CLEMENTE VI
1342-1352 d.C.



   Pedro Roger de Maumont, benedictino, arzobispo de Rouen y cardenal, tuvo más suerte en los asuntos políticos que Benedicto XII. Pudo establecer un armisticio entre franceses e ingleses a principios de una guerra que durará cien años. Protegió a Carlos IV de Luxemburgo, que dirigía desde Praga los destinos del Imperio, y como sometido al Papa, era enemigo de Luis de Baviera. En fin, logró calmar a los fraticelli y recibió la sumisión de Guillermo de Occam. El gran peligro venía esta vez de Roma.

   Basándose en la doctrina de la Lex regia, Cola di Rienzo había sublevado a el pueblo el lunes de Pentecostés de 1347, y se había proclamado tribuno del Capitolio. En seguida atacó a los Colonna, los venció en las calles de Roma, bautizó con la sangre de sus enemigos a su hijo mayor y arrasó el castillo de la temible familia en Palestrina. Envió embajadores, portadores de coronas de plata, anunciándoles la resurrección de Roma y su derecho a dirigir el mundo. El pueblo adoraba a su tribuno, pero lo curioso es que, en aquel momento de exaltación, los príncipes aceptaron el mensaje y se dejaron influir por Rienzo, cuya elocuencia y cuya cultura eran notables.

   Petrarca le dedicó un poema, Spirito gentil, y apoyó al tribuno durante toda su vida. Es evidente que el sueño de Rienzo fue el de unificar a Italia y coronarse a sí mismo como rey, después de haber recibido en Roma el título de caballero del Espíritu Santo. El Papa temía perder su ciudad y se apresuró a enviar un legado, el cardenal Bertrand de Déaulx, al que Rienzo recibió de manera impertinente y le volvió la espalda. La idea del tribuno era la de invertir la situcación: someter al Papa a Roma en lugar de someter la ciudad al Papa.

   El Papa, según el tribuno, tenía que depender de la voluntad del pueblo romano, único soberano, y sustituir al emperador alemán por un emperador italiano. El sueño no duró mucho. Los Colonna obligaron a Rienzo a abandonar Roma y a refugiarse en Maiella, allí donde los fraticelli de Celestino V seguían en su actitud de rebeldía y de vida dedicada a la oración y a las privaciones. Rienzo vivió algunos años con ellos, hasta que, convencido por las profecías de un monje que le anunciaba un porvenir glorioso, abandonó su refugio, se marchó a Praga y trató de convencer al emperador Enrique IV de que junto con él iban a conquistar el mundo.

   Enrique lo entregó al Papa, que encerró al tribuno en la cárcel de Aviñón, humillado y cargado de cadenas, destinado a una muerte innoble. El que le salvó fue Petrarca, el espíritu más temible e independiente de su tiempo, que atacaba al Papa en sus cartas y poemas y hablaba de la necesidad del retorno a Roma. Rienzo salvó la vida, y en 1353 fue enviado a Italia como acompañante del cardenal Albornoz, antiguo arzobispo de Toledo y vencedor de los moros en Tarifa.

   El cardenal tenía como misión apaciguar a las ciudades que formaban el estado papal de Italia, y sobre todo a Roma. Cola di Rienzo fue nombrado senador de la Ciudad Eterna, pero defraudó al pueblo, transformándose en un violento tirano. El 8 de octubre de 1354 el pueblo atacó al Capitolio, y el senador, el que había soñado con la nueva gloria de Roma, fue muerto, y sus cenizas fueron arrojadas al Tíber. Poetas y músicos perpetuaron la memoria del primer político del Renacimiento, hombre de pueblo, humanista, amigo de Petrarca y enemigo de los feudales. Lord Byron, Bulwer Lytton, Wagner, D'Annunzio, exaltaron la figura del tribuno romano.

   En 1352 Santa Brígida de Suecia dirigió al Papa Clemente VI una serie de cartas inspiradas y apremiantes, en las que amonestaba al Papa y le imploraba volver al espíritu del Evangelio.

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(Samuel Miranda)