GREGORIO XV
1621-1623 d.C.



   Alejandro Ludovisi pertenecía a una noble familia de Bolonia. Viejo y enfermo, reinó sólo dos años, pero su pontificado constituye un ejemplo de buena política y de buena administración. Fue brillantemente secundado en su tarea por el sobrino Ludovico Ludovisi, joven de 25 años, muy dotado para el ejercicio del gobierno y al que otorgó la púrpura.

   Pequeños problemas locales, de cuya resolución dependía, sin embargo, la paz en Europa, concentraron la atención del Pontífice. En primer lugar, Gregorio XV tuvo que resolver la crisis en el Palatinado, provincia alemana reclamada por católicos y protestantes. El éxito de los católicos en Bohemia imponía la continuación de la lucha con el fin de asegurar la continuidad de la restauración católica. El Palatinado fue conquistado por tropas españolas y bávaras y el Papa había prometido dicha región a Maximiliano, duque de Baviera, jefe de la Liga antiprotestante. Pero el emperador Fernando II, importante miembro de la Liga, también pretendía el Palatinado. El Papa, a través de un inteligente monje capuchino, fray Jacinto, supo contentar a las dos partes. En agradecimiento, Maximiliano regaló al Pontífice la Biblioteca Palatina de Heidelberg, que fue incorporada a la Vaticana.

   La Valtelina planteó otro grave problema. Era una región aparentemente sin importancia, situada entre Francia, Italia y Suiza; un estrecho valle de gran interés estratégico, porque permitía el paso de las tropas españolas desde la Lombardía hacia Alemania y Holanda. Si el valle quedaba cerrado por los franceses, era evidente que los españoles no podían comunicar con el norte sino por el mar. La región cayó presa de las luchas religiosas. Los protestantes se apoyaron en Venecia y en Francia (estados católicos, pero que protegían a los protestantes y trataban con los turcos con el fin de mejor combatir contra el Imperio y España); los católicos, en España y Austria. En 1620, los españoles ocuparon la Valtelina y los austriacos el valle de Munster. La solución no convenía a Francia y el cardenal Richelieu resolvió el problema a su favor, garantizando la autonomía a los habitantes de los valles y permitiéndo sólo el ejercicio de la religión católica, lo que constituía un éxito para el Papa, árbitro de las negociaciones de paz.

   En 1622, Armando de Richelieu, secretario del Estado desde 1616, protegido por la reina María de Médicis, fue hecho cardenal. Francia habrá de ser, dentro de pocos años, la potencia más importante de Europa, desplazando a España. Pero el espíritu del Siglo de Oro y de la grandeza espiritual de España será continuado por la literatura francesa del siglo XVII. El Cid resurgirá en Corneille.

   Muy importante fue la refroma interior que Gregorio XV realizó en su corto pontificado. Con la Bula Aeterni Patris Filius, de 1621, estableció las tres modalidades para elegir un nuevo Papa: la elección por inspiración, por adoración y por aclamación, principios que siguen válidos aun hoy y que fueron sólo parcialmente modificados a principios del siglo pasado. La Bula Decet Romanum Pontificem, de 1622, precisaba de manera más concreta los detalles del ceremonial que acompaña la elección. El verdadero motivo que impulsó al Papa a establecer con claridad el ceremonial y la práctica de la elección era el impedir la intromisión de los embajadores extranjeros en las decisiones del cónclave.

   El llamado derecho de veto, que permitía a los soberanos europeos intervenir en las elecciones, prohibiendo la subida al trono de Pedro a los cardenales considerados como enemigos, continuó siendo usado, a pesar de las medidas tomadas por Gregorio XV, hasta 1903, cuando por última vez Austria se opuso a la elección del cardenal Rampolla.

   En 1622, y con el fin de crear una organización central, capaz de controlar y dirigir las actividades católicas en el mundo, Gregorio XV creó la Congregación de Propaganda (De Propaganda Fide), compuesta por 18 cardenales. Gregorio XV, exalumno de los jesuitas, canonizó a San Ignacio de Loyola, y también a San Felipe Neri, a San Francisco Javier, a San Isidro Labrador, a Santa Teresa de Ávila. Bernini esculpió un busto del Pontífice.

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(Samuel Miranda)