BEATA DOLORES BROSETA BONET
1936 d.C.
9 de diciembre
Dolores Broseta Bonet nació
en 1892 y fue educada por las Hijas de la Caridad de Bétera, su pueblo
natal, a una veintena de kilómetros de Valencia.
Sus condiciones de salud no le permitieron entrar en la congregación,
por lo que se dedicó al cuidado y la enseñanza de niños.
Pero en 1925, cuando murió su madre, se trasladó a vivir al
convento, ayudando a las monjas como laica.
A pesar de su salud delicada, Dolores servía a la comunidad
de todas las maneras en que le era posible. En esta foto la vemos años
antes de la guerra.
Según cuenta quien la conocía, era una mujer muy
generosa y buena. Cuando el 21 de julio de 1936 las religiosas fueron expulsadas
del convento, Dolores se refugió en casa de sus hermanos.
Expulsadas por los comunistas
Las monjas, en cambio, encontraron hospitalidad en un piso del
pueblo, pero a principios de agosto el comité comunista las obligó
a abandonar Bétera. La pequeña comunidad de cinco religiosas
se trasladó a Valencia, a una posada, y Dolores se ocupó de
que no les faltasen víveres.
Recorría las calles buscando los modos para proveer a
las religiosas de todo lo que necesitaran. A menudo iba de Valencia a Bétera
y vuelta para hacer llegar a las “hermanas” la comida recogida entre los
habitantes del pueblo, que aún sentían cariño y estima
por las religiosas.
Fusiladas de madrugada
Las cinco monjas fueron arrestadas en Valencia a principios
de diciembre. Con ellas, los milicianos del Frente Popular capturaron también
a Dolores.
Las mujeres fueron trasladadas al seminario diocesano y el 9
de diciembre, a la una de la madrugada, fueron llevadas al “Picadero de Paterna”,
donde normalmente se asesinaban a los sacerdotes y religiosas. Allí
fueron fusiladas junto a otros treinta o cuarenta católicos.
Misas clandestinal y misal de madrugada
Antes de morir, en los meses durante los cuales estuvieron escondidas,
las Hijas de la Caridad no dejaron jamás de participar clandestinamente
a la Misa diaria, y cuando se trasladaron al segundo refugio, al no tener
sacerdote, se levantaban a las 4 de la madrugada para leer el misal.
Cuando llegaron los republicanos las monjas supieron rápidamente
lo que les esperaba y una de ellas, Sor Josefa, se giró hacia las
otras diciendo: «Vamos a sufrir por Dios. Ahora estamos en el Huerto
de Getsemaní». Sor Josefa pidió a los verdugos ser asesinada
la última, para poder dar valor a las otras hermanas a no abjurar.