BEATA CLEMENCIA DE SAN JUAN BAUTISTA
RIBA Y MESTRES
1936 d.C.
8 de agosto
Nació en Igualada (Barcelona),
el 8 de octubre de 1893. Alumna del colegio igualadino escolapio se distinguió
por su aplicación y simpatía natural. Sintió pronto
el deseo de abrazar la vida religiosa, pero no pudo realizar sus deseos hasta
el 31 de mayo de 1919, fecha de su profesión religiosa. Después
de una breve estancia en el juniorato de Zaragoza, fue destinada al colegio
de Valencia. Las hermanas que convivieron con ella aseguraban que todas la
querían: las superioras hallaban en ella un descanso y consuelo, las
hermanas un corazón amplio, siempre dispuesto a hacer el bien; y las
alumnas una madre. En la playa del Saler trocó la vida terrena por
el cielo, cuando contaba 41 años de edad.
M. María Baldillou, M. Presentación Gallén,
M. Mª Luisa Girón, M. Carmen Gómez, y M. Clemencia Riba
formaban parte de la comunidad escolapias de Valencia. Dada la situación
persecutoria y antirreligiosa en la ciudad, el 19 de julio de 1936, buscaron
refugio en un piso de la calle de San Vicente, cerca del colegio. Allí
pasaron días calamitosos. El 8 de agosto de 1936, a las cinco de la
mañana, fue asaltada la vivienda por unos milicianos. Habían
sido denunciadas y debían declarar en el Gobierno Civil. Un coche
las esperaba a la puerta. Peor no fueron llevadas al Gobierno Civil, sino
a la playa del Saler, donde al amanecer de ese mismo día, sellaron
con su sangre su vida de fidelidad al Señor, y en la ciudad del Turia
recibieron la palma del martirio.
Seducidas por Cristo - Maestro vivieron entregadas a la educación,
bajo el lema calasancio "Piedad y Letras". Fueron vidas sencillas, ejemplares,
empapadas de bienaventuranzas y sonrisas, que sembraron entre las niñas
y jóvenes los frutos de su madurez y de sus experiencias pedagógicas,
hasta derramar su sangre por amor. Mujeres fieles y prudentes, humildes y
fuertes como buenas hijas de Santa Paula Montal, vivían con sencillez
y amor, entregadas totalmente a la educación de las niñas y
jóvenes, a la promoción de la mujer, sin intervenir, ni mezclarse
para nada en la política, agitada y hostil a la iglesia.
Porque eran discípulas de Cristo, derramaron su sangre,
con serenidad y paz, glorificando a Dios con la profesión de su fe
y perdonando a los que las injuriaban y asesinaban. Estas Mártires
Escolapias, ofreciéndose en holocausto al Señor, son el testimonio
más elocuente de su amor a Cristo y un estímulo real para la
Escuela Pía y para la iglesia en general, en su vida de seguimiento
de Jesús.