1. Fin y medio: la
santificación personal
Ante todo y sobre todo, la Legión de
María se vale -como medio esencial para sus fines- del servicio
personal activado por el influjo del Espíritu Santo; es decir,
teniendo por primer móvil y apoyo la divina gracia, y por
último fin la gloria de Dios y la salvación de los
hombres.
De lo cual se deducirá
que la santificación personal no es sólo el fin que
pretende alcanzar la Legión, sino también su principal
medio de acción. Yo
soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo
en él, ése da fruto abundante, porque sin mino
podéis hacer nada (Jn.
15, 5).
La
Iglesia, cuyo misterio está exponiendo el sagrado Concilio,
creemos que es indefectiblemente santa. Pues Cristo, el Hijo de Dios,
quien con el Padre y el Espíritu Santo es proclamado "el
único Santo", amó a la Iglesia como a su esposa,
entregándose a Sí mismo por ella para santificaría
(cf. Ef. 5, 25-26), la unió a Sí como su propio cuerpo y
la enriqueció con el don del Espíritu Santo para gloria
de Dios. Por ello, en la Iglesia, todos, lo mismo quienes pertenecen a
la jerarquía que los apacentados por ella, están llamados
a la santidad, según aquello del Apóstol: Porque ésta es la
voluntad de Dios, vuestra santificación (1 Tes. 4, 3; cf. Ef. 1,
4). Esta santidad de la Iglesia se manifiesta y sin cesar debe
manifestarse en los frutos de gracia que el Espíritu produce en
los fieles. Se expresa multiformemente en cada uno de los que, con
edificación de los demás, se acercan a la
perfección de la caridad en su propio género de vida; de
manera singular aparece en la práctica de los comúnmente
llamados consejos evangélicos. Esta práctica de los
consejos, que, por impulso del Espíritu Santo, muchos cristianos
han abrazado tanto en privado como en una condición o estado
aceptado por la Iglesia, proporciona al mundo y debe proporcionarle un
espléndido testimonio y ejemplo de esa santidad (LG, 39).
2. Un sistema
intensamente ordenado
Los grandes manantiales de agua -y cualquier
fuente de energía- se malogran si no están canalizados:
de igual manera, el celo sin método y el entusiasmo sin
orientaciones jamás traen grandes resultados, ni interiores ni
exteriores, y frecuentemente son poco duraderos. Reparando en esto, la
Legión ofrece a sus miembros, no tanto un programa de
actividades, sino una norma de vida. Les provee de un reglamento
exigente, en el cual tienen fuerza de ley muchas cosas que, en otras
organizaciones, serían tal vez de mero consejo o se
sobreentenderían; y exige a los socios un espíritu de
puntual observancia de todos los detalles. Pero, en cambio, promete
manifiesta perseverancia y acrecentamiento en aquellas cualidades que
integran la base de la organización: fe, amor a María,
intrepidez, abnegación, fraternidad, espíritu de
oración, prudencia, obediencia, humildad, alegría y
espíritu apostólico: virtudes que compendian la
perfección cristiana.
"El
desarrollo de lo que se suele llamar apostolado seglar es una
manifestación particular de la vida cristiana de nuestros
días. Sólo por el número ilimitado de los que
pueden consagrarse a este apostolado, ¡qué amplios
horizontes se abren a nuestra vista! Pero nos parece que no se saca
bastante provecho de tan gigantesco movimiento. Las fuerzas no
están todas encauzadas. Echando una mirada sobre la multitud de
órdenes religiosas -tan grandiosamente concebidas para aquellos
que pueden dejar el siglo-, se nota con triste asombro que entre dichas
órdenes religiosas y las organizaciones juzgadas aptas para los
seglares, hay un abismo. Por un lado, ¡qué empeño,
qué precisión en sacar el máximo rendimiento! Por
el otro, ¡qué provisión más rudimentaria y
superficial! Ciertamente, se exigirá al socio algún
servicio, pero, en la generalidad de los casos, ese servicio se reduce
a una ocupación pasajera durante la semana, y raras veces se
aspira a nada más. No: es preciso concebir una idea más
alta del servicio en favor de las almas. Peregrinos como somos en la
tierra, este servicio ha de ser nuestro báculo y la
médula de toda nuestra vida espiritual.
Las órdenes religiosas han de ser indudablemente quienes han de
dar la pauta a los apóstoles seglares, y, en igualdad de
circunstancias, se puede afirmar que tanto mejor actuará una
organización cuanto más se conforme en su manera de ser
al ideal de una orden religiosa. Pero aquí entra la dificultad
de saber qué grado de disciplina se ha de imponer a los socios;
pues si, por una parte, la disciplina favorece a la buena marcha de la
organización, por otra existe siempre el peligro de que se lleve
con excesivo rigor, disminuyendo así el atractivo que semejante
organización debería tener. No hay que perder de vista
que aquí se trata de una
organización permanente de seglares, no de un equivalente a una
orden religiosa, ni que con el tiempo pudiera transformarse en eso,
como tantas veces ha ocurrido en la historia.
La finalidad es ésta, y no otra: reunir, en una
organización eficaz, a personas que llevan una vida ordinaria
-tal como se vive hoy día-, y a quienes hay que dejar margen
para otros gustos y aficiones no estrictamente religiosas. Es menester
hallar un reglamento que sea apto para la generalidad de aquellas
personas a las que dicha organización está destinada.
Esto y nada más, y, ciertamente, ni punto menos" (P. Miguel
Creedon, primer director espiritual del Concilium Legionis Mariae).
3. El socio perfecto
Según el criterio de la Legión,
es legionario perfecto el que cumple en todo fielmente con el
reglamento, y no precisamente aquél cuyos esfuerzos se vean
coronados por algún triunfo visible o endulzados por el
consuelo. Cuanto más se adhiera uno al sistema legionario, tanto
más se es socio de la Legión.
Se les exhorta a los directores espirituales y
a los presidentes de los praesidia a que observen ellos y recuerden con
frecuencia a los demás legionarios este concepto del verdadero
socio, porque él constituye un ideal al alcance de todos -no
así el feliz resultado ni el consuelo-; pues sólo estando
bien compenetrados con él, podrán los legionarios
sobrellevar con agrado la monotonía, la tarea ingrata, el
fracaso real o imaginario, y tantos otros obstáculos que, de
otra suerte, acabarían irremisiblemente con los más
ilusionados comienzos del trabajo apostólico.
"EI
valor de nuestros servicios hacia la Compañía de
María no ha de medirse -nótese bien- según la
prominencia del puesto que ocupemos, sino por el grado de
espíritu sobrenatural y celo mariano con que nos demos a la
labor que la obediencia nos haya señalado, por más
humilde y escondida que sea" (Breve
tratado de Mariología, Marianista).
4. Deber primordial
El punto más saliente del reglamento
legionario es la obligación rigurosísima que la
Legión impone al socio de asistir a las juntas. Es el deber
primordial, porque la junta es lo que da el ser a la Legión. Lo
que la lente es para los rayos solares, eso es la junta para los
socios: los recoge, los inflama, e ilumina todo cuanto se acerque a
ella. Es el vínculo de unión: roto, o aflojado por falta
de estima, los miembros se dispersan y la obra cae por tierra. Y a la
inversa: la organización ganará en fuerza en la medida en
que se respete la junta.
Lo que sigue fue escrito en los primeros
tiempos de la Legión, y sigue expresando su sentir respecto de
la organización en general y, en particular, de la junta como
centro y foco de la misma. "En la organización, los individuos,
sean cuales sean sus dotes personales, se asocian con los demás
a modo del engranaje de una máquina, sacrificando gran parte de
su independencia por el bien del conjunto. Con ello ganará la
obra el céntuplo: muchos individuos, que de otra suerte
estarían ociosos o sin poder hacer nada, entran como factores
positivos, y no cada cual según sus propios relativos alcances,
sino en solidaridad con el fervor y energía aportados por los
demás. Es grande la diferencia cuando se obra de esta forma:
algo así como la que hay entre el carbón disperso, y ese
mismo carbón puesto en el corazón ardiente del
fogón".
"Además, el cuerpo organizado goza de
vida propia, bien definida, y distinta de la de los individuos que lo
componen; esta característica, al parecer, atrae más
poderosamente que la misma belleza de las obras llevadas a cabo. La
asociación establece una tradición, engendra lealtad, se
hace acreedora al respeto y a la sumisión, y es fuente perenne
de inspiración para todos los miembros. Hablad con los
legionarios, y comprobaréis que se apoyan en la Legión
como en la experiencia de una madre. Y con razón: saben que les
guarda de todo peligro. Les preserva del celo indiscreto, de
desanimarse con el fracaso o de engreírse con el feliz
éxito, de titubear ante la incomprensión, de arredrarse
cuando se ven solos y sin apoyo, y de atascarse en el arenal movedizo
de la inexperiencia. Toma entre sus manos la buena intención del
socio y, como si fuese materia informe, la elabora según normas
fijas, asegurando su desarrollo y su continuidad" (P. Miguel Creedon,
primer director espiritual del Concilium Legionis Mariae).
"La
Compañía de María es con relación a
nosotros, sus miembros, la extensión, la manifestación
visible de María, nuestra celestial Madre; pues Ella es quien
nos ha recibido en la Compañía como en su seno maternal
para amoldamos a la semejanza de Jesús, y hacemos de este modo
sus hijos privilegiados, a fin de señalamos un campo de
apostolado y así compartir con nosotros su misión de
Corredentora de las almas. Para nosotros, pues, amar y servir a la
Compañía es lo mismo que amar y servir a María" (Breve tratado de
Mariología, Marianista).
5. Junta semanal del
praesidium
En un ambiente saturado de espíritu
sobrenatural -por la abundante oración, las prácticas
piadosas y la dulzura del amor fraterno- celebra el praesidium una
junta semanal, donde a cada legionario se le asigna un trabajo
concreto, y se reciben informes sobre el que ha realizado cada uno.
Esta junta semanal es el corazón de la
Legión, de donde fluye su sangre para animar todas sus venas y
arterias. Es la central donde se engendra su luz y energía, el
depósito que abastece todas sus necesidades. Es, en fin, el gran
acto de comunidad donde Alguien, fiel a su promesa, se coloca
invisiblemente en medio de ellos; donde se derrama sobre cada uno la
gracia particular necesaria para su trabajo. Allí es donde se
imbuyen los socios del espíritu de disciplina religiosa, que
tiende ante todo a agradar a Dios y a la santificación de uno
mismo; luego, se les anima a recurrir a la Legión como al medio
más poderoso para conseguir ese doble fin; y, por último,
se les compromete a ejecutar la obra señalada, aun a costa de
sus gustos particulares.
Los legionarios considerarán, pues, su
asistencia a la junta semanal de su respectivo praesidium como el
primero y más sagrado deber para con la Legión. Nada
puede sustituirla; sin ella, su trabajo será como un cuerpo sin
alma. Y la razón, basada en la experiencia, nos dice que todo
descuido en el cumplimiento de este deber primordial priva a las obras
de su eficacia, y pronto acarrea deserciones en las filas de la
Legión.
"A
los que no militan bajo el estandarte de María se les pueden
aplicar las palabras de San Agustín: Bene curris, sed extra
víam curris (corréis
mucho, pero descaminados). ¿Adónde iréis a parar?"
(Petitalot).