HISTORIA DE LA IGLESIA
EPOCA MEDIEVAL
CUARTA PARTE: EL SIGLO XI
CAPITULO IV:
EL GRAN CISMA DE 1054.
Después de las iglesias nacionales anticalcedonenses,
separadas de la iglesia católica, ya desde mucho tiempo antes, el
cisma de 1054 llevó a la separación definitiva entre Roma y
Bizancio. No obstante las contradicciones respecto a la evangelización
de Bulgaria, la unidad entre estas dos iglesias se había mantenido
hasta aquella fecha; pero el proceso de alejamiento entre Roma y Constantinopla
aumentó. La relación de unidad entre Bizancio y Roma había
llegado a ser muy débil, sutil. Sin embargo la situación todavía
no era hostil. En Constantinopla había iglesia de rito latino y en
el sur de Italia, de rito griego. Nuevos choques (otro nivel de divergencias)
se tomó cuando surgieron nuevos factores.
El papado reformado mostró una nueva conciencia de si
mismo; e insistía cada vez más sobre sus propios derechos jurisdiccionales.
Las discusiones acerca de las posesiones bizantinas en el sur de Italia contribuyeron
a esta mala relación ; en fin, como factor último, decisivo,
que ha provocado el enfrentamiento: los normandos, que se habían infiltrado
en el sur de Italia y los cuales trataron de aprovechar las posiciones divergentes.
En último análisis todo estalló con los normandos.
El papa León IX trató de recuperar la jurisdicción
perdida sobre Italia meridional y Sicilia, que durante el iconoclasmo, el
Basileus León III, había quitado al papado y confiado al patriarca
de Constantinopla. Este papa itinerante también tuvo sínodos
en la parte bizantina del mediodía y consagró en el 1050 a
su estrecho colaborador Humberto de Silvacándida como arzobispo de
Sicilia (un título que antes no existía). El papa esperaba
al inicio obtener la ayuda de los normandos (en su proyecto de tener de nuevo
la jurisdicción de Italia del sur), pero estos comenzaron pronto a
amenazar no sólo las posesiones bizantinas sino también las
de los Estados Pontificios Y como León IX no tenía a disposición
un ejército potente, se volvió al emperador Enrique III, pidiéndole
que mandara una armada alemana contra los normandos. Sin embargo, en Alemania
habla no pocos obispos que no estaban de acuerdo con este proyecto. El consejero
de Enrique III, el obispo Gebeardo logró convencer al emperador de
no mandar un ejército en ayuda del papa. Entonces hubiera sido posible
una alianza del papa con los bizantinos; el gobernador bizantino en Italia
meridional Argyros mostró interés para una tal alianza con
el papa; pues una tal campaña les convenía a los bizantinos,
contra los normandos. Y en el preciso momento cuando el papa quiso concluir
un pacto militar con el gobernador bizantino, intervino el patriarca de Constantinopla,
Miguel Cerulario, el cual se opuso enérgicamente a tal alianza.
Hemos llegado a este personaje importantísimo para esta
cuestión del cisma: Miguel I Cerulario (1043.1058). Había llegado
a patriarca de Constantinopla bajo el débil emperador Constantino
IX Monómaco; Cerulario había tenido una vida muy movida; con
éxitos dispares. Por haber participado en una conjura de la aristocracia
bizantina contra el emperador Miguel IV, en 1040, había pasado algunos
años en el exilio, durante el cual se había hecho monje. Sus
conocimientos teológicos eran modestos, pero su ambición era
muy grande. Estaba totalmente convencido de la nobleza de su oficio de patriarca
y nutrió una gran aversión contra los latinos.
Respecto al proyecto de una alianza papal-bizantina en Italia
meridional, Cerulario sospechó un aumento del influjo latino y una
subordinación de la Iglesia italiana del Sur a la jurisdicción
romana, en el caso de una victoria del papa contra los normandos. Para alejar
la alianza militar con Roma, el patriarca creó una áspera polémica
antilatina. En su nombre, el arzobispo León de Acrida u Ocrida (actual
Macedonia) dirigió un Tratado al arzobispo Juan de Trani en 1053,
en el cual no se tratan cuestiones teológicas del tipo del Filioque,
sino de divergencias rituales, que incluso simples fieles podían captar.
Las acusaciones a los latinos se referían a asuntos como ayunar el
sábado, usar pan ázimo para la Eucaristía, que según
el autor era una recaída en el judaísmo.
Como los latinos se negaban a celebrar la Eucaristía con pan
fermentado, en lugar del ázimo, el patriarca hizo cerrar la iglesias
latinas en Constantinopla. Incluso en esta ocasión se produjeron profanaciones
de hostias consagradas latinas.
En el ambiente romano, Humberto de Silvacándida leyó
este panfleto antilatino y decidió responder rápidamente. En
su respuesta exageró el primado papal y las pretensiones del papa
sobre Italia meridional. A la Iglesia griega Humberto le objetó más
de 90 herejías. La posibilidad de un entendimiento entre griegos y
latinos a penas fue tratada por Humberto.
En este momento la situación política en Italia
se había agravado. El ejército del papa había sido derrotado
el 16.07.1053 en Civitate, el propio papa había sido arrestado por
los normandos y las tropas bizantinas de Argyro también habían
sido vencidas.
Con todo ello, ni siquiera el patriarca podía mantener
su oposición. El emperador bizantino pide el envío de legados
pontificios para recomponer la relación entre Roma y Constantinopla.
No fue un buen augurio que Humberto, acompañado por Federico de Lorena,
futuro papa Esteban IX, y del arzobispo Pedro de Amalfi, fueran los miembros
de la delegación, que será la responsable también de
la excomunión. Una carta del papa al emperador bizantino que llevaban
consigo propone de nuevo un pacto contra los normandos, pero al mismo tiempo
renovaba la petición de una restitución de la jurisdicción
pontificia sobre Italia meridional y los Balcanes, la antigua Iliria. Mucho
más descortés era la carta del papa al patriarca ; en ella
le echaba en cara que había despreciado los ritos latinos, de tender
hacia un primado sobre los demás patriarcados, de llamarse patriarca
ecuménico, acabando por poner en duda su propia ordenación.
Probablemente este último escrito, al menos en lo concerniente a la
ordenación de Cerulario, habría estado escrito por Humberto.
El emperador bizantino, Constantino IX Monómaco recibió
a los legados, que habían llegado en abril del 1054, de una manera
abierta y cordial. Al comienzo se tuvo la impresión de que los tratados
iban bien. El patriarca, que estaba junto al emperador, se mostró
mucho más frío. Por el momento sólo se consignó
la carta del papa.
En las semanas siguientes el patriarca no mostró ningún
deseo de reaccionar o responder al escrito papal o mostrar algún paso
hacia una conciliación. Humberto comenzó a movilizar al público
contra el patriarca. Se movía con una versión griega de su
respuesta polémica al Tratado de León de Acrida. Un monje bizantino,
Niketas Stethátos (Nichetas Pectoratus), se lanzó por su cuenta
a defender el uso del pan fermentado contra la praxis latina del pan ázimo,
así como la práctica del ayuno y el celibato del clero. Humberto
pierde entonces la paciencia y responde al monje con un libelo polémico
de pésimo gusto.
Para no comprometer la alianza proyectada entre el ejército
papal y el bizantino contra los normandos, el emperador fuerza a Niketas
a excusarse con Humberto y a destruir su escrito. Pero Humberto, no contento
con esto, comenzó a hablar del Flioque , de lo que hasta ahora no
se hacía mención en la controversia. Al final, y culminación
de los contrastes, Humberto unido a sus compañeros depone una bula
de excomunión sobre el altar de la Agia Sophia y se aleja con las
palabras : .Dio veda e giudici., era el 16.07.1054. Poseemos una breve
descripción de todo ello del propio Humberto llamada Umberti brevis
et succinta commemoratio, y también la propia bula. Cuando un diácono
corría detrás de él con la bula para devolvérsela,
Humberto no la aceptó ; la bula cae sobre el suelo y allí permanece
hasta que uno la cogió y se la llevó al patriarca.
La bula, redactada por Humberto, era bastante injuriosa, llena
de falsas acusaciones. Al pseudopatriarca no sólo se le echaban en
cara usos griegos como el matrimonio de los sacerdotes (calificándole
de .nicolaísta.), también se le acusa de rebautizar a latinos,
de lo que no tenemos ninguna prueba, favorecer la simonía, prohibir
a los hombres afeitados la comunión y de haber quitado del credo el
Filioque.. Por todo ello la bula castiga con la excomunión al patriarca
Miguel Cerulario, al arzobispo León de Ocrida y a sus partidarios.
No sabemos si el emperador Constantino conocía el contenido de la
bula cuando los legados partieron sin haber consignado un pacto. Cuando fue
informado por el patriarca del contenido, el emperador intentó sin
resultado volver a traer a los legados papales para darles la posibilidad
de exponer sus puntos de vista delante de un sínodo. Humberto no lo
desea y marcha. Todavía Cerulario no quería renunciar a una
decisión sinodal. El 20 de julio, Cerulario excomulgó por su
parte a los autores de la bula. El 24 se repite la misma excomunión
en un sínodo de 16 metropolitanos y 5 arzobispos. Poco después
una relación oficial del sínodo incluía en lengua griega
el texto de la bula de Humberto.
Esta relación unida a unas cartas del patriarca a su
colega antioqueno, Pedro III, expresa algunos aspectos sobre la posición
de Cerulario. Podemos destacar tres elementos :
· Cerulario piensa que la carta
consignada por Humberto no era del papa, sino de otro, probablemente del
gobernador Argyro, su enemigo.
· Para él, los legados
no son representantes del papa, sino de Argyro, gobernador bizantino de Italia.
· Cerulario en todo este asunto
deja fuera al papa. El papa y la Iglesia Romana no son culpables de excomunión,
sino los autores de la bula, los que se adhirieron a la bula. Además
Humberto no había excomulgado a la Iglesia Bizantina y tampoco al
emperador.
Hay quien
sostiene que todo el asunto se reduce al enfrentamiento entre cabezas calenturientas.
Al igual que León de Ocrida había atacado tradiciones y usos
de la Iglesia Romana, así los legados romanos lo hicieron con tradiciones
sacrosantas de la griega. Formalmente las propias iglesias estaban fuera
de las discusiones, pero materialmente no.
Una tradición
muy canonística de la bula de excomunión olvida que en aquel
tiempo las dos iglesias se identificaron con sus rituales. De esta manera
los muros de separación se construyeron con el material ritualístico.
Formalmente se puede razonar, como lo hacen los manuales, que la bula de
Humberto era inválida, ya que al momento de la acción el papa
León IX ya se había muerto (19.04.1054), mientras que la bula
es del 16.07.1054, además Victor II sucede a León IX en 1055,
por lo que en ese momento no había papa. Según el Derecho Canónico
el encargo de una legación pontificia cesa con la muerte del papa.
No podemos establecer si los legados lo sabían o no.
En un
examen histórico es muy oportuno proponer el problema de la culpa.
Por lo que se refiere al aspecto personal de la última fase, es claro
que Humberto era la persona menos indicada para realizar un acercamiento.
El sostenía el derecho primacial romano, remontándose incluso
a la .falsa donación de Constantino., que era un falso de la Iglesia
Latina desconocido en la Bizantina. Se expresa en el espíritu del
futuro dictatus papae. Su arrogancia fue un obstáculo en los acuerdos
desde el comienzo.
Más
importante es el problema de la culpa histórica, que la encontramos
en una y otra parte. Si bien un cisma formal no puede ser constatado, lo
que cuenta es que en el 1054 fue acentuada todavía una vez más
la creciente divergencia entre las dos iglesias ; podríamos decir
que fue un enfriamiento hasta cero de las relaciones por parte de las dos
iglesias. De esto la cristiandad no se ha recuperado.
La experiencia
de las Cruzadas condujo a una confirmación de la ruptura entre ortodoxia
e Iglesia Romana. Desastrosa fue sobre todo la IV Cruzada, con la conquista
de Constantinopla en 1204 y la erección de un imperio latino en Constantinopla
con un patriarca latino.
Los patriarcas
orientales de por sí no estaban involucrados en aquel asunto de la
excomunión, pero se acercaban más a la posición de Constantinopla.
Las iglesias fundadas por Bizancio, que más tarde llegaron a ser iglesias
ortodoxas autónomas, autocéfalas, se desarrollaron con la bandera
del contraste cada vez más profundo ; por ello incluso la iglesia
rusa a aceptado la posición de Bizancio. En nuestros días Pablo
VI ha trabajado mucho para superar el abismo que hay entre Roma y Constantinopla,
llegando el 07.12.65, en la clausura del C. Vaticano II, a abolir por parte
Roma, al igual que lo hicieron en Constantinopla, las excomuniones lanzadas
en 1054, aunque la ruptura permanece hasta nuestros días.