DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A
LOS PARTICIPANTES EN EL CONGRESO
INTERNACIONAL DE MÚSICA SACRA
Sábado 27 de enero de 2001
Señor
cardenal;
queridos amigos:
1. Os saludo cordialmente a todos vosotros, participantes en el
Congreso internacional de música sacra, y expreso mi profunda
gratitud a las autoridades que han organizado el encuentro: el
Consejo pontificio para la cultura, la Academia nacional de Santa
Cecilia, el Instituto pontificio de música sacra, el Teatro de
la ópera de Roma y la Academia pontificia de bellas artes y
letras de los virtuosos del Panteón. Agradezco de modo
particular al cardenal Paul Poupard las amables palabras de saludo que
me ha dirigido en vuestro nombre.
Me alegra acogeros, compositores, músicos, expertos en liturgia
y maestros de música sacra, que habéis venido de todo el
mundo. Vuestra competencia asegura a este congreso una auténtica
calidad artística y litúrgica, y una indiscutible
dimensión universal. Doy la bienvenida a los cualificados
representantes del patriarcado ecuménico de Constantinopla, del
patriarcado de la Iglesia ortodoxa rusa y de la Federación
luterana mundial, cuya presencia constituye una invitación
estimulante a poner en común nuestros tesoros musicales. Estos
encuentros permitirán avanzar por el camino de la unidad a
través de la oración, que encuentra una de sus
expresiones más hermosas en nuestros patrimonios culturales y
espirituales. Por último, saludo con respeto y gratitud a los
representantes de la comunidad judía, que han querido aportar su
experiencia específica a los expertos de música sacra
cristiana.
2. "El cántico de alabanza que resuena perpetuamente en el
cielo y que Jesucristo, sumo sacerdote, trajo a la tierra ha sido
acompañado por la Iglesia constante y fielmente, con una
espléndida variedad de formas, a lo largo de los siglos" (L'Osservatore
Romano, edición en lengua española, 11 de julio de
1971, p. 9). La constitución apostólica Laudis canticum, con
la que el Papa Pablo VI promulgó en 1970 el Oficio divino, en la
dinámica de la renovación litúrgica inaugurada por
el concilio Vaticano II, expresa desde el comienzo la vocación
profunda de la Iglesia, llamada a vivir el servicio diario de la
acción de gracias en una continua alabanza trinitaria. La
Iglesia despliega su canto perpetuo en la polifonía de las
múltiples formas de arte. Su tradición musical constituye
un patrimonio de valor inestimable, puesto que la música sacra
está llamada a traducir la verdad del misterio que se celebra en
la liturgia (cf. Sacrosanctum
Concilium, 112).
Siguiendo la antigua tradición judía (cf. 1 Cr 16, 4-9. 23; Sal 80), de la que se
habían alimentado Cristo y los Apóstoles (cf. Mt 26, 30; Ef 5, 19; Col 3, 16), la música
sacra se ha desarrollado a lo largo de los siglos en todos los
continentes, según la índole propia de las culturas,
manifestando la magnífica creatividad desplegada por las
diversas familias litúrgicas de Oriente y Occidente. El
último Concilio recogió la herencia del pasado y
realizó un valioso trabajo sistemático desde la
perspectiva pastoral, dedicando a la música sacra todo un
capítulo de la constitución Sacrosanctum Concilium sobre la sagrada liturgia.
Ya en tiempos del Papa Pablo VI la Sagrada Congregación de ritos
precisó la aplicación de esta reflexión mediante
la instrucción Musicam
sacram (5 de marzo
de 1967).
3. La música sacra es parte integrante de la liturgia. El
canto gregoriano, reconocido por la Iglesia como "el canto propio de la
liturgia romana" (Sacrosanctum Concilium, 116), es un patrimonio
espiritual y cultural único y universal, que se nos ha
transmitido como la expresión musical más límpida
de la música sacra, al servicio de la palabra de Dios. Su
influencia en el desarrollo de la música en Europa fue
considerable. Tanto los doctos trabajos de paleografía de la
abadía de Saint-Pierre de Solesmes y la edición de las
recopilaciones de canto gregoriano, fomentadas por el Papa Pablo VI,
como la multiplicación de los coros gregorianos, han contribuido
a la renovación de la liturgia y de la música sacra en
particular.
La Iglesia, si bien reconoce el lugar preeminente del canto gregoriano,
se muestra también acogedora de otras formas musicales,
especialmente la polifonía. En todo caso, es conveniente que
estas diversas formas musicales sean acordes "con el espíritu de
la acción litúrgica" (ib.). Desde esta
perspectiva, es particularmente evocadora la obra de Pier Luigi da
Palestrina, el maestro de la polifonía clásica. Su
inspiración le convierte en modelo de compositores de la
música sacra, que él puso al servicio de la liturgia.
4. El siglo XX, especialmente su segunda parte, asistió al
desarrollo de la música religiosa popular de acuerdo con el
deseo expresado por el concilio Vaticano II de que se la "fomentara con
empeño" (ib., 118). Esta forma de canto es
particularmente idónea para la participación de los
fieles, tanto en las prácticas de devoción como en la
misma liturgia. Requiere de los compositores y poetas cualidades de
creatividad, para desvelar al corazón de los fieles el
significado más profundo del texto, cuyo instrumento es la
música. Esto vale también para la música
tradicional, por la que el Concilio manifestó gran estima y
pidió que se le diera "el lugar que le corresponde, tanto en la
formación de su sentido religioso como en la adaptación
del culto a su idiosincrasia" (ib., 119).
El canto popular, que es un vínculo de unidad y una
expresión de alegría de la comunidad en oración,
fomenta la proclamación de la única fe y da a las grandes
asambleas litúrgicas una solemnidad incomparable y sobria.
Durante el gran jubileo he tenido la alegría de ver y oír
a gran número de fieles reunidos en la plaza de San Pedro que
celebraban al unísono la acción de gracias de la Iglesia.
Expreso una vez más mi gratitud a quienes han contribuido a las
celebraciones jubilares: el uso de los recursos de la
música sacra, especialmente durante las celebraciones papales,
ha sido ejemplar. El canto gregoriano, la polifonía
clásica y contemporánea, así como los himnos
populares, particularmente el Himno
del gran jubileo, han permitido la realización de
celebraciones litúrgicas fervorosas y de alta calidad. El
órgano y la música instrumental también han tenido
su lugar en las celebraciones del jubileo y han dado una
magnífica contribución a la unión de los corazones
en la fe y en la caridad, trascendiendo la diversidad de lenguas y
culturas.
Durante el Año jubilar también se han llevado a cabo
numerosos actos culturales, particularmente conciertos de música
religiosa. Esta forma de expresión musical, extensión de
la música sacra en sentido estricto, reviste especial
importancia. Hoy, al conmemorar el centenario de la muerte del gran
compositor Giuseppe Verdi, que tanto debió a la herencia
cristiana, deseo agradecer a los compositores, directores,
músicos y cantores, así como a los directivos de
sociedades, organizaciones y asociaciones musicales sus esfuerzos por
promover un repertorio culturalmente rico, que expresa los grandes
valores vinculados a la revelación bíblica, la vida de
Cristo y de los santos, y a los misterios de vida y muerte celebrados
por la liturgia cristiana. Asimismo, la música religiosa
construye puentes entre el mensaje de salvación y quienes, a
pesar de no acoger aún plenamente a Cristo, son sensibles a la
belleza, porque "la belleza es clave del misterio y llamada a lo
trascendente" (Carta a los artistas, 16). La belleza hace
posible un diálogo fructuoso.
5. La aplicación de las orientaciones del concilio Vaticano
II sobre la renovación de la música sacra y del canto
litúrgico -en particular en los coros, en las capillas musicales
y en las scholae
cantorum- exige hoy una sólida formación de los
pastores y de los fieles en el ámbito cultural, espiritual,
litúrgico y musical. Requiere también una
reflexión profunda para definir los criterios de
constitución y difusión de un repertorio de calidad, que
permita a la expresión musical servir de manera adecuada a su
fin último, que es "la gloria de Dios y la santificación
de los fieles" (Sacrosanctum Concilium, 112). Esto vale, en
particular, para la música instrumental. Aunque el órgano
de tubos sigue siendo el instrumento por excelencia de la música
sacra, las composiciones musicales actuales integran grupos de
instrumentos cada vez más variados. Espero que esta riqueza
ayude a la Iglesia orante, para que la sinfonía de su alabanza
se armonice con el "diapasón" de Cristo Salvador.
6. Queridos amigos músicos, poetas y liturgistas, vuestra
aportación es indispensable. "¡Cuántas piezas
sacras han compuesto a lo largo de los siglos personas profundamente
imbuidas del sentido del misterio! Innumerables creyentes han
alimentado su fe con las melodías que surgieron del
corazón de otros creyentes y que han pasado a formar parte de la
liturgia o que, al menos, son de gran ayuda para el decoro de su
celebración. En el canto la fe se experimenta como exuberancia
de alegría, de amor, de confiada espera en la
intervención salvífica de Dios" (Carta a los artistas,
12).
Estoy seguro de vuestra generosa colaboración para conservar e
incrementar el patrimonio cultural de la música sacra al
servicio de una liturgia fervorosa, lugar privilegiado de
inculturación de la fe y de evangelización de las
culturas. Con esta finalidad, os encomiendo a la intercesión de
la Virgen María, que supo cantar las maravillas de Dios, y os
imparto con afecto a vosotros y a vuestros seres queridos la
bendición apostólica.
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(Samuel Miranda)