César Franciotti nace en Lucca, ciudad de la Toscana, un
día sábado 3 de julio de 1557, ya desde el comienzo sus
padres se preocupaban de encomendarlo siempre al cuidado de Dios. Fue
bautizado el día siguiente, siendo presentado por sus padres
Miguel Franciotti y María Bertolini. Tuvo más hermanos:
Gismondo, Faustina y Julio, éste último será parte
importante en su vida porque llegará a ser uno de los seguidores
de San Juan Leonardi.
Desde muy pequeño comenzó a demostrar su
amor a Dios, y por cierto, su devoción a la Virgen María.
Demostraba señales claras de su cristiana cultura y religiosa
virtud, “la venia
destinada del cielo”. Se
sabe que teniendo 14 años se encomendó a nuestro
Señor haciendo un voto de virginidad.
A medida que crecía en edad, también lo
hacía en gracia recibida de Dios. Viendo su padre esa especial
virtud hacia los estudios, sobre todo en las ciencias humanas, toma la
decisión de enviarlo, a los 17 años, a estudiar con un
sacerdote. Éste era conocido por su extraordinaria capacidad y
profunda religiosidad, era San Juan Leonardi, quien hará
despertar en el joven César el escondido y profundo deseo de
servir a Dios y a la Iglesia. Es así, que teniendo 18
años, un año después de ser encomendado a Juan
Leonardi, fue recibido en la naciente Orden el día 20 de marzo
de 1575.
No fue nada de fácil para el Padre Juan el recibir
a este joven, dado que siendo éste era de una familia noble, los
Franciotti no soportaban el hecho de que uno de sus hijos
(después serían dos), se hiciera sacerdote, menos
aún de una Orden que en aquel tiempo no se conocía.
Incluso en una ocasión hicieron uso de la fuerza para poder
sacarlo de aquel convento, pero el hijo de igual manera volvía a
su nueva casa.
Recibe su hábito religioso el primer día del
mes de noviembre de 1576. Demuestra como siempre un extraordinario amor
a Cristo, más aún enfatiza su devoción a la
Eucaristía, de lo cual llegará a redactar varios
escritos, entre otras cosas tambien destaca su elocuente don de la
predicación.
A la edad de 25 años se enferma gravemente y su
vida corre serio peligro. En un acto de estima y amor por su hermano, y
viendo que no se podía hacer nada por él, Juan Leonardi
lo encomienda a las manos de nuestra Madre, quien atiende a estas
súplicas salvándolo de la muerte. Así un
año después, junto a otros hermanos de la Orden (Juan Leonardi, Jorge
Arrighini, Onofrio Breuaminti y Julio Franciotti), en un acto de obediencia y
junto con cumplir este voto, inician una peregrinación hacia el
Santuario de Nuestra Señora de Loreto.
El 1º de mayo de 1583 inician el viaje que se vuelca
fatigoso, y además, como todo peregrinaje de aquel tiempo,
peligroso. Sin embargo, después de 17 días logran llegar
y cumplir con esta importante misión. Después de esto, el
padre Juan se dirigiría junto con los suyos a Roma donde
sería recibido por su amigo San Felipe Neri.
Luego de una larga vida al servicio de
Dios y a la Iglesia, entrega su alma al Padre Eterno el día 9 de
diciembre de 1627 estando en compañía de sus hermanos de
la comunidad de Santa María Corteorlandini en Lucca.
Una de las últimas palabras que pronunció, y que
demuestra su total entrega al Altísimo fue: “… Habran esa
ventana, que quiero ver el paraíso, donde me enviarán…”, después de esto y
antes de morir pidió a su rector, Padre Nicolao Arnolfini, que
después de muerto no le sacaran nada de su cuerpo, luego
besó el Crucifijo de un hermano, se despidió de cada uno
de ellos con un abrazo y les dijo: “Mis queridos padres, no
tengan pena por mi causa. Hoy termina esta miserable vida para
mí, espero con alegría que no sea infeliz en la muerte.
¡Oh! Si Dios tendrá misericordia recibiéndome en
aquella beata, cuando frecuentemente me recordaré de ustedes,
que quedan. La caridad sobreviene a la muerte: ésta nos
unirá en el Señor, aunque estemos lejos: padres y
hermanos amados de Dios”. Después de esto
pidió perdón por sus faltas y les recomendó a
todos la obediencia y observancia de las constituciones, luego
murió.