CRISTEROS













   Se lee todo tipo de cosas sobre el Quinto Centenario del descubrimiento de América… hay hasta frailes y monjas que públicamente critican a los misioneros cristianos por haber destruido esas bonitas idolatrías precolombinas que -en el caso de los aztecas- tenían como base indispensable el sacrificio humano colectivo. A pesar de ello, Jean Dumont recuerda el caso de México, muchas veces olvidado, a esos creyentes que juzgan la epopeya del anuncio de la fe en tierras americanas sólo como una guerra de masacre y conquista, disfrazada de seudoevangelización.

   Aquí están curas y frailes contándonos por enésima vez las atrocidades, ciertas o presuntas, de los conquistadores del siglo XVI, y callando al mismo tiempo, de manera obstinada, lo de los cristeros del siglo XX. Un silencio no casual, porque precisamente los cristeros, con su multitud de mártires indígenas, desmontan el esquema que da por forzada y superficial la evangelización de América Latina.

   Refresquemos la memoria. A principios del siglo XIX la burguesía criolla (de origen europeo), luchó para liberarse de la Corona española y de la Iglesia, y tener así las manos libres para explotar a los indios, ya sin el estorbo de los gobernadores de Madrid y los religiosos. Es un <<movimiento de liberación>> (para los blancos privilegiados) reunido alrededor de las logias masónicas locales, sustentadas por los <<hermanos francmasones>> de la América anglosajona del Norte.

   Las nuevas castas en el poder en las antiguas provincias españolas llevan a cabo una legislación anticatólica, enfrentándose con la resistencia popular, constituida en su mayoría por aquellos indios o mestizos que -según el esquema actual- habrían sido bautizados a la fuerza y desearían volver a sus cultos sangrientos. A principios de nuestro siglo el jacobinismo liberal se hace aliado del socialismo y el marxismo locales, de manera que <<entre 1914 y 1915 los obispos fueron detenidos o expulsados, todos los sacerdotes encarcelados, las monjas expulsadas de sus conventos, el culto religioso prohibido, las escuelas religiosas cerradas, las propiedades eclesiásticas confiscadas. La Constitución de 1917 legalizó el ataque a la Iglesia y lo radicalizó de manera intolerable>> (Félix Zubillaga).

   Cabe señalar que aquella Constitución no fue sometida a la aprobación del pueblo, que no sólo no la habría aprobado, sino que en seguida dio a conocer su posición: primero mediante la resistencia pasiva y luego con las armas, en nombre de la doctrina católica tradicional, según la cual es lícito resistir con la fuerza a una tiranía insoportable.

   Empezaba así la epopeya de los cristeros, así llamados, despectivamente, porque delante del pelotón de fusilamiento morían gritando: ¡Viva Cristo Rey! ¡Viva Cristo y Nuestra Señora de Guadalupe! Los insurrectos (igual que en la Vendée) militaban bajo las banderas del Sagrado Corazón, y llegaron a desplegar 200,000 hombres armados, apoyados por las Brigadas Bonitas, brigadas femeninas para la sanidad, subsistencia y comunicaciones.

   La guerra estalló entre 1926 y 1929. Si al final el gobierno se vio obligado a aceptar un compromiso (y los bandoleros católicos, no obstante los éxitos, tuvieron que obedecer, contra su voluntad, a la orden de la Santa Sede y deponer las armas), fue porque la resistencia a la descristianización había penetrado hasta el fondo en todas las clases sociales: estudiantes y obreros, amas de casa y campesinos. La Cristiada mexicana fue un movimiento popular, profundo y auténtico: centenares de hombres y mujeres de todas las clases sociales se dejaron masacrar para no tener que renunciar a Cristo Rey y a la devoción por la gloriosa Virgen de Guadalupe, madre de toda América latina. Murió fusilado, entre otros, aquel padre Miguel Agustín Pro, al que el Papa beatificó en 1988.

   La lucha de los cristeros en defensa de la fe fue una de las más heroicas de la historia, y ha llegado hasta nuestros días. A pesar de la Constitución <<atea>> vigente en México desde 1917, quizás en ningún otro sitio Juan Pablo II tuvo una acogida de masas más sincera y festiva, y ningún santuario del mundo es tan visitado como el de Guadalupe. ¿Cómo explican esta fidelidad los que nos quieren convencer de que hubo una evangelización forzada, que se impuso la fe usando el crucifijo como un garrote?
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(Samuel Miranda)