EUGENIO II
824-827 d.C.
Los desórdenes
que se desencadenaron al morir el papa Pascual, retrasaron varios meses la
elección de su sucesor. El pueblo y la nobleza estaban enfrentados.
A fines de junio del 824, los nobles consiguieron su candidato, Eugenio, arcipreste
romano de Santa Sabina. El nuevo pontífice se apresuró a informar
a Ludovico Pío de su elección, al tiempo que le renovaba el
reconocimiento de sus derechos imperiales sobre los Estados de la Iglesia
y le juraba fidelidad.
A pesar de tales manifestaciones, Ludovico envió a
Roma a su hijo Lotario, que ya había sido designado heredero de la
corona imperial, para que investigara sobre el terreno la gravedad y alcance
de las algaradas que habían conmovido la Urbe. El joven príncipe
puso especial cuidado en redactar un nuevo documento, la «Constitutio
Lotharii», que suponía un notable retroceso en relación
con las concesiones, demasiado generosas, del «Pactum Ludovicianum»
del año 817.
La «Constitutio» reafirmaba la autoridad del emperador
sobre Roma y sobre el papa y, en particular, su derecho a fiscalizar toda
la administración de los Estados de la Iglesia; restringía también
de forma clara el derecho de elección de los romanos y subrayaba que
el nombramiento del papa quedaba supeditado siempre a la aprobación
imperial.
Puede parecer sorprendente que, con esas restricciones encima,
Eugenio II lograra en el transcurso
de tres años, aumentar el prestigio espiritual del papado y asegurarse
mayor independencia en los asuntos internos de la Iglesia. Pero hay que tener
en cuenta que la autoridad de Ludovico Pío comenzaba a debilitarse
como consecuencia de la guerra civil que su segundo matrimonio había
provocado entre sus hijos.
En el año 826, Eugenio reunió en Roma un sínodo
en el que se tomaron acuerdos relativos a la disciplina eclesiástica.
El papa murió a fines de agosto del 827.