EL CANTOR Y EL CORO



   En todas las épocas, el canto nunca ha faltado en las celebraciones cristianas. Como el lenguaje en general, también el canto ha mostrado en estos treinta años de experimentaciones y de intentos, toda la dificultad de la obra emprendida en la reforma litúrgica.

  El cambio en la liturgia y el redescubrimiento de la verdadera naturaleza de la liturgia que ha llevado a exigir una participación activa y consciente de los fieles, imponían un cambio notable, un camino de creación no fácil ni breve.

   Hoy, la función del canto y por lo mismo del cantor y del coro, es para la liturgia no sólo estructural, de servicio para expresar mejor el misterio del culto cristiano, sino que es considerada partícipe de la dimensión sacramental de la acción litúrgica, parte integrante del lenguaje simbólico a través del cual se revela y se actúa el misterio de salvación.

   Precisamente por la gran eficacia que el canto promete, el que lo ejecuta tiene, ante la asamblea, una gran responsabilidad. Se trata de un verdadero y propio trabajo ministerial, de una expresión de fe y de una respuesta gratuita a la gratuidad de la Palabra de Dios.

   Debiéndonos interesar en ministerios, podemos, sin más, afirmar que cantor y coro tienen sobre todo una función «pedagógica» en la comunidad. Más que artistas invitados, son miembros de ella misma. La estimulan y la sostienen en la ejecución y la ayudan a respetar el movimiento y el ritmo de las diversas piezas cantadas por los miembros que, o cantan por primera vez aclamaciones y estribillos que la asamblea repite, o se alternan con ella en las estrofas de cantos o himnos.

   Pero les pertenece también una función más directamente musical que confiere a la celebración un carácter más festivo y solemne ejecutando, en algunos momentos, cantos y trozos polifónicos que sobrepasan las posibilidades de una asamblea común.

   Es necesario, sin embargo, aclarar qué cosa se entiende por «solemnidad» y la importancia de la escucha activa en la celebración. Decir que el canto puede hacer más solemne una celebración puede ser ambiguo. No se trata de una perspectiva estético-formal en la que una celebración es solemne cuando está enriquecida por elementos decorativos (y en este caso con más cantos o con cantos siempre nuevos, etc.), sino más bien de una perspectiva ministerial que evita el acostumbrarse, con el fin de llegar a una participación más fácil y profunda del acontecimiento celebrado. Para distinguir lo ferial de lo festivo, por ejemplo, no es secundaria la reevaluación cualitativa del coro o del cantor. A menudo el canto generalizado de la asamblea resulta sin relieve y pesado. Cuidar una cierta selección, alternar coro y asamblea, solista y pueblo, puede, con un poco de cuidado, resultar en un animoso gesto que revela unidad y que fermenta muy pronto la comunión. Y cuando este ministerio que libera y promueve a todos atestigua la grandeza y el don de cada uno, llega a ser una necesidad para la alegría de la fiesta; entonces ha alcanzado-la meta. Canto y escucha del canto propuesto por alguno será entonces igualmente participación activa que estimula la contemplación y la interiorización del misterio.

   ¿Pero qué cosa cantar o hacer cantar? Discernimiento pastoral y capacidad de lectura cultural, habilidad para conjuntar entre el sentido del rito, el rostro particular de la asamblea y los varios repertorios, son cualidades excelentes y necesarias.

  Y aquí el tema va hacia el compositor, llamado también él a un servicio, para que el lenguaje que usa sea apto para celebrar, para ser doxológico porque la celebración es siempre doxología gratuita al Señor de la gloria y de la historia.

   Para esto se requieren textos que canten la Palabra y la salvación. Cantar otra cosa es recurrir a lenguajes ajenos y distrayentes; es defraudar a la asamblea de cuanto le es debido. Cantar la Palabra no significa estar encadenados al texto como suena, sino reinterpretarlo dentro de la específica experiencia del Espíritu que el cristiano tiene la gracia de vivir.

   Y esto para expresarlo con arte, con poesía. Retraducir textos del pasado no es tal vez lo óptimo. No tiene sentido cantar transcripciones musicales que han pasado de una tipología a otra, como por ejemplo, cantar español en gregoriano, si no se ha dado coherentemente la musicalidad de cada expresión. Pero el arte que pertenece a la liturgia ha encontrado y encuentra puntualmente formas nuevas y genuinas para acercarse al misterio.

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(Samuel Miranda)