SANTA EUSEBIA DE HAMAY
680 d.C.
16 de marzo

   Santa Eusebia era la hija mayor de Adalbaldo de Ostrevant y santa Rictrudis. Después del asesinato de su esposo, Rictrudis se retiró al convento de Marchinnes con sus dos hijos menores y envió a Eusebia a la abadía de Hamay (Hamage) donde su bisabuela santa Gertrudis de Hamay era la abadesa. Eusebia tenía solamente doce años de edad cuando santa Gertrudis murió, pero fue elegida sucesora de ésta, de acuerdo con los deseos de la finada y también porque era costumbre de aquel tiempo que, de ser posible, la superiora de una comunidad fuera de noble cuna para contar con el apoyo de una familia poderosa en tiempos difíciles.

   Santa Rictrudis, que era ya abadesa de Marchinnes, consideró que Eusebia era demasiado joven para tener a su cargo la comunidad y le ordenó venir a Marchinnes con todas sus religiosas. La joven abadesa, no dada a quejarse, se fue a Marchinnes con toda la comunidad, llevando el cuerpo de santa Gertrudis.

   Las dos comunidades se fundieron en una, con lo que todo quedó felizmente arreglado, excepto para Eusebia. El recuerdo de Hamay la perseguía. Así, una noche, ella y algunas de las religiosas salieron a escondidas hacia la abandonada abadía, donde rezaron el oficio y se lamentaron de no haber cumplido los mandatos de santa Gertrudis. Aunque este acto no quedó sin castigo, viendo que su hija anhelaba estar en Hamay, Santa Rictrudis consultó el caso con el obispo, así como con otros hombres piadosos, quienes le aconsejaron condescendiera con los deseos de Eusebia.

   No tuvo que arrepentirse Rictrudis de su acción, pues la joven abadesa probó ser capaz y juiciosa para restablecer en la comunidad la disciplina de los días de santa Gertrudis, a quien se esforzó en imitar en todo. Ninguna incidencia especial parece haber marcado la vida posterior de Eusebia. Contaba solamente cuarenta años de edad, cuando tuvo el presentimiento de su inminente fin. Reunió a las religiosas y les dio sus últimas recomendaciones y bendiciones. Al terminar de hablar, un resplandor iluminó su celda y casi inmediatamente después su alma voló al cielo.

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(Samuel Miranda)