CELEBRACIONES DOMINICALES Y FESTIVAS
EN AUSENCIA DEL PRESBÍTERO
PRESENTACIÓN
El domingo es el Día del Señor, de Cristo Jesús muerto
y resucitado. El día de la resurrección -primer domingo cristiano-
el Señor se reunió con sus discípulos en el Cenáculo.
A los ocho días volvió a estar con ellos. Desde entonces, cada
domingo el Resucitado convoca a su Iglesia para vivir con ella su Pascua
redentora.
Por voluntad de Cristo, la Eucaristía es el memorial
de su Pascua: «Cada vez que comen de este pan y beben de este cáliz
anuncian la muerte del Señor hasta que él vuelva», decía
san Pablo a los cristianos de Corinto (1 Cor 11, 26); «Anunciamos tu
muerte, proclamamos tu resurrección. ¡Ven Señor Jesús!»,
decimos los cristianos en cada Eucaristía.
Qué más quisiera Cristo que vivir su Pascua con
todas sus comunidades eclesiales cada domingo… la presencia del sacerdote
-sacramento de Cristo cabeza en persona- es indispensable para la celebración
de la Eucaristía. Por desgracia, no siempre es posible la presencia
del sacerdote todos los domingos. Sin embargo, la voluntad de Cristo, que
quiere reunirse con los suyos ese día, persiste. La Iglesia es consciente
de ello. Por eso ha querido facilitar la reunión dominical de los
fieles con su Señor glorioso. Ya el Concilio Vaticano II lo apuntaba:
«Foméntense las celebraciones sagradas de la Palabra de Dios
en las vísperas de las fiestas más solemnes, en algunas ferias
de Adviento y Cuaresma y los domingos y días festivos, sobre todo
en los lugares donde no haya sacerdotes; en cuyo caso, debe dirigir la celebración
un diácono u otro delegado por el Obispo» (Sacrosanctum Concilium,
n. 35, 4).
Ante la necesidad de orientar la práctica creciente de dichas celebraciones
de la Palabra, La Congregación del Culto divino publicó un
Directorio para las celebraciones dominicales en ausencia del Presbítero
(2-VI-1988). Con todo, faltaba una guía práctica. La Comisión
Episcopal de Pastoral Litúrgica ha querido proporcionar a todos los
pastores este valioso instrumento que ahora presentamos.
Somos conscientes de que estás celebraciones no deberías
multiplicarse sin verdadera necesidad. La Congregación para el Culto
Divino es explícita en este punto, tanto en el Directorio mismo como
en la carta en la que hacía su presentación: «Este documento
no trata de promover y no siquiera de facilitar de manera innecesaria o artificial
las reuniones dominicales sin celebración de la eucaristía.
Quiere simplemente orientar y regular lo que conviene hacer cuando las circunstancias
reales piden una decisión de este género (nn. 21-22)»
(Carta del 2-VI-1988, Prot. 691/86).
Los obispos, como pastores de sus diócesis, velarán
para que el encuentro dominical de todos sus fieles con el Señor Resucitado
sea posible y provechoso. En todo caso, como afirma la carta de la Congregación
para el Culto Divino ya citada, «el fin de la pastoral del domingo
-según las afirmaciones de Pablo VI (n.21) y de Juan Pablo II (n.
50)- sigue siendo el de siempre: celebrar y vivir el domingo; según
la tradición cristiana».
+Efrén Ramos Salazar
Obispo de Chilpancingo-Chilapa
Presidente de la Comisión Episcopal
de Pastoral Litúrgica
CONGREGACIÓN PARA EL CULTO DIVINO
DIRECTORIO
PARA LAS CELEBRACIONES DOMINICALES
EN AUSENCIA DEL PRESBÍTERO
INTRODUCCIÓN
1.La Iglesia de Cristo, desde el día de Pentecostés, después
de la venida del Espíritu Santo, nunca ha dejado de reunirse para
celebrar el Misterio Pascual, el día que ha sido llamado «domingo»
en memoria de la resurrección del Señor. En la asamblea dominical
la Iglesia proclama lo que en toda la Escritura se refiere a Cristo[1] y
celebra la Eucaristía como memorial de la muerte y resurrección
del Señor, hasta que él vuelva.
2.Sin embargo, no siempre se puede tener una celebración plena del
domingo. En efecto ha habido fieles, y todavía hoy los hay, para los
cuales «por falta de ministro sagrado u otra causa grave les es imposible
la participación en la celebración eucarística»[2]
3.En diversas regiones, después de la primera evangelización,
los obispos confiaron a catequistas la tarea de reunir a los fieles el día
domingo y dirigir la oración a manera como se hace en los ejercicios
piadosos. Esto se debió a que los cristianos, habiendo crecido mucho
en número, se encontraban dispersos en muchos lugares, aun lejanos,
de tal manera que el sacerdote no podía estar con ellos cada domingo.
4.En otros lugares, a causa de la persecución contra los cristianos
o por otras graves limitaciones impuestas a la libertad religiosa, les está
totalmente prohibido a los fieles reunirse el domingo. Como en otro tiempo
hubo cristianos que fueron fieles hasta el martirio por participar en la
asamblea dominical,[3] de igual modo hoy existen fieles que hacen todo lo
posible por reunirse los domingos a orar, o en familia o en pequeños
grupos, aun cuando estén privados de la presencia del ministro sagrado.
5.Por otra parte, en nuestros días, en muchos lugares no todas las
parroquias pueden tener la celebración d la Eucaristía cada
domingo, porque ha disminuido el número de sacerdotes. Además,
por circunstancias sociales y económicas, muchas parroquias se han
despoblado. Por esto ha sido confiado a muchos presbíteros el encargo
de celebrar varias veces la Misa en domingo en iglesias distantes entre sí.
Pero tal práctica no siempre ha sido juzgada oportuna, ni para las
parroquias, que se ven privadas del propio pastor, ni para los mismos sacerdotes.
6.Por esto en algunas iglesias particulares, en que se dan las condiciones
antes dichas, los obispos han juzgado necesario establecer otras celebraciones
dominicales, cuando no hay presbítero, a fin de que se pueda tener
una asamblea cristiana del mejor modo posible y para que la tradición
cristiana del mejor modo posible y para que la tradición cristiana
del domingo quede asegurada.
Frecuentemente, sobre todo en tierras de misión, los
mismos fieles, consientes de la importancia del domingo, con la cooperación
de catequistas y también de religiosos, se reúnen para escuchar
la Palabra de Dios, para orar y para recibir la sagrada Comunión.
7.Consideradas bien todas estas razones y teniendo en cuenta los documentos
promulgados por la Santa Sede,[4] la Congregación para el Culto Divino,
secundando también los deseos de las Conferencias Episcopales, considera
oportuno recordar algunos elementos doctrinales sobre el domingo y fijar
las condiciones que hacen legítimas tales celebraciones en las diócesis,
y además proporcionar algunas indicaciones para el correcto desarrollo
de las mismas celebraciones.
Tocará a las Conferencias Episcopales, si las circunstancias
lo requieren, determinar más detalladamente estas mismas normas y
adaptarlas a la índole de los diversos pueblos y a las distintas situaciones;
asimismo, informar de ello a las Sede Apostólica.
CAPÍTULO I
EL DOMINGO Y SU SANTIFICACIÓN
8.«Según la tradición apostólica, que tiene su
origen en el mismo día de la resurrección de Cristo, la Iglesia
celebra el Misterio Pascual cada ocho días, en el día en que
ha sido llamado, justamente “Día del Señor” o domingo»[5]
9.Testimonios de la asamblea de los fieles, en el día que ya en el
Nuevo Testamento se designan como «domingo»[6] se encuentran
explícitamente en antiquísimos documentos del primero y segundo
siglos[7]. Entre ellos destaca el de San Justino: «En el día
llamado del sol, todos los habitantes de las ciudades y del campo se reúnen
en el mismo lugar…»[8]. Sin embargo, el día en que se reunían
los cristianos no coincidía con los días de fiesta del calendario
griego y romano, y por lo mismo constituía también para los
conciudadanos un cierto signo de profesión cristiana.
10.Desde los primeros siglos, los pastores nunca han dejado de inculcar a
los fieles la necesidad de reunirse el domingo: «Puesto que ustedes
son miembros de Cristo no se separen de la Iglesia, dejando de reunirse…,
no desperdicien el Salvador ni los priven de sus miembros; no destrocen su
cuerpo ni lo desmiembren…»[9]. Es lo que recientemente ha recordado
el Concilio Vaticano II con estas palabras: «En este día, los
fieles deben reunirse en asamblea para que, escuchando la palabra de Dios
y participando en la Eucaristía recuerden la pasión, la resurrección
y la gloria del Señor Jesús y den gracias a Dios que los “hizo
renacer a la viva esperanza” por medio de la resurrección de Jesucristo
de entre los muertos»[10].
11.La importancia de la celebración del domingo en la vida de los
fieles la indica así San Ignacio de Antioquía: «(Los
cristianos) ya no celebran el sábado, sino que viven conforme al domingo,
en el que nuestra vida resucitó por medio de él (Cristo) y
de su muerte»[11]
El sentido cristiano de los fieles, tanto en el pasado como
en el tiempo presente, ha tenido en tan gran honor el domingo, que de ninguna
manera han querido descuidas su observancia ni siquiera en los momentos de
persecución o en medio de aquellas culturas ajenas a la fe cristiana
u hostiles a ella.
12.Los elementos que principalmente se requieren para que se tenga la asamblea
dominical, son los siguientes:
a)La reunión de los fieles para manifestar que la «Iglesia»
no es una asamblea formada espontáneamente, sino que es convocada
por Dios, es decir que es el pueblo de dios estructurado orgánicamente,
presidido por el sacerdote, que actúa en persona de Cristo cabeza.
b)La instrucción sobre el Misterio Pascual por medio de las Escrituras
que son proclamadas, y que son explicadas por el sacerdote o el diácono.
c)La celebración del sacrificio eucarístico, realizada por
el sacerdote en persona de Cristo, que ofrece en nombre de todo el pueblo
cristiano, y por l que se hace presente el Misterio Pascual.
13.El esfuerzo pastoral debe dirigirse principalmente a conseguir que cada
domingo se celebre el sacrificio de la Misa, porque solamente por medio de
él se perpetúa la Pascua del Señor[12] y la Iglesia
se manifiesta de una manera completa: «El domingo es la fiesta primordial
que debe ser propuesta y recomendada a la piedad de los fieles… No se le
antepongan otras solemnidades, a no ser que sean de suma importancia, porque
el domingo es el fundamento y núcleo de todo el año litúrgico»[13].
14.Es necesario que tales principio sean inculcados desde el inicio de la
formación cristiana, a fin de que los fieles cumplan con gusto el
precepto de la santificación del día festivo y comprendan el
motivo por el que cada domingo se reúnen para celebrar la Eucaristía,
convocados por la Iglesia,[14] y no simplemente por su propia devoción.
Así los fieles podrán tener la experiencia del domingo como
signo de la trascendencia de Dios sobre el trabajo del hombre y no como simple
día de descanso; además, en virtud de la asamblea dominical,
ellos podrán percibirse a sí mismos más íntimamente
como miembros de la Iglesia y lo mostrarán al exterior.
15.En la asamblea dominical, lo mismo que en la vida de la comunidad cristiana,
los fieles deben poder encontrar tanto una participación activa como
una verdadera fraternidad y la oportunidad de fortalecerse espiritualmente
bajo la guía del Espíritu Santo. Así estarán
protegidos más fácilmente contra el atractivo de las sectas
que les prometen ayuda en el sufrimiento de la soledad y una más completa
satisfacción de sus aspiraciones religiosas.
16.Finalmente, la acción pastoral debe favorecer «las iniciativas
para lograr que el domingo sea también día de alegría
y de descanso del trabajo»,[15] de tal modo que en la sociedad actual
se manifieste a todos como signo de libertad y, en consecuencia, como día
instituido para el bien de la misma persona humana, lo cual, sin duda, tiene
más valor que los negocios y procesos productivos[16].
17.La palabra de Dios, la Eucaristía y el ministerio sacerdotal son
dones que el Señor ofrece a la Iglesia, su esposa. Deben ser recibidos,
más aún pedidos, como gracia de Dios. La Iglesia, que goza
de estos dones sobre todo en la asamblea dominical, da gracias a Dios por
ellos en esta misma asamblea, mientras espera gozar del perfecto descanso
«ante el trono de Dios yante el Cordero»[17].
CAPÍTULO II
CONDICIONES PARA LAS CELEBRACIONES DOMINICALES
EN AUSENCIA DEL PRESBÍTERO
18.Cuando en algunos lugares no es posible celebrar la Misa en domingo. Lo
primero que hay que considerar es si los fieles pueden ir a la iglesia de
in lugar cercano para participar ahí en la celebración del
misterio eucarístico. Hay que recomendar esta solución también
en nuestros días, más aún, conservarla en lo posible;
pero esto requiere que los fieles sean instruidos correctamente sobre el
sentido pleno de la asamblea dominical, para que así se adapten con
buen ánimo a las nuevas situaciones.
19.Es de desear que, aún cuando no haya Misa, el día domingo
se ofrezcan con amplitud a los fieles —reunidos para distintas formas de
celebración— las riquezas de la sagrada Escritura y de la oración
de la Iglesia, a fin de que no queden privados de las lecturas que se leen
a los largo del año durante la Misa, ni de las oraciones de los tiempos
litúrgicos
20.Entre las varias formas que se encuentran en la tradición litúrgica,
cuando no es posible la celebración de la Misa, es muy recomendable
la celebración de la palabra de Dios[18], la cual, si es oportuno,
puede ser seguida de la comunión Eucaristía. Así los
fieles pueden nutrirse al mismo tiempo de la Palabra y del Cuerpo de Cristo.
«En efecto, escuchando la palabra de Dios, los fieles se dan cuenta
de que las obras admirables realizadas por el Señor, que son proclamadas
en las lecturas, alcanzan su culmen en el Misterio Pascual, cuyo memorial
se celebra sacramentalmente en la Misa y del que se participa también
por la comunión»[19]. Además, en algunas circunstancias,
se puede unir oportunamente la celebración del Día del Señor
con la celebración de algunos sacramentos y especialmente del los
sacramentales, según las necesidades de cada comunidad.
21.Es necesario que los fieles comprendan con claridad que tales celebraciones
tienen carácter supletivo y no pueden considerarse como la mejor solución
de las dificultades nuevas o una concesión hecha a la comodidad[20].
Las reuniones o asambleas de este tipo nunca podrán realizarse el
domingo en aquellos lugares en los que ya ha sido celebrada la Misa o va
a celebrarse, o ya fue celebrada la tarde del día precedente, aunque
haya sido en lengua diferente; tampoco es oportuno celebrar dos veces este
tipo de asambleas.
22.Evítese con cuidado toda confusión entre las reuniones de
este tipo y la celebración eucarística. Estas reuniones no
deben quitar sino más bien acrecentar en los fieles el deseo de participar
en la celebración eucarística y hacer que estén más
dispuestos a asistir a ella.
23.Los fieles han de comprender que no es posible la celebración del
sacrificio eucarístico sin el sacerdote y que la comunión eucarística
que pueden recibir en estas reuniones está íntimamente conectada
con el sacrificio de la Misa. Por estas razones se puede mostrar a los fieles
lo necesario que es orar al Señor «para que multiplique los
administradores de los misterios de Dios y los haga perseverar en su amor»[21].
24.Comprende al obispo diocesano, oído del parecer del consejo presbiteral,
establecer si en la diócesis propia pueden tenerse regularmente reuniones
dominicales sin la celebración de la Eucaristía y dar para
ellas normas generales y particulares, teniendo en cuenta los lugares y las
personas. Por lo tanto no deben hacerse asambleas de este género,
a no ser que el obispo las convoque y bajo el ministerio pastoral del párroco.
25.«No se edifica ninguna comunidad cristiana si no tiene como raíz
y quicio la celebración de la Santísima Eucaristía»[22].
Por eso, antes de que el obispo establezca que se tengan reuniones dominicales
sin la celebración de la Eucaristía, además de lo dicho
sobre el estado de las parroquias (Cfr. N. 5), debe encaminarse la posibilidad
de recurrir a los presbíteros, incluso religiosos, no dedicados directamente
a la cura de almas, y también la frecuencia de las Misas celebradas
en las diversas iglesias y parroquias.[23] Se debe mantener la preeminencia
de la celebración eucarística sobre todas las demás
acciones pastorales, especialmente el domingo.
26.El obispo, personalmente o mediante otras personas, instruirá con
oportunas catequesis a la comunidad diocesana sobre las causas que determinan
esta disposición; subrayando su importancia y exhortando a la corresponsabilidad
y a la cooperación. Él designará un delegado o una comisión
especial que cuide que las celebraciones sean hechas correctamente. Escogerá
a los que las promuevan y harpa también todo lo necesario para que
sean instruidos debidamente. Sin embargo, siempre tendrá cuidado de
que los fieles puedan participar en la celebración eucarística
carias veces al año.
27.Es deber del párroco informar al obispo sobre la oportunidad de
hacer estas celebraciones en su jurisdicción, preparar a los fieles
para ellas, dentro de lo posible, visitarlos entre semana; celebrar para
ellos oportunamente los sacramentos, sobre toso la penitencia. Así,
la comunidad que se encuentra en esa situación podrá experimentar
realmente de qué manera el domingo se reúne no «sin presbítero»,
sino solamente «en ausencia», más aún «en
su expectación».
28.Cuando no sea posible la celebración de la Misa, el párroco
cuidará de que pueda ser distribuida la sagrada Comunión. También
proveerá para que en cada comunidad se tenga la celebración
eucarística a su debido tiempo. Las hostias consagradas deben ser
renovadas frecuentemente y deben ser conservadas en un lugar seguro.
29.Para dirigir estas reuniones dominicales llámese a diáconos
como primeros colaboradores de los sacerdotes. Al diácono, ordenado
para apacentar al pueblo de dios y para hacerlo crecer; le toca dirigir la
oración, proclamar el Evangelio, predicar la homilía y distribuir
la Eucaristía.[24]
30.Cuando estén ausentes tanto el presbítero como el diácono,
el párroco designará laicos a quienes les confiará el
cuidado de las celebraciones, a saber guiar la oración, el servicio
de la palabra y la distribución de la sagrada Comunión.
Debe escoger primeramente a los acólitos y a los lectores
instituidos para el servicio al altar y de la palabra de Dios. Faltando también
éstos, pueden ser designados otros laicos, hombres o mujeres, los
cuales pueden ejercer esta tarea en virtud de su Bautismo y de su Confirmación.[25]
Éstos deben ser escogidos teniendo en cuenta su calidad de vida, en
consonancia con el Evangelio; téngase en cuenta, además, que
puedan ser bien aceptados por los fieles. La designación habitualmente
se hará para un período determinado y será manifestada
públicamente a la comunidad. Convendrá que se haga por ellos
una oración especial en alguna celebración.[26]
El párroco tendrá cuidado de impartir a estos laicos una oportuna
y continua formación y prepare con ellos celebraciones dignas (Cfr.
Capítulo III).
31.Los laicos designados aceptarán la tara que se les ha confiado
no tanto como un honor, sino más bien como un encargo, y en primer
lugar como un servicio a los hermanos, bajo la autoridad del párroco.
Su tarea no les pertenece sino que es supletoria, puesto que la ejercen «cuando
lo pide la necesidad de la Iglesia, al faltar los ministros».[27]
«Hagan sólo y todo aquello que concierne al oficio a ellos confiado».[28]
Ejerzan su propia tarea con sincera piedad y con orden, tal como conviene
a su oficio y como justamente lo exige de ellos el pueblo de Dios.[29]
32.Si en el domingo no se puede hacer la celebración de la palabra
de Dios con la distribución de la sagrada Comunión, se recomienda
vivamente a los fieles «dedicarse durante un tiempo conveniente, personalmente
o en familia o, según la oportunidad, en grupos de familia»[30]
a la oración. En estos casos pueden ayudar las transmisiones radiotelevisivas
de las sagradas celebraciones.
33.Téngase en cuenta sobre todo la posibilidad de celebrar alguna
parte de la Liturgia de las Horas, por ejemplo las Laudes matutinas o las
Vísperas, en las que se pueden incluir las lecturas de ese domingo.
Efectivamente, cuando «los fieles son convocados y se reúnen
para la Liturgia de las Horas, uniendo sus corazones y sus voces, visibilizan
a la Iglesia, que celebra el misterio de Cristo».[31]. Al final de
esta celebración puede ser distribuida la Comunión eucarística
(Cfr. Núm. 46).
34.«La gracia del Redentor de alguna manera no falta a cada uno de
los fieles o a las comunidades enteras, que con motivo de las persecuciones
o por falta de sacerdotes, por breve o largo tiempo se ven privados de la
celebración de la sagrada Eucaristía. En efecto, animados interiormente
por el deseo del sacramentos y unidos por medio de la oración con
toda la Iglesia, invocan al Señor y alzan hacia él sus corazones;
y así, con la fuerza del Espíritu Santo, entran en comunión
con la Iglesia, cuerpo vivo de Cristo, y con el Señor mismo… y por
tanto, reciben también el fruto del sacramento».[32]
CAPÍTULO III
LA CELEBRACIÓN
35.El orden que hay que seguir en las reuniones dominicales cuando no se
celebra la Misa, consta de dos partes: la celebración de la palabra
de Dios y la distribución de la Comunión. No debe introducirse
en la celebración lo que es propio de la Misa, sobre todo la presentación
de los dones y la Oración Eucarística. El rito de la celebración
debe ordenarse de tal modo que favorezca totalmente la oración y presente
la imagen de una asamblea litúrgica y no de una simple reunión.
36.Los textos de las oraciones y de las lecturas para cada domingo o solemnidad
deben tomarse habitualmente del Misal y del Leccionario, de tal manera que
los fieles, siguiendo el curso del año litúrgico, orarán
y escucharán la Palabra de Dios en comunión con las otras comunidades
de la Iglesia.
37.El párroco, a preparar la celebración con los laicos designados,
puede hacer adaptaciones teniendo en cuenta el número de los participantes
y la capacidad de los animadores y también el tipo de los instrumentos
de que se dispone para la música y el canto.
38.Cuando el diácono preside la celebración actúa conforme
a los propio de si ministerio en los saludos, en las oraciones, en la lectura
del Evangelio y en la homilía, en la distribución de la Comunión
y en la despedida de los participantes con la bendición. Usa las vestiduras
litúrgicas propias de su ministerio, es decir: el alba con la estola
y, si es oportuna, la dalmática; y usa la sede presidencial.
39.El laico que dirige la reunión se comporta como uno entre iguales,
tal como se hace en la Liturgia de las Horas cuando no preside un ministro
ordenado y, en las bendiciones cuando el ministro es laico («El Señor
nos bendiga…», «Bendigamos al Señor…»). No debe
usar palabras reservadas al presbítero o al diácono, y no debe
hacer aquellos ritos que de un modo directo se relacionas con la Misa, por
ejemplo: los saludos, sobre todo «El Señor esté con ustedes»,
y la fórmula de despedida, que harían aparecer al laico que
dirige como un ministro sagrado.[33]
40.Lleve una vestidura que no designa con su oficio o lleve la establecida
eventualmente por el obispo.[34] No debe usar la sede presidencial, sino
que debe preparársele otro asiento fuera del presbiterio.[35]
El altar, que es la mesa del sacrificio y del banquete pascual,
debe ser usado solamente para colocar en él el pan consagrado antes
de la distribución de la Eucaristía. Al prepara la celebración
se tenga cuidado de una conveniente distribución de las tareas, por
ejemplo: para las lecturas, para los cantos, etc., y para la disposición
y adornos del lugar.
41.El esquema de la celebración se compone de los siguientes elementos:
a)Los ritos iniciales, cuya finalidad es que los fieles, cuando se reúnen,
constituyan la comunidad y se dispongan dignamente para la celebración.
b)La liturgia de la Palabra, en la que Dios mismo habla a su pueblo para
manifestarle el misterio de la redención y salvación; el pueblo
responde mediante la profesión de fe y la oración universal.
c)La acción de gracias, con la cual Dios es bendecido por su inmensa
gloria (Cfr. N. 45).
d)Los ritos de comunión, mediante los cuales se expresa y se realiza
la comunión con Cristo y con los hermanos, sobre todo con aquellos
que en el mismo día participan en el sacrificio eucarístico.
e)Los ritos de conclusión, con los cuales se expresa el nexo que hay
entre liturgia y vida cristiana.
La Conferencia Episcopal, o el mismo obispo, teniendo en cuenta las circunstancias
del lugar y de las personas, pueden determinar más concretamente la
misma celebración, con subsidios preparados por la Comisión
Nacional o Diocesana de Liturgia. Con todo, este esquema de celebración
ni debe ser cambiado sin necesidad.
42.En la monición inicial o en otro momento de la celebración,
el moderador haga mención de la comunidad con la cual, en ese domingo,
el párroco celebra la Eucaristía, y exhorte a los fieles a
unirse espiritualmente con ella.
43.Para que los participantes puedan retener la Palabra de Dios, téngase
alguna explicación de las lecturas o sagrado silencio para meditar
lo que se ha escuchado.
Dado que la homilía está reservada para el sacerdote o diácono[36],
es de desear que el párroco prepare antes la homilía y se la
dé al moderador del grupo para que la lea en la celebración.
Se debe observar todo lo que haya sido establecido al respecto por la Conferencia
Episcopal.
44.La oración universal debe desarrollarse según la serie establecida
de las intenciones[37]. No se omitan las intersecciones por todas las diócesis
eventualmente propuestas por el obispo. Igualmente propónganse con
frecuencia alguna intención por las vocaciones al orden sagrado, por
el obispo y por el párroco.
45.La acción de gracias se hace según uno de los dos modos
aquí indicados:
1º. Después de la oración universal, o después
de la distribución de la Comunión, el moderador invita a todos
a la acción de gracias, con la que los fieles glorifican a Dios y
reconocen su misericordia. Esto puede ser hecho con un salmo (por ejemplo:
salmos 99. 112, 117,135, 147, 150), o con un himno o un cántico (por
ejemplo: «Gloria a Dios en el cielo», «Magnificat»…
o también una plegaria litánica, que el moderador dice con
los fieles, estando todos de pie y vueltos hacia el altar.
2º. Antes del «Padre nuestro», el moderador se acerca
al sagrario o al lugar donde se hay guardado la Eucaristía y habiendo
hecho genuflexión, coloca sobre el altar el copón o la píxide
con la sagrada Eucaristía; después de rodillas ante el altar,
junto con los fieles, canta o recita el himno, el salmo o la oración
litánica, la cual es este caso es dirigida a Cristo presente en la
sagrada Eucaristía.
Esta acción de gracias no debe tener de ninguna manera
la forma de una Plegaria Eucarística; los textos del prefacio y de
la Plegaria Eucarística propuestos en el Misal Romano no deben utilizarse
para evitar cualquier peligro de confusión.
46.Para el rito de dar la Comunión se debe observar todo lo que se
dice en el Ritual Romano sobre la sagrada Comunión fuera de la Misa.[38]
Recuérdese con frecuencia a los fieles, que también cuando
reciben la Comunión fuera de la celebración de la Misa, están
unidos al sacrificio eucarístico.
47.Si es posible, sería muy bueno usar para la Comunión el
pan consagrado el mismo domingo de la Misa celebrada en otro lugar y traído
de ahí por un diácono o por el laico en un recipiente (píxide
o teca), y colocado en el sagrario antes de la celebración. También
se puede usar el pan consagrado en la última misa allí celebrada.
Antes de la oración del «Padre nuestro», el moderador
se acerca al sagrario o al lugar donde se ha colocado la Eucaristía,
toma el recipiente con el Cuerpo del Señor, lo coloca sobre la mesa
del altar y hace la introducción de «Padre nuestro», a
menos que en este momento se haga la acción de gracias, de que se
trató en el n. 45, 2°.
48.La «Oración de Señor» siempre se canta o se
recita por todos, aunque no se distribuya la sagrada Comunión. Puede
hacerse el rito de la paz. Después de la distribución de la
comunión, «si se cree oportuno, puede guardarse un momento de
silencio, o bien se puede cantar un salmo o un cántico de alabanza».[39]
También se puede hacer la acción de gracias de que se trató
en el n. 45, 1°.
49.Antes de que se termine la reunión, se dan los avisos y las noticias
que atañen a la vida parroquial o diocesana.
50.«Jamás será apreciada suficientemente la capital importancia
de la asamblea dominical, ya sea como fuente de la vida cristiana del individuo
y de las comunidades, ya como testimonio del designio de Dios de reunir a
todos los hombres en su hijo Jesucristo.
Todos los cristianos deben estar convencidos de que no pueden vivir la propia
fe ni participar, según el modo propio de cada uno, en la misión
universal de la Iglesia, sin alimentarse del pan Eucarístico. Igualmente
deben estar convencidos de que el asamblea dominical es para el mundo un
signo del misterio de comunión, que es la Eucaristía»[40]
El día 21 de mayo de 1988, el Sumo Pontífice Juan Pablo II
aprobó y confirmó este Directorio, preparado por la Congregación
para el Culto Divino, y ordenó publicarlo.
En la sede de la Congregación para el Culto Divino, el 2 de junio
de 1988, solemnidad del Cuerpo y Sangre de Cristo.
Pablo Agustín Card. Mayer, o.s.b.
Prefecto
+Vigilio Noé
Arzobispo titular de Voncaria
Secretario
COMISIÓN EPISCOPAL DE PASTORAL LITÚRGICA
INSTRUCTIVO
1.La escasez de los sacerdotes, las distancias tan grandes que separan muchas
veces a las comunidades de las parroquias, imposibilitan la celebración
eucarística en algunos centros de culto establecidos.
2.Siendo éste el caso en la mayoría de las diócesis
de México, ha parecido conveniente publicar este libro que se ha hecho
de acuerdo a las sugerencias del Directorio publicado por la Congregación
para el Culto Divino.
3.El presente libro está destinado a los diáconos, a los religiosos
y religiosas y a los laicos, hombres y mujeres, designados por el párroco
para dirigir las celebraciones dominicales y festivas cuando falta el presbítero.
Es competencia del obispo diocesano, el establecer estas celebraciones, oído
el parecer del consejo presbiterial[41].
4.El diácono o el laico, debidamente escogidos y preparados, encargados
de animar las celebraciones dominicales y festivas en ausencia del presbítero,
deberán observar las normas dadas por el obispo o por su delegado
y actuar bajo responsabilidad del párroco.
I.EL MINISTRO DE LA CELEBRACIÓN
5.Siempre que sea posible, la celebración será presidida por
un diácono. El diácono usará las vestiduras litúrgicas
de su Orden, ocupará la sede presidencial y saludará al pueblo
con la fórmula: El Señor esté con ustedes, y lo bendecirá
al final de la celebración.
6.Si es un laico el que dirige la celebración, es conveniente que
se revista de alba o túnica únicamente; si no, usará
un vestido digno. Para dirigir la celebración ocupará un lugar
discreto en el presbiterio o en la nave, desde donde se le pueda ver y escuchar
bien; pero no deberá usar la sede presidencial.
Nunca usará la fórmula El Señor esté con ustedes,
u otro saludo propio de un ministro ordenado, ni bendecirá al pueblo
al final de la celebración. Para saludar usará una fórmula
de bendición a Dios y para concluir la celebración implorará
la bendición divina sobra la asamblea, como se indica en el rito.
7.El que dirige la celebración tendrá que aparecer ante
los fieles como delegado del sacerdote responsable de la parroquia o comunidad.
Si es preciso la hará constar al principio de la celebración.
El sacerdote responsable de la parroquia o comunidad deberá explicar
a los fieles cuál es el papel del ministro de la celebración,
para evitar que este servicio pueda ser confundido con la presidencia sacerdotal
de la Eucaristía.
8.El ministro de la celebración deberá ser instruido convenientemente
sobre el ministerio que se le confía. Debe tener este libro y Leccionario
en su edición oficial, o en su defecto, cualquiera de las ediciones
de misales para fieles. Puede también usar el Misal Romano, alguna
publicación aprobada con las Oraciones de los fieles, pero únicamente
para los textos que sean el prefacio y la Plegaria eucarística y la
oración sobre las ofrendas.
9.Al preparar la celebración, el ministro procurará distribuir
adecuadamente algunas funciones, por
ejemplo, para las lecturas, para los cantos, etc., y para la disposición
del ornato del lugar.
Se encenderán las velas y las luces acostumbradas para otras celebraciones.
II.DESARROLLO DE LA CELEBRACIÓN
a)Ritos iniciales
10.Reunido el pueblo, el ministro se sitúa en su lugar, como se ha
dicho antes (nn. 5 y 6).
Si el Santísimo Sacramento está reservado, hará previamente
la genuflexión. Si no lo está hará una inclinación,
pero en ningún caso besará el altar.
Se puede cantar un canto apropiado al tiempo litúrgico para crear
un clima festivo y de participación.
11.Terminado el canto, el ministro dice: en el nombre del Padre, etc. todos
se santiguan y responden: Amén.
Luego el ministro, si es diácono, saluda a los presentes diciendo:
La gracia de nuestro Señor, etc., u otro saludo litúrgico.
Todos responden: Y con tú espíritu.
Si el ministro es laico, saluda a los presentes invitándolos a bendecir
al Señor con una de las fórmulas indicadas en el rito.
12.El ministro puede hacer una breve monición introductoria a la celebración
y recordará a la comunidad con la que, aquel día, el párroco
celebra la Eucaristía.
A continuación, inicia el acto penitencial, como se indica en su lugar
o con cualquiera de las fórmulas contenidas en el Misal incluyendo
las palabras conclusivas.
13.Luego el ministro dice: Oremos. Todos oran en silencio durante unos instantes.
Entonces el ministro, sin extender las manos, dicen la oración colecta
del día. Cuando termina, el pueblo aclama con el Amén.
b)Liturgia de la Palabra
14.Terminada la oración, todos se sientan y el lector lee la primera
lectura desde el ambón. Conviene que el lector sea una persona distinta
del ministro que preside o dirige la celebración. Antes de las lecturas
se puede leer una monición escrita, que llame la atención de
los oyentes y sitúe aquéllas en el contexto de la liturgia
del día.
Todos escuchan atentamente la lectura y al final pronuncian la aclamación.
Después el salmista u otro lector cantan o recita el salmo del modo
acostumbrado.
15.Todas las lecturas se toman del Leccionario del día. La segunda
conviene que la lea otro lector.
Sigue a las lecturas el Aleluya u otro canto, según las exigencias
del tiempo litúrgico. Si no se canta, el Aleluya puede omitirse.
16.Luego el ministro se dirige al ambón. Si es diácono saluda
al pueblo, diciendo: El Señor esté con ustedes. Todos responden:
Y con tu espíritu. A continuación, dice: Del santo Evangelio,
etc.; si el ministro es laico, omite el saludo y dice solamente: Escuchen,
hermanos, el santo Evangelio según san N.
Al final de la proclamación, el ministro dice: Palabra del Señor,
a la que el pueblo, Gloria a ti, Señor Jesús. Si es diácono,
besa también el libro.
17.Si el que dirige la celebración es un diácono, él
hace la homilía. Si es un laico puede leer la homilía escrita
por el sacerdote responsable de la parroquia o comunidad. Puede también
tomar el Leccionario en sus manos y repetir en voz alta algunas frases de
las lecturas proponiéndolas a la consideración de los fieles.
Cabe incluso leer los comentarios que encabezan las lecturas en los misales-leccionarios
manuales.
En todo caso, conviene que siga un momento de silencio para meditar la Palabra
de Dios.
18.A continuación, todos, de pie, recitan el Símbolo niceno-constantinopolitano
o el “de los Apóstoles”.
19.Después se tiene la oración de los fieles o plegaria universal,
que el ministro dirige desde su lugar o desde el ambón. Pueden utilizarse
los esquemas propuestos más adelante u otros preparados para la celebración.
En todo caso, la plegaria se desarrollará según la serie establecida
de las intenciones. No se omitan las intenciones propuestas por el obispo
o el párroco, y pídase con frecuencia por las vocaciones al
Orden sagrado.
c)Acción de gracias.
20.Después de la plegaria universal puede tener lugar una acción
de gracias, con la cual los fieles exaltan la bondad de Dios y su misericordia.
Esta acción de gracias puede hacerse de dos maneras:
a.Como simple acción de gracias con un salmo, por ejemplo, los salmos
99, 102, 117, 135, 137, 150; o con un himno o cántico, como el Gloria
a Dios en el cielo o el Magnificat; o con una plegaria litánica, que
el ministro dice con los demás vuelto al altar, estando todos de pie.
b.Como acto de adoración a la Santísima Eucaristía,
antes del Padrenuestro, como luego se dirá.
21.En todo caso, la acción de gracias no debe tener forma de una Plegaria
eucarística. Los textos del prefacio y de las Plegarias eucarísticas
contenidos en el Misal no pueden usarse.
d)Rito de la comunión.
22.Terminadas la oración de los fieles y la acción de gracias,
si ha tenido lugar, se extienden los corporales sobre el altar. El ministro
se acerca al tabernáculo y toma el copón con la Santísima
Eucaristía, lo pone sobre los corporales y hace una genuflexión.
23.A continuación, si antes no ha tenido lugar la acción de
gracias, arrodillado juntamente con los fieles, canta un himno eucarístico,
o un salmo, o recita una plegaria litánica dirigida a Cristo presente
en la Eucaristía.
24.Acabado el canto o la recitación, si ha tenido lugar, el ministro,
de pie, invita a recitar o cantar el Padrenuestro, que recita o canta toda
la asamblea.
25.Después si lo juzga oportuno, invita a los fieles a darse la paz
con estas o parecidas palabras: Darse fraternalmente la paz. Y todos se dan
la paz del modo acostumbrado.
26.A continuación, el ministro abre el copón, hace genuflexión
y muestra el pan eucarístico a todos, diciendo: Éste es el
Cordero, etc. Todos dicen: Señor, no soy digno… Si el ministro comulga,
dice en voz baja: El Cuerpo de Cristo me guarde para la vida eterna, y con
reverencia toma él miso el Sacramento
Acercándose a los que van a comulgar, teniendo la hostia un poco elevada,
se la muestra a cada uno, diciéndole: El cuerpo de Cristo. El que
comulga responde: Amén, y recibe el Sacramento.
27.Mientras tanto, se puede entonar un canto de comunión.
28.Terminada la distribución de la comunión, el ministro, vuelto
al altar, recoge las partículas sobrantes en el copón y se
purifica los dedos si es necesario. Después guarda el Sacramento en
el tabernáculo, hace una genuflexión y vuelve a su lugar.
Entonces, si se juzga conveniente, se puede observar un breve tiempo de silencio.
29.También puede hacerse la acción de gracias, si no se hizo
después de la oración de los fieles o antes del Padrenuestro.
Para la acción de gracias se puede usar cualquiera de los cantos de
alabanza, salmos o himnos o letanías que se usan con este fin.
30.A continuación del silencio sagrado o de la acción de gracias,
si ha tenido lugar en este momento, el ministro invita a los presentes a
orar y dice la oración después de la comunión del día.
e)Despedida
31.Terminada la oración después de la comunión, se dan
los avisos y las noticias que afectan a la vida parroquial o diocesana. Puede
también advertirse la finalidad de la colecta, si se hace, para realizarla
a la salida.
32.Si parece oportuno, puede hacerse en este momento un canto en honor a
la Virgen María.
33.Finalmente, el ministro, si en diácono, vuelto al pueblo lo saluda
y bendice con la fórmula propia. Si es laico, pide la bendición
de Dios y se santigua, diciendo: El Señor nos bendiga, etc.
Entonces, hecha la debida reverencia, el ministro se retira.
[1] Cfr. Lc 24, 27.
[2] Código de Derecho Canónico, can. 1248, § 2.
[3] Cfr. Actas de los mártires de Abitinia: en D. ruiz Bueno, Actas
de los mártires, BAC 75, Nadrid 1951, pág. 973.
[4] Cfr. Sagrada Congregación de Ritos y Consilium, Instrucción
ínter Oecumenici, de 26 de septiembre de 1964, n+um. 37: AAS 56 (1964),
págs. 884-885; Código de Derecho Canónico, can, 1248§
2.
[5] Concilio Vaticano II, Constitución Sacrosanctum Concilium, sobre
la sagrada Liturgia, núm. 106; Cfr. Ibid., Apéndice: Declaración
del sacrosanto Concilio ecuménico Vaticano II sobre la revisión
del calendario.
[6] Cfr. Ap. 1, 10. Cfr., también, Jn 20, 19. 26; Hch 20, 7-12; 1
Cor 16, 2; Hb 10, 24-25.
[7] Cfr. Didaché 14, 1: edic. F.X. Funk, Doctrina duodecim Apostolorun,
Tubinga 1887, p. 42.
[8] S. Justino, Apología I, 67; PG 6, 430.
[9] Didascalis apostolorum, 2, 59, 1-3: Edic. F.X. Funk, 1, pág. 170
[10] Concilio Vaticano II, Constitución Sacrosanctum Concilium, sobre
las sagrada liturgia, núm. 106.
[11] S. Ignacio de Antioquía, Ad Magnesios, 9, 1: edic. F. X. Funk,
1 pág. 199.
[12] Cfr. Pablo VI, alocución a un grupo de Obispos de Francia en
visita ad limina, de 26 de marzo de 1977: AAS 69 (1977), pág. 465:
«El objetivo debe seguir siendo la celebración del sacrificio
de la Misa, única verdadera realización de la Pascua del Señor».
[13] Concilio VaticanoII, Constitución Sacosanctum Concilium, sobre
la sagrada liturgia, núm. 106.
[14] Cfr. Sagrada Congregación de ritos y Consilium, Instrucción
Euchariticum mysterium, del 25 de mayo de 1967, núm. 25: AAS 59 (1967)
pág. 555.
[15] Cfr. Sagrada Congregación de ritos y Consilium, Instrucción
Euchariticum mysterium, del 25 de mayo de 1967, núm. 25: AAS 59 (1967)
pág. 555; Concilio Vaticano II, Constitución Sacrosanctum Concilium,
sobre la sagrada liturgia núm. 106.
[16] Cfr. «Le sens du dimanche dans une societé pluraliste.
Reflexions pastorales de la Conferénce des Évêques du
Canada»: en La Documentation Catholique, núm. 1935 (1987), págs.
273-276.
[17]Ap. 7, 9.
[18] Cfr. Concilio Vaticano II, Constitución Sacrosanctum Concilium,
sobre la sagrada liturgia núm. 35, §4.
[19] Ritual de la sagrada Comunión y del culto a la Eucaristía
fuera de la Misa,núm. 26.
[20] Cfr. Pablo VI, alocución a un grupo de Obispos de Francia en
visita ad limina, de 26 de marzo de 1977: AAS 69 (1977), pág. 465:
«Proceded con discernimiento, ¡pero sin multiplicar este tipo
de reuniones, como si se tratase de la mejor solución y de la última
posibilidad!».
[21] Missale Romanum, Oración sobre las ofrendas de la Misa por las
vocaciones a las sagradas Órdenes.
[22] Concilio Vaticano II, Decreto Presbyterorum ordinis, sobre el ministerio
y la vida de los presbíteros, núm. 6.
[23] Cfr. Sagrada Congregación de Ritos y Consilium, Instrucción
Euchariticum mysterium, del 25 de mayo de 1967, núm. 26: AAS 59 (1967)
pág. 555.
[24] Cfr. Pablo VI, Carta apostólica en forma de «motu proprio»
Ad pascendum, de 15 de agosto d 1972, núm. 1: AAS 64 (1972), pág.
534.
[25] Cfr. Código de Derecho Canónico, can. 230, §3.
[26] Cfr. Bendicional, Coeditores litúrgicos, 1986, cap. V, I: Bendición
de los lectores, núms. 392-408, págs. 177-182; II: Bendición
de acólitos, núms. 409-426, págs. 183-188.
[27] Cfr. Código de Derecho Canónico, can. 230, §3.
[28] Concilio Vaticano II, Constitución Sacrosanctum Concilium, sobre
la sagrada liturgia núm. 28.
[29] Cfr. Ibid., núm. 29.
[30] Código de Derecho Canónico, can. 1248, §2.
[31] Ordenación general de la Liturgia de las Horas, mpun. 22.
[32] Sagrada Congregación para la Doctrina de la fe, Carta Sacerdotium
ministeriale, sobre algunas cuestiones concernientes al ministro de la Eucaristía,
de 6 de agosto de 1983: AAS 75 (1983), pág. 1007.
[33] Cfr. Ordenación general de la Liturgia de las Horas, núm.
258; Bendicional, Coeditores litúrgicos, 1986, núms. 18, 120,
131, 183, etc.
[34] Cfr. Ritual de la sagrada comunión y del culto a la Eucaristía
fuera de la Misa, núm. 20.
[35] Cfr. Ordenación general de la Liturgia de las Horas, núm.
258.
[36] Cfr. Código de Derecho Canónico, cáns. 766-767.
[37] Cfr. Ordenación general del Misal Romano, núms. 45-47.
[38] Cfr. Ritual de la sagrada comunión y del culto a la Eucaristía
fuera de la Misa, cap. 1.
[39] Cfr. Ritual de la sagrada comunión y del culto a la Eucaristía
fuera de la Misa, núm. 37.
[40] Juan Pablo II, Alocución a un grupo de obispos de Francia en
visita ad limina, de 27 de amrzo de 1987.
[41]Cfr. Congregación para el Culto Divino, Directorios para las celebraciones
dominicales en ausencia de presbítero, de 2 de junio de 1988; núm.
24.