HISTORIA DE LA IGLESIA CATÓLICA

EPOCA ANTIGUA (SIGLOS I-V)

PRIMERA PARTE:

DEL SIGLO I AL III D.C.

CAPITULO VI
EL CRISTIANISMO EN EL MUNDO PAGANO DE LA ESFERA PAULINA. EL APÓSTOL PEDRO


 

1.- El cristianismo en el mundo pagano fuera de la esfera paulina.

    La labor de los otros misioneros que trabajaron en oriente y en el Imperio Romano, comparada con la de Pablo, es menos conocida. El mismo Pablo atestigua esta labor cuando afirma que no quiere edificar sobre los cimientos que otros han edificado (Rom. 15,19). Aún así, Pablo no menciona nombres de fundadores, ni de ciudades. Los Hechos, sólo accidentalmente, mencionan misiones no paulinas, como cuando Bernabé, tras separarse de Pablo, fue a Chipre; en Pozzuoli (cerca de Nápoles) existía otra comunidad cristiana, donde se alojó Pablo; así mismo salieron a su encuentro miembros de la comunidad romana, a su llegada a la Urbe. Otros signos de misiones extrapaulinas: la 1 Pedro, se dirige a los cristianos del Ponto, de la Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia.

    Las lagunas de las fuentes para la historia del cristianismo en los primerísimos tiempos son particularmente evidentes cuando se buscan noticias sobre la actividad o simplemente sobre la suerte de los apóstoles (exceptuando Pedro, Juan y Santiago el Menor). Sólo en los siglos II y III se ha buscado colmar estas lagunas con los llamados hechos apócrifos, que más o menos exactamente, dan noticias de la vida y muerte de diversos apóstoles. Desde el punto de vista histórico, como fuentes para conocer estos aspectos biográficos de los apóstoles, los datos que proporcionan son incontrolables. Lo más, sí se puede decir que las noticias de carácter geográfico sobre particulares provincias o ciudades en que viene colocada la acción de los apóstoles se basan sobre una tradición con fundamento. Sólo en el caso de Santiago, Pedro y Juan tenemos testimonios de fuentes que permiten adquirir algunas noticias concretas sobre su actividad.


2.- Estancia y muerte de Pedro en Roma.

    Los Hechos cierran su narración sobre la actividad de Pedro en la comunidad primitiva de Jerusalén con la noticia de que "se encaminó hacia otro sitio" (Hch. 12,17). La tradición de la estancia y muerte de Pedro en Roma es demasiado fuerte como para poder ser puesta en duda por hipótesis, demasiado débiles, de algunos autores. Sin embargo, no son posibles afirmaciones concretas sobre las etapas del camino que lo condujo a Roma, sobre la fecha de su llegada a la Urbe y sobre la duración de su estancia. Lo que es seguro, es su participación en el "concilio" de los Apóstoles en Jerusalén (poco antes del 50) y su presencia, poco después, en Antioquía (Hch. 15,7).

    El fundamento de la tradición romana relativa a Pedro está constituida por tres testimonios de fuentes, cronológicamente próximas, que, juntas, adquieren el peso de la certeza histórica. El primer testimonio es de origen romano y se encuentra en la carta de Clemente a los Corintios: Clemente habla de hechos del pasado reciente, en que los cristianos, por "celos y envidias" fueron perseguidos y lucharon hasta la muerte. Entre ellos destacan Pedro y Pablo: "Pedro, que por injusta envidia tuvo que soportar no uno, sino muchos trabajos y después, dejándonos su testimonio de sangre, pasó al lugar que le correspondía en la gloria". Con él sufrió el martirio un gran número de cristianos, entre ellos también mujeres, disfrazadas de Danaides y Dirces, alusión a la persecución de Nerón, lo que permite situar la muerte de Pedro en este contexto, fijándola cronológicamente en la mitad de la década de los sesenta. Sobre el modo y lugar de la ejecución, Clemente no dice nada, presuponiendo, evidentemente, que los lectores conocen los hechos, que han sido conocidos directamente por él, que pertenece a la misma generación y que vive en el mismo lugar.

    Veinte años más tarde llega una carta a Roma, procedente de Oriente: Ignacio de Antioquía, que más que ninguno podía conocer la suerte de los dos príncipes de los apóstoles, pide a los fieles de Roma que no le impidan sufrir el martirio, que debería sufrir en Roma; usa una frase llena de respeto: "No os mando, como Pedro y Pablo": deja entender que éstos habían tenido dentro de la comunidad romana un puesto de autoridad, y que su presencia no fue ocasional.

    El tercer testimonio, contemporáneo del anterior, es la Ascensio Isaiae, cuya reelaboración cristiana se pone alrededor del año 100, y expresa en estilo profético el anuncio de que la obra de los doce apóstoles será perseguida por Beliar, asesino de su propia madre (=Nerón), y que uno de los doce caerá en sus manos. Esta declaración profética viene aclarada por un fragmento del Apocalipsis de Pedro, de principios del s. II, que dice: "A ti, Pedro, he revelado y expuesto todo. Ve por tanto a la ciudad de la fornicación y bebe el cáliz que te he anunciado". A estos tres testimonios hay que añadir otros dos: El redactor del capítulo último del Evangelio de Juan alude claramente al martirio de Pedro y conoce su crucifixión (Jn. 21,18s.) pero calla sobre el lugar de su martirio. Se alude a Roma en la 1ª epístola de Pedro, como lugar de su residencia, cuando se alude a Babilonia.

    La tradición romana de Pedro no fue nunca contestada a lo largo del siglo II, y está comprobada en gran cantidad de fuentes, de origen muy diverso (Dionisio de Corinto, Ireneo de Lyon, Tertuliano...) Pero aún más importante es que esta tradición no haya sido reivindicada por ninguna otra iglesia cristiana, ni puesta en duda por nadie. Este aspecto es algo decisivo.


3.- La tumba de Pedro.

    Las cosas se complican cuando se quiere precisar el lugar de la tumba del apóstol. Junto a las fuentes literarias, aquí aparece con mayor peso las fuentes arqueológicas. En el curso del tiempo, en Roma la tradición sobre el lugar de la tumba se había dividido. La indicación de la colina vaticana como lugar del martirio de Pedro, según los Annales de Tácito sobre la persecución neroniana, junto con la afirmación de la primera carta de Clemente, viene ampliada por el testimonio de Gayo, miembro culto de la iglesia romana bajo el papa Ceferino (199-217): Gayo se encontró implicado en una controversia con Proclo, jefe de la comunidad montanista de Roma. Se trataba de aducir, como prueba de las propias tradiciones apostólicas, la existencia en Roma de las tumbas de los apóstoles. Gayo dice: "Yo puedo aducir los tropaia de los apóstoles; en efecto, si quieres ir al Vaticano o a la vía Ostiense, encontrarás allí las tumbas gloriosas de los han fundado esta iglesia". Hacia el 200, por lo tanto, existía la persuasión de que la tumba de Pedro estuviese en el Vaticano.

    En el calendario festivo romano del año 354, que se debe completar con el Martyrologium Hieronymianum (después del 341), se encuentra la noticia de que en el año 258, el 29 de junio, se celebraba la memoria de san Pedro en el Vaticano, y la de san Pablo en la vía Ostiense y la de ambos in catacumbas. Hacia el 260 existía sobre la vía Apia, bajo la más tardía basílica de san Sebastián (que en el siglo IV todavía se llamaba ecclesia apostolorum) un lugar dedicado al culto de los príncipes de los apóstoles. Un Carmen sepulcral compuesto por el papa san Dámaso, dice que allí habían "habitado" los dos apóstoles, y esto quiere decir que allí, en un tiempo, estuvieron sepultados los dos apóstoles. Excavaciones efectuadas en 1917 prueban la existencia, hacia el 260, de un tal lugar de culto, donde los apóstoles venían honrados con refrigeria, como lo atestiguan numerosos grafitti conservados sobre las paredes del ambiente de culto, aunque no se encontró ninguna tumba en que pudieran estar sepultados los apóstoles.

   Dos hipótesis: Que los apóstoles fueron sepultados allí, y sus cuerpos habrían sido trasladados al Vaticano y a la Ostiense con motivo de la construcción de las basílicas constantinianas. Que los cuerpos de los apóstoles fueran traídos a este lugar durante la persecución de Valeriano, y que allí permanecieran hasta la construcción de las basílicas.

   Las importantísimas excavaciones realizadas en los años 1940-1949 bajo la actual basílica de san Pedro, han llevado sobre todo al descubrimiento de una grandiosa necrópolis, en que se abría una calle sepulcral ascendente en dirección oeste y a través de la cual se llegaba a varios mausoleos, muchos de ellos ricos en obras de arte. De éstos sólo uno es netamente cristiano, con mosaicos muy antiguos, entre ellos uno de Cristo-Helios. Los mausoleos surgieron en un período entre los años 130-200, aunque las deposiciones de cuerpos en la zona este es más antigua.

    En la zona inmediatamente bajo y ante la confesión de san Pedro, se encontró un sepulcro descubierto de alrededor de 7x4 metros (el sepulcro P), anterior a la basílica constantiniana. Este estaba cerrado hacia el oeste por un muro rojo levantado hacia el 160. Sobre la pared oriental de este muro hay un doble nicho, con dos pequeñas columnas a los lados. Es fácil reconocer que nos encontramos ante una "edicola" sepulcral no muy rica, pero que fue considerada por los constructores de la basílica constantiniana como el monumento hacia el cual la nueva basílica debía ser orientada. En el margen inferior del muro se encontró un nicho con huesos pertenecientes a un hombre anciano.

    Algunas dificultades, aún no resueltas, hacen que no sea posible por el momento acoger la tesis de que las excavaciones hayan seguramente dado como resultado encontrar la tumba de Pedro o su lugar originario. Sin embargo, estas excavaciones han dado resultados muy importantes: los restos del tropaion de Gayo han sido encontrados, y ciertamente los cristianos que lo hicieron suponían la tumba del apóstol en la colina Vaticana, convencimiento con el que también trabajaron los constructores de la basílica constantiniana. Un gran enigma, no resuelto, es el del lugar de culto de los apóstoles en la vía Appia.


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(Samuel Miranda)