ESCLAVOS NEGROS
Leyenda negra



   Viendo algunas secuencias de una película sobre aquel gran campeón de boxeo que fue Cassius Clay –quien al convertirse en líder de los musulmanes negros tomó el nombre de Muhammad ali- se ve cómo éste se deshace en virulentos ataques contra aquellos malvados cristianos que redujeron a sus antepasados a la esclavitud, al mismo tiempo que aprovecha para lanzar una apología a favor de esos buenos hermanos que resultarían ser seguidores del islam. En esta película, que supuestamente reproduce fielmente la realidad, se ve a los no negros avergonzados y mudos ante este huracán de insultos.

   Antes que nada, Muhammad Ali parece ignorar que las únicas zonas del mundo en que la esclavitud, además de tolerarse, está regulada legalmente (contraviniendo los acuerdos internacionales) son precisamente aquellas donde la saria, el derecho extraído directamente del Corán, está plenamente en vigor. Para éstos, la esclavitud no constituye ningún problema, es más, se trata de una institución inmutable de la sociedad. Según Mahoma, el creyente puede suavizarla, no abolirla. Todavía en la actualidad, las víctimas privilegiadas de las razzias de los árabes musulmanes son, como siempre, los negros precisamente, aunque también sean islámicos como Clay. En los países donde conviven árabes y negros, caso del Sudán, estos últimos son sometidos de manera cruel y habitual.

   Jean François Revel, un laico de toda confianza, escribe: <<El único tráfico de esclavos que se recuerda siempre es el de las Américas. La memoria histórica ha olvidado el crimen del eslavismo en el mundo árabe, los veinte millones de negros que fueron arrancados de sus pueblos y transportados por la fuerza en el mundo musulmán, entre los siglos VII y XX. Se olvida que, por ejemplo, a finales del siglo XIX en Zanzíbar había doscientos mil esclavos sobre trescientos mil habitantes. También se olvida que en un país islámico como Mauritania la esclavitud todavía era legal en 1981. Fue abolida formalmente en 1982, pero allí como en todas partes, sigue perdurando sin obstáculos.>>

   Respecto a los casi cuarenta millones de africanos deportados a las dos Américas entre el siglo XVI y 1983 (fecha de abolición de la esclavitud en Estados Unidos), es sin lugar a dudas una tragedia espantosa de la que deben avergonzarse calvinistas holandeses, luteranos alemanes, anglicanos británicos, católicos portugueses y españoles. (Hay que aclarar que para estos últimos, como <<malvados>> católicos, la condena de la trata por parte de Roma se produjo de inmediato, desde finales del siglo XV; Pablo IV ratificó la prohibición de la esclavitud en 1537 y Pío V en 1568; Urbano VIII repite en 1639 acaloradas palabras contra <<un semejante y abominable comercio entre hombres>>; en 1714 le toca a Benito XIV bramar contra el hecho de que los cristianos conviertan en siervos a otros hombres. En esta misma línea <<oficial>> se manifiestan santos como Pedro Claver, que realizaron prodigiosos actos de caridad a favor de los hermanos negros. Por el contrario, muchos ignoran que la esclavitud de las colonias francesas se restableció en 1802, por orden de aquel hijo predilecto de la Revolución que fue Napoleón.)

  Pero también deberían avergonzarse de la trata <<cristiana>> hacia las Américas algunos animistas negros y muchos árabes musulmanes. A estos últimos se les adjudicó la captura y transporte hasta los puertos; en cuanto a los negros, es un dato desgraciadamente cierto que no con poca frecuencia eran los jefes de las tribus quienes ofrecían a la venta a sus hermanos. La historia (que es cruel porque siempre desbarata nuestro deseo de dividir la humanidad en buenos y malos) debe registrar además otros hechos penosos. Por ejemplo, que muchos esclavos liberados en el siglo XIX pensaron en sacar provecho de la experiencia madurada en sus propias carnes y no supieron hacer nada mejor que dedicarse a la trata de otros negros.

   Aquí nos detendremos. Lo que nos empuja es recordar que el pecado nos une a todos: a los cristianos, sí, pero también a los <<devotos musulmanes y a los bondadosos negros>>.

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(Samuel Miranda)