1. Fin próximo: la obra
actual
La Legión pone su principal
empeño no en realizar una obra particular exterior, sino en la
santificación interior de sus miembros. Para conseguirlo, cuenta
en primer lugar con la asistencia regular a las juntas: de tal modo se
intercala en cada junta la piedad y devoción, que toda ella
queda impregnada de este espíritu. Pero, en segundo
término, la Legión busca el desarrollo de este
espíritu en cada persona, por medio de las obras de apostolado.
Lo quiere poner incandescente para que luego irradie su calor.
Irradiar, en este caso, no es la simple utilización de las
energías que se ejercitan; por una especie de automatismo eficaz
afecta esencialmente al desarrollo de esas mismas energías: para
perfeccionar el espíritu apostólico es preciso
ejercitarlo.
Por esto impone la Legión a cada uno de
sus miembros activos, como obligación esencial y apremiante, el
cumplir todas las semanas un trabajo activo determinado, y en
conformidad con lo señalado en la junta por el praesidium. Este
trabajo debe realizarse como un acto de obediencia al mismo praesidium;
éste -con las excepciones que se indicarán más
tarde-, está autorizado para aprobar cualquier trabajo activo
como suficiente para satisfacer la obligación semanal. Sin
embargo, sería más conforme al espíritu y a las
normas de la Legión que el trabajo semanal tendiera a remediar
necesidades del momento, preferentemente las de mayor urgencia,
proporcionando así un objetivo digno al celo esforzado que la
Legión se afana por infundir en sus miembros. Una empresa
mezquina producirá sobre este celo reacciones desfavorables:
corazones prontos a darse generosamente por las almas, espíritus
antes dispuestos a devolver a Cristo amor por amor, sacrificio y
esfuerzo por sus trabajos y su muerte, terminarán por buscar
asilo en la vulgaridad y la tibieza.
"Más
le costó rehacerme que hacerme de la nada.
Habló, y todas las cosas fueron hechas. Mientras una sola
palabra bastó para crearme, para hacerme de nuevo tuvo que
hablar mucho, obrar grandes prodigios, sufrir indeciblemente" (San
Bernardo).
2.
El fin remoto y más alto: ser levadura en la sociedad
Por importante que sea la obra que lleva entre
manos, la Legión no la considera ni como el último ni
como el principal fin de su apostolado: mira más allá de
las dos, tres o muchas horas semanales que invierta el legionario en su
cometido, y contempla la irradiación permanente del fuego
apostólico encendido en su hogar.
Una organización que logre comunicar
tan gran ardor a sus miembros, tiene movilizada una fuerza inmensa. En
ella, el espíritu apostólico es dueño absoluto de
todo su pensar, hablar y actuar; y en sus manifestaciones externas
traspasa los limites de tiempo y lugar. Por ella, las personas
más tímidas y, al parecer, menos aptas para luchar,
adquieren una capacidad extraordinaria de influir en los demás,
hasta el punto de que en cualquier circunstancia -y aun sin ejercer el
apostolado conscientemente-, el pecado y la indiferencia se ven
precisados a doblegarse como ante un poder superior. Esto lo
enseña la experiencia de cada día. ¿Qué
extraño, pues, que la Legión se llene de orgullo -como el
general contemplando sus posiciones bien defendidas-, al echar su
mirada sobre los hogares, comercios, talleres, escuelas, oficinas, y
todo centro de trabajo o esparcimiento donde la Providencia le ha
permitido colocar un buen legionario? Aun allí donde llegan al
colmo el escándalo y la irreligión -donde, por decirlo
así, están atrincherados-, la presencia de esta Torre de
David atajará el avance y desbaratará las fuerzas del
mal. Nunca se harán las paces con la corrupción; siempre
se esforzará por remediar la situación, a fuerza de
sacrificio y súplicas; se combatirá sin tregua,
denodadamente y, sin duda, con el triunfo final.
De esta forma, la Legión reúne
primero a sus miembros, para que perseveren juntos con su Reina,
animados de su mismo espíritu de oración; luego, los
envía por los lugares del pecado y del dolor, para hacer el bien
y animarse al mismo tiempo a mayores empresas; por último,
tiende la vista por los caminos altos y bajos de la vida diaria, y
sueña en una misión aún más gloriosa. Ella
sabe bien lo que han podido hacer unos pocos legionarios, y que son
innumerables los que podrían alistarse en sus filas; y
persuadida de que su organización, en manos de la Iglesia,
provee a ésta de un medio sorprendentemente eficaz para
purificar un mundo pecador, anhela ver el día en que sus
miembros sean tan numerosos que vengan a acreditar su nombre:
Legión.
Entre los socios que trabajan activamente por
la Legión, los que pertenecen al servicio auxiliar, y los que se
benefician de la influencia de ambos, podría quedar abarcada una
población entera, y pasar ésta, de la rutina y el
abandono, a que todos sus habitantes sean miembros vivos y entusiastas
de la Iglesia. Imagínese lo que esto significaría para un
pueblo o una ciudad: sus habitantes ya no estarían en la Iglesia
pasivamente, como simples fieles; constituirían una gran fuerza
dinámica, que haría sentir su influencia, directa o
indirectamente --en virtud de la Comunión de los Santos-, hasta
los confines de la tierra. Toda una población, organizada para
Dios: ¡qué ideal más sublime! Pero no se crea que
aquí soñamos con utopías: se trata de la cosa
más práctica y realizable en el mundo hoy. ¡Si tan
sólo se alzaran los ojos y se extendieran los brazos...!.
"Los
seglares son verdaderamente una raza escogida, pertenecen a un
sacerdocio sagrado, llamados también la sal de la tierra y la
luz del mundo. Es ésta su vocación y misión
específica: expresar el Evangelio en sus vidas y, por tanto,
insertar el Evangelio en la realidad del mundo en el que viven y
trabajan. Las grandes fuerzas que ensombrecen el mundo
-política, medios de comunicación social, las ciencias,
la tecnología, la cultura, la educación, la industria y
el trabajo- son precisamente las áreas donde el seglar
está capacitado específicamente para ejercer su
misión. Si estas tuerzas están dirigidas por personas que
sean verdaderos discípulos de Cristo y que al mismo tiempo sean
totalmente competentes en el conocimiento y el tratamiento secular de
las realidades actuales, entonces el mundo verdaderamente se
transformará por el poder redentor de Cristo (Papa Juan Pablo
II, Discurso en Limerick, Irlanda, octubre, 1979).
3. Solidaridad humana
Buscar primero el Reino de Dios y su justicia
(Mt. 6, 33) es lo que absorbe a la Legión por completo; es
decir: los trabajos encaminados directamente a salvar a las almas.
Así y todo, a ella le han venido, por añadidura, otros
bienes que no buscaba directamente; por ejemplo, su valor como factor
social. La Legión es un tesoro nacional para cada país
donde se halle, y redunda en beneficio espiritual de todos los
ciudadanos.
El buen funcionamiento de la
máquina social exige -como en cualquier otro mecanismo- que
todas sus piezas se armonicen coordinadamente. Cada pieza -es decir,
cada ciudadano en particular- ha de cumplir con toda fidelidad su
cometido, y con el menor roce posible. Si cada individuo deja de rendir
todo cuanto debe al servicio común, se malgastan las
energías y se altera el equilibrio necesario, como si se
desajustasen todos los dientes de la rueda. Reparar el daño es
imposible, por la enorme dificultad que hay en descubrir el grado o el
origen del mal; por eso, el único remedio es: o emplear
más fuerza motriz, o lubricar a fuerza de dinero; y tal remedio
no conduce sino al fracaso progresivo, porque disminuye la idea de
servicio y cooperación espontánea. Hay sociedades tan
fuertes que pueden seguir trabajando aun con la mitad de sus socios mal
engranados, pero trabajan a costa de una terrible frustración y
descontento. Se malgastan dinero y energías para mover piezas
que deberían moverse sin esfuerzo alguno, y aun ser ellas mismas
fuerza de renovación social. Resultado: confusión,
desórdenes, crisis.
Nadie negará que esto es lo que pasa
hoy aun en los estados mejor gobernados. El egoísmo es regla de
vida para el individuo; el odio transforma la existencia de muchos en
fuerza destructora; y cada día que pasa aporta nueva y
más deslumbrante luz sobre esta verdad que se puede expresar
propiamente así: "Todo aquel que niega a Dios y le es traidor,
traiciona igualmente a todo cuanto hay debajo de ÉL en el cielo
y en la tierra" (Brian O'Higgins). En tales condiciones, ¿a
qué alturas podemos esperar que se eleve el Estado, si
éste no es más que la suma total de las vidas
individuales? Si las naciones son un peligro y un tormento para
sí mismas, ¿qué ofrecerán al mundo entero,
sino un contagio de su propio desorden?
Ahora bien: supóngase que en la
sociedad penetra una fuerza que, difundiéndose como por contagio
saludable, enarbole en todas partes y haga atractivo al individuo el
ideal del hombre sacrificado, entregado a los demás y de
elevadas miras; ¡qué cambio no se efectuaría! Las
llagas supurantes se cicatrizan; la vida se eleva a un nivel superior.
Y supóngase más: que surgiera una nación en que la
vida publica se ajustara también a tan sublimes normas, y
ofreciera al mundo el espectáculo de un pueblo que cumple
unánime con sus creencias católicas y que, en
consecuencia, halla solución a sus problemas sociales;
¿qué duda cabe de que esa nación sería un
faro luminoso para todas las demás? Acudirían todas a
ella, para aprender de sus labios.
Indiscutiblemente, la Legión tiene
poder para interesar vivamente a los seglares en su religión, y
para comunicar a cuantos viven bajo su influencia un ardiente
entusiasmo, con los siguientes frutos: les hace olvidar las divisiones,
desigualdades y antagonismos de la sociedad, les anima con el deseo de
amar y trabajar por todos los demás; por estar arraigado en sus
principios religiosos, tal entusiasmo no es mero sentimiento, sino que
disciplina al individuo, lo educa en la idea del deber, le estimula al
sacrificio, y, sin envanecerle, le encumbra a la cima del
heroísmo.
¿Por qué? La razón
está en el motivo: toda fuerza mana de una fuente. La
Legión tiene un motivo apremiante para ese servicio de la
comunidad: es que Jesús y María fueron ciudadanos de
Nazaret. Amaban aquella ciudad y su patria con devoción
religiosa; para los judíos, la fe y la patria se entrelazaban de
tal manera que resultaban una sola y misma cosa. Jesús y
María vivían a la perfección la vida común
de su localidad. Cada casa y cada persona eran para ellos objeto del
mayor interés. Sería imposible imaginarlos indiferentes o
negligentes en nada.
Hoy, su patria es el mundo; y cada lugar, su
Nazaret. En una comunidad de bautizados ellos están más
estrechamente ligados con el pueblo que lo estuvieron con sus parientes
de sangre. Pero su amor tiene que expresarse ahora mediante el Cuerpo
místico. Si, con este espíritu, se esfuerzan sus miembros
por servir al lugar donde viven, Jesús y María
vivirán entre los hombres, y no sólo haciendo el bien,
sino también saneando el medio ambiente. Habrá mejoras
materiales, los problemas disminuirán. De ninguna otra fuente
saldrá más auténtica mejoría.
El cumplimiento del deber cristiano en cada
localidad podría traducirse en un ejercicio de patriotismo en
beneficio de toda la nación. Esta palabra, sin embargo, no es en
realidad muy clara: ¿cómo se define el verdadero
patriotismo? No existe en el mundo mapa ni modelo de él. Algo
sugieren la entrega y el sacrificio personales que se desarrollan
intensamente durante una guerra; pero toda guerra está motivada
más por el odio que por el amor, y, además, va dirigida a
la destrucción. De ahí que sea necesario poder contar con
un ejemplo válido de patriotismo pacífico.
Tal ejemplo se da ya en el servicio
espiritualizado de la comunidad que la Legión ha venido urgiendo
bajo el título de Verdadera
Devoción a la Nación. Este servicio
espiritualizado no debe estar sólo en su motivación
básica, sino que él y todos los contactos que se realicen
por él, deben tener como meta el fomento de la vida espiritual.
Los esfuerzos que produjeran un avance sólo en el plano
material, falsificarían totalmente la Verdadera Devoción
a la Nación.
El cardenal Newman expresa perfectamente esta
idea fundamental cuando dice que un progreso material no
acompañado por su correspondiente manifestación moral, es
mejor no tomarlo en cuenta. Se debe, pues, guardar un correcto
equilibrio.
Hay sobre este tema un folleto que puede
obtenerse del Concilium.
¡Pueblos de la tierra, mirad!: si tal es
la Legión, ¿no os presenta ya en marcha un cuerpo de
Caballería idealista, con el mágico poder de hermanar a
todos los hombres y llevarlos a grandes empresas en servicio de Dios?
Este es un servicio que trasciende infinitamente el valor de aquel
legendario Rey Arturo, el cual -como dice Tennyson- "en su Orden de la
Tabla Redonda juntó la Caballería Andante de su reino y
las de todos los reinos, compañía gloriosa, la flor y
nata del género humano, para que sirviese de modelo a todo el
mundo, y fuese aurora sonriente de un era nueva".
"La
Iglesia es, a la par, agrupación visible y comunidad espiritual;
avanza al mismo ritmo que toda la humanidad, y pasa por los mismos
avatares terrenos que el mundo; viene a ser como el fermento y como el
alma de la ciudad humana, que en Cristo se ha de renovar y transformar
en la familia de Dios... El Concilio exhorta a los cristianos
-ciudadanos de la ciudad terrena y de la ciudad celeste- a que cumplan
fielmente sus deberes terrenos dentro del espíritu del
Evangelio. Están lejos de la verdad quienes, sabiendo que
nosotros no tenemos aquí ciudad permanente, sino que buscamos la
futura, piensan que por ello pueden descuidar sus deberes terrenos, no
advirtiendo que precisamente por esa misma fe están más
obligados a cumplirlos, según la vocación de cada uno"
(GS, 40 y 43).
"La respuesta práctica a esa necesidad y a esa
obligación, subrayadas por el Decreto del Concilio, se encuentra
en el movimiento legionario iniciado en 1960 y conocido con el nombre de Verdadera
Devoción a la Nación. La dimensión del
éxito ya conseguido es una clara garantía de lo mucho que
se puede conseguir en el futuro. Pero insistamos: lo que la
Legión tiene que ofrecer en el orden temporal no es ciencia, ni
experiencia, ni métodos extraordinarios, y ni siquiera gran
número de personas que presten servicios; sino el dinamismo
espiritual que la ha hecho llegar a ser una auténtica tuerza
mundial, con posibilidades de enfervorizar y entusiasmar a cualquier
sector del Pueblo de Dios que sea capaz de percibir y emplear ese
dinamismo. Pero la iniciativa debe venir de la Legión. Por
más que rehuya todo apego a lo mundano, sin embargo, la
Legión ha de preocuparse siempre del mundo en el sentido del
texto del Concilio. Debe darse cuenta de que el hombre tiene que vivir
entre cosas materiales, y de que su salvación está ligada
a ellas en sumo grado" (P. Tomás O'Flynn, C.M., antiguo director
espiritual del Concilium Legionis Mariae).
4. En empresas
importantes por Dios
Esta nueva Caballería aparece
precisamente en un tiempo de máximo peligro para la
religión. En nuestros días, los antiguos ejércitos
del paganismo o de la irreligión han sido reforzados con el
ateísmo militante; este ateísmo domina hoy el campo, y
extiende su perniciosa influencia mediante una organización
habilísima, que no parece sino que va a adueñarse del
mundo entero.
¡Qué pequeña y modesta
grey es la Legión, comparada con tan temibles huestes! Pero este
mismo contraste le infunde a uno más valor. La Legión
está compuesta de personas entregadas al mando de la Virgen
Poderosísima. Además, atesora grandes principios, que
sabe llevar a la práctica eficazmente. Es de esperar, pues, que
Aquél que es todopoderoso, hará por ella y mediante ella
cosas grandes.
Las metas de la Legión de María
y las de esa otra "legión" -que "rechaza a nuestro único
Soberano y Señor Jesús, el Mesías" (Jds. 1, 4) son
diametralmente opuestas: la de la Legión de María es
llevar a Dios y a la religión a cada hombre en particular; la de
las otras fuerzas, todo lo contrario. Parecen correr parejas la
oposición de fines y la semejanza de métodos.
Mas no se crea que la Legión de
María fue concebida como una deliberada respuesta a esa otra
legión, donde impera la falta de fe. No, las cosas sucedieron
muy de otra manera; unas pocas personas se reunieron en torno a la
Madre de Misericordia y le dijeron: ¡Guíanos! Y Ella
guió sus pasos a un hospital inmenso, repleto de enfermos,
afligidos y desgraciados habitantes de una gran ciudad, y les dijo: Ved en cada uno de
éstos a mi querido Hijo, y lo mismo en todos los miembros de la
humanidad; compartid conmigo mi oficio de Madre para con cada uno de
ellos. Asidas de
las manos de María, emprendieron aquellas primeras legionarias
su sencilla tarea de servir. Y he aquí que ya son Legión,
y están cumpliendo estos mismos actos de amor a Dios, y a los
hombres por Dios, en todo el mundo, demostrando en todas partes el
poder que tiene ese amor para conmover y ganar los corazones.
También aseguran amar y servir a la
humanidad los sistemas materialistas: han predicado un evangelio de
fraternidad, y, aunque sin verdadero fundamento, muchos han
creído en él, y por él han desertado de la
religión, a la que tenían por inútil; y,
convencidos de que sus nuevos amos les querían más, se
han encadenado a una serie de despotismos. Una vez cautivados, ahora no
escatiman esfuerzos por lograr que todos los demás se les unan.
Y, verdaderamente, parecen haber triunfado. Pero la situación no
es desesperada: queda un medio de reconquistar para la fe a esos
millones de hombres decididos, y de resguardar a muchos millones
más. Esta firme y alta esperanza tiene su raíz en la
aplicación del gran principio que rige el mundo, y que el santo
Cura de Ars expresó así: "El mundo es de aquel que
más le ame y mejor le pruebe su amor".
Ahora bien: esos hombres no escucharán
jamás la simple predicación de las verdades de la fe;
pero no podrán menos de apreciar la fe verdadera, y se
conmoverán ante ella, si la ven encarnada en un amor heroico
para con todos los hombres. Convencedles, por tanto, de que la Iglesia
es quien más les ama, y les veréis volver la espalda a
los que ahora les tiranizan; y, superando todas las dificultades y
amenazas, abrazarán de nuevo la fe, y por ella darán
hasta su propia sangre.
Ningún amor vulgar es capaz de tan
grandes conquistas. Ni tampoco lo conseguirá un catolicismo
mediocre, que apenas logre mantenerse a flote. Sólo lo
alcanzará un catolicismo que ame de todo corazón a
Jesucristo, su Señor, y, después, trate de verle y amarle
en todos los hombres, de cualquier clase y condición. Esta
soberana caridad de Cristo ha de llevarse a la práctica tan
universalmente, que, quienes la contemplen, se vean forzados a admitir
que ella constituye un rasgo esencial de la Iglesia católica, y
no algo excepcional de unos cuantos miembros escogidos. Para esto es
preciso que dicha caridad resplandezca en la vida del común de
los fieles.
Querer que la familia católica, toda entera, se inflame en tan
sublime anhelo, ¿es acaso pedir un imposible? Empresa más
que hercúlea, por cierto. Es un problema de tan vastos
horizontes, y son tan formidables las fuerzas enemigas que dominan la
tierra, que es para desanimar al corazón más valiente.
Pero no, María es el corazón de la Legión, y este
corazón es fe y amor inefable. Con este convencimiento, la
Legión fija sus ojos en el mundo, y de inmediato nace una
ardiente esperanza: el
mundo es de aquel que más le ame; y, volviéndose a su
excelsa Reina, le implora como en un principio: ¡Guíanos!
"La
Legión de María y sus fuerzas oponentes -secularismo e
irreligión se enfrentan la una contra la otra. Estas fuerzas,
mantenidas mediante una propaganda constante a través de la
prensa, televisión, vídeo, han traído consigo el
aborto, el divorcio, la utilización de anticonceptivos, drogas y
todas y cada una de las formas de indecencia y brutalidad en el
corazón de los hogares. La simplicidad e inocencia de todo
recién nacido queda sin defensa ante estas influencias
devastadoras.
Sólo una movilización total del
pueblo católico podrá resistir tal dominio. Para este
fin, la Legión de María posee un mecanismo perfecto, y
eso lo admiten hasta sus enemigos. Pero todo mecanismo, de por
sí, es inútil si no tiene la conveniente fuerza motriz.
Aquí la fuerza está en la espiritualidad legionaria, en
un sumo aprecio del Espíritu Santo y una plena confianza en
Él, en la verdadera devoción a su Esposa, la
Santísima Virgen María, y en alimentarse con el Pan de
Vida, la Eucaristía.
Cuando entran en conflicto estas dos fuerzas,
la Legión y el materialismo militante, éste es capaz de
perseguir y hasta de matar; pero no podrá con el espíritu
de la Legión. Los legionarios soportan hasta el martirio, y
mantienen vivas las llamas de la libertad y de la religión, y al
fin triunfan" (P. Aedan McGrath, S.S.C.).