LA HISTORIA DE LA IGLESIA

EPOCA NUEVA

SEPTIMA PARTE: LA REFORMA DE LOS CUADROS INTERMEDIOS

CAPÍTULO XII: EL EVANGELISMO



I. El evangelismo en Francia

1. Hacia la elaboración de un concepto

   El proceso de confesionalización fue más bien laborioso. Antes de que los límites entre las dos formaciones fueran definitivos, pasó un largo período de tiempo. Tanto los fieles a la Iglesia de Roma como la comunidad de disidentes, no eran dos galaxias sin comunicación. En el interior de la Iglesia romana había una Theologische Unklarheit, que matizaba las posiciones; en el otro lado había un frente siempre en movimiento.

  Imbart de la Tour ha definido con el término de evangelismo un período, el que va desde 1521 a 1538, en el que todo estaba aún en juego. Antes de llegar a una separatio oppositorum se creó una zona intermedia, una especie de tercera vía o tercer partido. Las características salientes del movimiento fueron el cristocentrismo, la acentuación de la sola fides, el recurso muy marcado a la Escritura, el rechazo —o al menos la no consideración— hacia el culto de los santos, hacia las reliquias, hacia las indulgencias... Elemento común de aquéllos que pertenecían a este partido era el no querer romper con la Iglesia, quizás por un apego a la unidad, quizás porque eran favorecedores de una religión interior, personal, simplificada, libre, que no tiene necesidad de reconocimiento y no se realiza en la pertenencia.


2. El Cenáculo de Meaux

   El centro de esta tendencia en Francia fue Meaux, en torno al obispo Guillaume Briçonnet (+1534), el cual había querido a Lefèvre d’Etaples como su vicario general. Se había empeñado en proponer una renovación interior basada en el Evangelio, en una vida de fe y de amor. El programa era de retorno al cristianismo primitivo.

   En el palacio episcopal, donde se podían leer distintas obras de Lutero, habían sido acogidos F. Vatable, M. Masurier, J. Pavant, M. de Aranda, G. Roussel, P. Caroli y G. Farel —que en 1523 llegaría a Basilea y se haría protestante—.

  Los franciscanos, que habían tenido distintos problemas con el obispo, acusaron a Lefèvre de herejía. El vicario general huyó con otros compañeros a Estrasburgo desde Capitone, agravando la propia posición. Los huidos pudieron, al cabo del tiempo, retornar con la protección del rey, pero, entretanto, el círculo ya se había disuelto.


3. En torno a Margarita de Navarra

   El evangelismo fue protegido por Margarita de Navarra, hermana del rey. Manifestó su originalidad en la producción de libros de piedad. La preocupación de estos humanistas —no olvidemos que eran humanistas— era la de transmitir el Evangelio y ponerlo a disposición de todos.

Cierta historiografía ha acusado a estos autores de nicomedismo, de falta de valentía. Pero, en realidad, hay que considerar dos cosas:

-Para ellos era más importante la unidad de la Iglesia que no la pertenencia o distinción confesional.

-Para los miembros del evangelismo era importante actuar una reforma a través de la cultura: consideraban esencial para esto defender la Sagrada Escritura; anhelaban un cristianismo simplificado, adogmático, interior.

De hecho, se encontraron en mala posición entre las luchas de partido. No se reconocían ni en los unos ni en los otros, y desde ambos lugares eran vistos con sospecha.


II. El evangelismo en Italia

   En Italia la difusión de la Reforma fue bastante precoz. Muchos estudios se han orientado hacia los “herejes”, es decir, los núcleos antitrinitarios, los espiritualistas y los anabaptistas; sobre la estela de Delio Cantimori y Aldo Stella vinieron a ser estudiadas las diásporas de Polonia, Transilvania, Moravia. El carácter de estos autores, fuera de toda obediencia, ha sido una clara manifestación de personas que estaban contra, más que con. También se han estudiado aquellos autores que, refugiados en el exterior, tuvieron un papel de primer plano en el interior de las varias confesiones, como Mattia Flacio Illirico, Pier Martire Vermigli, Celio Secondo Curione, Pier Paolo Vergerio.


1. La zona franca

   Hay también en la península itálica una zona intermedia que merece particular atención. Ha sido definida como evangelismo, un término vago, muy reciente, mas quizás precisamente por esto apropiado. Un exiliado italiano, Francesco Negri, escribía contra quienes pretendían constituir «una nueva escuela de un cristianismo ordenado a su modo, donde ellos no niegan que la justificación del hombre sea por Jesucristo, mas no quieren admitir las consecuencias que necesariamente se siguen; por lo que quieren, así, sustentar el papado, quieren tener las misas, quieren observar miles de supersticiones papistas e impiedades contrarias a la verdadera piedad cristiana; imaginándose, no sé en qué modo, que estas cosas puedan tener conveniencia juntas. Mas, por gracia, decidme qué conveniencia puede tener la luz con las tibieblas. ¿Y Cristo con Belial?»

   El coloquio nocturno de San Pablo fuori le mura entre Pole y Carafa reveló que también en la vertiente opuesta se había advertido la presencia de hombres que no querían agruparse, pero que manifestaban simpatías por doctrinas consideradas “luteranas”.

   Ya Ranke había intuido agudamente que personajes como Pole, Cortese, Morone, Contarini..., se habían acercado a posiciones protestantes, sin compartirlas totalmente. El evangelismo de estos pesonajes era, por tanto, “de frontera” —mas de hecho—, en el interior del mundo católico, que intentaban renovar.

   Más recientemente Jedin ha retomado este concepto. Considerando el evangelismo como un terreno sustancialmente no infectado, se juzgó Pole como un defensor de la ortodoxia, que salvó a Vittoria Colonna y a M.A. Flaminio del valdesianismo, y, asimismo, se juzgó el Beneficio de Cristo como un libro sin abiertas herejías.

   El tema mayor de este evangelismo sería el de la justificación por la fe imputada al pecador. La formulación más moderada de la “doble justificación” —por fe imputada, la cual va continuada de la justificación infusa o santificación—, fue defendida por Contarini en Ratisbona y por Seripando en Trento. Era una doctrina presente en el círculo viterbés en torno a Pole, Flaminio, Carnesecchi y, sobre todo, en el Beneficio de Cristo.


2. Valdés y los círculos afines

   Para captar el evangelismo es importante entender quién fue Juan de Valdés (1498-1541). En 1529 había publicado El diálogo de doctrina cristiana, en el cual se fundían temas erasmianos, paulinos y principios queridos por los alumbrados. Puesto en el Índice (1531), marchó a Italia, primero a Roma (1531-1534) y después a Nápoles (1534-1541). En torno a él se formó un cenáculo rico en contactos, estímulos, lecturas: Galeazzo Caracciolo —que después se hará calvinista—, Caterina Cybo —sobrina de Inocencio VIII y León X—, Vittoria Colonna, Giulia Gonzaga, Marcantonio Flaminio, Pier Martire Vermigli —uno de los mayores teólogos de la Reforma—.

  Valdés, que había leído a Lutero y Bucero, negaba el libre albedrío: «Judas no podía sino vender a Cristo». Sobre la línea de los reformadores, por cuanto concierne a la justificación imputada —aunque en algunos pasajes hablaba, como Melanchthon, de justicia infusa—, daba importancia a la iluminación interior, como los espiritualistas. Sostenía que la Sagrada Escritura es útil a los principiantes, mas a quien ha progresado basta el Espíritu Santo.

   Extraordiario es el relieve de Vittoria Colonna (1490-1547), casada (1509) y después viuda (1525) de Ferrante d-Avalos, marqués de Pescara; amiga de Giberti, había tomado contacto con Valdés en Nápoles en 1530. Favorecida por sus ingresos en Roma, apoyó a los capuchinos, en los que había visto una esperanza de reforma; les ayudó a superar la enorme tormenta que se les vino en torno a 1534, cuando fueron forzados a entrar en los observantes y después fueron expulsados de Roma.

   La marquesa de Pescara marchó en 1537 a Ferrara, cerca de Ercole II d’Este y su mujer Renata de Francia, que había abrazado la Reforma y acogido el año anterior a Calvino en la ciudad estense. Ferrara formaba parte del ducado estense con Módena, donde era obispo Morone, quien había hecho imprimir el Beneficio de Cristo y había llamado a Vermigli «a predicar para extirpar esta herejía —luterana—». Renata, en un segundo tiempo, fue forzada a la abjuración, pero quedó en contacto con Calvino. En la ciudad estense Vittoria conoció probablemente a Margarita de Navarra, encontró de nuevo a Ochino, que escuchó en Pisa, donde había sido invitado por la hija natural de Carlos V, Margarita de Austria.

   Vittoria se acercó después a Lucca, que tenía otro cenáculo de la Reforma. En 1541 Vittoria se establece en Viterbo, cerca del convento de Santa Caterina, donde estaba asociado el cardenal Pole. Viterbo habría sido el lugar de la difusión del valdesianismo. Valdés, convencido de la verdad del principio de la justificación por la sola fe, habría intentado de hacerlo aprobar por el inminente concilio. Y, por tanto, a través de Carnesecchi y Flaminio, habría tratado de llegar a Pole y Morone, y por medio de ellos, a Trento.


3. El Beneficio de Cristo

   El estudio del Beneficio de Cristo es, como se ve, central. Escrito por el benedictino Benedetto —Fontanini— de Mantua en 1540 o poco antes, el texto fue revisado por primera vez por Marc’Antonio Flaminio (1540). Circuló manuscrito en los ambientes del evangelismo italiano. Poco después fue revisado y corregido por Flaminio, y en 1543 se dio a la imprenta en Venecia.

   ¿Está influenciado de luteranismo —Miegge—, valdesianismo —Croce— o calvinismo —Bozza—? La línea interpretativa que han recorrido Prosperi e Ginzburg pasa a través del estudio de las primeras confutaciones. Dos son los elementos que impresionan: la acusación de “pelagianismo” y la ausencia de confutaciones en textos calvinistas. Quiere decir que la primera redacción de Fontanini era profundamente distinta de la revisión de Flaminio, que en los capítulos V y VI introdujo muchos pasajes sacados de Calvino. El Beneficio de Fontanini era, en realidad, una obra “dulce” —es decir, una obra de espiritualidad nacida en ambiente benedictino—, así definida poque parecía facilitar la vía de la salvación.

   En un momento de crisis de las instituciones eclesiásticas la obra venía al encuentro de una necesidad concreta de salvación, y lo resolvia en un modo que un dominico austero y atento como Catarino lo juzgaba pelagiano. ¿Fue Flaminio el que introdujo amplios retoques inspirados en Calvino? ¿Mas, qué Calvino era? Flaminio (1498-1550), amigo de Giberti, con él dejó Roma en 1527 y lo siguió a Verona en 1538. Dos años habría sido molestado por tener libros luteranos. En 1540 va a Nápoles, donde conoce a Valdés y Carnesecchi. En la confesión que éste hará ante el tribunal de la Inquisición, estamos en conocimiento de una revisión hecha por Flaminio, que introdujo pasajes sobre la justificación por fe, como si fuera doctrina católica. Murió en Roma asistido por Carafa, en cuyas manos hizo una profesión de fe clara y explícita, mientras Carnesecchi preferirá la muerte a la abjuración.

   Podemos decir que nos encontramos en el interior de un debate, dentro del cual se encuentran dos tendencias: una más conservadora, de Carafa, Cervini, Ghislieri; otra más abierta, de Morone, Pole, Cortese, Fregoso, Sadoleto, que, también en la fidelidad a la Iglesia, no parecía desdeñar una apertura a tesis reformadas, como demuestra la propuesta de la doble justificación.


III. La Inquisición Romana

   El Santo Oficio nace como respuesta a la difusión del protestantismo en Italia, mas también para poner un freno a la incertidumbre que creaba el evangelismo. Era, en su origen, un procedimiento de emergencia y provisional; pero, de hecho, ha durado hasta nuestros días. Si hablamos de “nacimiento” es porque la Inquisición medieval era ya una máquina fuera de uso. Los obispos, a los que por principio habría debido competir la reprensión de la herejía, a causa de una molicie propagada, no estaban en grado de hacerlo.

   Clemente VII había hecho alguna tentativa para despertar la inercia de una aparato pasivo, nombrando a Callisto da Piacenza inquisidor general para Italia en 1532. La situación se presentaba dramática: de muchas partes venían a Roma noticias de infiltraciones reformadas.

   El problema del control de la doctrina no era, en realidad, un problema sólo intraeclesial. Implicaba relaciones más amplias. Carlos V, en los Países Bajos, había procedido a emanar, por cuenta propia, algunas normas contra los herejes —los famosos “placards”, emanados de 1521 en adelante—. En 1529 prohibió leer los libros de Lutero y otros herejes; discutir sobre la Sagrada Escritura, excepto para los teólogos; quitar imágenes sagradas; dar hospedaje a los herejes. Se acordaba para los culpables un tiempo de arrepentimiento; si se continuaba en los errores, la pena era la espada, y para los reincidentes, el fuego. De hecho, se daba una distinción importante: el crimen de herejía quedaba en la competencia de la jurisdicción eclesiástica; contravenir los edictos era, sin embargo, competencia de la justicia laica; en la práctica se ponían las bases para un conflicto entre las dos jurisdicciones. La dieta de Spira (1529) y la de Augsburgo (1530) habían tomado medidas contra los anabaptistas.

   También en Francia los procedimientos antiheréticos fueron tomados por la justicia real. En 1521 el Parlamento de París había emanado un decreto contra los libros luteranos y en 1529 había condenado a Barquin. En 1540 el crimen de herejía había sido llevado a los juicios reales. El 29 de julio de 1543 el rey promulgó como regla de ortodoxia los 29 artículos de fe de la Sorbona.

   En Milán, en junio de 1541, el marqués del Vasto, gobernador de la ciudad por cuenta de Carlos V, había hecho cerrar el convento agustino de Tortona y había protestado ante el papa por la debilidad de la Inquisición. La autoridad eclesiástica era apremiada por la política. ¿Lutero y Zwinglio no habían hecho recurso al poder del príncipe?

   En el consistorio del 15 de julio de 1541 se decide concentrar los poderes inquisitoriales en una comisión de dos cardenales, Carafa y Aleandro. El 14 de enero de 1542, con un motu proprio, el papa abolió exenciones e indultos, que habían sustraído eclesiásticos y laicos a la Inquisición. Por fin, el 21 de julio de 1542, fue promulgada la bula Licet ab initio, que daba nueva forma a la Inquisición y creaba una comisión de 6 cardenales. En la introducción, Pablo III afirmaba que se habían demorado estos procedimientos tan graves porque esperaba en un retorno espontáneo de los errantes. Nombró «generales y generalísimos inquisidores» a los cardenales Carafa y Juan Toledo, a quienes venían añadidos Pier Paolo Parisio, Bartolomeo Guidiccioni, Dionisio Laurerio y Tommaso Badia. Carafa estaba tan deseoso de comenzar en seguida, que a sus expensas adquirió una casa para la Inquisición.

   La competencia jurisdiccional de la comisión cardenalicia no tenía límites. Se extendía a toda la cristiandad y, aún más importante, también a la Curia Romana. Se hacían precisiones sobre procedimientos y sobre penas. El único límite venía de los arrepentidos, para los que se abogaba el derecho de gracia por el papa.

   Dos fueron las novedades: la centralización en Roma del organismo y las amplísimas facultades de proceder dondequiera y contra quienquiera. Extendió gradualmente sus poderes a otros ámbitos, aunque la fase represiva de la herejía viniera a menos. Permitió al papado retomar el definitivo control del colegio cardenalicio. En este momento, todo cardenal podía ser perseguido. Hubo procesos contra cardenales. Fue fácil golpear a cualquier candidato al pontificado con pérfidas acusaciones y sospechas, lo cual favoreció la carrera hacia la tiara de cardenales inquisidores —Ghislieri, Peretti, Cervini, Castagna...—. Así, la Inquisición, además de ser un elemento de control externo, se hacía un órgano de inmenso poder. La congregación del Santo Oficio llegaba a “primera” congregación.

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(Samuel Miranda)