Nació en Montá de Alba (Cuneo), norte de Italia) el 2 de
abril, Jueves Santo, de 1874, y fue bautizado el Sábado Santo,
con los nombres de Francisco y Pascual. Hijo de humildes padres campesinos,
entró adolescente en el seminario diocesano de Alba. Fue
ordenado sacerdote a los 22 años, con especial dispensa de edad.
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Consiguió láurea de filosofía en Roma, de
teología en Génova, de Derecho eclesiástico y
civil en Turín. Sobresalió en la enseñanza
que ejerció por más de cincuenta años en el
seminario y en la Sociedad de San Pablo. Con la ciencia infundió
el espíritu y las virtudes sacerdotales en los jóvenes
clérigos y en los sacerdotes. Se sirvió del apostolado de la
palabra escrita para hacerse todo a todos, y sus obras se imprimieron y
reimprimieron incluso fuera de Italia, haciendo un bien inmenso.
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Durante 33
años fue párroco en San Damián, de Alba, y
canónigo de la catedral. Su parroquia fue la mejor de la ciudad
y de la Diócesis, tanto por la vida cristiana como por la
organización pastoral y catequística. Una verdadera
parroquia piloto, modelo. El secreto de su éxito: durante
los 50 años de sacerdocio se mantuvo fiel a sus dos horas de
adoración eucarística ante Jesús Maestro
sacramentado. Amaba tanto la Palabra de Dios, que se
había aprendido de memoria casi toda la Biblia.
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Francisco
Chiesa fue el profeta y maestro de una nueva generación de
sacerdotes abiertos a un estilo de vida y a una acción pastoral
renovada según las nuevas exigencias de nuevos tiempos. Antes de que la figura del Director
espiritual fuera oficialmente instituida para los seminarios por san
Pío X, Francisco Chiesa ejerció ya esa función con
los seminaristas de Alba. Fue el guía de la mayor parte de
los sacerdotes de su diócesis y, a partir del 1900, director
espiritual de un apóstol de los nuevos tiempos, el P. Santiago
Alberione, y a la vez padrino de la Familia Paulina.
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Es uno de
los precursores del apostolado de los laicos, a los que integró
en una vasta acción pastoral y misionera, no sólo
apoyando a la Acción Católica y el Apostolado de la
Oración, sino también creando nuevos grupos: la
Unión de los Padres de Familia y el Grupo de Catequistas. Amante de la cultura en el sentido
más amplio de la palabra, cultivó también el
estudio de otras disciplinas complementarias, como la literatura, la
astronomía, la geología, la matemática, las
ciencias naturales, la historia y la teoría de la música,
a las cuales se refería con frecuencia para ilustrar las
verdades reveladas o hacerlas más atrayentes.
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En el
seminario enseñó filosofía, teología,
derecho, liturgia y patrística. Y al mismo tiempo, desde el
1920, enseñaba en el aspirantado de la Sociedad de San Pablo,
donde introdujo, por sugerencia del padre Alberione, un nuevo
método llamado más tarde “interdisciplinar”. Además de sacerdote ejemplar y
párroco iluminado, el Canónigo Chiesa fue un maestro de
la actualización y renovación pastoral que el
Espíritu requeriría a los sacerdotes a través del
Concilio Vaticano II.
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Se
distingue como verdadero maestro y formador de sacerdotes santos y
siempre nuevos, en la línea que luego marcará Juan Pablo
II a propósito de la juventud de los santos: “Los santos no envejecen
prácticamente nunca:
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- porque ellos no
prescriben jamás;
- porque son testigos
permanentes de la juventud de la Iglesia;
- porque ellos no se
resignan nunca a ser personajes del pasado, hombres del ayer. Al
contrario: son siempre los hombres del mañana, los hombres del
porvenir evangélico del hombre y de la Iglesia, testigos del
mundo futuro”.
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El
canónigo Chiesa estaba convencido del carácter sagrado de
todo descubri-miento, de todo progreso tecnológico y humano
destinado a la promoción del hombre y al anuncio del Evangelio.
Por eso no se contentó con las formas tradicionales de la
predicación oral, sino que amplió su ministerio
sirviéndose de escritura y de las nuevas formas de
comunicación.
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No
sólo comprendió y guió la vocación de su
alumno Santiago Alberione, diez años exactos más joven
que el canónigo, sino que contribuyó eficazmente a su
misión: dio un decisivo aporte a la fundación y
consolidación de la Familia Paulina, a la que consideró
querida por Dios “en Cristo y en la Iglesia” para anunciar el Evangelio
a las masas a través de los medios de comunicación social.
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Pero lo que
más impresiona en el canónigo Chiesa es el compromiso
serio y austero de la propia santificación, que no se
quedó en un hecho individual, sino que desencadenó una
benéfica irradiación sobre el clero de la
diócesis, sobre los personajes claves de la iglesia piamontesa,
y en especial sobre las primeras generaciones de paulinos.
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De hecho, son
hijos espirituales del canónigo Chiesa el mismo Santiago
Alberione, Timoteo Giaccardo y sor Tecla Merlo, testigos de un modo
nuevo de vivir la santidad cristiana, religiosa y apostólica
(vivida como la vivió san Pablo: “Para mí la vida es
Cristo”; “No soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí”).
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Antes de
que en la Iglesia surgieran los institutos seculares de vida
consagrada, el venerable Francisco Chiesa quiso enriquecer su propia
consagración presbiteral con la profesión de los consejos
evangélicos. Pero, además, quiso compartir el
ansia apostólica y “paulina” de su amigo discípulo
Santiago Alberione, ansia que él mismo había educado y
apoyado como director espiritual y consejero, y tan generoso
colaborador que pudo declarar en el lecho de muerte: “Estoy contento de
haber sido siempre paulino, y no me he arrepentido nunca”.
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Con justo
título el canónico Chiesa es considerado el primer
miembro del Instituto paulino de vida secular consagrada “Jesús
Sacerdote”, que el P. Alberione fundó en los albores del
Vaticano II, dando así forma y estructura canónica a un
estilo de vida sacerdotal diocesana que había admirado desde
joven en su grande amigo y maestro.
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A su
muerte, acaecida el 14 de junio de 1946, Mons. Luis Grassi, -entonces
obispo de Alba-, en el funeral hizo su retrato en pocas palabras: “El
mejor de los hijos de la diócesis; cristiano perfecto, sacerdote
perfecto, párroco perfecto. No fue sólo un gran ingenio,
sino también un gran corazón”.
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Conclusión, el venerable Francisco Chiesa no fue sólo un santo sacerdote, sino además,
guiado por el Espíritu Santo, fue maestro de santidad y de amor
pastoral, formador de una generación de sacerdotes y
apóstoles preparados para los nuevos tiempos.
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Fue
declarado Venerable el 11 de diciembre de 1987. Rico en sensibilidad moderna, en
doctrina, en gracia y laboriosidad, resulta un modelo de viva
actualidad para los sacerdotes y pastores.
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La alta estima que
él tuvo de la dignidad sacerdotal, hizo de él una perla
del sacerdocio ministerial católico. Él honra al clero
comprometido en continuar y perpetuar en los siglos la misión
salvífica de Cristo Divino Maestro, Camino, Verdad y Vida.
Pasaba a recibir el premio eterno el 14 de junio de 1946, en la ciudad
de Alba.