VENERABLE FRANCISCO CHIESA
1946 d.C.
14 de junio



   Nació en Montá de Alba (Cuneo), norte de Italia) el 2 de abril, Jueves Santo, de 1874, y fue bautizado el Sábado Santo, con los nombres de Francisco y Pascual. Hijo de humildes padres campesinos, entró adolescente en el seminario diocesano de Alba. Fue ordenado sacerdote a los 22 años, con especial dispensa de edad.
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   Consiguió láurea de filosofía en Roma, de teología en Génova, de Derecho eclesiástico y civil en Turín. Sobresalió en la enseñanza que ejerció por más de cincuenta años en el seminario y en la Sociedad de San Pablo. Con la ciencia infundió el espíritu y las virtudes sacerdotales en los jóvenes clérigos y en los sacerdotes. Se sirvió del apostolado de la palabra escrita para hacerse todo a todos, y sus obras se imprimieron y reimprimieron incluso fuera de Italia, haciendo un bien inmenso.
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  Durante 33 años fue párroco en San Damián, de Alba, y canónigo de la catedral. Su parroquia fue la mejor de la ciudad y de la Diócesis, tanto por la vida cristiana como por la organización pastoral y catequística. Una verdadera parroquia piloto, modelo. El secreto de su éxito: durante los 50 años de sacerdocio se mantuvo fiel a sus dos horas de adoración eucarística ante Jesús Maestro sacramentado. Amaba tanto la Palabra de Dios, que se había aprendido de memoria casi toda la Biblia.
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   Francisco Chiesa fue el profeta y maestro de una nueva generación de sacerdotes abiertos a un estilo de vida y a una acción pastoral renovada según las nuevas exigencias de nuevos tiempos. Antes de que la figura del Director espiritual fuera oficialmente instituida para los seminarios por san Pío X, Francisco Chiesa ejerció ya esa función con los seminaristas de Alba. Fue el guía de la mayor parte de los sacerdotes de su diócesis y, a partir del 1900, director espiritual de un apóstol de los nuevos tiempos, el P. Santiago Alberione, y a la vez padrino de la Familia Paulina.
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   Es uno de los precursores del apostolado de los laicos, a los que integró en una vasta acción pastoral y misionera, no sólo apoyando a la Acción Católica y el Apostolado de la Oración, sino también creando nuevos grupos: la Unión de los Padres de Familia y el Grupo de Catequistas. Amante de la cultura en el sentido más amplio de la palabra, cultivó también el estudio de otras disciplinas complementarias, como la literatura, la astronomía, la geología, la matemática, las ciencias naturales, la historia y la teoría de la música, a las cuales se refería con frecuencia para ilustrar las verdades reveladas o hacerlas más atrayentes.
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   En el seminario enseñó filosofía, teología, derecho, liturgia y patrística. Y al mismo tiempo, desde el 1920, enseñaba en el aspirantado de la Sociedad de San Pablo, donde introdujo, por sugerencia del padre Alberione, un nuevo método llamado más tarde “interdisciplinar”. Además de sacerdote ejemplar y párroco iluminado, el Canónigo Chiesa fue un maestro de la actualización y renovación pastoral que el Espíritu requeriría a los sacerdotes a través del Concilio Vaticano II.
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   Se distingue como verdadero maestro y formador de sacerdotes santos y siempre nuevos, en la línea que luego marcará Juan Pablo II a propósito de la juventud de los santos: “Los santos no envejecen prácticamente nunca:
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- porque ellos no prescriben jamás;
- porque son testigos permanentes de la juventud de la Iglesia;
- porque ellos no se resignan nunca a ser personajes del pasado, hombres del ayer. Al contrario: son siempre los hombres del mañana, los hombres del porvenir evangélico del hombre y de la Iglesia, testigos del mundo futuro”.
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   El canónigo Chiesa estaba convencido del carácter sagrado de todo descubri-miento, de todo progreso tecnológico y humano destinado a la promoción del hombre y al anuncio del Evangelio. Por eso no se contentó con las formas tradicionales de la predicación oral, sino que amplió su ministerio sirviéndose de escritura y de las nuevas formas de comunicación.
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   No sólo comprendió y guió la vocación de su alumno Santiago Alberione, diez años exactos más joven que el canónigo, sino que contribuyó eficazmente a su misión: dio un decisivo aporte a la fundación y consolidación de la Familia Paulina, a la que consideró querida por Dios “en Cristo y en la Iglesia” para anunciar el Evangelio a las masas a través de los medios de comunicación social.
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   Pero lo que más impresiona en el canónigo Chiesa es el compromiso serio y austero de la propia santificación, que no se quedó en un hecho individual, sino que desencadenó una benéfica irradiación sobre el clero de la diócesis, sobre los personajes claves de la iglesia piamontesa, y en especial sobre las primeras generaciones de paulinos.
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  De hecho, son hijos espirituales del canónigo Chiesa el mismo Santiago Alberione, Timoteo Giaccardo y sor Tecla Merlo, testigos de un modo nuevo de vivir la santidad cristiana, religiosa y apostólica (vivida como la vivió san Pablo: “Para mí la vida es Cristo”; “No soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí”).
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   Antes de que en la Iglesia surgieran los institutos seculares de vida consagrada, el venerable Francisco Chiesa quiso enriquecer su propia consagración presbiteral con la profesión de los consejos evangélicos. Pero, además, quiso compartir el ansia apostólica y “paulina” de su amigo discípulo Santiago Alberione, ansia que él mismo había educado y apoyado como director espiritual y consejero, y tan generoso colaborador que pudo declarar en el lecho de muerte: “Estoy contento de haber sido siempre paulino, y no me he arrepentido nunca”.
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   Con justo título el canónico Chiesa es considerado el primer miembro del Instituto paulino de vida secular consagrada “Jesús Sacerdote”, que el P. Alberione fundó en los albores del Vaticano II, dando así forma y estructura canónica a un estilo de vida sacerdotal diocesana que había admirado desde joven en su grande amigo y maestro.
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   A su muerte, acaecida el 14 de junio de 1946, Mons. Luis Grassi, -entonces obispo de Alba-, en el funeral hizo su retrato en pocas palabras: “El mejor de los hijos de la diócesis; cristiano perfecto, sacerdote perfecto, párroco perfecto. No fue sólo un gran ingenio, sino también un gran corazón”.
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   Conclusión, el venerable Francisco Chiesa no fue sólo un santo sacerdote, sino además, guiado por el Espíritu Santo, fue maestro de santidad y de amor pastoral, formador de una generación de sacerdotes y apóstoles preparados para los nuevos tiempos.
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   Fue declarado Venerable el 11 de diciembre de 1987. Rico en sensibilidad moderna, en doctrina, en gracia y laboriosidad, resulta un modelo de viva actualidad para los sacerdotes y pastores.
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La alta estima que él tuvo de la dignidad sacerdotal, hizo de él una perla del sacerdocio ministerial católico. Él honra al clero comprometido en continuar y perpetuar en los siglos la misión salvífica de Cristo Divino Maestro, Camino, Verdad y Vida. Pasaba a recibir el premio eterno el 14 de junio de 1946, en la ciudad de Alba.

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(Samuel Miranda)