DECLARACIÓN
GRAVISSIMUM EDUCATIONIS
SOBRE LA EUCACIÓN CRISTIANA
PROEMIO
El Santo Concilio Ecuménico considera atentamente la importancia decisiva
de la educación en la vida del hombre y su influjo cada vez mayor
en el progreso social contemporáneo. En realidad la verdadera educación
de la juventud, e incluso también una constante formación de
los adultos, se hace más fácil y más urgente en las
circunstancias actuales. Porque los hombres, mucho mas conscientes de su
propia dignidad y deber, desean participar cada vez más activamente
en la vida social y, sobre todo, en la económica y en la política;
los maravillosos progresos de la técnica y de la investigación
científica, y los nuevos medios de comunicación social, ofrecen
a los hombres, que, con frecuencia gozan de un mayor espacio de tiempo libre
de otras ocupaciones, la oportunidad de acercarse con facilidad al patrimonio
cultural del pensamiento y del espíritu, y de ayudarse mutuamente
con una comunicación más estrecha que existe entre las distintas
asociaciones y entre los pueblos.
En consecuencia, por todas partes se realizan esfuerzos para promover más
y más la obra de la educación; se declaran y se afirman en
documentos públicos los derechos primarios de los hombres, y sobre
todo de los niños y de los padres con respecto a la educación.
Como crece rápidamente el número de los alumnos, se multiplican
por doquier y se perfeccionan las escuelas y otros centros de educación.
Los métodos de educación y de instrucción se van perfeccionando
con nuevas experiencias. Se hacen, por cierto, grandes esfuerzos para llevarla
a todos los hombres, aunque muchos niños y jóvenes están
privados todavía de la instrucción incluso fundamental, y de
tantos otros carecen de una educación conveniente, en la que se cultiva
a un tiempo la verdad y la caridad.
Ahora bien, debiendo la Santa Madre Iglesia atender toda la vida del hombre,
incluso la material en cuanto está unida con la vocación celeste
para cumplir el mandamiento recibido de su divino Fundador, a saber, el anunciar
a todos loshombres el misterio de la salvación e instaurar todas las
cosas en Cristo, le toca también una parte en el progreso y en la
extensión de la educación. Por eso El Sagrado Concilio expone
algunos principios fundamentales sobre la educación cristiana, máxime
en las escuelas, principios que, una vez terminado el Concilio, deberá
desarrollar más ampliamente una Comisión especial, y habrán
de ser aplicados por las Conferencias Episcopales y las diversas condiciones
de los pueblos.
Derecho universal a la educación y su noción
1. Todos los hombres, de cualquier raza, condición y edad, en cuanto
participantes de la dignidad de la persona, tienen el derecho inalienable
de una educación, que responda al propio fin, al propio carácter;
al diferente sexo, y que sea conforme a la cultura y a las tradiciones patrias,
y, al mismo tiempo, esté abierta a las relaciones fraternas con otros
pueblos a fin de fomentar en la tierra la verdadera unidad y la paz. Mas
la verdadera educación se propone la formación de la persona
humana en orden a su fin último y al bien de las varias sociedades,
de las que el hombre es miembro y de cuyas responsabilidades deberá
tomar parte una vez llegado a la madurez.
Hay que ayudar, pues, a los niños y a los adolescentes, teniendo en
cuenta el progreso de la psicología, de la pedagogía y de la
didáctica, para desarrollar armónicamente sus condiciones físicas,
morales e intelectuales, a fin de que adquieran gradualmente un sentido más
perfecto de la responsabilidad en la cultura ordenada y activa de la propia
vida y en la búsqueda de la verdadera libertad, superando los obstáculos
con valor y constancia de alma. Hay que iniciarlos, conforme avanza su edad,
en una positiva y prudente educación sexual. Hay que prepararlos,
además, para la participación en la vida social, de forma que,
bien instruidos con los medios necesarios y oportunos, puedan participar
activamente en los diversos grupos de la sociedad humana, estén dispuestos
para el diálogo con los otros y presten su fructuosa colaboración
gustosamente a la consecución del bien común.
Declara igualmente el Sagrado Concilio que los niños y los adolescentes
tienen derecho a que se les estimule a apreciar con recta conciencia los
valores morales y a aceptarlos con adhesión personal y también
a que se les estimule a conocer y amar más a Dios. Ruega, pues, encarecidamente
a todos los que gobiernan los pueblos o están al frente de la educación,
que procuren que la juventud nunca se vea privada de este sagrado derecho.
Y exhorta a los hijos de la Iglesia a que presten con generosidad su ayuda
en todo el campo de la educación, sobre todo con el fin de que puedan
llegar cuanto antes a todos los rincones de la tierra los oportunos beneficios
de la educación y de la instrucción.
La educación cristiana
2. Todos los cristianos, en cuanto han sido regenerados por el agua y el
Espíritu Santo han sido constituidos nuevas criaturas, y se llaman
y son hijos de Dios, tienen derecho a la educación cristiana. La cual
no persigue solamente la madurez de la persona humana arriba descrita, sino
que busca, sobre todo, que los bautizados se hagan más conscientes
cada día del don de la fe, mientras son iniciados gradualmente en
el conocimiento del misterio de la salvación; aprendan a adorar a
Dios Padre en el espíritu y en verdad, ante todo en la acción
litúrgica, adaptándose a vivir según el hombre nuevo
en justicia y en santidad de verdad, y así lleguen al hombre perfecto,
en la edad de la plenitud de Cristo y contribuyan al crecimiento del Cuerpo
Místico. Ellos, además, conscientes de su vocación,
acostúmbrense a dar testimonio de la esperanza y a promover la elevación
cristiana del mundo, mediante la cual los valores naturales contenidos en
la consideración integral del hombre redimido por Cristo contribuyan
al bien de toda la sociedad. Por lo cual, este Santo Concilio recuerda a
los pastores de almas su gravísima obligación de proveer que
todos los fieles disfruten de la educación cristiana y, sobre todo,
los jóvenes, que son la esperanza de la Iglesia.
Los educadores
3. Puesto que los padres han dado la vida a los hijos, están gravemente
obligados a la educación de la prole y, por tanto, ellos son los primeros
y principales educadores. Este deber de la educación familiar es de
tanta trascendencia que, cuando falta, difícilmente puede suplirse.
Es, pues, obligación de los padres formar un ambiente familiar animado
por el amor, por la piedad hacia Dios y hacia los hombres, que favorezca
la educación íntegra personal y social de los hijos. La familia
es, por tanto, la primera escuela de las virtudes sociales, de las que todas
las sociedades necesitan. Sobre todo, en la familia cristiana, enriquecida
con la gracia del sacramento y los deberes del matrimonio, es necesario que
los hijos aprendan desde sus primeros años a conocer la fe recibida
en el bautismo. En ella sienten la primera experiencia de una sana sociedad
humana y de la Iglesia. Por medio de la familia, por fin, se introducen fácilmente
en la sociedad civil y en el Pueblo de Dios. Consideren, pues, atentamente
los padres la importancia que tiene la familia verdaderamente cristiana para
la vida y el progreso del Pueblo de Dios.
El deber de la educación, que compete en primer lugar a la familia,
requiere la colaboración de toda la sociedad. Además, pues,
de los derechos de los padres y de aquellos a quienes ellos les confían
parte en la educación, ciertas obligaciones y derechos corresponden
también a la sociedad civil, en cuanto a ella pertenece disponer todo
lo que se requiere para el bien común temporal. Obligación
suya es proveer de varias formas a la educación de la juventud: tutelar
los derechos y obligaciones de los padre y de todos los demás que
intervienen en la educación y colaborar con ellos; conforme al principio
del deber subsidiario cuando falta la iniciativa de los padres y de otras
sociedades, atendiendo los deseos de éstos y, además, creando
escuelas e institutos propios, según lo exija el bien común.
Por fin, y por una razón particular, el deber de la educación
corresponde a la Iglesia no sólo porque debe ser reconocida como sociedad
humana capaz de educar, sino, sobre todo, porque tiene el deber de anunciar
a todos los hombres el camino de la salvación, de comunicar a los
creyentes la vida de Cristo y de ayudarles con atención constante
para que puedan lograr la plenitud de esta vida. La Iglesia, como Madre,
está obligada a dar a sus hijos una educación que llene su
vida del espíritu de Cristo y, al mismo tiempo, ayuda a todos los
pueblos a promover la perfección cabal de la persona humana, incluso
para el bien de la sociedad terrestre y para configurar más humanamente
la edificación del mundo.
Varios medios para la educación cristiana
4. En el cumplimiento de la función de educar, la Iglesia se preocupa
de todos los medios aptos, sobre todo de los que le son propios, el primero
de los cuales es la instrucción catequética, que ilumina y
robustece la fe, anima la vida con el espíritu de Cristo, lleva a
una consciente y activa participación del misterio litúrgico
y alienta a una acción apostólica. La Iglesia aprecia mucho
y busca penetrar de su espíritu y dignificar también los demás
medios, que pertenecen al común patrimonio de la humanidad y contribuyen
grandemente al cultivar las almas y formar los hombres, como son los medios
de comunicación social, los múltiples grupos culturales y deportivos,
las asociaciones de jóvenes y, sobre todo, las escuelas.
Importancia de la escuela
5. Entre todos los medios de educación, el de mayor importancia es
la escuela, que, en virtud de su misión, a la vez que cultiva con
asiduo cuidado las facultades intelectuales, desarrolla la capacidad del
recto juicio, introduce en el patrimonio de la cultura conquistado por lasgeneraciones
pasadas, promueve el sentido de los valores, prepara a la vida profesional,
fomenta el trato amistoso entre los alumnos de diversa índole y condición,
contribuyendo a la mutua comprensión; además, constituye como
un centro de cuya laboriosidad y de cuyos beneficios deben participar a un
tiempo las familias, los maestros, las diversas asociaciones que promueven
la vida cultural, cívica y religiosa, la sociedad civil y toda la
comunidad humana.
Hermosa es, por tanto, y de suma importancia la vocación de todos
los que, ayudando a los padres en el cumplimiento de su deber y en nombre
de la comunidad humana, desempeñan la función de educar en
las escuelas. Esta vocación requiere dotes especiales de alma y de
corazón, una preparación diligentísima y una facilidad
constante para renovarse y adaptarse.
Obligaciones y derechos de los padres
6. Es preciso que los padres, cuya primera e intransferible obligación
y derecho es el de educar a los hijos, tengan absoluta libertad en la elección
de las escuelas. El poder público, a quien pertenece proteger y defender
la libertad de los ciudadanos, atendiendo a la justicia distributiva, debe
procurar distribuir las ayudas públicas de forme que los padres puedan
escoger con libertad absoluta, según su propia conciencia, las escuelas
para sus hijos.
Por los demás, el Estado debe procurar que a todos los ciudadanos
sea accesible la conveniente participación en la cultura y que se
preparen debidamente para el cumplimiento de sus obligaciones y derechos
civiles. Por consiguiente, el mismo Estado debe proteger el derecho de los
niños a una educación escolar conveniente, vigilar la capacidad
de los maestros y la eficacia de los estudios, mirar por la salud de los
alumnos y promover, en general, toda la obra escolar, teniendo en cuenta
el principio de que su función es subsidiario y excluyendo, por tanto,
cualquier monopolio de las escuelas, que se opone a os derechos nativos de
la persona humana, al progreso y a la divulgación de la misma cultura,
a la convivencia pacífica de los ciudadanos y al pluralismo que hoy
predomina en muchas sociedades.
El Sagrado Concilio exhorta a los cristianos que ayuden de buen grado a encontrar
los métodos aptos de educación y de ordenación de los
estudios y a formar a los maestros que puedan educar convenientemente a los
jóvenes y que atiendan con sus ayudas, sobre todo por medio de asociaciones
de los padres de familia, toda la labor de la escuela máxime la educación
moral que en ella debe darse.
La educación moral y religiosa en todas las escuelas
7. Consciente, además, la Iglesia del gravísimo deber de procurar
cuidadosamente la educación moral y religiosa de todos sus hijos,
es necesario que atienda con afecto particular y con su ayuda a los muchísimos
que se educan en escuelas no católicas, ya por medio del testimonio
de la vida de los maestros y formadores, ya por la acción apostólica
de los condiscípulos, ya, sobre todo, por el ministerio de los sacerdotes
y de los seglares, que les enseñan la doctrina de la salvación,
de una forma acomodada a la edad y a las circunstancias y les prestan ayuda
espiritual con medios oportunos y según la condición de las
cosas y de los tiempos.
Recuerda a los padres la grave obligación que les atañe de
disponer, a aun de exigir, todo lo necesario para que sus hijos puedan disfrutar
de tales ayudas y progresen en la formación cristiana a la par que
en la profana. Además, la Iglesia aplaude cordialmente a las autoridades
y sociedades civiles que, teniendo en cuenta el pluralismo de la sociedad
moderna y favoreciendo la debida libertad religiosa, ayudan a las familias
para que pueda darse a sus hijos en todas las escuelas una educación
conforme a los principios morales y religiosos de las familias.
Las escuelas católicas
8. La presencia de la Iglesia en la tarea de la enseñanza se manifiesta,
sobre todo, por la escuela católica. Ella busca, no es menor grado
que las demás escuelas, los fines culturales y la formación
humana de la juventud. Su nota distintiva es crear un ambiente comunitario
escolástico, animado por el espíritu evangélico de libertad
y de caridad, ayudar a los adolescentes para que en el desarrollo de la propia
persona crezcan a un tiempo según la nueva criatura que han sido hechos
por el bautismo, y ordenar últimamente toda la cultura humana según
el mensaje de salvación, de suerte que quede iluminado por la fe el
conocimiento que los alumnos van adquiriendo del mundo, de la vida y del
hombre. Así, pues, la escuela católica, a la par que se abre
como conviene a las condiciones del progreso actual, educa a sus alumnos
para conseguir eficazmente el bien de la ciudad terrestre y los prepara para
servir a la difusión del Reino de Dios, a fin de que con el ejercicio
de una vida ejemplar y apostólica sean como el fermento salvador de
la comunidad humana.
Siendo, pues, la escuela católica tan útil para cumplir la
misión del pueblo de Dios y para promover el diálogo entre
la Iglesia y la sociedad humana en beneficio de ambas, conserva su importancia
trascendental también en los momentos actuales. Por lo cual, este
Sagrado Concilio proclama de nuevo el derecho de la Iglesia a establecer
y dirigir libremente escuelas de cualquier orden y grado, declarado ya en
muchísimos documentos del Magisterio, recordando al propio tiempo
que el ejercicio de este derecho contribuye grandemente a la libertad de
conciencia, a la protección de los derechos de los padres y al progreso
de la misma cultura.
Recuerden los maestros que de ellos depende, sobre todo, el que la escuela
católica pueda llevar a efecto sus propósitos y sus principios.
Esfuércense con exquisita diligencia en conseguir la ciencia profana
y religiosa avalada por los títulos convenientes y procuren prepararse
debidamente en el arte de educar conforme a los descubrimientos del tiempo
que va evolucionando. Unidos entre sí y con los alumnos por la caridad,
y llenos del espíritu apostólico, den testimonio, tanto con
su vida como con su doctrina, del único Maestro Cristo.
Colaboren, sobre todo, con los padres; juntamente con ellos tengan en cuenta
durante el ciclo educativo la diferencia de sexos y del fin propia fijado
por Dios y cada sexo en la familia y en la sociedad; procuren estimular la
actividad personal de los alumnos, y terminados los estudios, sigan atendiéndolos
con sus consejos, con su amistad e incluso con la institución de asociaciones
especiales, llenas de espíritu eclesial. El Sagrado Concilio declara
que la función de estos maestros es verdadero apostolado, muy conveniente
y necesario también en nuestros tiempos, constituyendo a la vez un
verdadero servicio prestado a la sociedad. Recuerda a los padres cristianos
la obligación de confiar sus hijos, según las circunstancias
de tiempo y lugar, a las escuelas católicas, de sostenerlas con todas
sus fuerzas y de colaborar con ellas por el bien de sus propios hijos.
Diversas clases de escuelas católicas
9. Aunque la escuela católica pueda adoptar diversas formas según
las circunstancias locales, todas las escuelas que dependen en alguna forma
de la Iglesia han de conformarse al ejemplar de ésta. La Iglesia aprecia
también en mucho las escuelas católicas, a las que, sobre todo,
en los territorios de las nuevas Iglesias asisten también alumnos
no católicos.
Por lo demás, en la fundación y ordenación de las escuelas
católicas, hay que atender a las necesidades de los progresos de nuestro
tiempo. Por ello, mientras hay que favorecer las escuelas de enseñanza
primaria y media, que constituyen el fundamento de la educación, también
hay que tener muy en cuenta las requeridas por las condiciones actuales,
como las escuelas profesionales, las técnicas, los institutos para
la formación de adultos, para asistencia social, para subnormales
y la escuela en que se preparan los maestros para la educación religiosa
y para otras formas de educación.
El Santo Concilio exhorta encarecidamente a los pastores de la Iglesia y
a todos los fieles a que ayuden, sin escatimar sacrificios, a las escuelas
católicas en el mejor y progresivo cumplimiento de su cometido y,
ante todo, en atender a las necesidades de los pobres, a los que se ven privados
de la ayuda y del afecto de la familia o que no participan del don de la
fe.
Facultades y universidades católicas
10. La Iglesia tiene también sumo cuidado de las escuelas superiores,
sobre todo de las universidades y facultades. E incluso en las que dependen
de ella pretende sistemáticamente que cada disciplina se cultive según
sus principios, sus métodos y la libertad propia de la investigación
científica, de manera que cada día sea más profunda
la comprensión de las mismas disciplinas, y considerando con toda
atención los problemas y los hallazgos de los últimos tiempos
se vea con más exactitud cómo la fe y la razón van armónicamente
encaminadas a la verdad, que es una, siguiendo las enseñanzas de los
doctores de la Iglesia, sobre todo de Santo Tomás de Aquino. De esta
forma, ha de hacerse como pública, estable y universal la presencia
del pensamiento cristiano en el empeño de promover la cultura superior
y que los alumnos de estos institutos se formen hombres prestigiosos por
su doctrina, preparados para el desempeño de las funciones más
importantes en la sociedad y testigos de la fe en el mundo.
En las universidades católicas en que no exista ninguna Facultad de
Sagrada Teología, haya un instituto o cátedra de la misma en
que se explique convenientemente, incluso a los alumnos seglares. Puesto
que las ciencias avanzan, sobre todo, por las investigaciones especializadas
de más alto nivel científico, ha de fomentarse ésta
en las universidades y facultades católicas por los institutos que
se dediquen principalmente a la investigación científica.
El Santo Concilio recomienda con interés que se promuevan universidades
y facultades católicas convenientemente distribuidas en todas las
partes de la tierra, de suerte, sin embargo, que no sobresalgan por su número,
sino por el prestigio de la ciencia, y que su acceso esté abierto
a los alumnos que ofrezcan mayores esperanzas, aunque de escasa fortuna,
sobre todo a los que vienen de naciones recién formadas.
Puesto que la suerte de la sociedad y de la misma Iglesia está íntimamente
unida con el progreso de los jóvenes dedicados a estudios superiores,
los pastores de la Iglesia no sólo han de tener sumo cuidado de la
vida espiritual de los alumnos que frecuentan las universidades católicas,
sino que, solícitos de la formación espiritual de todos sus
hijos, consultando oportunamente con otros obispos, procuren que también
en las universidades no católicas existan residencias y centros universitarios
católicos, en que sacerdotes, religiosos y seglares, bien preparados
y convenientemente elegidos, presten una ayuda permanente espiritual e intelectual
a la juventud universitaria. A los jóvenes de mayor ingenio, tanto
de las universidades católicas como de las otras, que ofrezcan aptitudes
para la enseñanza y para la investigación, hay que prepararlos
cuidadosamente e incorporarlos al ejercicio de la enseñanza.
Facultades de Ciencias Sagradas
11. La Iglesia espera mucho de la laboriosidad de las Facultades de ciencias
sagradas. Ya que a ellas les confía el gravísimo cometido de
formar a sus propios alumnos, no sólo para el ministerio sacerdotal,
sino, sobre todo, para enseñar en los centros eclesiásticos
de estudios superiores; para la investigación científica o
para desarrollar las más arduas funciones del apostolado intelectual.
A estas facultades pertenece también el investigar profundamente en
los diversos campos de las disciplinas sagradas de forma que se logre una
inteligencia cada día más profunda de la Sagrada Revelación,
se descubra más ampliamente el patrimonio de la sabiduría cristiana
transmitida por nuestros mayores, se promueva el diálogo con los hermanos
separados y con los no-cristianos y se responda a los problemas suscitados
por el progreso de las ciencias.
Por lo cual, las Facultades eclesiásticas, una vez reconocidas oportunamente
sus leyes, promuevan con mucha diligencia las ciencias sagradas y las que
con ellas se relacionan y sirviéndose incluso de los métodos
y medios más modernos, formen a los alumnos para las investigaciones
más profundas.
La coordinación escolar
12. La cooperación que en el orden diocesano, nacional o internacional
se aprecia y se impone cada día más, es también sumamente
necesaria en el campo escolar; hay que procurar, con todo empeño,
que se fomente entre las escuelas católicas una conveniente coordinación
y se provea entre éstas y las demás escuelas la colaboración
que exige el bien de todo el género humano.
De esta mayor coordinación y trabajo común se recibirán
frutos espléndidos, sobre todo en el ámbito de los institutos
académicos. Por consiguiente, las diversas facultades de cada universidad
han de ayudarse mutuamente en cuanto la materia lo permita. Incluso las mismas
universidades han de unir sus aspiraciones y trabajos, promoviendo de mutuo
acuerdoreuniones internacionales, distribuyéndose las investigaciones
científicas, comunicándose mutuamente lo hallazgos, intercambiando
temporalmente los profesores y proveyendo todo lo que pueda contribuir a
una mayor ayuda mutua.
CONCLUSIÓN
El Santo Concilio exhorta encarecidamente a los mismos jóvenes a que,
conscientes del valor de la función educadora, estén preparados
para abrazarla con generosidad, sobre todo en las regiones en que la educación
de la juventud está en peligro por falta de maestros.
El mismo Santo Concilio, agradeciendo a los sacerdotes, religiosos, religiosas
y seglares, que con su entrega evangélica se dedican a la educación
y a las escuelas de cualquier género y grado, los exhorta a que perseveren
generosamente en su empeño y a que se distingan en la formación
de los alumnos en el espíritu de Cristo, en el arte pedagógico
y en el estudio de la ciencia, de forma que no sólo promuevan la renovación
interna de la Iglesia, sino que sirvan y acrecienten su benéfica presencia
en el mundo de hoy, sobre todo en el intelectual.
Todas y cada una de las cosas contenidas en esta Declaración han obtenido
el beneplácito de los Padres del Sacrosanto Concilio. Y Nos, en virtud
de la potestad apostólica recibida de Cristo, juntamente con los Venerables
Padre, las aprobamos, decretamos y establecemos con el Espíritu Santo
y mandamos que lo así decidido conciliarmente sea promulgado para
la gloria de Dios.
Roma, en San Pedro, 28 de octubre de 1965.
Yo, PABLO, Obispo de la Iglesia Católica.