EL ANIMADOR DEL CORO



   Lo que hasta ahora ha sido dicho, se aplica a la figura del animador musical, es decir, al que sabe escoger cantos adecuados, los ensaya, coordina los diversos sectores musicales, anima a la asamblea a cantar y, en sintonía con el presidente, da el justo ritmo a la celebración, equilibrando los espacios dedicados a la Palabra, a la gestualidad, a la música y al silencio.

   Gran parte de su servicio se desarrolla antes de la celebración, escogiendo el repertorio con criterios litúrgicos y pastorales, balanceando las varias intervenciones de la asamblea, del salmista, del coro, de los instrumentistas.

   Pero su papel es decisivo también en los espacios de ensayo del canto. Persuadir a una asamblea a prepararse al canto de modo eficaz y agradable como para suscitar la espera de la celebración, es prueba de indudable habilidad pedagógica.

   Durante la celebración estará atento a no monopolizar la atención. Será expresivo, medido, y no espectacular. Indicará el inicio de las intervenciones del coro, de los solistas y de la asamblea, y marcará el tiempo o siempre o solamente en los acentos fuertes, evitando gestos inútiles que acaparen la atención.

   Un buen animador musical es un profesionista al que se exige también necesariamente una competencia en el campo litúrgico y educativo. No hará cantar sólo por motivos profesionales o estéticos, sino para conducir, a través de un servicio convencido y gozoso, a una experiencia más penetrante de Dios, que se entrega dentro de una acción simbólico-cultual.

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(Samuel Miranda)