BEATO GABRIEL MARÍA ALLEGRA
1976 d.C.
26 de enero
El P. Allegra nació el 26 de diciembre
de 1907 en San Giovanni La Punta, provincia de Catania, pueblo siciliano
entonces pequeño, emplazado en las estribaciones del Etna. Fue el
mayor de ocho hermanos y en el bautismo le impusieron el nombre de Juan,
nombre del que se sentía orgulloso porque Juan fue el discípulo
predilecto de Jesús, el que penetró en los secretos del Verbo
encarnado, y porque a Juan le encomendó Jesús desde la cruz
el cuidado de su madre. Según refiere uno de los hermanos, sus padres,
Rosario y Juana, nacieron pobres, vivieron pobres y murieron pobres de bienes
de este mundo, pero ricos en méritos y virtudes. La familia Allegra,
muy devota de la Virgen, era la que custodiaba el santuario local de la Virgen
de La Ravanusa, lugar al que están vinculados diversos momentos importantes
de nuestro beato. Hablando de sus padres decía él: «Siempre
doy gracias al buen Jesús que me ha dado padres tan cristianos, y
le suplico que nuestra casa sea como la de Lázaro, Marta y María
en Betania, en la que Jesús encontraba indefectiblemente corazones
amigos».
En 1918, con once años, entró al seminario menor franciscano
en el convento de San Biagio en Arcireale (Sicilia), donde hizo los estudios
de bachillerato. El 13 de octubre de 1923 vistió el hábito
franciscano y comenzó el noviciado, cambiando su nombre de pila por
el de Gabriel María. Al año siguiente, el 19 de octubre de
1924, hizo la primera profesión. Aquel mismo año, con ocasión
de la peregrinación del brazo de san Francisco Javier a Sicilia, pidió
y obtuvo la gracia de la vocación misionera.
En 1926 lo enviaron a Roma, al Colegio Internacional de San Antonio, para
que completara los estudios eclesiásticos en el Antonianum. Allí
tuvo la fortuna de escuchar, en 1928, una conferencia sobre Fr. Juan de Montecorvino,
franciscano, misionero en China de 1294 a 1328 y primer arzobispo de Pekín,
con motivo del VI centenario de su muerte. La conferencia fue -diría
él más tarde en sus Memorias- «como una mecha encendida
lanzada contra un polvorín», y lo convenció de que estaba
llamado a ser misionero en China. Cuando se enteró de que en China
no había una traducción católica de toda la Biblia,
decidió irse allí para traducir las Sagradas Escrituras a la
lengua de Confucio. Este voto lo consignó a la Virgen Inmaculada,
hacia la que siempre tuvo un afecto filial, cuando fue a su pueblo a celebrar
su primera misa cantada en el santuario de La Ravanusa, el 15 de agosto de
1930, solemnidad de la Asunción de la Virgen María. Poco antes,
el 20 de julio de 1930, había recibido la ordenación sacerdotal
en Roma.
En septiembre de 1931 se embarcó en el puerto de Brindis con destino
a China, enviado por los superiores como misionero: tenía 24 años.
Es cierto que el P. Allegra marchó al Extremo Oriente para llevar
el Evangelio a las gentes de aquel mundo. Pero, dentro de ese objetivo general,
tenía el concreto y específico de traducir la Biblia a la lengua
china. Así, tan pronto como llegó a su destino, se dedicó
a estudiar el chino en Shanghai, y lo hizo con tanto interés y pasión
que, unos cuatro meses después de su llegada, era ya capaz de ejercer
su ministerio en el pueblo: confesaba, bautizaba y comenzaba a predicar en
chino. Y consiguió dominar de tal modo la lengua china, tanto en su
forma literaria como en la popular, que llegó a ser, entre los mismos
chinos, un maestro entre maestros.
A finales de 1932 lo nombraron rector del seminario menor de Heng Yang. El
P. Gabriel se definía a sí mismo como un apóstol de
la Palabra, y verdaderamente lo era en el sentido profundo y completo del
término según aquel pensamiento tan querido para él
de «cooperador de la verdad». Su figura ha contemplarse bajo
la doble luz de sacerdote de Dios, devorado por el celo de las almas, y buscador
apasionado y entusiasta de la verdad. Acostumbraba pedir al Señor
cuatro cosas: la sabiduría, la santidad, el apostolado y el martirio.
En su vida encarnó de veras el ideal del verdadero Hermano Menor tal
como lo describió san Buenaventura: sabio, humilde, piadoso y de celo
arrollador.
Con el gran bagaje cultural que poseía (sabía y hablaba, además
del italiano y el chino, el inglés, el francés, el español,
el alemán; y, entre las lenguas bíblicas, el latín,
el griego, el siríaco y el arameo), el P. Allegra, en los primeros
años de su experiencia misionera, emprendió en solitario la
traducción del Antiguo Testamento a partir del texto hebreo y arameo,
y en 1941 había terminado prácticamente un primer borrador.
Pero no quería asumir sobre sí mismo en exclusiva la responsabilidad
de una traducción a partir de los textos originales: vio que era necesaria
la colaboración de otros. Con la ayuda de algunos colaboradores prácticamente
terminó en 1944 su primer trabajo, la traducción del Antiguo
Testamento. Desgraciadamente, durante las vicisitudes de la guerra, perdió
más de la mitad del texto traducido. Sin embargo, no se desanimó,
al contrario, llamó a nuevos hermanos en religión, chinos,
para que lo ayudaran. Y así nació el año 1945 el Estudio
Bíblico Franciscano en Pekín, que, debido a la agitación
y la guerra, tuvo que mudarse a Hong Kong el año 1948. Al P. Allegra
le gustaba decir que el período de permanencia en Pekín era
"el Rivotorto y la Porciúncula" de su vida, por la simplicidad, las
dificultades, la pobreza, que con frecuencia hacían el trabajo extenuante.
El 12 de agosto de 1946 se publicó en Hong Kong el primer volumen,
el de los Salmos, al que siguieron otros once, sumando en su conjunto 10.000
páginas, que llevaban, además de los textos bíblicos,
un comentario rico y actualizado y notas críticas de gran valor científico.
Terminada la traducción del Antiguo Testamento, en 1954 marchó
a Tierra Santa junto con sus hermanos en religión, para un curso de
formación permanente.
Regresó a Hong Kong en 1955, y se dedicó a traducir el Nuevo
Testamento a partir del texto griego. El sueño de traducir toda la
Sagrada Escritura se hizo realidad con la publicación de las Cartas
Católicas y el Apocalipsis en 1961. Más tarde, en 1968, el
Studium Biblicum Franciscanum publicó por primera vez en la historia
la Biblia completa traducida al chino (Antiguo y Nuevo Testamento) en un
solo volumen.
Traducir la Biblia, de los textos originales a lengua china, comportaba ciertamente
grandes esfuerzos; basta pensar en la necesidad de crear vocablos nuevos
para expresar conceptos hasta entonces desconocidos en la lengua y en la
mentalidad china. Por eso, el mérito del P. Allegra es extraordinario:
con su traducción no escribió una teología china, pero
puso a los chinos en condiciones de escribir una teología suya; es
decir, permitió interpretar el texto de la Revelación según
las categorías propias de la experiencia y cultura del lugar. Con
su trabajo, nuestro beato ha permitido el acceso directo a los textos de
la Revelación según la tipicidad china, para descubrir aspectos
culturales e institucionales diferentes de los que están consolidados
en el Occidente europeo. Mérito suyo es, y no pequeño, el haberse
anticipado proféticamente a una directiva que emergería más
tarde en el Concilio Vaticano II.
Para hacerse una idea de lo que significa la obra del P. Allegra en la China
de hoy, basta citar lo que han afirmado algunas grandes personalidades. Mons.
Yupin, arzobispo de Nankín (China), ciudad considerada como la «Capital
de la Educación, la Ciencia, la Cultura, el Arte y el Turismo»,
afirmaba con motivo de la publicación del último volumen: «La
traducción de la Biblia es la empresa literaria más grande
llevada a cabo en China por la Iglesia Católica. De ahora en adelante
la historia de China podrá dividirse en dos períodos: antes
y después de la traducción de la Biblia hecha por los franciscanos».
El Dr. Chang Tzu, director de la Biblioteca Nacional de Taipei, no es menos
elogioso: «Todos admiran y con razón cuanto han hecho los monjes
Budistas en China con la introducción y la traducción de sus
libros sagrados; pero es mucho más lo que han hecho los Franciscanos
con la traducción de la Biblia y especialmente con el Comentario».
Los testimonios de estima más elevados son los provenientes de los
Romanos Pontífices: desde las palabras de estímulo de Pío
XI, hasta la carta paternal y llena de delicada comprensión de Pío
XII, o las palabras laudatorias de Juan XXIII: «La actividad del Estudio
Bíblico de Hong Kong, del que ha sido y es animador el P. Gabriel
Allegra, es uno de los aspectos más válidos en el actual apostolado
de la Iglesia en el Extremo Oriente». El 21 de noviembre de 1955, el
Pontificio Ateneo Antonianum de Roma (hoy Universidad), confirió al
P. Allegra el doctorado honoris causa en teología.
A la traducción y publicación de la Biblia, primero por partes
y luego toda entera, que es la obra fundamental, siguieron, como complemento
necesario, otras publicaciones: la edición popular de los Evangelios,
después la de todo el Nuevo Testamento y, por último, la de
la Biblia completa en un solo volumen. Además, como obra de divulgación
publicó una original antología bíblica bajo el título
de "El Buen Anuncio del Reino de Dios"; también, un Diccionario Bíblico
de carácter científico y una revista bíblica de índole
pastoral y apologética. Por otra parte, tradujo al chino los documentos
pontificios más conocidos de León XIII y Pablo VI. Asimismo
tradujo al italiano algunos sonetos de autores chinos, escribió sus
memorias autobiográficas y, lo más sorprendente, compuso un
comentario teológico sobre la Divina Comedia, un trabajo considerado
de particular interés por el centro de estudios dantescos de Ravena.
Partiendo del interés común por la Sagrada Escritura, el P.
Allegra, con espíritu conciliar y evangélico, dirigió
su atención a los hermanos separados, iniciando con ellos un diálogo
intenso y constructivo con fines ecuménicos. En este campo dio vida
a los "seminarios bíblicos", o reuniones de estudio, con representantes
de las varias denominaciones protestantes de Europa, América y Asia.
Organizó semanas bíblicas en Formosa, Japón y Hong Kong.
Predicó retiros espirituales a los seminaristas anglicanos. Cultivó
también otros campos de intereses, en particular el arte y la música.
Con todo, el P. Allegra no fue sólo un hombre de estudio. Era ante
todo un Hermano Menor, humilde, de gran corazón, abierto a todas las
miserias físicas y morales, a las que se acercaba con particular ternura.
Son innumerables en todo el mundo las almas que, bajo su dirección,
recobraron la fe o la esperanza. Aprovechaba todas las ocasiones para hablar
con palabras sencillas, como quería san Francisco. Hablaba a los humildes
y a los doctos.
Pero su paternidad espiritual se volcaba especialmente sobre los leprosos,
a los que profesaba un amor particular. Aprovechaba las fiestas y los días
de descanso para ir a encontrarse con ellos y permanecer jornadas enteras
en su compañía.
En la vida del P. Allegra no se notaban manifestaciones espirituales llamativas.
Su santidad era en apariencia totalmente ordinaria, manteniéndola
celosamente escondida. En lo exterior hacía cosas ordinarias como
todos los demás, pero las hacía de un modo extraordinario.
Ejercitó las virtudes teologales y cardinales de modo heroico. En
el "Decreto pontificio sobre las virtudes" se lee: «Observó
con suma fidelidad la Regla franciscana y los votos». Su vida es un
testimonio elocuente de la primacía del amor de Cristo y del fiel
servicio a la Iglesia, siguiendo el ejemplo de san Francisco. La Carta Apostólica
de su beatificación lo llama «sacerdote de la Orden de Hermanos
Menores, humilde discípulo de la Divina Sabiduría, apóstol
fiel de las Sagradas Escrituras, celoso misionero en tierras de Oriente».
En su vida de fe y devoción, el P. Allegra reservaba un espacio del
todo privilegiado a la bienaventurada Virgen María: nutría
hacia ella un amor filial, tierno y afectuoso. A ella dirigía siempre
su oración, bajo su protección puso el Estudio Bíblico
Franciscano, con ella dialogaba de manera entrañable. Cuando volvía
a Sicilia, su primer pensamiento era visitar el santuario de la Virgen de
la Ravanusa y permanecer allí en oración.
Amó y sirvió a la Iglesia con generosidad y perseverancia.
Cumplía sus prácticas de piedad con naturalidad y humildad.
Difícilmente hablaba de sí mismo, y no le agradaba que los
otros lo elogiasen. Nada hacía sin el mérito de la obediencia.
Una nota característica suya era la simplicidad franciscana, que se
expresa como trasparencia, linealidad y empeño en lo que se hace,
para devolverlo a Dios. A quien le preguntaba cuáles eran los medios
para favorecer la unión con Dios, le enumeraba estos dos: la oración
y la ciencia como búsqueda. Fiel a la tradición franciscana,
supo unir estas dos columnas de la vocación, que sustentaron realmente
su vida con Dios y su trabajo.
El P. Gabriel María Allegra murió en el hospital "Canossa"
(Cáritas) de Hong Kong el 26 de enero de 1976, apreciado por todos
como un hombre de gran caridad y sabiduría. En 1986 su cuerpo fue
trasladado a Acireale y sepultado en la iglesia del convento franciscano
de San Biagio, que pronto se convirtió en meta de peregrinaciones.
El 23 de abril de 2002 Juan Pablo II reconoció el milagro que se atribuía
a la intercesión del P. Allegra, y el 29 de septiembre de 2012 fue
beatificado en Acireale, en la Basílica catedral de la Anunciación
de María Santísima.
Al beato Gabriel M. Allegra hemos de considerarlo no sólo como el
santo al que dirigirnos para implorar gracias, sino también como un
hermano, un modelo de vida en el que podemos inspirarnos para revisar nuestros
comportamientos, nuestras relaciones con Dios y con los hombres, nuestros
intereses culturales; preguntémosle cómo vivir la fidelidad,
la búsqueda de la verdad, la caridad, el desapego de las cosas y todas
las demás virtudes cristianas.