BEATO FRANCISCO PATRIZI DE SIENA
1328 d.C.
26 de mayo
Nació en Siena. Sus
padres fueron Arrighetto y Raynaldesca. Según leemos en un escrito
de fray Cristóbal de Parma, que fue su compañero y padre espiritual,
Francisco siendo de corta edad, acudía con frecuencia a la iglesia
y escuchaba asiduamente la palabra de Dios. Embriagado por la elocuencia
del beato fray Ambrosio Sansedoni, predicador insigne, e impresionado por
sus palabras, con las que en otro tiempo había ensalzado con gran
fervor las excelencias de la vida solitaria y dedicada a la oración,
determinó retirarse a vivir en soledad. Pero lo retuvo el amor a su
madre, que estaba ciega, y a quien cuidó con gran cariño. Al
morir ésta, cuando él tenía veintidós años
y con la posibilidad de realizar su ardiente deseo de vida eremítica,
le pareció oír una voz interior que le sugería: "El
mal no está en el trato con los hombres, sino en la imitación
de sus vicios" y que Dios vería con agrado que se dedicara, con la
palabra y el ejemplo, a conducir a los hombres por el camino del bien. Entonces
él, que ya desde la niñez había elegido a "la gloriosa
Virgen como especial Madre y señora" y le había profesado siempre
una gran reverencia, tanto en el alma como en el cuerpo, pidió y a
los 22 años fue acogido en los servitas de san Felipe Benizzi.
En el trato fraterno, aumentaron aún aquellas virtudes
que habían adornado el alma de Francisco cuando vivía en el
mundo: la caridad para con todos, el amor a la penitencia y a la pobreza,
la humildad de corazón, la guarda de la castidad, la paciencia en
las adversidades, la filial devoción a la santísima Virgen,
a la que llamaba Señora y a la que invocaba con mucha frecuencia por
su dulcísimo nombre. Ordenado sacerdote, mostró un gran amor
a la Eucaristía, y así, cuando celebraba, se le veía
tan inundado de gozo y alegría que "cualquiera hubiese creído
- dice su biógrafo - que vía sin el velo de los sacramentos
a Cristo glorioso encarnado". Tuvo un particular interés en explicar
la palabra de Dios, y, para hacerlo con más eficacia, se preparaba
más con la oración que con los libros, ya que estaba persuadido
de que no la erudición sino la unción, no la ciencia sino la
conciencia, no los escritos sino la caridad enseñan la verdadera teología.
Era tanta su entrega en la celebración del sacramento
de la penitencia, en el dar saludables consejos, en el apaciguar las discordias,
en ayudar a los necesitados, en atender a los enfermos, que acudían
a él hombres y mujeres de toda edad y condición. Dios le concedió
la gracia de saber reconciliar a los enemigos. A la edad de sesenta y tres
años, poco antes de la solemnidad de la Ascensión del Señor,
presintió que se acercaba la hora de su muerte. Entonces, como el
que se dispone a emprender un viaje, dispuso en orden a sus libros y enseres
personales, visitó y bendijo a sus hijos espirituales. La vigilia
de la Ascensión quiso comer con la comunidad, en señal de fraternidad
y de despedida.
El día de la Ascensión - según refiere
fray Cristóbal de Parma - purificó su alma con el sacramento
de la penitencia; luego, aunque estaba casi extenuado, celebró la
santa misa y con el permiso del prior se puso en camino hacia el pueblo de
Prisciano, situado en las inmediaciones de Siena, para predicar allí
la palabra de Dios. El biógrafo citado parece haber querido expresar
el sentido y la índole de toda la vida del beato Francisco, al representarlo,
a punto de morir, cumpliendo en el camino un deber de reverencia para con
la Virgen: "Salió al encuentro del siervo de Dios una mujer desconocida,
la cual, desde una casa de campo se le aproximó con un ramo de rosas,
y le dijo: “Fray Francisco, aceptad estas rosas”. El siervo de Dios las recibió
de buen grado de sus manos y, haciendo acopio de todas sus fuerzas, las llevó
a una imagen de la Virgen gloriosa que estaba pintada en una ermita que allí
había y, habiendo comenzado la salutación angélica,
poco a poco hincó en tierra la rodilla derecha y a continuación
se desplomó todo él por el lado derecho, ofreciéndose
a sí mismo, como flor y lirio, él que era virgen, a la Virgen,
en la inminencia de su muerte". Francisco fue llevado medio muerto al convento
y allí, en presencia de los frailes, expiró. Su cuerpo fue
sepultado con honor en la basílica de Santa María de los Siervos
en Siena.