a Israel nunca bastó para
justificar a los que le estaban sometidos; incluso vino a ser instrumento
de la "concupiscencia" (cf Rm 7,7). La inadecuación entre el querer
y el hacer (cf Rm 7,10) manifiesta el conflicto entre la "ley de Dios" que
es la "ley de la razón" y otra ley que "me esclaviza a la ley del pecado
que está en mis miembros" (Rm 7,23).
2543 "Pero ahora, independientemente de la ley, la justicia
de Dios se ha manifestado, atestiguada por la ley y los profetas, justicia
de Dios por la fe en Jesucristo, para todos los que creen" (Rm 3,21-22).
Por eso, los fieles de Cristo "han crucificado la carne con sus pasiones
y sus apetencias" (Gál 5,24); "son guiados por el Espíritu"
(Rm 8,14) y siguen los deseos del Espíritu (cf Rm 8,27).
III LA POBREZA DE CORAZON
2544 Jesús
exhorta a sus discípulos a preferirle a todo y a todos y les propone
"renunciar a todos sus bienes" (Lc 14,33) por él y por el Evangelio
(cf Mc 8,35). Poco antes de su pasión les mostró como ejemplo
la pobre viuda de Jerusalén que, de su indigencia, dio todo lo que
tenía para vivir (cf Lc 21,4). El precepto del desprendimiento de
las riquezas es obligatorio para entrar en el Reino de los cielos.
2545 "Todos los cristianos...han de intentar orientar
rectamente sus deseos para que el uso de las cosas de este mundo y el apego
a las riquezas no les impidan, en contra del espíritu de pobreza evangélica,
buscar el amor perfecto" (LG 42).
2546 "Bienaventurados los pobres en el espíritu"
(Mt 5,3). Las bienaventuranzas revelan un orden de felicidad y de gracia,
de belleza y de paz. Jesús celebra la alegría de los pobres
de quienes es ya el Reino (Lc 6,20):
El Verbo llama "pobreza en el Espíritu" a la
humildad voluntaria de un espíritu humano y su renuncia; el Apóstol
nos da como ejemplo la pobreza de Dios cuando dice: "Se hizo pobre por nosotros"
(2 Co 8,9) (S. Gregorio de Nisa, beat, 1).
2547 El Señor se lamenta de los ricos porque encuentran
su consuelo en la abundancia de bienes (Lc 6,24). "El orgulloso busca el
poder terreno, mientras el pobre en espíritu busca el Reino de los
Cielos" (S. Agustín, serm. Dom. 1,1). El abandono en la Providencia
del Padre del Cielo libera de la inquietud por el mañana (cf Mt 6,25-34).
La confianza en Dios dispone a la bienaventuranza de los pobres: ellos
verán a Dios.
IV "QUIERO VER A DIOS"
2548 El deseo de
la felicidad verdadera aparta al hombre del apego desordenado a los bienes
de este mundo, y se realizará en la visión y la bienaventuranza
de Dios. "La promesa de ver a Dios supera toda felicidad. En la Escritura,
ver es poseer. El que ve a Dios obtiene todos los bienes que se pueden concebir"
(S. Gregorio de Nisa, beat. 6).
2549 Corresponde, por tanto, al pueblo santo luchar,
con la gracia de lo alto, para obtener los bienes que Dios promete. Para
poseer y contemplar a Dios, los fieles cristianos mortifican sus concupiscencias
y, con la ayuda de Dios, vencen las seducciones del placer y del poder.
2550 En el camino de la perfección, el Espíritu
y la Esposa llaman a quienes les escuchan (cf Ap 22,17), a la comunión
perfecta con Dios:
Allí se dará la gloria verdadera; nadie
será alabado allí por error o por adulación; los verdaderos
honores no serán ni negados a quienes los merecen ni concedidos a
los indignos; por otra parte, allí nadie indigno pretenderá
honores, pues allí sólo serán admitidos los dignos.
Allí reinará la verdadera paz, donde nadie experimentará
oposición ni de sí mismo ni de otros. La recompensa de la virtud
será Dios mismo, que ha dado la virtud y se prometió a ella
como la recompensa mejor y más grande que puede existir: "Yo seré
su Dios, y ellos serán mi pueblo" (Lv 26,12)...Este es también
el sentido de las palabras del apóstol: "para que Dios sea todo en
todos" (1 Co 15,28). El será el fin de nuestros deseos, a quien contemplaremos
sin fin, amaremos sin saciedad, alabaremos sin cansancio. Y este don, este
amor, esta ocupación serán ciertamente, como la vida eterna,
comunes a todos (S. Agustín, civ. 22,30).
RESUMEN
2551 "Donde está
tu tesoro allí estará tu corazón" (Mt
6,21).
2552 El décimo mandamiento prohíbe el deseo
desordenado, nacido de la pasión inmoderada de las riquezas y del
poder.
2553 La envidia es la tristeza experimentada ante el
bien del prójimo y el deseo desordenado de apropiárselo. Es
un pecado capital.
2554 El bautizado combate la envidia mediante la caridad,
la humildad y el abandono en la providencia de Dios.
2555 Los fieles cristianos "han crucificado la carne
con sus pasiones y sus concupiscencias" (Gal 5,24); son guiados por el Espíritu
y siguen sus deseos.
2556 El desprendimiento de las riquezas es necesario
para entrar en el Reino de los cielos. "Bienaventurados los pobres de corazón".
2557 El hombre que anhela dice: "Quiero ver a Dios".
La sed de Dios es saciada por el agua de la vida (cf Jn 4,14).
PRIMERA SECCION: LA ORACION EN LA VIDA CRISTIANA
2558 "Este es el
Misterio de la fe". La Iglesia lo profesa en el Símbolo de los Apóstoles
(Primera Parte del Catecismo) y lo celebra en la Liturgia sacramental (Segunda
Parte), para que la vida de los fieles se conforme con Cristo en el Espíritu
Santo para gloria de Dios Padre (Tercera Parte). Por tanto, este Misterio
exige que los fieles crean en él, lo celebren y vivan de él
en una relación viviente y personal con Dios vivo y verdadero. Esta
relación es la oración.
QUE ES LA ORACION
Para mí, la oración es un impulso del
corazón, una sencilla mirada lanzada hacia el cielo, un grito de
reconocimiento y de amor tanto desde dentro de la prueba como desde dentro
de la alegría (Santa Teresa del Niño Jesús, ms autob.
C 25r).
La oración como don de Dios
2559 "La oración
es la elevación del alma a Dios o la petición a Dios de bienes
convenientes"(San Juan Damasceno, f. o. 3, 24). ¿Desde dónde
hablamos cuando oramos? ¿Desde la altura de nuestro orgullo
y de nuestra propia voluntad, o desde "lo más profundo" (Sal 130,
14) de un corazón humilde y contrito? El que se humilla es ensalzado
(cf Lc 18, 9-14). La humildad es la base de la oración. "Nosotros
no sabemos pedir como conviene"(Rom 8, 26). La humildad es una disposición
necesaria para recibir gratuitamente el don de la oración: el hombre
es un mendigo de Dios (cf San Agustín, serm 56, 6, 9).
2560 "Si conocieras el don de Dios"(Jn 4, 10). La maravilla
de la oración se revela precisamente allí, junto al pozo donde
vamos a buscar nuestra agua: allí Cristo va al encuentro de todo
ser humano, es el primero en buscarnos y el que nos pide de beber. Jesús
tiene sed, su petición llega desde las profundidades de Dios que
nos desea. La oración, sepámoslo o no, es el encuentro de
la sed de Dios y de sed del hombre. Dios tiene sed de que el hombre tenga
sed de El (cf San Agustín, quaest. 64, 4).
2561 "Tú le habrías rogado a él,
y él te habría dado agua viva" (Jn 4, 10). Nuestra oración
de petición es paradójicamente una respuesta. Respuesta a
la queja del Dios vivo: "A mí me dejaron, Manantial de aguas vivas,
para hacerse cisternas, cisternas agrietadas" (Jr 2, 13), respuesta de fe
a la promesa gratuita de salvación (cf Jn 7, 37-39; Is 12, 3; 51,
1), respuesta de amor a la sed del Hijo único (cf Jn 19, 28; Za 12,
10; 13, 1).
La oración como Alianza
2562 ¿De
dónde viene la oración del hombre? Cualquiera que sea el lenguaje
de la oración (gestos y palabras), el que ora es todo el hombre.
Sin embargo, para designar el lugar de donde brota la oración, las
Escrituras hablan a veces del alma o del espíritu, y con más
frecuencia del corazón (más de mil veces). Es el corazón
el que ora. Si éste está alejado de Dios, la expresión
de la oración es vana.
2563 El corazón es la morada donde yo estoy, o
donde yo habito (según la expresión semítica o bíblica:
donde yo "me adentro"). Es nuestro centro escondido, inaprensible, ni por
nuestra razón ni por la de nadie; sólo el Espíritu
de Dios puede sondearlo y conocerlo. Es el lugar de la decisión,
en lo más profundo de nuestras tendencias psíquicas. Es el
lugar de la verdad, allí donde elegimos entre la vida y la muerte.
Es el lugar del encuentro, ya que a imagen de Dios, vivimos en relación:
es el lugar de la Alianza.
2564 La oración cristiana es una relación
de Alianza entre Dios y el hombre en Cristo. Es acción de Dios y
del hombre; brota del Espíritu Santo y de nosotros, dirigida por
completo al Padre, en unión con la voluntad humana del Hijo de Dios
hecho hombre.
La oración como Comunión
2565 En la nueva
Alianza, la oración es la relación viva de los hijos de Dios
con su Padre infinitamente bueno, con su Hijo Jesucristo y con el Espíritu
Santo. La gracia del Reino es "la unión de la Santísima Trinidad
toda entera con el espíritu todo entero" (San Gregorio Nac., or.
16, 9). Así, la vida de oración es estar habitualmente en presencia
de Dios, tres veces Santo, y en comunión con El. Esta comunión
de vida es posible siempre porque, mediante el Bautismo, nos hemos convertido
en un mismo ser con Cristo (cf Rm 6, 5). La oración es cristiana en
tanto en cuanto es comunión con Cristo y se extiende por la Iglesia
que es su Cuerpo. Sus dimensiones son las del Amor de Cristo (cf Ef 3, 18-21).
CAPITULO PRIMERO: LA REVELACION DE LA ORACION: LA LLAMADA UNIVERSAL A LA
ORACION
2566. El hombre
busca a Dios. Por la creación Dios llama a todo ser desde la nada
a la existencia. "Coronado de gloria y esplendor" (Sal 8, 6), el hombre
es, después de los ángeles, capaz de reconocer "¡qué
glorioso es el Nombre del Señor por toda la tierra!" (Sal 8, 2). Incluso
después de haber perdido, por su pecado, su semejanza con Dios, el
hombre sigue siendo imagen de su Creador. Conserva el deseo de Aquél
que le llama a la existencia. Todas las religiones dan testimonio de esta
búsqueda esencial de los hombres (cf Hch. 17, 27).
2567 Dios es quien primero llama al hombre. Olvide el
hombre a s u Creador o se esconda lejos de su Faz, corra detrás de
sus ídolos o acuse a la divinidad de haberlo abandonado, el Dios vivo
y verdadero llama incansablemente a cada persona al encuentro misterioso de
la oración. Esta iniciativa de amor del Dios fiel es siempre lo primero
en la oración, el caminar del hombre es siempre una respuesta. A medida
que Dios se revela, y revela al hombre a sí mismo, la oración
aparece como un llamamiento recíproco, un hondo acontecimiento de Alianza.
A través de palabras y de actos, tiene lugar un trance que compromete
el corazón humano. Este se revela a través de toda la historia
de la salvación.
Artículo 1 EN EL ANTIGUO TESTAMENTO
2568 La revelación
de la oración en el Antiguo Testamento se inscribe entre la caída
y la elevación del hombre, entre la llamada dolorosa de Dios a sus
primeros hijos: "¿Dónde estás?... ¿Por qué
lo has hecho?" (Gn 3, 9. 13) y la respuesta del Hijo único al entrar
en el mundo: "He aquí que vengo... a hacer, oh Dios, tu voluntad"
(Hb 10, 5-7). Así, la oración está ligada con la historia
de los hombres, es la relación con Dios en los acontecimientos de
la historia.
La creación - fuente de la oración
2569 La oración
se vive primeramente a partir de las realidades de la creación. Los
nueve primeros capítulos del Génesis describen esta relación
con Dios como ofrenda por Abel de los primogénitos de su rebaño
(cf Gn 4, 4), como invocación del nombre divino por Enós (cf
Gn 4, 26), como "marcha con Dios" (Gn 5, 24). La ofrenda de Noé es
"agradable" a Dios que le bendice y, a través de él, bendice
a toda la creación (cf Gn 8, 20-9, 17), porque su corazón es
justo e íntegro; él también "marcha con Dios" (Gn 6,
9). Una muchedumbre de hombres pertenecientes a todas las religiones siempre
han vivido esta característica de la oración.
En su alianza indefectible con todos los seres vivientes
(cf Gn 9, 8-16), Dios llama siempre a los hombres a orar. Pero, en el Antiguo
Testamento, la oración se revela sobre todo a partir de nuestro padre
Abraham.
La Promesa y la oración de la fe
2570 Cuando Dios
le llama, Abraham parte "como se lo había dicho el Señor" (Gn
12, 4): todo su corazón se somete a la Palabra y obedece. La obediencia
del corazón a Dios que llama es esencial a la oración, las
palabras tienen un valor relativo. Por eso, la oración de Abraham
se expresa primeramente con hechos: hombre de silencio, en cada etapa construye
un altar al Señor. Solamente más tarde aparece su primera oración
con palabras: una queja velada recordando a Dios sus promesas que no parecen
cumplirse (cf Gn 15, 2-3). De este modo surge desde los comienzos uno de
los aspectos de la tensión dramática de la oración:
la prueba de la fe en la fidelidad a Dios.
2571 Habiendo creído en Dios (cf Gn 15, 6), marchando
en su presencia y en alianza con él (cf Gn 17, 2), el patriarca está
dispuesto a acoger en su tienda al Huésped misterioso: es la admirable
hospitalidad de Mambré, preludio a la anunciación del verdadero
Hijo de la promesa (cf Gn 18, 1-15; Lc 1, 26-38). Desde entonces, habiéndole
confiado Dios su Plan, el corazón de Abraham está en consonancia
con la compasión de su Señor hacia los hombres y se atreve
a interceder por ellos con una audaz confianza (cf Gn 18, 16-33).
2572 Como última purificación de su fe,
se le pide al "que había recibido las promesas" (Hb 11, 17) que sacrifique
al hijo que Dios le ha dado. Su fe no vacila: "Dios proveerá el cordero
para el holocausto" (Gn 22, 8), "pensaba que poderoso era Dios aun para
resucitar de entre los muertos" (Hb 11, 19). Así, el padre de los
creyentes se hace semejante al Padre que no perdonará a su propio
Hijo sino que lo entregará por todos nosotros (cf Rm 8, 32). La oración
restablece al hombre en la semejanza con Dios y le hace participar en la
potencia del amor de Dios que salva a la multitud (cf Rm 4, 16-21).
2573 Dios renueva su promesa a Jacob, cabeza de las doce
tribus de Israel (cf Gn 28, 10-22). Antes de enfrentarse con su hermano
Esaú, lucha una noche entera con "alguien" misterioso que rehúsa
revelar su nombre pero que le bendice antes de dejarle, al alba. La tradición
espiritual de la Iglesia ha tomado de este relato el símbolo de la
oración como un combate de la fe y una victoria de la perseverancia
(cf Gn 32, 25-31; Lc 18, 1-8).
Moisés y la oración del
mediador
2574 Cuando comienza
a realizarse la promesa (Pascua, Exodo, entrega de la Ley y conclusión
de la Alianza), la oración de Moisés es la figura cautivadora
de la oración de intercesión que tiene su cumplimiento en
"el único Mediador entre Dios y los hombres, Cristo-Jesús"
(1 Tm 2, 5).
2575 También aquí, Dios interviene, el
primero. Llama a Moisés desde la zarza ardiendo (cf Ex 3, 1-10).
Este acontecimiento quedará como una de las figuras principales de
la oración en la tradición espiritual judía y cristiana.
En efecto, si "el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob" llama a su servidor
Moisés es que él es el Dios vivo que quiere la vida de los
hombres. El se revela para salvarlos, pero no lo hace solo ni contra la
voluntad de los hombres: llama a Moisés para enviarlo, para asociarlo
a su compasión, a su obra de salvación. Hay como una imploración
divina en esta misión, y Moisés, después de debatirse,
acomodará su voluntad a la de Dios salvador. Pero en este diálogo
en el que Dios se confía, Moisés aprende también a orar:
se humilla, objeta, y sobre todo pide y, en respuesta a su petición,
el Señor le confía su Nombre inefable que se revelará
en sus grandes gestas.
2576 Pues bien, "Dios hablaba con Moisés cara
a cara, como habla un hombre con su amigo" (Ex 33, 11). La oración
de Moisés es típica de la oración contemplativa gracias
a la cual el servidor de Dios es fiel a su misión. Moisés
"habla" con Dios frecuentemente y durante largo rato, subiendo a la montaña
para escucharle e implorarle, bajando hacia el pueblo para transmitirle
las palabras de su Dios y guiarlo. "El es de toda confianza en mi casa;
boca a boca hablo con él, abiertamente" (Nm 12, 7-8), porque "Moisés
era un hombre humilde más que hombre alguno sobre la haz de la tierra"
(Nm 12, 3).
2577 De esta intimidad con el Dios fiel, tardo a la cólera
y rico en amor (cf Ex 34, 6), Moisés ha sacado la fuerza y la tenacidad
de su intercesión. No pide por él, sino por el pueblo que
Dios ha adquirido. Moisés intercede ya durante el combate con los
amalecitas (cf Ex 17, 8-13) o para obtener la curación de Myriam
(cf Nm 12, 13-14). Pero es sobre todo después de la apostasía
del pueblo cuando "se mantiene en la brecha" ante Dios (Sal 106, 23) para
salvar al pueblo (cf Ex 32, 1-34, 9). Los argumentos de su oración
(la intercesión es también un combate misterioso) inspirarán
la audacia de los grandes orantes tanto del pueblo judío como de
la Iglesia. Dios es amor, por tanto es justo y fiel; no puede contradecirse,
debe acordarse de sus acciones maravillosas, su Gloria está en juego,
no puede abandonar al pueblo que lleva su Nombre.
David y la oración del rey
2578 La oración
del pueblo de Dios se desarrolla a la sombra de la Morada de Dios, el Arca
de la Alianza y más tarde el Templo. Los guías del pueblo
- pastores y profetas - son los primeros que le enseñan a orar. El
niño Samuel aprendió de su madre Ana cómo "estar ante
el Señor" (cf 1 S 1, 9-18) y del sacerdote Elí cómo
escuchar Su Palabra: "Habla, Señor, que tu siervo escucha" (cf 1
S 3, 9-10). Más tarde, también él conocerá el
precio y el peso de la intercesión: "Por mi parte, lejos de mí
pecar contra el Señor dejando de suplicar por vosotros y de enseñaros
el camino bueno y recto" (1 S 12, 23).
2579 David es, por excelencia, el rey "según el
corazón de Dios", el pastor que ruega por su pueblo y en su nombre,
aquél cuya sumisión a la voluntad de Dios, cuya alabanza y
arrepentimiento serán modelo de la oración del pueblo. Ungido
de Dios, su oración es adhesión fiel a la promesa divina (cf
2 S 7, 18-29), confianza amante y alegre en aquél que es el único
Rey y Señor. En los Salmos, David, inspirado por el Espíritu
Santo, es el primer profeta de la oración judía y cristiana.
La oración de Cristo, verdadero Mesías e hijo de David, revelará
y llevará a su plenitud el sentido de esta oración.
2580 El Templo de Jerusalén, la casa de oración
que David quería construir, será la obra de su hijo, Salomón.
La oración de la Dedicación del Templo (cf 1 R 8, 10-61) se
apoya en la Promesa de Dios y su Alianza, la presencia activa de su Nombre
entre su Pueblo y el recuerdo de los grandes hechos del Exodo. El rey eleva
entonces las manos al cielo y ruega al Señor por él, por todo
el pueblo, por las generaciones futuras, por el perdón de sus pecados
y sus necesidades diarias, para que todas las naciones sepan que Dios es
el único Dios y que el corazón del pueblo le pertenece por
entero a El.
Elías, los profetas y la conversión del
corazón
2581 Para el pueblo
de Dios, el Templo debía ser el lugar donde aprender a orar: las
peregrinaciones, las fiestas, los sacrificios, la ofrenda de la tarde, el
incienso, los panes de "la proposición", todos estos signos de la
Santidad y de la Gloria de Dios, Altísimo pero muy cercano, eran
llamadas y caminos de la oración. Sin embargo, el ritualismo arrastraba
al pueblo con frecuencia hacia un culto demasiado exterior. Era necesaria
la educación de la fe, la conversión del corazón. Esta
fue la misión de los profetas, antes y después del Destierro.
2582 Elías es el padre de los profetas, "de la
raza de los que buscan a Dios, de los que persiguen su Faz" (Sal 24, 6). Su
nombre, "El Señor es mi Dios", anuncia el grito del pueblo en respuesta
a su oración sobre el Monte Carmelo (cf 1 R 18, 39). Santiago nos remite
a él para incitarnos a orar: "La oración ferviente del justo
tiene mucho poder" (St 5, 16b-18).
2583 Después de haber aprendido la misericordia
en su retirada al torrente de Kérit, aprende junto a la viuda de
Sarepta la fe en la palabra de Dios, fe que confirma con su oración
insistente: Dios devuelve la vida al hijo de la viuda (cf 1 R 17, 7-24).
En el sacrificio sobre el Monte Carmelo, prueba decisiva
para la fe del pueblo de Dios, el fuego del Señor es la respuesta
a su súplica de que se consume el holocausto "a la hora de la ofrenda
de la tarde": "¡Respóndeme, Señor, respóndeme!"
son las palabras de Elías que repiten exactamente las liturgias orientales
en la epíclesis eucarística (cf 1 R 18, 20-39).
Finalmente, repitiendo el camino del desierto hacia
el lugar donde el Dios vivo y verdadero se reveló a su pueblo, Elías
se recoge como Moisés "en la hendidura de la roca" hasta que "pasa"
la presencia misteriosa de Dios (cf 1 R 19, 1-14; Ex 33, 19-23). Pero solamente
en el monte de la Transfiguración se dará a conocer Aquél
cuyo Rostro buscan (cf. Lc 9, 30-35): el conocimiento de la Gloria de Dios
está en la rostro de Cristo crucificado y resucitado (cf 2 Co 4,
6).
2584 En el "cara a cara" con Dios, los profetas sacan
luz y fuerza para su misión. Su oración no es una huida del
mundo infiel, sino una escucha de la palabra de Dios, a veces un litigio o
una queja, siempre una intercesión que espera y prepara la intervención
del Dios salvador, Señor de la historia (cf Am 7, 2. 5; Is 6, 5.
8. 11; Jr 1, 6; 15, 15-18; 20, 7-18).
Los Salmos, oración de la Asamblea
2585 Desde David
hasta la venida del Mesías, las Sagradas Escrituras contienen textos
de oración que atestiguan el sentido profundo de la oración
para sí mismo y para los demás (cf Esd 9, 6-15; Ne 1, 4-11;
Jon 2, 3-10; Tb 3, 11-16; Jdt 9, 2-14). Los salmos fueron reunidos poco a
poco en un conjunto de cinco libros: los Salmos (o "alabanzas"), son la obra
maestra de la oración en el Antiguo Testamento.
2586 Los Salmos alimentan y expresan la oración
del pueblo de Dios como Asamblea, con ocasión de las grandes fiestas
en Jerusalén y los sábados en las sinagogas. Esta oración
es indisociablemente individual y comunitaria; concierne a los que oran
y a todos los hombres; asciende desde la Tierra santa y desde las comunidades
de la Diáspora, pero abarca a toda la creación; recuerda los
acontecimientos salvadores del pasado y se extiende hasta la consumación
de la historia; hace memoria de las promesas de Dios ya realizadas y espera
al Mesías que les dará cumplimiento definitivo. Los Salmos,
usados por Cristo en su oración y que en él encuentran su
cumplimiento, continúan siendo esenciales en la oración de
su Iglesia (cf IGLH 100-109).
2587 El Salterio es el libro en el que la Palabra de
Dios se convierte en oración del hombre. En los demás libros
del Antiguo Testamento "las palabras proclaman las obras" (de Dios por los
hombres) "y explican su misterio" (DV 2). En el salterio, las palabras del
salmista expresan, cantándolas para Dios, sus obras de salvación.
El mismo Espíritu inspira la obra de Dios y la respuesta del hombre.
Cristo unirá ambas. En El, los salmos no cesan de enseñarnos
a orar.
2588 Las múltiples expresiones de oración
de los Salmos se encarnan a la vez en la liturgia del templo y en el corazón
del hombre. Tanto si se trata de un himno como de una oración de
desamparo o de acción de gracias, de súplica individual o
comunitaria, de canto real o de peregrinación o de meditación
sapiencial, los salmos son el espejo de las maravillas de Dios en la historia
de su pueblo y en las situaciones humanas vividas por el salmista. Un salmo
puede reflejar un acontecimiento pasado, pero es de una sobriedad tal que
se puede rezar verdaderamente por los hombres de toda condición y
de todo tiempo.
2589 Hay unos rasgos constantes en los Salmos: la simplicidad
y la espontaneidad de la oración, el deseo de Dios mismo a través
de su creación, y con todo lo que hay de bueno en ella, la situación
incómoda del creyente que, en su amor preferente por el Señor,
se enfrenta con una multitud de enemigos y de tentaciones; y que, en la
espera de lo que hará el Dios fiel, mantiene la certeza del amor
de Dios, y la entrega a la voluntad divina. La oración de los salmos
está siempre orientada a la alabanza; por lo cual, corresponde bien
al conjunto de los salmos el título de "Las Alabanzas". Reunidos
los Salmos en función del culto de la Asamblea, son invitación
a la oración y respuesta a la misma: "Hallelu-Ya!" (Aleluya), "¡Alabad
al Señor!"
¿Qué hay mejor que un Salmo? Por eso,
David dice muy bien: "¡Alabad al Señor, porque es bueno salmodiar:
a nuestro Dios alabanza dulce y bella!". Y es verdad. Porque el salmo es
bendición pronunciada por el pueblo, alabanza de Dios por la Asamblea,
aclamación de todos, palabra dicha por el universo, voz de la Iglesia,
melodiosa profesión de fe, ... (San Ambrosio, Sal. 1, 9).
RESUMEN
2590 "La oración
es la elevación del alma hacia Dios o la petición a Dios de
bienes convenientes" (San Juan Damasceno, f. o. 3, 24).
2591 Dios llama incansablemente a cada persona al encuentro
misterioso con El. La oración acompaña a toda la historia
de la salvación como una llamada recíproca entre Dios y el
hombre.
2592 La oración de Abraham y de Jacob aparece
como una lucha de fe vivida en la confianza a la fidelidad de Dios, y en
la certeza de la victoria prometida a quienes perseveran.
2593 La oración de Moisés responde a la
iniciativa del Dios vivo para la salvación de su pueblo. Prefigura
la oración de intercesión del único mediador, Cristo
Jesús.
2594 La oración del pueblo de Dios se desarrolla
a la sombra de la Morada de Dios, el arca de la alianza y el Templo,
bajo la guía de los pastores, especialmente el rey David, y de los
profetas.
2595 Los profetas llaman a la conversión del corazón
y, buscando siempre el rostro de Dios, como Elías, inter ceden por
el pueblo.
2596 Los salmos constituyen la obra maestra de la oración
en el Antiguo Testamento. Presentan dos componentes inseparables: individual
y comunitario. Abarcan todas las dimensiones de la historia, conmemorando
las promesas de Dios ya cumplidas y esperando la venida del Mesías.
2597 Rezados y cumplidos en Cristo, los Salmos son un
elemento esencial y permanente de la oración de su Iglesia. Se adaptan
a los hombres de toda condición y de todo tiempo.
Artículo 2 EN LA PLENITUD DE
LOS TIEMPOS
2598 El drama de
la oración se nos revela plenamente en el Verbo que se ha hecho carne
y que habita entre nosotros. Intentar comprender su oración, a través
de lo que sus testigos nos dicen en el Evangelio, es aproximarnos al Santo
Señor Jesús como a la Zarza ardiendo: primero contemplando
a él mismo en oración y después escuchando cómo
nos enseña a orar, para conocer finalmente cómo acoge nuestra
plegaria.
Jesús ora
2599 El Hijo de
Dios hecho hombre también aprendió a orar conforme a su corazón
de hombre. El aprende de su madre las fórmulas de oración;
de ella, que conservaba toas las "maravillas " del Todopoderoso y las meditaba
en su corazón (cf Lc 1, 49; 2, 19; 2, 51). Lo aprende en las palabras
y en los ritmos de la oración de su pueblo, en la sinagoga de Nazaret
y en el Templo. Pero su oración brota de una fuente secreta distinta,
como lo deja presentir a la edad de los doce años: "Yo debía
estar en las cosas de mi Padre" (Lc 2, 49). Aquí comienza a revelarse
la novedad de la oración en la plenitud de los tiempos: la oración
filial, que el Padre esperaba de sus hijos va a ser vivida por fin por el
propio Hijo único en su Humanidad, con y para los hombres.
2600 El Evangelio según San Lucas subraya la acción
del Espíritu Santo y el sentido de la oración en el ministerio
de Cristo. Jesús ora antes de los momentos decisivos de su misión:
antes de que el Padre dé testimonio de él en su Bautismo (cf
Lc 3, 21) y de su Transfiguración (cf Lc 9, 28), y antes de dar cumplimiento
con su Pasión al Plan amoroso del Padre (cf Lc 22, 41-44); ora también
ante los momentos decisivos que van a comprometer la misión de sus
Apóstoles: antes de elegir y de llamar a los Doce (cf Lc 6, 12),
antes de que Pedro lo confiese como "el Cristo de Dios" (Lc 9, 18-20) y
para que la fe del príncipe de los Apóstoles no desfallezca
ante la tentación (cf Lc 22, 32). La oración de Jesús
ante los acontecimientos de salvación que el Padre le pide es una
entrega, humilde y confiada, de su voluntad humana a la voluntad amorosa
del Padre.
2601 "Estando él orando en cierto lugar, cuando
terminó, le dijo uno de sus discípulos: `Maestro, enséñanos
a orar'" (Lc 11, 1). Es, sobre todo, al contemplar a su Maestro en oración,
cuando el discípulo de Cristo desea orar. Entonces, puede aprender
del Maestro de la oración. Contemplando y escuchando al Hijo, los
hijos aprenden a orar al Padre.
2602 Jesús se aparta con frecuencia a la soledad
en la montaña, con preferencia por la noche, para orar (cf Mc 1,
35; 6, 46; Lc 5, 16). Lleva a los hombres en su oración, ya que también
asume la humanidad en la Encarnación, y los ofrece al Padre, ofreciéndose
a sí mismo. El, el Verbo que ha "asumido la carne", comparte en su
oración humana todo lo que viven "sus hermanos" (Hb 2, 12); comparte
sus debilidades para librarlos de ellas (cf Hb 2, 15; 4, 15). Para eso le
ha enviado el Padre. Sus palabras y sus obras aparecen entonces como la
manifestación visible de su oración "en lo secreto".
2603 Los evangelistas han conservado dos oraciones más
explícitas de Cristo durante su ministerio. Cada una de el las comienza
precisamente con la acción de gracias. En la primera (cf Mt 11, 25-27
y Lc 10, 21-23), Jesús confiesa al Padre, le da gracias y lo bendice
porque ha escondido los misterios del Reino a los que se creen doctos y
los ha revelado a los "pequeños" (los pobres de las Bienaventuranzas).
Su conmovedor "¡Sí, Padre!" expresa el fondo de su corazón,
su adhesión al querer del Padre, de la que fue un eco el "Fiat" de
Su Madre en el momento de su concepción y que preludia lo que dirá
al Padre en su agonía. Toda la oración de Jesús está
en esta adhesión amorosa de su corazón de hombre al "misterio
de la voluntad" del Padre (Ef 1, 9).
2604 La segunda oración es narrada por San Juan
(cf Jn 11, 41-42) en el pasaje de la resurrección de Lázaro.
La acción de gracias precede al acontecimiento: "Padre, yo te doy
gracias por haberme escuchado", lo que implica que el Padre escucha siempre
su súplica; y Jesús añade a continuación: "Yo
sabía bien que tú siempre me escuchas", lo que implica que
Jesús, por su parte, pide de una manera constante. Así, apoyada
en la acción de gracias, la oración de Jesús nos revela
cómo pedir: antes de que la petición sea otorgada, Jesús
se adhiere a Aquél que da y que se da en sus dones. El Dador es más
precioso que el don otorgado, es el "tesoro", y en El está el corazón
de su Hijo; el don se otorga como "por añadidura" (cf Mt 6, 21. 33).
La oración "sacerdotal" de Jesús (cf.
Jn 17) ocupa un lugar único en la Economía de la salvación.
(Su explicación se hace al final de esta primera sección)
Esta oración, en efecto, muestra el carácter permanente de
la plegaria de nuestro Sumo Sacerdote, y al mismo tiempo contiene lo que
Jesús nos enseña en la oración del Padrenuestro (la
cual se explica en la sección segunda).
2605 Cuando llega la hora de realizar el plan amoroso
del Padre, Jesús deja entrever la profundidad insondable de su plegaria
filial, no solo antes de entregarse libremente ("Abbá ...no mi voluntad,
sino la tuya": Lc 22, 42), sino hasta en sus últimas palabras en
la Cruz, donde orar y entregarse son una sola cosa: "Padre, perdónales,
porque no saben lo que hacen" (Lc 23, 34); "Yo te aseguro: hoy estarás
conmigo en el Paraíso" (Lc 24,43); "Mujer, ahí tienes a tu
Hijo" - "Ahí tienes a tu madre" (Jn 19, 26-27); "Tengo sed" (Jn 19,
28); "¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me
has abandonado?" (Mc 15, 34; cf Sal 22, 2); "Todo está cumplido" (Jn
19, 30); "Padre, en tus manos pongo mi espíritu" (Lc 23, 46), hasta
ese "fuerte grito" cuando expira entregando el espíritu (cf Mc 15,
37; Jn 19, 30b).
2606 Todos los infortunios de la humanidad de todos los
tiempos, esclava del pecado y de la muerte, todas las súplicas y
las intercesiones de la historia de la salvación están recogidas
en este grito del Verbo encarnado. He aquí que el Padre las acoge
y, por encima de toda esperanza, las escucha al resucitar a su Hijo. Así
se realiza y se consuma el drama de la oración en la Economía
de la creación y de la salvación. El salterio nos da la clave
para su comprensión en Cristo. Es en el "hoy" de la Resurrección
cuando dice el Padre: "Tú eres mi Hijo; yo te he engendrado hoy.
Pídeme, y te daré en herencia las naciones, en propiedad los
confines de la tierra" (Sal 2, 7-8; cf Hch 13, 33).
La carta a los Hebreos expresa en términos dramáticos
cómo actúa la plegaria de Jesús en la victoria de la
salvación: "El cual, habiendo ofrecido en los días de su vida
mortal ruegos y súplicas con poderoso clamor y lágrimas al
que podía salvarle de la muerte, fue escuchado por su actitud reverente,
y aun siendo Hijo, con lo que padeció experimentó la obediencia;
y llegado a la perfección, se convirtió en causa de salvación
eterna para todos los que le obedecen" (Hb 5, 7-9).
Jesús enseña a orar
2607 Cuando Jesús
ora, ya nos enseña a orar. El camino teologal de nuestra oración
es su oración a su Padre. Pero el Evangelio nos entrega una enseñanza
explícita de Jesús sobre la oración. Como un pedagogo,
nos toma donde estamos y, progresivamente, nos conduce al Padre. Dirigiéndose
a las multitudes que le siguen, Jesús comienza con lo que ellas ya
saben de la oración por la Antigua Alianza y las prepara para la novedad
del Reino que está viniendo. Después les revela en parábolas
esta novedad. Por último, a sus discípulos que deberán
ser los pedagogos de la oración en su Iglesia, les hablará
abiertamente del Padre y del Espíritu Santo.
2608 Ya en el Sermón de la Montaña, Jesús
insiste en la conversión del corazón: la reconciliación
con el hermano antes de presentar una ofrenda sobre el altar (cf Mt 5, 23-24),
el amor a los enemigos y la oración por los perseguidores (cf Mt
5, 44-45), orar al Padre "en lo secreto" (Mt 6, 6), no gastar muchas palabras
(cf Mt 6, 7), perdonar desde el fondo del corazón al orar (cf, Mt
6, 14-15), la pureza del corazón y la búsqueda del Reino (cf
Mt 6, 21. 25. 33). Esta conversión está toda ella polarizada
hacia el Padre, es filial.
2609 Decidido así el corazón a convertirse,
aprende a orar en la fe. La fe es una adhesión filial a Dios, más
allá de lo que nosotros sentimos y comprendemos. Se ha hecho posible
porque el Hijo amado nos abre el acceso al Padre. Puede pedirnos que "busquemos"
y que "llamemos" porque él es la puerta y el camino (cf Mt 7, 7-11.
13-14).
2610 Del mismo modo que Jesús ora al Padre y le
da gracias antes de recibir sus dones, nos enseña esta audacia filial:
"todo cuanto pidáis en la oración, creed que ya lo habéis
recibido" (Mc 11, 24). Tal es la fuerza de la oración, "todo es posible
para quien cree" (Mc 9, 23), con una fe "que no duda" (Mt 21, 22). Tanto
como Jesús se entristece por la "falta de fe" de los de Nazaret (Mc
6, 6) y la "poca fe" de sus discípulos (Mt 8, 26), así se admira
ante la "gran fe" del centurión romano (cf Mt 8, 10) y de la cananea
(cf Mt 15, 28).
2611 La oración de fe no consiste solamente en
decir "Señor, Señor", sino en disponer el corazón para
hacer la voluntad del Padre (Mt 7, 21). Jesús invita a sus discípulos
a llevar a la oración esta voluntad de cooperar con el plan divino
(cf Mt 9, 38; Lc 10, 2; Jn 4, 34).
2612 En Jesús "el Reino de Dios está próximo",
llama a la conversión y a la fe pero también a la vigilancia.
En la oración, el discípulo espera atento a aquél que
"es y que viene", en el recuerdo de su primera venida en la humildad de
la carne, y en la esperanza de su segundo advenimiento en la gloria (cf
Mc 13; Lc 21, 34-36). En comunión con su Maestro, la oración
de los discípulos es un combate, y velando en la oración es
como no se cae en la tentación (cf Lc 22, 40. 46).
2613 S. Lucas nos ha trasmitido tres parábolas
principales sobre la oración:
La primera, "el amigo importuno" (cf Lc 11, 5-13), invita
a una oración insistente: "Llamad y se os abrirá". Al que
ora así, el Padre del cielo "le dará todo lo que necesite",
y sobre todo el Espíritu Santo que contiene todos los dones.
La segunda, "la viuda importuna" (cf Lc 18, 1-8), está
centrada en una de las cualidades de la oración: es necesario orar
siempre, sin cansarse, con la paciencia de la fe. "Pero, cuando el Hijo
del hombre venga, ¿encontrará fe sobre la tierra?"
La tercera parábola, "el fariseo y el publicano"
(cf Lc 18, 9-14), se refiere a la humildad del corazón que ora. "Oh
Dios, ten compasión de mí que soy pecador". La Iglesia no
cesa de hacer suya esta oración: "¡Kyrie eleison!".
2614 Cuando Jesús confía abiertamente a
sus discípulos el misterio de la oración al Padre, les desvela
lo que deberá ser su oración, y la nuestra, cuando haya vuelto,
con su humanidad glorificada, al lado del Padre. Lo que es nuevo ahora es
"pedir en su Nombre" (Jn 14, 13). La fe en El introduce a los discípulos
en el conocimiento del Padre porque Jesús es "el Camino, la Verdad
y la Vida" (Jn 14, 6). La fe da su fruto en el amor: guardar su Palabra,
sus mandamientos, permanecer con El en el Padre que nos ama en El hasta permanecer
en nosotros. En esta nueva Alianza, la certeza de ser escuchados en nuestras
peticiones se funda en la oración de Jesús (cf Jn 14, 13-14).
2615 Más todavía, lo que el Padre nos da
cuando nuestra oración está unida a la de Jesús, es
"otro Paráclito, para que esté con vosotros para siempre, el
Espíritu de la verdad" (Jn 14, 16-17). Esta novedad de la oración
y de sus condiciones aparece en todo el Discurso de despedida (cf Jn 14,
23-26; 15, 7. 16; 16, 13-15; 16, 23-27). En el Espíritu Santo, la
oración cristiana es comunión de amor con el Padre, no solamente
por medio de Cristo, sino también en El: "Hasta ahora nada le habéis
pedido en mi Nombre. Pedid y recibiréis para que vuestro gozo sea
perfecto" (Jn 16, 24).
Jesús escucha la oración
2616 La oración
a Jesús ya ha sido escuchada por él durante su ministerio,
a través de los signos que anticipan el poder de su muerte y de su
resurrección: Jesús escucha la oración de fe expresada
en palabras (el leproso: cf Mc 1, 40-41; Jairo: cf Mc 5, 36; la cananea:
cf Mc 7, 29; el buen ladrón: cf Lc 23, 39-43), o en silencio (los
portadores del paralítico: cf Mc 2, 5; la hemorroísa que toca
su vestido: cf Mc 5, 28; las lágrimas y el perfume de la pecadora:
cf Lc 7, 37-38). La petición apremiante de los ciegos: "¡Ten
piedad de nosotros, Hijo de David!" (Mt 9, 27) o "¡Hijo de David,
ten compasión de mí!" (Mc 10, 48) ha sido recogida en la tradición
de la Oración a Jesús: "¡Jesús, Cristo, Hijo
de Dios, Señor, ten piedad de mí, pecador!" Curando enfermedades
o perdonando pecados, Jesús siempre responde a la plegaria que le
suplica con fe: "Ve en paz, ¡tu fe te ha salvado!".
San Agustín resume admirablemente las tres dimensiones
de la oración de Jesús: "Orat pro nobis ut sacerdos noster,
orat in nobis ut caput nostrum, oratur a nobis ut Deus noster. Agnoscamus
ergo et in illo voces nostras et voces eius in nobis" ("Ora por nosotros
como sacerdote nuestro; ora en nosotros como cabeza nuestra; a El dirige
nuestra oración como a Dios nuestro. Reconozcamos, por tanto, en El
nuestras voces; y la voz de El, en nosotros", Sal 85, 1; cf IGLH 7).
La oración de la Virgen María
2617 La oración
de María se nos revela en la aurora de la plenitud de los tiempos.
Antes de la encarnación del Hijo de Dios y antes de la efusión
del Espíritu Santo, su oración coopera de manera única
con el designio amoroso del Padre: en la anunciación, para la concepción
de Cristo (cf Lc 1, 38); en Pentecostés para la formación de
la Iglesia, Cuerpo de Cristo (cf Hch 1, 14). En la fe de su humilde esclava,
el don de Dios encuentra la acogida que esperaba desde el comienzo de los
tiempos. La que el Omnipotente ha hecho "llena de gracia" responde con la
ofrenda de todo su ser: "He aquí la esclava del Señor, hágase
en mí según tu palabra". Fiat, ésta es la oración
cristiana: ser todo de El, ya que El es todo nuestro.
2618 El Evangelio nos revela cómo María
ora e intercede en la fe: en Caná (cf Jn 2, 1-12) la madre de Jesús
ruega a su hijo por las necesidades de un banquete de bodas, signo de otro
banquete, el de las bodas del Cordero que da su Cuerpo y su Sangre a petición
de la Iglesia, su Esposa. Y en la hora de la nueva Alianza, al pie de la
Cruz, María es escuchada como la Mujer, la nueva Eva, la verdadera
"madre de los que viven".
2619 Por eso, el cántico de María (cf Lc
1, 46-55; el "Magnifica t" latino, el "Megalynei" bizantino) es a la vez
el cántico de la Madre de Dios y el de la Iglesia, cántico
de la Hija de Sión y del nuevo Pueblo de Dios, cántico de acción
de gracias por la plenitud de gracias derramadas en la Economía
de la salvación, cántico de los "pobres" cuya esperanza ha
sido colmada con el cumplimiento de las promesas hechas a nuestros padres
"en favor de Abraham y su descendencia, para siempre".
RESUMEN
2620 En el Nuevo
Testamento el modelo perfecto de oración se encuentra en la oración
filial de Jesús. Hecha con frecuencia en la soledad, en lo secreto,
la oración de Jesús entraña una adhesión amorosa
a la voluntad del Padre hasta la cruz y una absoluta confianza en ser escuchada.
2621 En su enseñanza, Jesús instruye a
sus discípulos para que oren con un corazón purificado, una
fe viva y perseverante, una audacia filial. Les insta a la vigilancia y les
invita a presentar sus peticiones a Dios en su Nombre. El mismo escucha las
plegarias que se le dirigen.
2622 La oración de la Virgen María, en
su Fiat y en su Magnificat, se caracteriza por la ofrenda generosa de todo
su ser en la fe.
Artículo 3 EN EL TIEMPO DE
LA IGLESIA
2623 El día
de Pentecostés, el Espíritu de la promesa se derramó
sobre los discípulos, "reunidos en un mismo lugar" (Hch 2, 1), que
lo esperaban "perseverando en la oración con un mismo espíritu"
(Hch 1, 14). El Espíritu que enseña a la Iglesia y le recuerda
todo lo que Jesús dijo (cf Jn 14, 26), será también
quien la formará en la vida de oración.
2624 En la primera comunidad de Jerusalén, los
creyentes "acudían asiduamente a las enseñanzas de los Apóstoles,
a la comunión, a la fracción del pan y a las oraciones" (Hch
2, 42). Esta secuencia de actos es típica de la oración de
la Iglesia; fundada sobre la fe apostólica y autentificada por la
caridad, se alimenta con la Eucaristía.
2625 Estas oraciones son en primer lugar las que los
fieles escuchan y leen en las Escrituras, pero las actualizan, especialmente
las de los salmos, a partir de su cumplimient o en Cristo (cf Lc 24, 27.
44). El Espíritu Santo, que recuerda así a Cristo ante su
Iglesia orante, conduce a ésta también hacia la Verdad plena,
y suscita nuevas formulaciones que expresarán el insondable Misterio
de Cristo que actúa en la vida, los sacramentos y la misión
de su Iglesia. Estas formulaciones se desarrollan en las grandes tradiciones
litúrgicas y espirituales. Las formas de la oración, tal como
las revelan las Escrituras apostólicas canónicas, siguen siendo
normativas para la oración cristiana.
I LA BENDICION Y LA ADORACION
2626 La bendición
expresa el movimiento de fondo de la oración cristiana: es encuentro
de Dios con el hombre; en ella, el don de Dios y la acogida del hombre se
convocan y se unen. La oración de bendición es la respuesta
del hombre a los dones de Dios: porque Dios bendice, el corazón del
hombre puede bendecir a su vez a Aquél que es la fuente de
toda bendición.
2627 Dos formas fundamentales expresan este movimiento:
o bien sube llevada por el Espíritu Santo, por medio de Cristo hacia
el Padre (nosotros le bendecimos por habernos bendecido; cf Ef 1, 3-14;
2 Co 1, 3-7; 1 P 1, 3-9); o bien implora la gracia del Espíritu Santo
que, por medio de Cristo, desciende del Padre (es él quien nos bendice;
cf 2 Co 13, 13; Rm 15, 5-6. 13; Ef 6, 23-24).
2628 La adoración es la primera actitud del hombre
que se reconoce criatura ante su Creador. Exalta la grandeza del Señor
que nos ha hecho (cf Sal 95, 1-6) y la omnipotencia del Salvador que nos
libera del mal. Es la acción de humill ar el espíritu ante
el "Rey de la gloria" (Sal 14, 9-10) y el silencio respetuoso en presencia
de Dios "siempre mayor" (S. Agustín, Sal. 62, 16). La adoración
de Dios tres veces santo y soberanamente amable nos llena de humildad y da
seguridad a nuestras súplicas.
II LA ORACION DE PETICION
2629 El vocabulario
neotestamentario sobre la oración de súplica está lleno
de matices: pedir, reclamar, llamar con insistencia, invocar, clamar, gritar,
e incluso "luchar en la oración" (cf Rm 15, 30; Col 4, 12). Pero
su forma más habitual, por ser la más espontánea, es
la petición: Mediante la oración de petición mostramos
la conciencia de nuestra relación con Dios: por ser criaturas,
no somos ni nuestro propio origen, ni dueños de nuestras adversidades,
ni nuestro fin último; pero también, por ser pecadores, sabemos,
como cristianos, que nos apartamos de nuestro Padre. La petición ya
es un retorno hacia El.
2630 El Nuevo Testamento no contiene apenas oraciones
de lamentación, frecuentes en el Antiguo. En adelante, en Cristo resucitado,
la oración de la Iglesia es sostenida por la esperanza, aunque todavía
estemos en la espera y tengamos que convertirnos cada día. La petición
cristiana brota de otras profundidades, de lo que S. Pablo llama el gemido:
el de la creación "que sufre dolores de parto" (Rm 8, 22), el nuestro
también en la espera "del rescate de nuestro cuerpo. Porque nuestra
salvación es objeto de esperanza" (Rm 8, 23-24), y, por último,
los "gemidos inefables" del propio Espíritu Santo que "viene en ayuda
de nuestra flaqueza. Pues nosotros no sabemos pedir como conviene" (Rm 8,
26).
2631 La petición de perdón es el primer
movimiento de la oración de petición (cf el publicano: "ten
compasión de mí que soy pecador": Lc 18, 13). Es el comienzo
de una oración justa y pura. La humildad confiada nos devuelve a la
luz de la comunión con el Padre y su Hijo Jesucristo, y de los unos
con los otros (cf 1 Jn 1, 7-2, 2): entonces "cuanto pidamos lo recibimos de
El" (1 Jn 3, 22). Tanto la celebración de la eucaristía como
la oración personal comienzan con la petición de perdón.
2632 La petición cristiana está centrada
en el deseo y en la búsqueda del Reino que viene, conforme a las
enseñanzas de Jesús (cf Mt 6, 10. 33; Lc 11, 2. 13). Hay una
jerarquía en las peticiones: primero el Reino, a continuación
lo que es necesario para acogerlo y para cooperar a su venida. Esta cooperación
con la misión de Cristo y del Espíritu Santo, que es ahora
la de la Iglesia, es objeto de la oración de la comunidad apostólica
(cf Hch 6, 6; 13, 3). Es la oración de Pablo, el Apóstol por
excelencia, que nos revela cómo la solicitud divina por todas las
Iglesias debe animar la oración cristiana (cf Rm 10, 1; Ef 1, 16-23;
Flp 1, 9-11; Col 1, 3-6; 4, 3-4. 12). Al orar, todo bautizado trabaja en
la Venida del Reino.
2633 Cuando se participa así en el amor salvador
de Dios, se comprende que toda necesidad pueda convertirse en objeto de
petición. Cristo, que ha asumido todo para rescatar todo, es glorificado
por las peticiones que ofrecemos al Padre en su Nombre (cf Jn 14, 13). Con
esta seguridad, Santiago (cf St 1, 5-8) y Pablo nos exhortan a orar en toda
ocasión (cf Ef 5, 20; Flp 4, 6-7; Col 3, 16-17; 1 Ts 5, 17-18).
III LA ORACION DE INTERCESION
2634 La intercesión
es una oración de petición que nos conforma muy de cerca con
la oración de Jesús. El es el único intercesor ante
el Padre en favor de todos los hombres, de los pecadores en particular (cf
Rm 8, 34; 1 Jn 2, 1; 1 Tm 2. 5-8). Es capaz de "salvar perfectamente a los
que por él se llegan a Dios, ya que está siempre vivo para
interceder en su favor" (Hb 7, 25). El propio Espíritu Santo "intercede
por nosotros... y su intercesión a favor de los santos es según
Dios" (Rm 8, 26-27).
2635 Interceder, pedir en favor de otro, es, desde Abraham,
lo propio de un corazón conforme a la misericordia de Dios. En el
tiempo de la Iglesia, la intercesión cristiana participa de la de
Cristo: es la expresión de la comunión de los santos. En la
intercesión, el que ora busca "no su propio interés sino el
de los demás" (Flp 2, 4), hasta rogar por los que le hacen mal (recuérdese
a Esteban rogando por sus verdugos, como Jesús: cf Hch 7, 60; Lc 23,
28. 34).
2636 Las primeras comunidades cristianas vivieron intensamente
esta forma de participación (cf Hch 12, 5; 20, 36; 21, 5; 2 Co 9,
14). El Apóstol Pablo les hace participar así en su ministerio
del Evangelio (cf Ef 6, 18-20; Col 4, 3-4; 1 Ts 5, 25); él intercede
también por ellas (cf 2 Ts 1, 11; Col 1, 3; Flp 1, 3-4). La intercesión
de los cristianos no conoce fronteras: "por todos los hombres, por todos
los constituídos en autoridad" (1 Tm 2, 1), por los perseguidores
(cf Rm 12, 14), por la salvación de los que rechazan el Evangelio
(cf Rm 10, 1).
IV LA ORACION DE ACCION DE GRACIAS
2637 La acción
de gracias caracteriza la oración de la Iglesia que, al celebrar
la Eucaristía, manifiesta y se convierte más en lo que ella
es. En efecto, en la obra de salvación, Cristo libera a la creación
del pecado y de la muerte para consagrarla de nuevo y devolverla al
Padre, para su gloria. La acción de gracias de los miembros del Cuerpo
participa de la de su Cabeza.
2638 Al igual que en la oración de petición,
todo acontecimiento y toda necesidad pueden convertirse en ofrenda de acción
de gracias. Las cartas de San Pablo comienzan y terminan frecuentemente
con una acción de gracias, y el Señor Jesús siempre
está presente en ella. "En todo dad gracias, pues esto es lo que
Dios, en Cristo Jesús, quiere de vosotros" (1 Ts 5, 18). "Sed perseverantes
en la oración, velando en ella con acción de gracias" (Col
4, 2).
V LA ORACION DE ALABANZA
2639 La alabanza
es la forma de orar que reconoce de la manera más directa que Dios
es Dios. Le canta por El mismo, le da gloria no por lo que hace sino por
lo que El es. Participa en la bienaventuranza de los corazones puros que
le aman en la fe antes de verle en la Gloria. Mediante ella, el Espíritu
se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de
Dios (cf. Rm 8, 16), da testimonio del Hijo único en quien somos adoptados
y por quien glorificamos al Padre. La alabanza integra las otras formas de
oración y las lleva hacia Aquél que es su fuente y su
término: "un solo Dios, el Padre, del cual proceden todas las cosas
y por el cual somos nosotros" (1 Co 8, 6).
2640 San Lucas menciona con frecuencia en su Evangelio
la admiración y la alabanza ante las maravillas de Cristo, y las
subraya también respecto a las acciones del Espíritu Santo
que son los hechos de los apóstoles : la comunidad de Jerusalén
(cf Hch 2, 47), el tullido curado por Pedro y Juan (cf Hch 3, 9), la muchedumbre
que glorificaba a Dios por ello (cf Hch 4, 21), y los gentiles de Pisidia
que "se alegraron y se pusieron a glorificar la Palabra del Señor"
(Hch 13, 48).
2641 "Recitad entre vosotros salmos, himnos y cánticos
inspirados; cantad y salmodiad en vuestro corazón al Señor"
(Ef 5, 19; Col 3, 16). Como los autores inspirados del Nuevo Testamento,
las primeras comunidades cristianas releen el libro de los Salmos cantando
en él el Misterio de Cristo. En la novedad del Espíritu, componen
también himnos y cánticos a partir del acontecimiento inaudito
que Dios ha realizado en su Hijo: su encarnación, su muerte vencedora
de la muerte, su resurrección y su ascensión a su derecha
(cf Flp 2, 6-11; Col 1, 15-20; Ef 5, 14; 1 Tm 3, 16; 6, 15-16; 2 Tm 2, 11-13).
De esta "maravilla" de toda la Economía de la salvación brota
la doxología, la alabanza a Dios (cf Ef 1, 3-14; Rm 16, 25-27; Ef
3, 20-21; Judas 24-25).
2642 La revelación "de lo que ha de suceder pronto",
el Apocalip sis, está sostenida por los cánticos de la liturgia
celestial (cf Ap 4, 8-11; 5, 9-14; 7, 10-12) y también por la intercesión
de los "testigos" (mártires: Ap 6, 10). Los profetas y los santos,
todos los que fueron degollados en la tierra por dar testimonio de Jesús
(cf Ap 18, 24), la muchedumbre inmensa de los que, venidos de la gran tribulación
nos han precedido en el Reino, cantan la alabanza de gloria de Aquél
que se sienta en el trono y del Cordero (cf Ap 19, 1-8). En comunión
con ellos, la Iglesia terrestre canta también estos cánticos,
en la fe y la prueba. La fe, en la petición y la intercesión,
espera contra toda esperanza y da gracias al "Padre de las luces de quien
desciende todo don excelente" (St 1, 17). La fe es así una pura alabanza.
2643 La Eucaristía contiene y expresa todas las
formas de oración: es la "ofrenda pura" de todo el Cuerpo de Cristo
"a la gloria de su Nombre" (cf Ml 1, 11); es, según las tradiciones
de Oriente y de Occidente, "el sacrificio de alabanza".
RESUMEN
2644 El Espíritu
Santo que enseña a la Iglesia y le recuerda todo lo que Jesús
dijo, la educa también en la vida de oración, suscitando expresiones
que se renuevan dentro de unas formas permanentes de orar: bendición,
petición, intercesión, acción de gracias y alabanza.
2645 Porque Dios bendice al hombre, su corazón
puede bendecir, a su vez, a Aquel que es la fuente de toda bendición.
2646 La oración de petición tiene por objeto
el perdón, la búsqueda del Reino y cualquier necesidad verdadera.
2647 La oración de intercesión consiste
en una petición en favor de otro. No conoce fronteras y se extiende
hasta los enemigos.
2648 Toda alegría y toda pena, todo acontecimiento
y toda necesidad pueden ser materia de la acción de gracias que,
participando en la de Cristo, debe llenar toda la vida: "En todo dad gracias"
(1 Ts 5, 18).
2649 La oración de alabanza, totalmente desinteresada,
se dirige a Dios; canta para El y le da gloria no sólo por lo que
ha hecho sino porque él es.
CAPITULO SEGUNDO: LA TRADICION DE LA ORACION
2650. La oración
no se reduce al brote espontáneo de un impulso interior: para orar
es necesario querer orar. No basta sólo con saber lo que las Escrituras
revelan sobre la oración: es necesario también aprender
a orar. Pues bien, por una transmisión viva (la santa Tradición),
el Espíritu Santo, en la "Iglesia creyente y orante" (DV 8), enseña
a orar a los hijos de Dios.
2651 La tradición de la oración cristiana
es una de las formas de crecimiento de la Tradición de la fe, en
particular mediante la contemplación y la reflexión de los
creyentes que conservan en su corazón los acontecimientos y las palabras
de la Economía de la salvación, y por la penetración
profunda en las realidades espirituales de las que adquieren experiencia
(cf DV 8).
Artículo 1 LAS FUENTES DE LA
ORACION
2652 El Espíritu
Santo es el "agua viva" que, en el corazón orante, "brota para vida
eterna" (Jn 4, 14). El es quien nos enseña a recogerla en la misma
Fuente: Cristo. Pues bien, en la vida cristiana hay manantiales donde Cristo
nos espera para darnos a beber el Espíritu Santo.
La Palabra de Dios
2653 La Iglesia
"recomienda insistentemente todos sus fieles... la lectura asidua de la Escritura
para que adquieran 'la ciencia suprema de Jesucristo' (Flp 3,8)... Recuerden
que a la lectura de la Santa Escritura debe acompañar la oración
para que se realice el diálogo de Dios con el hombre, pues 'a Dios
hablamos cuando oramos, a Dios escuchamos cuando leemos sus palabras' (San
Ambrosio, off. 1, 88)" (DV 25).
2654 Los Padres espirituales parafraseando Mt 7, 7, resumen
así las disposiciones del corazón alimentado por la palabra
de Dios en la oración: "Buscad leyendo, y encontraréis meditando
; llamad orando, y se os abrirá por la contemplación" (cf
El Cartujano, scala: PL 184, 476C).
La Liturgia de la Iglesia
2655 La misión
de Cristo y del Espíritu Santo que, en la liturgia sacramental de
la Iglesia, anuncia, actualiza y comunica el Misterio de la salvación,
se continúa en el corazón que ora. Los Padres espirituales
comparan a veces el corazón a un altar. La oración interioriza
y asimila la liturgia durante y después de su celebración.
Incluso cuando la oración se vive "en lo secreto" (Mt 6, 6), siempre
es oración de la Iglesia, comunión con la Trinidad Santísima
(cf IGLH 9).
Las virtudes teologales
2656 Se entra en
oración como se entra en la liturgia: por la puerta estrecha de la
fe. A través de los signos de su presencia, es el rostro del Señor
lo que buscamos y deseamos, es su palabra lo que queremos escuchar y guardar.
2657 El Espíritu Santo nos enseña a celebrar
la liturgia esperando el retorno de Cristo, nos educa para orar en la esperanza.
Inversamente, la oración de la Iglesia y la oración personal
alimentan en nosotros la esperanza. Los salmos muy particularmente, con
su lenguaje concreto y variado, nos enseñan a fijar nuestra esperanza
en Dios: "En el Señor puse toda mi esperanza, él se inclinó
hacia mí y escuchó mi clamor" (Sal 40, 2). "El Dios de la
esperanza os colme de todo gozo y paz en vuestra fe, hasta rebosar de esperanza
por la fuerza del Espíritu Santo" (Rm 15, 13).
2658 "La esperanza no falla, porque el amor de Dios ha
sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos
ha sido dado" (Rm 5, 5). La oración, formada en la vida litúrgica,
saca todo del amor con el que somos amados en Cristo y que nos permite responder
amando como El nos ha amado. El amor es la fuente de la oración:
quien saca el agua de ella, alcanza la cumbre de la oración:
Te amo, Dios mío, y mi único deseo es
amarte hasta el último suspiro de mi vida. Te amo, Dios mío
infinitamente amable, y prefiero morir amándote a vivir sin amarte.
Te amo, Señor, y la única gracia que te pido es amarte eternamente...
Dios mío, si mi lengua no puede decir en todos los momentos que te
amo, quiero que mi corazón te lo repita cada vez que respiro (S. Juan
María Bautista Vianney, oración).
"Hoy"
2659 Aprendemos
a orar en ciertos momentos escuchando la palabra del Señor y participando
en su Misterio Pascual; pero, en todo tiempo, en los acontecimientos de cada
día, su Espíritu se nos ofrece para que brote la oración.
La enseñanza de Jesús sobre la oración a nuestro Padre
está en la misma línea que la de la Providencia (cf. Mt 6,
11. 34): el tiempo está en las manos del Padre; lo encontramos en
el presente, ni ayer ni mañana, sino hoy: "¡Ojalá oyerais
hoy su voz!: No endurezcáis vuestro corazón" (Sal 95, 7-8).
2660 Orar en los acontecimientos de cada día y
de cada instante es uno de los secretos del Reino revelados a los "pequeños",
a los servidores de Cristo, a los pobres de las bienaventuranzas. Es justo
y bueno orar para que la venida del Reino de justicia y de paz influya en
la marcha de la historia, pero también es importante amasar con la
oración las humildes situaciones cotidianas. Todas las formas de
oración pueden ser esa levadura con la que el Señor compara
el Reino (cf Lc 13, 20-21).
RESUMEN
2661 Mediante la
Tradición viva, el Espíritu Santo, en la Iglesia, enseña
a los hijos de Dios a orar.
2662 La Palabra de Dios, la liturgia de la Iglesia y
las virtudes de fe, esperanza y caridad son fuentes de la oración.
Artículo 2 EL CAMINO DE LA
ORACION
2663 En la tradición
viva de la oración, cada Iglesia propone a sus fieles, según
el contexto histórico, social y cultural, el lenguaje de su oración:
palabras, melodías, gestos, iconografía. Corresponde al magisterio
(cf. DV 10) discernir la fidelidad de estos caminos de oración a
la tradición de la fe apostólica y compete a los pastores y
catequistas explicar el sentido de ello, con relación siempre a Jesucristo.
La oración al Padre
2664 No hay otro
camino de oración cristiana que Cristo. Sea comunitaria o individual,
vocal o interior, nuestra oración no tiene acceso al Padre más
que si oramos "en el Nombre" de Jesús. La santa humanidad de Jesús
es, pues, el camino por el que el Espíritu Santo nos enseña
a orar a Dios nuestro Padre.
La oración a Jesús
2665 La oración
de la Iglesia, alimentada por la palabra de Dios y por la celebración
de la liturgia, nos enseña a orar al Señor Jesús. Aunque
esté dirigida sobre todo al Padre, en todas las tradiciones litúrgicas
incluye formas de oración dirigidas a Cristo. Algunos salmos, según
su actualización en la Oración de la Iglesia, y el Nuevo Testamento
ponen en nuestros labios y gravan en nuestros corazones las invocaciones
de esta oración a Cristo: Hijo de Dios, Verbo de Dios, Señor,
Salvador, Cordero de Dios, Rey, Hijo amado, Hijo de la Virgen, Buen Pastor,
Vida nuestra, nuestra Luz, nuestra Esperanza, Resurrección nuestra,
Amigo de los hombres...
2666 Pero el Nombre que todo lo contiene es aquel que
el Hijo de Dios recibe en su encarnación: Jesús. El nombre divino
es inefable para los labios humanos (cf Ex 3, 14; 33, 19-23), pero el Verbo
de Dios, al asumir nuestra humanidad, nos lo entrega y nosotros podemos invocarlo:
"Jesús", "YHVH salva" (cf Mt 1, 21). El Nombre de Jesús contiene
todo: Dios y el hombre y toda la Economía de la creación y
de la salvación. Decir "Jesús" es invocarlo desde nuestro propio
corazón. Su Nombre es el único que contiene la presencia que
significa. Jesús es el resucitado, y cualquiera que invoque su Nombre
acoge al Hijo de Dios que le amó y se entregó por él
(cf Rm 10, 13; Hch 2, 21; 3, 15-16; Ga 2, 20).
2667 Esta invocación de fe bien sencilla ha sido
desarrolla da en la tradición de la oración bajo formas diversas
en Oriente y en Occidente. La formulación más habitual, transmitida
por los espirituales del Sinaí, de Siria y del Monte Athos es la
invocación: "Jesús, Cristo, Hijo de Dios, Señor, ¡Ten
piedad de nosotros, pecadores!" Conjuga el himno cristológico de
Flp 2, 6-11 con la petición del publicano y del mendigo ciego (cf
Lc 18,13; Mc 10, 46-52). Mediante ella, el corazón está acorde
con la miseria de los hombres y con la misericordia de su Salvador.
2668 La invocación del santo Nombre de Jesús
es el camino más sencillo de la oración continua. Repetida
con frecuencia por un corazón humildemente atento, no se dispersa
en "palabrerías" (Mt 6, 7), sino que "conserva la Palabra y fructifica
con perseverancia" (cf Lc 8, 15). Es posible "en todo tiempo" porque no es
una ocupación al lado de otra, sino la única ocupación,
la de amar a Dios, que anima y transfigura toda acción en Cristo Jesús.
2669 La oración de la Iglesia venera y honra al
Corazón de Jesús, como invoca su Santísimo Nombre.
Adora al Verbo encarnado y a su Corazón que, por amor a los hombres,
se dejó traspasar por nuestros pecados. La oración cristiana
practica el Vía Crucis siguiendo al Salvador. Las estaciones desde
el Pretorio, al Gólgota y al Sepulcro jalonan el recorrido de Jesús
que con su santa Cruz nos redimió.
“Ven, Espíritu Santo”
2670 "Nadie puede
decir: '¡Jesús es Señor!' sino por influjo del Espíritu
Santo" (1 Co 12, 3). Cada vez que en la oración nos dirigimos a Jesús,
es el Espíritu Santo quien, con su gracia preveniente, nos atrae
al Camino de la oración. Puesto que él nos enseña a
orar recordándonos a Cristo, ¿cómo no dirigirnos también
a él orando? Por eso, la Iglesia nos invita a implorar todos los días
al Espíritu Santo, especialmente al comenzar y al terminar cualquier
acción importante.
Si el Espíritu no debe ser adorado, ¿cómo
me diviniza él por el bautismo? Y si debe ser adorado, ¿no
debe ser objeto de un culto particular? (San Gregorio Nacianceno, or. theol.
5, 28).
2671 La forma tradicional para pedir el Espíritu
es invocar al Padre por medio de Cristo nuestro Señor para que nos
dé el Espíritu Consolador (cf Lc 11, 13). Jesús insiste
en esta petición en su Nombre en el momento mismo en que promete
el don del Espíritu de Verdad (cf Jn 14, 17; 15, 26; 16, 13). Pero
la oración más sencilla y la más directa es también
la más tradicional: "Ven, Espíritu Santo", y cada tradición
litúrgica la ha desarrollado en antífonas e himnos:
Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus
fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor (cf secuencia de Pentecostés).
Rey celeste, Espíritu Consolador, Espíritu
de Verdad, que estás presente en todas partes y lo llenas todo, tesoro
de todo bien y fuente de la vida, ven, habita en nosotros, purifícanos
y sálvanos. ¡Tú que eres bueno! (Liturgia bizantina.
Tropario de vísperas de Pentecostés).
2672 El Espíritu Santo, cuya unción impregna
todo nuestro ser, es el Maestro interior de la oración cristiana.
Es el artífice de la tradición viva de la oración. Ciertamente
hay tantos caminos en la oración como orantes, pero es el mismo Espíritu
el que actúa en todos y con todos. En la comunión en el Espíritu
Santo la oración cristiana es oración en la Iglesia.
En comunión con la Santa Madre de Dios
2673 En la oración,
el Espíritu Santo nos une a la Persona del Hijo Unico, en su humanidad
glorificada. Por medio de ella y en ella, nuestra oración filial
comulga en la Iglesia con la Madre de Jesús (cf Hch 1, 14).
2674 Desde el sí dado por la fe en la anunciación
y mantenido sin vacilar al pie de la cruz, la maternidad de María
se extiende desde entonces a los hermanos y a las hermanas de su Hijo, "que
son peregrinos todavía y que están ante los peligros y las
miserias" (LG 62). Jesús, el único Mediador, es el Camino de
nuestra oración; María, su Madre y nuestra Madre es pura transparencia
de él: María "muestra el Camino" ["Hodoghitria"], ella es
su "signo", según la iconografía tradicional de Oriente y
Occidente.
2675 A partir de esta cooperación singular de
María a la acción del Espíritu Santo, las Iglesias
han desarrollado la oración a la santa Madre de Dios, centrándola
sobre la persona de Cristo manifestada en sus misterios. En los innumerables
himnos y antífonas que expresan esta oración, se alternan
habitualmente dos movimientos: uno "engrandece" al Señor por las
"maravillas" que ha hecho en su humilde esclava, y por medio de ella, en
todos los seres humanos (cf Lc 1, 46-55); el segundo confía a la Madre
de Jesús las súplicas y alabanzas de los hijos de Dios ya que
ella conoce ahora la humanidad que en ella ha sido desposada por el Hijo
de Dios.
2676 Este doble movimiento de la oración a María
ha encontrado una expresión privilegiada en la oración del
Ave María:
"Dios te salve, María [Alégrate, María]".
La salutación del Angel Gabriel abre la oración del Ave María.
Es Dios mismo quien por mediación de su ángel, saluda a María.
Nuestra oración se atreve a recoger el saludo a María con
la mirada que Dios ha puesto sobre su humilde esclava (cf Lc 1, 48) y a
alegrarnos con el gozo que El encuentra en ella (cf So 3, 17b)
"Llena de gracia, el Señor es contigo": Las dos
palabras del saludo del ángel se aclaran mutuamente. María
es la llena de gracia porque el Señor está con ella. La gracia
de la que está colmada es la presencia de Aquél que es la
fuente de toda gracia. "Alégrate... Hija de Jerusalén...
el Señor está en medio de ti" (So 3, 14, 17a). María,
en quien va a habitar el Señor, es en persona la hija de Sión,
el arca de la Alianza, el lugar donde reside la Gloria del Señor:
ella es "la morada de Dios entre los hombres" (Ap 21, 3). "Llena de gracia",
se ha dado toda al que viene a habitar en ella y al que entregará
al mundo.
"Bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito
es el fruto de tu vientre, Jesús". Después del saludo del
ángel, hacemos nuestro el de Isabel. "Llena del Espíritu Santo"
(Lc 1, 41), Isabel es la primera en la larga serie de las generaciones que
llaman bienaventurada a María (cf. Lc 1, 48): "Bienaventurada la
que ha creído... " (Lc 1, 45): María es "bendita entre todas
las mujeres" porque ha creído en el cumplimiento de la palabra del
Señor. Abraham, por su fe, se convirtió en bendición
para todas las "naciones de la tierra" (Gn 12, 3). Por su fe, María
vino a ser la madre de los creyentes, gracias a la cual todas las naciones
de la tierra reciben a Aquél que es la bendición misma de Dios:
Jesús, el fruto bendito de su vientre.
2677 "Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros...
" Con Isabel, nos maravillamos y decimos: "¿De dónde a mí
que la madre de mi Señor venga a mí?" (Lc 1, 43). Porque nos
da a Jesús su hijo, María es madre de Dios y madre nuestra;
podemos confiarle todos nuestros cuidados y nuestras peticiones: ora para
nosotros como oró para sí misma: "Hágase en mí
según tu palabra" (Lc 1, 38). Confiándonos a su oración,
nos abandonamos con ella en la voluntad de Dios: "Hágase tu voluntad".
"Ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de
nuestra muerte". Pidiendo a María que ruegue por nosotros, nos reconocemos
pecadores y nos dirigimos a la "Madre de la Misericordia", a la Virgen
Santísima. Nos ponemos en sus manos "ahora", en el hoy de nuestras
vidas. Y nuestra confianza se ensancha para entregarle desde ahora, "la
hora de nuestra muerte". Que esté presente en esa hora, como estuvo
en la muerte en Cruz de su Hijo y que en la hora de nuestro tránsito
nos acoja como madre nuestra (cf Jn 19, 27) para conducirnos a su Hijo Jesús,
al Paraíso.
2678 La piedad medieval de Occidente desarrolló
la oración del Rosario, en sustitución popular de la Oración
de las Horas. En Oriente, la forma litánica del Acathistós
y de la Paráclisis se ha conservado más cerca del oficio coral
en las Iglesias bizantinas, mientras que las tradiciones armenia, copta
y siríaca han preferido los himnos y los cánticos populares
a la Madre de Dios. Pero en el Ave María, los theotokia, los himnos
de San Efrén o de San Gregorio de Narek, la tradición de la
oración es fundamentalmente la misma.
2679 María es la orante perfecta, figura de la
Iglesia. Cuando le rezamos, nos adherimos con ella al designio del Padre,
que envía a su Hijo para salvar a todos los hombres. Como el discípulo
amado, acogemos (cf Jn 19, 27) a la madre de Jesús, hecha madre de
todos los vivientes. Podemos orar con ella y a ella. La oración de
la Iglesia está sostenida por la oración de María. Le
está unida en la esperanza (cf LG 68-69).
RESUMEN
2680 La oración
está dirigida principalmente al Padre; igualmente se dirige a Jesús,
en especial por la invocación de su santo Nombre: "Jesús,
Cristo, Hijo de Dios, Señor, ¡ten piedad de nosotros, pecadores!"
2681 "Nadie puede decir: 'Jesús es Señor',
sino por influjo del Espíritu Santo" (1 Co 12, 3). La Iglesia nos
invita a invocar al Espíritu Santo como Maestro interior de la oración
cristiana.
2682 En virtud de su cooperación singular con
la acción del Espíritu Santo, la Iglesia ora también
en comunión con la Virgen María para ensalzar con ella las
maravillas que Dios ha realizado en ella y para confiarle súplicas
y alabanzas.
Artículo 3 MAESTROS Y LUGARES
DE ORACION
Una pléyade de testigos
2683 Los testigos
que nos han precedido en el Reino (cf Hb 12, 1), especialmente los que la
Iglesia reconoce como "santos", participan en la tradición viva de
la oración, por el modelo de su vida, por la transmisión de
sus escritos y por su oración actual. Contemplan a Dios, lo alaban
y no dejan de cuidar de aquellos que han quedado en la tierra. Al entrar
"en la alegría" de su Señor, han sido "constituidos sobre
lo mucho" (cf Mt 25, 21). Su intercesión es su más alto servicio
al plan de Dios. Podemos y debemos rogarles que intercedan por nosotros y
por el mundo entero.
2684 En la comunión de los santos, se han desarrollado
diversas espiritualidades a lo largo de la historia de la Iglesia. El carisma
personal de un testigo del amor de Dios hacia los hombres, por ejemplo el
"espíritu" de Elías a Eliseo (cf 2 R 2, 9) y a Juan Bautista
(cf Lc 1, 17), ha podido transmitirse para que unos discípulos
tengan parte en ese espíritu (cf PC 2). En la confluencia de corrientes
litúrgicas y teológicas se encuentra también una espiritualidad
que muestra cómo el espíritu de oración incultura la
fe en un ámbito humano y en su historia. Las diversas espiritualidades
cristianas participan en la tradición viva de la oración y
son guías indispensables para los fieles. En su rica diversidad, reflejan
la pura y única Luz del Espíritu Santo.
"El Espíritu es verdaderamente el lugar de los
santos, y el santo es para el Espíritu un lugar propio, ya que se
ofrece a habitar con Dios y es llamado su templo" (San Basilio, Spir. 26,
62).
Servidores de la oración
2685 La familia
cristiana es el primer lugar de la educación en la oración.
Fundada en el sacramento del matrimonio, es la "Iglesia doméstica"
donde los hijos de Dios aprenden a orar "en Iglesia" y a perseverar en la
oración. Particularmente para los niños pequeños, la
oración diaria familiar es el primer testimonio de la memoria viva
de la Iglesia que es despertada pacientemente por el Espíritu Santo.
2686 Los ministros ordenados son también responsables
de la formación en la oración de sus hermanos y hermanas en
Cristo. Servidores del buen Pastor, han sido ordenados para guiar al pueblo
de Dios a las fuentes vivas de la oración: la Palabra de Dios, la
liturgia, la vida teologal, el hoy de Dios en las situaciones concretas (cf
PO 4-6).
2687 Muchos religiosos han consagrado y consagran toda
su vida a la oración. Desde el desierto de Egipto, eremitas, monjes
y monjas han dedicado su tiempo a la alabanza de Dio s y a la intercesión
por su pueblo. La vida consagrada no se mantiene ni se propaga sin la oración;
es una de las fuentes vivas de la contemplación y de la vida espiritual
en la Iglesia.
2688 La catequesis de niños, jóvenes y
adultos, está orientada a que la Palabra de Dios se medite en la
oración personal, se actualice en la oración litúrgica,
y se interiorice en todo tiempo a fin de fructificar en una vida nueva.
La catequesis es también el momento en que se puede purificar y educar
la piedad popular (cf. CT 54). La memorización de las oraciones fundamentales
ofrece una base indispensable para la vida de oración, pero es importante
hacer gustar su sentido (cf CT 55).
2689 Grupos de oración, es decir, "escuelas de
oración", son hoy uno de los signos y uno de los acicates de la renovación
de la oración en la Iglesia, a condición de beber en las auténticas
fuentes de la oración cristiana. La salvaguarda de la comunión
es señal de la verdadera oración en la Iglesia.
2690 El Espíritu Santo da a ciertos fieles dones
de sabiduría, de fe y de discernimiento dirigidos a este bien común
que es la oración (dirección espiritual). Aquellos y aquellas
que han sido dotados de tales dones son verdaderos servidores de la Tradición
viva de la oración:
Por eso, el alma que quiere avanzar en la perfección,
según el consejo de San Juan de la Cruz, debe "considerar bien entre
qué manos se pone porque tal sea el maestro, tal será el discípulo;
tal sea el padre, tal será el hijo". Y añade: "No sólo
el director debe ser sabio y prudente sino también experimentado...
Si el guía espiritual no tiene experiencia de la vida espiritual,
es incapaz de conducir por ella a las almas que Dios en todo caso llama,
e incluso no las comprenderá" (Llama estrofa 3).
Lugares favorables para la oración
2691 La iglesia,
casa de Dios, es el lugar propio de la oración litúrgica de
la comunidad parroquial. Es también el lugar privilegiado para la
adoración de la presencia real de Cristo en el Santísimo Sacramento.
La elección de un lugar favorable no es indiferente para la verdad
de la oración:
– para la oración personal, el lugar favorable puede ser un "rincón
de oración", con las Sagradas Escrituras e imágenes, para
estar " en lo secreto" ante nuestro Padre (cf Mt 6, 6). En una familia cristiana
este tipo de pequeño oratorio favorece la oración en común.
– en las regiones en que existen monasterios, una vocación de estas
comunidades es favorecer la participación de los fieles en la Oración
de las Horas y permitir la soledad necesaria para una oració n personal
más intensa (cf PC 7).
– las peregrinaciones evocan nuestro caminar por la tierra hacia el cielo.
Son tradicionalmente tiempos fuertes de renovación de la oración.
Los santuarios son, para los peregrinos en busca de fuentes vivas, lugares
excepcionales para vivir "en Iglesia" las formas de la oración cristiana.
RESUMEN
2692 En su oración,
la Iglesia peregrina se asocia con la de los santos cuya intercesión
solicita.
2693 Las diferentes espiritualidades cristianas participan
en la tradición viva de la oración y son guías preciosos
para la vida espiritual.
2694 La familia cristiana es el primer lugar de educación
para la oración.
2695 Los ministros ordenados, la vida consagrada, la
catequesis, los grupos de oración, la "dirección espiritual"
aseguran en la Iglesia una ayuda para la oración.
2696 Los lugares más favorables para la oración
son el oratorio personal o familiar, los monasterios, los santuarios de
peregrinación y, sobretodo, el templo que es el lugar propio de la
oración litúrgica para la comunidad parroquial y el lugar
privilegiado de la adoración eucarística.
CAPITULO TERCERO: LA VIDA DE ORACION
2697 La oración
es la vida del corazón nuevo. Debe animarnos en todo momento. Nosotros,
sin embargo, olvidamos al que es nuestra Vida y nuestro Todo. Por eso, los
Padres espirituales, en la tradición del Deuteronomio y de los profetas,
insisten en la oración como un "recuerdo de Dios", un frecuente despertar
la "memoria del corazón": "Es necesario acordarse de Dios más
a menudo que de respirar" (San Gregorio Nacianceno, or. theol. 1, 4). Pero
no se puede orar "en todo tiempo" si no se ora, con particular dedicación,
en algunos momentos: son los tiempos fuertes de la oración cristiana,
en intensidad y en duración.
2698 La Tradición de la Iglesia propone a los
fieles unos ritmos de oración destinados a alimentar la oración
continua. Algunos son diarios: la oración de la mañana y la
de la tarde, antes y después de comer, la Liturgia de las Horas.
El domingo, centrado en la Eucaristía, se santifica principalmente
por medio de la oración. El ciclo del año litúrgico
y sus grandes fiestas son los ritmos fundamentales de la vida de oración
de los cristianos.
2699 El Señor conduce a cada persona por los caminos
de la vida y de la manera que él quiere. Cada fiel, a su vez, le
responde según la determinación de su corazón y las
expresiones personales de su oración. No obstante, la tradición
cristiana ha conservado tres expresiones principales de la vida de oración:
la oración vocal, la meditación, y la oración de contemplación.
Tienen en común un rasgo fundamental: el recogimiento del corazón.
Esta actitud vigilante para conservar la Palabra y permanecer en presencia
de Dios hace de estas tres expresiones tiempos fuertes de la vida de oración.
Artículo 1
LAS EXPRESIONES DE LA ORACION
I LA ORACION VOCAL
2700 Por medio
de su Palabra, Dios habla al hombre. Por medio de palabras, mentales o vocales,
nuestra oración toma cuerpo. Pero lo más importante es la presencia
del corazón ante Aquél a quien hablamos en la oración.
"Que nuestra oración se oiga no depende de la cantidad de palabras,
sino del fervor de nuestras almas" (San Juan Crisóstomo, ecl. 2).
2701 La oración vocal es un elemento indispensable
de la vida cristiana. A los discípulos, atraídos por la oración
silenciosa de su Maestro, éste les enseña una oración
vocal: el "Padre Nuestro". Jesús no solamente ha rezado las oraciones
litúrgicas de la sinagoga; los Evangelios nos lo presentan elevando
la voz para expresar su oración personal, desde la bendición
exultante del Padre (cf Mt 11, 25-26), hasta la agonía de Getsemaní
(cf Mc 14, 36).
2702 Esta necesidad de asociar los sentidos a la oración
interior responde a una exigencia de nuestra naturaleza humana. Somos cuerpo
y espíritu, y experimentamos la necesidad de traducir exteriormente
nuestros sentimientos. Es necesario rezar con todo nuestro ser para dar
a nuestra súplica todo el poder posible.
2703 Esta necesidad responde también a una exigencia
divina. Dios busca adoradores en espíritu y en verdad, y, por consiguiente,
la oración que sube viva desde las profundidades del alma. También
reclama una expresión exterior que asocia el cuerpo a la oración
interior, esta expresión corporal es signo del homenaje perfecto
al que Dios tiene derecho.
2704 La oración vocal es la oración por
excelencia de las multitudes por ser exterior y tan plenamente humana. Pero
incluso la más interior de las oraciones no podría prescindir
de la oración vocal. La oración se hace interior en la medida
en que tomamos conciencia de Aquél "a quien hablamos" (Santa Teresa
de Jesús, cam. 26). Entonces la oración vocal se convierte en
una primera forma de oración contemplativa.
II LA MEDITACION
2705 La meditación
es, sobre todo, una búsqueda. El espíritu trata de comprender
el por qué y el cómo de la vida cristiana para adherirse y
responder a lo que el Señor pide. Hace falta una atención difícil
de encauzar. Habitualmente, se hace con la ayuda de un libro, que a los
cristianos no les faltan: las sagradas Escrituras, especialmente el Evangelio,
las imágenes sagradas, los textos litúrgicos del día
o del tiempo, escritos de los Padres espirituales, obras de espiritualidad,
el gran libro de la creación y el de la historia, la página
del "hoy" de Dios.
2706 Meditar lo
que se lee conduce a apropiárselo confrontándolo consigo mismo.
Aquí, se abre otro libro: el de la vida. Se pasa de los pensamientos
a la realidad. Según sean la humildad y la fe, se descubren
los movimientos que agitan el corazón y se les puede discernir. Se
trata de hacer la verdad para llegar a la Luz: "Señor, ¿qué
quieres que haga?".
2707 Los métodos de meditación son tan
diversos como los maestros espirituales. Un cristiano debe querer meditar
regularmente; si no, se parece a las tres primeras clases de terreno de
la parábola del sembrador (cf Mc 4, 4-7. 15-19). Pero un método
no es más que un guía; lo importante es avanzar, con el Espíritu
Santo, por el único camino de la oración: Cristo Jesús.
2708 La meditación hace intervenir al pensamiento,
la imaginación, la emoción y el deseo. Esta movilización
es necesaria para profundizar en las convicciones de fe, suscitar la conversión
del corazón y fortalecer la voluntad de seguir a Cristo. La oración
cristiana se aplica preferentemente a meditar "los misterios de Cristo",
como en la "lectio divina" o en el Rosario. Esta forma de reflexión
orante es de gran valor, pero la oración cristiana debe ir más
lejos: hacia el conocimiento del amor del Señor Jesús, a la
unión con El.
III LA ORACION DE CONTEMPLACION
2709 ¿Qué
es esta oración? Santa Teresa responde: "no es otra cosa oración
mental, a mi parecer, sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando
a solas con quien sabemos nos ama" (vida 8).
La contemplación busca al "amado de mi alma"
(Ct 1, 7; cf Ct 3, 1-4). Esto es, a Jesús y en él, al Padre.
Es buscado porque desearlo es siempre el comienzo del amor, y es buscado
en la fe pura, esta fe que nos hace nacer de él y vivir en él.
En la contemplación se puede también meditar, pero la mirada
está centrada en el Señor.
2710 La elección del tiempo y de la duración
de la oración de contemplación depende de una voluntad decidida
reveladora de los secretos del corazón. No se hace contemplación
cuando se tiene tiempo sino que se toma el tiempo de estar con el Señor
con la firme decisión de no dejarlo y volverlo a tomar, cualesquiera
que sean las pruebas y la sequedad del encuentro. No se puede meditar en
todo momento, pero sí se puede entrar siempre en contemplación,
independientemente de las condiciones de salud, trabajo o afectividad. El
corazón es el lugar de la búsqueda y del encuentro, en la pobreza
y en la fe.
2711 La entrada en la contemplación es análoga
a la de la Liturgia eucarística: "recoger" el corazón, recoger
todo nuestro ser bajo la moción del Espíritu Santo, habitar
la morada del Señor que somos nosotros mismos, despertar la fe para
entrar en la presencia de Aquél que nos espera, hacer que caigan
nuestras máscaras y volver nuestro corazón hacia el Señor
que nos ama para ponernos en sus manos como una ofrenda que hay que purificar
y transformar.
2712 La contemplación es la oración del
hijo de Dios, del pecador perdonado que consiente en acoger el amor con el
que es amado y que quiere responder a él amando más todavía
(cf Lc 7, 36-50; 19, 1-10). Pero sabe que su amor, a su vez, es el que el
Espíritu derrama en su corazón, porque todo es gracia por
parte de Dios. La contemplación es la entrega humilde y pobre a la
voluntad amante del Padre, en unión cada vez más profunda
con su Hijo amado.
2713 Así, la contemplación es la expresión
más sencilla del misterio de la oración. Es un don, una gracia;
no puede ser acogida más que en la humildad y en la pobreza. La oración
contemplativa es una relación de alianza establecida por Dios en
el fondo de nuestro ser (cf Jr 31, 33). Es comunión: en ella, la
Santísima Trinidad conforma al hombre, imagen de Dios, "a su semejanza".
2714 La contemplación es también el tiempo
fuerte por excelencia de la oración. En ella, el Padre nos concede
"que seamos vigorosamente fortalecidos por la acción de su Espíritu
en el hombre interior, que Cristo habite por la fe en nuestros corazones
y que quedemos arraigados y cimentados en el amor" (Ef 3, 16-17).
2715 La contemplación es mirada de fe, fijada
en Jesús. "Yo le miro y él me mira", decía, en tiempos
de su santo cura, un campesino de Ars que oraba ante el Sagrario. Esta atención
a El es renuncia a "mí". Su mirada purifica el corazón. La
luz de la mirada de Jesús ilumina los ojos de nuestro corazón;
nos enseña a ver todo a la luz de su verdad y de su compasión
por todos los hombres. La contemplación dirige también su mirada
a los misterios de la vida de Cristo. Aprende así el "conocimiento
interno del Señor" para más amarle y seguirle (cf San Ignacio
de Loyola, ex. sp. 104).
2716 La contemplación es escucha de la palabra
de Dios. Lejos de ser pasiva, esta escucha es la obediencia de la fe, acogida
incondicional del siervo y adhesión amorosa del hijo. Participa en
el "sí" del Hijo hecho siervo y en el "fiat" de su humilde esclava.
2717 La contemplación es silencio, este "símbolo
del mundo venidero" (San Isaac de Nínive, tract. myst. 66) o "amor
silencioso" (San Juan de la Cruz). Las palabras en la oración contemplativa
no son discursos sino ramillas que alimentan el fuego del amor. En este
silencio, insoportable para el hombre "exterior", el Padre nos da a conocer
a su Verbo encarnado, sufriente, muerto y resucitado, y el Espíritu
filial nos hace partícipes de la oración de Jesús.
2718 La contemplación es unión con la oración
de Cristo en la medida en que ella nos hace participar en su misterio. El
misterio de Cristo es celebrado por la Iglesia en la Eucaristía;
y el Espíritu Santo lo hace vivir en la contemplación para
que sea manifestado por medio de la caridad en acto.
2719 La contemplación es una comunión de
amor portadora de vida para la multitud, en la medida en que se acepta vivir
en la noche de la fe. La noche pascual de la resurrección pasa por
la de la agonía y la del sepulcro. Son tres tiempos fuertes de la
Hora de Jesús que su Espíritu (y no la "carne que es débil")
hace vivir en la contemplación. Es necesario consentir en "velar
una hora con él" (cf Mt 26, 40).
RESUMEN
2720 La Iglesia
invita a los fieles a una oración regulada: oraciones diarias, Liturgia
de las Horas, Eucaristía dominical, fiestas del año litúrgico.
2721 La tradición cristiana contiene tres importantes
expresiones de la vida de oración: la oración vocal, la meditación
y la oración contemplativa. Las tres tienen en común el recogimiento
del corazón.
2722 La oración vocal, fundada en la unión
del cuerpo con el espíritu en la naturaleza humana, asocia el cuerpo
a la oración interior del corazón a ejemplo de Cristo que
ora a su Padre y enseña el "Padre nuestro" a sus discípulos.
2723 La meditación es una búsqueda orante,
que hace intervenir al pensamiento, la imaginación, la emoción,
el deseo. Tiene por objeto la apropiación creyente de la realidad
considerada, que es confrontada con la realidad de nuestra vida.
2724 La oración contemplativa es la expresión
sencilla del misterio de la oración. Es una mirada de fe, fijada
en Jesús, una escucha de la Palabra de Dios, un silencioso amor.
Realiza la unión con la oración de Cristo en la medida en
que nos hace participar de su misterio.
Artículo 2
EL COMBATE DE LA ORACION
2725 La oración
es un don de la gracia y una respuesta decidida por nuestra parte. Supone
siempre un esfuerzo. Los grandes orantes de la Antigua Alianza antes de
Cristo, así como la Madre de Dios y los santos con El nos enseñan
que la oración es un combate. ¿Contra quién? Contra
nosotros mismos y contra las astucias del Tentador que hace todo lo posible
por separar al hombre de la oración, de la unión con su Dios.
Se ora como se vive, porque se vive como se ora. El que no quiere actuar
habitualmente según el Espíritu de Cristo, tampoco podrá
orar habitualmente en su Nombre. El "combate espiritual" de la vida nueva
del cristiano es inseparable del combate de la oración.
I LAS OBJECIONES A LA ORACION
2726 En el combate
de la oración, tenemos que hacer frente en nosotros mismos y en torno
a nosotros a conceptos erróneos sobre la oración. Unos ven
en ella una simple operación psicológica, otros un esfuerzo
de concentración para llegar a un vacío mental. Otros la reducen
a actitudes y palabras rituales. En el inconsciente de muchos cristianos,
orar es una ocupación incompatible con todo lo que tienen que hacer:
no tienen tiempo. Hay quienes buscan a Dios por medio de la oración,
pero se desalientan pronto porque ignoran que la oración viene también
del Espíritu Santo y no solamente de ellos.
2727 También tenemos que hacer frente a mentalidades
de "este mundo" que nos invaden si no estamos vigilantes. Por ejemplo: lo
verdadero sería sólo aquello que se puede verificar por la
razón y la ciencia (ahora bien, orar es un misterio que desborda nuestra
conciencia y nuestro inconsciente); es valioso aquello que produce y da rendimiento
(luego, la oración es inútil, pues es improductiva); el sensualismo
y el confort adoptados como criterios de verdad, de bien y de belleza (y
he aquí que la oración es "amor de la Belleza absoluta" (philocalia),
y sólo se deja cautivar por la gloria del Dios vivo y verdadero);
y por reacción contra el activismo, se da otra mentalidad según
la cual la oración es vista como posibilidad de huir de este mundo
(pero la oración cristiana no puede escaparse de la historia ni divorciarse
de la vida).
2728 Por último, en este combate hay que hacer
frente a lo que es sentido como fracasos en la oración: desaliento
ante la sequedad, tristeza de no entregarnos totalmente al Señor, porque
tenemos "muchos bienes" (cf Mc 10, 22), decepción por no ser escuchados
según nuestra propia voluntad, herida de nuestro orgullo que se endurece
en nuestra indignidad de pecadores, alergia a la gratuidad de la oración...
La conclusión es siempre la misma: ¿Para qué orar?
Es necesario luchar con humildad, confianza y perseverancia, si se quieren
vencer estos obstáculos.
II NECESIDAD DE UNA HUMILDE VIGILANCIA
Frente a las dificultades de la oración
2729 La dificultad
habitual de la oración es la distracción. En la oración
vocal, la distracción puede referirse a las palabras y al sentido
de éstas. La distracción, de un modo más profundo,
puede referirse a Aquel al que oramos, tanto en la oración vocal
(litúrgica o personal), como en la meditación y en la oración
contemplativa. Salir a la caza de la distracción es caer en sus redes;
basta volver a concentrarse en la oración: la distracción
descubre al que ora aquello a lo que su corazón está apegado.
Esta toma de conciencia debe empujar al orante a ofrecerse al Señor
para ser purificado. El combate se decide cuando se elige a quién
se desea servir (cf Mt 6,21.24).
2730 Mirado positivamente, el combate contra el yo posesivo
y dominador consiste en la vigilancia. Cuando Jesús insiste en la
vigilancia, es siempre en relación a El, a su Venida, al último
día y al "hoy". El esposo viene en mitad de la noche; la luz que no
debe apagarse es la de la fe: "Dice de ti mi corazón: busca su rostro"
(Sal 27, 8).
2731 Otra dificultad, especialmente para los que quieren
sinceramente orar, es la sequedad. Forma parte de la contemplación
en la que el corazón está seco, sin gusto por los pensamientos,
recuerdos y sentimientos, incluso espirituales. Es el momento en que la
fe es más pura, la fe que se mantiene firme junto a Jesús
en su agonía y en el sepulcro. "El grano de trigo, si muere, da mucho
fruto" (Jn 12, 24). Si la sequedad se debe a falta de raíz, porque
la Palabra ha caído sobre roca, no hay éxito en el combate
sin una mayor conversión (cf Lc 8, 6. 13).
Frente a las tentaciones en la oración
2732 La tentación
más frecuente, la más oculta, es nuestra falta de fe. Esta
se expresa menos en una incredulidad declarada que en unas preferencias
de hecho. Se empieza a orar y se presentan como prioritarios mil trabajos
y cuidados que se consideran más urgentes.
2733 Otra tentación a la que abre la puerta la
presunción es la acedia. Los Padres espirituales entienden por ella
una forma de aspereza o de desabrimiento debidos al relajamiento de la ascesis,
al descuido de la vigilancia, a la negligencia del corazón. "El espíritu
está pronto pero la carne es débil" (Mt 26, 41). El desaliento,
doloroso, es el reverso de la presunción. Quien es humilde no se extraña
de su miseria; ésta le lleva a una mayor confianza, a mantenerse
firme en la constancia.
III LA CONFIANZA FILIAL
2734 La confianza
filial se prueba en la tribulación (cf. Rm 5, 3-5), particularmente
cuando se ora pidiendo para sí o para los demás. Hay quien
deja de orar porque piensa que su oración no es escuchada. A este
respecto se plantean dos cuestiones: Por qué la oración de
petición no ha sido escuchada; y cómo la oración es
escuchada o "eficaz".
Queja por la oración no escuchada
2735 He aquí
una observación llamativa: cuando alabamos a Dios o le damos gracias
por sus beneficios en general, no estamos preocupados por saber si esta oración
le es agradable. Por el contrario, cuando pedimos, exigimos ver el resultado.
¿Cuál es entonces la imagen de Dios presente en este modo de
orar: Dios como medio o Dios como el Padre de Nuestro Señor Jesucristo?
2736 ¿Estamos convencidos de que "nosotros no
sabemos pedir como conviene" (Rm 8, 26)? ¿Pedimos a Dios los "bienes
convenientes"? Nuestro Padre sabe bien lo que nos hace falta antes de que
nosotros se lo pidamos (cf. Mt 6, 8) pero espera nuestra petición
porque la dignidad de sus hijos está en su libertad. Por tanto es
necesario orar con su Espíritu de libertad, para poder conocer en
verdad su deseo (cf Rm 8, 27).
2737 "No tenéis porque no pedís. Pedís
y no recibís porque pedís mal, con la intención de
malgastarlo en vuestras pasiones" (St 4, 2-3; cf. todo el contexto St 4,
1-10; 1, 5-8; 5, 16). Si pedimos con un corazón dividido, "adúltero"
(St 4, 4), Dios no puede escucharnos porque él quiere nuestro bien,
nuestra vida. "¿Pensáis que la Escritura dice en vano: Tiene
deseos ardientes el espíritu que El ha hecho habitar en nosotros"
(St 4,5)? Nuestro Dios está "celoso" de nosotros, lo que es señal
de la verdad de su amor. Entremos en el deseo de su Espíritu y seremos
escuchados:
No te aflijas si no recibes de Dios inmediatamente lo
que pides: es él quien quiere hacerte más bien todavía
mediante tu perseverancia en permanecer con él en oración
(Evagrio, or. 34). El quiere que nuestro deseo sea probado en la oración.
Así nos dispone para recibir lo que él está dispuesto
a darnos (San Agustín, ep. 130, 8, 17).
La oración es eficaz
2738 La revelación
de la oración en la economía de la salvación enseña
que la fe se apoya en la acción de Dios en la historia. La confianza
filial es suscitada por medio de su acción por excelencia: la Pasión
y la Resurrección de su Hijo. La oración cristiana es cooperación
con su Providencia y su designio de amor hacia los hombres.
2739 En San Pablo, esta confianza es audaz (cf Rm 10,
12-13), basada en la oración del Espíritu en nosotros y en el
amor fiel del Padre que nos ha dado a su Hijo único (cf Rm 8, 26-39).
La transformación del corazón que ora es la primera respuesta
a nuestra petición.
2740 La oración de Jesús hace de la oración
cristiana una petición eficaz. El es su modelo. El ora en nosotros
y con nosotros. Puesto que el corazón del Hijo no busca más
que lo que agrada al Padre, ¿cómo el de los hijos de adopción
se apegaría más a los dones que al Dador?.
2741 Jesús ora también por nosotros, en
nuestro lugar y favor nuestro. Todas nuestras peticiones han sido recogidas
una vez por todas en sus Palabras en la Cruz; y escuchadas por su Padre en
la Resurrección: por eso no deja de interceder por nosotros ante el
Padre (cf Hb 5, 7; 7, 25; 9, 24). Si nuestra oración está resueltamente
unida a la de Jesús, en la confianza y la audacia filial, obtenemos
todo lo que pidamos en su Nombre, y aún más de lo que pedimos:
recibimos al Espíritu Santo, que contiene todos los dones.
IV PERSEVERAR EN EL AMOR
2742 "Orad constantemente"
(1 Ts 5, 17), "dando gracias continuamente y por todo a Dios Padre, en nombre
de Nuestro Señor Jesucristo" (Ef 5, 20), "siempre en oración
y suplica, orando en toda ocasión en el Espíritu, velando juntos
con perseverancia e intercediendo por todos los santos" (Ef 6, 18)."No nos
ha sido prescrito trabajar, vigilar y ayunar constantemente; pero sí
tenemos una ley que nos manda orar sin cesar" (Evagrio, cap. pract. 49).
Este ardor incansable no puede venir más que del amor. Contra nuestra
inercia y nuestra pereza, el combate de la oración es el del amor
humilde, confiado y perseverante. Este amor abre nuestros corazones a tres
evidencias de fe, luminosas y vivificantes:
2743 Orar es siempre posible: El tiempo del cristiano
es el de Cristo resucitado que está "con nosotros, todos los días"
(Mt 28, 20), cualesquiera que sean las tempestades (cf Lc 8, 24). Nuestro
tiempo está en las manos de Dios:
Es posible, incluso en el mercado o en un paseo solitario,
hacer una frecuente y fervorosa oración. Sentados en vuestra tienda,
comprando o vendiendo, o incluso haciendo la cocina (San Juan Crisóstomo,
ecl.2).
2744 Orar es una necesidad vital: si no nos dejamos llevar
por el Espíritu caemos en la esclavitud del pecado (cf Ga 5, 16-25).
¿Cómo puede el Espíritu Santo ser "vida nuestra", si
nuestro corazón está lejos de él?
Nada vale como la oración: hace posible lo que
es imposible, fácil lo que es difícil. Es imposible que el
hombre que ora pueda pecar (San Juan Crisóstomo, Anna 4, 5)
Quien ora se salva ciertamente, quien no ora se condena
ciertamente (San Alfonso María de Ligorio, mez.).
2745 Oración y vida cristiana son inseparables
porque se trata del mismo amor y de la misma renuncia que procede del amor.
La misma conformidad filial y amorosa al designio de amor del Padre. La
misma unión transformante en el Espíritu Santo que nos conforma
cada vez más con Cristo Jesús. El mismo amor a todos los hombres,
ese amor con el cual Jesús nos ha amado. "Todo lo que pidáis
al Padre en mi Nombre os lo concederá. Lo que os mando es que os
améis los unos a los otros" (Jn 15, 16-17).
Ora continuamente el que une la oración a las
obras y las obras a la oración. Sólo así podemos encontrar
realizable el principio de la oración continua (Orígenes,
or. 12).
LA ORACION DE LA HORA DE JESUS
2746 Cuando ha llegado
su hora, Jesús ora al Padre (cf Jn 17). Su oración, la más
larga transmitida por el Evangelio, abarca toda la Economía de la
creación y de la salvación, así como su Muerte y su
Resurrección. Al igual que la Pascua de Jesús, sucedida "una
vez por todas", permanece siempre actual, de la misma manera la oración
de la "hora de Jesús" sigue presente en la Liturgia de la Iglesia.
2747 La tradición cristiana acertadamente la denomina
la oración "sacerdotal" de Jesús. Es la oración de
nuestro Sumo Sacerdote, inseparable de su sacrificio, de su "paso" [pascua]
hacia el Padre donde él es "consagrado" enteramente al Padre (cf
Jn 17, 11. 13. 19).
2748 En esta oración pascual, sacrificial, todo
está "recapitulado" en El (cf Ef 1, 10): Dios y el mundo, el Verbo
y la carne, la vida eterna y el tiempo, el amor que se entrega y el pecado
que lo traiciona, los discípulos presentes y los que creerán
en El por su palabra, la humillación y la Gloria. Es la oración
de la unidad.
2749 Jesús ha cumplido toda la obra del Padre,
y su oración, al igual que su sacrificio, se extiende hasta la consumación
de los siglos. La oración de la "hora de Jesús" llena los
últimos tiempos y los lleva hacia su consumación. Jesús,
el Hijo a quien el Padre ha dado todo, se entrega enteramente al Padre y,
al mismo tiempo, se expresa con una libertad soberana (cf Jn 17, 11. 13.
19. 24) debido al poder que el Padre le ha dado sobre toda carne. El Hijo
que se ha hecho Siervo, es el Señor, el Pantocrator. Nuestro Sumo
Sacerdote que ruega por nosotros es también el que ora en nosotros
y el Dios que nos escucha.
2750 Si en el Santo Nombre de Jesús, nos ponemos
a orar, podemos recibir en toda su hondura la oración que él
nos enseña: "Padre Nuestro". La oración sacerdotal de Jesús
inspira, desde dentro, las grandes peticiones del Padrenuestro: la preocupación
por el Nombre del Padre (cf Jn 17, 6. 11. 12. 26), el deseo de su Reino
(la Gloria; cf Jn 17, 1. 5. 10. 24. 23-26), el cumplimiento de la voluntad
del Padre, de su Designio de salvación (cf Jn 17, 2. 4 .6. 9. 11.
12. 24) y la liberación del mal (cf Jn 17, 15).
2751 Por último, en esta oración Jesús
nos revela y nos da el "conocimiento" indisociable del Padre y del Hijo
(cf Jn 17, 3. 6-10. 25) que es el misterio mismo de la vida de oración.
RESUMEN
2752 La oración
supone un esfuerzo y una lucha contra nosotros mismos y contra las astucias
del Tentador. El combate de la oración es inseparable del "combate
espiritual" necesario para actuar habitualmente según el Espíritu
de Cristo: Se ora como se vive porque se vive como se ora.
2753 En el combate de la oración debemos hacer
frente a concepciones erróneas, a diversas corrientes de menta lidad,
a la experiencia de nuestros fracasos. A estas tentaciones que ponen en
duda la utilidad o la posibilidad misma de la oración conviene responder
con humildad, confianza y perseverancia.
2754 Las dificultades principales en el ejercicio
de la or ación son la distracción y la sequedad. El remedio
está en la fe, la conversión y la vigilancia del corazón.
2755 Dos tentaciones frecuentes amenazan la oración:
la falta de fe y la acedia que es una forma de depresión debida al
relajamiento de la ascesis y que lleva al desaliento.
2756 La confianza filial se pone a prueba cuando tenemos
el sentimiento de no ser siempre escuchados. El Evangelio nos invita a conformar
nuestra oración al deseo del Espíritu.
2757 "Orad continuamente" (1 Ts 5, 17). Orar es siempre
posible . Es incluso una necesidad vital. Oración y vida cristiana
son inseparables.
2758 La oración de la "hora de Jesús",
llamada rectamente "oración sacerdotal" (cf Jn 17), recapitula toda
la Economía de la creación y de la salvación. Inspira
las grandes peticiones del "Padre Nuestro".
SEGUNDA SECCION: LA ORACION DEL SEÑOR: "PADRE NUESTRO"
2759. "Estando
él [Jesús] en cierto lugar, cuando terminó, le dijo
uno de sus discípulos: 'Maestro, enséñanos a orar,
como enseñó Juan a sus discípulos.'" (Lc 11, 1). En
respuesta a esta petición, el Señor confía a sus discípulos
y a su Iglesia la oración cristiana fundamental. San Lucas da de
ella un texto breve (con cinco peticiones: cf Lc 11, 2-4), San Mateo una
versión más desarrollada (con siete peticiones: cf Mt 6, 9-13).
la tradición litúrgica de la Iglesia ha conservado el texto
de San Mateo:
Padre nuestro, que estás en el
cielo,
santificado sea tu Nombre;
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad en la tierra como en
el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas como también
nosotros perdonamos a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal.
2760 Muy pronto,
la práctica litúrgica concluyó la oración del
Señor con una doxología. En la Didaché (8, 2) se afirma:
"Tuyo es el poder y la gloria por siempre". Las Constituciones apostólicas
(7, 24, 1) añaden en el comienzo: "el reino"': y ésta la fórmula
actual para la oración ecuménica. La tradición bizantina
añade después un gloria al "Padre, Hijo y Espíritu
Santo". El misal romano desarrolla la última petición (Embolismo:
"líbranos del mal") en la perspectiva explícita de "aguardando
la feliz esperanza" (Tt 2, 13) y "la gloriosa venida de nuestro Salvador
Jesucristo"; después se hace la aclamación de la asamblea, volviendo
a tomar la doxología de las Constituciones apostólicas.
Artículo 1
“RESUMEN DE TODO EL EVANGELIO”
2761 "La oración
dominical es en verdad el resumen de todo el Evangelio" (Tertuliano, or.
1). "Cuando el Señor hubo legado esta fórmula de oración,
añadió: 'Pedid y se os dará' (Lc 11, 9). Por tanto,
cada uno puede dirigir al cielo diversas oraciones según sus necesidades,
pero comenzando siempre por la oración del Señor que sigue
siendo la oración fundamental" (Tertuliano, or. 10).
I CORAZON DE LAS SAGRADAS ESCRITURAS
2762 Después
de haber expuesto cómo los salmos son el alimento principal de la
oración cristiana y confluyen en las peticiones del Padre Nuestro,
San Agustín concluye:
Recorred todas las oraciones que hay en las Escrituras,
y no creo que podáis encontrar algo que no esté incluido
en la oración dominical (ep. 130, 12, 22).
2763 Toda la Escritura (la Ley, los Profetas, y los Salmos)
se cumplen en Cristo (cf Lc 24, 44). El evangelio es esta "Buena Nueva".
Su primer anuncio está resumido por San Mateo en el Sermón
de la Montaña (cf. Mt 5-7). Pues bien, la oración del Padre
Nuestro está en el centro de este anuncio. En este contexto se aclara
cada una de las peticiones de la oración que nos dio el Señor:
La oración dominical es la más perfecta
de las oraciones... En ella, no sólo pedimos todo lo que podemos
desear con rectitud, sino además según el orden en que conviene
desearlo. De modo que esta oración no sólo nos enseña
a pedir, sino que también forma toda nuestra afectividad. (Santo
Tomás de A., s. th. 2-2. 83, 9).
2764 El Sermón de la Montaña es doctrina
de vida, la oración dominical es plegaria, pero en uno y otra el
Espíritu del Señor da forma nueva a nuestros deseos, esos
movimientos interiores que animan nuestra vida. Jesús nos enseña
esta vida nueva por medio de sus palabras y nos enseña a pedirla
por medio de la oración. De la rectitud de nuestra oración
dependerá la de nuestra vida en El.
II “LA ORACION DEL SEÑOR”
2765 La expresión
tradicional "Oración dominical" [es decir, "oración del Señor"]
significa que la oración al Padre nos la enseñó y nos
la dio el Señor Jesús. Esta oración que nos viene de
Jesús es verdaderamente única: ella es "del Señor".
Por una parte, en efecto, por las palabras de esta oración el Hijo
único nos da las palabras que el Padre le ha dado (cf Jn 17, 7):
él es el Maestro de nuestra oración. Por otra parte, como
Verbo encarnado, conoce en su corazón de hombre las necesidades de
sus hermanos y hermanas los hombres, y nos las revela: es el Modelo de nuestra
oración.
2766 Pero Jesús no nos deja una fórmula
para repetirla de modo mecánico (cf Mt 6, 7; 1 R 18, 26-29). Como en
toda oración vocal, el Espíritu Santo, a través de la
Palabra de Dios, enseña a los hijos de Dios a hablar con su Padre.
Jesús no sólo nos enseña las palabras de la oración
filial, sino que nos da también el Espíritu por el que éstas
se hacen en nosotros "espíritu y vida" (Jn 6, 63). Más todavía:
la prueba y la posibilidad de nuestra oración filial es que el Padre
"ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama:
'¡Abbá, Padre!'" (Ga 4, 6). Ya que nuestra oración interpreta
nuestros deseos ante Dios, es también "el que escruta los corazones",
el Padre, quien "conoce cuál es la aspiración del Espíritu,
y que su intercesión en favor de los santos es según Dios"
(Rm 8, 27). La oración al Padre se inserta en la misión misteriosa
del Hijo y del Espíritu.
III ORACION DE LA IGLESIA
2767 Este don indisociable
de las palabras del Señor y del Espíritu Santo que les da
vida en el corazón de los creyentes ha sido recibido y vivido por
la Iglesia desde los comienzos. Las primeras comunidades recitan la Oración
del Señor "tres veces al día" (Didaché 8, 3), en lugar
de las "Dieciocho bendiciones" de la piedad judía.
2768 Según la Tradición apostólica,
la Oración del Señor está arraigada esencialmente en
la oración litúrgica.
El Señor nos enseña a orar en común
por todos nuestros hermanos. Porque él no dice "Padre mío"
que estás en el cielo, sino "Padre nuestro", a fin de que nuestra
oración sea de una sola alma para todo el Cuerpo de la Iglesia (San
Juan Crisóstomo, hom. in Mt. 19, 4).
En todas las tradiciones litúrgicas, la Oración
del Señor es parte integrante de las principales Horas del Oficio
divino. Este carácter eclesial aparece con evidencia sobre todo en
los tres sacramentos de la iniciación cristiana:
2769 En el Bautismo y la Confirmación, la entrega
["traditio"] de la Oración del Señor significa el nuevo nacimiento
a la vida divina. Como la oración cristiana es hablar con Dios con
la misma Palabra de Dios, "los que son engendrados de nuevo por la Palabra
del Dios vivo" (1 P 1, 23) aprenden a invocar a su Padre con la única
Palabra que él escucha siempre. Y pueden hacerlo de ahora en adelante
porque el Sello de la Unción del Espíritu Santo ha sido grabado
indeleble en sus corazones, sus oídos, sus labios, en todo su ser
filial. Por eso, la mayor parte de los comentarios patrísticos del
Padre Nuestro están dirigidos a los catecúmenos y a los neófitos.
Cuando la Iglesia reza la Oración del Señor, es siempre el
Pueblo de los "neófitos" el que ora y obtiene misericordia (cf 1 P
2, 1-10).
2770 En la Liturgia eucarística, la Oración
del Señor aparece como la oración de toda la Iglesia. Allí
se revela su sentido pleno y su eficacia. Situada entre la Anáfora
(Oración eucarística) y la liturgia de la Comunión,
recapitula por una parte todas las peticiones e intercesiones expresadas
en el movimiento de la epíclesis, y, por otra parte, llama a la puerta
del Festín del Reino que la comunión sacramental va a anticipar.
2771 En la Eucaristía, la Oración del Señor
manifiesta también el carácter escatológico de sus
peticiones. Es la oración propia de los "últimos tiempos",
tiempos de salvaci ón que han comenzado con la efusión del
Espíritu Santo y que terminarán con la Vuelta del Señor.
Las peticiones al Padre, a diferencia de las oraciones de la Antigua Alianza,
se apoyan en el misterio de salvación ya realizado, de una vez por
todas, en Cristo crucificado y resucitado.
2772 De esta fe inquebrantable brota la esperanza que
suscita cada una de las siete peticiones. Estas expresan los gemidos del tiempo
presente, este tiempo de paciencia y de espera durante el cual "aún
no se ha manifestado lo que seremos" (1 Jn 3, 2; cf Col. 3, 4). La Eucaristía
y el Padrenuestro están orientados hacia la venida del Señor,
"¡hasta que venga!" (1 Co. 11, 26).
RESUMEN
2773 En respuesta
a la petición de sus discípulos ("Señor, enséñanos
a orar": Lc 11, 1), Jesús les entrega la oración cristiana
fundamental, el "Padre Nuestro".
2774 "La oración dominical es, en verdad, el
resumen de todo el Evangelio" (Tertuliano, or. 1), "la más perfecta
de las oraciones" (Santo Tomás de A. s. th. 2-2, 83, 9). Es el corazón
de las Sagradas Escrituras.
2775 Se llama "Oración dominical" porque nos
viene del Señor Jesús, Maestro y modelo de nuestra oración.
2776 La Oración dominical es la oración
por excelencia de la Iglesia. Forma parte integrante de las principales
Horas del Oficio divino y de los sacramentos de la iniciación cristiana:
Bautismo, Confirmación y Eucaristía. Inserta en la Eucaristía,
manifiesta el carácter "escatológico" de sus peticiones, en
la esperanza del Señor, "hasta que venga" (1 Co 11, 26).
Artículo 2 “PADRE NUESTRO QUE
ESTAS EN EL CIELO”
I ACERCARSE A EL CON TODA CONFIANZA
2777 En la liturgia
romana, se invita a la asamblea eucarística a rezar el Padre Nuestro
con una audacia filial; las liturgias orientales usan y desarrollan expresiones
análogas: "Atrevernos con toda confianza", "Haznos dignos de". Ante
la zarza ardiendo, se le dijo a Moisés: "No te acerques aquí.
Quita las sandalias de tus pies" (Ex 3, 5). Este umbral de la santidad divina,
sólo lo podía franquear Jesús, el que "después
de llevar a cabo la purificación de los pecados" (Hb 1, 3), nos introduce
en presencia del Padre: "Hénos aquí, a mí y a los hijos
que Dios me dio" (Hb 2, 13):
La conciencia que tenemos de nuestra condición
de esclavos nos haría meternos bajo tierra, nuestra condición
terrena se desharía en polvo, si la autoridad de nuestro mismo Padre
y el Espíritu de su Hijo, no nos empujasen a proferir este grito:
'Abbá, Padre' (Rm 8, 15) ... ¿Cuándo la debilidad de
un mortal se atrevería a llamar a Dios Padre suyo, sino solamente
cuando lo íntimo del hombre está animado por el Poder de lo
alto? (San Pedro Crisólogo, serm. 71).
2778 Este poder del Espíritu que nos introduce
en la Oración del Señor se expresa en las liturgias de Oriente
y de Occidente con la bella palabra, típicamente cristiana: "parrhesia",
simplicidad sin desviación, conciencia filial, seguridad alegre,
audacia humilde, certeza de ser amado (cf Ef 3, 12; Hb 3, 6; 4, 16; 10,
19; 1 Jn 2,28; 3, 21; 5, 14).
II “¡PADRE!”
2779 Antes de hacer
nuestra esta primera exclamación de la Oración del Señor,
conviene purificar humildemente nuestro corazón de ciertas imágenes
falsas de "este mundo". La humildad nos hace reconocer que "nadie conoce
al Padre, sino el Hijo y aquél a quien el Hijo se lo quiera revelar",
es decir "a los pequeños" (Mt 11, 25-27). La purificación
del corazón concierne a imágenes paternales o maternales,
correspondientes a nuestra historia personal y cultural, y que impregnan
nuestra relación con Dios. Dios nuestro Padre transciende las categorías
del mundo creado. Transferir a él, o contra él, nuestras ideas
en este campo sería fabricar ídolos para adorar o demoler.
Orar al Padre es entrar en su misterio, tal como El es, y tal como el Hijo
nos lo ha revelado:
La expresión Dios Padre no había sido
revelada jamás a nadie. Cuando Moisés preguntó a Dios
quién era El, oyó otro nombre. A nosotros este nombre nos
ha sido revelado en el Hijo, porque este nombre implica el nuevo nombre
del Padre (Tertuliano, or. 3).
2780 Podemos invocar a Dios como "Padre" porque él
nos ha sido revelado por su Hijo hecho hombre y su Espíritu nos lo
hace conocer. Lo que el hombre no puede concebir ni los poderes angélicos
entrever, es decir, la relación personal del Hijo hacia el Padre
(cf Jn 1, 1), he aquí que el Espíritu del Hijo nos hace participar
de esta relación a quienes creemos que Jesús es el Cristo
y que hemos nacido de Dios (cf 1 Jn 5, 1).
2781 Cuando oramos al Padre estamos en comunión
con El y con su Hijo, Jesucristo (cf 1 Jn 1, 3). Entonces le conocemos y
lo reconocemos con admiración siempre nueva. La primera palabra de
la Oración del Señor es una bendición de adoración,
antes de ser una imploración. Porque la Gloria de Dios es que nosotros
le reconozcamos como "Padre", Dios verdadero. Le damos gracias por habernos
revelado su Nombre, por habernos concedido creer en él y por haber
sido habitados por su presencia.
2782 Podemos adorar al Padre porque nos ha hecho renacer
a su vida al adoptarnos como hijos suyos en su Hijo único: por el
Bautismo nos incorpora al Cuerpo de su Cristo, y, por la Unción de
su Espíritu que se derrama desde la Cabeza a los miembros, hace de
nosotros "cristos":
Dios, en efecto, que nos ha destinado a la adopción
de hijos, nos ha conformado con el Cuerpo glorioso de Cristo. Por tanto,
de ahora en adelante, como participantes de Cristo, sois llamados "cristos"
con justa causa. (San Cirilo de Jerusalén, catech. myst. 3, 1).
El hombre nuevo, que ha renacido y vuelto a su Dios
por la gracia, dice primero: "¡Padre!", porque ha sido hecho hijo
(San Cipriano, Dom. orat. 9).
2783 Así pues, por la Oración del Señor,
hemos sido revelados a nosotros mismos al mismo tiempo que nos ha sido revelado
el Padre (cf GS 22, 1):
Tú, hombre, no te atrevías a levantar
tu cara hacia el cielo, tú bajabas los ojos hacia la tierra, y de
repente has recibido la gracia de Cristo: todos tus pecados te han sido
perdonados. De siervo malo, te has convertido en buen hijo... Eleva, pues,
los ojos hacia el Padre que te ha rescatado por medio de su Hijo y di: Padre
nuestro... Pero no reclames ningún privilegio. No es Padre, de manera
especial, más que de Cristo, mientras que a nosotros nos ha creado.
Di entonces también por medio de la gracia: Padre nuestro, para merecer
ser hijo suyo (San Ambrosio, sacr. 5, 19).
2784 Este don gratuito de la adopción exige por
nuestra parte una conversión continua y una vida nueva. Orar a nuestro
Padre debe desarrollar en nosotros dos disposiciones fundamentales:
El deseo y la voluntad de asemejarnos a él. Creados
a su imagen, la semejanza se nos ha dado por gracia y tenemos que responder
a ella.
Es necesario acordarnos, cuando llamemos a Dios 'Padre
nuestro', de que debemos comportarnos como hijos de Dios (San Cipriano,
Dom. orat. 11).
No podéis llamar Padre vuestro al Dios de toda
bondad si mantenéis un corazón cruel e inhumano; porque en
este caso ya no tenéis en vosotros la señal de la bondad del
Padre celestial (San Juan Crisóstomo, hom. in Mt 7, 14).
Es necesario contemplar continuamente la belleza del
Padre e impregnar de ella nuestra alma (San Gregorio de Nisa, or. dom. 2).
2785 Un corazón humilde y confiado que nos hace
volver a ser como niños (cf Mt 18, 3); porque es a "los pequeños"
a los que el Padre se revela (cf Mt 11, 25):
Es una mirada a Dios nada más, un gran fuego
de amor. El alma se hunde y se abisma allí en la santa dilección
y habla con Dios como con su propio Padre, muy familiarmente, en una ternura
de piedad en verdad entrañable (San Juan Casiano, coll. 9, 18).
Padre nuestro: este nombre suscita en nosotros todo
a la vez, el amor, el gusto en la oración, ... y también la
esperanza de obtener lo que vamos a pedir ...¿Qué puede El,
en efecto, negar a la oración de sus hijos, cuando ya previamente
les ha permitido ser sus hijos? (San Agustín, serm. Dom. 2, 4, 16).
III PADRE “NUESTRO”
2786 Padre "Nuestro"
se refiere a Dios. Este adjetivo, por nuestra parte, no expresa una posesión,
sino una relación totalmente nueva con Dios.
2787 Cuando decimos Padre "nuestro", reconocemos ante
todo que todas sus promesas de amor anunciadas por los Profetas se han cumplido
en la nueva y eterna Alianza en Cristo: hemos llegado a ser "su Pueblo"
y El es desde ahora en adelante "nuestro Dios". Esta relación nueva
es una pertenencia mutua dada gratuitamente: por amor y fidelidad (cf Os
2, 21-22; 6, 1-6) tenemos que responder "a la gracia y a la verdad que nos
han sido dadas en Jesucristo (Jn 1, 17).
2788 Como la Oración del Señor es la de
su Pueblo en los "últimos tiempos", ese "nuestro" expresa también
la certeza de nuestra esperanza en la última promesa de Dios: en
la nueva Jerusalén dirá al vencedor: "Yo seré su Dios
y él será mi hijo" (Ap 21, 7).
2789 Al decir Padre "nuestro", es al Padre de nuestro
Señor Jesucristo a quien nos dirigimos personalmente. No dividimos
la divinidad, ya que el Padre es su "fuente y origen", sino confesamos que
eternamente el Hijo es engendrado por El y que de El procede el Espíritu
Santo. No confundimos de ninguna manera las personas, ya que confesamos que
nuestra comunión es con el Padre y su Hijo, Jesucristo, en su único
Espíritu Santo. La Santísima Trinidad es consubstancial e
indivisible. Cuando oramos al Padre, le adoramos y le glorificamos con el
Hijo y el Espíritu Santo.
2790 Gramaticalmente, "nuestro" califica una realidad
común a varios. No hay más que un solo Dios y es reconocido
Padre por aquellos que, por la fe en su Hijo único, han renacido de
El por el agua y por el Espíritu (cf 1 Jn 5, 1; Jn 3, 5). La Iglesia
es esta nueva comunión de Dios y de los hombres: unida con el Hijo
único hecho "el primogénito de una multitud de hermanos" (Rm
8, 29) se encuentra en comunión con un solo y mismo Padre, en un solo
y mismo Espíritu (cf Ef 4, 4-6). Al decir Padre "nuestro", la
oración de cada bautizado se hace en esta comunión: "La multitud
de creyentes no tenía más que un solo corazón y una sola
alma" (Hch 4, 32).
2791 Por eso, a pesar de las divisiones entre los cristianos,
la oración al Padre "nuestro" continúa siendo un bien común
y un llamamiento apremiante para todos los bautizados. En comunión
con Cristo por la fe y el Bautismo, los cristianos deben participar en la
oración de Jesús por la unidad de sus discípulos (cf
UR 8; 22).
2792 Por último, si recitamos en verdad el "Padre
Nuestro", salimos del individualismo, porque de él nos libera el
Amor que recibimos. El adjetivo "nuestro" al comienzo de la Oración
del Señor, así como el "nosotros" de las cuatro últimas
peticiones no es exclusivo de nadie. Para que se diga en verdad (cf Mt 5,
23-24; 6, 14-16), debemos superar nuestras divisiones y los conflictos entre
nosotros.
2793 Los bautizados no pueden rezar al Padre "nuestro"
sin llevar con ellos ante El todos aquellos por los que el Padre ha entregado
a su Hijo amado. El amor de Dios no tiene fronteras, nuestra oración
tampoco debe tenerla (cf. NA 5). Orar a "nuestro" Padre nos abre a dimensiones
de su Amor manifestado en Cristo: orar con todos los hombres y por todos
los que no le conocen aún para que "estén reunidos en la unidad"
(Jn 11, 52). Esta solicitud divina por todos los hombres y por toda la creación
ha animado a todos los grandes orantes.
IV “QUE ESTAS EN EL CIELO”
2794 Esta expresión
bíblica no significa un lugar ["el espacio"] sino una manera de ser;
no el alejamiento de Dios sino su majestad. Dios Padre no está "fuera",
sino "más allá de todo" lo que acerca de la santidad divina
puede el hombre concebir. Como es tres veces Santo, está totalmente
cerca del corazón humilde y contrito:
Con razón, estas palabras 'Padre nuestro que
estás en el Cielo' hay que entenderlas en relación al corazón
de los justos en el que Dios habita como en su templo. Por eso también
el que ora desea ver que reside en él Aquél a quien invoca
(San Agustín, serm. Dom. 2, 5. 17).
El "cielo" bien podía ser también aquellos
que llevan la imagen del mundo celestial, y en los que Dios habita y se
pasea (San Cirilo de Jerusalén, catech. myst. 5, 11).
2795 El símbolo del cielo nos remite al misterio
de la Alianza que vivimos cuando oramos al Padre. El está en el cielo,
es su morada, la Casa del Padre es por tanto nuestra "patria". De la patria
de la Alianza el pecado nos ha desterrado (cf Gn 3) y hacia el Padre, hacia
el cielo, la conversión del corazón nos hace volver (cf Jr
3, 19-4, 1a; Lc 15, 18. 21). En Cristo se han reconciliado el cielo y la
tierra (cf Is 45, 8; Sal 85, 12), porque el Hijo "ha bajado del cielo", solo,
y nos hace subir allí con él, por medio de su Cruz, su Resurrección
y su Ascensión (cf Jn 12, 32; 14, 2-3; 16, 28; 20, 17; Ef 4, 9-10;
Hb 1, 3; 2, 13).
2796 Cuando la Iglesia ora diciendo "Padre nuestro que
estás en el cielo", profesa que somos el Pueblo de Dios "sentado
en el cielo, en Cristo Jesús" (Ef 2, 6), "ocultos con Cristo en Dios"
(Col 3, 3), y, al mismo tiempo, "gemimos en este estado, deseando ardientemente
ser revestidos de nuestra habitación celestial" (2 Co 5, 2; cf Flp
3, 20; Hb 13, 14):
Los cristianos están en la carne, pero no viven
según la carne. Pasan su vida en la tierra, pero son ciudadanos del
cielo (Epístola a Diogneto 5, 8-9).
RESUMEN
2797 La confianza
sencilla y fiel, la seguridad humilde y alegre son las disposiciones propias
del que reza el "Padre Nuestro".
2798 Podemos invocar a Dios como "Padre" porque nos
lo ha revelado el Hijo de Dios hecho hombre, en quien, por el Bautismo,
somos incorporados y adoptados como hijos de Dios.
2799 La oración del Señor nos pone en
comunión con el Padre y con su Hijo, Jesucristo. Al mismo tiempo,
nos revela a nosotros mismos. (cf GS 22,1).
2800 Orar al Padre debe hacer crecer en nosotros la voluntad
de asemejarnos a él, así como debe fortalecer un corazón
humilde y confiado.
2801 Al decir Padre "Nuestro", invocamos la nueva Alianza
en Jesucristo, la comunión con la Santísima Trinidad y la
caridad divina que se extiende por medio de la Iglesia a lo largo del mundo.
2802 "Que estás en el cielo" no designa un lugar
sino la majestad de Dios y su presencia en el corazón de los justos.
El cielo, la Casa del Padre, constituye la verdadera patria hacia donde
tendemos y a la que ya pertenecemos.
Artículo 3:
LAS SIETE PETICIONES
2803. Después
de habernos puesto en presencia de Dios nuestro Padre para adorarle, amarle
y bendecirle, el Espíritu filial hace surgir de nuestros corazones
siete peticiones, siete bendiciones. Las tres primeras, más teologales,
nos atraen hacia la Gloria del Padre; las cuatro últimas, como caminos
hacia El, ofrecen nuestra miseria a su Gracia. "Abismo que llama al abismo"
(Sal 42, 8).
2804. El primer grupo de peticiones nos lleva hacia El,
para El: ¡tu Nombre, tu Reino, tu Voluntad! Lo propio del amor es
pensar primeramente en Aquél que amamos. En cada una de estas tres
peticiones, nosotros no "nos" nombramos, sino que lo que nos mueve es "el
deseo ardiente", "el ansia" del Hijo amado, por la Gloria de su Padre,(cf
Lc 22, 14; 12, 50): "Santificado sea ... venga ... hágase ...": estas
tres súplicas ya han sido escuchadas en el Sacrificio de Cristo Salvador,
pero ahora están orientadas, en la esperanza, hacia su cumplimiento
final mientras Dios no sea todavía todo en todos (cf 1 Co 15, 28).
2805 El segundo grupo de peticiones se desenvuelve en
el movimiento de ciertas epíclesis eucarísticas: son la ofrenda
de nuestra esperanza y atrae la mirada del Padre de las misericordias. Brota
de nosotros y nos afecta ya ahora, en este mundo: "danos ... perdónanos
... no nos dejes ... líbranos". La cuarta y la quinta petición
se refieren a nuestra vida como tal, sea para alimentarla, sea para curarla
del pecado; las dos últimas se refieren a nuestro combate por la
victoria de la Vida, el combate mismo de la oración.
2806 Mediante las tres primeras peticiones somos afirmados
en la fe, llenos de esperanza y abrasados por la caridad. Como criaturas
y pecadores todavía, debemos pedir para nosotros, un "nosotros" que
abarca el mundo y la historia, que ofrecemos al amor sin medida de nuestro
Dios. Porque nuestro Padre cumple su plan de salvación para nosotros
y para el mundo entero por medio del Nombre de Cristo y del Reino del Espíritu
Santo.
I SANTIFICADO SEA TU NOMBRE
2807 El término
"santificar" debe entenderse aquí, en primer lugar, no en su sentido
causativo (solo Dios santifica, hace santo) sino sobre todo en un sentido
estimativo: reconocer como santo, tratar de una manera santa. Así
es como, en la adoración, esta invocación se entiende a veces
como una alabanza y una acción de gracias (cf Sal 111, 9; Lc 1, 49).
Pero esta petición es enseñada por Jesús como algo
a desear profundamente y como proyecto en que Dios y el hombre se comprometen.
Desde la primera petición a nuestro Padre, estamos sumergidos en el
misterio íntimo de su Divinidad y en el drama de la salvación
de nuestra humanidad. Pedirle que su Nombre sea santificado nos implica en
"el benévolo designio que él se propuso de antemano" para que
nosotros seamos "santos e inmaculados en su presencia, en el amor" (cf Ef
1, 9. 4).
2808 En los momentos decisivos de su Economía,
Dios revela su Nombre, pero lo revela realizando su obra. Esta obra no se
realiza para nosotros y en nosotros más que si su Nombre es santificado
por nosotros y en nosotros.
2809 La santidad de Dios es el hogar inaccesible de su
misterio eterno. Lo que se manifiesta de él en la creación
y en la historia, la Escritura lo llama Gloria, la irradiación de
su Majestad (cf Sal 8; Is 6, 3). Al crear al hombre "a su imagen y semejanza"
(Gn 1, 26), Dios "lo corona de gloria" (Sal 8, 6), pero al pecar,
el hombre queda "privado de la Gloria de Dios" (Rm 3, 23). A partir de entonces,
Dios manifestará su Santidad revelando y dando su Nombre, para restituir
al hombre "a la imagen de su Creador" (Col 3, 10).
2810 En la promesa hecha a Abraham y en el juramento
que la acompaña (cf Hb 6, 13), Dios se compromete a sí mismo
sin revelar su Nombre. Empieza a revelarlo a Moisés (cf Ex 3, 14)
y lo manifiesta a los ojos de todo el pueblo salvándolo de los egipcios:
"se cubrió de Gloria" (Ex 15, 1). Desde la Alianza del Sinaí,
este pueblo es "suyo" y debe ser una "nación santa" (o consagrada,
es la misma palabra en hebreo: cf Ex 19, 5-6) porque el Nombre de Dios habita
en él.
2811 A pesar de la Ley santa que le da y le vuelve a
dar el Dios Santo (cf Lv 19, 2: "Sed santos, porque yo, el Señor,
vuestro Dios soy santo"), y aunque el Señor "tuvo respeto a su Nombre"
y usó de paciencia, el pueblo se separó del Santo de Israel
y "profanó su Nombre entre las naciones" (cf Ez 20, 36). Por eso,
los justos de la Antigua Alianza, los pobres que regresaron del exilio y
los profetas se sintieron inflamados por la pasión por su Nombre.
2812 Finalmente, el Nombre de Dios Santo se nos ha revelado
y dado, en la carne, en Jesús, como Salvador (cf Mt 1, 21; Lc 1,
31): revelado por lo que él ss, por su Palabra y por su Sacrificio
(cf Jn 8, 28; 17, 8; 17, 17-19). Esto es el núcleo de su oración
sacerdotal: "Padre santo ... por ellos me consagro a mí mismo, para
que ellos también sean consagrados en la verdad" (Jn 17, 19). Jesús
nos "manifiesta" el Nombre del Padre (Jn 17, 6) porque "santifica" él
mismo su Nombre (cf Ez 20, 39; 36, 20-21). Al terminar su Pascua, el Padre
le da el Nombre que está sobre todo nombre: Jesús es Señor
para gloria de Dios Padre (cf Flp 2, 9-11).
2813 En el agua del bautismo, hemos sido "lavados, santificados,
justificados en el Nombre del Señor Jesucristo y en el Espíritu
de nuestro Dios" (1 Co 6, 11). A lo largo de nuestra vida, nuestro Padre
"nos llama a la santidad" (1 Ts 4, 7) y como nos viene de él que "estemos
en Cristo Jesús, al cual hizo Dios para nosotros santificación"
(1 Co 1, 30), es cuestión de su Gloria y de nuestra vida el que su
Nombre sea santificado en nosotros y por nosotros. Tal es la exigencia de
nuestra primera petición.
¿Quién podría santificar a Dios
puesto que él santifica? Inspirándonos nosotros en estas palabras
'Sed santos porque yo soy santo' (Lv 20, 26), pedimos que, santificados
por el bautismo, perseveremos en lo que hemos comenzado a ser. Y lo pedimos
todos los días porque faltamos diariamente y debemos purificar nuestros
pecados por una santificación incesante... Recurrimos, por tanto,
a la oración para que esta santidad permanezca en nosotros (San Cipriano,
Dom orat. 12).
2814 Depende inseparablemente de nuestra vida y de nuestra
oración que su Nombre sea santificado entre las naciones:
Pedimos a Dios santificar su Nombre porque él
salva y santifica a toda la creación por medio de la santidad... Se
trata del Nombre que da la salvación al mundo perdido pero nosotros
pedimos que este Nombre de Dios sea santificado en nosotros por nuestra vida.
Porque si nosotros vivimos bien, el nombre divino es bendecido; pero si vivimos
mal, es blasfemado, según las palabras del Apóstol: 'el nombre
de Dios, por vuestra causa, es blasfemado entre las naciones'(Rm 2, 24;
Ez 36, 20-22). Por tanto, rogamos para merecer tener en nuestras almas tanta
santidad como santo es el nombre de nuestro Dios (San Pedro Crisólogo,
serm. 71).
Cuando decimos "santificado sea tu Nombre", pedimos
que sea santificado en nosotros que estamos en él, pero también
en los otros a los que la gracia de Dios espera todavía para conformarnos
al precepto que nos obliga a orar por todos, incluso por nuestros enemigos.
He ahí por qué no decimos expresamente: Santificado sea tu
Nombre 'en nosotros', porque pedimos que lo sea en todos los hombres (Tertuliano,
or. 3).
2815 Esta petición, que contiene a todas, es escuchada
gracias a la oración de Cristo, como las otras seis que siguen. La
oración del Padre nuestro es oración nuestra si se hace "en
el Nombre" de Jesús (cf Jn 14, 13; 15, 16; 16, 24. 26). Jesús
pide en su oración sacerdotal: "Padre santo, cuida en tu Nombre a
los que me has dado" (Jn 17, 11).
II VENGA A NOSOTROS TU REINO
2816 En el Nuevo
Testamento, la palabra "basileia" se puede traducir por realeza (nombre abstracto),
reino (nombre concreto) o reinado (de reinar, nombre de acción). El
Reino de Dios está ante nosotros. Se aproxima en el Verbo encarnado,
se anuncia a través de todo el Evangelio, llega en la muerte y la
Resurrección de Cristo. El Reino de Dios adviene en la Ultima Cena
y por la Eucaristía está entre nosotros. El Reino de Dios
llegará en la gloria cuando Jesucristo lo devuelva a su Padre:
Incluso puede ser que el Reino de Dios signifique Cristo
en persona, al cual llamamos con nuestras voces todos los días y
de quien queremos apresurar su advenimiento por nuestra espera. Como es
nuestra Resurrección porque resucitamos en él, puede ser también
el Reino de Dios porque en él reinaremos (San Cipriano, Dom. orat.
13).
2817 Esta petición es el "Marana Tha", el grito
del Espíritu y de la Esposa: "Ven, Señor Jesús":
Incluso aunque esta oración no nos hubiera mandado
pedir el advenimiento del Reino, habríamos tenido que expresar esta
petición , dirigiéndonos con premura a la meta de nuestras
esperanzas. Las almas de los mártires, bajo el altar, invocan al Señor
con grandes gritos: '¿Hasta cuándo, Dueño santo y veraz,
vas a estar sin hacer justicia por nuestra sangre a los habitantes de la
tierra?' (Ap 6, 10). En efecto, los mártires deben alcanzar la justicia
al fin de los tiempos. Señor, ¡apresura, pues, la venida de
tu Reino! (Tertuliano, or. 5).
2818 En la oración del Señor, se trata
principalmente de la venida final del Reino de Dios por medio del retorno
de Cristo (cf Tt 2, 13). Pero este deseo no distrae a la Iglesia de su misión
en este mundo, más bien la compromete. Porque desde Pentecostés,
la venida del Reino es obra del Espíritu del Señor "a fin de
santificar todas las cosas llevando a plenitud su obra en el mundo" (MR,
plegaria eucarística IV).
2819 "El Reino de Dios es justicia y paz y gozo en el
Espíritu Santo" (Rm 14, 17). Los últimos tiempos en los que
estamos son los de la efusión del Espíritu Santo. Desde entonces
está entablado un combate decisivo entre "la carne" y el Espíritu
(cf Ga 5, 16-25):
Solo un corazón puro puede decir con seguridad:
'¡Venga a nosotros tu Reino!'. Es necesario haber estado en la escuela
de Pablo para decir: 'Que el pecado no reine ya en nuestro cuerpo mortal'
(Rm 6, 12). El que se conserva puro en sus acciones, sus pensamientos y
sus palabras, puede decir a Dios: '¡Venga tu Reino!' (San Cirilo de
Jerusalén, catech. myst. 5, 13).
2820 Discerniendo según el Espíritu, los
cristianos deben distinguir entre el crecimiento del Reino de Dios y el
progreso de la cultura y la promoción de la sociedad en las que están
implicados. Esta distinción no es una separación. La vocación
del hombre a la vida eterna no suprime sino que refuerza su deber de poner
en práctica las energías y los medios recibidos del Creador
para servir en este mundo a la justicia y a la paz (cf GS 22; 32; 39; 45;
EN 31).
2821 Esta petición está sostenida y escuchada
en la oración de Jesús (cf Jn 17, 17-20), presente y eficaz
en la Eucaristía; su fruto es la vida nueva según las Bienaventuranzas
(cf Mt 5, 13-16; 6, 24; 7, 12-13).
III HÁGASE TU VOLUNTAD EN LA TIERRA
COMO EN EL CIELO
2822 La voluntad
de nuestro Padre es "que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento
pleno de la verdad" (1 Tm 2, 3-4). El "usa de paciencia, no queriendo que
algunos perezcan" (2 P 3, 9; cf Mt 18, 14). Su mandamiento que resume todos
los demás y que nos dice toda su voluntad es que "nos amemos los
unos a los otros como él nos ha amado" (Jn 13, 34; cf 1 Jn 3; 4;
Lc 10, 25-37).
2823 El nos ha dado a "conocer el Misterio de su voluntad
según el benévolo designio que en él se propuso de
antemano ... : hacer que todo tenga a Cristo por Cabeza ... a él
por quien entramos en herencia, elegidos de antemano según el previo
designio del que realiza todo conforme a la decisión de su Voluntad"
(Ef 1, 9-11). Pedimos con insistencia que se realice plenamente este designio
benévolo, en la tierra como ya ocurre en el cielo.
2824 En Cristo, y por medio de su voluntad humana, la
voluntad del Padre fue cumplida perfectamente y de una vez por todas. Jesús
dijo al entrar en el mundo: " He aquí que yo vengo, oh Dios, a hacer
tu voluntad" (Hb 10, 7; Sal 40, 7). Sólo Jesús puede decir:
"Yo hago siempre lo que le agrada a él" (Jn 8, 29). En la oración
de su agonía, acoge totalmente esta Voluntad: "No se haga mi voluntad
sino la tuya" (Lc 22, 42; cf Jn 4, 34; 5, 30; 6, 38). He aquí por
qué Jesús "se entregó a sí mismo por nuestros
pecados según la voluntad de Dios" (Ga 1, 4). "Y en virtud de esta
voluntad somos santificados, merced a la oblación de una vez para
siempre del cuerpo de Jesucristo" (Hb 10, 10).
2825 Jesús, "aun siendo Hijo, con lo que padeció,
experimentó la obediencia" (Hb 5, 8). ¡Con cuánta más
razón la deberemos experimentar nosotros, criaturas y pecadores,
que hemos llegado a ser hijos de adopción en él! Pedimos a
nuestro Padre que una nuestra voluntad a la de su Hijo para cumplir su voluntad,
su designio de salvación para la vida del mundo. Nosotros somos radicalmente
impotentes para ello, pero unidos a Jesús y con el poder de su Espíritu
Santo, podemos poner en sus manos nuestra voluntad y decidir escoger lo
que su Hijo siempre ha escogido: hacer lo que agrada al Padre (cf Jn 8,
29):
Adheridos a Cristo, podemos llegar a ser un solo espíritu
con él, y así cumplir su voluntad: de esta forma ésta
se hará tanto en la tierra como en el cielo (Orígenes, or.
26).
Considerad cómo Jesucristo nos enseña
a ser humildes, haciéndonos ver que nuestra virtud no depende sólo
de nuestro esfuerzo sino de la gracia de Dios. El ordena a cada fiel que
ora, que lo haga universalmente por toda la tierra. Porque no dice 'Que tu
voluntad se haga' en mí o en vosotros 'sino en toda la tierra': para
que el error sea desterrado de ella, que la verdad reine en ella, que el
vicio sea destruido en ella, que la virtud vuelva a florecer en ella y que
la tierra ya no sea diferente del cielo (San Juan Crisóstomo, hom.
in Mt 19, 5).
2826 Por la oración, podemos "discernir cuál
es la voluntad de Dios" (Rm 12, 2; Ef 5, 17) y obtener "constancia
para cumplirla" (Hb 10, 36). Jesús nos enseña que se entra
en el Reino de los cielos, no mediante palabras, sino "haciendo la voluntad
de mi Padre que está en los cielos" (Mt 7, 21).
2827 "Si alguno cumple la voluntad de Dios, a ese le
escucha" (Jn 9, 31; cf 1 Jn 5, 14). Tal es el poder de la oración
de la Iglesia en el Nombre de su Señor, sobre todo en la Eucaristía;
es comunión de intercesión con la Santísima Madre de
Dios (cf Lc 1, 38. 49) y con todos los santos que han sido "agradables"
al Señor por no haber querido más que su Voluntad:
Incluso podemos, sin herir la verdad, cambiar estas
palabras: 'Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo' por
estas otras: en la Iglesia como en nuestro Señor Jesucristo; en la
Esposa que le ha sido desposada, como en el Esposo que ha cumplido la voluntad
del Padre (San Agustín, serm. Dom. 2, 6, 24).
IV DANOS HOY NUESTRO PAN DE CADA DIA
2828 "Danos": es
hermosa la confianza de los hijos que esperan todo de su Padre. "Hace salir
su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos" (Mt 5, 45)
y da a todos los vivientes "a su tiempo su alimento" (Sal 104, 27). Jesús
nos enseña esta petición; con ella se glorifica, en efecto,
a nuestro Padre reconociendo hasta qué punto es Bueno más
allá de toda bondad.
2829 Además, "danos" es la expresión de
la Alianza: nosotros somos de El y él de nosotros, para nosotros. Pero
este "nosotros" lo reconoce también como Padre de todos los hombres,
y nosotros le pedimos por todos ellos, en solidaridad con sus necesidades
y sus sufrimientos.
2830 "Nuestro pan". El Padre que nos da la vida no puede
dejar de darnos el alimento necesario para ella, todos los bienes convenientes,
materiales y espirituales. En el Sermón de la montaña, Jesús
insiste en esta confianza filial que coopera con la Providencia de nuestro
Padre (cf Mt 6, 25-34). No nos impone ninguna pasividad (cf 2 Ts 3, 6-13)
sino que quiere librarnos de toda inquietud agobiante y de toda preocupación.
Así es el abandono filial de los hijos de Dios:
A los que buscan el Reino y la justicia de Dios, él
les promete darles todo por añadidura. Todo en efecto pertenece a
Dios: al que posee a Dios, nada le falta, si él mismo no falta a Dios.
(S. Cipriano, Dom. orat. 21).
2831 Pero la existencia de hombres que padecen hambre
por falta de pan revela otra hondura de esta petición. El drama del
hambre en el mundo, llama a los cristianos que oran en verdad a una responsabilidad
efectiva hacia sus hermanos, tanto en sus conductas personales como en su
solidaridad con la familia humana. Esta petición de la Oración
del Señor no puede ser aislada de las parábolas del pobre
Lázaro (cf Lc 16, 19-31) y del juicio final (cf Mt 25, 31-46).
2832 Como la levadura en la masa, la novedad del Reino
debe fermentar la tierra con el Espíritu de Cristo (cf AA 5). Debe
manifestarse por la instauración de la justicia en las relaciones
personales y sociales, económicas e internacionales, sin olvidar jamás
que no hay estructura justa sin seres humanos que quieran ser justos.
2833 Se trata de "nuestro" pan, "uno" para "muchos":
La pobreza de las Bienaventuranzas entraña compartir los bienes:
invita a comunicar y compartir bienes materiales y espirituales, no por
la fuerza sino por amor, para que la abundancia de unos remedie las necesidades
de otros (cf 2 Co 8, 1-15).
2834 "Ora et labora" (cf. San Benito, reg. 20; 48). "Orad
como si todo dependiese de Dios y trabajad como si todo dependiese de vosotros".
Después de realizado nuestro trabajo, el alimento continúa
siendo don de nuestro Padre; es bueno pedírselo, dándole gracias
por él. Este es el sentido de la bendición de la mesa en una
familia cristiana.
2835 Esta petición y la responsabilidad que implica
sirven además para otra clase de hambre de la que desfallecen los
hombres: "No sólo de pan vive el hombre, sino que el hombre vive de
todo lo que sale de la boca de Dios" (Dt 8, 3; Mt 4, 4), es decir, de su
Palabra y de su Espíritu. Los cristianos deben movilizar todos sus
esfuerzos para "anunciar el Evangelio a los pobres". Hay hambre sobre la
tierra, "mas no hambre de pan, ni sed de agua, sino de oír la Palabra
de Dios" (Am 8, 11). Por eso, el sentido específicamente cristiano
de esta cuarta petición se refiere al Pan de Vida: la Palabra de Dios
que se tiene que acoger en la fe, el Cuerpo de Cristo recibido en la Eucaristía
(cf Jn 6, 26-58).
2836 "Hoy" es también una expresión de
confianza. El Señor nos lo enseña (cf Mt 6, 34; Ex 16, 19);
no hubiéramos podido inventarlo. Como se trata sobre todo de su Palabra
y del Cuerpo de su Hijo, este "hoy" no es solamente el de nuestro tiempo mortal:
es el Hoy de Dios:
Si recibes el pan cada día, cada día para
ti es hoy. Si Jesucristo es para ti hoy, todos los días resucita
para ti. ¿Cómo es eso? 'Tú eres mi Hijo; yo te he engendrado
hoy' (Sal 2, 7). Hoy, es decir, cuando Cristo resucita (San Ambrosio, sacr.
5, 26).
2837 "De cada día". La palabra griega, "epiousios",
no tiene otro sentido en el Nuevo Testamento. Tomada en un sentido temporal,
es una repetición pedagógica de "hoy" (cf Ex 16, 19-21) para
confirmarnos en una confianza "sin reserva". Tomada en un sentido cualitativo,
significa lo necesario a la vida, y más ampliamente cualquier bien
suficiente para la subsistencia (cf 1 Tm 6, 8). Tomada al pie de la letra
[epiousios: "lo más esencial"], designa directamente el Pan de Vida,
el Cuerpo de Cristo, "remedio de inmortalidad" (San Ignacio de Antioquía)
sin el cual no tenemos la Vida en nosotros (cf Jn 6, 53-56) Finalmente,
ligado a lo que precede, el sentido celestial es claro: este "día"
es el del Señor, el del Festín del Reino, anticipado en la
Eucaristía, en que pregustamos el Reino venidero. Por eso conviene
que la liturgia eucarística se celebre "cada día".
La Eucaristía es nuestro pan cotidiano. La virtud
propia de este divino alimento es una fuerza de unión: nos une al
Cuerpo del Salvador y hace de nosotros sus miembros para que vengamos a ser
lo que recibimos... Este pan cotidiano se encuentra, además, en las
lecturas que oís cada día en la Iglesia, en los himnos que
se cantan y que vosotros cantáis. Todo eso es necesario en nuestra
peregrinación (San Agustín, serm. 57, 7, 7).
El Padre del cielo nos exhorta a pedir como hijos del
cielo el Pan del cielo (cf Jn 6, 51). Cristo "mismo es el pan que, sembrado
en la Virgen, florecido en la Carne, amasado en la Pasión, cocido
en el Horno del sepulcro, reservado en la Iglesia, llevado a los altares,
suministra cada día a los fieles un alimento celestial" (San Pedro
Crisólogo, serm. 71)
V PERDONA NUESTRAS OFENSAS COMO TAMBIEN
NOSOTROS PERDONAMOS A LOS QUE NOS OFENDEN
2838 Esta petición
es sorprendente. Si sólo comprendiera la primera parte de la frase,
–"perdona nuestras ofensas"– podría estar incluida, implícitamente,
en las tres primeras peticiones de la Oración del Señor, ya
que el Sacrificio de Cristo es "para la remisión de los pecados".
Pero, según el segundo miembro de la frase, nuestra petición
no será escuchada si no hemos respondido antes a una exigencia. Nuestra
petición se dirige al futuro, nuestra respuesta debe haberla precedido;
una palabra las une: "como".
Perdona nuestras ofensas
2839 Con una audaz
confianza hemos empezado a orar a nuestro Padre. Suplicándole que
su Nombre sea santificado, le hemos pedido que seamos cada vez más
santificados. Pero, aun revestidos de la vestidura bautismal, no dejamos
de pecar, de separarnos de Dios. Ahora, en esta nueva petición, nos
volvemos a él, como el hijo pródigo (cf Lc 15, 11-32) y nos
reconocemos pecadores ante él como el publicano (cf Lc 18, 13). Nuestra
petición empieza con una "confesión" en la que afirmamos al
mismo tiempo nuestra miseria y su Misericordia. Nuestra esperanza es firme
porque, en su Hijo, "tenemos la redención, la remisión de
nuestros pecados" (Col 1, 14; Ef 1, 7). El signo eficaz e indudable de su
perdón lo encontramos en los sacramentos de su Iglesia (cf Mt 26,
28; Jn 20, 23).
2840 Ahora bien, este desbordamiento de misericordia
no puede penetrar en nuestro corazón mientras no hayamos perdonado
a los que nos han ofendido. El Amor, como el Cuerpo de Cristo, es indivisible;
no podemos amar a Dios a quien no vemos, si no amamos al hermano, a la hermana
a quien vemos (cf 1 Jn 4, 20). Al negarse a perdonar a nuestros hermanos
y hermanas, el corazón se cierra, su dureza lo hace impermeable al
amor misericordioso del Padre; en la confesión del propio pecado,
el corazón se abre a su gracia.
2841 Esta petición es tan importante que es la
única sobre la cual el Señor vuelve y explicita en el Sermón
de la Montaña (cf Mt 6, 14-15; 5, 23-24; Mc 11, 25). Esta exigencia
crucial del misterio de la Alianza es imposible para el hombre. Pero "todo
es posible para Dios".
... como también nosotros perdonamos a los que
nos ofenden
2842 Este "como"
no es el único en la enseñanza de Jesús: "Sed perfectos
'como' es perfecto vuestro Padre celestial" (Mt 5, 48); "Sed misericordiosos,
'como' vuestro Padre es misericordioso" (Lc 6, 36); "Os doy un mandamiento
nuevo: que os améis los unos a los otros. Que 'como' yo os he amado,
así os améis también vosotros los unos a los otros"
(Jn 13, 34). Observar el mandamiento del Señor es imposible si se
trata de imitar desde fuera el modelo divino. Se trata de una participación,
vital y nacida "del fondo del corazón", en la santidad, en la misericordia,
y en el amor de nuestro Dios. Sólo el Espíritu que es "nuestra
Vida" (Ga 5, 25) puede hacer nuestros los mismos sentimientos que hubo en
Cristo Jesús (cf Flp 2, 1. 5). Así, la unidad del perdón
se hace posible, "perdonándonos mutuamente 'como' nos perdonó
Dios en Cristo" (Ef 4, 32).
2843 Así, adquieren vida las palabras del Señor
sobre el perdón, este Amor que ama hasta el extremo del amor (cf
Jn 13, 1). La parábola del siervo sin entrañas, que culmina
la enseñanza del Señor sobre la comunión eclesial (cf.
Mt 18, 23-35), acaba con esta frase: "Esto mismo hará con vosotros
mi Padre celestial si no perdonáis cada uno de corazón a vuestro
hermano". Allí es, en efecto, en el fondo "del corazón" donde
todo se ata y se desata. No está en nuestra mano no sentir ya la
ofensa y olvidarla; pero el corazón que se ofrece al Espíritu
Santo cambia la herida en compasión y purifica la memoria transformando
la ofensa en intercesión.
2844 La oración cristiana llega hasta el perdón
de los enemigos (cf Mt 5, 43-44). Transfigura al discípulo configurándolo
con su Maestro. El perdón es cumbre de la oración cristiana;
el don de la oración no puede recibirse más que en un corazón
acorde con la compasión divina. Además, el perdón da
testimonio de que, en nuestro mundo, el amor es más fuerte que el
pecado. Los mártires de ayer y de hoy dan este testimonio de Jesús.
El perdón es la condición fundamental de la reconciliación
(cf 2 Co 5, 18-21) de los hijos de Dios con su Padre y de los hombres entre
sí (cf Juan Pablo II, DM 14).
2845 No hay límite ni medida en este perdón,
esencialmente divino (cf Mt 18, 21-22; Lc 17, 3-4). Si se trata de ofensas
(de "pecados" según Lc 11, 4, o de "deudas" según Mt 6, 12),
de hecho nosotros somos siempre deudores: "Con nadie tengáis otra
deuda que la del mutuo amor" (Rm 13, 8). La comunión de la Santísima
Trinidad es la fuente y el criterio de verdad en toda relación (cf
1 Jn 3, 19-24). Se vive en la oración y sobre todo en la Eucaristía
(cf Mt 5, 23-24):
Dios no acepta el sacrificio de los que provocan la
desunión, los despide del altar para que antes se reconcilien con
sus hermanos: Dios quiere ser pacificado con oraciones de paz. La obligación
más bella para Dios es nuestra paz, nuestra concordia, la unidad
en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo de todo el pueblo fiel (San
Cipriano, Dom. orat. 23: PL 4, 535C-536A).
VI NO NOS DEJES CAER EN LA TENTACION
2846 Esta petición
llega a la raíz de la anterior, porque nuestros pecados son los frutos
del consentimiento a la tentación. Pedimos a nuestro Padre que no
nos "deje caer" en ella. Traducir en una sola palabra el texto griego es
difícil: significa "no permitas entrar en" (cf Mt 26, 41), "no nos
dejes sucumbir a la tentación". "Dios ni es tentado por el mal ni
tienta a nadie" (St 1, 13), al contrario, quiere librarnos del mal. Le pedimos
que no nos deje tomar el camino que conduce al pecado, pues estamos empeñados
en el combate "entre la carne y el Espíritu". Esta petición
implora el Espíritu de discernimiento y de fuerza.
2847 El Espíritu Santo nos hace discernir entre
la prueba, necesaria para el crecimiento del hombre interior (cf Lc 8, 13-15;
Hch 14, 22; 2 Tm 3, 12) en orden a una "virtud probada" (Rm 5, 3-5), y la
tentación que conduce al pecado y a la muerte (cf St 1, 14-15). También
debemos distinguir entre "ser tentado" y "consentir" en la tentación.
Por último, el discernimiento desenmascara la mentira de la tentación:
aparentemente su objeto es "bueno, seductor a la vista, deseable" (Gn 3,
6), mientras que, en realidad, su fruto es la muerte.
Dios no quiere imponer el bien, quiere seres libres
... En algo la tentación es buena. Todos, menos Dios, ignoran lo
que nuestra alma ha recibido de Dios, incluso nosotros. Pero la tentación
lo manifiesta para enseñarnos a conocernos, y así, descubrirnos
nuestra miseria, y obligarnos a dar gracias por los bienes que la tentación
nos ha manifestado (Orígenes, or. 29).
2848 "No entrar en la tentación" implica una decisión
del corazón: "Porque donde esté tu tesoro, allí también
estará tu corazón ... Nadie puede servir a dos señores"
(Mt 6, 21-24). "Si vivimos según el Espíritu, obremos también
según el Espíritu" (Ga 5, 25). El Padre nos da la fuerza para
este "dejarnos conducir" por el Espíritu Santo. "No habéis
sufrido tentación superior a la medida humana. Y fiel es Dios que
no permitirá que seáis tentados sobre vuestras fuerzas. Antes
bien, con la tentación os dará modo de poderla resistir con
éxito" (1 Co 10, 13).
2849 Pues bien, este combate y esta victoria sólo
son posibles con la oración. Por medio de su oración, Jesús
es vencedor del Tentador, desde el principio (cf Mt 4, 11) y en el último
combate de su agonía (cf Mt 26, 36-44). En esta petición a
nuestro Padre, Cristo nos une a su combate y a su agonía. La vigilancia
del corazón es recordada con insistencia en comunión con la
suya (cf Mc 13, 9. 23. 33-37; 14, 38; Lc 12, 35-40). La vigilancia es "guarda
del corazón", y Jesús pide al Padre que "nos guarde en su Nombre"
(Jn 17, 11). El Espíritu Santo trata de despertarnos continuamente
a esta vigilancia (cf 1 Co 16, 13; Col 4, 2; 1 Ts 5, 6; 1 P 5, 8). Esta
petición adquiere todo su sentido dramático referida a la
tentación final de nuestro combate en la tierra; pide la perseverancia
final. "Mira que vengo como ladrón. Dichoso el que esté en
vela" (Ap 16, 15).
VII Y LIBRANOS DEL MAL
2850 La última
petición a nuestro Padre está también contenida en la
oración de Jesús: "No te pido que los retires del mundo, sino
que los guardes del Maligno" (Jn 17, 15). Esta petición concierne
a cada uno individualmente, pero siempre quien ora es el "nosotros", en comunión
con toda la Iglesia y para la salvación de toda la familia humana.
La oración del Señor no cesa de abrirnos a las dimensiones
de la economía de la salvación. Nuestra interdependencia en
el drama del pecado y de la muerte se vuelve solidaridad en el Cuerpo de
Cristo, en "comunión con los santos" (cf RP 16).
2851 En esta petición, el mal no es una abstracción,
sino que designa una persona, Satanás, el Maligno, el ángel
que se opone a Dios. El "diablo" ["dia-bolos"] es aquél que "se atraviesa"
en el designio de Dios y su obra de salvación cumplida en Cristo.
2852 "Homicida desde el principio, mentiroso y padre
de la mentira" (Jn 8, 44), "Satanás, el seductor del mundo entero"
(Ap 12, 9), es aquél por medio del cual el pecado y la muerte entraron
en el mundo y, por cuya definitiva derrota, toda la creación entera
será "liberada del pecado y de la muerte" (MR, Plegaria Eucarística
IV). "Sabemos que todo el que ha nacido de Dios no peca, sino que el Engendrado
de Dios le guarda y el Maligno no llega a tocarle. Sabemos que somos de
Dios y que el mundo entero yace en poder del Maligno" (1 Jn 5, 18-19):
El Señor que ha borrado vuestro pecado y perdonado
vuestras faltas también os protege y os gua rda contra las astucias
del Diablo que os combate para que el enemigo, que tiene la costumbre de
engendrar la falta, no os sorprenda. Quien confía en Dios, no tema
al Demonio. "Si Dios está con nosotros, ¿quién estará
contra nosotros?" (Rm 8, 31) (S. Ambrosio, sacr. 5, 30).
2853 La victoria sobre el "príncipe de este mundo"
(Jn 14, 30) se adquirió de una vez por todas en la Hora en que Jesús
se entregó libremente a la muerte para darnos su Vida. Es el juicio
de este mundo, y el príncipe de este mundo está "echado abajo"
(Jn 12, 31; Ap 12, 11). "El se lanza en persecución de la Mujer"
(cf Ap 12, 13-16), pero no consigue alcanzarla: la nueva Eva, "llena de
gracia" del Espíritu Santo es preservada del pecado y de la corrupción
de la muerte (Concepción inmaculada y Asunción de la santísima
Madre de Dios, María, siempre virgen). "Entonces despechado contra
la Mujer, se fue a hacer la guerra al resto de sus hijos" (Ap 12, 17). Por
eso, el Espíritu y la Iglesia oran: "Ven, Señor Jesús"
(Ap 22, 17. 20) ya que su Venida nos librará del Maligno.
2854 Al pedir ser liberados del Maligno, oramos igualmente
para ser liberados de todos los males, presentes, pasados y futuros de los
que él es autor o instigador. En esta última petición,
la Iglesia presenta al Padre todas las desdichas del mundo. Con la liberación
de todos los males que abruman a la humanidad, implora el don precioso de
la paz y la gracia de la espera perseverante en el retorno de Cristo. Orando
así, anticipa en la humildad de la fe la recapitulación de
todos y de todo en Aquél que "tiene las llaves de la Muerte y del
Hades" (Ap 1,18), "el Dueño de todo, Aquél que es, que era
y que ha de venir" (Ap 1,8; cf Ap 1, 4):
Líbranos de todos los males, Señor, y
concédenos la paz en nuestros días, para que, ayudados por
tu misericordia, vivamos siempre libres de pecado y protegidos de toda perturbación,
mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo (MR,
Embolismo).
LA DOXOLOGIA FINAL
2855 La doxología
final "Tuyo es el reino, tuyo el poder y la gloria por siempre Señor"
vuelve a tomar, implícitamente, las tres primeras peticiones del
Padrenuestro: la glorificación de su nombre, la venida de su Reino
y el poder de su voluntad salvífica. Pero esta repetición
se hace en forma de adoración y de acción de gracias, como
en la Liturgia celestial (cf Ap 1, 6; 4, 11; 5, 13). El príncipe de
este mundo se había atribuido con mentira estos tres títulos
de realeza, poder y gloria (cf Lc 4, 5-6). Cristo, el Señor, los restituye
a su Padre y nuestro Padre, hasta que le entregue el Reino, cuando sea consumado
definitivamente el Misterio de la salvación y Dios sea todo en todos
(cf 1 Co 15, 24-28).
2856 "Después, terminada la oración, dices:
Amén, refrendando por medio de este Amén, que significa 'Así
sea' (cf Lc 1, 38), lo que contiene la oración que Dios nos enseñó"
(San Cirilo de Jerusalén, catech. myst. 5, 18).
RESUMEN
2857 En el Padrenuestro,
las tres primeras peticiones tienen por objeto la Gloria del Padre: la santificación
del nombre, la venida del reino y el cumplimiento de la voluntad divina.
Las otras cuatro presentan al Padre nuestros deseos: estas peticiones conciernen
a nuestra vida para alimentarla o para curarla del pecado y se refieren a
nuestro combate por la victoria del Bien sobre el Mal.
2858 Al pedir: "Santificado sea tu Nombre" entramos
en el plan de Dios, la santificación de su Nombre -revelado a Moisés,
después en Jesús - por nosotros y en nosotros, lo mismo que
en toda nación y en cada hombre.
2859 En la segunda petición, la Iglesia tiene
principalmente a la vista el retorno de Cristo y la venida final del Reino
de Dios. También ora por el crecimiento del Reino de Dios en el "hoy"
de nuestras vidas.
2860 En la tercera petición, rogamos al Padre
que una nuestra voluntad a la de su Hijo para realizar su Plan de salvación
en la vida del mundo.
2861 En la cuarta petición, al decir "danos",
expresamos, en comunión con nuestros hermanos, nuestra confianza
filial en nuestro Padre del cielo. "Nuestro pan" designa el alimento terrenal
necesario para la subsistencia de todos y significa también el Pan
de Vida: Palabra de Dios y Cuerpo de Cristo. Se recibe en el "hoy" de Dios,
como el alimento indispensable, lo más esencial del Festín
del Reino que anticipa la Eucaristía.
2862 La quinta petición implora para nuestras
ofensas la misericordia de Dios, la cual no puede penetrar en nuestro corazón
si no hemos sabido perdonar a nuestros enemigos, a ejemplo y con la ayuda
de Cristo.
2863 Al decir: "No nos dejes caer en la tentación",
pedimos a Dios que no nos permita tomar el camino que conduce al pecado.
Esta petición implora el Espíritu de discernimiento y de fuerza;
solicita la gracia de la vigilancia y la perseverancia final.
2864 En la última petición, "y líbranos
del mal", el cristiano pide a Dios con la Iglesia que manifieste la victoria,
ya conquistada por Cristo, sobre el "Príncipe de este mundo", sobre
Satanás, el ángel que se opone personalmente a Dios y a Su
plan de salvación.
2865 Con el "Amén" final expresamos nuestro "fiat"
respecto a las siete peticiones: "Así sea".
CONSTITUCION APOSTOLICA FIDEI DEPOSITUM
para la publicación del
Catecismo de la Iglesia Católica
redactado siguiendo
al Concilio ecuménico Vaticano II
JUAN PABLO, OBISPO
Siervo de los Siervos de Dios
para perpetua memoria
1. (Introducción)
CONSERVAR EL DEPOSITO DE LA FE es la misión que el Señor confió
a su Iglesia y que ella realiza en todo tiempo. El Concilio ecuménico
Vaticano II, inaugurado hace treinta años por mi predecesor Juan XXIII,
de feliz memoria, tenía la intención y el deseo de hacer patente
la misión apostólica y pastoral de la Iglesia, y llevar a todos
los hombres, mediante el resplandor de la verdad del evangelio, a buscar
y recibir el amor de Cristo que está sobre todo (cf. Ef 3,19).
Con este propósito, el Papa
Juan XXIII había asignado como tarea principal conservar y explicar
mejor el depósito precioso de la doctrina cristiana, con el fin de
hacerlo más accesible a los fieles de Cristo y a todos los hombres
de buena voluntad. Para esto, el Concilio no debía comenzar por condenar
los errores de la época, sino, ante todo, debía aplicarse
a mostrar serenamente la fuerza y la belleza de la doctrina de la fe. "Confiamos
que la Iglesia -decía él- iluminada por la luz de este Concilio,
crecerá en riquezas espirituales, cobrará nuevas fuerzas y
mirará sin miedo hacia el futuro...Debemos dedicarnos con alegría,
sin temor, al trabajo que exige nuestra época, manteniéndonos
en el camino por el que la Iglesia marcha desde hace casi veinte siglos"{1}.
Con la ayuda de Dios, los Padres
conciliares pudieron elaborar, a lo largo de cuatro años de trabajo,
un conjunto considerable de exposiciones doctrinales y de directrices pastorales
ofrecidas a toda la Iglesia. Pastores y fieles encuentran en ellas orientaciones
para la "renovación de pensamiento, de actividad, de costumbres,
de fuerza moral, de alegría y de esperanza, que ha sido el objetivo
del Concilio"{2}.
Desde su conclusión, el Concilio
no ha cesado de inspirar la vida eclesial. En 1985, yo podía declarar:
"Para mí -que tuve la gracia especial de participar en él
y de colaborar activamente en su desarrollo-, el Vaticano II ha sido siempre,
y es de una manera particular en estos años de mi pontificado, el
punto constante de referencia de toda mi acción pastoral, en el esfuerzo
consciente por traducir sus directrices mediante una aplicación concreta
y fiel, al nivel de cada Iglesia y de toda la Iglesia. Es preciso volver
sin cesar a esta fuente"{1}.
En este espíritu, el 25 de
Enero de 1985, convoqué una Asamblea extraordinaria del Sínodo
de los Obispos, con ocasión del vigésimo aniversario de la clausura
del Concilio. El fin de esta asamblea era celebrar las gracias y los frutos
espirituales del Concilio Vaticano II, profundizar su enseñanza para
una más perfecta adhesión a ella y promover su conocimiento
y aplicación.
En la celebración de esta
asamblea, los Padres del Sínodo expresaron el deseo "de que fuese
redactado un Catecismo o compendio de toda la doctrina católica tanto
sobre la fe como sobre la moral, que sería como un texto de referencia
para los catecismos o compendios que son compuestos en los diversos países.
La presentación de la doctrina debe ser bíblica y litúrgica,
y debe ofrecer una doctrina segura y al mismo tiempo adaptada a la vida
actual de los cristianos"{2}. Desde la clausura del Sínodo, hice
mío este deseo, juzgando que "responde enteramente a una verdadera
necesidad de la Iglesia universal y de las Iglesias particulares"{3}.
¡Cómo no dar gracias
de todo corazón al Señor en este día en que podemos ofrecer
a la Iglesia entera con el título de "Catecismo de la Iglesia Católica",
este "texto de referencia" para una catequesis renovada en las fuentes vivas
de la fe!
Tras la renovación de la Liturgia
y la nueva codificación del Derecho canónico de la Iglesia
latina y de los Cánones de las Iglesias orientales católicas,
este catecismo ofrecerá una contribución muy importante a la
obra de renovación de toda la vida eclesial, querida y puesta en aplicación
por el Concilio Vaticano II.
2. (Itinerario y espíritu de la preparación
del texto).
El "Catecismo de la Iglesia Católica" es fruto de una muy amplia
colaboración. Es el resultado de seis años de trabajo intenso
en un espíritu de apertura atento y con un fervor ardiente.
En 1986 confié a una Comisión
de doce Cardenales y Obispos, presidida por Mons. el Cardenal Joseph Ratzinger,
la tarea de preparar un proyecto para el Catecismo solicitado por los Padres
del Sínodo. Un Comité de redacción de siete obispos
diocesanos, expertos en teología y en catequesis, ha asistido a la
Comisión en su trabajo.
La Comisión, encargada de
dar las directrices y de velar por el desarrollo de los trabajos, ha seguido
atentamente todas las etapas de la redacción de las nueve versiones
sucesivas. El Comité de redacción, por su parte, ha asumido
la responsabilidad de escribir el texto, introducir en él las modificaciones
exigidas por la Comisión y examinar las observaciones que numerosos
teólogos, exegetas, catequistas y, sobre todo, Obispos del mundo entero,
con el fin de mejorar el texto. El Comité ha sido un lugar de intercambios
fructíferos y enriquecedores que han asegurado la unidad y homogeneidad
del texto.
El proyecto ha sido objeto de una
amplia consulta de todos los obispos católicos, de sus Conferencias
episcopales o de sus Sínodos, de los institutos de teología
y de catequesis. En su conjunto, el proyecto ha recibido una acogida muy favorable
por parte del Episcopado. Podemos decir ciertamente que este Catecismo es
fruto de una colaboración de todo el episcopado de la Iglesia católica,
que ha acogido generosamente mi invitación a tomar su parte de responsabilidad
en una iniciativa que toca de cerca a la vida eclesial. Esta respuesta suscita
en mí un profundo sentimiento de gozo, porque el concurso de tantas
voces expresa verdaderamente lo que se puede llamar la "sinfonía"
de la fe. La realización este Catecismo refleja así la naturaleza
colegial del Episcopado y atestigua la catolicidad de la Iglesia.
3. (Distribución de la materia).
Un catecismo debe presentar fiel y orgánicamente la enseñanza
de la Sagrada Escritura, de la Tradición viva en la Iglesia y del
Magisterio auténtico, así como la herencia espiritual de los
Padres, de los santos y santas y de la Iglesia, para permitir conocer mejor
el misterio cristiano y reavivar la fe del Pueblo de Dios. Debe tener en
cuenta las explicitaciones de la doctrina que el Espíritu Santo ha
sugerido a la Iglesia en el curso de los siglos. Es preciso también
que ayude a iluminar con la luz de la fe las situaciones nuevas y los problemas
que hasta ahora no se habían planteado en el pasado.
El catecismo, por tanto, contiene
cosas nuevas y cosas antiguas (cf. Mt 13,52), pues la fe es siempre la misma
y fuente de luces siempre nuevas.
Para responder a esta doble exigencia,
el "Catecismo de la Iglesia Católica", por una parte, repite el orden
"antiguo", tradicional, y seguido ya por el Catecismo de San Pío
V, dividiendo el contenido en cuatro partes: el Credo; la Sagrada Liturgia
con los sacramentos en primer plano; el obrar cristiano, expuesto a partir
de los mandamientos; y finalmente la oración cristiana. Pero, al
mismo tiempo, el contenido es expresado con frecuencia de una forma "nueva",
con el fin de responder a los interrogantes de nuestra época.
Las cuatro partes están ligadas
entre sí: el misterio cristiano es el objeto de la fe (primera parte);
es celebrado y comunicado en las acciones litúrgicas (segunda parte);
está presente para iluminar y sostener a los hijos de Dios en su
obrar (tercera parte); es el fundamento de nuestra oración, cuya
expresión privilegiada es el "Padrenuestro", que expresa el objeto
de nuestra petición, nuestra alabanza y nuestra intercesión
(cuarta parte).
La Liturgia es por sí misma
oración; la confesión de la fe tiene su justo lugar en la
celebración del culto. La gracia, fruto de los sacramentos, es la
condición insustituible del obrar cristiano, igual que la participación
en la Liturgia de la Iglesia requiere la fe. Si la fe no se concreta en obras
permanece muerta (cf. St 2, 14-26) y no puede dar frutos de vida eterna.
En la lectura del "Catecismo de la
Iglesia Católica" se puede percibir la admirable unidad del misterio
de Dios, de su designio de salvación, así como el lugar central
de Jesucristo Hijo único de Dios, enviado por el Padre, hecho hombre
en el seno de la Santísima Virgen María por el Espíritu
Santo, para ser nuestro Salvador. Muerto y resucitado, está siempre
presente en su Iglesia, particularmente en los sacramentos; es la fuente
de la fe, el modelo del obrar cristiano y el Maestro de nuestra oración.
4. (Valor doctrinal del texto).
El "Catecismo de la Iglesia Católica" que yo aprobé el 25
de Junio pasado, y cuya publicación ordeno hoy en virtud de la autoridad
apostólica, es una exposición de la fe de la Iglesia y de
la doctrina católica, atestiguadas o iluminadas por la Sagrada Escritura,
la Tradición apostólica y el Magisterio eclesiástico.
Lo reconozco como un instrumento válido y autorizado al servicio
de la comunión eclesial y como una norma segura para la enseñanza
de la fe. ¡Que sirva para la renovación a la que el Espíritu
Santo llama sin cesar a la Iglesia de Dios Cuerpo de Cristo, en peregrinación
hacia la luz sin sombra del Reino!
La aprobación y la publicación
del "Catecismo de la Iglesia Católica" constituyen un servicio que
el sucesor de Pedro quiere prestar a la Santa Iglesia católica, a
todas las Iglesias particulares en paz y comunión con la Sede apostólica
de Roma: el de sostener y confirmar la fe de todos los discípulos
del Señor Jesús (cf. Lc 22,32), así como de reforzar
los vínculos de la unidad en la misma fe apostólica.
Pido, por tanto, a los pastores de
la Iglesia y a los fieles que reciban este Catecismo con un espíritu
de comunión y lo utilicen asiduamente al realizar su misión
de anunciar la fe y llamar a la vida evangélica. Este Catecismo les
es dado para que les sirva de texto de referencia seguro y auténtico
en la enseñanza de la doctrina católica, y muy particularmente
en la composición de los catecismos locales. Es ofrecido también
a todos los fieles que deseen conocer mejor las riquezas inagotables de
la salvación (cf. Jn 8,32). Quiere proporcionar un sostén
a los esfuerzos ecuménicos animados por el santo deseo de unidad
de todos los cristianos, mostrando con exactitud el contenido y la coherencia
armoniosa de la fe católica. El "Catecismo de la Iglesia Católica"
es finalmente ofrecido a todo hombre que nos pida razón de la esperanza
que hay en nosotros (cf. 1 P 3,15). y que quiera conocer lo que cree la
Iglesia católica.
Este Catecismo no está destinado
a sustituir los catecismos locales debidamente aprobados por las autoridades
eclesiásticas, los Obispos diocesanos y las Conferencias episcopales,
sobre todo cuando han recibido la aprobación de la Sede apostólica.
Está destinado a alentar y facilitar la redacción de nuevos
catecismos locales que tengan en cuenta las diversas situaciones y culturas,
pero que guarden cuidadosamente la unidad de la fe y la fidelidad a la doctrina
católica.
5. (Conclusión).
Al terminar este documento que presenta el "Catecismo de la Iglesia Católica"
pido a la Santísima Virgen María, Madre del Verbo encarnado
y Madre de la Iglesia, que sostenga con su poderosa intercesión el
trabajo catequético de la Iglesia entera a todos los niveles, en
este tiempo en que la Iglesia está llamada a un nuevo esfuerzo de
evangelización. Que la luz de la verdadera fe libre a la humanidad
de la ignorancia y de la esclavitud del pecado para conducirla a la única
libertad digna de este nombre (cf. Jn 8,32): la de la vida en Jesucristo
bajo la guía del Espíritu Santo, aquí y en el Reino
de los cielos, en la plenitud de la bienaventuranza de la visión de
Dios cara a cara (cf. 1 Co 13,12; 2 Co 5,6-8).
Dado el 11 de Octubre de 1992, trigésimo
aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II y año decimocuarto
de mi pontificado.
Ioannes Paulus Pp
II
NOTAS A PIE********************************
{1}1 Juan XXIII, Discurso de apertura del Concilio Ecuménico Vaticano
II, 11 Octubre 1962: AAS 54 (1962) p.788.
{2} Pablo VI, Discurso de clausura del Concilio ecuménico Vaticano
II, 8 Diciembre 1965: AAS 58 (1966), pp. 7-8.
{1} Discurso del 30 Mayo 1986, n.5: AAS 78 (1986) p.1273.
{2} Relación final del Sínodo extraordinario, 7 Diciembre
1985, II, B, a, n.4: Enchiridion Vaticanum, vol.9, p.1758, n.1797.
{3} Discurso de clausura del Sínodo extraordinario, 7 Diciembre
1985, n.6: AAS 78 (1986) p.435.