El 29 de noviembre de 1627 fue consagrado obispo de Camerino. En 1633 fue designado gobernador de Loreto y en 1636 de toda Romaña. En 1641 lo nombraron gobernador de la Marca de Roma per modum provisionis. El papa Urbano VIII le encomendó los trabajos diseñados para proteger al territorio de Rávena de los desbordamientos del Río Po, y en recompensa por su labor le designó visitador apostólico de todos los Estados de la Iglesia y quiso nombrarle cardenal, pero Emilio Altieri renunció en favor de su hermano mayor Giambattista.
En 1644 el papa
Inocencio X lo envió como nuncio a Nápoles, cargo en el que
permaneció durante ocho años. En este período se le
acredita el restablecimiento de la paz después de los días
tormentosos días de la revuelta de Masaniello.
Durante la sede vacante de 1655 fue encargado por el Sacro Colegio
Cardenalicio para pacificar la Lombardía. Desde 1657 hasta 1667 fue
secretario de las Congregaciones de Obispos y Regulares, y este último
año fue nombrado consultor de la Suprema Congregación de la
Romana y Universal Inquisición, superintendente de los Estados de
la Iglesia y prefecto de los cubiculi de Su Santidad. Había
dimitido de su obispado de Camerino en 1666.
Cuando ya había
cumplido 79 años, en 1669, el papa Clemente IX lo nombró cardenal,
pero la inmediata muerte de este papa impidió no sólo que le
fuera atorgada diaconía ni título alguno, sino que llegara
a ser investido. Se registra que el papa Clemente, al convertirle en un miembro
del Sacro Colegio, le dijo: "Serás nuestro sucesor".
Finalizado el funeral de Clemente IX, 62 electores entraron al cónclave el 20 de diciembre de 1669. La mayoría era de cuarenta y dos votos eran necesarios, pero después de cuatro meses la situación estaba estancada: Giannicolò Conti, cardenal del título de S. Maria in Traspontina y obispo de Ancona, obtenía 22 votos; Giacomo Rospigliosi, cardenal del título de S. Sisto y que era sobrino del difunto papa Clemente IX, conseguía 30: Carlo Cerri, cardenal diácono de S. Adriano, se llevaba 23 votos.
Al final los
cardenales estuvieron de acuerdo en recurrir al antiguo expediente de elegir
a un cardenal de avanzada edad, que fuera "de transición". Propusieron
a Altieri, un octogenario que, aunque investido cardenal sólo unos
días antes del inicio del cónclave, llevaba una larga vida
al servicio de la Iglesia.. Altieri se resistió
mucho a la elección, pero acabó obteniendo la mayoría
el 29 de abril de 1670. A pesar de sus protestas (se dice que hubo de sacarle
de la cama a causa de su resistencia) el 11 de mayo siguiente fue coronado
en la Patriarcal Basílica Vaticana por Francesco Maidalchini, cardenal
protodiácono de S. Maria in Via Lata. Asumió el nombre
de Clemente en homenaje a su predecesor, que tanto había hecho por
él.
Con su ascención al papado, Clemente X, para salvar el apellido Altieri de la extinción, adoptó a la familia Paluzzi, y propuso que uno de los Paluzzi se debía casar con Laura Cetrina Altieri, la única heredera de la familia. A cambio de que adoptaran el apellido Alteri, promocionaría a uno de los Paluzzi. Terminada la boda, que él ofició, promovió a su nuevo pariente por matrimonio el cardenal Paluzzo Paluzzi-Altieri degli Albertoni (creado in pectore en 1664 y proclamado en 1666), del título de Ss. XII Apostoli y tío del nuevo esposo de Laura, al puesto de "cardenal sobrino" para realizar tareas que el papa no podía asumir por causa de su edad. Su principal actividad sería la de invertir el dinero de la Iglesia y, con el pasar de los años, gradualmente confiarle el manejo de los asuntos ordinadios, hasta tal punto que los romanos dijeron que el papa se había reservado para sí solamente las funciones episcopales de benedicere et sanctificare.
Como todos los
pontífices, Clemente X aconsejó a los príncipes
cristianos que se amaran los unos a los otros, y a probarlo con una entera
confianza, por medidas generosas, y una conducta escrupulosa y prudente.
El Papa deseaba especialmente que se renovara un sentimiento de buen entendimiento
entre España y Francia.
El 12 de abril de 1671, Clemente X canonizó a cinco nuevos santos:
El 13 de enero de 1672, Clemente X reguló las formalidades que se observarían al extraer las reliquías de los Santos de los Cementerios Sagrados. Nadie podría remover tales reliquias sin el permiso del cardenal vicario. No podrían ser expuestos a la veneración de los fieles sin antes haber sido examinados por el mismo cardenal. Las principales reliquias de un mártir -entiéndase la cabeza, las piernas, los brazos, y la parte por la que sufrieron- solamente podrían ser expuestas en las iglesias, y no podrían ser dadas a personas privadas, sino sólo a príncipes y altos prelados. El Santo Padre decretó severas penas en contra de aquellos que le dieran a alguna reliquia algún nombre distinto al dado por el cardenal vicario. La pena de excomuniónPapa Clemente XI en 1704. sería aplicada a todo aquel que pidiera una suma de dinero por alguna reliquia auténtica. Estos decretos, y otros realizados por papas predecesores, fueron confirmados por el
Clemente
X beatificó al papa Pío V, a Francisco Solano, y a Juan
de la Cruz. Además el 24 de noviembre de 1673, beatificó a
diecinueve mártires de Gorcum, Holanda, que
habían sido asesinados el 9 de julio de 1572, por odio a su fe Católica,
el Papa, la Iglesia Romana, y el Santo Sacramento de la
Eucaristía. De los diecinueve mártires, once eran frailes
franciscanos.
Clemente X, observando los resultados de las labores apostólicas de los primeros misioneros franceses en Canadá, el número de fieles, y el gran campo de trabajo, buscó darle a la Iglesia una organización independiente, y erigió una sede en Quebec, cuyo obispo dependería directamente de la Santa Sede. El primer obispo fue monseñor Laval de Montmorency.
En 1673 llegaron
a Roma los embajadores del Gran Duque de Moscovia,
Ivan Basilowitz. Solicitaba del papa el título
de zar, que por otro lado ya se había dado a sí mismo. Al mismo
tiempo le dio una fuerte ayuda financiera al rey de Polonia Juan Sobieski en su lucha en contra de los invasores
turcos. Pavel Nanes, embajador de origen escocés,
no pudo obtener la sanción del título, aunque fue recibido
con grandes honores y con muchos regalos para que le llevara a su jefe. El
Gran Duque de Moscovia no profesaba la fe católica, por lo que era
difícil que consiguiera su objetivo, y el Rey de Polonia no miraba
con buenos ojos la embajada.
Mientras en Roma se presentían los problemas. El Cardenal Altieri, jefe del gobierno, estaba dispuesto a aumentar los ingresos, y estableció un nuevo impuesto de tres por ciento sobre todas las mercancías que entraban a la ciudad, incluyendo bienes para los cardenales y embajadores. Aunque el gobierno argumentaba que los embajadores abusaban de sus privilegios, los cuerpos diplomáticos mostraron poca satisfacción al conocer que no estaban exentos de la nueva ley de impuestos.
Otro edicto que confirmó al primero fue el ordenar la confiscación, sin distinción, de todos aquellos bienes que no pagaran el nuevo impuesto. Los cardenales al principio se quejaron, aunque con moderación. Pero los embajadores no hablaban el idioma de los Papas.
El cardenal sobrino decía que el Papa, con su propio Estado, podía hacer las reglas que quisiera. Los embajadores de los imperios franceses, españoles y venecianos, enviaron a sus secretarios para exigir una audiencia con el Papa. El camarlengo en jefe contestó que el Papa tenía compromisos ese día. Durante cuatro días seguidos el carmalengo dio la misma respuesta a estas persona. El Papa, conociendo lo que había ocurrido, declaró que no había dado tal orden. Los embajadores enviaron sus secretarios a pedirle la audiencia al cardenal Paluzzi-Altieri. Él no solo se negó a recibirlos, sino que también les cerró las puertas y aumentó la guardia en los palacios pontificios, de manera que no siguiera la ofensiva. El cardenal sobrino escribió a los nuncios que residían en las cortes de Europa, diciendo que los excesos cometidos por los embajadores habían inducido al Papa a publicar un nuevo edicto. Los embajadores, por el contrario, aseguraron a sus soberanos que la acusación era solo un pretexto.
El conflicto
duró aproximadamente un año; y Clemente X, que deseaba
la paz, asignó el asunto a una congregación.
En el año 1675, Clemente X celebró el 14º jubileo del Año Santo. A pesar de su edad y sus achaque, visitó las iglesias, lamentando que su salud no le permitiera hacer la sagrada visita en más de cinco ocasiones. Fue doce veces al hospital Trinitario para lavar los pies de los peregrinos.
Ello confirmaba
lo que se decía por Roma, que aunque Clemente era el papa titular,
el cardenal sobrino Paluzzi-Altieri era el papa en funciones.
Trabajó para preservar la paz en Europa, aún con las amenazas de la ambición de Luis XIV de Francia, un monarca imperial que tenía una confrontación relacionada a las regalías, o ingresos, de las diócesis y abadías vacantes. Esto terminó en continuas tensiones con Francia.
A Clemente X
se deben las dos fuentes que adornan la Plaza de San Pedro y las diez estatuas
de ángeles en mármol que decoran los pretiles del puente de
Sant'Angelo, que todavía se pueden visitar allí, en
Roma.
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(Samuel Miranda)