Lo más destacado de su pontificado fue, sin duda, su reconciliación con Enrique IV de Francia y su apartamiento de la política de Felipe II de España. Cuando en 1593 Enrique de Borbón se vio forzado a levantar el cerco a que tenía sometido París ante la sola aproximación de los tercios españoles procedentes de Flandes y comprendió la inestabilidad con que se posaba la corona de Francia sobre su cabeza, se reconvirtió al catolicismo dejando a los defensores de la ortodoxia cristiana sin razones en que basar su oposición a la nueva monarquía borbónica. Dos años después, Clemente VIII absolvió solemnemente al rey converso y le admitió sin restricciones en el seno de la iglesia.
El indulgente perdón papal destilaba esencias políticas. Ninguna acción cabía esperar ya de Felipe II contra Inglaterra, y en Francia era innecesaria su intervención una vez retornado su rey a la obediencia de la santa sede. Por el contrario, el poder que había acumulado el monarca español se hacía sentir en el propio Vaticano y trascendía a Italia entera. Como sucediera tantas veces en similares circunstancias, maquinaba el papa la forma de librarse de un incómodo protector y no encontró otra que la que se había seguido siempre: la de trocar las alianzas. Clemente VIII vio en Enrique IV un valioso asociado en la tarea de sacudirse el yugo español, por eso, cuando en 1595 el Borbón declaró formalmente la guerra a España, el papa se apresuró a levantar las penas eclesiásticas que pesaban sobre aquél y darle la cordial bienvenida al redil.
Dos años más tarde tuvo ocasión de poner a prueba la fidelidad del nuevo rey católico y sacar provecho de su asociación. En efecto, en octubre de 1597 moría sin descendencia Alfonso II, duque de Ferrara, y creyó el papa que se le presentaba una ocasión única de anexionar la plaza fuerte a los Estados Pontificios. España no compartía el proyecto de Clemente y maniobró para que César d'Este, un primo ilegítimo de Alfonso, diera continuidad a la dinastía, pero el papa acudió a Enrique IV que le prometió la ayuda militar necesaria para llevar a término su plan. Felipe II, que por estas fechas parecía comprender que restaban pocas hojas en su calendario particular, no quiso abrir un nuevo frente de lucha y desistió de la pelea. Las tropas pontificias pudieron así entrar en Ferrara sin obstrucción, ocupar la ciudad e integrarla en las posesiones de la iglesia, entre las que permaneció mientras éstas duraron. Conseguido su objetivo, el papa Clemente medió entre España y Francia para que entablasen negociaciones de paz que culminaron el 2 de mayo de 1598 con el Tratado de Vervins.
La ejecución de Giordano Bruno el 17 de febrero de 1600,
de la que Juan Pablo II pidió públicas escusas en nombre de
la Iglesia, ha quedado como un baldón que ensombrece la memoria del
papa Clemente VIII.
Página Principal
(Samuel Miranda)