El Venerable Galileo Nicolini, novicio
pasionista muerto en olor de
santidad en el noviciado del Monte Argentario (Grosseto), el día
13 de
mayo del año 1897, sintió la llamada a la vida pasionista
desde el
momento en el que hizo su Primera Comunión.
Era un joven valiente, ingenioso, mandón, de fuerte carácter pero muy razonable y alegre. A los ocho años de edad reprochó a un invitado que estaba almorzando en su casa y que hablaba mal de la Iglesia: se subió sobre una silla y muy seguro, le dijo: “Usted es un maleducado, porque hace este comentario en nuestra casa conociendo cual es nuestra fe”.
Había nacido el 17 de junio del
1882 en Capranica (Viterbo). A los
cuatro años entró en la escuela y con solo cinco
años hacía de
secretario de su padre, escribiendo al dictado sus cartas de negocio.
En dos años, superó cuatro cursos. Para los
exámenes de tercero fue
enviado a la Real Escuela de Viterbo: admiración y estupor
sintieron
los profesores a la vista de su excelente preparación.
Y descubre que “Jesús escondido” en el Tabernáculo se
entretiene con él en largos coloquios.
Con seis años de edad, comienza a confesarse, teniendo como director espiritual al docto franciscano Padre Ahern. Lee libros de intensa vida espiritual y plantea preguntas sorprendentes y profundas. En febrero de 1894, los padres pasionistas fueron a predicar una misión a la parroquia de Capranica. Galileo se entusiasma: aquellos misioneros vestidos de negro, con el Corazón de Jesús y el signo de su Pasión sobre el pecho, lo fascinan. El 26 de agosto de aquel año recibe su Primera Comunión en la iglesia de los Pasionistas en Vetralla y para prepararse, estuvo diez días de retiro con los religiosos, participando con ellos en sus oraciones y en su vida de comunidad. Cuando vuelve a Capranica ha comprendido que su verdadera familia será la de los Pasionistas.
Todos los días medita sobre la
Pasión de Jesús; se acerca a menudo a
la confesión y a la comunión y los frutos son evidentes
incluso en su
apariencia exterior. Ser religioso y sacerdote pasionista se convierte
en su único deseo. Su confesor lo invita a hacer una novena al
Espíritu Santo a fin de eliminar cualquier duda; el niño,
aunque está seguro de la llamada de Dios, lo obedece.
Cuando se lo dice a sus padres, la madre queda sorprendida y perpleja, pero el padre se opone. Y los pasionistas aun no lo aceptan porque solo es un niño y no aceptan a estudiantes menores de catorce años de edad. Los padres tenían destinado hacer de él un ingeniero, un futuro dirigente de su empresa. Pero Galileo, sufre y ruega, decidido a seguir su camino. A causa del dolor, pierde el apetito y se desmorona a la vista de todos, pero se encomienda a la Madre de Dios. Por fin, un día le dice su padre: “Si para esto has sido llamado, yo mismo me encargaré de arreglarlo todo”.
El día 5 de marzo de 1895 entra en el Seminario de Rocca di Papa (Roma) donde otros muchachos como él, se preparan para la vida religiosa. A él le parece que está tocando el cielo con los dedos. Se siente ya en el cielo y le escribe una carta a su familia: “No dejo de darle gracias a Dios, que se ha dignado dirigir su mirada sobre mi con suma amabilidad. Estamos aqui en un pequeño paraiso en la tierra”. Está en buen estado de salud y tranquiliza a los suyos: “Estoy más alto y he puesto diez kilos”. En el seminario está el joven de siempre y toma como modelo a San Gabriel de la Dolorosa (1838-1862), afirmando: “Quiero hacerme santo como él”.
Transcurridos trece meses en Rocca di Papa, pudo entrar en el noviciado de Lucca, desde donde escribe a sus padres: “Desde hace tiempo deseaba ser enviado al noviciado. Por fin estoy satisfecho y siento un grandísimo placer”. El 9 de julio de 1896 viste el hábito pasionista y aunque cambió su nombre, todos continuaron llamándolo Galileo, porque era el más pequeño de la Congregación y aquel nombre tan raro les hacía pensar en Jesús.
El maestro de novicios, el Siervo de Dios Padre Nazareno Santolini, dice maravillado: “Apenas lo conocí, vi en él a una perla preciosa que me había sido confiada por Dios y yo me sentía afortunado por tenerlo entre mis alumnos”. Admira en él su gran madurez de comprensión y su espíritu fuerte y feliz: de niño tiene solo la ingenuidad y la simplicidad. En el noviciado escribe un día: “Para tener la paz del corazón y gustar del Paraiso en la tierra, deseo vivir en continua obediencia, renunciando a mi propia voluntad para conformarme a la voluntad de Dios”.
Pero el señor tenía otros designios para el joven Galileo. En la mañana del 27 de febrero de 1897 (hoy festividad de San Gabriel de la Dolorosa), Galileo al levantarse sintió que la sangre se le venía a la boca. Estaba afectado de tuberculosis. El General de los Pasionistas, el beato Bernardo Silvestrelli, que tenía grandes proyectos para Galileo, informado de su enfermedad, deseó enviarlo a casa por un corto espacio de tiempo esperando el milagro de que se curase con “el aire de su pueblo”, pero Galileo se niega porque quiere morir con sus hermanos. Sin embargo, si acepta marchar al Monte Argentario, que era la primera casa abierta por el fundador de los Pasionistas, San Pablo de la Cruz.
Todos rezaban por su curación y a instancia de los superiores, comenzaron una novena a Nuestra Señora. Galileo, por su parte, rogaba de esta manera: “Madre mía, yo estoy muy enfermo y nadie puede curarme sino Tú. Cúrame si es para la mayor gloria de Dios y para el bien de mi alma”. Los hermanos se alternaban junto a su lecho, que se había convertido en un altar, para ayudarlo. El hijo más joven de la Congregación se estaba muriendo como mueren los santos, ofreciendo a todos un ejemplo de resignación y de perfecta alegría.
Un día susurra: “El
sufrimiento por amor no es doloroso / que si al padecer se siente /
amable lo hace el puro amor”.
Padecer por amor es su secreto, es el secreto de los santos. Ve a su
madre y con un permiso especial del superior general emite su
profesión
religiosa “in articulo mortis” ofreciendo a Dios los tres votos de
castidad, pobreza y obediencia. Ya es religioso Pasionista.
Galileo recibió el Santo Viático y a continuación
extendió los brazos
hacia arriba, sosteniendo en su mano derecha un medallón de la
Virgen y
sonriendo. Son las tres del día 13 de mayo de 1897. Ha vivido
solo
catorce años, diez meses y veintiseis días.