NATURALEZA DEL PECADO

   El pecado dice San Agustín, es “toda palabra, acto o deseo contra la ley de Dios” (cfr. Contra Faustum I, 22 c. 27: PL 42, 418). O bien, según la definición clásica, pecado es:Los pecados del mundo

a) la transgresión: es decir violación o desobediencia;

b) voluntaria: porque se trata no sólo de un acto puramente material, sino de una acción formal, advertida y consentida;

c) de la ley divina: o sea, de cualquier ley obligatoria, ya que todas reciben su fuerza de la ley eterna.

   Si la transgresión afecta una ley moral grave, se produce el pecado mortal; si a una leve, el pecado venial. En el primer caso -como veremos más detenidamente- hay un verdadero alejamiento de Dios; en el segundo, sólo una desviación del camino que nos conduce a El. Cuando el hombre peca gravemente se pierde para sí mismo y para Dios: se encuentra sin sentido y sin dirección en la vida, pues el pecado desorienta esencialmente en relación al fin sobrenatural eterno.

   El pecado es, por tanto, la mayor tragedia que puede acontecer al hombre: en pocos momentos ha negado a Dios y se ha negado también a sí mismo. Su vida honrada, su vocación, las promesas del bautismo, las esperanzas que Dios depositó en él, su pasado, su futuro, su felicidad temporal y eterna, todo se ha perdido por un capricho pasajero.

 EL DOBLE ELEMENTO DE TODO PECADO

   Al hablar del pecado, todos los autores están de acuerdo en señalar que son dos los elementos que entran en su constitutivo interno: el alejamiento de Dios y la conversión a las criaturas. Veremos cada uno por separado.

A. El alejamiento de Dios

   Es su elemento formal y, propiamente hablando, no se da sino en el pecado mortal, que es el único en el que se realiza en toda su integridad la noción de pecado.

   Al transgredir el precepto divino, el pecador percibe que se separa de Dios y, sin embargo, realiza la acción pecaminosa. No importa que no tenga la intención directa de ofender a Dios, pues basta que el pecador se de cuenta de que su acción es incompatible con la amistad divina y, a pesar de ello, la realice voluntariamente, incluso con pena y disgusto de ofender a Dios.

En todo pecado mortal hay una verdadera ofensa a Dios, por múltiples razones:

1) Porque es el supremo legislador, que tiene derecho a imponernos el recto orden de la razón mediante su ley divina, que el pecador quebranta advertida y voluntariamente;

2) porque es el último fin del hombre y éste, al pecar, se adhiere a una criatura en la que de algún modo pone su fin;

3) porque es el bien sumo e infinito, que se ve rechazado por un bien creado y perecedero elegido por el pecador;

4) porque es gobernador, de cuyo supremo dominio se intenta sustraer el hombre, bienhechor que ve despreciados sus dones divinos, y juez al que el hombre no teme a pesar de saber que no puede escapar de El.

B. La conversión a las criaturas

   Como se deduce de lo ya dicho, en todo pecado hay también el goce ilícito de un ser creado, contra la ley o mandato de Dios. Casi siempre es esto precisamente lo que busca el hombre al pecar, más que pretender directamente ofender a Dios: deslumbrado por la momentánea felicidad que le ofrece el pecado, lo toma como un verdadero bien, como algo que le conviene, sin admitir que se trata sólo de un bien aparente que, apenas gustado, dejar en su alma la amargura del remordimiento y de la decepción.

   Como ya habíamos dicho, en la inmensa mayoría de los casos el pecado resulta originado por este segundo elemento. Los pecados motivados directamente por el primer elemento -el odio o aversión a Dios- se denomina pecados satánicos.

   Además del desorden que implican estos dos constitutivos internos -rechazo de Dios, mal uso de un ser creado-, hay que decir también que el pecado conlleva otros desórdenes:

1) Una lesión a la razón natural: todo pecado es una verdadera estupidez (vera stultitia, dice Santo Tomás de Aquino: cfr. S. Th. I-II, q. 71, a. 2) cometido contra la recta razón, pues por el gozo de un bien finito se incurre en la pérdida de un bien infinito.

2) Una lesión al orden social: la inclinación al mal, que permanece después del pecado original y se agrava con los pecados actuales, ejerce su influjo en las mismas estructuras sociales, que en cierto modo están marcadas por el pecado del hombre. Los pecados de los hombres son causa de situaciones objetivamente injustas, de carácter social, político, económico, cultural, etc. En este sentido puede hablarse con razón de pecado social, que algunos llaman estructural: todo pecado tiene siempre una dimensión social, pues la libertad de todo ser humano posee por sí misma una orientación social (cfr. Exh ap. post-sinodal Reconciliación y Penitencia de Juan Pablo II, n. 16);

3) Una lesión al cuerpo Místico de Cristo: asimismo, todo pecado repercute en la Iglesia, pues se desarrolla en el misterio de la comunión de los santos:

   Se puede hablar de una `comunión del pecado", por el que un alma que se abaja, abaja consigo a la Iglesia y, en cierto modo, al mundo entero. En otras palabras, no existe pecado alguno, aun el más estrictamente individual, que afecte exclusivamente al que lo comete (ibidem).

DISTINCION DE LOS PECADOS

   Nos interesa conocer en los pecados tres distinciones fundamentales: la teológica, la específica y la numérica.

A. Distinción teológica: es la que existe entre el pecado mortal y el venial. De esta distinción se hablar con detenimiento más adelante.

B. Distinción específica: es la que existe entre pecados de diversa especie o naturaleza. Es una distinción necesaria por el precepto divino de confesar los pecados graves en su especie ínfima (ver 5.1.3). Son específicamente distintos:

1) los pecados que se oponen a diversas virtudes: p. ej., la gula, que se opone a la templanza, y el robo, que se opone a la justicia;

2) los pecados que se oponen a la misma virtud por exceso o por defecto: p. ej., la presunción (exceso desordenado de la esperanza) y la desesperación (falta de esperanza); o la soberbia (falta de humildad) y la pusilanimidad (falsa humildad);

3) los pecados que se oponen a diversos objetos de una misma virtud: la justicia, p. ej., comprende cuatro bienes diferentes -la vida, la fama, el honor y la propiedad- que originan cuatro pecados diversos: el homicidio, la murmuración, la injuria y el robo;

4) los pecados que quebrantan leyes o preceptos dados por motivos diversos: p. ej., quien omite la asistencia a una Misa que debe oír por ser domingo y por cumplir una penitencia.

C. Distinción numérica: es la que existe entre los diversos actos pecaminosos cometidos.

 LA ESPECIE MORAL INFIMA

   Interesa tratar este inciso ya que para la confesión sacramental es preciso declarar los pecados según su especie moral ínfima (cfr. CIC, c. 988); es decir, que el pecado ha de ser expresado de forma tal que no admita inferiores subdivisiones en especies distintas.

   Así, no se puede decir tan sólo: me acuso de un pecado contra la caridad, o de un pecado de lujuria; hay que especificar si fue de pensamiento, deseo, palabra, de tal obra, etc., añadiendo las circunstancias que puedan modificar su especie.

   En el caso de los pecados mortales, ha de decirse siempre, además, el número de veces que se cometió.

   Si esto resulta muy difícil porque no es fácil recordar, porque hace muchos años de la última confesión, etc., ha de decirse un número aproximado (alrededor de 2 veces al mes durante tres años, p. ej.).

 CLASIFICACION DEL PECADO

El pecado puede clasificarse según el siguiente esquema:

 -Original (el pecado de Adán y Eva, que se trasmite a todos los hombres por generación)
  -Personal (el pecado que comete el propio individuo)
 -Habitual (es la mancha que deja en el alma el pecado actual. Se llama también “estado de pecado”)
  -Actual (cada transgresión de la ley divina)
  - Interno (si se realiza sólo en la mente o en el corazón, p. ej., odiar)
  -Externo (si se realiza exteriormente, con palabras o hechos)
  - Formal (cuando se comete a sabiendas de que se quebranta la ley o, en otras palabras, si se actúa en contra de la conciencia)
  -Material (cuando se quebranta la ley involuntariamente, es decir, la conciencia es recta pero errónea. Es el caso de actuar por ignorancia invencible)
  - De comisión (acción positiva contra un precepto: e. ej., el homicidio)
  -De omisión (ausencia de un acto positivamente imperado: p. ej., no oír Misa en día festivo)
  - Mortal Esta última clasificación es la que más nos interesa porque
  -Venial en un caso, el del pecado mortal, al destruirse la gracia hay un alejamiento total de Dios que de no rectificarse, supone el perderlo eternamente. Por lo tanto, está en juego la consecución o la pérdida del fin último para el que hemos sido creados.

 EL PECADO MORTAL

 DEFINICION DE PECADO MORTAL

“Es la transgresión deliberada y voluntaria de la ley moral en materia grave”.

   El pecado mortal implica la muerte del alma porque destruye la caridad en el corazón del hombre por una infracción grave de la ley de Dios; aparta al hombre de Dios, que es su fin último y su bienaventuranza, prefiriendo un bien inferior.

   Para vivir espiritualmente, el hombre debe permanecer en comunión con el supremo principio de vida, que es Dios, en cuanto es el último fin de todo su ser y obrar. Ahora bien, el pecado es un desorden perpetrado por el hombre contra ese principio vital. Y cuando por medio del pecado el alma comete una acción desordenada que llega hasta la separación del fin último Dios al que est unida por la caridad, entonces se da el pecado mortal (Exh. Ap. "Reconciliación y Penitencia", n. 17, del 2-XII-84).

 EL PECADO MORTAL EN RELACION A DIOS Y EN
 
 RELACION AL HOMBRE

En relación a Dios el pecado mortal supone:

a) gravísima injusticia contra su supremo dominio al sustraerse de su ley;

b) desprecio de la amistad divina, manifestando enorme ingratitud para quien nos ha colmado de tantos y tan excelentes beneficios;

c) renovación de la causa de la muerte de Cristo;

d) violación del cuerpo del cristiano como templo del Espíritu Santo.

   Por todo ello, teniendo en cuenta la distancia infinita entre el Creador y la criatura, el pecado mortal encierra una maldad en cierto modo infinita. Además, como el orden moral tiene carácter eterno ley eterna, destino eterno del hombre, su negación consciente rebasa el tiempo y llega hasta la eternidad.

   En relación al hombre, el pecado mortal supone la negación del primer y más fundamental valor ontológico: la dependencia de Dios. La consecuencia primera ser la aversión habitual de Dios, de la que se siguen:

a) La pérdida de la caridad y la privación de la gracia santificante, es decir, del estado de gracia. Con ello se pierden las virtudes infusas, los dones del Espíritu Santo y la presencia de inhabitación de la Santísima Trinidad en el alma.

   Son famosas las siguientes palabras del Papa San León: “Reconoce, cristiano, tu dignidad, y hecho partícipe de la naturaleza divina, no quieras volver a tu antigua vileza” (Sermo I in Nativitate Domini, 3; PL 54, 193).

b) La pérdida de los méritos adquiridos durante la vida.

c) El oscurecimiento de la inteligencia que la misma ceguedad de la culpa lleva consigo (vera stultitia).

   “El pecado es una falta contra la razón, la verdad, la conciencia recta. Hiere la naturaleza del hombre” (Catecismo, n. 1849).

d) La pérdida del derecho a la gloria eterna. Si no es rescatado por el arrepentimiento y el perdón de Dios, causa la exclusión del Reino de Cristo y la muerte eterna del infierno; de modo que nuestra libertad tiene poder de hacer elecciones para siempre, sin retorno (Catecismo, n. 1861).

   El papa Benedicto XII expone este efecto con las siguientes palabras: “Definimos además que, según la común ordenación de Dios, las almas de los que salen del mundo con pecado mortal actual, inmediatamente después de la muerte descienden al infierno” (Dz. 531; cfr. también Mt. 25, Mc. 9, 42; Apoc. 14, 11; S. Th. I-II, q. 87, a. 3);

e) El pecado atenta también contra la solidaridad humana, ya que el pecador no sólo se perjudica a sí mismo sino que, en virtud del dogma de la Comunión de los Santos, daña además a la Iglesia y aun a la totalidad de los hombres.

f) El reato de pena y esclavitud de Satanás; de hijo de Dios el hombre pasa a ser enemigo de Dios. El concilio de Trento (ses. 14, cap. 5) señala que “todos los pecados mortales, aun los de pensamiento, hacen a los hombres hijos de la ira y enemigos de Dios”.

   Aunque el pecador no quiera el alejamiento de Dios, sabe muy bien que independientemente de sus deseos subjetivos, el orden moral objetivo establecido por Dios prohíbe o manda esta acción, castigando con la pena eterna el hacerla u omitirla y, a pesar de saber todo eso, la realiza o la omite. Por un instante de gozo, fugaz y pasajero, acepta quedarse sin su fin sobrenatural eterno.

   Teniendo en cuenta la distancia infinita entre el Creador y el hombre, como ya quedó dicho, el pecado mortal encierra una maldad en cierto modo infinita que nos permite llamarlo “mysterium iniquitatis”, es la inexplicable maldad de la criatura que se alza, por soberbia, contra Dios (Escriv de Balaguer, J., “Es Cristo que pasa”, Ed. MiNos, n. 95).

 CONDICIONES PARA QUE HAYA PECADO MORTAL

   Para que haya pecado mortal se requiere que la acción reúna tres condiciones: materia grave (factor objetivo), plena advertencia y perfecto consentimiento (factores subjetivos).

A. Materia grave

   No todos los pecados son igualmente graves, puesto que caben distintos grados de desorden objetivo en los actos malos, así como distintos grados de maldad subjetiva al cometerlos. Para que se de el pecado mortal se requiere materia grave, en sí misma (porque el objeto de aquel acto es en sí mismo grave, p. ej., el aborto) o en sus circunstancias (p. ej., por el escándalo que puede causar).

   Para reconocer si la materia es grave, habrá que decir que todo aquello que sea incompatible con el amor a Dios supone materia grave (es claro, por ejemplo, que la blasfemia o la idolatría no admiten consorcio alguno con el amor a Dios). La seguridad de tal incompatibilidad viene dada por las mismas fuentes de la Teología Moral (cfr. 1.3), en concreto:

1) Las enseñanzas de la Sagrada Escritura: en muchos textos se habla de pecados que excluyen del Reino de los Cielos (cfr. p. ej., Mt. 5, 22; o bien I Cor. 6, 9-10: no os engañáis: ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los sodomitas, ni los ladrones, ni los avaros, ni los blasfemos, ni los rapaces, poseerán el reino de Dios).

2) Las enseñanzas de la Iglesia que, por ser depositaria e intérprete de la Revelación divina y de la ley natural, dictamina con su Magisterio la licitud o ilicitud de acciones concretas (p. ej., condenas de errores morales: cfr. Dz. 1151-1216, Declaración de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe sobre Etica Sexual, 29-XII-1975, etc.).

3) Las razones teológicas, con las que se ponderan los motivos que hacen considerar las acciones como graves desórdenes. Así, los teólogos y doctores de la Iglesia suelen dividir los pecados en dos categorías especiales:

a) los que de suyo siempre son mortales (llamados también intrínsecamente mortales o pecados mortales ex toto genere suo); es decir, no admiten parvedad de materia y no pueden ser leves sino por falta de plena advertencia o perfecto consentimiento (p. ej., la blasfemia, la idolatría, la lujuria, etc.).

   Lo anterior fue vuelto a explicar recientemente por el Papa Juan Pablo II: “algunos pecados, por razón de su materia, son intrínsecamente graves y mortales. Es decir, existen actos que, por sí y en sí mismos, independientemente de las circunstancias, son siempre gravemente ilícitos por razón de su objeto. Estos actos si se realizan con el suficiente conocimiento y libertad, son siempre culpa grave” (Exh. Ap. Reconciliación y penitencia, n. 17, 2-XII-1984).

b) Los que no siempre son mortales (llamados pecados graves, ex genere suo), ya que aunque se refieran a materia gravemente prohibida (p. ej., el hurto), admiten parvedad de materia, de modo que si sólo hay materia leve no pasan de pecado venial (p. ej., robar una cosa insignificante).

B. Plena advertencia

   Ya al hablar de los actos humanos vimos lo referente a la advertencia y al consentimiento, por lo que aquí diremos sólo algunas cosas prácticas. En primer lugar, que la advertencia se refiere a dos cosas:

1) advertencia del acto mismo: es necesario darse cuenta de lo que se esté haciendo (p. ej., no advierte totalmente la acción el que está semidormido);

2) advertencia de la malicia del acto: es necesario advertir aunque sea confusamente que se está haciendo un pecado, un acto malo (p. ej., el que come car- ne en vigilia, pero ignora absolutamente que lo es, advierte la acción comer carne, pero no su ilicitud).

   Cabe también decir que la advertencia moral no comienza sino cuando el hombre se da cuenta de la malicia del acto: mientras no se advierta esta malicia no hay pecado.

   Sin embargo, también es preciso señalar que para que haya pecado no es necesario advertir que se est ofendiendo a Dios; basta darse cuenta aunque sea confusamente que se realiza un acto malo.

C. Perfecto consentimiento

   Como el consentimiento sigue naturalmente a la advertencia, resulta claro que sólo es posible hablar de consentimiento pleno cuando ha habido plena advertencia del acto.

   Si no hubo advertencia plena del acto o de su malicia, puede también decirse que falla el perfecto consentimiento para la realización de ese acto o para su imputabilidad moral.

   Es importante distinguir entre `sentir" una tentación y `consentirla". En el primer caso se trata de un fenómeno puramente sensitivo de la parte animal del hombre, mientras en el segundo es ya un acto plenamente humano, pues supone la intervención positiva de la voluntad.

   No es siempre fácil saber si hubo consentimiento pleno. En el caso de duda sirve fijarse en lo que pasa ordinariamente: quien ordinariamente consiente debe juzgar que consintió, y al contrario. Igualmente es importante recordar que es ilícito proceder con duda: debe salirse de ella antes de actuar.

   No debe confundirse el consentimiento semi-pleno o la falta de consentimiento con una acción voluntaria que alguien realiza bajo coacción física o moral superable.

   Por ejemplo, aquel que, amenazado de muerte, inciensa un ídolo, hace un acto perfectamente consentido: ha aceptado positivamente en su voluntad el ser idólatra, aunque lo hiciera bajo coacción.

 EL PECADO VENIAL

 DEFINICION Y NATURALEZA DEL PECADO VENIAL

   “Se comete un pecado venial cuando no se observa en una materia leve la medida prescrita por la ley moral, o cuando se desobedece a la ley moral en materia grave, pero sin pleno conocimiento o sin entero consentimiento” (Catecismo, n. 1862).

   Venial viene de la palabra venia, que significa perdón, y alude al más fácil perdón de este tipo de faltas: se remiten no exclusivamente en el fuero sacramental sino también por otros medios.

   El pecado venial difiere sustancialmente del mortal, ya que no implica el elemento esencial del pecado mortal que es, como quedó explicado (cfr. 5.3.1), la aversión a Dios. En el pecado venial se da sólo el segundo elemento, una cierta conversión a las criaturas compatible con la amistad divina.

   De acuerdo a la enseñanza de Santo Tomás, el pecado venial es un desorden en las cosas, un mal empleo de las fuerzas para caminar hacia Dios, pero en el que se conserva la ordenación fundamental al último fin: los pecados que incurren en desorden respecto a las cosas que orientan al fin, pero que conservan su orden al fin último, son m s reparables y se llaman veniales (S. Th., I-II, q. 88, a. 1).

   El Papa Juan Pablo II explica: “...cada vez que la acción desordenada permanece en los límites de la separación de Dios, entonces el pecado es venial. Por esta razón, el pecado venial no priva de la gracia santificante, de la amistad con Dios, de la caridad, ni por lo tanto, de la bienaventuranza eterna” (Exhort. Apost. Reconciliación y Penitencia, n. 17, 2-XII-1984).

   Para clarificar estos conceptos suele ponerse el ejemplo del que emprende un viaje con el objeto de llegar a un determinado lugar. El pecado mortal equivaldría al hecho de que ese viajero de pronto se pusiera de espaldas y comenzara a caminar en sentido contrario, alejándose así cada vez más de la meta buscada. En cambio, quien comete un pecado venial es como el viajero que simplemente hace una desviación, un pequeño rodeo, pero sin perder la orientación fundamental hacia el punto donde se dirige.

 CONDICIONES PARA QUE HAYA PECADO VENIAL

Un pecado puede ser venial por dos razones:

1) porque la materia es leve (p. ej., una mentira jocosa, falta de aprovechamiento del tiempo en los estudios -que no tienen consecuencias graves en los exámenes-, una pequeña desobediencia a los padres, etc.);

2) porque siendo la materia grave, la advertencia o el consentimiento no han sido perfectos (p. ej., los pensamientos impuros semi-consentidos, una ofensa en un partido de futbol por apasionamiento, etc.).

   Conviene tener en cuenta también que el pecado venial objetivamente considerado puede hacerse subjetivamente mortal por las siguientes causas:

1) por conciencia errónea (p. ej., si se cree que una mentira leve es pecado grave, y se dice, se peca gravemente);

2) por un fin gravemente malo (p. ej., si se dice una pequeña mentira deseando cometer, gracias a ella, un hurto grave);

3) por acumulación de materia (p. ej., cuando se roba 10 más 10 más 10...);

4) por el grave detrimento que se siga del pecado venial:

a) de daños materiales (p. ej., el médico que por un descuido leve ocasiona la muerte del paciente);

b) de peligro de pecado mortal (p. ej., el que por curiosidad acude a un espectáculo sospechando que ser para él ocasión de pecado);

c) por peligro de escándalo (p. ej., el que inventa aventuras que llevan a otros a cometer pecados).

 EFECTOS DEL PECADO VENIAL

“El pecado venial

-debilita la caridad,

-entraña un afecto desordenado a bienes creados,

-impide el progreso del alma en el ejercicio de las virtudes y la práctica del bien moral,

-merece penas temporales,

-el pecado venial deliberado y que permanece sin arrepentimiento, nos dispone poco a poco a cometer el pecado mortal.

   No obstante, el pecado venial no nos hace contrarios a la voluntad y la amistad divinas; no rompe la Alianza con Dios. Es humanamente reparable con la gracia de Dios. No priva de la gracia santificante, de la amistad de Dios, de la caridad, ni, por tanto, de la bienaventuranza eterna” (Catecismo, n. 1863).

   “El hombre, mientras permanece en la carne, no puede evitar todo pecado, al menos los pecados leves. Pero estos pecados, que llamamos leves, no los consideres poca cosa: si los tienes por tales cuando los pesas, tiembla cuando los cuentas. Muchos pequeños objetos hacen una gran masa; muchas gotas de agua llenan un río. Muchos granos hacen un montón. ¿Cuál es entonces nuestra esperanza? Ante todo, la confesión...” (S. Agustín, Es. Jo. 1, 6).

 PECADOS ESPECIALES

Algunos pecados especiales se agrupan bajo los siguientes nombres:

A. Pecados contra el Espíritu Santo

   “El que blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón nunca, antes bien será reo de pecado eterno” (Mc. 3, 29; cfr. Mt. 12, 32; Lc. 12, 10). No hay límites a la misericordia de Dios, pero quien se niega deliberadamente a acoger la misericordia de Dios mediante el arrepentimiento rechaza el perdón de sus pecados y la salvación ofrecida por el Espíritu Santo. Semejante endurecimiento puede conducir a la condenación final y a la perdición eterna (Catecismo, n. 1864).

   Entre estos pecados se incluyen la presunción de salvarse sin méritos, la desesperación, la impugnación de la verdad cristiana conocida, la obstinación en el pecado y la impenitencia final.

B. Pecados que claman al cielo, porque su influencia nefanda en el orden social pide venganza de lo alto.

   Suelen recibir esta denominación el homicidio, la homosexualidad, la opresión de los débiles, la retención de salario a los obreros.

C. Pecados capitales, llamados así porque los demás suelen proceder de ellos como de su cabeza u origen.

   Clásicamente se citan la soberbia o vanagloria, la envidia, la avaricia, la ira, la lujuria, la gula y la pereza.

 LAS IMPERFECCIONES

   Se trata de transgresiones voluntarias no ya de los preceptos obligatorios de la ley, sino de lo que es un simple consejo o conveniencia para la salvación. Es un rechazo voluntario de las gracias actuales que Dios nos va dando para que en cada momento hagamos lo que es de su agrado. Es no decir a Dios siempre que sí.

   Conviene considerar que, al ser Dios infinito, nada escapa a su querer, ni aun las cosas que nosotros podríamos considerar intranscendentes (p. ej., ir el domingo a este lado o al otro, decir o callar un comentario, etc.). Nada le es indiferente; en su Sabiduría infinita ha determinado hasta en sus últimos detalles lo que es de su agrado en cada momento de nuestra vida.

   Del primer precepto del Decálogo (cfr. Deut. 6, 4-9; Mt. 22, 37-38), confirmado por las palabras del Señor en el Sermón de la Montaña sed perfectos como mi Padre celestial es perfecto (Mt. 5, 48; ver también I Cor. 1, 2; Gal. 4, 6-7) se sigue la obligación de todos los hombres de tender a la santidad y, por tanto, de luchar continuamente para evitar la imperfección en todos los ámbitos de las virtudes.

 CAUSAS DEL PECADO

   En realidad siempre la causa universal de todo pecado es el egoísmo o amor desordenado de sí mismo (cfr. S. Th., I-II, q. 84, a. 2).

   Amar a alguien es desearle algún bien, pero por el pecado desea el hombre para sí mismo, desordenadamente, un bien sensible incompatible con el bien racional. Que el amor desordenado a sí mismo y a las cosas materiales es la raíz de todo pecado queda frecuentemente de manifiesto en la Sagrada Escritura (cfr. Prov. 1, 19; Eclo. 10, 9; Jue. 5, 10; 10, 4; I Sam. 25, 20; II Sam. 17, 23; I Re. 2, 40; Mt. 10, 25; etc.).

   Junto a la causa universal de todo pecado, podemos distinguir otras, tanto internas como externas:

   Las causas internas son las heridas que el pecado original dejó en la naturaleza humana:

1) la herida en el entendimiento: la ignorancia que nos hace desconocer la ley moral y su importancia;

2) la herida en el apetito concupiscible: la concupiscencia o rebelión de nuestra parte más baja, la carne, contra el espíritu;

3) la herida en el apetito irascible: la debilidad o dificultad en alcanzar el bien arduo, que sucumbe ante la fuerza de la tentación y es aumentada por los malos hábitos;

4) la herida en la voluntad: la malicia que busca intencionadamente el pecado, o se deja llevar por él sin oponer resistencia.

Las causas externas son:

1) el demonio, cuyo oficio propio es tentar o atraer a los hombres al mal induciéndolos a pecar. “Sed sobrios y estad en vela, porque vuestro enemigo el diablo anda girando como león rugiente alrededor de vosotros en busca de presa que devorar” (I Pe. 5, 8; cfr. también Sant. 4, 7);

2) las criaturas que, por el desorden que dejó en el alma el pecado original, en vez de conducirnos a Dios en ocasiones nos alejan de El. Pueden ser causa del pecado ya sea como ocasión de escándalo (ver 7.3.3.d), bien cooperando al mal del prójimo (ver 7.3.3.e).

 LAS TENTACIONES

   Por tentación se entiende toda aquella sugestión interior que, procediendo de causas tanto internas como externas, incita al hombre a pecar.

   Las tentaciones actúan en el hombre de tres maneras:

1) engañando al entendimiento con falsas ilusiones, haciéndole ver, p. ej., la muerte como muy lejana, la salvación muy fácil, a Dios más compasivo que justiciero, etc.;

2) debilitando a la voluntad, haciéndola floja a base de caer en la comodidad, en la negligencia, etc.;

3) instigando a los sentidos internos, principalmente la imaginación, con pensamientos de sensualidad, de soberbia, de odio, etc.

   Las tentaciones son pecado no cuando las sentimos, sino sólo cuando voluntariamente las consentimos (Catecismo, nn. 1264, 1426, 2515).

   Es importante comprender con claridad que la tentación sólo puede incitar a pecar, pero nunca obliga a la voluntad, que permanece siempre dueña de su libre albedrío. Ninguna fuerza interna o externa puede obligar al hombre a pecar.

   Por tanto, siempre podemos vencer las tentaciones, ya que ninguna de ellas es superior a nuestras fuerzas: Fiel es Dios que no permitir que seáis tentados sobre vuestras fuerzas, sino que de la misma tentación os hará sacar provecho (I Cor. 10, 13).

   Dios no quiere nuestras tentaciones, pero las permite, ya para humillarnos, haciéndonos ver la necesidad que tenemos de su gracia, ya para fortalecernos con la lucha, ya para que adquiramos m‚ritos para el cielo.

   Los medios para vencer las tentaciones est n siempre al alcance de la mano:

1) los medios sobrenaturales, que son los más importantes: la oración, la frecuencia de sacramentos y la devoción a la Santísima Virgen;

2) la mortificación de nuestros sentidos, que fortalece la voluntad para que pueda resistir en el momento de la tentación;

3) evitar la ociosidad, pues la tentación parece que espera el primer momento de ocio para insinuarse;

4) huir de las ocasiones de pecado, dado que nunca es lícito exponerse voluntariamente a peligro próximo de pecar: supondría conceder poca importancia a la probable ofensa a Dios y tiene, por tanto, razón de verdadero pecado. No tengas la cobardía de ser `valiente": ­¡huye! (Camino, n. 132).

 LA OCASION DE PECADO

   Por ocasión de pecado se entiende toda aquella situación en la que el hombre se encuentra en peligro de caer en pecado.

   Se distingue de la tentación al ser una realidad externa que se presenta como motivo de pecado. La tentación, en cambio, es sólo una sugestión interior.

   La ocasión de pecado puede ser:

a) próxima: si el peligro de pecar es muy grande y la comisión del pecado casi segura;

b) remota: si el peligro de pecar no es grande;

c) voluntaria: si el hombre la busca libremente;

d) necesaria: cuando es física o moralmente inevitable.

Los principios morales en relación a la ocasión de pecado son:

1o. La ocasión próxima voluntaria de pecar gravemente, es gravemente pecaminosa.

   Existe, por tanto, el deber absoluto de evitar ese tipo de ocasiones, al grado de exigirse como condición previa indispensable para recibir la absolución sacramental, pues no manifestaría sincero arrepentimiento el que no se aparte de la ocasión próxima voluntaria; p. ej., no podría impartirse la absolución al que no quisiera deshacerse de las revistas obscenas que le suponen ocasión de pecar (cfr. Mt. 5, 29 ss.; 18, 8; Dz. 1211-1213).

2o. En la ocasión próxima necesaria, el hombre debe emplear todos los medios a su alcance para alejar en lo posible la ocasión de pecar y restarle influencia. En otras palabras, debe convertir la ocasión próxima en remota.

3o. Es imposible al hombre evitar todas las ocasiones remotas de pecar, especialmente en relación al pecado venial, tanto por la fragilidad de su naturaleza como por los peligros externos. Debe, sin embargo, aumentar por ello su confianza en Dios y acudir con m s frecuencia a los medios sobrenaturales, evitando igualmente la excesiva inquietud.

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(Samuel Miranda)