HISTORIA DE LA IGLESIA CATÓLICA
EPOCA ANTIGUA (SIGLOS I-V)
PRIMERA PARTE:
DEL SIGLO I AL III D.C.
CAPITULO VIII
CONFLICTO ENTRE CRISTIANISMO Y PODER ESTATAL
Las comunidades cristianas, por su imperativo de mantenerse
apartadas de los cultos paganos, debían, antes o después, atraer
sobre sí la atención de la sociedad. Pero esta atención
fue desde el principio negativa, hostil, algo llamativo si tenemos en cuenta
el éxito popular que obtenían los cultos orientales que se
expandían por el Imperio. Los motivos, por lo tanto, que están
en el origen de la persecución contra el cristianismo, se encuentran
en esta misma religión, el principal de los cuales es la pretensión
absoluta que lleva dentro de sí. Era la primera vez en el Imperio
Romano que se presentaba una religión que consideraba a su Dios, no
uno entre los demás, sino como el único Dios del mundo y su
único Redentor; junto a este culto no podía existir ningún
otro. Ya que de esta religión se derivaban consecuencias para la vida
práctica cotidiana, poco a poco los cristianos fueron apareciendo
al mundo pagano como enemigos declarados de toda la vida civil antigua, que
tenía una impronta religiosa. Esta atmósfera hostil fue alimentada
por el judaísmo de la diáspora, que no podía perdonar
a los judeo-cristianos la apostasía de la fe de sus padres. La segregación
de los cristianos daba auge a los rumores sobre degeneraciones y aberraciones
de su culto, y sobre su fama como gentuza.
Los cristianos vivieron todo esto como una injusticia, aunque
también parece que no llegaron a comprender que sus características
religiosas ofrecían algún motivo para la persecución.
La mayor parte de las fuentes cristianas ofrecen este panorama. Falta un
estudio desde el punto de vista pagano. De hecho, la historiografía
cristiana ha hecho que se vea el fenómeno de la persecución
reducido a una parte, la pagana, cruel, brutal, castigada por Dios, y la
cristiana como los elegidos y justos que por su constancia merecen la corona
del cielo. La visión de un Lactancio o de un Eusebio han dominado
el cuadro de las persecuciones contra los cristianos.
Hay que tener en cuenta, en primer lugar, que es inadmisible ver en cada
emperador o gobernador romano en cuyo período se hayan dado persecuciones,
a un hombre de ciego furor que los haya perseguido sólo a causa de
su fe: hay que examinar caso por caso. En segundo lugar, la iniciativa de
las represalias contra los cristianos no venía, generalmente, de la
autoridad estatal: era algo contrario a los principios fundamentales de la
política religiosa romana el perseguir a los seguidores de un movimiento
religioso sólo por motivo de su confesión.
El culto a los emperadores, nacido bajo Augusto, se fue desarrollando
muy poco a poco: por ello, no se puede aducir esta razón como motivo
general de las persecuciones contra los cristianos en el siglo I; sólo
en algunos casos, como Nerón o Domiciano, que llevaron adelante exageradamente
algunas prerrogativas del culto imperial, se dieron algunos desórdenes,
que no pueden ser achacados sólo a los cristianos.
Fue a causa de enfrentamientos entre judíos y cristianos, o entre
cristianos y población pagana por lo que las autoridades se fijaron
en el nuevo movimiento religioso, debiendo intervenir para controlar los
tumultos. Poco a poco, las autoridades se fueron convenciendo de que la paz
religiosa gozada hasta entonces estaba amenazada por el cristianismo, y que
por lo tanto constituían una amenaza para la política religiosa
llevada hasta entonces adelante. Así, sucesivamente se persuadieron
de que los cristianos rechazaban de plano la religión de estado, y
que por lo tanto se ponía en peligro, según su óptica,
el mismo estado romano. Por todo ello, el poder estatal puede ser citado
en las persecuciones con un carácter restringido.
En primer lugar se encuentra el totalitarismo de la religión
cristiana, y en segundo la actitud hostil del paganismo. Sólo en el
III siglo, cuando el estado romano llegue a ver en el cristianismo una fuerza
que mina su existencia, será cuando el conflicto entre cristianismo
y estado se convierta en una oposición de principio. Ello no quita
que los mártires cristianos confesaran con gran heroísmo su
fe y sostuvieran en todo tiempo y frente a cualquier poder terreno la libertad
de decisión de la conciencia en campo religioso.
1.- Las persecuciones bajo Nerón y Domiciano.
El primer caso documentado de que la autoridad estatal romana
haya debido ocuparse de un cristiano, ha sido el del apóstol Pablo,
que en el año 59, ante el procurador Porcio Festo, valiéndose
de la propia ciudadanía romana se apeló al Cesar y fue trasladado
a Roma.
Sin embargo, en tiempos recientes se ha creído encontrar
indicios de una toma de posición del estado romano contra los cristianos,
que se remontaría a los primeros años del emperador Claudio:
se trata de un papiro, una carta encontrada en 1920, que respondía
a una doble delegación judía (¿y griega?) de Alejandría.
Prohibe a los judíos de Alejandría que introduzcan gente en
el campo, proveniente de Siria o Egipto, "porque lo obligarían a actuar
contra ellos, porque difundirían una especie de epidemia en todo el
universo". Bajo esta epidemia se ha querido ver la religión cristiana,
que venía entonces propagada en Egipto y en todo el Imperio. Sin embargo,
no es necesario hacer esta interpretación, sino que es más
fácil ver una alusión a las continuas contiendas entre los
judíos alejandrinos. Es inverosímil que en un momento así
los alejandrinos llevaran una embajada a Roma para protestar contra el cristianismo.
Más segura, en relación con el cristianismo en
Roma, es una medida adoptada por el mismo emperador, referida por Suetonio
y Dión Casio: Claudio habría mandado expulsar a los judíos
de Roma a causa de los litigios surgidos entre ellos "a causa de un cierto
Chrestos". Una identificación con Cristo es evidente. Por esta expulsión
salieron de Roma Aquila y Priscila, que se fueron a Corinto, donde acogieron
a Pablo (Hch. 18, 2-4).
El más antiguo ejemplo de persecución de los seguidores de
la fe cristiana es la que se abatió sobre ellos en conexión
con el incendio de Roma bajo Nerón, en el año 64. Tacito nos
informa de estos hechos en los Annales. Entre la población corría
el rumor de que el emperador era el causante del incendio que devastó
Roma la noche del 16 de julio del 64. Para librarse de la sospecha, hizo
recaer las culpas sobre los cristianos. Estos fueron arrestados en gran número
y fueron ajusticiados con los sistemas en uso contra los incendiarios: arrojados
a los perros o quemados vivos. Para Tácito no existe la menor duda
de que fueran inocentes, aunque no existe tampoco compasión por ellos.
Este testimonio nos hace ver que en la década de los setenta los cristianos
en Roma no eran un grupito, sino una ingens multitudo. A esta persecución
se refieren los escritos de Clemente Romano, aludiendo también a que
en esta persecución cayeron Pedro y Pablo (aunque queda abierta la
discusión sobre si su muerte se produjo en el año 64).
Lactancio es el único que afirma que la persecución
de Nerón no se redujo sólo a Roma, sino a todo el Imperio:
esto es improbable, porque es el único que lo dice, y además
porque no estaba precisamente informado de lo ocurrido bajo Nerón.
Sin embargo, es verdad que Tertuliano, hablando de la persecución
neroniana, dice que la proscripción del nombre cristiano era el único
institutum neronianum que no había sido anulado tras su muerte. En
esto se apoyan los que afirman que Nerón promulgó un edicto
de persecución general. Sin embargo, es algo más que improbable,
por el silencio de las fuentes, que deberían haber conservado alguna
memoria, sobre todo en Oriente, y sobre todo porque ninguna actuación
estatal posterior contra el cristianismo hace memoria de esta disposición.
Sin embargo, sí es cierto que popularmente se difundió el conectar
la idea de cristianos con la persecución neroniana en Roma.
Más parcas son las noticias sobre la persecución
de Domiciano, aunque es indudable su realidad. Existe sobre todo el testimonio
de un hombre muy próximo a los hechos, Melitón de Sardes, el
cual, en su Apología dirigida al emperador. Marco Aurelio, pone junto
a Nerón, como enemigo del nombre cristiano, a Domiciano. Junto a esto
hay que situar las palabras de Clemente en su primera carta a los Corintios,
en que dice que no les ha escrito antes por las calamidades y adversidades
vividas por los cristianos, lo que se refiere a una acción del emperador
contra los cristianos. Alusiones de escritores no cristianos pueden confirmar
los hechos (Epícteto, Plinio el Joven, Dión Casio1), así
como algunos pasajes del Apocalipsis.
Sobre la extensión de la persecución y sobre algunas víctimas
concretas, hay pocos datos concretos: Flavio Clemente y Domitila, Acilio
Glabrión (cónsul)...
2.- Los procesos a los cristianos bajo Trajano y Adriano.
Sobre la situación jurídica de los cristianos
bajo Trajano (98-117) no sabríamos nada si tuviéramos que contar
sólo con fuentes cristianas. La petición oficial de un gobernador
de la provincia de Bitinia al emperador, de instrucciones sobre cómo
tratar a los cristianos en determinados casos límite, nos hace saber
que en esta provincia del Asia Menor muchos cristianos fueron denunciados
ante la administración estatal como cristianos, llamados a juicio,
interrogados y condenados a muerte. Además de la respuesta del emperador
al gobernador, el carteo de Trajano con Plinio el Joven nos da una idea de
cómo estaban las cosas a principios del siglo II.
Plinio empezó su cargo de gobernador en el año 111 o 112. Allí
se encuentra con que el cristianismo se ha difundido tanto en las ciudades
como en el campo, entre gente de toda edad y condición social. El
problema es que muchos de estos cristianos no se atenían a una orden
imperial que prohibía las hetaeriae, sodalicios (=cofradías,
corporaciones) no reconocidos por el estado, ni sus reuniones.
Estos cristianos fueron denunciados al gobernador. Plinio empezó
a interrogarlos, preguntándoles si eran cristianos; les intimaba después
a apostatar, bajo pena de muerte: si éstos persistían,, eran
enviados al suplicio, exceptuando los que eran ciudadanos romanos, que eran
trasladados a Roma. Lo que llevó al gobernador a pedir instrucciones
fue el hecho de constatar que muchas denuncias estaban dictadas por venganzas
personales. Una cosa resulta clara en esta carta: Plinio no conoce una ley
que pueda servirle de norma contra los cristianos. Su dilema es: para la
persecución, ¿es suficiente probar que son cristianos, o bien
que hay otros delitos?
La respuesta de Trajano deja ver que, efectivamente, no existía ninguna
ley universal al respecto: la situación actual es tal, a juicio del
emperador, que no conviene establecer ninguna disposición general
al respecto. La solución al problema: no se busque a los cristianos
ni se admita ninguna denuncia anónima. Quien es denunciado oficialmente
como cristiano, debe ser interrogado: quien lo niega (aunque lo sea) no será
castigado; quien lo afirme, es castigado. Por tanto, el simple hecho de ser
cristiano es motivo para ser perseguido.
Por tanto, las palabras de Trajano dejan ver que él
ve la cosa como natural, dada la opinión pública sobre los
cristianos. Se ha creado, desde Nerón, la conciencia de que no es
lícito ser cristianos. Y es obvio que lo que se dice en la carta de
Trajano va contra los principios del derecho penal romano.
Sobre los efectos de la carta de Trajano las fuentes dan poquísimas
noticias. De esta época sólo se conocen dos mártires:
el obispo Simeón de Jerusalén, crucificado cuando contaba con
120 años de edad, e Ignacio de Antioquía, trasladado a Roma,
como ciudadano romano, y allí martirizado, siendo todavía Trajano
emperador.
Bajo Adriano (117-136) de nuevo un gobernador se dirige a él
para pedirle instrucciones. Se trata del procónsul de la provincia
del Asia Proconsular, Getulio Serenio Graniano; su carta se ha perdido, pero
sí conocemos la carta de Adriano a su sucesor, Minucio Fundano, que
se encuentra en la Apología de san Justino. Adriano es más
duro que su antecesor contra las denuncias anónimas: sólo si
uno responde con su nombre de la denuncia, el cristiano debe ser procesado,
y sólo si alguno puede probar que los denunciados han transgredido
las leyes, el gobernador puede pronunciar la condena, según la gravedad
del reato.
En realidad, y según la interpretación de Justino,
la postura de Adriano supuso una mejora para los cristianos, ya que sólo
podían ser castigados si se comprobaba que habían transgredido
las leyes del estado. En efecto, Adriano no descarta que se pueda acusar
a uno de ser cristiano, pero para que se le condene, se exige que se pruebe
un delito contra una ley romana.
El principio de que el solo hecho de ser cristiano fuera perseguible
siguió vigente durante el siglo II, como lo demuestran algunos martirios
bajo Antonino Pío (138-161): datos en la Apología de Justino,
en el Pastor de Hermas, actas del martirio de san Policarpo.
Conclusión: durante el siglo II no existe una
ley que regule, con disciplina uniforme en todo el Imperio, la conducta del
estado romano hacia los cristianos. La hostilidad del pueblo contra los cristianos
forma la idea de que ser cristiano sea inconciliable con los usos del imperio
romano, y esta idea da origen a una máxima jurídica que hace
posible que las autoridades castiguen el ser cristiano. Las persecuciones
que se derivan son sólo locales y esporádicas, y se dirigen
contra individuos. Son provocadas por tumultos populares que obligan a la
autoridad a intervenir. El número de las víctimas es relativamente
bajo.
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(Samuel Miranda)