LA ETERNA CONDENACION EN EL INFIERNO
El infierno es un lugar
de tormentos, donde sufrirán eternos suplicios los que mueren en
pecado mortal.
Respecto al infierno son verdades de fe: 1) que existe;
2) que hay en él pena de fuego; 3) que sus tormentos son eternos;
y 4) que van a él los que mueren en pecado mortal.
Esto consta por muchas y muy claras palabras de la Escritura.
Ella llama al infierno "lugar de tormentos" (Lucas 16,28), "suplicio
eterno" (Mateo 25,46), "fuego inextinguible" (Marcos 9,42). Y Dios dirá
a los malos: "Apártense de mí, malditos, al fuego eterno
que está preparado para el demonio y sus ángeles" (Mateo
25,41). Setenta veces habla la Escritura del infierno; de éstas,
veinticinco en los Evangelios.
La Iglesia siempre ha enseñado la existencia
del infierno: "Las almas de los que salen de este mundo con pecado mortal
actual, inmediatamente después de su muerte bajan al infierno,
donde son atormentadas con penas infernales" (Benedicto XII).
"Los que hayan respondido al amor y a la piedad
de Dios irán a la vida eterna, pero los que hayan rechazado hasta
el final, serán destinados al fuego que nunca cesará".
La Sagrada Congregación para la Doctrina de la
fe insiste que "la Iglesia, en una línea de fidelidad al Nuevo
Testamento y a la Tradición...cree en el castigo eterno que espera
al pecador, que será privado de la visión de Dios, y en
la repercusión de esta pena en todo su ser".
Las penas del infierno son:
1.-La privación de todo bien: de todo reposo, alegría,
amor y esperanza; y en especial la privación de Dios. Es la llamada
"Pena de daño".
2.-El sufrimiento de todo mal y dolor. La Escritura lo llama "Lugar
de Tormentos", y especialmente insiste en el supiclio de fuego. Se le denomina
"Pena de sentido".
Las penas del infierno serán iguales en duración
para todos los condenados, pues son eternas; pero en cuanto a la acerbidad,
serán diferentes, de acuerdo con la gravedad de los pecados y
el abuso de las gracias recibidas.
"Dios dará a cada uno según sus obras"
(Romanos 2,6). "Cuanto se ha engreído y ragalado dadle otro tanto
de tormento y llanto" (Apocalipsis 28,7).
La Privación de la vista de Dios se llama "Pena
de daño", y es la más terrible de las penas del infierno.
En efecto, nos priva para siempre de Dios, el Bien infinito para el que
fuimos creados; y al privarnos de Dios nos priva de todo otro bien y felicidad.
En esta vida no podemos tener siquiera idea aproximada
de la pena de daño, porque los bienes de este mundo nos entretienen
y cautivan. Pero en la otra, al ver que fuera de Dios no puede haber bien
alguno, los condenados experimentarán en toda su terrible realidad
la infelicidad de verse privados de Él para siempre.
Dios no deja de ser para el condenado el último
fin y felicidad. Y esto es precisamente lo que hace la infelicidad del
condenado, al considerar que ya nunca podrá alcanzar su último
fin, ni ser feliz.
El condenado tiende a Dios con la misma violencia con
que una piedra dejada en el aire se lanza a su centro de gravedad; pero
Dios lo rechazará, y entonces entrará aquél en eterno
llanto y desesperación.
La pena de sentido consiste en el fuego y demás
tormentos que experimentarán los condenados. La Escritura lo llama
fuego voraz e inextinguible; "fuego que nunca se apaga", repite tres veces
Cristo (Marcos 9,42).
Todas las facultades tendrán en el infierno su
castigo especial. Y si el castigo de los sentidos es el fuego, y el de
la inteligencia y voluntad es la pena de daño, el castigo de la
memoria es el remordimiento, y el de la imaginación es la desesperación.
El remordimiento es la pena de la memoria, que le recuerda
al condenado los muchos medios de salvación que tuvo en la tierra,
el desprecio que hizo de ellos, y cómo vino a condenarse sólo
por su culpa.
La desesperación es la pena de la imaginación,
que le vive representando que sus tormentos durarán no por mil
años, ni por millones de años, sino mientras Dios sea Dios,
por toda la eternidad.
La eternidad de las penas del infierno es dogma de fe
definido por la Iglesia, que consta en muchos lugares de la Escritura:
"Serán atormentados día y noche por los
siglos de los siglos" (Apocalipsis 14,10).
"Vayan, malditos, al fuego eterno" (Mateo 25,41).
La eternidad de las penas no contradice la misericordia
divina, porque si ésta es infinita, también es infinita
su justicia.
Por otra parte esta verdad está tan claramente
establecida en la Escritura y en las definiciones de la Iglesia que el
negarla equivale a dejar de ser católico.
Para evitar el infierno debemos pensar con frecuencia
en la eternidad de sus penas para fomentar en nuestra alma el temor de
Dios y el cumplimiento de sus mandamientos.
"No olvides hijo, que para tí en la tierra sólo
hay un mal, que habrás de temer, y evitar con la gracia divina:
el pecado" (José María Escrivá de Balaguer, Camino,
n. 386).