CREACION DE LA PRIMERA PAREJA HUMANA
Terminada la obra de la
creación, Dios creó al hombre. "Dios, dice el Génesis,
vio que todo lo creado era bueno, y dijo: "Hagamos al hombre a nuestra
imagen y semejanza" (1,26). Formó entonces el cuerpo de Adán
del barro de la tierra; y creando una alma racional, la unió a ese
cuerpo.
Es de fe que el alma de Adán es creada, es decir,
sacada de la nada por Dios. Y lo mismo pasa con el alma de cada hombre.
El cuerpo de Adán fue formado de materia preexistente, interviniendo
Dios en su formación.
Respecto a Eva dice el Génesis que Dios formó
su cuerpo de una de las costillas de Adán durante un sueño
de éste. Y su alma la creó de la nada, como la de Adán.
Dice San Agustín, que Dios sacó a la mujer,
no de la cabeza, ni de los pies de Adán, sino de su costado, para
dar a entender que no era superior al hombre, ni tampoco su esclava, sino
su compañera. Esto mismo significó con las palabras con que
la formó: "No es bueno que el hombre esté solo; démosle
por ayuda y compañera una semejante a él" (Génesis
2,18).
UNIDAD DEL GENERO HUMANO
Consta en la Escritura que todo el género humano
viene de Adán y Eva. San Pablo afirma que "de un solo hombre hizo
nacer todo el linaje de los hombres" (Hechos 17,26). Y que todos los hombres
por descender de Adán han contraído el pecado original (Romanos
5,12).
La unidad del género humano es, pues, una verdad
que conta claramente en la Escritura, y que no podemos poner en duda.
Sería un error de corte evolucionista, negar el
carácter histórico de los primeros capítulos del Génesis,
donde se narra la creación; igualmente negar que Adán y Eva
fueron dos personas singulares; negar el pecado original para todos los
hombres, como si no descendiéramos todos de nuestros primeros padres.
LIBERTAD RESPONSABLE
El hombre es libre y por tal motivo responsable: puede
responder de sus propios actos gracias a su voluntad. Decimos, por tanto
que, responsabilidad es la propiedad de la voluntad por la que el hombre
responde de sus actos.
"El hombre consigue esta dignidad cuando, librándose
de toda esclavitud de las pasiones, tiende a su fin con una libre elección
del bien y se procura los medios adecuados con eficacia y con diligente
empeño. Pero la libertad del hombre, herida por el pecado, no puede
conseguir esta orientación hacia Dios con plena eficacia si no es
con ayuda de su gracia. Y cada uno tendrá que dar cuenta de su vida
ante el tribunal de Dios, según haya hecho el bien o el mal" (Concilio
Vaticano II, Constitución Past. Gaudium et Spes. núm. 17).