EL CARISMA DE DISCERNIMIENTO
¿Qué entendemos por “Discernimiento
de espíritus”?
“Por discernimiento de espíritus se significa el proceso
por el cual nosotros examinamos, a la luz de la fe y en la connaturalidad
del amor, la naturaleza de los estados espirituales que experimentamos en
nosotros y en los demás. El propósito de tal examen es decidir
lo más posible cuáles de los movimientos que experimentamos
nos llevan al Señor y a un servicio más perfecto de Él
y de nuestros hermanos, y cuáles nos apartan de este fin... Cuando
hablamos de connaturalidad del amor nos referimos a un conocimiento de fe
y amor, es decir, no se trata tanto de un razonamiento y de un análisis,
sino de ese conocimiento que procede de la experiencia de alguien a quien
amamos .” (Thomas H.. Green. La cizaña en el trigo, Narcea, 1992,
p. 51).
La capacidad para discernir los espíritus es una gracia
del Espíritu Santo, unida al don de consejo y de entendimiento. Para
poder comprender mejor la necesidad del discernimiento, partamos de un primer
hecho: somos creaturas amadas por un Dios que ha querido compartir con nosotros
su vida, su amor, y quiere que lleguemos a la plenitud de felicidad para
la cual nos ha creado en la eternidad. Siendo tan bello su plan, ¡cuán
importante resulta discernir los caminos que nos llevan a cumplir su voluntad!
Dios no se desentiende de nosotros, vino para habitar entre nosotros y dentro
de nosotros. No sólo se encarnó, además, por nuestro
bautismo nos hemos convertido en su morada. La Santísima Trinidad
habita en nosotros por la gracia santificante. Somos «templos del Espíritu
Santo», y gozamos de sus inspiraciones en nuestra conciencia.
Tenemos necesidad de discernir cuáles «espíritus»
son buenos y cuáles son malos, pues a veces sentimos en nuestro interior
varias voces que nos pueden confundir. Veamos algunos ejemplos. Una joven
siente en sí el llamado a hacer algo más con su vida. Se siente
atraída por la vida religiosa, pero por otra parte siente también
el deseo de ser enfermera como su madre, de ser profesora, como su tía…
quiere darse a los demás pero se pregunta: ¿Qué querrá
entonces Dios? ¿Cómo discernir? Una mujer consagrada, ha estado
viviendo bien, de pronto los problemas la asaltan, todo lo ve negro, oye
voces de “deja esto y sal al mundo” u otros ‘comentarios’ semejantes. Ella
se siente dividida interiormente ¿qué hacer?.
Para poder discernir auténticamente, necesitamos unas predisposiciones:
a) Deseo de hacer la voluntad de Dios. Necesitamos querer lo que Dios quiere,
si no, es imposible el discernir. El director espiritual debe querer cuanto
Dios quiera para esta persona en concreto y el orientado también debe
adoptar una actitud de «firmar el cheque en blanco» a Dios.
b) Apertura a Dios. Viene implícito en la primera disposición,
sin embargo, en ocasiones queremos elegir según nuestro propio gusto
queriendo que sea el gusto de Él. Deseamos trabajar para Él,
pero en el fondo, no nos gusta que sea de verdad el jefe. Dios tiene sus
misterios, en ocasiones resulta desconcertante y «escribe derecho con
líneas torcidas».
c) Conocimiento experiencial de Dios. Conocer a Dios significa conocer sus
gustos, conocer lo que le agradaría más. Por eso, también
se acude al director espiritual en busca de alguien que, además de
la gracia de estado, tiene tal experiencia de Dios que les puede ayudar a
discernir sus gustos. (Thomas H. Green)
San Ignacio de Loyola señala la materia sobre la cual no se debe discernir:
a) Las elecciones inmutables y las decisiones ya tomadas debida y ordenadamente.
Opciones de vida tomadas con seriedad y validez. El demonio suele tentar
y hacer la vida imposible susurrando el replantearse una y otra vez las opciones
serias de la vida: matrimonio, vocación consagrada o sacerdotal. Si
se han hecho con madurez y poseen un carácter de validez, generalmente
no pueden tomarse como materia de discernimiento.
b) Lo malo en sí. Jamás podremos discernir opciones moralmente
ilícitas, por ejemplo si tener un aborto o no, fornicar o no, mentir
o no, etc. Nunca deben elegirse acciones intrínsecamente deshonestas
so pena de ofender gravemente a Dios. Ciertamente, en ocasiones resulta difícil
tener una idea sobre la bondad o malicia de una acción determinada,
en esos casos, consultaremos a personas competentes y sólidos en la
doctrina moral.
B. El conocimiento de los diversos espíritus.
El “discernimiento de espíritus” es una de las funciones más
importantes del director de almas. El discernimiento sobrenatural es obra
de la virtud de la prudencia iluminada y elevada por la fe y también
de un carisma que a veces Dios infunde en algunas personas. Sólo sabiendo
practicar el auténtico discernimiento puede uno ser “enseñado
por Dios”, es decir, llegar a ser lo que San Juan y San Pablo llamaban theodídacta
(cf. 1 Tes 4,9; 1 Jn 2,27). Escribía a este respecto Balduino de Cantorbery:
“Está escrito: ‘Cree uno que su camino es recto y va a parar a la
muerte’. Para evitar este peligro nos advierte San Juan: ‘Examinad los espíritus
si provienen de Dios’. Pero, ¿quién será capaz de examinar
si los espíritus provienen de Dios, si Dios no le da el discernimiento
de espíritus, con el que pueda examinar con agudeza y rectitud sus
pensamientos, afectos e intenciones? Este discernimiento es la madre de todas
las virtudes, y a todos es necesario, ya sea para la dirección espiritual
de los demás, ya sea para corregir y ordenar la propia vida”.
El “discernimiento” es fundamentalmente un acto de dos realidades: un acto
de la virtud de la prudencia y un carisma del Espíritu Santo.
1) El discernimiento como acto de la prudencia
La prudencia, llamada por los antiguos “diákrisis”, La Carta a los
Hebreos se refiere a esto cuando habla del discernir lo bueno y lo malo (Hb
5,14). Santo Tomás recuerda las palabras de San Agustín quien
afirmaba que “la prudencia es un amor que discierne bien aquellas cosas que
ayudan a tender a Dios de aquellas que nos impiden ir a Él”, es decir,
comenta el Aquinate, “amor que mueve a discernir”. Este juicio discretivo
no es un acto puramente intelectual y especulativo sino un juicio eminentemente
práctico que se realiza en gran medida por connaturalidad, es decir,
por cierta comparación con la propia naturaleza perfeccionada por
la gracia. De aquí la necesidad de tener en uno mismo los hábitos
virtuosos que nos connaturalizan con el bien (natural y sobrenatural). En
este sentido explica Santo Tomás aquellas palabras de San Pablo: El
hombre animal no percibe las cosas del Espíritu de Dios; son para
él locura y no puede entenderlas, porque hay que juzgarlas espiritualmente.
Al contrario, el espiritual juzga de todo, pero a él nadie puede juzgarlo
(1 Cor 2,14-15).
En cuanto parte de la prudencia el discernimiento es un “arte” difícil
de adquirir, especialmente por el origen sobrehumano de algunas mociones
que agitan el alma. Aun cuando se juzgue a partir de reglas infalibles (por
estar, por ejemplo, inspiradas en la Sagrada Escritura), el juicio siempre
es falible, pues es un juicio sobre circunstancias concretas, variables,
sujetas a error por parte nuestra. De aquí la obligación grave
para todo director espiritual de poner los medios necesarios para adquirir
este discernimiento y luego para llevarlo a madurez. Los medios son:
–El primero, la oración ante cualquier juicio y dictamen que se deba
realizar.
–El segundo, el estudio de la Sagrada Escritura, de los Padres y teólogos,
de la teología moral, ascética y mística. Estudio significa
también la permanente preocupación por mantener en acto los
conocimientos y por profundizarlos.
–El tercero, la experiencia que, si no es totalmente personal, al menos debe
apoyarse en la ajena, es decir, en los escritos de los grandes maestros de
la vida espiritual (como San Juan de la Cruz, San Ignacio, Santa Teresa,
etc.).
–El cuarto, la práctica de las virtudes,< pues el juicio discrecional
es un juicio por connaturalidad. El que no es virtuoso no tiene connaturalidad
con la virtud ni con el bien, y se engaña en los intrincados caminos
del Espíritu Santo.
–El quinto, evitar los obstáculos que impiden el verdadero discernimiento:
la falsa confianza en sí mismo, el juicio propio, la falta de humildad
por la que no se consulta a los demás, la necedad.
–El sexto, gran prudencia al emitir cualquier juicio, evitando tanto la fácil
credulidad cuanto la terca incredulidad.
2) El carisma de discernimiento
San Pablo enumera entre los carismas que distribuye el Espíritu Santo
en su Iglesia, el discernimiento de espíritus (1 Cor 12,10). Este
carisma es ordinariamente reservado a los santos y excepcionalmente puede
ser acordado a algunos pecadores. Es una gracia gratis data, y como tal se
da, según Santo Tomás y el Magisterio de la Iglesia, para la
utilidad común de la Iglesia .Da al que discierne una luz, una “manifestación
cognoscitiva” de lo que se refiere a los espíritus por los que somos
inducidos al bien o al mal. El carisma de discernimiento se relaciona con
el del profecía y lo completa. Por el de profecía se revela
la existencia de los secretos del corazón; por el de discernimiento
se descubre la fuente última de cada uno de esos secretos o movimientos
del alma (es decir, si vienen de Dios, de la carne o del diablo).
C. Fenomenología de las mociones interiores
((1. Dos realidades psicológicas distintas
Hay que tomar conciencia de dos realidades psicológicas interiores
diversas que se dan en todo ser humano. Son verdaderas mociones, fuerzas
internas de acción, impulsos espirituales. Suele llamarse “espíritus”
y es “un impulso, un movimiento o una inclinación interior de nuestra
alma hacia alguna cosa que, en cuanto a la inteligencia es verdadera o falsa,
y en cuanto a la voluntad es buena o mala”. Estos impulsos espirituales se
perciben en dos grados:
a) Un grado común: como tendencias o impulsos de la naturaleza. Fenomenológicamente
aparece constituida por un apetito natural que actúa con la presentación
del objeto apto para que se actualice, es decir, como una tendencia connatural.
Puede ser connatural con la naturaleza humana caída o connatural con
la gracia.
b) Un grado intenso: como tendencias o impulsos particularmente penetrantes.
Fenomenológicamente se designa como algo que viene de fuera. Se percibe
como una realidad que no entra en el juego normal de las tendencias o impulsos
connaturales. Tiene un carácter de solicitación, que parece
recibirse de manera personal aguda, como efecto de la acción explícita
y pretendida de un agente exterior personal. A veces lo expresan diciendo:
“me viene esta idea”, “no me deja en paz este pensamiento”, “es como si me
repitieran continuamente en el corazón tal o cual cosa”...
2. Dos modos de actuar de las mociones interiores
Según que el hombre coopere con cada uno de estos grados actúa
de un modo diverso:
a) Cuando el hombre sigue las tendencias de grado común actúa
como dueño de su comportamiento; nota que el proceso interior comienza
en él, se desarrolla y acaba según las fuerzas naturales, según
sus hábitos, temperamento, carácter, virtudes, y disposiciones
naturales. Estos actos empiezan suave y espontáneamente y van creciendo
de modo gradual con la fuerza que normalmente corresponde al objeto, a la
disposición personal y a los hábitos del sujeto.
b) Cuando actúa impulsado por las tendencias intensas lo hace como
intervenido, como forzado, como condicionado por impulsos en grado intenso;
se dan en la conciencia elementos que no encajan de lleno dentro del proceder
natural psicológico. Al tomar conciencia de ellos, la persona tiene
dificultad en gobernarlos; en ocasiones puede cortarlos, pero con trabajo
muy grande; a veces no puede cortarlos y no le queda más que tener
paciencia y aguardar que cesen por sí mismos. No se someten a leyes
psicológicas naturales.
El buen espíritu procede de la siguiente manera:
a) En las personas que viven en pecado mortal: el buen espíritu trata
de apartarlos de la mala vida; para esto los punza con remordimientos (EE,
314).
b) En quienes van progresando en la vida espiritual: da ánimo, consolaciones,
inspiración, quietud. En general puede reconocérselo en que:
– Empuja a la mortificación exterior, pero regulada por la discreción
y la obediencia. Y hace comprender que la principal es la mortificación
del corazón y del juicio.
– Inspira una humildad verdadera, que conserva en silencio los favores divinos,
los cuales no niega ni rechaza sino que por ellos da toda la gloria a Dios.
– Nutre la fe con lo más simple y elevado del Evangelio y da una gran
sumisión al Magisterio de la Iglesia.
– Reaviva la esperanza haciendo desear las aguas vivas de la oración,
pero recordando que allí se llega pasando por los sucesivos pasos
de la humildad y la cruz.
– Acrecienta el fervor de la caridad infundiendo celo por la gloria de Dios
y el olvido total de uno mismo. Hace desear que el Nombre de Dios sea santificado,
que venga su Reino, que se haga su Voluntad.
– Finalmente, da la paz y el gozo interior y fructifica en lo que San Pablo
llama los frutos del Espíritu Santo: el fruto del Espíritu
es amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre
(Gál 5,22-23).
En cuanto a las consolaciones, el buen espíritu puede
consolar con causa o sin causa. “Con causa” quiere decir que consuela sirviéndose
como medio de causas humanas (con ocasión de una buena lectura, en
medio de la meditación o contemplación o presenciando una solemne
y emotiva ceremonia litúrgica, etc.); en esto hay que estar atentos
pues también el mal espíritu puede “consolar con causa” aunque
se trata de consolaciones aparentes. En cambio “sin causa” sólo Dios
puede consolar porque Él es dueño del alma y por tanto puede
entrar, salir, tocarla y llevarla a un enorme grado de amor de Dios, sin
que haya habido ejercicio alguno preparatorio para ello; se trata de toques
de la gracia divina.